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RESUMEN FINAL ADULTOS 2020

UNIDAD I
La clínica de nuestro tiempo se presenta desde una perspectiva que no es la observación exterior del
psicólogo que se ubica por fuera del padecimiento corporal y subjetivo, sino desde la perspectiva
personal, interna, mayormente inconsciente, de quien consulta. La objetividad de la posición de
analista no se basa en la evidencia externa, sino en la confianza dada a la palabra del paciente, y al
desarrollo de esta palabra, acaso nunca antes escuchada, a través de dos métodos sucesivos.
Método freudiano de la interpretación
En este método se trata de abrir, por vía asociativa, todo lo que quiera y pueda decir, lo más
libremente posible el “paciente”. Es para incentivar (y no para reemplazar) esa libertad asociativa,
que el analista puede permitirse ensayar, lo más libremente posible también, intervenciones; y
especialmente interpretaciones que no tengan el carácter de construcciones teóricas, ni la finalidad
de explicar, adoctrinar o alcanzar un objetivo predeterminado. Por el contrario, el analista puede
apelar al inconsciente para ensayar un decir parcial, a veces sorprendente, y en general diferente de
la explicación sabia y del sentido común. El método freudiano de la interpretación implica que la
intervención ha de jugar con el absurdo, con lo incompleto, con lo paradójico, con el sinsentido,
buscando una reacción asociativa más amplia del paciente, que añada más ocurrencias por la vía de
sus formaciones del inconsciente, o una reacción crítica e incluso correctiva respecto de la
intervención del analista.
Esta libertad asociativa tanto del lado del paciente como del analista suele lleva a una experiencia
próxima a un verdadero diálogo entre dos sujetos del inconsciente, que no se entienden pero de
todos modos se escuchan, porque reaccionan al decir del otro de diversos modos.
Método clínico
Es sobre el que Lacan ha reflexionado durante toda su enseñanza, y que consiste en “poner al
analista en el banquillo”. En este segundo método el analista no es ya libre, por el contrario es
intimado a dar cuenta de cuáles fueron los efectos de sus intervenciones, de sus buenas
intervenciones y sobre todo, más importante aún, de las no tan buenas pero eficaces, porque
produjeron un efecto reactivo en el paciente. Esto lleva a reconocer esos momentos en que el
paciente deja de ser tan paciente, y pasa a reaccionar con su síntoma, y a hacer valer su
padecimiento al modo de una revuelta. Padece su síntoma pero también reacciona con él, plantea
con él su descuerdo con el Otro en primer lugar, y luego, a lo largo del análisis, muestra su
incoherencia y su desacuerdo consigo mismo. Ese desacuerdo que se va revelando es el núcleo
estructural de su neurosis, desacuerdo con sus pensamientos, con su cuerpo, con su identidad, con
su pertenencia familiar o social, con su proyecto de vida, con su pareja, con su deseo y con su
analista.
S. Freud. Interpretación de los sueños, cap. 2: El método de la interpretación
Freud se ha propuesto demostrar que los sueños son susceptibles de una interpretación. Interpretar
un sueño significa dar su sentido, su sentido inconsciente a descifrar (al igual que todas las
manifestaciones del inconsciente). El mundo de los profanos se empeñó desde siempre en
«interpretar» al sueño, y para ello recurrió a dos métodos diferentes por su esencia.

Interpretación simbólica
El primero de esos procedimientos toma en consideración todo el contenido onírico y busca
sustituirlo por otro contenido, comprensible y en algún respecto análogo. La mayoría de los sueños
artificiales se guían por una interpretación simbólica como esta, reflejan el pensamiento
concebido por ellos bajo un disfraz en un todo acorde con los caracteres de nuestros sueños, tal
como la experiencia nos los da a conocer. La interpretación simbólica toma en bloque todo el
contenido del sueño, en su conjunto. Este modo de interpretación queda librado a la intuición
directa y la práctica parece estar unida a dotes particulares de ciertas personas.

Método del descifrado


Trata al sueño como una suerte de escritura cifrada en que cada signo ha de traducirse en otro de
significado conocido. Lo esencial de ese procedimiento es que el trabajo de interpretación no se
dirige a la totalidad del sueño, sino a cada uno de sus fragmentos por sí, como si el sueño fuera
un conglomerado cada uno de cuyos bloques constitutivos reclamase una destinación particular.

Para el tratamiento científico estos dos métodos no sirven. El método simbólico es de aplicación
restringida y no susceptible de exposición general. Y el método del descifrado, todo se basa en que
la «clave», el libro de sueños, fuese confiable, y sobre eso no hay garantía ninguna.

Freud sostiene que el sueño posee realmente un significado y que es posible un procedimiento
científico para interpretarlo. Desde hacía años Freud se ocupaba de la resolución de ciertas
formaciones psicopatológicas tales como fobias histéricas, representaciones obsesivas, entre otras,
con fines terapéuticos. Freud dice que para estas formaciones que encontramos como síntomas
patológicos, su resolución y su solución son una y la misma cosa. Freud dice que: “Si uno ha podido
reconducir una de tales representaciones patológicas a los elementos a partir de los cuales surgió en
la vida psíquica del enfermo, enseguida se desintegra y este se libera de ella.” (pág 122)

Interpretación de los sueños


En el curso de esos estudios psicoanalíticos dio con la interpretación de los sueños. Sus pacientes, a
quienes les había pedido que se comprometan a comunicarle todas las ocurrencias y pensamientos
que tuviesen sobre un tema determinado, le contaron sus sueños y así le enseñaron que un sueño
puede insertarse en el encadenamiento psíquico que ha de perseguirse retrocediendo en el recuerdo
a partir de una idea patológica. Ello le sugirió tratar al sueño mismo como un síntoma y aplicarle el
método de interpretación elaborado para los síntomas. Para esto se requiere cierta preparación
psíquica del enfermo: hay que pedirle expresamente que intensifique su atención para sus
percepciones psíquicas y que renuncie a la crítica de las formaciones de pensamiento
percibidas. Entonces se le dice que el éxito del psicoanálisis depende de que tome nota de todo
cuanto le pase por la cabeza y lo comunique, y que no se deje llevar, por ejemplo, a sofocar una
ocurrencia por considerarla sin importancia o que no viene al caso, u otra por parecería disparatada.
En el estado que se utiliza para el análisis de los sueños la energía psíquica ahorrada (o una parte de
ella) se aplica a la persecución atenta de los pensamientos involuntarios que ahora afloran y que
conservan su carácter de representaciones. Con ello se hace de las representaciones «involuntarias»
representaciones «voluntarias».
A muchas personas les resulta difícil adoptar esta actitud hacia esas ocurrencias que al parecer
«ascienden libremente». Los «pensamientos involuntarios» suelen desatar la resistencia más fuerte,
que pretende impedir que emerjan.
Freud plantea que su procedimiento no es tan cómodo como el del método popular del descifrado,
que traduce el contenido dado del sueño de acuerdo con una clave establecida. Sino que tiende a
pensar que en diversas personas y en contextos diferentes el mismo contenido onírico puede
encubrir también un sentido diferente.
J. Lacan. En “Más allá del principio de realidad”: Revolución del método freudiano

Lacan señala la “actitud de sumisión a lo real” en Freud, por este sesgo: reconocer en primer lugar,
en el testimonio del sujeto, que la mayor parte de los fenómenos psíquicos se refieren a una función
de relación social (el hombre es social por naturaleza). Freud considera al ser humano como ser
social, al punto que para él dice incluso cuando sueña o fantasea. Esa actitud implica que lo que es
considerado ilusorio o imaginario no debe ser dejado de lado por el psiquiatra o por el psicólogo en
tanto representantes del saber o del sentido común. Si uno no entiende, sea por el motivo que sea,
se trata de prestar atención en eso que trata de ponerse en el orden de lo social, pero que no es del
orden de lo comprensible. Es darle lugar a aquello que no entra en el discurso común.

La posición de Lacan es: Si se quiere reconocer una realidad propia a las “reacciones” psíquicas, es
necesario comenzar por no elegir entre ellas, y respetar la sucesión de las asociaciones. Es necesario
comenzar por no elegir. Aquí es donde introducimos la NEUTRALIDAD, escuchar sin elegir y
para medir su eficiencia es necesario respetar su sucesión. Hay que respetar estrictamente la
secuencia de lo dicho para que rompa las cadenas del relato. Lo interesante es la variación del
relato, sesión a sesión, o las veces que cuente el mismo relato. En esa diferencia están los bordes
entre la icc y la cc. Así se constituye lo que podemos llamar la experiencia analítica que tiene dos
condiciones:

- Ley de no omisión: consiste en promover lo que no parece interesante, lo cotidiano, lo ordinario,


lo que va de suyo, y también lo que cuesta decir, lo que sería más fácil no decir.
- Ley de no sistematización: que plantea la incoherencia como condición de la experiencia,
otorgando una presunción de significación a todo un campo de desechos de la vida mental:
escenarios del sueño, presentimientos, fantasías y ensoñaciones, delirios confusos o lúcidos, y
también fenómenos negativos tales como recuerdos difusos, olvidos, lapsus del lenguaje, actos
fallidos.

