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Mtro.

Marcelino Núñez Trejo

PERIHELIO DE LOS DERECHOS HUMANOS.


Mi primer derecho es el derecho a vivir,
y en ese mismo momento me aparece mi primer obligación,
la de dedicar mi vida a asegurar que las futuras generaciones
también gocen la bella experiencia de la vida.
Marcelino Núñez.

Para Alondra, un ser maravilloso


de naturaleza impetuosa.

Por todas partes se diseminó el tema de los DH a partir de su clasificación en


primera, segunda y hasta tercera generación (espero que algún día se termine el mal
del análisis y queden no definidos, sino comprendidos y poietizados, es decir,
convertidos en palabra-que-actúa). Si bien su origen se planteó a partir del hombre
mismo, hoy se reduce y limita su entendimiento y práctica a su defensa legal; es
decir, hablar de DH en buena medida se empobrece al reducirlos a un tratado
jurídico. No, lo DH son asunto de saber quién es el ser humano, y ya otra cosa será
su dimensión y práctica jurídica, y sobre todo, si se los promueve y vivencia ya por el
derecho, la cultura, o la administración pública.

Los DH son aquellos derechos que se originan cuando el hombre se hace


humanus y se aleja de barbarius, es decir, cuando se da cuenta de él mismo, cuando
reflexiona sobre su naturaleza. Aquí está el primer DH, que el hombre pueda pensar
en lo que él es. A partir de esta re-flexión, de volver a sí, le aparece su naturaleza, se
da cuenta de aquello que lo constituye, y descubre que es cuerpo y es alma (espíritu,
nous, élan vital). Con ello le aparece ese cuerpo hambriento y mortal, pero a la vez
sexual, erótico, con inmensa fuerza física, con sensibilidad ética y estética, doliente y
frágil, se reconoce inmenso pero limitado, docto e ignorante 1. Del cuerpo mismo
emergen los primigenios e inmediatos DH, sin mediación ni condición algunas, que
se relacionan con tener comida, tener habitación, tener trabajo, tener placer, tener
salud, tener al otro. Empero, el problema no sólo es poder ver, sino generar el modo
de vivirlos –un DH no se le tiene como se tiene un coche, y menos se le asigna; un
DH se lo vive--. Ese poder, como vivencia misma, es lo que da sentido al concepto
de Derecho, es decir, el DH es vivir la naturaleza propia del hombre, considerando la
diferencialidad. Es permitir esa tendencia natural del ser humano, por lo que el
Derecho es lo no obstruyente, lo no torcido, es abrir el horizonte desde el sentido
propio de la vida, y no es cuestión de otorgamiento, es cuestión de no estorbar para
que se manifieste esa potencialidad propiciatoria de lograr-se de la misma naturaleza
del ser humano –y logro no como meta o fin establecido o estático, sino como “lucro:
ganancia diaria”; i.e., como expansión continua, infinita, que gana día a día más
horizonte de vida a partir de la naturaleza humana que mítica y propiamente 2 dibuja
su sentido--. Y es que el DH es la representación racional de un ser que tiene como
consigna existencial buscar su ser, por eso habla, porque en su lenguaje irrumpe
como senda primordial la libertad, como sentido, la apertura de caminos, lo que hace
que el DH no sea norma, ni ley, ni paradigma, sino esperanzador horizonte de ser (el
dasein de Heidegger3).

