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Educación popular:

“Instrucción no es lo mismo que educación, sin embargo, no puede existir una buena educación sin
instrucción”. Como lo menciona José Martí en su ensayo, para que exista una buena educación se debe
de instruir apropiadamente a la persona pues, al proporcionársele las habilidades y conocimientos
adecuados, esta podrá tomar estas bases para el aprendizaje y la construcción de sus conocimientos.
El segundo punto que menciona el autor de este texto es sobre la educación pública, y tal cual se
menciona, esta es justo lo que su nombre indica, la educación para la población en general. No porque
una institución educativa sea pública significa que sus enseñanzas sean menores u inferiores a las que se
brindan en una privada, lo mismo para esta última. La educación es la base de toda sociedad y, ya sean
de bajos recursos o no, todas las personas tienen el derecho a educarse y, por tanto, tienen el derecho de
tener una educación de calidad.
El saber es lo más valioso que ser humano puede tener, y cito al autor en este caso: “un rico necesita de
sus monedas para vivir, y pueden perdérsele, y ya no tiene modos de vida. Un hombre instruido vive de
su ciencia, y como la lleva en sí, no se le pierde, y su existencia es fácil y segura”, y cuánta razón ha de
tener; los conocimientos y saberes obtengamos nos serán de utilidad, no solo en la formación académica,
sino que también en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo, e incluso en la administración del hogar.
Para que se forme una sociedad armoniosa, se necesita primero una sociedad instruida. No es más que
educar para educar.
Y, en cuanto a esto, José Martí no se equivoca al decir que “un pueblo de hombres educados será
siempre un pueblo de hombres libres”, pues toda persona con plena conciencia las normas que debe
seguir como integrante de una sociedad no ha de padecer de injusticias, pues quien se conoce a sí mismo
—tanto sus fortalezas como debilidades— conoce sus deberes y derechos como persona.
Carta de José Martí sobre la educación:
Martí plantea al inicio de esta carta dos preguntas para reflexionar: ¿Cómo leer, si no se le inculca el
amor, sino se muestra la utilidad y delicia de la lectura? ¿y cómo escribir, cuando no se despierta la
imaginación de los niños y, en su lugar, se les enseña a contar y memorizar?, no es de extrañar que, no
solo los infantes, sino que la juventud en general, no encuentre disfrute en la lectura, pues se les ha
sofocado la cabeza de conocimientos vanos en lugar de mostrarles aquello que les enriquezca y los incite
a querer aprender y expandir su mundo. Y grande es la pérdida, no solo para ellos mismos, sino para
toda la humanidad, puesto que, al limitarlos con números y definiciones innecesarias, también limitan el
desarrollo e innovaciones que estos pudieran llegar a realizar. ¿Y de qué sirvió enseñar de álgebra o
biología, cuando al final, más que enseñar, apenas se “educó” a los jóvenes para saciar —de forma
superficial— la ausencia de aquello esencial para existir en sociedad?
No solo se trata de educar frívolamente, simplemente para cumplir con una agenda, sino de dejar
verdaderos aprendizajes que sean útiles y que puedan ser implementados día a día, dar una enseñanza
que despierte la pasión del niño por saber y que no solo se quede en el conocer. Para ello —y como
explica el autor de este escrito—, se necesita eliminar este sistema de números y letras sin trascendencia
y reemplazarlos por aquellos saberes que estimulen su sed de cultivarse a sí mismos, que los lleve a
buscar entender el funcionamiento del mundo y todo en lo que en él rige.
Sin duda alguna, y en completa concordancia con este ensayista, lo que necesita el sistema de educación
es “ser reconstruirlo de manera que no apague al hombre, y surja al sol todo el oro de su naturaleza”.

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