Estas dos condiciones son reunidas en la ley de la asociación libre, según Freud. Esta es una
contradicción en los términos, si es asociación no es libre, si es libre disocia. Si es un acto libre,
siempre tiene algo disociativo.
En la dirección de la cura punto 7 del capítulo 4 Lacan se pregunta: ¿Cómo actuar con el ser? Lacan
dice que el analista es el hombre a quien se habla, y se habla libremente. El sujeto invitado a hablar
en el análisis no muestra en verdad una gran libertad. Esto es un poco lo que conocemos como la
repetición: muchas veces nos encontramos en el análisis repitiendo las mismas cosas. Esas
asociaciones, podrían desembocar en una palabra libre pero tiene la dificultad de que esa palabra
podría doler, resultar penosa. En este punto, lo simbólico intersecta con lo real, y ya no se puede
decir cualquier cosa, porque duele. Nada más temible que algo que pudiera ser verdad, porque
podría llegar a serlo del todo (Lacan dice que la verdad puede decirse solo a medias). Eso que se
dijo, deviene cierto, deviene irreversible. El acto fundamental del analista es la acción de escuchar,
es algo distinto a comprender, el escuchar no me obliga a comprender.

S. Freud, Consejos al médico sobre el manejo {Behandlung} analítico

La asociación libre consiste en exigirle al paciente que comunique, absteniéndose de toda objeción
lógica o afectiva, todo lo que se le vaya ocurriendo. En este sentido, la pregunta fundamental de este
texto es: ¿cuál es para el analista el correspondiente a la regla analítica fundamental instituida para
el paciente?

a. Atención parejamente flotante: intentar retener con igual atención todo lo que el paciente nos
dice, es decir, no intentar retener especialmente nada de manera voluntaria. No hacer caso a sus
injerencias conscientes inmediatas, abandonarse a sus memorias inconscientes, escuchar y no hacer
caso si, dominado por sus prejuicios, se fija en algo del material asociativo del paciente. No
seleccionar apresuradamente algo de lo dicho por el paciente. Debe también el psicoanalista
obedecer a la regla psicoanalítica que indica desconectar la crítica de lo inconsciente y de sus
retoños. “Fijarse en todo por igual”
Escuchar lo que no se comprende, cuyo significado sólo a posteriori se discernirá.

b. No obsesionarse con tomar notas de “todo”. Aparte de la misma impresión que produce en
algunos pacientes, se oponen a ello las mismas razones que antes se consignó al tratar de la
retención en la memoria: al anotar las comunicaciones del sujeto realizamos forzosamente una
selección y ponemos una parte de nuestra actividad mental a trabajar en ello, que encontraría mejor
empleo aplicada a la interpretación del material producido. Podemos infringir sin problema esta
regla cuando se trata de fechas, textos de sueños o singulares detalles aislados, que pueden ser
desglosados fácilmente del conjunto y resultan apropiados para utilizarlos independientemente
como ejemplos.

c. La anotación de datos durante las sesiones del tratamiento podría justificarse con el propósito de
utilizar el caso para una publicación científica. En principio no es posible negar al médico tal
derecho. Pero tampoco debe olvidarse que en cuanto se refiere a los historiales clínicos
psicoanalíticos, los protocolos detallados presentan una utilidad mucho menor de lo que pudiera
esperarse. No parece ser éste el mejor medio de compensar la falta de evidencia que se reprocha a
las descripciones psicoanalíticas.

d. No intentar comprender ni cerrar el caso anticipadamente, dejar la investigación para un


momento posterior, propiamente clínico. La coincidencia de la investigación con el tratamiento es,
desde luego, uno de los títulos más preciados de la labor analítica; pero la técnica que sirve para la
investigación en cierto punto se opone al tratamiento. Antes de terminar el tratamiento no es
conveniente elaborar científicamente un caso, reconstruir su estructura e intentar determinar su
trayectoria fijando de cuando en cuando su situación, como lo exigiría el interés científico. El éxito
terapéutico se ve en peligro cuando ya fijamos un caso para un fin científico. En cambio, obtenemos
mejores resultados terapéuticos en aquellos casos en los que se actúa como si no persiguiéramos fin
ninguno determinado, dejándonos sorprender por cada nueva orientación y actuando libremente, sin
prejuicio alguno.
No especular ni cavilar mientras analiza, pensar sólo después de concluida la sesión, o el análisis.
El analista es al menos dos, dirá Lacan: el que mientras escucha no piensa, y el clínico-
investigador que luego intenta reconstruir lo que ocurrió en la sesión o en un tramo del proceso
analítico.

e. Recomienda tomar como modelo durante el tratamiento psicoanalítico la conducta del cirujano,
que impone silencio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana y concentra todas sus
energías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a todas las reglas del arte. Es
muy peligroso para el analista una tendencia afectiva, porque además de que se coloca en una
situación desfavorable para su tarea, se expone a ciertas resistencias del paciente, de cuyo
vencimiento depende en primera línea la curación. La justificación de esta frialdad de sentimientos
que ha de exigirse al médico está en que crea para ambas partes interesadas las condiciones más
favorables, asegurando al médico la deseable protección de su propia vida afectiva y al enfermo el
máximo auxilio que hoy nos es dado prestarle.

f. Todas estas reglas intentan crear en el médico la contrapartida de la «regla psicoanalítica


fundamental» impuesta al analizado. Del mismo modo que el analizado ha de comunicar todo
aquello que la introspección le revela, absteniéndose de toda objeción lógica o afectiva que intente
moverle a realizar una selección, el médico habrá de colocarse en situación de utilizar, para la
interpretación y el descubrimiento de lo inconsciente oculto, todo lo que el paciente le suministra,
sin sustituir con su propia censura la selección a la que el enfermo ha renunciado. Intervenir sin
censura: el analista debe volver hacia el inconsciente emisor del sujeto su propio inconsciente,
como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al
micrófono.
No basta que el analista sea un individuo más o menos normal, se le exige que se haya sometido a
una purificación psicoanalítica y haya adquirido conocimiento de aquellos complejos propios que
pudieran perturbar su aprehensión del material suministrado por los analizados.

g. Podría parecer lícito, e incluso muy apropiado para vencer las resistencias dadas en el enfermo,
que el médico le permitiera la visión de sus propios defectos y conflictos anímicos comunicándole
las intimidades de su vida. La confianza debe ser recíproca, y si se quiere que alguien nos abra su
corazón, debemos comenzar por mostrarle el nuestro. Haciendo esto abandonamos el terreno
psicoanalítico y nos aproximamos al tratamiento por sugestión. Alcanzamos así que el paciente
comunique antes y con mayor facilidad lo que ya le es conocido y hubiera silenciado aún durante
algún tiempo por resistencias convencionales. A pesar de esto, esta técnica no tiene ninguna
utilidad, porque incapacita al sujeto para vencer las resistencias más profundas y fracasa siempre en
los casos de alguna gravedad, provocando en el enfermo una curiosidad insaciable que le inclina a
invertir los términos de la situación y a encontrar el análisis del médico más interesante que el suyo
propio. Esta actitud abierta del médico dificulta asimismo una de las tareas más importantes de la
cura: la solución de la transferencia, resultando así que las ventajas que al principio pudo
proporcionar quedan luego totalmente anuladas. El médico debe permanecer impenetrable para el
enfermo y no mostrar, como un espejo, más que aquello que le es mostrado.

h. Una de las tentaciones que puede haber en el tratamiento psicoanalítico para el médico es la
actuación educadora, pero otra muy importante es que el médico debe saber dominarse y subordinar
su actuación a las capacidades del analizado más que a sus propios deseos. No todos los neuróticos
poseen una elevada facultad de sublimación. Podemos suponer de muchos de los pacientes que no
hubieran contraído la enfermedad si hubieran poseído el arte de sublimar sus instintos. Hay que ser
tolerantes con las flaquezas del enfermo y satisfacernos con haber devuelto a un individuo una parte
de su capacidad funcional y de goce. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la
terapéutica.

i. ¿En qué medida debemos requerir la colaboración intelectual del analizado en el tratamiento? Es
difícil fijar sobre esto normas generales. Resulta equivocado plantear al analizado una labor mental
determinada, tal como reunir sus recuerdos, reflexionar sobre un período determinado de su vida,
etc. Por el contrario, tiene que aceptar algo que le parece muy extraño en un principio: para llegar a
la solución de los enigmas de la neurosis no sirve de nada la reflexión ni el esfuerzo de la atención o
la voluntad. Lo que si sirve es la paciente observancia de las reglas psicoanalíticas que le prohiben
ejercer crítica alguna sobre lo inconsciente y sus productos. No dictar deberes al analizado ni
orientar demasiado su tarea analítica (por ej. recordar tal período de la infancia o qué soñó cada
noche). Lo cual no quiere decir que el analista no pueda hacerlo cuando le parezca oportuno.

Lacan. La dirección de la cura y los principios de su poder, capítulo I, punto 2.

Cap 1, punto 1 y 2
¿Quién analiza hoy?
Pretende mostrar que la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce al ejercicio
de un poder: el psicoanalista sin duda dirige la cura. El primer principio es que no debe dirigir al
paciente, la dirección de consciencia queda excluida. Si bien el analista es quien dirige la cura,
esto no es dirigir al paciente en el sentido de dirigir su conciencia al modo de una guía moral, ni al
modo de una reeducación emocional.
Lacan sitúa el nexo entre la dirección cura y la regla fundamental del psicoanálisis:
- La dirección de la cura comienza por hacer aplicar al sujeto la regla fundamental del
psicoanálisis.
- El problema de la dirección se muestra, ya desde las directivas iniciales respecto de la regla
fundamental, como no pudiendo formularse en una línea de comunicación unívoca. Estas directivas
se plantean bajo la forma de consignas de las cuales, por poco que el analista las comente (y el
paciente suele pedirle que lo haga), puede sostenerse que hasta en las más mínimas inflexiones de
su enunciado (explicaciones más o menos detalladas, estilo, vacilaciones), servirán de vehículo a la
doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista, en el punto de consecuencia a que han llegado para
él. Es que no llegó a esa posición de analista sino pasando antes por su análisis personal (a
diferencia del psicoterapeuta o del psicofarmacólogo, que acaso no necesitan ni terapia ni
medicación para autorizarse como tales). Hasta dónde haya llevado las consecuencias de la regla
fundamental impacta sobre el modo en que el analista dirige la cura ya desde el comienzo.

