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“Con el establecimiento de una buena relación inicial con el mundo de las habilidades y las
herramientas y con el advenimiento de la pubertad, la infancia propiamente dicha llega a su fin. La
juventud comienza. Pero en la pubertad y la adolescencia todas las mismidades y continuidades en
las que se confiaba previamente vuelven a ponerse hasta cierto punto en duda, debido a una
rapidez del crecimiento corporal que iguala a la de la temprana infancia, y a causa del nuevo
agregado de la madurez genital. Los jóvenes que crecen y se desarrollan, enfrentados con esta
revolución fisiológica en su interior, y con tareas adultas tangibles que los aguardan, se preocupan
ahora fundamentalmente por lo que parecen ser ante los ojos de los demás en comparación con lo
que ellos mismos sienten que son, y por el problema relativo a relacionar los roles y las aptitudes
cultivadas previamente con los prototipos ocupacionales del momento. En su búsqueda de un
nuevo sentimiento de continuidad y mismidad, los adolescentes deben volver a librar muchas de
las batallas de los años anteriores (...)”. El peligro de esta etapa es la confusión de rol, y la decisión
sobre su identidad ocupacional es una de las principales fuentes de esta confusión. Por eso
aparecen con tanta frecuencia fenómenos de sobreidentificación con ciertos ídolos que, lejos de
orientar a los adolescentes en esta elección, debilitan sus motivaciones: de ahí ciertos argumentos
recurrentes como para qué estudiar si el ídolo no lo hizo, o para qué trabajar si el trabajo no
asegura bienestar económico. Otro fenómeno asociado a la confusión de rol es la intolerancia, que
resulta ser una defensa contra el sentimiento de confusión sobre la propia identidad.
La mente adolescente es, según Erikson, aristocrática (reconocen sólo a los mejores, sobre todo si
de adultos se trata) e ideológica (construyen una visión idealizada de lo que debería ser la
sociedad y el mundo adulto). Justamente por esto, “para no caer en el cinismo o la apatía, los
jóvenes deben ser capaces de convencerse de que quienes triunfan en su mundo adulto
anticipado tienen la obligación de ser los mejores.”
Se refiere a la pubertad y adolescencia, alrededor de los doce hasta los veinte años, etapa en que
la "búsqueda de la identidad" alcanza su punto crítico ya que en este periodo hay muchos cambios
significativos en toda la persona, especialmente en el ego. La identidad se refiere a una integración
de papeles. En las sociedades occidentales, generalmente la adolescencia es un periodo de
turbulencia y desorden en donde le cuesta trabajo definir sus papeles, así como al adulto le cuesta
trabajo entenderlo. Para Erikson, la identidad del ego es una continuidad o igualdad interna y la
incapacidad de lograr un sentido de identidad se denomina según el autor confusión de papeles.
La moratoria psicosocial es lo que Erikson menciona como el periodo intermedio entre la infancia y
la edad adulta, caracterizado a menudo por una combinación de inmadurez prolongada y
precocidad provocada. Es un cambio abrupto en la dirección de la conducta y se refiere a una
ruptura temporal con las demandas del curso psicológico de desarrollo. Por ejemplo, el joven que
cambia de opinión en el último momento antes de entrar a la universidad y opta mejor por
trabajar, se va de viaje o simplemente no hace nada. Estas conductas son una respuesta normal a
las tensiones y esfuerzos del crecimiento. Hay muchos adolescentes que al no poder desertar,
reaccionan diferentemente y comienzan a beber en exceso o ingerir drogas. Es importante
mencionar que el sentido total de identidad es un ideal que nadie alcanza completamente o para
siempre. La mayoría de las personas se acepta en unos aspectos de su vida y en otros, no. Todos
experimentamos tendencias divergentes dentro de nosotros mismos.
Erikson atribuye dos virtudes humanas muy importantes a la consecución de un sentido sano de
identidad: devoción y fidelidad. Sin un firme sentido de identidad la persona no puede ser leal a
nada ni nadie.
En esta etapa el ritualismo es ideología contra totalismo. Erikson relaciona la ritualización de este
periodo con la ideología, la cual se refiere a la identificación con los ritos y patrones de la cultura.
Esto significa que cuando el adolescente ha resuelto sus conflictos de ideología, es porque se ha
introducido a la cultura como adulto, ocupa una posición aceptada y observa reglas aprobadas por
los demás. La persona que ha alcanzado un sentido de identidad se compromete con una ideología
aceptada, un sistema de creencias y valores aprobado por su cultura. La vida está reglamentada
por esas creencias y valores.
El ritualismo de esta etapa es el totalismo, o sea, la preocupación exclusiva por lo que parece
incuestionablemente ideal dentro de un sistema hermético de ideas. La persona se encierra en un
sistema que ofrece una forma de vida ideal, como por ejemplo, una religión, un sistema
económico y político. Por lo tanto, la persona que sufre de confusión de papeles carece de una
ideología aceptada, enfatiza la consecución fanática de sus ideales y las respuestas absolutas a los
principales problemas de la vida. Cree que todo lo que sabe es siempre lo correcto