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SERGIO ETKIN

LENGUAJE Y COMUNICACIÓN

VOL. I INTERACCIONES SOCIALES, FORMACIONES


DISCURSIVAS, INTERDISCURSO

2016
CAPÍTULO 1

MODELO DE ADAM PARA EL ANÁLISIS DE LAS PRÁCTICAS


DISCURSIVAS

§ 1. El modelo lingüístico textual de Jean-Michel Adam

El modelo para el análisis de las prácticas discursivas propuesto desde el punto


de vista de una lingüística del texto por el suizo Jean-Michel Adam (2011) representa un
enfoque amplio en torno de los múltiples componentes que hacen del lenguaje una
realidad heterogénea. Por esta propiedad suya, permite organizar, de una manera
especialmente prolija, las observaciones que se necesite hacer sobre un texto que se
analice o comente detalladamente, dentro de un cuadro general que abarca desde los
aspectos histórico-sociales que lo contextualizan hasta sus condiciones propiamente
textuales, pasando por los fenómenos interdiscursivos que lo condicionan. Todos estos
niveles de análisis se caracterizan en este modelo por su índole sistemática, esto es, se
interrelacionan en forma coherente y se refuerzan unos a los otros para llegar a producir,
todos juntos, los efectos de sentido que podrán interpretarse en el texto en cuestión.
La categoría de práctica discursiva se vuelve, pues, en este modelo, englobadora
de los restantes factores que se postulan como básicos: a saber, una primera serie de
niveles de análisis de naturaleza discursiva, los que se estudian desde el punto de vista
del análisis del discurso, y una segunda serie de componentes que son propiamente
textuales, de los que se ocupa la lingüística del texto. En forma gráfica, el modelo
completo toma este aspecto:
NIVELES DE ANÁLISIS DEL DISCURSO

N2 N1
FORMACIÓN INTERACCIÓN ACCIONES
SOCIODISCURSIVA SOCIAL (Objetivos)

INTERDISCURSO (Lengua(s), Intertextos y Sistema de


géneros)
N3

TEXTO

TEXTURA ESTRUCTURA SEMÁNTICO ENUNCIACIÓN ACTOS DE


COMPOSICIONAL REPRESENTACIONAL HABLA
(proposiciones (responsabilidad
y períodos) (secuencias y planes (representación enunciativa y (Orientación
de texto) discursiva) coherencia argumentativa)
polifónica)

N4 N5 N6 N7 N8
NIVELES DE ANÁLISIS TEXTUAL

MODELO PARA EL ANÁLISIS DE LAS PRÁCTICAS DISCURSIVAS. ADAM (2011)