Cap 1, punto 3
El paciente no es el único que paga con sus dificultades que son las dificultades de la palabra, el
analista también debe pagar:

• Con palabras: paga con sus palabras si estas quedan elevadas al efecto de interpretación, está en
la vía de lo simbólico. Está ligado a lo que Lacan plantea como la táctica: el analista es libre de
interpretar como y cuando quiera, aunque esta libertad va a estar condicionada en principio
porque sigue la pendiente de las palabras del analizante y depende de otra libertad que es la
asociación libre que lleva adelante el analizante (que tampoco es “tan libre”). Lacan dice que “El
analista es libre en su táctica”.

• Con su persona: la presta como soporte a los fenómenos singulares de la transferencia. Es un


pago imaginario, porque se encuentra desposeído de su cuerpo. Está en relación con la estrategia

• Con lo que hay de esencial en su juicio más intimo: debe ser tan falto de ser como el paciente. El
analista cura por lo que dice y por lo que hace, quedando el ser afuera. Este pago del analista lo
lleva a ocupar un lugar vacío de subjetividad propiciando el advenimiento del único sujeto que
interesa en la experiencia analítica: el consultante o analizante Está más del lado de lo real.
No está tanto en relación con la abstinencia, en el sentido de juicio estético, moral. Obviamente hay
que tenerlo en cuenta, pero este juicio tiene mas que ver con este proceso que desencadena que no
sabe a donde va a ir parar por desconocer el fin del proceso que su acto autoriza y promueve, en las
diferentes acepciones del término “fin”, el sentido, el hacia dónde, el hasta cuando, el bien por
obtener.

Cap 1, punto 4
El clínico (analista 2) coloca al intérprete (analista 1) en el banquillo del acusado {sur la sellette},
ya que como intérprete es libre, “libre siempre del momento y del número, tanto como de la
elección de sus intervenciones”.
Es necesario distinguir entre el momento interpretativo y el momento clínico. En este último el
analista ya no es libre sino que es llamado al banquillo del encausado, para que de cuenta de los
efectos de sus intervenciones eficaces, las que han producido reacciones asociativas nuevas
(apertura de estratos asociativos más próximos al núcleo patógeno, decía Freud) o sorprendentes
(índice de lo que viene del inconsciente); y también para que consigne si se han producido
reacciones transferenciales, que objetan la intersubjetividad del nivel interpretativo. Las malas
intervenciones, los errores, a veces son más eficaces que las interpretaciones canónicas, por la
reacción que producen y por las posibilidades de rebeldía sintomática que revelan.
El Analista es al menos dos, el que lleva una experiencia que no sabe bien a donde va y un
analista que trata de reflexionar sobre las consecuencias de lo que hace.

Cap 4. Punto 7
Lacan señala la dificultad inherente al cumplimiento de la regla fundamental, que sin embargo el
analista apuesta por que el analizante cumpla. No solamente porque la palabra no siempre es tan
libre, ya que hay cierto encadenamiento inconsciente de las asociaciones significantes, por lo cual
cada uno vuelve sobre lo mismo. Pero también porque una palabra más libre puede ser penosa, y
temible. El riesgo de la palabra libre es que “podría ser verdad”, y ya no podría volver a entrar en la
duda. Allí la palabra alcanza un valor de acto. Lacan dice “Nada más temible que decir algo que
podría ser verdad” (pág 596) En el proceso de acercarse a esa palabra libre, se experimenta el
tironeo del síntoma, tironeo que ya no se puede disimular, y que se vuelve cada vez más difícil de
soportar. Sólo cuando el síntoma deviene insoportable, empuja a una resolución. Es la ventaja que
Freud señaló de la agravación del síntoma durante la cura.
Otro punto que toma allí Lacan es la “acción de escuchar” del analista, que no obliga a comprender,
más bien lo contrario, incita a desplegar lo que no se entiende. Está traducido de un modo
problemático: “el entendimiento no me obliga a comprender” (pág 596), dice la versión en español,
pero convendría traducirlo como “la escucha no me obliga a comprender”. Lo que fue entendido
no por ello deja de ser un discurso.
En el análisis, el analista calla mucho. Frustra al hablante y también a sí mismo ¿Por qué? Si frustra
al hablante, es porque que le pide algo: que le responda, pero él sabe bien que no serian más que
palabras, como las que puede obtener de quien quiera. Esas palabras no las pide. Pide por el hecho
de que habla: su demanda es intransitiva, no supone ningún objeto. Por supuesto su petición se
despliega en el campo de una demanda implícita, aquella por la cual está ahí: la de curarlo, revelarlo
a sí mismo, hacerlo conocer el psicoanálisis, hacerlo calificar como analista. Su demanda presente
no tiene nada que ver con eso, incluso no es la suya, porque después de todo soy yo quien le ha
ofrecido hablar (el sujeto solo es aquí intransitivo). He creado demanda. (pág 597)

Lombardi. El método clínico, cap. 2. ¿Qué es la clínica psicoanalítica?

¿Qué era la clínica psa para Lacan? La desarrolló a partir de cuatro perspectivas: su posición
singular en ese discurso, su interés en las elaboraciones de la psiquiatría clásica, su detallada lectura
de los textos de Freud y la racionalidad y la ciencia moderna.

La clínica psicoanalítica tiene una base: lo que se dice en un análisis. Pero esa base no es la
clínica. Esta recién se activa en el intento de dar cuenta de la eficacia de lo que se dice en el diván.
La clínica es retroactiva. Es un camino de interrogación sobre lo acontecido, sobre las secuencias
de asociación-interpretación-asociación que permiten leer una eficacia.

La clínica no se confunde con la experiencia del análisis, se añade a ella y la orienta y la transforma.
Consiste en interrogar el análisis. Para esclarecer la experiencia del análisis, se la debe poner en
cuestión, desde el comienzo hasta el final del tratamiento. Así, Lacan concibió un dispositivo
clínico, el del pase, en el que se plantean al analizado las preguntas que su analista no podría
responder. No podría porque la posición del psicoanalista no es una posición de saber, es la de un
objeto caído del saber icc del analizante. También ha de ser cuestionada la práctica del analista.
La clínica psa debe consistir no solo en interrogar el análisis, sino también en interrogar a los
analistas, a fin de que den cuenta de lo que su práctica tiene de aventurada, lo que deja lugar al azar,
acentuando el matriz de “arriesgada”, “precaria” incluso “peligrosa”.
La clínica no es la acumulación de la experiencia. Obviamente que la experiencia otorga algunas
ventajas, vuelve más fácil el trabajo por ya conocer el oficio. Al mismo tiempo que se aprende el
oficio, sus trucos, un cierto saber hacer, se consolidan esquemas y clasificaciones que tejen lazo con
los propios prejuicios. El prejuicio es enemigo del PSA y el sentido común es estrictamente el
reverso del PSA (por ejemplo, la idea de que es preferible la neurosis que la psicosis). Lacan dice
que las experiencias de análisis no podrán sumarse, Freud ya lo dijo antes, todo debe ser recogido
como si nada hubiera quedado establecido previamente. El sentido de un síntoma no coincidirá con
otro del mismo tipo, porque no recorre las mismas vías significantes.
De todos modos, para Lacan el saber de clasificación no es caduco. Porque el afirma que hay tipos
de síntoma, hay una clínica, solo que es anterior al discurso analítico. Esto no cuestiona el valor del
diagnostico y el tipo clínico de síntoma, sino que apuntan a darle el valor que tienen, de orientación
para el analista y de ubicación de la particularidad del síntoma para el analizante.

El psa no es un discurso cerrado, está en interacción con otros discursos y en primer lugar con el
discurso histérico, el del sujeto que con su síntoma en el cuerpo hace lazo social. La pregunta por
la clínica debe prolongarse y apoyarse transitoriamente en esos otros discursos. Los síntomas
dependen de una estructura, que es la de los efectos del lenguaje sobre el viviente. El síntoma dice
algo de la estructura, pero solo en el modo histérico la pregunta del síntoma puede verdaderamente
plantearse. Si el lazo social histérico asegura la clínica en la estructura del lenguaje, es porque es el
síntoma mismo quien plantea la pregunta cuando encuentra al partenaire adecuado, dispuesto a
escuchar la pregunta que encierra, a charlar con el por interpretación y a responder desde el lugar
del la causa del deseo. El síntoma interviene como analizante, como interrogante, como inquisidor
del saber del analista. El síntoma resiste, refuta, insatisface al analista, así como el sueño síntoma de
la bella carnicera. Justamente en esas junturas entre el dispositivo analítico y otros discursos puede
desarrollarse la pregunta propia de la clínica psa, que exige la articulación de lo típico con el sentido
peculiar de cada caso. Ese empalme del discurso universal con la singularidad de la estructura del
sujeto solo puede hacerse a partir de la particularidad del síntoma, que es lo único realmente
analizable, por esto no puede hacerse del mismo modo en los diferentes tipos clínicos discernidos,
cada uno de estos, se basa en el elemento que no se entiende o en el que hace falta, y pueden
interpretarse entonces como formas diferenciadas de estabilización de la falta- el deseo-. Por eso el
psa no permite abolir el saber de clasificación, sino que lo desplaza desde la identificación de
formas visibles desde una perspectiva exterior y objetivante, hacia las preguntas con que se elabora
el tipo clínico desde el núcleo estructural del síntoma, que es lo que en él hace falta: el Otro en la
neurosis, el falo en la perversión, el cuerpo en la psicosis: ¿Cómo está constituido el síntoma?
¿Cómo se inserta o se aparta del lazo social? ¿De qué modo participa o no la interrogación clínica?
¿De qué formas el síntoma en tanto división subjetiva se distribuye entre el cuerpo del analizante y
del analista?

