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Marcelino Núñez T,
…. a Paul Ricoeu, por su concepto de ipseidad, como trinchera ante la sospecha del
empecinamiento de la modernidad.
PARTE I.
Escribir sobre arte es, necesariamente, escribir sobre algo que no-es y sólo aparece;
es decir, el arte, la obra de arte en todo caso, no es ontológicamente acabada, no
tiene un ser digamos completado; el arte es el eterno “aún no”. Si existe algo que
coquetea con la frase del filósofo francés Sartre 1, de “porqué el ser y no más bien
la nada”, es el ente del arte, es un no-ser, es un siendo que aparece, que se va
haciendo y su naturaleza nunca acaba de manifestarse, develando, conforme el
1
Vid, Sartre, Jean Paul, “El ser y la nada”, Alianza Madrid, 1998, pp. 45-46.
fenómeno estético compromete la percepción en conmoción insoslayable, el ser de
la otredad.
De esta manera escribir sobre arte, y sobre todo cuando se trata de fotografía, es
una cuestión fenomenológica (φαινομένον), es decir, que en estricto sentido, una
obra de arte no existe como una realidad inmediata que vivimos, para que aparezca
su realidad se requiere la complicidad de la propia vida, del mundo de la vida 2, en
todo caso la vida del artista como riesgo por antonomasia , sólo así a ese no-ser le
adviene un ser; escribía Walter Benjamin,
2
Para Edmundo Husserl el mundo de la vida (Lebenswelt) es donde están latentes desde intenciones,
sueños, hasta las situaciones concretas que la persona vive en la esfera económica, social, laboral y que de
alguna manera conforman la subjetividad de la que echa mano la persona para valorar sus decisiones. Cfr.
Husserl, Edmundo, “Crisis de las ciencias europeas y una fenomenología trascendental”, Prometeo, Buenos
Aires, 2008.
3
Benjamin, Walter, “Origen del drama en el barroco alemán”, Flammarion, París,1985, p. 28.
consecuencias […] Las tendencias que describe Heidegger está
plasmada en la forma de confeccionar y de entender las imágenes
occidentales desde el Renacimiento hasta nuestros días. Pero la
solución no es eliminar todo conocimiento visual, especializante, sino
descubrir en las imágenes la dimensión escondida, su interior:
restituirles de alguna manera la vivencia temporal.4
Si vamos a la pintura de Las botas de Van Gogh --en un intento analógico con la
fotografía con sus importantes salvedades--, Heidegger discurre sobre la obra de
arte para dejar ver a los ojos de la humanidad que la faena de la vida queda
depositada --desechada y consumida-- en los utensilios que guardan todo ello como
secreto; la materia es capaz de expresar la vida de sus dueños, desde su mundo
onírico y pasional hasta el más racional y pragmático de sus proyectos, pero hay
que atreverse a hurgar,
4
Catalá, Josep M., “La imagen compleja. La fenomenología de las imágenes en la era de la cultura visual”,
Univ. Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2005, p. 95.
Pintura: Botas; Van Gogh. Foto: Botas, anónimo.
Sin embargo, existen otros objetos que no son precisamente utilizados a la manera
que entiende el sentido común como “utilización”, su uso, digamos, no está hecho
por la mano sino por el alma, y en singular, como esfera del alma, por lo que
Bachelard llamaría la aspiración humana. Caminando hacia una flor, un lingote de
oro, un auto nuevo, un libro, un bolígrafo entre la basura, una lata de sopa, se da la
aletheia6, aparece lo fenoménico “como cosa”, la aspiración, ella toma realidad, ya
no sólo del hombre en particular, sino del mundo y la sociedad, como logro o
frustración, como vida o como amenaza misma de su labilidad, la realización del fin,
de la muerte. La aspiración es eso, aquello a lo que todo hombre desea llegar,
aquello que desea ser o tener, pero, paradójicamente, a la vez es aquello que se
opone a ser y poder tenerse: lo duro, lo abismal, lo aéreo, lo profundo, la turbio, lo
pesado, lo líquido,
5
Heidegger, Martin, “Qué es el arte”, FCE, México, 2006, p. 23.
6
Los griegos decían que la vida social del trajín diario, material y laboral, contaminaban los ojos y se vivía en
sombras; entonces el acto de aletheia (arte develador), era y es precisamente quitar, sacudir las “telas que
cubren los ojos” para entonces ver la verdad como experiencia ex-stética.
