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LA TRANSFERENCIA PSICÓTICA

Y EL ACTO DEL ANALISTA

› Laura Salinas

Sigmund Freud y luego Jacques Lacan, situaron con claridad las


coordenadas de esta otra transferencia. La propuesta de Lacan1, que
ha convocado la investigación de los psicoanalistas causados por su
enseñanza durante los últimos 30 años, continúa movilizándonos en
la tarea de circunscribir los alcances y eficacia de la misma, en el vez
por vez de la experiencia.

“Todavía hoy me gritan su nombre, todos los días, centenares de


veces, las voces que me hablan; lo hacen en contextos que siem-
pre se repiten, en especial como causante de aquellos perjuicios, y
esto a pesar de que los vínculos personales que durante algún tiem-
po existieron entre nosotros hace mucho ya que han quedado relega-
dos para mí, y por eso yo mismo difícilmente tuviera ocasión de acor-
darme de usted una y otra vez, en particular con algún sentimiento de

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inquina” (“Carta abierta al profesor Flechsig”, viii).2

En esta carta que Daniel Paul Schreber le envía al “profesor Fle-


chsig” varios años después de acaecido el final de la relación médi-
ca, Freud intenta hacernos percibir cómo aquel que habría sido el
responsable de su “almicidio”, constituye aún el personaje de una
transferencia invertida en el sentido en que el enfermo lo indica: el
sentimiento de inquina no podría provenir de él mismo sino del “pro-
fesor”. A su vez, el modo en que Schreber se esfuerza –en un momen-
to ya muy avanzado del trabajo de su delirio- por dejar en claro que
no deberían ser confundidos de ninguna manera, el personaje (térmi-
no con el que Freud define la actividad de la transferencia) de sus Me-
morias llamado “alma Flechsig”, del “hombre vivo”, es decir de la per-
sona del profesor, habilita hablar con legitimidad de transferencia en
la psicosis. Una transferencia, claro está, invertida, de la cual es el su-
jeto quien nos enseña su estructura describiendo el desplazamiento
ocurrido: “…alma cuya existencia particular es cosa cierta aunque no

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explicable sobre una base natural”3, dice. Ese desplazamiento -escu-


chando a Freud-, es desplazamiento de libido viniendo de los objetos
al Yo narcisista en este caso, al autoerotismo fragmentario en el pri-
mer período de la enfermedad.
Lacan es necesariamente freudiano al pensar el tratamiento de las
psicosis, y su invitación no es a avanzar sin Freud: apoya la verificación
clínica de cómo esta transferencia invertida no podría operativizar nin-
guna separación del goce del síntoma por vía de la interpretación, y lo
hace aludiendo a sus propios desaciertos:

“Sucede que tomamos pre-psicóticos en análisis, y sabemos cuál


es el resultado: el resultado son psicóticos. La pregunta acerca de las
contraindicaciones del análisis no se plantearía si todos no tuviése-
mos presente tal caso de nuestra práctica, o de la práctica de nues-
tros colegas, en que una linda y hermosa psicosis se desencadena
luego de las primeras sesiones de análisis un poco movidas; a partir
de entonces el bello analista se transforma rápidamente en un emisor
que le hace escuchar todo el día al paciente qué debe y qué no debe
hacer. Es lo más arduo que puede proponérsele a un hombre, y a lo
que su ser en el mundo no lo enfrenta tan a menudo: es lo que se lla-
ma tomar la palabra, quiero decir la suya, justo lo contrario a decirle
sí, sí, sí a la del vecino”.4
Aferrándose así a la enseñanza del enfermo, la “maniobra” posible
ante su demanda tiene por tarea primera evitar que esa transferencia
invertida se desate con el analista, ya que sería volver a dejar al des-
cubierto que el sujeto de la psicosis, está con un otro imaginario; el
Otro no está en lo simbólico y si aparece es desde lo real como per-
seguidor o enamorado.
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Lacan aportará a la teoría de la transferencia en la psicosis otro pi-


lar crucial, que es la de considerar al psicótico un sujeto cuyos sín-
tomas son la respuesta de la estructura significante que lo constitu-
ye: ésta como tal, engendrará necesariamente una relación al saber.
Planteará en 1965: “Es que hay siempre en el síntoma la indicación
que él, es cuestión de saber”.5

La transferencia psicótica como campo del saber

El retorno a Freud propuesto por Lacan, apuesta a volver a insta-


lar en el centro del discurso del psicoanálisis, la experiencia del in-
consciente en su rigor real, tanto a nivel de la cura como a nivel de
su misma reproducción al interior de las sociedades que ejercitan su
transmisión; y si hay algún acceso posible a ese saber anómalo, dis-
cordante y extranjero que es el inconsciente, es a través del uso de la

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La transferencia psicótica y el acto del analista

transferencia descubierto por Freud, al interior de una cura. Darle a la


transferencia todo el alcance de su incidencia real en la cura, es para
Lacan demostrar su vigor como vínculo con el saber. “La transferen-
cia, vengo martillándolo desde hace algún tiempo, no se concibe sino
a partir del sujeto-supuesto-saber.”6
El saber textual que sostiene el goce del síntoma, es fundado gra-
cias al despliegue del sujeto-supuesto-saber en la experiencia del
análisis, y es necesariamente, resultado original de la acción del dis-
curso del psicoanalista que se constituye como una respuesta “hecha
del objeto a”.7 Si bien la alienación estructural que imposibilita el acce-
so al inconsciente es implacable, este sujeto-supuesto que se produ-
ce por el uso que hace de la transferencia un psicoanálisis, es el que
ha mostrado tener hasta el momento las mejores condiciones para re-
velar ese saber –y sus consecuencias en tanto medio de goce-, y ha-
bilitar la posibilidad de una nueva elección para “eventualmente se-
parase de él”.8
¿Cómo entender lo que nos propone Lacan para aceptar la de-
manda del sujeto psicótico, cuando se está ante el peligro de desa-
tar la transferencia invertida con sus caracteres de persecución y ero-
tomanía?
Su primera propuesta es la difundida indicación de 1958 en “De
una cuestión preliminar….” sobre la forma particular que debería ad-
quirir la abstinencia, es decir, una estrategia premoldeada que he-
redaríamos de él (ya que la abstinencia se construye caso por caso
bordeando la demanda de la transferencia), que es la de responder
como “secretarios del alienado” destituyéndonos de nuestra posición
de sujetos para lograr someternos a la del enfermo.
Pero la profundización de esta relación al saber también para las

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psicosis hecha en su Seminario de 1965, implica la invitación a una
posibilidad más, de uso de esta transferencia invertida: no su funesto
efecto para el lazo con el análisis, sino en el alcance que tiene el con-
sentimiento a la posición del sujeto de intérprete de lo real, para sos-
tener una hiancia entre saber y verdad.