Poco antes de la inauguración de la Sección Clínica, espacio de enseñanza universitario, Lacan


propuso la siguiente definición, comienza directamente por el final:

1. La clínica es lo real en tanto que imposible de soportar.

Supone pensar que el camino y sobre todo el fin del análisis como tal conlleva el atravesamiento del
fantasma y el enfrentamiento con la angustia proveniente de lo real, en tanto implica que el síntoma
vaya de lo simbólico a lo real y pueda expresarse y manifestarse como división subjetiva, como un
goce intolerable al que el sujeto permanece fijado, como un conflicto que inquiete y exponga al
sujeto al borde de la experiencia de la división, de la angustia, y de este modo, al umbral de la
puerta del acto, para que pueda ocupar una posición diferente en relación al significante, opuesta a
padecerlo, y sienta la necesidad de resolver, de actuar, de transformar algo de la relación con su
deseo.

2. El inconsciente es la huella y el camino por el saber que constituye.


Esta frase, supone entender que el camino que debe seguir el analista para llevar al sujeto a la cura,
es decir, al umbral de la puerta del acto, es la huella del saber inconsciente. Así, el primer paso que
debe dar el analista en análisis es ubicarse en la posición del sujeto-supuesto-saber y hacer entrar el
síntoma en el campo de lo analizable, para llevar al síntoma de lo real a lo simbólico, para señalarle
al sujeto la relación del síntoma con el saber inconsciente y poner de manifiesto toda su potencia
analítica, con el fin de modificar el padecimiento y el estado de insatisfacción propio del síntoma y
hacer retroceder al síntoma hacia el final del análisis hasta los límites de lo incurable, marcando
aquel elemento indivisible del síntoma que viene al lugar de la imposible relación, es decir, de lo
simbólico a lo real, para poder convocar, incitar y desplegar algo de la relación del sujeto con el
deseo, sobre el sujeto y su “falta” y rectificar la posición típicamente neurótica de “no querer saber”
acerca de las causas y las determinaciones del deseo.

3. Haciéndose un deber repudiar todo cuanto implica la idea de conocimiento.


Esta frase refiere a que no es tomando al paciente como objeto de su conocimiento como el analista
debe llevar adelante el análisis, ya que hacerlo de esa forma sería abordarlo desde la psicoterapia o
desde la psiquiatría, no permitiendo ninguna ganancia de saber que permita una transformación con
relación al síntoma. Pero a su vez, a que el analista debe transferir este deber al paciente,
repudiando su autoconocimiento, sus fantasías y toda su realidad construida, es decir, todo aquello
perteneciente al orden de lo imaginario, ya que la cura debe transcurrir sobre el registro de lo
simbólico, en el marco del saber, y el conocimiento no aporta nada que permita producir un cambio
subjetivo, sino una ocultación y una degradación del saber del inconsciente.

*Siempre bajo la condición exigida de la “sumisión completa a las posiciones propiamente


subjetivas del paciente”, como dice inicialmente Lacan al preguntarse por el posible tratamiento
analítico del síntoma psicótico. Con la disposición de “destitución subjetiva” que para orientar la
práctica clínica hacia la “producción de lo incurable”, como sugiere más tarde Lacan. Lo incurable
que surge de lo inanalizable, elemento indivisible del síntoma que viene al lugar de la imposible
relación (la que no hay, no hubo ni habrá).

Lacan plantea en “Una cuestión preliminar” que no se llega a lo insoportable del síntoma desde
afuera, sino desde una posición de estricta sumisión a las posiciones propiamente subjetivas del
enfermo”.

Para estar a la altura de esa clínica, es más evidente aún que se necesita haber pasado por ella
primero como analizante, haber recorrido el camino que lleva al “reconocimiento” en el síntoma no
sólo de la huella, sino también lo que él conserva de trauma actual, de goce intolerable al que el
sujeto permanece fijado.

¿Cómo podríamos ayudar a ubicar ese imposible en otro sujeto, si antes no hemos pasado por
la experiencia? Es lo que justifica la tercera parte de la definición de Lacan. Forma parte de la
delimitación de la clínica psicoanalítica el imperativo ético que nos exige repudiar la idea de
conocimiento. No es tomando al paciente como objeto de nuestro conocimiento como podemos
hacer clínica desde el psicoanálisis. Ni bien lo hacemos, ya estamos afuera del discurso analítico, ya
somos psiquiatras otra vez. O tal vez peor aún, psicoterapeutas, que sólo podemos recetar el retorno
de lo mismo, y no nos cabe ya esperar ninguna innovación genuina, ninguna ganancia de saber que
nos permita una transformación con relación al síntoma.

La clínica, desde esta perspectiva, exige repudiar todas las objetivaciones psicológicas del sujeto al
que en la experiencia encontramos solamente asegurado en su división, en una exterioridad
ontológica y ética esencial respecto del “individuo” tomado como objeto de conocimiento. Es decir
que no se llega a lo insoportable del síntoma desde afuera, sino desde una posición, como dice
Lacan en la Cuestión preliminar, “de estricta sumisión a las posiciones (suelen ser más de una)
propiamente subjetivas del enfermo”. Es sólo así que se puede “entrar en la subjetividad del
delirio”, por ejemplo. ¿Cuál es el camino entonces? ¿Cómo se accede a lo insoportable del síntoma?
Lacan continúa su definición: el inconsciente es la huella y el camino por el saber que constituye.

UNIDAD II

FORMAS CLÁSICAS DEL SÍNTOMA

El psicoanálisis no toma al síntoma como un mero trastorno ni busca su eliminación rápida. El


analista no encara al síntoma como simple entidad mórbida a combatir y eliminar. Por el contrario,
se trata para Freud de tomar al síntoma como el más “digno oponente” y en ocasiones también
como el mejor “aliado”. Es sin lugar a dudas la más importante de las entidades clínicas del
psicoanálisis, resulta indispensable a su práctica y a la elaboración teórica que surge de ella. Freud
lo utiliza desde el inicio de su práctica clínica como “brújula” del proceso terapéutico y lo ubica en
el “núcleo” de su teoría de la defensa. También en la enseñanza de Lacan, quien llega a definir al
síntoma como el “campo de lo analizable”. El síntoma es el punto de partida de la clínica
psicoanalítica.

Freud (1926). Inhibición, Síntoma y Angustia


I y II.

INHIBICIÓN: Avance del registro de lo imaginario por sobre el simbólico. Terreno del YO.
SÍNTOMA: Avance de lo simbólico hacia lo real. Terreno del ELLO.
ANGUSTIA: Desborde de lo real por sobre lo imaginario del cuerpo.

Inhibición
Según Freud, la inhibición es la limitación de una función del Yo porque a raíz de su ejercicio
sobrevendría la angustia. Es una limitación funcional ejercida por el Yo con el fin de evitar el
proceso de la represión, es decir, evitar un conflicto con el Ello, con el Súper Yo o con la Realidad
Externa. Existen diferentes funciones del Yo que pueden ser sometidas a una inhibición: entre ellas,
la función sexual, la alimentación, la locomoción, el trabajo, entre otras.

Vínculo de la inhibición con las fantasías:


La inhibición incluye al cuerpo y puede extenderse hacia las fantasías. La fantasía, igual que el
sueño, es una realización de deseo: sí, por supuesto, pero una realización “imaginaria”, lo que al
mismo tiempo quiere decir una “inhibición” del deseo. Se trata del registro de la imagen (real o
virtual, según la designación de la óptica), de lo que detiene, obturara, limita, de lo que se i-realiza.

Por su vínculo con las fantasías, la inhibición puede tener raíces inconscientes y es por eso que
Lacan plantea que la inhibición supone un avance del registro de lo imaginario por sobre lo
simbólico, ya que sostiene que en ocasiones la inhibición puede alcanzar el nivel del símbolo, en el
sentido en que la función inhibida puede llegar a ser un símbolo de aquello que está más
profundamente alterado, puede llegar a indicar la presencia de una satisfacción pulsional reprimida,
y así, acabar convirtiéndose en un síntoma.

Síntoma
El síntoma se trata siempre del “indicio” de un proceso patológico (a diferencia de la inhibición) y
sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La
represión parte del yo, quien, por encargo del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional
incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue restringir el devenir consciente de la
representación que era la portadora de la moción desagradable. El análisis demuestra a menudo que
esta se ha conservado como formación inconsciente.
Es por eso que desde el punto de vista de la descripción de los hechos, una inhibición también
podría ser un síntoma en la medida en que pase a funcionar como “índice” de una satisfacción
pulsional “interceptada”, como dice Freud. Satisfacción molesta e inútil pero satisfacción al fin.
Esto quiere decir que desde el punto de vista de los conceptos el síntoma no pertenece al ámbito
del Yo (al menos no plenamente) sino del Ello. Ámbito que Freud califica como el “reservorio
pulsional”. El síntoma suele ser muy resistente y cuesta mucho removerlo. Dicho en términos de
Lacan, su campo es el goce y de allí su fijeza.