La parte espiritual se la entiende como ese saber del acontecer de los tiempos
(sentido, élan vital, espíritu hegeliano, paideia griega), de las cosas y los actos del
hombre que se descubren como lo inmaterial de su ser, pero que soporta, como
sentido de ese “ser”, su quehacer como hombre, a sus grupos y sociedades, en sus
esperanzas; es entonces, sobre todo, un saber de ese Derecho, es conciencia de
una propiedad, de ese ir que explaya, distiende, desarrolla, tiende, intenciona como
propia naturaleza humana, hecho que compromete la e-du-cere, el nous decente que
tiene, cuida y va con el orden de las cosas, pensar bien como bien mismo, como
1 Vid., De Cusa, Nicolás, “La Docta Ignorancia”, Aguilar, Madrid, 1981.
2 Aquí aparece el problema de lo particular y lo universal, que Boaventura de Sousa ubica como un DH
globalizado, ie., si los DH se presumen iguales para todos los pueblos y todas las personas, ¿por qué hay
pueblos, sociedades, que padecen el hambre o el amor de manera muy diferente?, Cfr., De Sousa Santos,
Boaventura, “ Sociología Jurídica Crítica”, Trotta, Madrid: pp. 513-532.
3 Heidegger, Martin, “El ser y el tiempo”, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997.
derecho mismo; el pensamiento que va con el sentido de las potencias y virtudes del
hombre, descubiertas en el hacer diario; ir con el pensamiento, pre-parado por la
educación como vigilante que acompaña para ir al mundo, y luego poderlo ver; es la
misma capacidad intelectual como Derecho que ve su derecho. El in-tele-gere
(naturaleza espiritual del hombre que apunta al futuro, como horizonte y no como fin
o resultado de un proyecto político o social); por eso el hombre tiene que hablar
(Heidegger), porque la capacidad del pensamiento como palabra es “lo derecho”
desvelado (aletheia) de hacia donde van las cosas como promesa misma de la vida
humana y como posibilidad irrenunciable de su naturaleza libertaria. Cuando un ser
humano ve a otro, lo que ve es una libertad de ser, fundante de todo derecho, es
decir, una mirada intelectual de su naturaleza, su persistente ir hacia “su
florecimiento” –que incluye su derecho a morir, y morir con la dignidad que le
apeteció, morir como héroe, como amoroso, o morir como un asesino despreciable,
porque digno es precisamente dar el derecho de que en la muerte se ilumine el que
fue –dignus, lo apropiado a él.

Ya descubierto esto, el hombre tiene que poder explicar a sí mismo y al otro, es el


derecho a la racionalidad como parte de la espiritualidad comunal y como especie
gregaria del humano. La racionalidad y la razonabilidad, lo ordenado y lo justo en su
íntima armonía, ni más, ni menos. Si el primer DH es que el hombre pueda saber de
sí mismo, el “último” –en el sentido de inexorbale-- DH es que toda persona tenga el
poder y libertad4 de decirle al otro lo que ve y vive del mundo (paideia-hermeneia), de
forma racional, razonable5 y sintiente6; es racionalidad que da su lugar a las cosas
como propuesta-obsequio para el otro, es diá-logos (yo-tú viviendo el mundo), es
poder decir algo al otro –que no es un extraño-- y que todos tengan la capacidad de
verlo; es la prístina fundación del diálogo, de la democracia, que no es otra cosa que

4 Esta postura alude a la Teoría de las capacidades; Cfr., Naussbaum, Martha, “Las fronteras de la justicia”,
Paidós, Barcelona, 2007.
5 Vid., Sen, Amartya, “La idea de la justicia”, Alianza, Madrid, 2016.
6 Vid., Nussbaum, Martha, “Emociones políticas¿Por qué el amor es importante para la justicia?”, Paidós,
Madrid, 2014.
tener el Derecho a estar en-común-idad viviendo el mundo (pathos) y darse cuenta
de ello7.

Archivo ASOMEH (132/31-dic-2021). // asomeh.hortz@gmail.com

7 Aquí, Sen y Nussbaum se encuentran en el concepto del amor; el uno --análogamente a Levinas-- exige que
se tengan las capacidades de ver al otro, de darse cuenta que está ahí, confrontando la responsabilidad de lo
que uno hace; y la segunda, Martha, exige sentirlo y unirlo a esa emoción de estar juntos, primero en un
mundo y luego en una sociedad. Curioso y quizá debido al acarreo de sentido que guarda el lenguaje, Sartre,
en “El ser y el tiempo”, comenta que “hacer el amor” es precisamente integrar (in-corporar) el otro cuerpo-
mundo al mundo del propio, es acariciar reconociendo lo que ese cuerpo trae y obsequia eróticamente de
mundo –que el concepto de integrar, en su raíz tangere, significa tocar sutilmente con respeto sagrado, es
decir, aceptando todo tal cual su mundo es ofrecido, en la sexualidad, en el acto erótico, en la libertad de
saber ser como capacidad donada por las sociedades amorosas y por ende democráticas.

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