“Nunca se ha subrayado bastante hasta qué punto en la paranoia


no son sólo los signos de algo, lo que recibe, el paranoico. Es el sig-
no que en alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos, que
él no conoce; esta dimensión ambigua, del hecho que hay que saber
y que eso está indicado, puede ser extendido a todo el campo de la
sintomatología psiquiátrica, en la medida en que el análisis introduce
allí esta nueva dimensión, que precisamente su estatuto es el del sig-
nificante”.9

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Nos encontramos entonces con esta afirmación precisa y muy clí-


nica de Lacan, muy distinta y más compleja que afirmar simplemen-
te que el psicótico tiene una certeza de saber. Si hay alguna certeza
incuestionable, es el lugar que el sujeto se adjudica como intérpre-
te de lo real, pero como ya había sido señalado en el Seminario Las
psicosis, el sujeto puede bascular alrededor del enigma de significa-
ción: no sabe qué significa eso que sabe, pero sabe con certeza que
eso le concierne10.
Esta versión sensiblemente diferente de la relación de la psicosis
con el saber, permite contextuar mejor cómo el psicoanalista, al ocu-
parse de la demanda del psicótico, es convocado rápidamente al ni-
vel del estatuto del síntoma como cuestión de saber. Pero no al modo
en que lo hace el neurótico como demanda de saber al analista como
un ‘yo no sé’ o no quiero saber [lo que sé sobre él] sino al modo de
encontrar un consentimiento, un respeto, un interés por su propio tra-
bajo de interpretación de los signos de lo real.
Esto permite remarcar el valor clínico de localizar el surgimiento y
estatuto de la demanda del psicótico por el síntoma, ya que la escu-
chamos acontecer en contextos clínicos diversos. Más allá de la tipo-
logía psiquiátrica siempre hipotéticamente establecida, puede surgir
por decisión del sujeto en un consultorio externo público o privado, o
llegar a nacer como respuesta a la oferta paciente, de un analista en
una situación de internación hospitalaria. Que alguien hable o respon-
da a interrogatorios, no equivale al paso de la demanda formulada a
un partenaire capaz de comprometerse en sostener la hiancia entre lo
que no se conoce, y sin embargo se sabe con certeza.
Muchos sujetos logran estabilizarse –sobre todo los paranoicos-
sirviéndose exitosamente de cierto lazo social para elaborar su saber
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sobre el significante desencadenado. Sin embargo, el delirio (como


saber imaginario-simbólico) no constituye una garantía de estabiliza-
ción para anudar lo real luego de un desencadenamiento. El sujeto
psicótico en general se encuentra ante un verdadero problema cuan-
do no puede encontrar un modo de tratar lo real mediante lo simbóli-
co-imaginario del saber del delirio, pues el delirio mismo puede llegar
a ser causa de su empuje hacia lo real. Ante esto sólo le queda la op-
ción de tratar lo real por lo real, con los riesgos del pasaje al acto auto
o hetero mutilador que implica tal tratamiento11.
Esto no significa que el fracaso lo empuje al encuentro con el psi-
coanalista, sin embargo es posible que acompañado por otros o por
sí mismo, en ocasiones el sujeto encuentre un lugar de palabra no-
vedoso en el analista y consienta servirse de su presencia para des-
plegar su autocuración de saber. Esta opción podrá avanzar decisiva-
mente hacia un tratamiento que sostenga y promueva la elaboración
autocurativa del sujeto, si la escucha es ofertada desde la ética del de-

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La transferencia psicótica y el acto del analista

seo del analista como alguien que supone, tras el síntoma o el delirio,
un sujeto que es efecto de la materialidad del significante12.
Si el analista sostiene esta suposición también frente al sujeto psi-
cótico, esto implica el acto de ubicarse de un modo particular en la
estructura del lenguaje y del deseo, que es la de escuchar sin saber.
Escuchar sin saber: es una activa tarea correlato del analista “anali-
zado”13, -que difiere de la versión del analista pasivo, que no hablaría
por su posición destituida-. Es más bien la de un testigo interesado
por el saber del delirio y también por lo que en él, no se sabe. Intere-
sado en ese campo de saber en que se despliega el delirio, que dis-
ta enormemente de la posición de mascarada de alojar la realidad del
loco bajo los ideales de una moral inclusiva que apoyaría su conten-
ción e integración.
Este particular modo de ubicarse en la estructura del lenguaje y
del deseo, afianza una presencia en la palabra inédita hasta enton-
ces para el sujeto, que consolida la apertura posible de la disyunción
entre saber y verdad. Esa disyunción, mantenida abierta por el de-
seo del analista, entre eso-que-no-se-conoce-pero-se-sabe-con-cer-
teza, se constituye en la creación de un espacio-tiempo nuevo donde
el delirio puede amarrar su elaboración, desempeñando esa disyun-
ción un lugar que cumple el rol de un agujero simbólico suplente. El
sujeto psicótico encuentra así en esta presencia, la ocasión para des-
plegar su testimonio en puesto de intérprete, colocando al analista
-como señala Colette Soler14-, en situación de ser estudiado, interpre-
tado, inclusive vigilado como al partenaire-Otro de sus elaboraciones
espontáneas.
En el caso “Cura de un mutismo”, de Gabriel Lombardi15 el suje-
to se presenta como un ser libre que intenta sustraerse de la amena-

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za del semejante, alojándose en un imaginario autónomo y fijando su
existencia en la mirada catatónica sobre la pared de su cama de inter-
nación durante años. Allí no está, tal vez, tan amenazado de “ver pun-
titos”. El mutismo parece solidario de ese intento de libertad, porque
–tal vez- las palabras de los otros o sus sonidos, convocaban un sim-
bólico que devenido real.
Ubicamos, del lado del analista, tres operaciones que –considera-
mos- funcionan como mantenimiento de la hiancia entre saber y ver-
dad, por donde el sujeto ensaya nuevos modos de agujereamiento
del goce, por su distribución en el significante.
La primera es la suposición de un sujeto allí donde sólo se da a
ver un viviente, que se plasma en la apuesta del analista de hablarle
a pura pérdida durante un tiempo, en una posición paciente al lado
de su cama de internación. Segundo, el singular modo que encuen-
tra el analista para interesarse en el saber sobre el síntoma y en el sa-
ber del delirio. La tercera operación es lo que podríamos denominar

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una anti-maniobra del analista, ya que funciona por el modo en que


éste se presta para que su presencia sea manipulada por el sujeto en
su investigación.
A la primera maniobra la vemos contestada con el primer testi-
monio de un “Yo escribo poemas”. Consideramos que el inesperado
efecto que causa esta operación, es solidario del acto del analista de
suponerlo un sujeto concernido por el significante. Esta suposición
de un saber del sujeto, semblanteada por el analista como agujero
del no saber de su lado, crea una hiancia a la que parece responderle
promoviendo a partir de ese momento, incluir al analista como audito-
rio privilegiado para nominarse y para hablar de su síntoma. Al alistar-
se en la tarea de “escritor” este sujeto opera una nominación produc-
tora de un primer agujereamiento del goce deslocalizado.
La segunda maniobra, del lado del analista, apunta a la relación
entre el síntoma y el saber, y puede ser situada en la solicitación de
características y contexto de aparición del S1 de los “puntitos”. Esto
produce como respuesta un nuevo intento de nominación por parte
del sujeto: “soy hijo de dios”, que es acompañada del nacimiento de
un saber cierto, que fundará desde ese momento la actividad de ela-
boración delirante alrededor del uso de la presencia del analista.
La maniobra del analista se completa -en este caso- con el gracio-
so giro del pedido de “pruebas”, como un modo de garantizar no sólo
su creencia en la realidad del delirio, sino también su falta de saber
sobre el mismo, habilitando el despliegue del campo del saber a car-
go del sujeto. Esta respuesta de alienación a lo simbólico del texto,
en la búsqueda del saber del libro bíblico que narra los fundamentos
de su ser mesiánico, genera un nuevo espacio-tiempo que es el de la
historización. Elaborando su testimonio, se demarca la disyunción en-
La división subjetiva en las psicosis