El síntoma pertenece a la frontera del Yo con el Ello, un indicio y sustituto de una satisfacción
pulsional reprimida, en la que también puede participar el “Super-Yo”, en tanto hunde sus
raíces en el Ello.

Angustia
La angustia se trata de un “afecto” que no pertenece a ninguna de las instancias psíquicas. Ni al
Yo, ni al Súper Yo, ni al Ello ni a la Realidad, aunque al mismo tiempo tiene vínculo con todas ellas,
por eso, es un fenómeno de borde.
Freud plantea que el Yo es quien registra ese afecto y es también quien ocasionalmente puede
almacenar en su memoria algo de su cualidad distintiva (Freud decía que el Yo es “el genuino
almacigo“ de la angustia) y el que puede transformarla y emitirla como señal de peligro (de lo que
viene del Ello, de la Realidad Externa o del Súper Yo). Pero aún así la angustia lo supera, no
reconoce ninguna de sus categorías cognoscitivas (ideas, objetos, representaciones, etc), y como
afectación apunta mucho más al ser que al tener, a la existencia (real) que se escapa que a la
consistencia (imaginaria) que lo deposita en la realidad. “No sé por qué me angustié”. Es por eso
que como afecto no engaña, porque no está atado a la cadena significante de las representaciones y
demás elementos discursivos como lo están la culpa (índice negativo del deseo), la vergüenza y el
pudor (índice negativo de la satisfacción) o el amor (engañoso por excelencia).

En términos de Lacan, el afecto de angustia es consecuencia del avance del registro de lo real (“el
afecto tipo de todo acontecimiento de lo real”) por sobre lo imaginario (es decir, el cuerpo). Y si “no
es sin objeto” (aquí la doble negación indica lo que está en juego en la fórmula lacaniana), ese
“objeto” no es especular, no aparece nunca en la realidad (ni en la imagen del cuerpo ni en la
representación del Yo) más que como falta o como punto de fuga. Dicho de otro modo, no es de acá
ni de allá, no está adentro ni afuera, está en los bordes. Y para eso Lacan inventó su neologismo,
éxtimo, que quiere decir: a la vez “íntimo” y “exterior”.

En términos de Freud, se trata de un des-borde de lo psíquico, como decía en sus primeras


investigaciones, por sobre el terreno del cuerpo y su fisiología. Allí el aparato psíquico no puede
representar lo que está en juego, lo real del goce sexual. La angustia puede realmente convertirse
en lo “imposible de soportar”.

POSICIÓN ÉTICA DEL ANALISTA


Este eje de lectura tiene como verdadero protagonista al Síntoma. Mientras que pasan a segundo
plano otras nociones como la angustia y la inhibición, el acting out y el pasaje al acto.
Se tomarán en consideración las herramientas de Lacan y el modo en que distribuye cada una de las
nociones clínicas (seminario 10). Esquema:
Allí hay una lógica que vincula las distintas instancias clínicas y a su vez sugiere la dirección que
debería tomar la cura psicoanalítica. La angustia es el punto angular, mientras que las otras
categorías implican de un modo u otro una forma de tratamiento y de defensa contra la angustia: el
acting out a través de la puesta en escena, el pasaje al acto por la vía de su caída, la inhibición por
limitación de la función con la que puede entrar en relación, y el síntoma como división subjetiva.

Pero a su vez, tal como Freud había advertido, hay una secuencia invisible en sus articulaciones. La
neurosis la recorre en una dirección (de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda) y el análisis lo
hace en la dirección contraria (de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha). Dicho de otro modo,
son el primero es el camino de formación del síntoma y el segundo el camino de análisis del
síntoma.

Esto implica para nosotros que el síntoma puede ser una defensa ante la angustia proveniente de
lo real, y la inhibición una defensa contra el síntoma. Hay allí un encadenamiento, una lógica de
problemas-soluciones. Entonces, tenemos dos polos: el de la angustia (que linda con el acto y la
certeza) y el de la inhibición (que linda con la inmovilidad y la dificultad). El síntoma está en el
medio y es el medio a través del cual el análisis puede establecerse y desarrollarse, pero solo en la
medida en que se lo haga intervenir. Y para eso no hay más recurso que intervenir el discurso del
paciente (interrogarlo, puntuarlo, cortarlo). Si eso no puja, si el síntoma no empuja, no hay
interpretación del analista que valga. Y de allí la otra consideración, la que refiere más directamente
a la operación del análisis y a la posición del analista.

OPERACIÓN DEL ANÁLISIS Y POSICIÓN DEL ANALISTA


(Apartados III y IV de ISA)
Un primer aspecto que está en juego en la operación analítica es la “operación del síntoma”, en los
dos sentidos de la expresión, objetiva y subjetiva: el síntoma es a la vez “objeto” e “instrumento” de
la operación a realizar en un tratamiento analítico. Se opera sobre el síntoma y se opera con el
síntoma.
Se trata de un campo o terreno que Freud designa como “fronterizo”. No se trata del Yo ni del Ello
sino de sus operaciones lógicas (en este caso discursivas) de conjunción y disyunción.
Preliminarmente el analista tiene que ubicarse, según la orientación propuesta por Freud, del lado
del Ello, “en alianza con la parte enferma”. Apuntando al “Eso” (preguntando como Freud lo
hacía a menudo y diciendo: ¿Y eso?), señalando lo que al Yo resulta “ajeno” y “extraño”. Ahí ya
hay una primera clave para pensar la ética del psicoanálisis y la dirección de la cura imputada al
analista.
No se trata de que el analista autorice a su paciente a gozar libremente ni que pretenda angustiarlo.
Tampoco implica que su Yo no intervenga para nada en los escenarios donde se disputa la batalla
(El analista también paga con su persona prestándose a los escenarios de la transferencia). Se trata
más bien de interrogar aquello que entra en contradicción y que el Yo del paciente desconoce
o prefiere disimular. En términos de Freud, de una operación que pone al descubierto la “extra-
territorialidad” del síntoma (porque se afirma su existencia por fuera de la organización yoica y
con independencia de ella, pero a su vez son atraídos por vía asociativa por sectores de la
organización yoica y de ese modo logran extenderse a expensas de el y, a modo de un CUERPO
EXTRAÑO) y la situación conflictiva y contradictoria del propio paciente que lo trata como
“huésped mal recibido”. Es el Yo mismo quien toma actitudes contradictorias respecto del síntoma.
“La lucha defensiva secundaria contra el síntoma es variada en sus formas, se despliega en
diferentes escenarios y se vale de múltiples medios”, dice Freud (III, 96). Por eso es importante que
el analista pueda identificarlo, señalarlo y producirlo como elemento disruptivo y analizable.
En términos de Lacan, la operación consiste en interpelar al paciente y rectificar la posición que
adopta ante el síntoma que conoce (porque lo vive y lo sufre) pero que al mismo tiempo no
reconoce. En hacer que su división subjetiva se exprese con mayor fuerza y nitidez, a punto tal que
Eso ya no pueda desconocerse. El paciente es quien puede experimentar todo esto como una
contradicción y como una lucha voluntariosa por el poder. Pero para el analista se trata de escuchar
sin comprender, y de introducirse en el campo del síntoma antes de encontrar la dirección que
conviene a la cura.
En este sentido, el síntoma fue pensado y esquematizado por Lacan de dos maneras diferentes:
avance del registro de lo simbólico por sobre lo real, o avance del registro de lo real por sobre el
simbólico (nudo Borromeo). El terreno del síntoma es el de la intersección entre ambos registros,
sitio en el que se encuentra el goce fálico (goce conjuntivo, copulativo, que lo une al deseo por
intermedio de su significante Φ y lo anuda al cuerpo por medio de su objeto a), según el mismo
esquema del nudo Borromeo. Luego todo depende de hacia donde se dirija la cosa. Para el Yo y su
neurosis, el síntoma viene de lo real y avanza hacia lo simbólico. Es el primer paso a realizar para
hacer entrar al síntoma en el campo de lo analizable.
Luego para el analista, se trata de “interpretarlo”, de utilizar el “equívoco” (“única arma contra el
síntoma”, dice Lacan en 1973) para hacerlo retroceder hasta los límites de lo “incurable”. Y para
poder interpretarlo primero hay que darle forma analizable, hay que conseguir que se
manifieste en su relación con lo inconsciente, como una de sus formaciones. Hay que ponerlo en
forma significante, según la indicación de Lacan, o capturar la “expresión efectiva del síntoma”,
según los términos del apartado IV del texto de Freud.
Es lo que encontramos ejemplificado con el caso de la fobia de Hans: “Se trata, como lo
averiguamos tras escuchar más detenidamente, no de una angustia indeterminada frente al caballo,
sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá” (Freud, 97). Hay distintos
modos en que el síntoma se va presentando, en el caso de Hans primero es la angustia. Una angustia
que por momentos tiene algo de actuación (acting). Recién se transforma en síntoma cuando se le
suma al menos un significante, cuando hay una marca de un acontecimiento: es decir, la represión
(es decir que se puso en marcha el mecanismo de defensa psíquica). Entonces, el caballo además de
ser un objeto de la realidad pasa a ser un significante, un significante que divide al sujeto. Acá
tenemos la división subjetiva, es decir, si se hace demasiado presente el caballo como referencia
sintomática, aparece la angustia. Mientras que, si Juanito toma distancia y ordena su mundo
subjetivo a partir de ese objeto fóbico, acá se trata del MIEDO, miedo al caballo.

