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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO -PUNO

ESCUELA DE POSTGRADO
MAESTRIA EN CONTABILIDAD Y ADMINISTRACION
ESPECIALIDAD GESTION PUBLICA

TEMA:
EL FUTURO DE LA GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA EN AMÉRICA
LATINA

PRESENTAPOR POR:
YOLANDA NELY CHACCA ARAPA

PUNO- PERU
2023

INTRODUCCION
La gobernabilidad es necesario delimitar la interpretación del concepto y proponer una
definición. Al definirla como el estado o grado de equilibrio dinámico entre demandas
sociales y capacidad de respuesta gubernamental, es necesario distinguir sus diferentes
grados (ideal, normal, déficit, crisis e ingobernabilidad). El déficit y la crisis de
gobernabilidad son los niveles clave para este estudio, ya que surgen en las áreas
comunes de acción de los sistemas políticos. El tema de gobernabilidad democrática es
difícil de tratar ya que podría ser el núcleo de la problemática referida a la consolidación
de la democracia en América Latina. El Estado del capitalismo globalizado necesita
fortalecerse y para ello necesita un poder que unifique a la nación, que la integre a partir
de sus distintas segmentaciones regionales, sociales y étnicas. Vamos en dirección de
construir otro gran sistema histórico porque el actual está llegando a su fin. Hay que dar
un salto que permita ir más allá de la necesidad de administrar en forma eficiente el
orden establecido, lograr que el desarrollo y la modernización, empaten en dirección de
los fines de la democracia y para ello es sumamente importante reconfigurar ciertos
elementos de nuestra actual forma de gobierno.

DESARROLLO
La gobernabilidad es tal vez el factor más
importante para erradicar la pobreza y
promover el desarrollo.
Kofi Annan, secretario general de las
Naciones Unidas
GOBERNABILIDAD
La delimitación conceptual del término “gobernabilidad” es necesaria ya que, marcado
por implicaciones pesimistas y a menudo conservadoras por las continuas crisis de
equilibrio dinámico entre demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental, el
término se presta a múltiples interpretaciones. El Diccionario de Política de Norberto
Bobbio y Matteucci, (1998) define el término de gobernabilidad como la relación de
gobierno, es decir, la relación de gobernantes y gobernados, por lo tanto, la relación
compleja entre los dos entes es lo que permite hablar de gobernabilidad. Algunos
autores enfatizan ciertos elementos que la definen como una propiedad (Juan Rial,
1987)), cualidad (Angel Flisfish,1987; Xavier Arbós y Salvador Giner, 1993) o un
estado (Comisión Trilateral: Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watahuki, 1975)
de la relación del gobierno.

El pensamiento político, desde su orígenes, se ha desarrollado alrededor de dos


concepciones opuestas: la primera, ligada a la esfera ética, tiene como guía la nación de
justicia y destaca la conexión necesaria entre legitimidad y ejercicio del poder
concentrando su atención en la calidad de la acción gubernamental; la segunda, ligada a
la esfera de la eficacia, en donde el ejercicio del poder debe tener la capacidad para
alcanzar objetivos al menor costo posible, por lo tanto, en este caso, la gobernabilidad
es una propiedad del sistema político. Junto a estas dos acepciones, surge una tercera
intermedia, que se ha guiado por el antiguo problema del orden político: la estabilidad.
Un sistema político será más gobernable mientras tenga más capacidad de adaptación y
mayor flexibilidad institucional respecto de los cambios de su entorno nacional e
internacional, económico, social y político.

Ya que se tienen consideradas las tres acepciones, es más fácil proponer una definición
más delimitada de gobernabilidad: “estado o grado de equilibrio dinámico entre
demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental”. Esta definición articula los
tres principios (eficacia, legitimidad y estabilidad), asimismo permite ubicar a la
gobernabilidad en el plano de relación entre sistema político y sociedad, sin excluir a
ninguno de la relación de gobierno, por lo tanto, “la eficacia gubernamental y
legitimidad social se combinan en un círculo virtuoso de gobernabilidad, garantizando
la estabilidad de los sistemas políticos; mientras que la ineficacia gubernamental para el
tratamiento de los problemas sociales y la erosión de la legitimidad política generan un
círculo vicioso que desembocará en situaciones inestables o de ingobernabilidad”.

Haciendo referencia a la definición de gobernabilidad, se deben considerar distintos


niveles o grados de respuestas gubernamentales y demandas sociales:

 Gobernabilidad ideal: equilibrio puntual entre respuestas y demandas, es decir


nos referimos a una sociedad sin conflicto (Camou, (1995) se refiere a éste como
un nivel extremo en el que no existen ejemplos o en caso de que sí, no son
muchos, por lo que lo considera un caso límite o extremo)
 Gobernabilidad normal: equilibrio dinámico entre las demandas y respuestas,
donde las diferencias son aceptadas e integradas en el marco de la relación de
gobierno.
 Déficit de gobernabilidad: desequilibrio que amenaza la relación de gobierno y
puede presentarse en diversas esferas (política, económica...).
 Crisis de gobernabilidad: conjunción de desequilibrios inesperados o
intolerables.
 Ingobernabilidad: disolución de la relación de gobierno (según Camou, éste
también es un caso límite o extremo).