tre la certeza de saber y el saber que no se conoce; el sujeto necesa-


riamente se sustrae deslizándose bajo el despliegue del cuerpo de la
cadena de la narración. El semejante se presenta menos amenazan-
te y puede empezar a sentarse en la mesa con otros en la internación.
Esto es lo que –entendemos- origina el tercer momento lógico del
uso que el sujeto hace de la presencia en la palabra del analista, para
emprender la investigación de la falla del Otro. Es lo que Lombardi lla-
ma la “introducción de un valor de goce” nuevo en los datos iniciales
de la psicosis, manifestado en la viabilidad descubierta de asegurarse
-mediante la sorpresa del chiste en el Otro de la transferencia- el “au-
xilio”16 del lazo social de los “discursos establecidos”. Surge el chis-
te como mediador de los encuentros: “El doctor está cachuzo” dicho
ironizante que le comenta a la madre, sobre el analista, en presencia
de este; o contarle chistes al analista a la espera de su reacción hila-
rante. El Otro no está ahora deslocalizado, sino que es posible media-
tizar un encuentro con él.

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Hay un afianzamiento de esta nueva posibilidad de encuentro con


el otro, por un nuevo giro en la investigación del agujero del Otro, que
pasa ahora a nivel de la mediación de la pintura en el plano del cua-
dro. El “veo puntitos” devino un “Yo pinto” y el plano pared, devino
cuadro.
El sujeto conquista una vida más vivible. Va a vivir con sus padres,
no trabaja, pinta y de vez en cuando telefonea al analista.

Para concluir

Resaltamos cómo la investigación de Lacan, nos ha permitido lo-


calizar entonces que no es tanto la asociación libre lo que podría lle-
var rápidamente al sujeto a la erotomanía y a la persecución, sino la
posición del analista en relación al saber. Este ha sido, al parecer, el
obstáculo que Freud no habría podido dilucidar de esta transferen-
cia invertida, para ofrecer una escucha adecuada al sujeto psicótico.
El uso de la relación del síntoma psicótico con el saber, es una
operación que puede determinar un espacio-tiempo particular donde
se organiza una nueva realidad para el sujeto. Una nueva realidad al-
rededor del agujero suplente que ofrece el decir del analista, donde
el sujeto puede llegar a producir nuevas operaciones para redistribuir
su goce. La producción del saber, testimoniado ahora dentro de esta
nueva realidad con el analista permite entretejer el goce, y la reduc-
ción del síntoma, sin ser cabal, encuentra una localización del objeto
a, menos estragante para el sujeto.
Lacan en 1967, afirma que “el psicoanálisis” en tanto “procedi-
miento [que] abre un campo a la experiencia, es la realidad”.

“La realidad es planteada en él como absolutamente unívoca, lo La división subjetiva en las psicosis
que es único en nuestra época, comparado con la manera en que la
enredan los otros discursos. Porque es sólo a partir de los otros dis-
cursos como lo real llega a flotar”17.

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Bibliografía

-Freud, S. (1911). “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de pa-


ranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente”, en Obras
Completas, Vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987.
-Lacan, J (1955-1956). Las Psicosis. Libro 3, Buenos Aires: Paidós, 1988.
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Barcelona: Ediciones Petrel.
-Lacan, J. (1965). Clase del 5 de mayo de 1965. Seminario 12. Problemas cru-
ciales para el psicoanálisis, inédito.
-Lacan, J. (1964-1965). “El Seminario 12. Problemas cruciales para el psicoa-
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-Lacan, J. (1972). Escansión 1, Buenos Aires: Paidós, 1984.
-Lacan, J. Otros escritos, Buenos Aires: Paidós, 2012.
-Lombardi, G. (2008). Clínica y lógica de la autorreferencia, Editorial Letra
Viva, Buenos Aires.
-Miller, J.-A. y otros (1999). Los inclasificables de la clínica psicoanalítica,
Buenos Aires: Paidós, 2003.
-Soler, S (1989). Estudios sobre la psicosis, Buenos Aires, Manantial, 2007.
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Notas
1. Lacan, J. (1956) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible
de la psicosis” en Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, pp. 563 -64.
2. Freud, S. (1911). “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de pa-
ranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente”. En Obras
Completas, Vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987, p. 37. Las itá-
licas son nuestras.
3. Freud, S. (1911). Ibídem, p. 39.
4. Lacan, J (1955-1956). Las Psicosis. Libro 3, Buenos Aires: Editorial Pai-
dós, p. 360.
5. Lacan, J (1964-1965). Clase del 5 de mayo de 1965. En “El Seminario 12.
Problemas cruciales para el psicoanálisis”. Inédito.
6. Lacan, J. (1967). “Proposición del 9 de octubre de 1967”, en Revista Or-
nicar Nº1 El saber del psicoanálisis, Editorial Petrel: Barcelona.
7. Lacan, J. (1967). “Proposición del 9 de octubre de 1967”, Revista Ornicar
1, Barcelona: Ediciones Petrel,
8. Lombardi, G. (2008). Clínica y lógica de la autorreferencia, Editorial Letra
Viva: Buenos Aires.
9. Lacan, J. (1965). Clase del 5 de mayo de 1965. Seminario 12. Problemas
cruciales para el psicoanálisis. Inédito.
10. Lacan, J. (1955-56). El Seminario 3. Las psicosis, Paidós: Buenos Aires.
Clases 14 y 15.
11. Como entendemos lo plantea Lacan en la clase del 25 de abril de 1956
de El Seminario 3. Las Psicosis, y en “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis”; Colette Soler en “El trabajo de la psi-
cosis” en Estudios sobre la psicosis (1989) y Eric Laurent en La psicosis:
acto y repetición (1998).
12. Lacan, J. (1965). Clase del 5 de mayo de 1965. “El Seminario 12. Proble-
mas cruciales para el psicoanálisis”. Inédito.
13. Lacan, J. (1967). “Breve discurso a los psiquiatras”, o “La Psychanaly-

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se et la formation du psychiatre”. Conferencia inédita dictada el 10 de no-
viembre de 1967 en París.
14. Soler, C. (1989). “El sujeto psicótico en el psicoanálisis”. En Estudios so-
bre las psicosis, Editorial Manantial: Buenos Aires.
15. Lombardi, G. (1999). “Cura de un mutismo”. En Miller, J.-A. y otros.
(1999). Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires: Edi-
torial Paidós, 2003. Historial que invitamos a leer para acompasar este es-
crito y del cual tomamos sólo algunos aspectos para el análisis que he-
mos desarrollado en forma más amplia en otro trabajo.
16. Lacan, J. (1972) “El atolondradicho” en Escansión 1, Buenos Aires: Edi-
torial Paidós, 1984, p. 45.
17. Lacan, J. (1967). “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. En
Otros escritos, Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 371.