Hace falta trabajo para orientarse y reconocer la moción reprimida, su sustituto síntoma y el motivo
de la represión. El pequeño Hans, se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el
caballo. La incomprensible angustia frente al caballo, es el síntoma. La incapacidad para andar
por la calle es un fenómeno de inhibición que el Yo se pone para no provocar el síntoma-angustia.
Se trata no de una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa
angustiada: El caballo lo morderá. Este contenido procura sustraerse de la cc y sustituirse mediante
la fobia indeterminada, en la que ya no aparecen mas que la angustia y su objeto. Hans se encuentra
en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a quien ama toda vez que no entre en
cuenta la madre como causa del desacuerdo.
Su fobia es un intento de solucionar el conflicto de ambivalencia (un amor y un odio dirigidos
a la misma persona) que presenta con su padre. De las mociones en pugna, por regla general la
tierna se refuerza mientras que la otra desaparece. El carácter compulsivo de la ternura nos revela
que esa actitud no es la única presente, sino que se mantiene alerta para tener sofocada su contraria
y nos permite construir un proceso de represión por formación reactiva.
Para salir de la situación de ambivalencia hay dos caminos. La moción pulsional reprimida es un
impulso hostil frente al padre. Hans ha visto rodar un caballo y caer y lastimarse a un compañero de
juegos con quien habia jugado al caballito. Así, se construye en Hans una moción de deseo: ojalá
papa se cayese y se hiciera daño como el caballo y el amigo. El deseo equivale a la moción asesina
del Complejo de Edipo.
Lo que convierte el caso en neurosis es, única y exclusivamente: la sustitución del padre por el
caballo. Es el mecanismo de la formación sustitutiva (el caballo) lo que permite tramitar el
conflicto de ambivalencia.

*Diferencia entre paciente y analizante: son posiciones subjetivas distintas. El paciente es más
bien padeciente y pasivo al momento de tratar de encarar responsablemente lo que a él le pasa,
buscando las razones y las causas. Mientras que el termino analizante Lacan justamente lo introdujo
para marcar esa distancia, una línea divisoria, ya que se refiere a que cuando un paciente se
convierte en analizante, toma una posición mucho más activa y se esfuerza para asociar.

V. ¿Por qué Freud habla del síntoma como un cuerpo extraño? ¿En qué consiste la defensa
secundaria contra el síntoma?

Freud plantea en inhibición síntoma y angustia que EL SÍNTOMA se conforma a partir de un


proceso represivo que parte del “Yo”, quien por encargo del “Superyó”, reprime una moción
pulsional del “Ello”. Por obra de la represión, la moción pulsional reprimida, encuentra un
sustituto: EL SÍNTOMA, a través del cual se satisface una parte de la pulsión, pero que en tanto
representa un retoño de lo reprimido, genera un desprendimiento de displacer.
Freud plantea que tanto el síntoma como los retoños de lo reprimido gozan del privilegio de LA
EXTRATERRITORIALIDAD. Esto quiere decir que ambos afirman su existencia por fuera de
la organización yoica y con independencia de ella, pero que a su vez, son atraídos por vía
asociativa por sectores de la organización yoica y de ese modo logran extenderse a expensas del
Yo, al modo de UN CUERPO EXTRAÑO que no deja de invadir el tejido en el que está inserto.
La intrusión del síntoma en la organización Yoica genera que la lucha defensiva contra la moción
pulsional reprimida (DEFENSA PRIMARIA) encuentre su continuación en la lucha defensiva
contra el síntoma. (DEFENSA SECUNDARIA)
La lucha defensiva secundaria del Yo contra el síntoma tiene 2 MODOS DE EXPRESIÓN que son
contradictorios: Ya que el “Yo” se defiende del síntoma, en tanto el síntoma es un sustituto y un
retoño de la moción pulsional reprimida, cuya exigencia de satisfacción no deja de renovarse y
generar displacer, pero a su vez, el “Yo” intenta, a raíz de su función de síntesis, cancelar la
ajenidad del síntoma e incorporarlo de algún modo a su organización, y sacarle la mayor
ventaja posible, dando lugar a la “GANANCIA SECUNDARIA DE LA ENFERMEDAD”. Estas
ligazones entre el Yo y el síntoma, a través de las cuales el síntoma se fusiona cada vez más con el
Yo, son las que luego se disfrazan como formaciones de carácter y se presentan en el análisis como
una resistencia a la cura.

Lacan. Seminario 12
Esta clase de Lacan está casi completamente dedicada a pensar el modo en que el analista se ubica
respecto del saber para dar lugar a la genuina función del síntoma: establecerse como campo de lo
analizable. En este sentido, podemos considerarla una continuación del cuarto apartado de
“Inhibición, síntoma y angustia”. Lo que Freud denominaba “expresión efectiva del síntoma” es
equivalente a lo que Lacan llama “indicación de saber incluida en el síntoma”. Ambas señalan la
puesta en relación del síntoma con el saber inconsciente.
Se destaca lo referente a la posición del analista, (para poder decir: “Yo soy psicoanalista”, como
dice Lacan en el segundo párrafo), distinguiendo dos cuestiones diferentes aunque articulables: su
relación con el Saber y su vínculo con el Deseo.

DESEO
Hablar del campo del deseo es, estrictamente hablando, referirse al campo freudiano. No hay
experiencia analítica que no lo tome en cuenta. Esta es una de las primeras cosas que destacó Lacan
y que tenemos que tener presente: fue Freud quien se introdujo en el campo del deseo inconsciente
a través de sus formaciones (empezando por el relato de los sueños). Y fue Freud quien inventó un
método para explorarlo (en los lapsus del discurso) y para liberarlo de sus ataduras (en la repetición
de los síntomas): el método de la asociación libre y la interpretación.
La referencia al deseo, entonces, no podría faltar en ningún caso en una práctica que se diga y se
pretenda psicoanalítica, va de la mano del concepto de inconsciente y por ende debe ser
especialmente considerado en su elaboración clínica. La cura analítica lo convoca, lo incita, lo
despliega y lo interroga, lo constituye en su objeto y en su objetivo. “Opera sobre él”, agrega Lacan,
sobre el “sujeto” y su “falta”. Esa esa propuesta es condensada en el aforismo: “hay que seguir el
deseo a la letra” (V capítulo de La dirección de la cura y los principios de su poder, 1958).

Lacan en su clase dice: “Ser psicoanalista es estar en la posición más responsable de todas, en tanto
es a quien es confiada la operación de una conversión ética radical, que introduce al sujeto en el
orden del deseo” Esta cita está en relación con la responsabilidad implicada en la práctica del
psicoanálisis: solo se puede ser culpable, en términos analíticos, si se cede o retrocede ante el
deseo que habita en cada uno de nosotros. La expresión ahora utilizada por Lacan es
contundente: “conversión ética radical”. Acentúa el hecho de lo irreversible, de lo que no se hace a
medias tintas sino decididamente, de lo que ya no tiene vuelta atrás. De una transformación o
mutación del sujeto que lo deposita en otro lugar, “el orden del deseo”, del cual ya no podrá
desentenderse, y que no es meramente del orden del anhelo, la fantasía o la voluntad. Por el
contrario, la relación al deseo es más bien problemática, tirante, con determinaciones múltiples y a
la vez incierta, y con una fuerte causa pulsional que lo liga al cuerpo sexual y a la existencia mortal.
Esto implica que el analista es el responsable de dirigir la cura, pero que no dirige al paciente. Que
el trabajo con el saber inconsciente es imprescindible en un análisis, pero que la clave no está
exactamente allí. Que la propuesta analítica no es saber más y más (mucho menos saberlo “todo”),
sino modificar el padecimiento y el estado de insatisfacción propio del síntoma. Y que el remedio
para eso es el deseo. Esto quiere decir que descifrar el saber inconsciente es necesario pero no
suficiente. Que el psicoanalista apunta al deseo (a su objeto, a su instrumento, a su causa) y en el
camino se encuentra con el saber (con los significantes en los que está articulado, aún cuando no
sea articulable en primera persona). Que entonces deberá hacer uso del saber del que dispone (y
también del que le suponen), pero para finalmente llegar al punto de marcar sus limitaciones, para
lograr que el analizante mismo experimente sus límites.
El psicoanálisis no aspira a una cura ideal sino a curarse de lo ideal (Freud: transformar la miseria
neurótica o psicótica en miseria común). Y el querer “saberlo todo” (fantasía de deseo típica del
obsesivo) podría ser una de sus manifestaciones más poderosas.

Hombre de las Ratas: El Soldado Ernesto no se cura tanto por lo que logró saber (sobre la cadena
de palabras que determinaban el conjunto de sus inhibiciones, síntomas y angustias) sino por
advertir que dicho saber “ratero” (ratten, erraten, heiratten, spielratten) no cumplía más que la
función de eximirlo cobardemente de la decisión que debía tomar en el “orden del deseo”: el que
surge del vínculo de sus progenitores y el suyo propio, que nunca es del todo propio o apropiable. Y
así como el joven Ernesto no se curó por saber sino por decidir (se casó con Gisela y se fue a la
guerra), la joven Elisabeth no se curó por recordar ni por rememorar. La catarsis la sanó pero no la
curó. Para curarse tuvo que soltar la imagen ideal de su amor prohibido (la fantasía de deseo que la
ligaba a uno de sus cuñados) para decidirse por el hombre con el que finalmente y libremente eligió
formar pareja.

La operación del análisis exige responder ante las coordenadas singulares del deseo.