¿Qué significa fomentar una buena gobernabilidad?

No existe una respuesta única. Pero gran parte del debate reciente se ha centrado en qué
hace más efectivas a las instituciones y las normas, incluida la transparencia, la
participación, la capacidad de respuesta, la responsabilidad y la primacía de la ley.
Todos los factores son importantes para el desarrollo humano especialmente porque las
instituciones ineficaces suelen ser especialmente nocivas para las personas pobres y
vulnerables. Pero al igual que el desarrollo humano significa mucho más que el
crecimiento de la renta nacional, la gestión para el desarrollo humano significa mucho
más que instituciones y normas efectivas. Debe también ocuparse de si las instituciones
y las normas son justas, y si todos tienen voz en determinar cómo funcionan, por las
siguientes tres razones:
 La participación en las normas e instituciones que configuran la propia
comunidad es un derecho humano básico y forma parte del desarrollo humano.
 Una gobernabilidad más participativa puede resultar más efectiva. Cuando se
consulta a los ciudadanos locales acerca de la ubicación de una nueva clínica de
salud, por ejemplo, hay más posibilidades de que se construya en el lugar
adecuado.
 Una gobernabilidad más participativa también puede ser más equitativa. Se sabe
mucho acerca de las políticas económicas y sociales que ayudan a erradicar la
pobreza y fomentar un crecimiento más compartido. Pero pocos países aplican
con firmeza dichas políticas, a menudo porque los posibles beneficiarios carecen
de poder político y sus intereses no están plenamente representados en las
decisiones políticas. La gestión para el desarrollo humano consiste, en parte, en
disponer de instituciones y normas eficaces que fomenten el desarrollo, haciendo
que los mercados funcionen y asegurando que los servicios públicos son dignos
de ese nombre. Pero también incluye la protección de los derechos humanos, la
promoción de una participación más amplia en las instituciones y en las normas
que afectan la vida de las personas, y logran resultados económicos y sociales
más equitativos. Por consiguiente, la gobernabilidad para el desarrollo humano
se refiere no sólo a resultados eficaces y equitativos sino también a procesos
justos. La gobernabilidad para el desarrollo humano debe ser democrática –
democrática en sustancia y forma– por el pueblo y para el pueblo. (Véase la
contribución especial de Aung San Suu Kyi, Premio Nobel).

GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA

El concepto de gobernabilidad democrática es un concepto complejo, desde luego que


alude no solo a la idea de estabilidad, sino que es algo más: se refiere al modo de ejercer
el poder, a su ejercicio democrático y no autoritario, y a la administración de un país
encaminada a propiciar su desarrollo humano y sostenible. Hoy día, como señalan los
analistas, el debate sobre la gobernabilidad democrática ocupa un lugar central en la
reflexión política que se relaciona con el perfeccionamiento de la funcionalidad de las
instituciones. Carlos Mateo Balmelli, en su ensayo sobre el tema, publicado por la
Fundación Konrad Adenauer, sostiene que “el fenómeno de la gobernabilidad no debe
ser reducido únicamente a los problemas de estabilidad política. Las políticas de
gobernabilidad apuntalan el esfuerzo colectivo al logro de un ambiente político estable.

Solamente en un escenario institucional previsible en lo jurídico y en lo político, es


factible realizar prácticas políticas que conduzcan al mejoramiento de la calidad de la
convivencia. La gobernabilidad, en una de sus dimensiones, consiste en crear las
condiciones para la acción del buen gobierno”.

GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA EN AMÉRICA LATINA

La delimitación conceptual del término “gobernabilidad” es necesaria ya que, marcado


por implicaciones pesimistas y a menudo conservadoras por las continuas crisis de
equilibrio dinámico entre demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental, el
término se presta a múltiples interpretaciones. El Diccionario de Política de Norberto
Bobbio y Matteucci, (1998) define el término de gobernabilidad como la relación de
gobierno es decir, la relación de gobernantes y gobernados, por lo tanto la relación
compleja entre los dos entes es lo que permite hablar de gobernabilidad. Algunos
autores enfatizan ciertos elementos que la definen como una propiedad (Juan Rial,
1987)), cualidad (Angel Flisfish,1987; Xavier Arbós y Salvador Giner, 1993) o un
estado (Comisión Trilateral: Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watahuki, 1975)
de la relación del gobierno.