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/ EL TRABAJO DE lA PSICOSIS

F reud, al descifrar a Schreber, reconoció en el d elirio una tenta-


tiva de curación que nosotros confundimos - dice- con la enfer-
medad. De ahí la necesidad de dis ti nguir. en el propio seno de la
psicos is , entre los fenóme nos primarios de la enfermedad y las
elaboraciones que se les añaden. y mediante las c1:-1ales el sujeto
responde a esos fenómenos que padece.
Decir "trabajo de la psicos is·· como se dice "trabajo ele Ja trans-
feren cia" en el caso ele la ne uros is, implica también marcar una dife-
rencia fundamen tal entre neurosis y psicosis. Esta diferencia es la
consecue ncia de otra: entre Ja represión, mecanismo de le nguaje
que Freud reconoció en el fundamento del s íntoma neurótico, y Ja
forclusión, p romovida por Lacan como la causa significante de
la ps icosis. Mienlras que el trab<.'\iO de la transferencia s upone el
vinculo libidinal con un Otro hecho objeto, en el trabajo del deli1io
es el propio sujeto quien toma a s u cargo, solitariamente. no el re-
torno de Jo reprimido sino los "retornos e n lo real" que lo abruman.
Mientras que no hay autoanálisis del neurótico, el delirio sí es una
autoelaboración en la que s e manifiesta con tocia claridad lo que La-
can denomina "eficacia del sujeto". El delirio no es, evidentemente,
su única manifestación: que se hable de prepsicosis antes del de-
sencadenamiento y ele eventuales estabilizaciones después, indica
s uficientemente que la forclusión es susceptible de ser compensada
en s us efectos, con formas que no se reducen exclusivamente a la
elaboración delirante.
El problema para el psicoanalista es saber s i este trabajo de la
psicosis puede inser tarse en el discurso analítico; y. en caso afir-
/
1Cl Colette Soler El trabajo de la p s icosis 17

111a Uvo, cómo. Indudablemente, es tamos seguros de la pertinencia táfora de suplencia: la metáfora delirante. ¿Qué hace Schreber sino
de nuestras pautas estructu rales concernientes a la psicosis - has- construir una versión de la pareja original. dis tinta de la versión
ta los ps iquia tras es tán empezando a considerarlas- , y sabemos pa~e~na ~ en la que el goce en exceso encuentra un sentido y una
que los psicoanalis tas formados en la enseñanza de La.can no se leg1t1mac1ón en el fantasma de procreación de una humanidad fu-
niegan a afrontar la ps icosis; pero aún se necesita saber mediante tura? ~chre~er inventa y sustenta, por s u sola decis ión, un "orden
qué operación. Para ser más precisos: ¿puede tener el acto analítico del uruverso curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia
incidencia causal sobre el autolratamiento de lo real, como la hay é~ P~dece.;_ y. ~o.nde el Nombre-del-Padre forcluido no promueve la
en el trabajo de la transferencia? Y, por lo menos. ¿hay una afini- s1g~ificac10~ fahca, aparece una s ignificación de s uplencia: ser la
dad entre la mira, los efectos de aquél y los propios objetivos del mujer d.e Dios, con la ventaja de que el goce desde ahora consentido
tratamiento analítico? Dicho de otra manera, ¿hay al menos una s~ locahz~ sobre la imagen del cuerpo, y con la diferencia de que la
simpatía entre la ética del bien decir. y la ética del sujeto psicótico? s1gnlficac1ón de castración de goce queda excluida en beneficio de
Primero necesito marcar la frontera entre la enfermedad propia- un g?c~ _de la r:lación con Dios, marchando a la infinitud. Unica
mente dicha y las tenta tivas de solución, entre el psicótico "mártir restncc1on: esa infinitud no es actualizada - no todavía- sino apla-
del inconsciente", como dice La.can. y el psicótico eventualmente zada al infinito.
trabajador. Llam arlo "mártir del inconsciente" es otra manera de En muchos casos funciona la misma solución cons is tente en ta-
designar el retorno en lo real de lo que fue forcluido de lo simbólico par la cosa n_iediante una ficción colgada de un s ignificante ideal,
y que se impone al sujeto, para su tormento y perplejidad, en fenó- pero no requiere por fuerza la inventiva delirante .del s ujeto. Creo
menos que los psiquiatras clásicos ya solían reconocer aunque sin que, por ejemplo. esta solución brinda la clave de muchas sedacio-
comprender s u estructura. nes o de muchas fases "libres" de la melancolia. Casi siempre se las
Aprehendemos la lógica de es te retorno en lo real si advertimos presenta co~1?. enigmáticas, debido a s u carác ter s úbito y también
que h ay una solidaridad entre la eficacia del Nombre-del-Padre, la a su ~evers1b1hdad; pero, en la mayoría de los casos , un enfoque
conslitución de lo s imbólico, en el sentido de la cadena significante, met~d1co revela que estos virajes inesperados son efectos de la re-
y una limitación de goce que Freud percibió con las nociones de ob- gencia restaur~da de una s ignificación Ideal, s ignificación que vuel-
jeto perdido y. sobre todo, de castración. Asimismo. la forclusión es ve a dar al Sujeto la pos ibilidad de desliza rse bajo el s ignificante
solidaria del s ignificante en lo real - lo que no quiere decir ú nica- que da ba s ostén a s u mundo. Salvo que entonces. en general no es
mente el significante en lo percibido alucinatorio. sino de modo más resultad_o de un trabaj~ del ~ujeto - h ace ya tiempo que los ps iquia-
amplio el s ignificante surgiendo solo, fuera de la cadena del senti- t~~s reg1.straro~ la res1s tenc1a del s ujeto melan cólico a la elabora-
do- y de emergencias correlativas de goce. En este sentido. el hecho c1on- , smo, ~as frecuentemente, el efecto de una tyché, de un en-
de que Lacan planteara, con la noción de forclusión, la causalidad cuentro que vien: a corregir el de la pérdida desencadenante. En
significante de la ps icosis - que además implica de por s í una res- estos_~os .el SUJeto no inventa s ino que toma prestado del Otro
ponsabilidad del sujeto- no impide que la psicosis siga s iendo para - cas i s1: mpre materno- un significante que le permite, al menos
nosotros lo que era ya para Freud: u na enfermedad de la libido. por un tiempo, tapar, mediante un ser de pura conformidad el ser
Desde ese momento. el trabaj o de la psicosis será siempre para Inmundo que él tiene la certeza de ser. '
el sujeto una manera de tratar los retornos en lo real, de operar Ci_viliz~r a la cosa por lo simbólico es también la senda de ciertas
conversiones; manera que civilíza al goce haciéndolo soportable. Así subhmac10nes creacionistas. La promoción del pa dre es una de
como podemos realizar la clínica diferencial de los retornos en lo ellas, Y Lacan lo decía en su Seminario La ética. Se comprende en-
real según que se trate de paranoia , esquizofrenia o manía, pode- tonces que estas sublimaciones se vean particularmente solicitadas
mos diferenciar también las mencionadas soluciones. en la P~icosis. como lo prueban tantos nombres conocidos: Joyce,
HOl~erlm, Nerval. Rousseau, Van Gogh, etcétera. No todas las subli-
Las mejor observables son las que echan mano a un simbólico de mac1~?es son del mismo tipo, pero las que proceden por la cons-
s uplencia consis tente en construir una ficción, distinta de la ficción trucc1on de un nuevo simbólico cumplen una función homogénea a
c.:dipica. y en conducirla has ta un punto de estabilización; obtenido lo que es el deli.rio para Schreber. Cons ideremos a Jean-Jacques
(·s tc mediante lo que Lacan consideró en una época como una me- Rousseau, por ejemplo, quien va fo1jando sus ficciones sucesivas.
18 Colecte Soler El trabajo de la psicosis 19