La noción general que sirve de punto de partida para este modelo, la idea de
práctica discursiva, proviene del análisis del discurso de línea francesa y enfatiza el
carácter de acción o praxis sobre el mundo socialmente determinada que todo discurso
posee. Como tal se concibe como dotada de una historicidad radical en cuyo trasfondo
operan reglas institucionales que la legitiman. Según Foucault (1969: 198), una práctica
discursiva no es ni una manifestación expresiva individual, ni la transmisión de
pensamientos propios, ni la competencia lingüística de un hablante que domina la
gramática de su lengua sino “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre
determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un
área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la
función enunciativa”.
El modelo parte de una interacción social, es decir, de un acto comunicativo que
no se interpreta como un ejercicio privado, sino como un episodio regular y
convencional dentro de la vida de una comunidad, en el sentido antropológico de ritual
comunicativo que, se entiende, no será necesariamente compartido por otros grupos
socioculturales, es decir, por otras comunidades discursivas. Este nivel de análisis nos
permite introducir información concerniente a las circunstancias generales que rodean
esa actividad, y al hablante y al destinatario reales de la comunicación, como personas
empírica y socialmente situadas que se influyen al entrar en contacto uno con el otro.
Por otra parte, alrededor del acto comunicativo giran otras acciones no verbales que lo
acompañan y refuerzan. En otras palabras, no se trata aún de un nivel enunciativo, es
decir, vinculado con los responsables del texto en tanto que voces que se construyen en
su interior y quedan en él como huellas de operaciones de enunciación, sino de los
participantes efectivos, concretos y reales del intercambio comunicativo en su carácter
de actores sociales.
El nivel de análisis inmediatamente vinculado con la interacción social,
numerado por Adam como nivel 1 (N 1), es el de sus acciones y objetivos. Las
interacciones se interpretan como actos sociales que pueden pensarse, como se hace
especialmente desde el enfoque de la pragmática lingüística, regidos por algunos
principios básicos, como el de empatía –el otro puede experimentar estados mentales
comparables con los míos, y él también lo sabe – y el de cooperación –en la
comunicación procuramos compartir una acción racional para la consecución de la cual
sus participantes están dispuestos a hacer cada uno el aporte que le corresponda–. Por lo
tanto, la actividad comunicativa consiste en actos racionales y voluntarios de sujetos
humanos que eligen participar de ella y, por lo tanto, supone la intención de alcanzar
determinados fines, tanto por parte del hablante como de su receptor. Como tal, está
conformada por una secuencia de actos específicos que se van sucediendo. Así, una
entrevista laboral, como interacción social, consta de distintos actos, cada uno de los
cuales responde a sus propios objetivos: saludarse, presentarse, formular preguntas, dar
respuestas, etc.
Desde otros enfoques sobre los usos sociales del lenguaje, estos actos
sociodiscursivos también pueden pensarse como encarnando las luchas de intereses y de
poder presentes en una sociedad determinada, o bien como eventos de habla
culturalmente determinados, como se hace desde el punto de vista de la etnografía del
habla y la comunicación.
La interacción social se encuadra dentro de una formación sociodiscursiva (N
2), que Adam entiende como un sistema de condicionamientos regulativos e ideológicos
que actúan en el marco de una determinada esfera práctica de la vida social, sometida a
distintas instancias de control institucional. La formación sociodiscursiva determina,
pues, por la esfera social en la que tiene lugar, un tipo de discurso: académico,
científico, político, literario, publicitario, etc. Dentro de ese marco, el sujeto hablante se
sitúa en un determinado posicionamiento ideológico, esto es, adscribe a un cierto
sistema de valores, que rivaliza con otros. En tercer lugar, distintas instancias
institucionales hacen que la participación de los hablantes en el evento comunicativo no
sea enteramente libre sino que se someta a las prescripciones socioculturales que
emanan de aquellas.
En tercer lugar, el nivel del interdiscurso (N 3) se concibe en este modelo como
