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La parte espiritual se la entiende como ese saber del acontecer de los tiempos
(sentido, élan vital, espíritu hegeliano, paideia griega), de las cosas y los actos del
hombre que se descubren como lo inmaterial de su ser, pero que soporta, como
sentido de ese “ser”, su quehacer como hombre, a sus grupos y sociedades, en sus
esperanzas; es entonces, sobre todo, un saber de ese Derecho, es conciencia de
una propiedad, de ese ir que explaya, distiende, desarrolla, tiende, intenciona como
propia naturaleza humana, hecho que compromete la e-du-cere, el nous decente que
tiene, cuida y va con el orden de las cosas, pensar bien como bien mismo, como
1 Vid., De Cusa, Nicolás, “La Docta Ignorancia”, Aguilar, Madrid, 1981.
2 Aquí aparece el problema de lo particular y lo universal, que Boaventura de Sousa ubica como un DH
globalizado, ie., si los DH se presumen iguales para todos los pueblos y todas las personas, ¿por qué hay
pueblos, sociedades, que padecen el hambre o el amor de manera muy diferente?, Cfr., De Sousa Santos,
Boaventura, “ Sociología Jurídica Crítica”, Trotta, Madrid: pp. 513-532.
3 Heidegger, Martin, “El ser y el tiempo”, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997.
derecho mismo; el pensamiento que va con el sentido de las potencias y virtudes del
hombre, descubiertas en el hacer diario; ir con el pensamiento, pre-parado por la
educación como vigilante que acompaña para ir al mundo, y luego poderlo ver; es la
misma capacidad intelectual como Derecho que ve su derecho. El in-tele-gere
(naturaleza espiritual del hombre que apunta al futuro, como horizonte y no como fin
o resultado de un proyecto político o social); por eso el hombre tiene que hablar
(Heidegger), porque la capacidad del pensamiento como palabra es “lo derecho”
desvelado (aletheia) de hacia donde van las cosas como promesa misma de la vida
humana y como posibilidad irrenunciable de su naturaleza libertaria. Cuando un ser
humano ve a otro, lo que ve es una libertad de ser, fundante de todo derecho, es
decir, una mirada intelectual de su naturaleza, su persistente ir hacia “su
florecimiento” –que incluye su derecho a morir, y morir con la dignidad que le
apeteció, morir como héroe, como amoroso, o morir como un asesino despreciable,
porque digno es precisamente dar el derecho de que en la muerte se ilumine el que
fue –dignus, lo apropiado a él.
4 Esta postura alude a la Teoría de las capacidades; Cfr., Naussbaum, Martha, “Las fronteras de la justicia”,
Paidós, Barcelona, 2007.
5 Vid., Sen, Amartya, “La idea de la justicia”, Alianza, Madrid, 2016.
6 Vid., Nussbaum, Martha, “Emociones políticas¿Por qué el amor es importante para la justicia?”, Paidós,
Madrid, 2014.
tener el Derecho a estar en-común-idad viviendo el mundo (pathos) y darse cuenta
de ello7.
7 Aquí, Sen y Nussbaum se encuentran en el concepto del amor; el uno --análogamente a Levinas-- exige que
se tengan las capacidades de ver al otro, de darse cuenta que está ahí, confrontando la responsabilidad de lo
que uno hace; y la segunda, Martha, exige sentirlo y unirlo a esa emoción de estar juntos, primero en un
mundo y luego en una sociedad. Curioso y quizá debido al acarreo de sentido que guarda el lenguaje, Sartre,
en “El ser y el tiempo”, comenta que “hacer el amor” es precisamente integrar (in-corporar) el otro cuerpo-
mundo al mundo del propio, es acariciar reconociendo lo que ese cuerpo trae y obsequia eróticamente de
mundo –que el concepto de integrar, en su raíz tangere, significa tocar sutilmente con respeto sagrado, es
decir, aceptando todo tal cual su mundo es ofrecido, en la sexualidad, en el acto erótico, en la libertad de
saber ser como capacidad donada por las sociedades amorosas y por ende democráticas.