Pensador político, primero -desde el primer Discurso hasta El con- plencia, el efecto capital de lo simbólico, esto es, su efecto de nega-
trato social-, después novelista del amor con La nueva Eloísa. luego tivización del ser viviente. Del daño causado en acto al cuerpo pro-
educador con el Emilio y finalmente Pygmalión de sí mismo con sus pio o también a la imagen del semejante, de la agresión muliladora
Confesiones. En todos los casos, a la vez crítico e innovador, Rous- hasta el suicidio o el asesinato, la mulilación real emerge en pro-
seau rectifica los ideales y los renueva, trata el desorden del mundo porción a la falta de eficacia de la castración. y ello hasta el punto
-de la sociedad, las costumbres, el individuo-, se encarga de la de adquirir a veces un alcance diagnóstico.
rectitud del orden social, de la pareja sexual y del individuo, para Lo ilustraré con un caso ejemplar en el que llegué a conocer. an-
conjurar el goce nocivo y pervertido del hombre civilizado. Esta em- tes de que apareciesen de manera evidente para todos, los signos
presa culmina en el Emilio, que lo convierte casi en padre del hom- patognomónicos de su psicosis. Se trata de una mujer. Durante
bre nuevo y que por este hecho, sin duda, lo precipita en el delirio cerca de diez años había estado en manos de médicos a causa de
efectivo. una grave enfermedad llamada saturnismo, que le hizo rozar la
muerte en repelidas ocasiones y le dejó secuelas importantes. Inte-
EX!sten otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico rrogada durante años, jamás soltó una palabra sobre la causa, cau-
sino que proceden a una operación real sobre lo real del goce no sa que reveló un día - para su propia sorpresa- en una nueva con-
apresado en las redes del lenguaje. Así sucede con la obra - pictóri- sulla : ingería plomo, obtenido por raspado de alambres eléctricos.
ca, por ejemplo- que no se sirve del verbo sino que da a luz, ex De sus auto-atentados sólo puede decir una cosa, repetida como
nihilo, un objeto nuevo, sin precedentes - por eso la obra está siem- un leitmotiv: "quelia morir". ¿Desde cuándo? Desde que tenia diez
pre fechada- , en el que se deposita un goce que de este modo se ~u1os, o sea desde la muerte de su madre, enferma de cáncer hacia
transforma has ta volverse "estético", como se dice, mientras que el ya cinco. Antes de los cinco años - dice-, era el paraíso; y de él le
objeto producido se impone como real. queda un único recuerdo en el que se ve enroscada en el regazo de
Aquí es donde nos topamos con la paradoja Joyce, quien lleva a su madre. Podría hablarse aquí de reacción melancólica si no fuera
cabo esta operación con la literatura misma. Siendo el arte que más que en el discurso de esta persona falta radicalmente cualquier ma-
incluido está en el registro de lo simbólico, Joyce logra hacerlo pa- tiz de tristeza, cualquier sentimiento de pérdida y más aún de cul-
sar a lo real, o sea al "fuera del sentido". Una proeza, sin duda. La pabilidad, en provecho de la afirmación, repcUda sin el menor afec-
diferencia con toda la demás literatura es perceptible. Joyce no rec- to aparente, de una pura voluntad de muerte. Se d escubre Juego,
tifica al Otro del sentido como Rousseau: lo asesina. En este aspec- más allá de los atentados contra su vida, reales pero fracasados, un
to sus Epifanías son paradigmáticas. Esas breves frases sacadas impulso al asesinato que fue, en definitiva, más eficaz.
del contexto que podría darles significación, esos fragmentos de dis- A los ocho años se le ocurrió la idea de suministrar a su madre
cursos en los que el sinsentido reluce, dan fe de una operación que enferma algún medicamento definilivo. Casada muchos años des-
no carece de afinidad con la de Wolfson. Se opera con el lenguaje de pués, vierte somníferos, subrepticiamente, en el café de su marido.
tal modo que el Otro queda evacuado, y se procede a una verdadera Enfermera de profesión, interviene en la muerte de un anciano en-
forclusión del sentido, forclusión que es al mismo tiempo una letri- fermo al que administra -a sabiendas- una dosis excesiva. En el
ficación del significante mediante la cual éste se transforma en áto- momento de la entrevista sabe que su hijo está amenazado; un día
mo de goce... real. mató con veneno al gato que esle hijo adoraba. Aclara que fue un
En la misma línea de tratamiento de lo real por lo real, tenemos impulso súbito e ine.'Xplicable, pues dice: ·yo quería a ese gato". En-
los pasajes al acto auto - y hétero- mutiladores. Son totalmente tonces, ¿por qué? Sólo puede responder: "lo vi". Luego: "era o él o
antinómicos a la sublimación creacionista, pero sin embargo no la yo". Más tarde agregará: "él o mi hijo". Vemos intervenir en acto
excluyen. Consideremos a Van Gogh, quien, a punto de alumbrar una suerte de forl-da de la vida y la muerte del sujeto y de sus obje-
una de esas obras maestras que nos maravillan. corta en carne viva tos. Lo que aquí importa no es tanto el carácter irreprimible del ac-
su cuerpo y su Imagen, que él disimetriza para convertirse en el to, que también aparecería en ciertos pasajes al acto de la neurosis,
hombre de Ja oreja cortada. Esta oreja menos, como en muchos sobre todo la obsesiva, sino el hecho de que el sujeto no sólo no
otros atentados de la psicosis -véase especialmente el Niño del Lo- puede dar cuenta de él. sino que ni siquiera se considera responsa-
bo de Rosine y Robert Lefort- realiza en acto, a título casi de su- ble. Como indiferente a su gravedad, sólo puede enumerarlos, sin
20 Colette Soler