El pensamiento político, desde su orígenes, se ha desarrollado alrededor de dos


concepciones opuestas: la primera, ligada a la esfera ética, tiene como guía la nación de
justicia y destaca la conexión necesaria entre legitimidad y ejercicio del poder
concentrando su atención en la calidad de la acción gubernamental; la segunda, ligada a
la esfera de la eficacia, en donde el ejercicio del poder debe tener la capacidad para
alcanzar objetivos al menor costo posible, por lo tanto, en este caso, la gobernabilidad
es una propiedad del sistema político. Junto a estas dos acepciones, surge una tercera
intermedia, que se ha guiado por el antiguo problema del orden político: la estabilidad.
Un sistema político será más gobernable mientras tenga más capacidad de adaptación y
mayor flexibilidad institucional respecto de los cambios de su entorno nacional e
internacional, económico, social y político.

Ya que se tienen consideradas las tres acepciones, es más fácil proponer una definición
más delimitada de gobernabilidad: “estado o grado de equilibrio dinámico entre
demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental”. Esta definición articula los
tres principios (eficacia, legitimidad y estabilidad), asimismo permite ubicar a la
gobernabilidad en el plano de relación entre sistema político y sociedad, sin excluir a
ninguno de la relación de gobierno, por lo tanto, “la eficacia gubernamental y
legitimidad social se combinan en un círculo virtuoso de gobernabilidad, garantizando
la estabilidad de los sistemas políticos; mientras que la ineficacia gubernamental para el
tratamiento de los problemas sociales y la erosión de la legitimidad política generan un
círculo vicioso que desembocará en situaciones inestables o de ingobernabilidad”.

Haciendo referencia a la definición de gobernabilidad, se deben considerar distintos


niveles o grados de respuestas gubernamentales y demandas sociales:

 Gobernabilidad ideal: equilibrio puntual entre respuestas y demandas, es decir,


nos referimos a una sociedad sin conflicto (Camou, (1995) se refiere a éste como
un nivel extremo en el que no existen ejemplos o en caso de que sí, no son
muchos, por lo que lo considera un caso límite o extremo)
 Gobernabilidad normal: equilibrio dinámico entre las demandas y respuestas,
donde las diferencias son aceptadas e integradas en el marco de la relación de
gobierno.
 Déficit de gobernabilidad: desequilibrio que amenaza la relación de gobierno y
puede presentarse en diversas esferas (política, económica...).
 Crisis de gobernabilidad: conjunción de desequilibrios inesperados o
intolerables.
 Ingobernabilidad: disolución de la relación de gobierno (según Camou, éste
también es un caso límite o extremo)

Los niveles clave que requieren mayor análisis son el déficit de gobernabilidad y la
crisis de gobernabilidad. Los problemas en estos niveles surgen, normalmente, en las
áreas comunes de acción de los sistemas políticos: mantenimiento del orden y la ley, la
capacidad del gobierno para desarrollar una gestión eficaz de la economía, la capacidad
del gobierno para promover el bienestar social y el control del orden político y la
estabilidad institucional. Las cuatro áreas están muy vinculadas entre sí, y nos permiten
delinear un mapa de las condiciones de gobernabilidad de un país. Dependerá de
circunstancias específicas el que un déficit de gobernabilidad en una o varias áreas se
convierta en el detonante de una crisis de gobernabilidad.
Al hacer un análisis de la gobernabilidad, es necesario tomar en cuenta la relación que
este término tiene con la democracia. La democracia es una forma de gobierno y la
gobernabilidad es un estado, cualidad o propiedad que nos indica el grado de gobiernos
que se ejerce en una sociedad. Por lo tanto, puede existir una democracia (como forma
de gobierno), y no por eso va a existir un gobierno democrático. La compleja relación
entre gobernabilidad y democracia ha sido juzgada, tanto en términos positivos como en
negativos. En cuanto a los positivos, siempre se destaca que la vigencia de las reglas
democráticas aumenta las posibilidades de alcanzar una adecuada gobernabilidad, y en
cuanto a los negativos, Bobbio (1984) critica que, bajo un régimen democrático, la
expresión del conflicto de las sociedades es más fácil de manifestar, y que, de no
resolverse favorablemente el conflicto, éste obstaculizaría la legitimidad del gobierno.
Bobbio también critica el problema de la distribución del poder, que a veces merma los
procesos de toma de decisiones de las demandas, postergándolas y a veces evitando su
aplicación. En la América Latina de hoy, vivir en democracia no es solamente un
derecho de cada hombre, sino un imperativo social. La democracia es el nuevo nombre
de la paz. El tema de gobernabilidad democrática es difícil de tratar, ya que podría ser el
núcleo central de la problemática referida a la consolidación de la democracia en
América Latina. La presencia de tensiones estructurales entre fuerzas y coacciones del
sistema social prevaleciente es una constante amenaza para la gobernabilidad, aun en
países que se han presentado como modelo clásico de democracia. La permanente
búsqueda de soluciones externas ha llegado a subestimar la importancia de encontrar
fórmulas internas que propicien resultados de crecimiento, modernización, desarrollo
social, Estado nacional, democracia, cultura y ciencias autónomas, por lo que se podría
deducir que los países latinoamericanos han carecido de la visión de una revolución
democrática, de la formación de una sociedad civil, del principio de ciudadanía y del
estado de derecho; lo que ha dirigido a un Estado pendular en el que abundan las
oleadas de movimientos de inclusión y exclusión, ascensos y desbordes, recuperaciones
y regresiones.

