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ASOMEH

ASOCIACIÓN MEXICANA DE HUMANISMO

Fragmento del libro “Política pública u otra manera del ser”


Mtro. Marcelino Núñez Trejo
Archivo ASOMEH.

LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA, ARTE O FUNCIONALISMO.

Permítaseme hacer en esta parte del libro una atrevida afirmación: el


desvío de la civilización occidental se dio cuando se optó por acoger la
herencia romana más que la griega. La Roma de razón escrutadora, de
justicia racional, se prefirió a un pensamiento antropogénico basado en la
naturaleza del hombre, en su intelecto y alma sientente y estética. Esta
torcedura continúa sintomática en el presente cuando se promueven
empresas, organizaciones y acciones sociales, públicas y privadas, bajo
modelos administrativos pragmáticos, lógico-esquemáticos y, que ad hoc
(sin sentido socio-vital guardado), implementan capacitación en su
personal con pseudocursos de “inteligencia sensible” a fin de llevarlos, en
su menesterosa y desesperada impersonalidad en el trabajo, al ágora,
donde la palabra, por sí misma, organiza los deseos de la vida y no los
proyectos de la empresa.

En este contexto, el papel del arte en la profesionalización del


servicio público, que es lo que nos interesa acotar, se justificará si se
entiende qué es esto del arte. Ubicar en la medida de lo posible --y de la
intención de este apartado-- la concepción del espíritu del arte y
proponerlo como uno de los ejes semánticos formativos de la
profesionalización de la administración pública. Asimismo, resaltar la
insoslayable responsabilidad1 del servidor público (saber explicar al otro la
razón de las decisiones), pues de principio baste tomar conciencia de que
tienen en sus manos, en buena medida, el pathos (padecer de un pueblo)
del país, lo que exige contar con una singular capacidad precisamente más
allá de lo común, que debe entenderse esencialmente como el poseer el
prosopoin griego, es decir, poseer el rostro dual de sensibilidad-logicidad
que sobre todo dé, ofrezca (don) respuestas activas al deseo del otro. Lo
cual comienza entonces, por la adquisición del servidor público de esa
sensibilidad, capacidad de darse cuenta del deseo del otro.

No otra cosa es el arte que la propia sensibilidad de los pueblos, es la


manifestación de lo que el pueblo siente, ve, piensa, sueña, proyecta desde
y sobre la realidad que vive, que necesariamente para el hombre es una
realidad mágica y sagrada, es decir, no reducida a <lo cósico>, a lo
material, sino realidad que permite la vida. Precisamente porque la realidad
humana es mágico-sagrada, el arte está en ella como su medio de
expresión. En el mundo, pues, de la vida, de la vida humana, hay cosas que
se viven pero no se ven, y menos se demuestran 2. Es ahí donde el arte sirve
de medio para develar eso que sin verse contiene el destino de los pueblos.
Esto que no se ve es hacia donde se debe formar, educar la mirada y los
actos del servidor público, simplemente porque no se puede organizar lo
que no se sabe ver.

Cuando un pueblo no tiene personas que expresen, que hagan


público lo que la mayor parte de gente del pueblo no alcanza a ver y menos
a comprender, sucede entonces que ese pueblo está destinado a morir —

1 Del latín responsabilitas: saber responder, saber explicar al otro el motivo de mis actos;
dar cuenta de lo que decido, entendiendo que a su vez el otro, el pueblo (la sociedad) posee la
capacidad, obra de la democracia, de razonar y comprender razones (Cfr., Sen, Amartya, “La idea
de la justicia”, Taurus, Madrid, 2012, pp.112 ss.)

2 Vid. Roland Barthes, “Verdad y poesía”, Siglo XXI, México, 1985.


tal vez como un grupo zoon sobreviva—, porque no habrá quién le señale
errores y aciertos, quién devele caminos desde el dolor padecido, desde lo
andado en el pasado. Esto llevaría a vivir sin sentido, como hoy, más cerca
de la degeneración del ser humano en lugar de su desarrollo y expansión
de posibilidades de vida. Habría actos de canibalismo –ya los hay--, pues
cada quien verá por su sobrevivencia. El egoísmo, el exceso y la
superfluidad aparecen como raíz de toda corrupción, de todo acto
deshonesto, caprichoso y anárquico como la señal de la degeneración
humana; escribía Look: cortar más manzanas de las que la familia necesita
para comer.