los fenómenos de lenguaje que se sitúan en la intersección entre el texto propiamente
dicho y la comunidad discursiva dentro de la cual es producido. Comprende el conjunto
de discursos y medios para su puesta en práctica, siempre emanados de la formación
sociodiscursiva, con los que cuenta una sociedad en todos sus aspectos: textos, reglas
enunciativas, roles, géneros discursivos, incluso la variedad de lenguaje que se usa. Se
trata de una constelación de discursos que, a modo de memoria colectiva de todo lo que
se ha dicho en la historia de una comunidad, interactúan entre sí, es decir, que muestran
un incesante juego de remisiones y evocaciones que no tienen por qué estar claramente
configurados, como ocurre cuando se plasman bajo la forma de textos ajenos, que
constituyen los intertextos de aquel que estemos analizando. En su sentido más amplio,
comprende todo lo ya dicho y hasta los enunciados virtuales que serían esperables y lo
que no se puede decir. De acuerdo con Pêcheux, el interdiscurso puede concebirse como
conjunto estructurado de formaciones discursivas. Operan en el enunciado como
preconstruido, es decir, como las huellas de discursos anteriores, con frecuencia con una
fuerte carga de evidencia y de autoridad. Es sobre su trasfondo que un discurso aparece
y se mantiene.
Desde el punto de vista de Adam, al tiempo que los discursos interactúan toman
forma tres elementos de fundamental importancia para la interacción social, los cuales, a
la vez, imponen sus reglas al discurso y la comunicación: las variedades de lenguaje, los
géneros discursivos y los intertextos.
La lengua se considera, dentro del interdiscurso, en sus dos caras: como sistema
lingüístico relativamente homogéneo y en tanto que variedades de lenguaje que
representan las formas del sistema que se circunscriben a subcomunidades –geográficas,
etáreas, profesionales, etc.– dentro de la comunidad lingüística mayor.
Por su parte, la de géneros discursivos –también denominados clases de textos,
en otras teorías– es una categoría de análisis de la materia verbal de la comunicación
propuesta por el ruso Mijail Bajtín para dar cuenta del hecho de que los enunciados que
circulan en una esfera dada de comunicación, es decir, los mensajes que el sujeto
hablante efectivamente dirige a su(s) destinatario(s) no son nunca enteramente nuevos
sino que se insertan en una formación sociodiscursiva que les confiere estabilidad y
regularidad, por lo que se asemejan a otros textos del mismo tipo en todos sus aspectos,
esto es, en sus componentes tanto contextuales como textuales dentro del tipo de
interacción social en el que son producidos.
Por último, la intertextualidad se refiere a las relaciones que contrae el texto que
analicemos con cualquier otro texto al que retome o con el que entre en diálogo de
alguna manera. El concepto de transtextualidad, propuesto por Gerard Genette, recubre
adecuadamente los diferentes aspectos que puede tomar este fenómeno de remisión de
un texto a otro(s), e incluye las relaciones paratextuales, las citas, las alusiones, las
transposiciones, entre otros mecanismos.
Pasamos ahora al plano del análisis textual dentro del modelo, esto es, a los
elementos que se pueden hacer corresponder con el nivel de lo efectivamente dicho, de
la puesta en palabras o la verbalización elegida por un determinado hablante para su
producción escrita u oral.
Dentro del texto reconoce Adam, primero, el nivel de la textura (N 4), que se
refiere a la estructuración sintagmática del texto, a las interrelaciones de los signos en
sus combinaciones, desde sus relaciones morfosintácticas hasta los encadenamientos de
cohesión que organizan sus progresiones temáticas, es decir, el equilibrio entre la
información conocida ya instalada en el texto y su información nueva. Van Dijk (1997)
denomina microestructura a esta clase de enlaces locales que comprenden la estructura
de las oraciones, y las relaciones de conexión que las enlazan unas con otras. También
incluye Adam en esta categoría la distribución de la oración en períodos; y, en un nivel
cada vez más amplio de análisis, se consideran los mecanismos de segmentación
material, que dividen el texto en grandes partes que vinculadas unas con otras: títulos,
capítulos, apartados, párrafos.
El nivel de estructura composicional (N 5), previsto por este modelo entre los
