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El relativismo de los sofistas

En sus orígenes esta palabra significó ‘maestro del saber’ y podría equivaler a las palabras actuales
‘profesor’ o ‘educador’. Los sofistas eran maestros ambulantes de los jóvenes pudientes que
deseaban participar y ocupar cargos públicos. La enseñanza que brindaban los sofistas consistía en
preparar a estos jóvenes para el debate, la discusión y la toma de decisiones. Es importante recordar
que la democracia ateniense (en la primera mitad del siglo V antes de Cristo) era un tipo de
democracia directa en la que los ciudadanos, reunidos en asambleas, tomaban las decisiones que
consideraban pertinentes para solucionar los problemas y satisfacer los intereses de esa sociedad. En
las asambleas y en los tribunales, órganos esenciales de la vida pública de Atenas, las discusiones
políticas, jurídicas y morales adquirieron especial importancia y los ciudadanos comenzaron a sentir
la necesidad de prepararse para defender sus posiciones y ganar los pleitos. En este contexto, tuvo
lugar la actividad de los sofistas.

Protágoras

El más importante de ellos fue Protágoras (480 – 410 a.C) quien, además de maestro de la clase
dirigente, fue considerado un auténtico filósofo. Toda la filosofía de Protágoras está basada en la
idea de que la realidad es algo en constante cambio. Todo fluye y cambia incesantemente. Todo es
devenir y nada permanece igual. No sólo lo que nos rodea es cambiante, nosotros también somos
seres sometidos a incesantes mutaciones. Por eso, no es posible alcanzar un conocimiento verdadero
y permanente.

Si los objetos del conocimiento y el sujeto que conoce se transforman a cada instante, entonces no
puede admitirse ningún conocimiento inmutable, universal y necesario.

Además, para Protágoras, el conocimiento surge de las sensaciones, de lo que percibimos a través
de nuestros sentidos (vista, oído, olfato, tacto, gusto) y las sensaciones son subjetivas y cambiantes.
Cada individuo tiene sus sensaciones e, incluso, un mismo individuo puede tener distintas
sensaciones de un mismo fenómeno en distintos momentos.

Para Protágoras y para los sofistas en general, todo conocimiento es relativo pues no es posible
alcanzar verdades objetivas.

Lo único que podemos hacer es determinar cuáles son las ‘verdades’ más convenientes para
nosotros y para la sociedad en la que vivimos.
Por lo tanto, la preocupación de los sofistas no es la de buscar y alcanzar la verdad. Lo que importa
es poder convencer a los demás sobre los caminos más convenientes a seguir.
Pero, ¿cómo hacer para lograr este convencimiento, que no parece una tarea sencilla?. Para
convencer a los demás, para ganar las discusiones en las asambleas y defender nuestras posiciones
en los pleitos, es necesario saber argumentar, es decir apoyar con razones lo que se afirma.
Los sofistas fueron maestros de la argumentación y se jactaban de hacer que un argumento en
principio muy débil y candidato a perder en el debate, se transformara en un argumento fuerte y
sumamente convincente.
La frase más conocida de Protágoras es: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Es el hombre
quien determina si las cosas son o no son y quien define cómo son.

El término ‘hombre’ debe ser entendido, en esta afirmación de Protágoras, como ‘ser individual y
concreto’. En este caso, “el hombre es la medida de todas las cosas” significa que cada individuo
tiene su modo de percibir la realidad y su visión de ella.
Cada individuo, según sus percepciones, construye su verdad sobre la realidad. Y las verdades a las
que arriba cada sujeto, a partir de sus percepciones, son válidas. Si dos personas no coinciden en la
manera de ver un determinado aspecto de la realidad, no es que una tenga razón y la otra no. Las
dos personas tienen el mismo derecho a sostener su verdad.