“La historia política de América Latina recuerda el mito griego de la roca de Sisifo,
empujada penosamente hasta las cercanías de la cima para volver a caer al pie de la
montaña, en una interminable repetición compulsiva de la misma pesadilla.” Desde
1945 la nueva división del trabajo y la Tercera Revolución Industrial y Tecnológica han
tendido a la reconcentración, reclasificación y la marginalización a favor de minorías
relativamente reducidas. La constante contradicción entre estas tendencias ha evitado la
consolidación de una u otra, contribuyendo a una proliferación de tendencias políticas e
ideológicas, la formación de organizaciones y partidos y una amplia gama de tensiones
de difícil superación. A ello se debe agregar el proceso de poner en funcionamiento la
transnacionalización, la reasignación de papeles productivos y el nuevo mercado
financiero mundial, que, con la debilidad democrática del Estado, estos factores, sólo
apuntan a una desvalorización y desvanecimiento de la soberanía, integridad, identidad
y existencia misma de la nación. Se da así una tendencia a la deslegitimación de
cualquier régimen político y cualquier forma de Estado: marginalización económica
(retiro de la economía formal a la economía informal) y marginalización social (retiro
de la participación en las formas habituales y despolitización).

Como dice Torres-Rivas en Las aporías de la democracia al final del siglo, la


posmodernidad6 es profética, ya que percibe que vamos en dirección de construir otro
gran sistema histórico, porque el actual, el moderno sistema mundial, está llegando a su
fin, y como grandes ejemplos están los casos de Bolivia, Argentina, Venezuela y
Colombia que han empezado una tendencia de crisis de gobernabilidad en
Latinoamérica, problema que se tiene que atacar para asegurar la legitimidad de los
gobiernos democráticos en América Latina. Herederos de la tradición de Europa
occidental en el siglo XVIII, los países latinoamericanos hemos aprendido dos
connotaciones claves del sentido profundo de la modernidad: formación de mercados y
revoluciones ideológicas aspirantes a una soberanía que ofrezca igualdad de
oportunidades, democracia política y un Estado democrático.

El problema de la gobernabilidad se torna aún más apremiante, pues afecta tanto la


situación interna como el posicionamiento externo del país. La transnacionalización
acorta las distancias, ya que existe una mayor interacción y también mayores ataduras
que restringen el campo de acción política y generan continuidad, sin embargo esta
transnacionalización conduce a procesos de segmentación que incrementan las
distancias en el interior de cada sociedad.

Tal indeterminación hace difícil delimitar la esfera política de la no política, lo que


conlleva a un conflicto e inseguridad del valor de la política como conductora del
Estado. La relación del pasado, presente y futuro mediante la cual estructuramos el
acontecer como un proceso histórico se debilita por la descomposición de la
temporalidad y la presencia de un presente omnipresente: la memoria histórica se
volatiliza y el futuro mismo se desvanece. Cuando la nación del futuro se vuelve
insignificante, la política pierde la tensión entre duración e innovación, en lugar de
formular y decidir las metas sociales, la actividad política, corre tras los hechos y apenas
logra reaccionar frente a los desafíos externos.

En los últimos años ciertos países de Latinoamérica han encontrado la forma de


derrocar a sus mandatarios cuando no satisfacen sus aspiraciones, lo que ha conducido a
la deslegitimación de los gobiernos y al cuestionamiento de la consolidación
democrática y la gobernabilidad. Debido a las distintas crisis que se han desarrollado a
través del tiempo, muchos teóricos han analizado las distintas formas de gobierno que
existen para su posible aplicación, sin embargo, han llegado a la conclusión de que el
presidencialismo es la mejor forma de gobierno aplicable en América Latina. El
problema es el tipo de presidencialismo que predomina en los países latinoamericanos
que se caracteriza por la elección popular del presidente, hegemonía del Ejecutivo en el
mecanismo de toma de decisiones y omnipresencia, real o simbólica, del liderazgo
presidencial en la vida política y social del país. Este tipo de democracia conduce al país
a un desequilibrio ya que el Ejecutivo domina sobre el Congreso y éste no funge con las
facultades normativas que se la han atribuido con los cargos. Pero en algunos países, ése
ya no es el caso, ya que existe una impotencia presidencial en donde grupos fácticos
dentro o fuera del congreso obstaculizan al Ejecutivo el llevar a cabo su política
gubernamental como es el caso de Gonzalo Sánchez de Lozada , ahora ex presidente de
Bolivia.

