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Se debe dejar claro que el tener significa aquí poseer, incluso a nivel corporal;
el hombre siente antropológicamente tener algo cuando a esa cosa la manipula, la
toca, cuando conoce su funcionamiento y sabe “jugar” con ella --habría que ver sus
implicaciones con la parte lúdica del hombre y el regreso a fases antropoides de esta
época moderna--, hacer lo que quiera con ella porque sabe para lo que sirve y cómo
le puede reparar en caso de que se descomponga --en principio a nivel mínimo por
medio de instructivos técnicos--. Saber lo que es una cosa es tenerla, dominarla,
ejercer el poder sobre ella. El asunto es que el hombre que necesita “la cosa”, para
satisfacer una carencia real o ficticia, sienta que la tiene, es decir, sienta placer al
“saber” que la posee --connotaciones eróticas del tener, de introducirse en..., del ser
dueño de-- asume ser dueño de esa cosa, y actualmente ser dueño, pues, se
entiende ya como dueño “original” o como dueño por derecho técnico. La pregunta
esencial que surge ¿Qué sucede cuando esa “la cosa” que necesita tener, poseer, es
la voluntad del otro?
Por otro lado, el tener, como se ha comentado, era saber lo que era la cosa
desde el momento en que se hacía, tenerla de alguna manera poseída, que es y era
por antonomasia el saber: sabe el hace la cosa, pues le ha dado la forma de sus
manos, de su necesidad, de su carencia y sus deseos. Las cosas creadas tienen la
forma del “cuerpo” de su creador. El acto, la obra, la expresión, delata esto mismo.
Resulta, pues, que ahora las cosas tienen una forma que hace pensar y
“sentir” que están hechas a la medida de cada persona. Este diseño del discurso
social actual que ofrece las cosas en “una forma virtual”, es decir, que puedan
adaptarse a cualquier cuerpo, a cualquier emoción, a cualquier acción y carencia,
etcétera, hace pensar al individuo que esa cosa, ese objeto “que compró”, que le
convencieron comprara, está hecho para él, como si él mismo lo hubiera hecho con
sus propias manos, por lo que le adviene la sensación de tenerlo, de poseerlo, de,
inclusive, él ser su fabricante y el que la imaginó, y luego, el único con el poder de
destruirlo.
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La relación vital se da entre hacer, tener y ser, lo uno transformándose en lo otro mediante la capacidad
libertaria que tiene el hombre de elegir. Las elecciones, así como la concepción de hacer que le lleva a tener y
a la postre a ser al hombre, implica lo que se llama tener conocimiento de lo que entonves ya se posee. El
proceso para poseer, entonces, es largo y penoso, comienza por una elección riesgosa de la libertad y termina
como un conocimiento de lo que se hizo y que se adhiere al ser del hombre, lo cual le provoca lo que se
llama la conciencia. Sartre, Paul, “El ser y la nada”, Alianza Universidad, Madrid, 1990, Ver Cap. II. p. 445.
voluntades, de psicología del engaño, algo fallara de la magia, de esa “magia” que
sin hacer nada permite poseer el objeto, entonces, a contranatura y no exenta de
ironía, se cuenta con el instructivo, mismo que representa la varita mágica para
ahuyentar cualquier temor de frustración, de que se logre la posesión, de alcanzar el
tener (poder, alimento, seguridad,,,). El instructivo así, enseña el funcionamiento de
los objetos, de cualquier tipo: prendas, alimentos, herramientas, diversiones,
democracias, gobiernos, empresas, productividad, etcétera, para que se sienta que
el comprador lo hizo, tan lo hizo que sabe cómo funciona y cómo adaptarlo a
cualquier situación. Diga esto y aquello, mueva aquí y allá, la magia se cumplirá: el
objeto es suyo, la voluntad del otro es suya, su personalidad se ve reflejada en el tipo
de posesiones, a las cuales sólo basta el lenguaje-recetario, ajustar aquí y allá, para
que la posesión se cumpla.
Archivo ASOMEH
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