problematizarlos nunca y teniéndolos por ajenos a ella misma. Esta RECTIFICAR AL OTRO
persona se encuentra habitada por una necesidad casi presubjetiva
de negativlzar el ser-ahí. y más precisamente de perder un objeto
que está como en exceso. Pues cuando el objeto no es llamado a
complementar la falta fálica, cuando es únicamente el doble espe-
cular del s ujeto, funciona en exclusión y deviene para él sinónimo
de muerte. Se entiende que un objeto así, un objeto que, lejos de
fundar un lazo social. lo ataca, deja poco espacio para el psicoana-
lista.
Los diversos tratamientos de lo real que acabo de distinguir -por
lo simbólico, por lo real de la obra o del acto- no son equivalentes,
desde luego. a los ojos del psicoanalista: el último casi lo excluye y
el segundo lo vuelve s uperfluo.
En efecto, el acto negatMzador se estrella a la vez con los limites
de la legalidad , como tratamiento que al Otro social le es imposible
soportar, y con sus límites propios. a l no tener otro futuro que s u
repetición. En cuanto a las producciones del arte que alcanzan un
bien -inventar, ellas no contradicen el imperativo de elaboración del
E1 libro de Rosine y Robert Lefort, Las estructuras de lapstcosts,1
yuxtapone al relato de una cura minuciosamente anotada un traba-
análisis pero, contrariamente al bien decir, que se despliega en el jo de matematización de dicha cura, trabajo que es posterior y que
entre-dos decir del analizante y del intérprete y como producto del en cierto modo recubre y fractu ra un tanto su marcha. En un pri-
lazo analillco, estas obras se realizan en soledad y vuelven super- mer momento, leyéndolo de un tirón y sin detenerme en las peque-
fluo al analista. Queda aún el bien-pensar de las elaboraciones sim- ñas etapas de la teorización. pude advertir que se trataba de una
bólicas que logran compensar la carencia de la significación fálica, gran marcha. Sabemos en qué culmina: culmina cuando el pequeño
y a su respecto habrá que plantearse qué papel causal puede cum- Roberto adquiere figura humana. Al fmal. está humanizado. Puede
plir en ellas el anallsta. Insertarse más o menos en un lazo social. P~ro. ¿de dónde partió?
En todos los casos hay una cosa segura: si el analista acoge la Todo empieza en el Lazareto. El término posee siniestras resonan-
singularidad del sujeto psicótico -como de cualquier otro sujeto- , cias de exclusión, de segregación, de reparto de esos seres que son
no lo hace como agente del orden, y la sugestión no es su instru- los desechos del discurso. Aquí no estamos en el limbo, y este Laza-
mento. Sin embargo. si está preparado para escuchar y soportar a reto, al llegar Roberto, pasa a ser incluso un Infierno. Es un sitio
aquel que no es esclavo de la ley fálica, aún tendrá que medir los lm~resionante, un mundo de miedos, gritos, mocos, pipí y caca, un
riesgos que asume en cada caso, para sí mismo y para algunos umverso de golpes y trasudor. Imagínenlo ilustrado por Jéróme
otros. Bosch, más bien que meditado por Dante: podria ser grandioso.
Cuánto admiro a la que avanza por este lugar provista de su solo
deseo de analizar: Rosine Lefort. Avanza. por lo demás, y le rindo
homenaje, sin esa onza de obscenidad que estos sitios podrian con-
vocar. ¿No se advierte acaso cuán desesperada habña parecido su
empresa? En cualquier caso. de ninguna forma razonable, si llama-
mos razonable a aquello que responde a las empresas del sentido
común. Esta empresa resu lta por ello más tilanesca aún. Es verdad
q~e al leer este libro de un tirón, se percibe que el universo de
rmasmas en que vive el pequeño Roberto es atravesado, gracias a la
llegada de esta analista, por un intenso soplo. Más precisamente,
¿QUE LUGAR PARA EL ANALISTA?