Las más grandes deficiencias del presidencialismo actual en América Latina son:

 El sistema presidencial incentiva acuerdos electorales y no acuerdos de gobierno


ya que la relación presidente/congreso puede llevar a que en la práctica ambos
poderes se confundan en el predominio de un partido , un liderazgo, o bien
compitan por la concreción legislativa de sus propuestas.
 La legitimidad autónoma del cargo presidencial impone un orden de separación
automática de poderes, las amplias facultades los cargos conllevan a un
desequilibrio entre los órganos del Estado, la división de poderes genera
conflictos, esta división, representa la interdependencia por coordinación de los
poderes, lo que genera conflictos de hegemonía entre los poderes y por ende
problemas de gobernabilidad.
 La combinación de presidencialismo con multipartidismo dificulta el
funcionamiento eficaz de la democracia ya que en esta forma de gobierno es
difícil la formación de coaliciones.
 Los aparatos burocráticos son muy ineficientes desde el momentos en que los
nombramientos son por filiación política y no cualificación técnica, hasta por la
Reconociendo la importancia conceptual de “gobernabilidad” y de los avances y
problemas que ella implica, la noción de gobernabilidad está asociada a una
capacidad mínima de gestión eficaz y eficiente. Suponiendo además la cualidad
democrática del gobierno por el logro del consenso societal en la formulación de
políticas y la resolución de problemas con miras a avanzar en el desarrollo
económico y la integración social; eleva la calidad del gobierno por medio del
incremento de la capacidad de autogobierno de la propia sociedad. Hay que dar
un salto que permita ir más allá de la necesidad de administrar en forma eficiente
el orden establecido, lograr que el desarrollo y la modernización como el
mercado, el cambio técnico y la competitividad empaten en dirección de los
fines de la democracia, que implica la ciudadanía, igualdad de oportunidades y
cohesión social, con equidad, justicia y libertad. Es necesario que la libertad
triunfe sobre la necesidad y la preocupación no sea el poder sino el bienestar y
para ello es sumamente importante la reconfiguración de ciertos elementos:
 Orden público: hacer cumplir la ley y hacer acatar las leyes gubernamentales,
ejerciendo un control ciudadano.
 Capacidad del gobierno de gestionar eficazmente la economía y la promoción
del bienestar social en la cual aparecen dos desafíos cruciales: la lucha contra la
pobreza y la vinculación con la ciudadanía con demandas muy diferenciadas por
lo que aumentar las políticas sociales es fundamental.
 Fortalecimiento de las instituciones de liderazgo político. Para que esto suceda,
se necesita aplicar una reforma general de administración pública, sobre todo en
el campo de decisión y operación regional y local.
 Revigorización de los partidos políticos: que no representen sus propios
intereses y que se conviertan en el reflejo y agregación de intereses de grandes
fuerzas sociales. También es necesario diversificar los fondos de financiamiento
de los partidos para evitar que sean monopolizados por intereses económicos.
 Re funcionalización de mecanismos de representación: conformar
organizaciones partidarias sólidas que eviten la dispersión electoral y mayorías
legislativas que superen los peligros de una excesiva fragmentación.
 Diseños institucionales: descentralización del poder presidencial, reforzamiento
del Parlamento, equilibrio Inter orgánico, legitimidad equilibrada y mayor
flexibilidad en las crisis políticas. Los tiempos actuales están marcados por la
convergencia y simultaneidad de numerosos fenómenos, pero también era así en
el siglo XIX. Después de este análisis podemos concluir que antes de
preocuparnos por la gobernabilidad, tenemos que asegurar la consolidación del
Estado-nación moderno y de la democracia. Los conflictos que se han
presentado a lo largo del tiempo en América Latina han demostrado que estas
consolidaciones no fueron exitosas, ya que al tomarse como modelo el sistema
democrático europeo, sin enraizarlo en las identidades nacionales, se crearon
conceptos universales que tal vez no obedecen a nuestra realidad debido a la
falta de códigos interpretativos mediante los cuales podamos estructurar y
ordenar la nueva realidad social.

PRESENTE Y FUTURO DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Cuatro décadas atrás, América Latina era el epicentro de lo que Samuel Huntington
denominó la tercera ola de la democratización. Lo anterior servía como referencia para
señalar el hecho de que, con pocos años de diferencia, gobiernos autoritarios habían
dejado el poder en varios de los países de la región y nuevos gobernantes habían
accedido a él como resultado de elecciones democráticas. Esta realidad contrastaba con
la situación que se vivía en la región desde los primeros años de la década de 1970,
cuando las dictaduras militares eran la norma, y la represión y la violación a los
derechos humanos se extendían por el continente. En gran medida debido a este
contraste, el regreso de la democracia se vivió como el final de una era que no volvería
y se depositaron muchas esperanzas en que este cambio político daría lugar a mejoras
sustantivas en la vida de los países latinoamericanos.