Aquí, en contra de los principios de la gravedad, se ven cuerpos que se
atraen, se repelen y se mantienen suspendidos por otros, se ven
cuerpos que han adquirido ese poder por un débil frotamiento, mientras
que otros cuerpos, con el mismo frotamiento, producen efectos
totalmente opuestos […] Aquí se ve un trozo de metal frío o hasta el
agua o el hielo lanzar grandes chispa de fuego hasta el punto de
encender varias sustancias inflamables.7
7
Bachelard, G., “La formación del espíritu científico”, Siglo XXI México, 2004, p. 42.
posibilidad de rebasar precisamente su función y llegar a una función
segunda, convertirse en elemento de juego, de combinación, de cálculo
en un sistema universal de signos...8
8
Baudrillard, Jean, “El sistema de los objetos”, Siglo XXI, México, 2004, p. 71.
9
“Es común a la alegoría y al símbolo designar algo cuyo sentido no consiste en su mera manifestación, en
su aspecto o sonido, sino en un significado que está puesto más allá de ellos mismos... El símbolo aparece
como aquello que, debido a su indeterminación puede interpretarse inagotablemente, en oposición a lo que
se encuentra en una referencia de significado más precisa y que por lo tanto se agota en ella”, Vid, Acevedo
Martínez, Cristóbal, “Mito y conocimiento”, Universidad Iberoamericana, México, 1993, pp.289-290.
imagen que objetiva envestidas del hombre, cosas que se prestan a sus pasiones y
arrepentimientos, a sus racionalismos de seguridad como incursiones de
presunciosas formas matemáticas que oníricamente le alejan el miedo a vivir más,
más allá de líneas, con incursiones a lo desconocido, a relaciones amorosas
insospechadas, de llama doble; o en ingrávidas arquitecturas y banalidad existencial
del desecho, todo lo envuelve con el trémulo respiro del click, analogía del instante
vital: efímero, pronto, suave, transparente, aéreo, profundo, metálico, líquido; es esa
fotografía que de repente, por momentaneidad o por astucia-técnica de
acercamiento, cacha al hombre en su pobreza, de espacio y de tiempo, como origen
de su deseo inexorable de ser eterno,
Andar en el mundo es entonces andar entre las cosas, y el único pertrecho, para no
morir en esta prístina intención, es la cámara, que necesariamente emana la
presencia misma del hombre, hablan de él, lo delatan, no a otra cosa se arriesga en
el arte, en la fotografía: tener que dialogar moralmente consigo mismo.
El artista se atreve, pinta, esculpe con la lente, acerca su cámara, la gira, le coloca
la lente y, entonces, por la connatural desnudez de su cuerpo, acepta la conmoción
y recibe el impacto de lo secreto, el acicate de una vida desdeñada cobardemente,
10
Podetti, Amelia, “Comentario a la Introducción a la Fenomenología del Espíritu”, Biblos, Buenos Aires,
2007, p. 112.
a riesgo de perder la cordura, la ubicación, la decencia y la moderación de las
correctas formas y las buenas costumbres; por eso tiene que acabar maltrecho.
11
Sartre, op. it., p. 394
diría Habermas12, y que es el conocimiento que se disemina como poder semántico
de toda acción humana, a través, fundamentalmente hoy, de imágenes mediáticas;
espacio paradigmático, funcionalista, pragmático de una fotografía de manual, hasta
aturdir los sentidos y hacer sentir al individuo que tiene el poder. En este hueco y
banalidad el arte se afirma como salvación, como el mismísimo sorge13 de
Heidegger, como último y esencial resguardo de la vida que cuida de ella, que la
vigila, que la regenera, sobre todo, haciéndola visible, delatando, manifestando
aquellos residuos, o en todo caso, aquellos perfumes que “producen”,
paralelamente a toda iniciativa humana, la modorra de hastío existencial, esto ya
sea por el intelectual activo, como lo proponía Gramsci, ya por el artista mismo como
lo anunciaba Hipólito Taine14; o ya por ese cuerpo que percibe el mundo desde el
propio mundo que le formó, ya sexuado, libertario, ya frágil, violentado, ya orientado,
intencionado, ya para el arrojo o el abrazo, todo como cuerpo que no permite falsear
la verdad,
Ernst Fischer afirma que el papel de toda obra de arte es por antonomasia y por su
alteridad implícita, social,
12
Cfr., Habermas, Jürgen, “Comunicación e ideología”, Taurus, Madrid, 1998.