Voy a presentarles simplemente un ejemplo. Se trata de la estabi-


lización de una psicosis bajo transferencia. Trataré de aprehender
la estructura y los componentes de esa estabilización y discernir lo
que la condiciona en la acción analítica. Es una psicosis revelada
desde hace doce años, con un automatismo mental marcado.
Varios episodios delirantes agudos exigieron las respectivas hos-
pitalizaciones y les siguió una intervención medicamentosa conti-
nua, aunque actualmente episódica. Esta mujer, que en sus delirios
se acoplaba de pronto con la luna en experie¡¡cias orgásticas tota-
les, que en otra ocasión cargó el cielo sobre sus espaldas, etcétera,
se encuentra hoy, desde el punto de vista pragmático, en una rela-
ción con la realidad bastante restablecida: puede dirigir sus actos,
vivir sola de una manera relativamente adaptada, y retomar sus es-
tudios, donde su desempeli.o es brillante. Paralelamente, se embar-
có en una tentativa de obra artística sobre la cual, lo que es más,
escribe. Se comprenderá que no es una persona cualquiera. A su
inteligencia y cultura añade una posición subjetiva de notable ela-
boración en todos los aspectos, y sumamente favorable al trata-
miento.
La demanda de análisis se produjo al estallar el primer episodio
delirante y sobre el filo de este episodio. La paciente se dilige a u n
analista más allá del cual está, para ella, el nombre del analista con
A mayúscula, el propio Lacan ... La demanda misma está connotada
por la nota delirante y por una relación eufórica con respecto a ese
otro único que permanecerá largo tiempo en el horizonte del análi-
sis. Pero se desprende poco a poco otra demanda que, por su parte,
¿Que lugar para el analista? 9
Colette Soler
8 primera figura de esta serie dice: "Ella era la única e l · ·
dad del universo." n a mmens1-
es un pedido de socorro. éste patético. ¿De qué quiere ella que la
curen? No de su delirio, que la sustenta y libera de lo que ella con- En ruptura con este equilibrio dado por el acoplami·ento p
el pr·me · d.i~..E s sorprendente constatar que en este momento
i r ep1so • a arece
sidera corno su estado nativo, primero, el que vuelve a caérsele en-
cima apenas el chaleco medicamentoso frena el empuje del delirio. se separa de su ~t1m~ partenaire único, uno, que encarnaba ara
¿Qué estado es ese del que se quiere curar? Lo dice con claridad. ella l~ que_ llamare el o~o ~el saber; en ese momento las voces aiuci-
Es la vivencia de una falla íntima, más o menos acompañada por natonas vienen a sustituir a la voz que se encarnó hasta entonces
un acento de desgarradura. evocada como una especie de muerte en un otro de su entorno y, en lo real, le dicen lo que ella es lo
subjetiva: "Yo no existo; floto o duermo. soy una pura ausencia, no que
· · · debe
l d hacer.
- Llega l
. entonces al análisis · Durante t od a una 1ase
tengo roles. no tengo funciones, ¿qué soy?" No se trata de la inde- m1c1a.. e este su vida va a oscilar en una palp·ta ·- en una pul-
i c1on,
terminación subjetiva del neurótico; es, dice ella, •que no me han sac10n que X:º es la del inconsciente sino la del delirio. En sus fases
dado a luz". Reconozco aquí lo que otro psicótico, J ean-Jacques alte~nadas , es~e ~uced.e al vacío de una inercia con connotación de-
Rousseau, llamaba ·vacío inexplicable", pero también lo que evoca- presiva. Las s1gmficac10nes en su despegue le hacen entonces r"-
ba Schreber como ·asesinato del alma": ese "desorden provocado en mesa y 13:_ arrancan de la muerte subjetiva, en la vertiente a l p , ~
la articulación más íntima del sentimiento de la vida" instalado, se- erotomamaca y redentora. a \eZ
gún Lacan, en el sujeto psicótico por la falla del significante ("De 0_ qué l~gar es llamado el analista tras el estallido de la rimera
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"). elac1on delirante? Está muy claro. El analista es llamado ~ lu ;ar
Es una falta, pues hay falta en la psicosis. No la de la castración don~e S<:hreber encuentra a Fleschig. Es llamado a suplir con !us
pero .aun así una falta, aquella que Lacan escribe de una manera pre~1cac1ones el vacío súbitamente percibido de la forclusión. La
precisa <I> . Hablar aquí de falta puede causar extrañeza. ya que la pac1en~e d:manda que el analista haga de oráculo y legisle ara
0
falla significante se traduce en un exceso de goce en lo Real. o sea ~11~. D1:.e: _Le voy a hacer preguntas y tomaré la respuesta po/ver-
lo contrario de una falta, y este exceso. este exceso mismo, que lla- ~ era. Co~10 decir mejor que en el analista y en esas voces ella no
ma a la simbolización, a veces se impone en los fenómenos como ~olo _cree, ~mo que les cree .. . Mejor aún, que quiere creerles dife-
inercia y falta de subjetivación. La inercia es una de las figu ras pri- 1enc1a capital con la neurosis, dice Lacan. Así pues el an r' ta
marias del goce. figura que la clínica actual suele confundir con la llamado a cons tituirse como suplente y hasta como' compe~~ ~s
las voces que hablan ele ella y que la dirigen. Dicho ele ot or e
ella le ofrece al ana~ista el sitial del perseguidor, el siti;f ~a;~:i
así llamada depresión psicótica.
¿Cómo remedió ella ese estado hasta el delirio? Lo remedió me-
diante una suerte de relación de objeto real, persecutoria, mediante que sabe Y que al nusmo tiempo goza. Si el analista se instala en · ¡
un acoplamiento con un Otro único y sustentatorio al que define sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía mortífe~·
como el Otro que · sabe lo que le hace falta" y se lo impone. De este o se~.' en est:i paciente, el retorno a la casilla ·salida" porque ell~
Otro, ella ha sido la · masa", la ·marioneta", y pasó así de mano en part10 de ah.1 en su vicia. La erotomanía mortífera no ~s inevital-te
mano a través de u na serie de vínculos pigmalionescos. Todas las en el tratamiento de los psicóticos. -'
figuras que ocuparon este lugar son figuras del saber. universita- Intentaré precisar qué maniobra de la transferencia permitió evi-
rios o médicos. Ella vivió estas relaciones como una violencia abusi- l~1~ su emerg~ncia. Evidentemente yo no operé con la int~rpreta­
va. originariamente mortífera , pues esto empezó al comienzo de su c1~n ,. que n_o be n~ cabida alguna cuando se está ante un goce no re-
vida. Lejos de sentirse en esas relaciones como lo haría una neuró- p:11111do. Solo se interpreta el goce rep1imido. Aquel que no lo está
tica, o sea como la musa inspiradora del sujeto supuesto saber, se solo. puede elaborarse. Un primer modo de intervención fue un si~
vive como el objeto de tormento de este saber gozoso del Otro. Se lo lenc10 de abs t~nció~ y esto cada vez que el analista es solicitado co-
podría escribir ~ ~ a. De estas figuras del saber. convocadas, al mo. el Otro pnmord1al del oráculo; para decirlo mejor, cada vez que
igual que lo hiciera Schreber, como paliativo de la forclusión, ella es i~vocado corno saber en lo real. Este silencio, esta negativa a
dice: "Ellos hablan de mí y por mí, yo apenas si soy un ser hablante p~ed1~~r sobre ~~ ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la cons-
pues sólo el otro habla". Efectivamente, uno de sus grandes sínto- ~1ucc1on del dehno, al que ya me referiré. Esto coloca al analista co-
mas es quedar muda y petrificada ante un Otro del que ella está o un otro Otro, que no hay que confundir con el Otro del Otro.
- dice- pendiente en todo momento, y del que lo espera todo. De la
Colette Soler ¿Que lugar para el analista? 11
10