En la segunda década del siglo xxi, el panorama parece ser distinto y este espíritu
optimista ha desaparecido. En tiempos recientes hemos observado con preocupación
estallidos sociales en países tan diversos como Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Chile y
Colombia, seguidos de manera casi automática por una reacción represiva por parte del
gobierno. En el caso de Brasil, el descontento de una parte significativa de la población
con la clase política tradicional ha derivado en la elección de quien abiertamente ha
reivindicado al último gobierno militar en dicho país y se ha mofado de quienes
sufrieron la violación de sus derechos humanos en ese entonces. La situación en
Venezuela (país por décadas considerado una de las pocas democracias estables en la
región) ha derivado en la consolidación de un gobierno abiertamente autoritario, algo
similar a lo observado en Nicaragua. En El Salvador, el presidente Bukele se ha
presentado hace algunos días en el Parlamento, acompañado por militares y policías,
para intimar a los legisladores a sesionar y aprobar un proyecto enviado por el
Ejecutivo. El caso de Bolivia ha mostrado aspectos paradigmáticos de crisis de la
democracia en la región, en tanto que el presidente Morales decidió renunciar a partir de
la “sugerencia” en ese sentido expresada por el jefe del ejército, después de días de
movilización de diversos sectores de la población que protestaban contra la decisión del
entonces presidente de forzar una tercera reelección en el cargo y ante evidencias de
manipulación de los resultados de los comicios con el objetivo de ser declarado ganador
en la primera vuelta de las elecciones.

En este panorama general, países como Argentina, México y Uruguay aparecen como
ejemplos en los que la dinámica política transcurre bajo cierta normalidad, aunque en
los tres casos la polarización atraviesa a la ciudadanía de manera profunda. A partir de
lo anterior, se ha vuelto a poner sobre la mesa el debate acerca del futuro de la
democracia en el continente, en un contexto global en el que sectores importantes de la
población parecen no tener resquemores al cuestionar algunos de sus preceptos básicos
(como la división de poderes, el respeto a las minorías o los derechos civiles y
políticos). Si bien no es posible ensayar una respuesta concluyente acerca de las causas
de esta situación en América Latina, creo importante señalar una serie de tendencias que
deberían preocuparnos, para pensar en lo que viene.

Una primera tendencia es la caída del apoyo de la ciudadanía a la democracia y la alta


insatisfacción con su desempeño. Los datos revelados de manera sistemática por
estudios de opinión pública muestran que, durante los últimos cuatro o cinco años, el
porcentaje de la población latinoamericana que dice preferir la democracia sobre
cualquier otra forma de gobierno ha tendido a caer de manera sostenida, registrando los
valores más bajos desde que comenzaron a realizarse estas mediciones. Según el
Informe 2018 del Latinobarómetro (el último disponible), el porcentaje de los
encuestados que concuerdan con la consigna de que la democracia es la mejor forma de
gobierno se ubicó en ese año por primera vez por debajo de 50%. Si estos datos
agregados resultan preocupantes, cuando se miran con más detalle revelan una
importante heterogeneidad dentro de la región, lo que resulta pertinente para entender
las realidades particulares y el hecho de que en algunos casos esta situación es todavía
más dramática. En Brasil, por ejemplo, el porcentaje que en 2018 prefería la democracia
alcanzaba sólo 34%. El nivel de apoyo era incluso menor en países centroamericanos
como El Salvador y Guatemala, y similares en Honduras.

El complejo panorama que revelan estos datos cobra un carácter más crítico si se
consideran las cifras referidas a la satisfacción con el desempeño de las instituciones
democráticas. En este sentido, digno de notar es  que sólo 24% de los latinoamericanos
dicen sentirse satisfechos o algo satisfechos al respecto. Así pues, existe también una
amplia heterogeneidad dentro de la región, aunque se visualiza cierta correlación entre
el grado de satisfacción con el desempeño y la preferencia por la democracia como
forma de gobierno. De este modo, en donde los niveles de satisfacción son mayores, el
apoyo a la democracia aumenta.

Por otra parte, estos mismos estudios de opinión revelan una percepción negativa de la
ciudadanía con respecto a dos pilares centrales de la democracia representativa: los
partidos políticos y el Congreso. En términos agregados, sólo 13% de los
latinoamericanos manifiesta confiar en los partidos y 21%, en el Congreso. Esto resulta
importante para entender la consolidación de liderazgos antisistema que cuestionan a los
partidos tradicionales y se presentan como una nueva forma de canalización de las
demandas, así como los estallidos espontáneos e inorgánicos a través de los cuales los
reclamos emergen de manera directa en la escena política. Es imposible negar que los
propios partidos y legislaturas son en gran parte responsables del crecimiento de estas
opiniones. Los innumerables escándalos de corrupción en los que se han visto
involucrados políticos de las más diversas ideologías han servido para ampliar la
distancia y extender la visión de que gobiernan en su propio interés.

Respecto de un segundo tema, las últimas décadas han demostrado que la democracia
puede ser debilitada desde dentro por quienes llegaron a ocupar posiciones de poder
mediante elecciones populares y operando de maneras que no necesariamente se
contradicen con los marcos normativos establecidos. Ésta es sin duda una enseñanza
importante que ha dejado la experiencia latinoamericana y que es necesario considerar
para superar la visión preponderante en los orígenes de la tercera ola, en el sentido de
que las mayores —y únicas— amenazas a las instituciones democráticas se encontraban
en actores externos (principalmente las fuerzas armadas) que podían poner en cuestión
el sistema, actuando por fuera de los mandatos constitucionales.