13
Para Heidegger en su libro “El ser y el tiempo”, la sörge es la palabra alemana que hace referencia a la
actitud del hombre, sólo del hombre como lenguaje mismo, de cuidar de su vida, esto es, que el hombre es
el único que interroga la vida para dar luz sobre su muerte. En este sentido, la fotografía es una manera de
interrogar la vida, y entonces, arriesgarse a encontrar el por qué y el cómo se va a morir, necesariamente
entre el otro y la otredad. Vid., Heidegger, Martin, “El ser y el tiempo”, FCE, México, 1986.
14
Vid., Taine, Hipólito, “Historia del arte”, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
En una sociedad decadente, el arte, si es verdadero, debe reflejar la
decadencia. Si no quiere perder la fe en su función social, el arte debe
mostrar el mundo como algo que se puede modificar. Y debe contribuir
a modificarlo.15
15
Fischer, Ernst, “La necesidad del arte”, Península, Barcelona, 1978, p. 56.
16
Adorno
empapado de las ideas y de las experiencias de su época no sólo
quiere representar la realidad sino también darle forma.17
17
Idem., p. 48.
El arte asume su papel de mirar de frente el sinsentido, la paradoja de la existencia,
corpórea constancia de nuestra nobleza y a la vez constancia de nuestra
podredumbre, baste fotografiar grandes contenedores de basura llenos de boletas
del IFE (INE), porque las imágenes, sobre todo, arrojan a la sociedad el prosopon18
en negativo, la falsa máscara que actuando aplasta hombres y ciudades, pero
siempre confrontada por el prosopon positivo griego de la verdad del rostro humano:
maltratada y efímera esperanza que sobrevive en la profundidad, en el aura, en el
brillo de la luz de la lente, incluso en la dureza del acero del edificio, en la plasticidad
de la bolsa de plástico que flota en el mar. Nunca, al parecer, la imagen --ya hoy en
cantidad exorbitante, como el oxígeno mismo necesario para la vida--, se acumula
en lo que Tehilard de Chardín19 llamaría gnoosfera, de donde se respira la creación
humana y que se ha impuesto con tanta fuerza en nuestro universo estético, ético,
técnico, cotidiano, político, histórico, negando la vida como una elección personal,
sino ahora develándola sumisa a las TIC´s. Nunca la historia mostró el discurso de
la violencia y animalidad humana con realidades discursivas y sociales tan “nítidas”,
descarnadas, aberrantes, mortuorias como la fotografía de la niña vietnamita que
corre desnuda, con rostro hundido en el miedo, la tortura del alma, el pavor del dolor
18
Raíz griega que significaba la máscara, el rostro social que la persona tiene que justificar con sus actos. Es
el rostro que obliga al individuo a asumir la responsabilidad de sus actos.
19
Teilhard de Chardin, Pierre, “Escritos esenciales”, SalTerrae, Santander, 2001, p. 75. Este autor opina que
el conocimiento se ha convertido en el excedente de discurso e imagen que por sí mismos se
intertransmutan provocando un ser que tiene el poder de dirigir la vida humana siendo depositario de la fe;
está en todas partes como el aire que se respira, omnipotente, omnisciente, que hoy se tiene que considerar
necesario para la vida, para sostenerla y recrearla. El cuestionamiento surge de si en esta gnoosfera queda
un ápice de libertad humana, como resquicio de esperanza, que pudiera intervenir para generar un sentido
a la vida; o todo está perdido.
del desamparo humano y social –emergiendo el fracaso de toda economía
moderna-- tras la explosión de una bomba. Jamás, dentro del juego del macro-micro
de la economía de las imágenes, se nos había solicitado tanto, pasiva y
resignadamente, comprometer nuestra credulidad y nuestra cobarde resignación de
una moral socarrona y cobarde; ver o no ver, como duda paulatinamente confirmada
que alimenta la existencia de la carroña del progreso, del otro como destrucción, del
otro como un yo mismo negado, como corrupción ontológica suprema que niega la
vida y que al fin realiza la sospecha del mal que pregonó en su momento Jean Paul
Sartre: ¿Por qué el ser y no más bien la nada?
Foto: Nick Ut, fotoperiodista, Associated Press, 1972. (niños vietnamitas huyendo tras bombardeo
estadounidense).
Archivo ASOMEH.
asomeh.hortz@gmail.com