componentes textuales, se subdivide en dos formas de organización global: los planes
de texto, estructuración de las partes del texto decidida por el hablante pero
condicionada por el género discursivo –a veces, más pautada; a veces, más original,
según la mayor o menor flexibilidad de los géneros mismos– y las secuencias textuales,
definidas por Adam como una estructura relacional transgenérica, preformateada y
relativamente autónoma, compuesta por paquetes de proposiciones de base que forman
esquemas prototípicos de composición, como la narración, la descripción, la
explicación, el diálogo y la argumentación.
El nivel semántico representacional (N 6) capta, en un enfoque local, las
relaciones de coherencia que el despliegue de signos combinados en un texto va
trazando en el plano de sus significados. Esta coherencia semántica que todo texto por
definición desarrolla afecta, como decíamos, al orden lógico de las ideas o conceptos,
aislados o en combinación, que contiene. En un nivel más amplio o global, las
relaciones de coherencia involucran una jerarquización de las ideas de un texto que,
dentro de la unidad discursiva que se considere –un solo párrafo, varios, un apartado,
distintos apartados, un capítulo, diferentes capítulos y, en el plano más amplio, el texto
completo– separarán las principales, que sintetizan el contenido semántico de cada
segmento, de las secundarias. Cada una de estas síntesis conforma la macroestructura
semántica del fragmento que se tome en consideración.
En el nivel de la enunciación (N 7), se supone, en los términos de Maingueneau
(1998, 1999), la construcción de un determinado ethos para el garante del texto. El
concepto de ethos se refiere al tipo de “personalidad” o “carácter”, impuesto por una
formación discursiva ideológica y social, que un discurso va construyendo para su
enunciador, con el fin de legitimarlo como tal, esto es, para mostrar con cada cosa dicha
y con cada cosa implicada que su enunciación es aceptable, está garantizada a partir del
respaldo que implica ser dicha por quien está siendo dicha. En este sentido, a través de
su ethos, el enunciador se transforma en el garante de su propia enunciación.
Por otro lado, el plano enunciativo es también el de la polifonía de un texto, esto
es, el de su despliegue de múltiples puntos de vista. La teoría de la polifonía de Ducrot
(1984; 2001) traza una diferencia entre el sujeto hablante, una persona empírica, real, el
ser psicosociológico que produce efectivamente el enunciado, y el locutor, definido por
el autor francés como el ser que es presentado por el sentido de un enunciado como el
responsable de la enunciación, a quien debemos imputarle su aparición y al que remiten
el pronombre yo y la deixis en general. En tercer lugar, como los enunciados ponen en
juego polifónicamente diversos puntos de vista –y con ellos nos instalamos en el terreno
propio de la modalidad–, Ducrot incorpora instancias intermedias entre el locutor y tales
puntos de vista, a las que denomina enunciadores, también seres discursivos que se
presentan como las fuentes de las distintas validaciones que se van estableciendo en el
interior del enunciado.
En el análisis del nivel enunciativo de un enunciado juegan, en consecuencia, un
rol fundamental las categorías lingüísticas de deixis y de modalidad.
El último plano de análisis dentro del modelo de Adam, el nivel de los actos de
discurso o actos de habla (N 8) se compone de los microactos de alcance local y el
macroacto de habla global que sintetiza al texto completo en esta dimensión. Juntos
configuran, de acuerdo con el autor, la orientación argumentativa del texto. La noción
de actos de habla fue sistematizada principalmente por la pragmática lingüística,
fundada por Austin (1962) y recoge la idea de que toda manifestación lingüística
procura actuar de determinado modo sobre el interlocutor y sobre el mundo. Se aplica
tanto a un segmento mínimo de lenguaje –así, un simple “Hola” manifiesta
convencionalmente el acto de habla de saludar–, como a un texto entero en la medida en
que comporta un macroacto de habla, al que contribuyen sus microactos de habla
singulares, si bien no se trata de una mera sumatoria. En términos de van Dijk (1997), el
macroacto de habla de un texto, unidad de análisis que representa su macroestructura
pragmática, da cuenta de su propósito, responde a su por qué y para qué.