En los últimos años, presidentes (de derecha y de izquierda) que llegaron a sus cargos
por vía de las urnas han utilizado diversos instrumentos para concentrar poder en su
figura y extender sus influencias sobre organismos (como las Cortes Supremas o los
tribunales electorales) que se supone que gozan de cierta autonomía y que deben usarla
para ejercer un contrapeso hacia el Ejecutivo. En los casos más extremos, esta
influencia presidencial ha sido utilizada para hostigar o perseguir a la oposición
partidaria y social, avasallando en muchos casos el debido proceso y las garantías
constitucionales. Paradójicamente, esta centralización del poder se ha logrado, en
muchos casos, utilizando instrumentos reconocidos por las leyes o la Constitución, y en
nombre de la necesidad de profundizar la participación popular en la toma de
decisiones. No menos relevante es el hecho de que, en diversas ocasiones, las fuerzas de
oposición también han invocado cláusulas constitucionales para remover a los titulares
del Ejecutivo antes de la finalización de sus mandatos, entendiendo de manera
“flexible” el espíritu de esos propios preceptos legales. En un clima de profunda
polarización política, los diferentes actores parecen haber asumido que en algunas
situaciones el objetivo de neutralizar al adversario justifica forzar de manera sutil el
espíritu de las normas sobre las que se asienta el sistema democrático, lo que sin duda
erosiona el andamiaje sobre el que debe funcionar una democracia plena.

Un tercer punto hace referencia a que las fuerzas armadas han vuelto a tener un rol
relevante en el escenario político de varios países de la región, aunque de manera
diferente a lo que fue la regla durante buena parte del siglo xx. Si durante ese período
los militares intervenían en la dinámica política desplazando por la fuerza a gobernantes
electos democráticamente y asumiendo ellos mismos la conducción de los asuntos
públicos (con gran dosis de violencia y represión), en la actualidad su imbricación en la
vida política parece más sutil, pero no menos sustantiva. En casos como Venezuela o
Brasil existe una participación directa de los militares en el gobierno, ocupando puestos
clave en la administración y asumiendo responsabilidades relevantes en ciertas tareas
del Estado. En otros, como en México, las fuerzas armadas han sido involucradas en
tareas de seguridad interior ante el avance del crimen organizado y más recientemente
se les han asignado funciones en tareas anteriormente en manos de civiles (como la
construcción de un nuevo aeropuerto internacional en la Ciudad de México).

El poder y presencia de los militares en la vida política latinoamericana ha quedado en


evidencia en algunas de las “coyunturas críticas” que han atravesado diferentes países
de la región, dejando en claro que las fuerzas armadas siguen en muchos casos siendo el
fiel de la balanza en contextos de convulsión. Así, en el marco de los estallidos
registrados en Chile o Ecuador, se encolumnaron decididamente detrás de los
presidentes, asumiendo incluso un rol sustantivo en la represión. Ante una situación
similar en Bolivia, por lo contrario, la “sugerencia” de que Evo Morales dejara el poder
resultó clave para que el ahora expresidente decidiera abandonar el país. En el caso de
Brasil, las declaraciones de diversos altos mandos militares oponiéndose a la liberación
de Lula en un escenario en el que la Suprema Corte debía confirmar o revocar la prisión
del expresidente (y potencialmente abrir la puerta para que pudiese volver a ser
candidato) revivieron el miedo de que pudiesen incluso tomar el poder. La reciente
irrupción del presidente salvadoreño Nayib Bukele en el Parlamento de dicho país,
acompañado por un grupo de militares con el objetivo de forzar a los legisladores a
aprobar una iniciativa del Ejecutivo, refuerza esta idea de que los fantasmas del pasado
siguen vivos.

Un último elemento, que además aparece como telón de fondo de las dinámicas
analizadas anteriormente, se refiere a la creciente polarización de la vida política en la
mayoría de los países latinoamericanos. En los hechos, esto se traduce en que tanto los
actores políticos como los ciudadanos tienden a pensarse como parte de dos campos
opuestos que se disputan el poder y que incluso perciben a los miembros y las ideas del
otro campo como una amenaza para su propia existencia. Reflejo de lo anterior es que
uno de los polos tiende a pensar su identidad en gran medida por los atributos que lo
oponen a los de sus adversarios. Así, la política de diversos países se ha estructurado en
los últimos años a partir de esta división binomial (kirchnerismo-antikirchnerismo;
petismo-antipetismo; correísmo-anticorreísmo; chavismo-antichavismo) que genera una
“grieta”, término acuñado por un periodista argentino para describir la situación. Esto ha
tenido efectos concretos en la vida cotidiana de los latinoamericanos, multiplicándose
las anécdotas de amigos de años que dejan de hablarse por sus diferencias políticas,
familias que deciden suspender sus comidas regulares por los mismos motivos y feroces
peleas en las redes sociales.
Sin embargo, los efectos más perversos de la polarización se expresan en el marco de la
dinámica política, no sólo restringiendo el diálogo y la negociación entre las diferentes
fuerzas, elementos centrales en cualquier democracia representativa, sino generando en
los polos opuestos incentivos para usar las herramientas que estén a su alcance a fin de
perjudicar al adversario, aun a costa de que esto erosione las propias instituciones
democráticas. En muchos casos han sido las propias élites políticas las que han buscado
exacerbar la polarización para intentar cohesionar el bando propio o convertirse en la
vanguardia de los sentimientos “anti”.

