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Etapas de la adultez
La adultez media en cambio es la meseta de la vida humana, que oscila entre los
40 y 65 años de vida. Se la conoce también como “segunda adultez” y es una
etapa vital marcada por la autorrealización y una gran productividad en
términos intelectuales (y/o científicos, filosóficos o artísticos), dado que el
bagaje cultural adquirido en las etapas previas es suficiente para realizar
aportaciones significativas al mundo. En esta etapa se da también la llamada
“crisis de la edad media” en que el individuo se forja a sí mismo una nueva
inflexión de su personalidad, para hacer frente al declive en sus capacidades
físicas y sensoriales, que ya comienza a hacerse notorio, así como la aparición
de enfermedades tempranas. Esto suele ir de la mano de la persecución de
placeres más que la satisfacción de presiones sociales o
individuales, y en general se trata de una etapa de plena independencia, que
idealmente prepara al individuo para enfrentar la vejez.
Con el paso de los años los órganos cambian de forma gradual y progresiva, con
una disminución de su función, es decir, una pérdida de la capacidad para
realizar su trabajo, y con una menor reserva para realizar sus atribuciones más
allá de las necesidades habituales, de manera que ante un evento estresante
(enfermedad, cambios en el medio ambiente o en el ritmo de vida, etcétera) el
organismo no puede dar respuesta a un aumento de las necesidades corporales.
Asimismo, la recuperación del equilibrio interno del organismo se hace más
difícil y requiere más tiempo.
Cambios psicosociales
Las personas mayores son un grupo heterogéneo; no existe una causa única que
explique por qué se envejece, sino un conjunto de factores interrelacionados.
Más allá de las pérdidas biológicas, la vejez con frecuencia conlleva otros
cambios psicosociales importantes: la modificación de roles y posiciones
sociales, la pérdida de relaciones estrechas, la práctica y el uso de nuevas
tecnologías y una manera diferente de realizar las tareas que puede compensar
la pérdida de algunas habilidades.
Problemas de vivienda.
Aislamiento social.
1. Ejercicio físico
El ejercicio físico reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares,
hipertensión arterial, obesidad, diabetes, osteoporosis y demencia. Favorece la
independencia funcional y mejora la calidad de vida.
2. Alimentación adecuada
Una dieta rica en fibras y baja en grasas saturadas disminuye el riesgo de
enfermedades cardiovasculares y mortalidad.
5. Control clínico
Ciertas patologías como la hipertensión arterial, diabetes y colesterol alto
tienden a no dar síntomas y aumentan el riesgo de enfermedades coronarias y
cerebrovasculares. Su detección precoz y adecuado tratamiento disminuyen el
riesgo.
6. Vacunación
La vacuna antigripal reduce las tasas de complicación y mortalidad por
influenza estacional. Además, vacuna antineumocóccica reduce la enfermedad
invasiva por el neumococo. Por último, la vacuna doble para adultos previene la
enfermedad por tétanos y difteria.