otro que no es el que ella llama la "fiera", el perseguidor. Sin duda, real podría saldar la cuenta. Precisamente de ella sería apropiado
no es otra cosa que un testigo. Esto es poco y es mucho, porque un decir, según la expresión de Lacan, que el legado viró a la liga. No
testigo es un sujeto al que se supone no saber. no gozar. Y presen- olvido que en otra circunstancia -y debo decir que para mi sorpre-
tar por lo tanto un vacío en el que el sujeto podrá colocar su testi- sa- frené una crisis de pánico suicida que no parecía dejar otra al-
monio. Un segundo tipo de intervención corresponde a lo que lla- ternativa que una hospitalización Inmediata, con esta simple sen-
maré: orientación del goce. Una, limitativa, que intenta hacer de tencia relativa a los propósitos de un perseguidor del momento: "El
prótesis a la prohibición faltante, consistió en decir no, en poner un no tiene derecho". Efecto de calma que llena de estupefacción. Las
obstáculo cuando la sujeto parecia cautivada por la tentación de nociones de abuso y de derecho son de ella. Yo se las tomo, pues
dejarse estrangular por el hombre que manifies~i:nen_te lo preten- son portadoras de la significación de un límite respecto de las pre-
día. La otra, positiva: yo sostuve su proyecto artístico incitándola a tensiones del Otro sobre su vida, límite cuyo lugar es el mismo que
considerar que ése era su camino. No vacilemos en reconocer en es- lo que en Schreber se llama "Orden del universo".
te caso el empleo de la sugestión. La tercera intervención es la que La maniobra analítica que intentó y que sostuvo la operatividad
tuvo un alcance decisivo. Provocó un viraje en la relación transfe- de esta cura consistió, por un lado, en abstenerme de la respuesta
renclal tanto como en la elaboración de la cura. El viraje consistió ~uando en la relación dual se llama al analista a suplir para el su-
en que, en la cura, nunca más volvió a so~~itar al analista ~orno Jelo, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y a llenar este
Otro, y en que comenzó a construir su dehno, esto es. también a vacío con sus imperativos. Sólo a este precio se evita la erotoma-
depurarlo y reducirlo. Paralelamente a la desaparición -al menos nía. En segundo lugar, intervine profiriendo una función de límite
en los últimos cinco años- de los episodios agudos, también la pal- ~l go~e del Otro, lo que no es posible sino a partir de un lugar ya
pitación que describí en su vida, entre el vacio y el despegue del de- mscnpto en la estructura. Aqui el voluntarismo sería inútil. Esta
lirio, quedó como nivelada. Yo entiendo que a partir de ese momento intervención no está en verdad fundada. Es un decir en el que el
se entra en la reconstrucción del sujeto, al borde del agujero en lo analista se hace guardián de los límites del goce, sin los cuales, co-
simbólico. No me decidí a esta Intervención problemática. delicada, mo lo dice ella en todos los tonos, lo que hay es el horror absoluto.
sino tras imponérmelo como deber. y tuvo lugar en varios tiempos. El analista no puede hacerlo sino sosteniendo la única función que
Les doy primero el tema y luego el fundamento. En el primer queda: hacer de límite al goce, esto es, la de significante ideal, úni-
tiempo sostuve su negativa a trabajar y su demanda correlativa de co elemento simbólico que, a falta de la ley paterna, puede consti-
obtener una pensión. No entré en el concierto de las personas que tuir una barrera al goce. El analista, cuando se sirve de este signi-
querían hacerla trabajar. Más: apoyé categóricamente con mi apro- ficante como lo hice yo, se lo toma al psicótico mismo; el analista
bación la Idea de que era un abuso -subrayo el término- exigirle no hace olra cosa que apuntalar la posición del propio sujeto, que
que se ganara la vida. Este punto puede parecer más que espinoso, no tiene más solución que tomar él mismo a su cargo la regulación
porque tenemos la idea -fundada- de que el análisis debe apuntar del goce. La paciente misma formula: "Estoy obligada a hacerme
a negatlvizar el exceso de goce en la psicosis, y de que el pago es mi propia ley.~ Es lo que hace Schreber cuando toma a su cargo el
una cesión de goce. Orden del universo, lo que hace Rousseau, el Reformador, cuando
Hago constar que esta persona siempre encontró justo pagar su quiere poner orden en la sociedad desordenada. Esta alternancia
análisis, pero •ganarse la vida" era otra cosa para ella, a saber: una de las intervenciones del analista entre un silencio testigo y un
significación tomada en su relació~ delirante con el ?lr~ persegui- apuntalamiento del límite es otra cosa que la vacilación calculada
dor, que la equiparaba con un asesinato. Los datos biográficos apo- de la neutralidad benévola. Es lo que yo llamaré la vacilación de la
yaban esta apreciación. Se hallaba prese~te un disc~rso sobre la implicación forzosa del analista. Implicación forzosa -si no quiere
deuda, pues se habían conjugado una quiebra -extrana- del lado ser el otro perseguidor- entre la posición de testigo que oye y no
paterno y. del lado materno, la idea culpable, a vengar, de haber re- puede más, y el significante ideal que viene a suplir lo que Lacan
cibido en demasía. cosa que ella encarna en su ser. Ella. ~ue fue escribe Po en su esquema I. Es indudable que a partir de aquí esta
dada en crianza -si puedo expresarme así- a la tía perjudicada, pacíente subsume al analista. al que ella distingue cuidadosamen-
dlce: "Soy una deuda viviente". Nada que ver con la deuda del f~lo te de mi persona, bajo este significante, y llegado el caso lo dirá ca-
en falta de la neurosis. Al no haber sacrificio simbólico, sólo la vida si en forma C.'Cplícita. ·
12 Colette Soler
¿Que lugar para el analista? 13
Ahora quis iera terminar diciendo algunas cosas muy rápidas,
pues no tengo tiempo pa ra desplegar el caso. Doce años de análisis ~n s ustentar en el campo escóplco. Lo cual se advier te además so-
son muchos y sólo quisiera darles una idea de aquello en que cul- d r~ s u persona; ella encuen tra s us soportes en una serie de figuras
minó este análisis después de esa intervención: una estabilización, e estrellato Y de celebridad. Pa so por alto esta faceta imaginaria
precaria cie rtamente. pero sin embargo patente. La pregunta en Res~. I:'°r último, lo que yo llamo fix1ón de goce. Se trata de ~u
una estabilización es la siguiente: ¿en qué se convierte el goce de- fbra plas Uca, que implica una eyección del Otro, A mayúscula tan -
masiado real que se encontraba a la entrada de la cura? Yo s itúo º como del ?lro a min ú scula . En s u dominio plástico, la pa~iente
es a es tabilización e ntre tres términos. Primero. la ficción del delirio; s.e afana e~ liberarse de toda la inercia formal que pudiera transmi-
segundo, la fijación del goce. y tercero. la fJXión, con x. del ser. tirse. ¿Que busc~? Es no_table cómo lo dice; esto concierne a s u s er:
El delirio que la paciente acota al final tiene dos vertientes. Una
construye el mito del desorden o de la falla original, que después de
iº ?usco ~a metáfora plasUca pura. el a u torretrato puls lonal" e in-
c ustve el retrato sin la mirada", procuran do decir con todas s us
elaboraciones múltiples ella llama "los dos pilares de su exis tencia" ~presiones que lo ~ue ~usca es una letra plástica que fije una par-
o, si u sted lo prefiere - dice- . "los dos abismos de mi exis tencia". e de s 1:1 goce. Yo s1tuana esto en el es quema I de Laca n alrededor
Por un lado, la Idea de que su madre, de la que quedó huérfana en del aguJer? de lo simbólico, como las cria turas que s on para Schre-
su más tierna edad, fue asesinada por el primer perseguidor; por el ber l~s cnatmas de la palabra . Para ella, son las cria turas plásti-
otro, la idea de que, en lo que concierne a su padre, hay una culpa cas. 1odos estos elementos podrtan ser trasladados a l esquema I.
enorme y original que la transformó a ella misma en una deuda vi- Ji. ~nas palabr.'.3-s como conclusión. Es ta estabilización ps icótica es
viente. Es ta elaboración delirante merecerla por si sola una vasta rágil, pues esta d~mas.i~do ligada a la función de la presencia y ello
exposición. Observamos aqu1 los datos de la biografia infantil. coor- a pesar de la s~bhmac1on artís tica: presencia de ese hombre, y pre-
dinados con los apellidos de diferentes linajes que se intrinca n en sencia del analista. Lo que equivale a decir que esta es tabilización
esas dos convicciones finales de los dos abismos. no promete ningún fin de anális is.
¿Cuál es el efecto de esta cons trucción del delirio? Un efecto de
tranquilización manifiesta. Correla tivamente, la pacien te se sostie-
ne en un acoplamiento paralelo al que tuviera con la fiera de origen.
Es acoplamiento doble. con el analista y con un hombre, que es
preciso escribir con H mayúscula. Lo formula de m uchas maneras:
él es "el Angel", el puro opuesto al Imperio de lo peor. Dice que ella
misma no participa en este significante sino por procuración, pues-
to que es una mujer; sólo un hombre y el analista pueden partici-
par en él. El acoplamiento con este hombre tiene un efecto de fija-
ción del goce en una cena•; es una escena donde se come, y s u lazo
con este hombre, de m últiples características, tiene un pivote ina-
movible desde hace años: el de que se come de man era ritualizacla
un día fijo. Por lo demás, no hay ninguna duda sobre la dominancia
de la pulsión oral. El a real es un "a" para comer; todas sus imáge-
nes de goce lo confirman y ella misma es el pasto último del otro.
Se le a ñade un cultivo de la image n de la criatura que ella se afana

• En el original, cene: comida tomada por Jesús con los apóstoles la vís-
pera de la Pas ión, ceremonia del Jueves Santo. La autora añade que se tra-
ta de cene <'.O n c, pa ra marcar Ja diferencia y el juego con scerie, "escena·.
que es homófono. [N. de T.J

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