§ 2. Discurso y texto

Se sigue de la exposición anterior que constituye un punto de partida relevante


para el modelo de Adam la oposición entre discurso y texto. Mientras que se reserva el
término texto para hacer referencia a la configuración estructural de las producciones
verbales efectivamente comunicadas en su carácter lingüístico –en sus aspectos
fonológicos, morfológicos, sintácticos, semánticos, y también enunciativos y
pragmáticos–, la noción de discurso tiene un sentido más amplio que anuda una
producción verbal, es decir, el texto, con sus condiciones históricas y sociales de
producción.
Una diferenciación preliminar que hace Adam (1991) distingue entre la noción
de texto y la de enunciado. En efecto, considera el enunciado como un objeto material,
empírico, un mensaje efectivamente comunicado, mientras que toma el texto como un
objeto abstracto, recortado en función de un análisis lingüístico determinado, que se
define en el marco de una teoría que dé cuenta de su estructura composicional, en un
sentido análogo al que nos lleva a entender la oración gramatical como un constructo
teórico, abstracto y repetible, recortado por el gramático para el estudio de determinadas
relaciones estructurales entre sus componentes, antes que como una unidad real de la
comunicación.
En cambio, cuando se piensa en los fenómenos discursivos, se presta
necesariamente atención a su entorno contextual en sentido amplio: en qué situación se
ha producido, qué sectores sociales están implicados en su producción y en su
recepción, cuáles son los posicionamientos ideológicos e institucionales que, al mismo
tiempo, dan lugar al hecho discursivo y se consolidan a través de él, qué identidades
sociales se construyen por el discurso, qué luchas de poder se ponen en escena a través
de su despliegue, etc.
Maingueneau (1998: 38ss) define el discurso, en su sentido pragmático, a partir
de una serie de propiedades constitutivas:
(1) ser una organización transfrástica o que va más allá de la frase: las
construcciones gramaticales no son unidades comunicativas por sí misma; en cambio,
los enunciados, las unidades comunicativas del discurso, pueden tener cualquier
extensión, desde una palabra hasta cientos o miles de páginas, y sus reglas de
organización no son, en su nivel global, gramaticales sino sociales;
(2) estar orientado en el tiempo y hacia una finalidad: el discurso tiene una
linealidad, se encamina en una dirección y hacia objetivos más o menos determinados,
si bien, por supuesto, puede experimentar toda clase de desviaciones, detenciones;
puede adelantarse, puede volver atrás, etc.;
(3) ser una forma de acción, esto es, una actividad que busca producir efectos
sobre aquellos a quienes se dirige y que, en consecuencia, no se limita a desplegar una
descripción representativa de la realidad, sino que procura modificarla, a partir de la
influencia que puede tener sobre el pensamiento, las creencias y las decisiones de sus
destinatarios;
(4) ser interactivo, lo cual implica que los destinatarios son determinantes dentro
de un discurso, es decir, que todo lo que se construye en su interior está en función de
ellos, por lo que Culioli ha propuesto para este rol la denominación de “coenunciador”
para reemplazar otras denominaciones usuales en la bibliografía, como “destinatario”,
“receptor”, “oyente/lector”, etc.;
(5) ser contextualizado, esto es, que resulte decisivo el componente de
situacionalidad, el hecho de que los distintos entornos que rodean un discurso –el
contexto enunciativo, el contexto referencial, el contexto lingüístico, etc.– resultan por
un lado determinantes para ese discurso pero, por el otro, determinados por él: según
Maingueneau, aun en el transcurso de una misma enunciación los contextos discursivos
pueden modificarse drásticamente en diferentes oportunidades con la aparición de
nuevos participantes en la comunicación, la salida de otros, transformaciones en los
objetivos del intercambio, cambios en las posiciones relativas o en las jerarquías de los
coenunciadores, etc.;
(6) ser responsabilidad de un sujeto, en el doble sentido de que un yo, detrás de
todo discurso, opera como centro de las referencias deícticas del texto (en el nivel
personal, temporal y espacial) y como fuente de actitudes o modalizaciones;
(7) estar regido por normas, pues se trata de un comportamiento social que tiene
detrás de sí “una vasta institución de habla” que establece desde los aspectos formales
de ese discurso hasta las posibilidades de su legitimidad, y
(8) estar incorporado en un interdiscurso, es decir, quedar rodeado por una más o
menos densa polifonía, una multiplicidad de otras voces que son evocadas, confirmadas,
refutadas, admitidas, mientras el enunciador va desarrollando sus propias posturas.
Como indica Maingueneau (íd: 41), “el discurso no toma sentido más que al interior de
un universo de otros discursos a través del cual debe abrirse camino”.