Los artistas, el arte, son el medio que rasga el velo de los ojos de
quienes no pueden o no quieren ver lo que está pasando con el pueblo, con
“lo público”. Conscientemente o no son por antonomasia la intelectualidad
orgánica. El arte, el artista, comprenden lo que se está narrando afuera, en
las calles, en los hogares, en las oficinas, en los cuarteles, en los burdeles,
en las empresas. El artista es una persona que se caracteriza por “andar
desnudo”, vive para conmoverse por “cualquier cosa” que acontece, sea en
el campo que sea; anda sin ningún ropaje teórico, sin ningún prejuicio de
política de Estado o de empresa, de partido, de grupo, sin ninguna
ideología o creencia religiosa e incluso de cultura que oculte su rostro
(prosopoin) ante el reclamo del otro.

El arte permite al hombre comprender la realidad y no sólo le


ayuda a soportarla sino que fortalece su decisión de hacerla
más humana, más digna de la humanidad. El arte, en sí
mismo, es una realidad social. La sociedad tiene necesidad
del artista, el brujo supremo, y tiene derecho a pedirle que
sea consciente de su función social. Ninguna sociedad
ascendente ha puesto en duda jamás este derecho, al
contrario de las sociedades decadentes. El artista empapado
de las ideas y de las experiencias de su época no sólo quiere
representar la realidad sino también darle forma. El Moisés
de Miguel Ángel no es sólo la imagen artística del hombre del
Renacimiento, la expresión en piedra de una nueva
personalidad, consciente de sí misma. Es también una orden
en piedra que Miguel Ángel da a sus contemporáneos y a sus
mecenas: <así es como deberíais ser. La época en la que
vivimos lo exige. El mundo a cuyo nacimiento asistimos lo
necesita…>3

Pero hay otra característica del artista que debe formar parte medular en la
formación de los servidores públicos de carrera, y es el hecho de que para
el artista es de primera necesidad, es vital, tener que transformar eso que
percibe en el mundo como comportamiento humano, social. Tiene el artista
que llevar lo que recoge de “lo público”, lo que interpreta racional y
sensiblemente de la narración de ese “ir hacia” de la sociedad, a una
creación que a su vez delate, descubra a los ojos de los demás el sentido de
vida del pueblo, del país, del mundo4. Las obras del hombre regresan al
pueblo a través de las obras de arte como reorientación de la vida,
precisamente anunciándole por dónde es que ha caminado, cómo ha ido en
es “ir hacia” que pro-mueve el espíritu del pueblo (para no dejar morir a
Hegel). Con lo que los actos (públicos por necesidad) deben ser la
continuación de ese “ir hacia”, y el artista es su mejor promotor, porque lo
descubre y lo transcribe a un texto que conmueve conciencias; su
sensibilidad “visionaria” instaura la realidad como un sentido de la vida
que espiritual, histórica y civilizatoriamente poseen los pueblos, sus
sociedades, el (lo) público.

3 Fischer, Ernst, “La necesidad del arte”, Península, Barcelona, 1975, p.54.

4 Taine, Hipólito “Filosofía del arte”, Espasa-Calpe, Madrid, 1958. El artista tiene como
función, necesariamente social, acicatear conciencias, por lo que en sus obras, sean del cualquier
género, debe valerse de elementos altamente expresivos.
En el currículo de la profesionalización del servidor público, como
medida de anticorrupción de raíz, se debe contemplar, pues, el arte, y más
que como una o dos materias a cursar en sí, debe ser la columna vertebral
de los programas, que esté detrás de todas las materias que conformen la
preparación. No se puede aceptar una persona que tiene que tomar
decisiones para propiciar el bienestar y crecimiento de todo aquello que
compone una sociedad como la mexicana, si no tiene la manera (educación
estética) de percibir, interpretar y <darse cuenta> de lo que está pasando
ahí afuera como “lo público”. Los bienes y servicios vienen después de
<darse cuenta> donde está la carencia, de principio como conciencia lábil
en sensibilidad estética. Esto es definitivo.