Todo lo anterior sirve para entender la complejidad de la situación que enfrenta la


democracia en América Latina, algo que, no obstante, no es exclusivo de la región. De
hecho, varias de las tendencias anteriormente señaladas pueden observarse en otras
partes del mundo.

Pensando a futuro, es importante resaltar que lo anterior se combina con factores


estructurales que, si bien operan fuera del sistema político, tienen efectos indudables en
el mismo y animan el sentimiento de ciertos sectores de la ciudadanía en favor de
renunciar a ciertas libertades o al ejercicio de derechos si esto sirve para que el Estado
entregue mejores resultados. Dos de estos factores estructurales me parecen dignos de
destacar, a pesar de que obviamente existen otros relevantes. Por un lado, el legado de
desigualdad y limitado desarrollo económico que sigue definiendo a la región, a pesar
de las mejoras observadas en varios países como resultado del superciclo de las
mercancías. Por el otro, la creciente violencia que inunda a diferentes regiones del
continente como resultado de la consolidación de redes transnacionales de crimen
organizado y los niveles históricamente altos de impunidad que han definido a los
países latinoamericanos.

La enseñanza de estas últimas décadas quizá sea que la construcción de las democracias
realmente existentes es una tarea más ardua que lo que se pensaba, y los frutos son
menos sencillos de cosechar. Sin embargo, una rápida mirada al pasado debe servirnos
para convencernos de que los latinoamericanos debemos seguir apostando por un futuro
democrático.
CONCLUSIÓN
Lo que vemos es un tremendo debate por el futuro aco siente y cuando hablamos de un
futuro incertidumbre también hablamos de un futuro que queremos dejar a nuestros
hijos.

Una mirada al lenguaje académico, político y de la opinión pública de principios de los


años 80 del siglo XX mostraría que la gobernabilidad democrática era apenas una idea
que se asomaba en ciertos aspectos centrados en la construcción de las nuevas
instituciones para la democracia. La gobernabilidad estaba anclada, todavía para esos
años, en la esfera del sistema político. Los subsecuentes procesos que se entrecruzaron
con la dinámica de la democratización en la región, fue ensanchando el discurso al
respecto. Para los años 90, la preocupación creciente se centraba todavía en “los
síntomas de las dificultades para gobernar” que estaban y podían originarse en “la
brecha –y luego en la frustración- entre las demandas, pretensiones de los electores y las
capacidades de los gobiernos”Apenas terminado uno de los últimos procesos de
transición, el chileno, después del plebiscito de 1988 y las primeras elecciones en 1989,
se leía: “Un continente sin una sola dictadura, extraño privilegio en la azarosa vida
política de la América Latina, constituye el marco adecuado para una reflexión
académica sobre los problemas y perspectivas de la gobernabilidad contemporánea en la
región”. La idea de un extraño privilegio exalta la novedad de lo que significaba para
esos años que la democracia “por fin” se hubiera implantado en la región. Las
reflexiones de la época se centraban en los dilemas de la búsqueda de la estabilidad de
los sistemas democráticos en un contexto, como se ha señalado, de crecientes demandas
de la sociedad hacia la democracia misma. Inicialmente fue el entusiasmo de la
transición lo que generó que la idea de gobernabilidad se fuese trasladando a la esfera
de las políticas públicas y los procesos económicos, pero el poco éxito de las políticas
de ajuste y luego de post-ajuste estructural insertaron el debate de la gobernabilidad
democrática en arenas más amplias. Quizá ese ensanchamiento de la idea de
gobernabilidad se debe a la constante búsqueda de las respuestas a las demandas que las
sociedades van imponiendo a los gobiernos democráticamente electos. No por
casualidad, en la misma dinámica de la democracia, en las etapas electorales, son los
candidatos a los puestos de elección popular lo que en gran parte han ensanchado la
dimensión de lo que pudiera lograr la gobernabilidad democrática. Los problemas de
AL están en estrecha relación con el contexto internacional y con las dinámicas sociales
y políticas internas de cada país, pero comparten raíces históricas. Los cuatro ejes
discursivos reseñados en los apartados anteriores son una muestra de que el debate de la
gobernabilidad en la región es un asunto de horizontes inmediatos, más allá de las
cuestiones que puedan aducir que la democracia es un sistema que perpetua el sistema
capitalista y por lo tanto contiene dilemas intrínsecos imposibles de resolver si ir en
contra de sus fundamentos.
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