SABER
Hay que distinguir el conocimiento del saber. Uno conduce a la compresión y otro al
entendimiento. Mientras que lo que se produce y obtiene como conocimiento tiene que ver siempre
con la “información”, lo que se produce y establece como saber tiene que ver con la “formación”.
El conocimiento está ligado al campo de lo imaginario y a la información fácilmente accesible que
podemos obtener del mundo y que nos conduce a la comprensión. El conocimiento es aquello que
en la clínica hay que repudiar (al como lo dicen Lacan en su definición de la clínica), en tanto no
aporta nada que permita producir un cambio subjetivo, ya que implica como tal una ocultación y
una degradación del saber.
El saber pertenece al campo de lo simbólico y se obtiene de la cadena significante, de las
formaciones del inconsciente, en el marco del análisis, conduciendo al entendimiento. Se produce
en el análisis cuando el paciente pifia, cuando dice más de lo que quiere decir.

Otra distinción que hay que hacer, es la del plano de la verdad, a distinguir entonces tanto del
conocimiento como del saber. Ella se sitúa, por así decir, entre uno y otro. La verdad siempre tiene
algo de ficción, nunca se puede decir más que a medias y por eso el Yo no puede sostenerla sin al
mismo tiempo mentir. De lo que se trata es de introducir al paciente en esa otra escena freudiana
que es la del deseo y sus verdades, enunciables, pero a medias, parciales y ficcionales, pero que
animan y sostienen sus producciones sintomáticas.

También, por eso, hay que hacer la diferencia entre el signo (también índice o señal) y el
significante. Mientras que el signo se despliega en una comunicación unívoca y lineal por ser “lo
que representa algo para alguien”, el significante interpone un muro en esa comunicación entre
individuos al ser su función la de “representar a un sujeto”, no para otro sujeto sino “para otro
significante”. Esto no implica que el signo no importe al analista. Importa y mucho, ya que es el
punto de partida de su operación, y en cierto sentido también el punto de llegada. Eso quiere decir
que en el análisis el signo inicial (referido al síntoma, por ejemplo) se abre hacia el significante y
sus encadenamientos sucesivos. “No hay humo sin fuego”. Para entrar en el campo analítico se
requiere de la llave significante, de sus equívocos y de sus rodeos.

“El síntoma, sería necesario definirlo como algo que se señala [un signo], como un sujeto que
sabe que eso le concierne, pero que no sabe lo que es”. En esta frase encontramos condensado lo
que interesa producir en la fase preliminar al análisis para que el síntoma se torne analizable. Y en
eso el analista también tiene su parte. También está implicado en la operación del síntoma y su
función es decisiva y capital: “Es evidente que el psicoanalista se introduce en primer lugar como
sujeto supuesto saber, es él mismo quien recibe y soporta el estatuto del síntoma”. Eso no quiere
decir que el analista sepa acerca de ese síntoma. “Un sujeto es psicoanalista, no sabio”. Quiere decir
que es por la presencia del analista (su silencio, su escucha, su manera de preguntar más lo poco que
dice, más bien a medias tintas) que el significante del síntoma “acepta” desplegarse en la asociación
libre.

Relación del saber con las distintas estructuras

 SABER DEL NEUROTICO: saber no sabido.

 En la PSICOSIS en cambio en lugar de NO saber, hay una CERTEZA psicótica


inconmovible. LA CERTEZA ESTA EN LA AUTORREFERENCIA (que las voces le
hablan a él, por ejemplo)
ENTONCES Lacan plantea que hay un SABER por eso el sujeto supuesto al saber
cómo operador NO sirve para la psicosis ya que el Sujeto Supuesto al Saber solo sirve
en una estructura en donde el saber no está del lado del sujeto.
 PERVERSION: hay un saber intransmisible. El sujeto perverso no puede hacer pasar en el
lazo del discurso, no puede transmitir. No se puede hacer pasar vía significante. En general
el perverso sabe bien las condiciones de su goce, que son condiciones rígidas.

Lombardi. Tres versiones/formas de presentación de la angustia

La angustia es la sensación del ser hablante ante algo, un llamado oscuro de lo real frente al cual
aún no se decide a intervenir. Ese real le concierne en un punto en que no se reconoce. La angustia
le concierne con certeza la capacidad de elegir: huir, quedarse quieto, afrontar. Está en juego su
relación con el acto, hacia el acto convoca la señal de angustia.

1) La angustia sin derivación psíquica/Como angustia disruptiva, automática, sin elaboración


psíquica

Freud afirmó que la neurosis de angustia se produce cuando la angustia no encuentra derivación
psíquica. Al faltar toda preparación subjetiva, el paciente se ve afectado por un padecimiento del
que pareciera no participar; esa angustia automática. Esta angustia no tiene objeto ni significación
alguna. El angustiado nada sabe de la génesis de ese afecto tan displacentero, ni tampoco ante que
se angustia. Ni siquiera lo sabe de forma inconsciente. No hay posibilidad de elaboración psíquica a
través de una sintomatización conversiva o fóbica, ni a través de formaciones del inconsciente. Para
Freud, la causa principal de este tipo de angustia era la tensión sexual provocada por malos
hábitos sexuales como el coitus interruptus. La neurosis de angustia es neurosis actual porque
no basa su etiopatogenia en un trauma previo y desconoce sus antecedentes.

Esta lectura de la angustia, desconoce lo que la angustia puede representar para el ser hablante en la
relación con su deseo. Supone desprender forzosamente a la angustia de sus referencias
inconscientes y de su origen estructural. Demuestra la necesidad de entender que la angustia no está
completamente desprovista de sentido, sino que es un displacer que señala un real, que podría tener
un valor ético, de orientación al acto.

2) La angustia como afecto de lo real, que puede ser un apronte al acto, a la toma de decisión,
a la elección.
Hay otra lectura de la angustia que la ubica en el polo de la responsabilidad del ser hablante,
responsabilidad entendida como posibilidad de preferir y proferir una respuesta. Entiende a la
angustia como la sensación especifica del ser ante coordenadas en las que su acción es requerida.
El abordaje de la angustia desde esta perspectiva, supone pensar a la angustia como señal de una
configuración real que le concierne al sujeto en cuanto a su ser, como una señal que brinda una
oportunidad para la acción, por la cual el ser hablante es convocado a un cambio de posición en la
relación con su deseo. Esta perspectiva reconoce al angustiado una posibilidad de respuesta distinta
del pánico y la conducta de huída. La angustia es una modalidad de tránsito de pasividad a la
actividad; es señal pero también es apronte, es disposición a la acción.
En este sentido podemos decir que la angustia es pre-acto, sitúa al ser hablante en el umbral de la
puerta del acto, y la señal que ofrece, si bien es muy displacentera, puede ser una suerte de
referencia para el ser hablante, una posibilidad de pasar a otra configuración subjetiva. En este
sentido es que Lacan plantea que la angustia no engaña, sino que ofrece una certeza, porque una
nueva orientación es posible a partir de su experiencia. Así, es a través de las coordenadas de la
angustia que el ser hablante a través del análisis puede tomar partido de su deseo. Es el momento
de destitución subjetiva requerido. “El acto le arranca a la angustia su certeza”
3) La degradación neurótica de la angustia en miedo/ como angustia neurótica que se
transforma en síntoma
El neurótico, no sabe, no puede o no quiere servirse de la brújula que le ofrece la angustia. Esta
indica una posibilidad de elegir, pero el neurótico la considera una elección forzada entonces la
evita mientras puede, armando una solución de compromiso (ni sí ni no). En la neurosis la
angustia es reemplazada por el síntoma que obstaculiza el pase al acto. Encubre una escisión
ética que es fuente de sentimiento inconsciente de culpa resultado de no haber tomado partido.

El sentido del análisis y del método propuesto por Freud justamente consiste en invitar al sujeto
inhibido en su acción a asociar libremente para tomar al síntoma como brújula, para desplegarlo en
lo simbólico hasta proporcionar, al término de la elaboración analítica, un pasaje de lo simbólico a
lo real. En otras palabras, el análisis supone en sí mismo una elaboración de las coordenadas
estructurales de la angustia para llevar al sujeto hasta la puerta del acto, supone reconocer al ser
hablante otra posibilidad de respuesta que la conducta de huida, supone convocarlo a una elección
que lo singulariza.

Entre la puerta imaginaria de la entrada de análisis y la real de salida, el entramado analítico del
síntoma interpone la estructura de lo simbólico, la elaboración por lo icc, hasta alcanzar la solución
de lo imposible: no hay más que el acto para salir.

SÍNTOMAS “ACTUALES”

Introducción
Los modos contemporáneos de la subjetividad nos muestran una importante tendencia hacia la
desaparición del sujeto del deseo del sujeto que se aloja en la cadena simbólica del deseo y, por lo
tanto, desaparición del sujeto que se deja representar por el significante. Lo que aparece de manera
distinta en el acting out y en el pasaje al acto, son sujetos que, ante un encuentro con un real, no
responden con un síntoma o desde el deseo, sino con algo asociado a la pulsión.

¿Estamos los psicoanalistas en la clínica actual confrontados a nuevas formas del síntoma?
Muchos de los síntomas llamados “actuales o nuevos”, existen desde siempre y son tan viejos como
el psicoanálisis: las adicciones, bulimias, anorexias, ataques de pánico, etc. No hay una
modificación de la estructura y la triada [psicosis – neurosis – perversión], pero si se constata que
hay cambio de ropaje de la envoltura formal del síntoma, que modifican de manera patente los
deseos del sujeto, e incluso el nivel real de su goce, pero que mantienen las condiciones necesarias
para hacerlas corresponder a una estructura clínica específica.

Podemos afirmar entonces que encontramos los “viejos síntomas”, los que siempre existieron,
en nuevos contextos y se presentan con nuevas modalidades de goce. Lo que ha cambiado son
los modos de presentación del padecimiento.