Visiones cerradas de formación anglosajona permean la mayoría de


las universidades del país, son la herramienta de los profesionistas que a la
postre administran “lo público”, sin saber que antes que cualquier cosa
está la manera en que debe conocérsele, aprehender su naturaleza. La vieja,
muy vieja herramienta moderna del “método científico” (tal vez mal
entendida) ha dejado en estos profesionistas conducirse por
operacionismos, funcionalismos, pragmatismos, relaciones de causa-efecto
que incluso la misma teoría de la probabilidad ha venido a ubicar no como
ciertos y menos verdaderos, develándolos precisamente como tendencias
(sentido de vida oculto en conductas y proyectos sociales); procesos que
equívocamente se imponen como sistemas cuya condición de
funcionamiento es la clausura operativa.

No es un secreto que la capacitación administrativa actual (sobre


todo NGP) versa sobre la conversión de la conducta humana a sistemas
organizacionales, cuando que por más que se desee ocultar la gran falacia
del método moderno de la ciencia —falacia que consiste en acomodar la
realidad a la teoría, al modelo matemático (que fue el éxito del laboratorio
como instrumento científico de conocimiento y base del cambio mental
copernicano y de la hasta hoy necia manipulación amañada de la realidad)
— sus resultados se ven como opuestos a la vida, y se ven, pues, no en la
eficiencia—que incluso en la economía como base para sus estimaciones
tiene que limitar la verdadera realidad de las fuerzas (baste ver el modoso
modelo de las curvas de demanda)— , sino en la conducta ética del hombre,
que es donde reside la única idea de verdad que existe, el único parámetro
para reconocer lo que es o no es una actuación corrupta en el sentido de
corromper el sentido de la vida humana y social.

Si se ubica bien la idea que subyace en este apartado de nuestro


libro, no es la consabida desviación de dineros como acto corrupto lo que
preocupa, sino la posibilidad de aclarar una conducta humana extraviada
por la ignorancia culpable –esa ignorancia que aun teniendo el deber y los
medios de alejarla, se prefiere el descompromiso y la mezquindad--, para
lo cual se requiere prestancia antropológica y humana que posibiliten
abordar los problemas desde otros ángulos, romper paradigmas
discursivos de la vieja usanza administrativa pública, de tecnicismos
funcionales y ahorrativos, o en todo caso, de minimización de esfuerzos
contrariando la propia naturaleza del servidor como hombre-solidario (el
Don) que desde su origen se desborda en luchas intensas por ser más.

La nueva herramienta, y por qué nombrarlo como la posmoderna


concepción del conocimiento científico, es en buena parte por la
pervivencia del arte, y ya no entremos a profundidades en la propuesta de
la poesía y otros medios más sublimes como medio de conocimiento. Esto
deja ver en lo “público” el esfuerzo por reincorporar la capacidad estética
de visión, de saber y poder desveladores del mundo, ya que hoy no se ven
bien las cosas, no se comprende lo que pasa en el servicio público en el
sentido amplio, lo que sucede en el gobierno de las cuentas. Y no se ve
porque no se enseña a ver, sino a funcionar. Ver implica, antes que otra
cosa, respetar la naturaleza del objeto, dejar que aparezca “lo público”
(Vid. la fenomenología de Husserl), esto es, no manipular ni la visión ni lo
que se ve, simplemente dejar-se conmover desnudándose, sin pertrechos
ideológicos y funcionales, ante el rostro hambriento del que con su
esperanza maltratada espera que hagamos algo. Sólo en el arte, en el
artista existe este embate, esta acometida de acicatear todo ordeb, porque
en el fondo ello es búsqueda, y no búsqueda pasiva, por el contrario, es ir
al encuentro de la verdad que está ahí, provocando placer o estúpida
agonía. Es tratar de reunir el origen con el final, es decir, alcanzar lo que la
naturaleza humana, como origen, exige: ser lo que somos como seres
humanos pensantes, sensibles, amorosos, y el arte es esa actitud --natural
en el hombre pero intimidada por la prepotencia racional de la ciencia y la
técnica--, que consiste en quitarse ropajes de cualquier índole y alcanzar el
torrente de sentido que la pasión humana deposita en las cosas que hace,
en su quehacer de trabajo, de faena diaria con la necedad, la obstinada
ocupación existencial de seguir siendo en la libertad.

Fragmento del libro "Política pública u otra manera del ser".


Mtro. Marcelino Núñez Trejo.
Archivo ASOMEH --Asociación Mexicana de Humanismo.
asomeh.hortz@gmail.com

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