§ 3. El análisis del discurso

La disciplina que toma a su cargo el estudio del discurso, tomado el término en


esta acepción técnica, se conoce con el nombre de análisis del discurso. Trappes-Lomax
(2004) inscribe este campo de estudios dentro de la lingüística aplicada, campo que
reúne estudios diversos sobre el lenguaje: entre otros, la lexicografía, la adquisición de
segundas lenguas, los trabajos con corpus de lenguaje, el análisis de la conversación o la
estilística.
De todas maneras, reconoce que es una propiedad del análisis del discurso su
carácter multidisciplinario y su diversidad de intereses. En efecto, existen distintas
líneas de investigación dentro del análisis del discurso pero dos se destacan entre ellas:
la línea francesa, que se origina con los trabajos de Pêcheux y está representada en la
actualidad por autores como Maingueneau o Chareaudeau, y la línea anglosajona, cuya
vertiente principal es el llamado análisis crítico del discurso, cuyo referente principal es
Fairclough.
Jaworski and Coupland (1999: 3-6, citados por Trappes-Lomax 2004: 134)
justifican el auge contemporáneo de los estudios del discurso a partir de tres argumentos
principales: (1) los problemas epistemológicos actuales, que llevan a un replanteo
acerca de la justificación de los saberes que recae tarde o temprano en cuestiones
lingüísticas y discursivas; (2) los desarrollos de la lingüística contemporánea en áreas
como el análisis de la conversación, las narraciones o el texto escrito, que pone a
disposición herramientas teóricas para una comprensión más profunda de las cuestiones
de sentido y significación, y (3) la situación histórica, política e ideológica de nuestro
tiempo, dominada por una industria de servicios y propagandas, y por una
omnipresencia de los medios masivos de comunicación, en el marco de lo cual el
discurso “deja de ser ‘meramente’ una función del trabajo, para volverse trabajo”.
En términos amplios, como señala Calsamiglia (2000: 17), “la particularidad del
análisis discursivo reside en un principio general que asigna sentido al texto teniendo en
cuenta los factores del contexto cognitivo y social que, sin que estén necesariamente
verbalizados, orientan, sitúan y determinan su significación”.
Estos análisis suponen, pues, un componente lingüístico en términos de dar
cuenta del repertorio de recursos de la lengua que están disponibles para los hablantes
en todos sus niveles de análisis, pero también la comprensión de las normas
socioculturales que regulan la producción discursiva apropiada para cada situación
comunicativa.
Los componentes lingüísticos y sociales se ven, desde el análisis del discurso,
generalmente como en una relación de interacción dialéctica: según Calsamiglia (op.
cit.),

el discurso es parte de la vida social y a la vez un instrumento que crea la vida social […] el
material lingüístico se pone pues al servicio de la construcción de la vida social, de forma
variada y compleja, en combinación con otros factores, como los gestos, en el discurso oral, o los
elementos iconográficos en la escritura […] Las lenguas viven en el discurso y a través de él. Y
el discurso –los discursos– nos convierten en seres sociales y nos caracterizan como tales.

El discurso, en este sentido, se define en términos de una práctica social, esto es,
de un tipo de acción intersubjetiva que se basa en el uso de una lengua natural en un
contexto social determinado, para construir representaciones del mundo y una
comunicación con los demás. Su carácter de práctica social implica, como indica la
autora, el estar regulada por parámetros contextuales, siempre dinámicos y “sujetos a
revisión, negociación y cambio”, de diversas clases: lingüísticos (qué se dijo antes, qué
se dice después); situacionales (¿en qué marco se establece la comunicación en cuanto
al espacio, al tiempo, a las relaciones sociales, a la realidad circundante, etc.?),
intencionales (¿qué buscan los interlocutores con el intercambio?); enunciativos (¿cómo
son y cómo se representan unos a otros los participantes del evento comunicativo?,
etc.); cognitivos (¿qué saberes previos manejan?); o socio-culturales (¿qué ideologías se
ponen en juego en los intercambios?, ¿qué identidades sociales se construyen y qué
conflictos se ponen en escena?).
El análisis del discurso, en sus vertientes principales, no es una teoría
rígidamente ceñida a un marco teórico único, sino que tiende a integrar propuestas
provenientes de diferentes disciplinas y campos de estudio. En especial se nutre tanto de
los aportes de la lingüística general y de la lingüística textual, como de la filosofía, la
sociología y el psicoanálisis. En particular, el teórico ruso Mijail Bajtín, desde la teoría
literaria y la lingüística, el filósofo francés Michel Foucault y el sociólogo también
francés Pierre Bourdieu son tres de sus principales inspiradores.
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