El término ‘hombre’ debe ser entendido también como ‘ser social’. El individuo no es un ser aislado
sino que vive en sociedad y es esa sociedad la que decide qué es lo bueno, lo justo o lo santo. Cada
individuo puede mantener sus propias verdades en el modo de percibir la realidad pero esto no es
posible en lo que atañe a la moral, a lo jurídico y a lo religioso. Es cada sociedad la que define y
determina estos valores. Los valores son relativos pero no a cada individuo sino a cada comunidad.
Por ejemplo, venerar a un Dios determinado podría llegar a ser correcto en una comunidad pero no
en otra. Protágoras es consciente de que en estas cuestiones debe primar la sociedad por sobre el
individuo pues si cada uno decidiera lo que es justo sería imposible la convivencia.

“Protágoras había convenido con un discípulo suyo que, una vez que éste ganase su primer pleito,
debía pagarle los correspondientes honorarios. Protágoras concluyó de impartirle sus enseñanzas,
pero el discípulo no iniciaba ningún pleito, y por tanto no le pagaba al maestro. Finalmente,
Protágoras se cansó y amenazó llevarlo a los tribunales, diciéndole: “Debes pagarme, porque si
vamos a los jueces, pueden ocurrir dos cosas: o tú ganas el pleito, y entonces deberás pagarme
según lo convenido, al ganar tu primer pleito; o bien gano yo, y en tal caso deberás pagarme
porque así habrá sido dictaminado por los jueces”. Pero el discípulo, que había aprendido muy
bien el arte de discutir y argumentar, le contestó: “Te equivocas. En ninguno de los dos casos te
pagaré. Porque si tú ganas el pleito, no te pagaré, ya que nuestro convenio consiste en pagarte
cuando yo haya ganado mi primer pleito; y si lo gano, no te pagaré porque la sentencia judicial me
dará la razón a mí”

Adaptado de © Carpio, Adolfo, Principios de Filosofía, Glauco, Buenos Aires, 1987, pág. 62.

Gorgias

Gorgias fue otro gran sofista que vivió aproximadamente entre los años 483 a.C y 389 a.C. Diversos
testimonios permiten asegurar que Gorgias vivió ¡109 años! Lo que se conserva de su obra es muy
valorado en nuestros días pues Gorgias ha sido tal vez el primer pensador que cuestionó la
capacidad del lenguaje para transmitir ideas y experiencias. Efectivamente, este sofista sostuvo que
“Si algo existiera y fuera cognoscible, sería incomunicable”. Como sabemos, el instrumento de
comunicación que tiene el ser humano es la palabra, y la palabra es algo muy distinto de lo real.

Si pudiéramos conocer algo, lo que comunicaríamos a los demás serían palabras y nada más que
palabras. Lo real, aquello que hemos conocido, sería incomunicable.

La palabra es inadecuada como medio de expresión, tanto por parte del sujeto que comunica, como
por parte del que recibe dicha comunicación.
Veamos por qué:

● por parte del comunicante o emisor, porque la palabra no es apta para transmitir sus estados de
conciencia, y
● por parte del que recibe el mensaje (o receptor), porque la palabra, al ser recibida, no puede
provocar en él los mismos estados de conciencia que tenía el emisor. Esto es así por la pluralidad de
los individuos humanos que nunca son semejantes de modo total.

En suma, la incomunicabilidad del saber se fundamenta, según Gorgias, en las siguientes razones:

a. La relación entre la palabra y la cosa que ésta designa no es unívoca sino equívoca. Por ejemplo,
la palabra ‘árbol’ no es semejante al árbol que designa y los significados de esta palabra varían
según los contextos en los que esta palabra se inscribe (hablar del ‘árbol genealógico’ no remite a
un árbol perteneciente al mundo vegetal).

b. Hay una falta de entendimiento entre los individuos de la especie humana. Cada individuo
percibe el mundo a su modo y no logra expresar con palabras lo que ha percibido. Y quien recibe el
mensaje tampoco logra saber con certeza qué es lo que el otro ha percibido efectivamente. Es como
si el mundo de cada individuo fuese un mundo puramente subjetivo y cerrado.

Selección de textos tomada de: Schujman, Andrés Gustavo. Filosofía.

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