No podemos negar es que existen una cantidad de patologías incrementadas en esta época y
evidencian las exigencias del discurso social: que enfrentan al analista a una demanda diferente a la
clásica y pone en aprietos el dispositivo analítico. Dado que todo discurso opera sobre lo real, no es
raro que también las patologías sufran las consecuencias de la vida actual. Los pacientes son
diferentes a los que eran en tiempos de Freud, adoptan el estilo y los giros de moda del momento.
Puede constatarse que los síntomas cambian, toma los ropajes de la época, son como dice Lacan
mediante un neologismo calculado “hystóricos”. Históricos en sus manifestaciones, ya que son
función de la lengua y del discurso de la época, pero trans-históricos en su estructura. Hoy
como ayer, los hombres y las mujeres sufren por lo que les falta o por lo que tienen en exceso.
La clínica de nuestro tiempo
Cada vez más recibimos en nuestros consultorios sujetos que no presentan su padecimiento desde
un síntoma clásico, como formación de compromiso y satisfacción sustitutiva. Son pacientes que no
se preguntan sobre su causa. El sujeto en vez de estar representado por las formaciones del
inconsciente se presenta más del lado del acting out, actuaciones intentando golpear la puerta del
Otro para encontrar alojamiento, con un goce silencioso, desconectado de toda suposición de
saber.
Lo común de estas patologías es el incremento de la pulsión de muerte, se caracterizan por actos
irrefrenables que los llevan a riesgos físicos, casos límites que bordean la muerte. Sujetos que se
exponen a situaciones de riesgo, apelan a paliativos: droga, alcohol, comida para el dolor de existir.
Se muestran como si hubieran logrado un total acoplamiento al goce, con total ausencia del deseo.

Hay dificultad en el establecimiento de la transferencia, ya que no quieren saber nada de si, están
ubicados en la posición del “Yo no pienso”, por lo tanto, no hay preguntas, ya tienen las respuestas.

Instauran algo que funciona al modo de un impasse. En este punto se instala la pregunta por la
posición del analista frente a este impasse. ¿El síntoma en estas condiciones, es factible de una
operación analítica? Son pacientes con un proceso asociativo pobre. El pensamiento es sustituido
por una actividad incontenible.

El desafío del analista es lograr pasar de una clínica del hacer a una clínica del decir, lograr
pasar de una satisfacción autoerótica, pulsional, a un discurso regido por la cadena
significante.

2.4 Camuflajes del síntoma en el siglo XX y los síntomas llamados “actuales”: El síntoma
incorporado en el yo, las formas neuróticas de la fantasía, las presentaciones clínicas en forma de
objeto ¿Qué quiere decir actual? Variantes clínicas del rechazo del deseo: culpabilidad, depresión,
melancolía

Lombardi. Prólogo del libro “Actualidad de la Clínica Psicoanalítica” de Laznik y


colaboradores.

¿Qué quiere decir actual? ¿Cuál es la distinción nosológica entre síntomas actuales y el síntoma de
transferencia? ¿Dónde está el sujeto en el síntoma actual? ¿Cuál es el lugar del analista? ¿Son
posibles de ser tratados por el psicoanálisis?
Serie de numerosos trastornos tales como la ansiedad, anorexia, bulimia, adicción al fármaco, a
Internet, al juego, etc. existen desde hace miles de años, pero hay un gran aumento. El texto
muestra la pertinencia de estos fenómenos en las categorías freudianas, así como la validez para
conceptualizarlos y abordarlos clínicamente.

Freud establece una distinción nosológica entre síntomas actuales y el síntoma de transferencia,
este último se juega en la división subjetiva que abre el análisis de las pulsiones elementales y de
los deseos en juego, consiente a la elaboración inconsciente. Lo actual, rechaza la división, rechaza
el inconsciente, es pasaje al acto que se afirma por fuera de las cadenas del lenguaje que constituyen
la memoria. Al menos así se presenta al analista, verdad tal vez, pero sin sujeto.

¿Y dónde está el sujeto en el síntoma actual? Afuera del cuerpo, en la inquietud de la familia, en
la preocupación de los otros, en los que piden ayuda por quien no lo hace, angustiándose, remite el
efecto de división subjetiva al Otro. Como el sujeto anoréxico, que no necesita comida, pero su
familia se angustia porque no come.
Lo actual es entonces lo que no remite al pasado, lo que no resulta elaborable en función de lo
ocurrido previamente, lo que no responde a los mecanismos de la memoria inconsciente,
precisamente porque su esencia misma consiste en ignorar esa memoria. Actual es el caso que se
presenta al psicoanalista en el desinterés o en la dificultad para establecer una transferencia
aprovechable para la cura.Lo actual es ese grano en el que el yo no se reconoce, y que puede tener
valor causal para la constitución del síntoma.

Lo actual es extraño, pero no exterior, es pulsión y es defensa, es angustia o pasaje al acto para el
sujeto que no ha encontrado ningún deseo como guía. En este punto se instala la pregunta por la
posición del analista frente a este impasse.

Retomamos la pregunta: ¿El síntoma en estas condiciones, es factible de una operación


analítica?
Lugar del analista: El analista puede reemplazar el grano de arena al que el analizaste reacciona, el
síntoma deja ser solamente actual, su vínculo con la causa es activado, deviene transferencia, y
otros canales, propiamente analíticos pueden abrirse para dar paso a la energía pulsional que
almacena. Tal vez el paso por el psicoanálisis, transferencia mediante, permita su transformación y
su inscripción social. El analista se ve confrontado a maniobrar para lograr la instauración de la
transferencia. Hacer ingresar lo actual en la elaboración analítica otorga un horizonte ético a todo
tratamiento posible.

Es necesario para que ese síntoma sea interpretable, hacer una operación analítica para que ese goce
que se basta a sí mismo precise del Otro. Para ello contamos con el deseo del analista. Uno de los
desafíos del analista es lograr que estos “síntomas” puedan decir algo sobre la modalidad de goce
para cada sujeto. Y para eso debe valerse de la transferencia. Para que un síntoma sea interpretable,
le hace falta el sobre agregado de la transferencia, es decir un proceso de transformación, que sea un
mensaje dirigido al Otro.
El riesgo que tenemos los analistas es no saber ofertar la escucha a los problemas clínicos que
escapan al clasicismo, es rechazar a los “extraños pacientes” por considerarlos inanalizables.
El dispositivo analítico ofrece habilitar la palabra y el despliegue del conflicto y por ese medio es
posible lograr poner un límite al acting, al pasaje al acto.

Variantes clínicas del rechazo del deseo: Culpabilidad, depresión, melancolía

DEPRESIÓN: Es una palabra que se ha tornado sumamente abarcativa, proveniente de la


psiquiatría, ha entrado en el discurso común, y con ella se designa todo tipo de cosas, perdiendo su
especificidad. La concepción que se tenga sobre el sujeto determina que se entiende por depresión.
¿Cómo pensar entonces este concepto dentro del psicoanálisis? Aparece como una constatación
clínica, que se manifiesta en diferentes estructuras de personalidad. Tampoco es un síntoma, no
posee ni su estructura ni su consistencia en tanto formación del inconsciente, sino un efecto.
La depresión se sitúa por entero en la falla del bien decir. Por lo tanto, es en la falta de palabras
donde la depresión encuentra su existencia. Se trata de una suspensión de la causa del deseo.
Ésta caída del deseo produce un cierto abandono del sujeto, de sus actividades, de sus intereses,
pero también abandono con respecto al decir.
La ética del psicoanálisis es una ética del bien decir, ¿Qué le ofrece el dispositivo analítico? A
diferencia de la depresión en la que hay una falta de palabras, se irán poniendo palabras a aquello en
que el sujeto está atrapado, indagando las causas de su sufrimiento para poder modificarlo,
introduce un “ahí hay algo que decir”. Hay que pensar clínicamente a que estructura pertenece, pero
también diferenciarla de la angustia, de la melancolía. El vacío angustioso que se le presenta al
sujeto angustiado es otra cosa que el vacío de la depresión.
No se trata de volver a un estado anterior, sino intentar un estado inédito en el sujeto, producir
algo que lo lleve a enfrentar la fuente de su sufrimiento, de otra manera más digna. Hace falta que
el sujeto consienta a ceder algo de su goce, a confrontarse con la castración, a atreverse a saber lo
que la inconsciente cifra.
Duelo y melancolía de Freud: los une la noción de perdida. El duelo es la reacción a la perdida de
una persona amada o un ideal, se caracteriza por una pérdida de la capacidad de amar, una
inhibición, perdida de interés en el mundo. En el duelo, el objeto perdido, permanece en la psique y
por un tiempo la energía puesta absolutamente ahí. Pasado ese trabajo de duelo, que lleva un
tiempo, uno se vuelve más disponible. En la melancolía no se puede situar con tanta precisión (a
diferencia del duelo) y la característica es que hay un rebajamiento del si que se va a exteriorizar en
auto reproche, auto denigraciones y necesidad de castigo. En el duelo el mundo se hace pobre y
vacío, en la melancolía le ocurre al yo, que se vuelve pobre y vacío. La libido se retira del yo, y hay
una identificación del yo con el objeto resignado. La regresión de la libido al yo es lo privativo de la
melancolía, y la melancolía está catalogada dentro de la psicosis. No así la depresión y el estado de
duelo.
ANOREXIA Y BULIMIA: Un diagnóstico clínico preciso direcciona la cura, pueden estar en una
estructura neurótica o psicótica, entonces el lugar del analista y el camino es distinto. Muchas veces
las anoréxicas modernas son las histéricas de hoy, tan perdidas en la cuestión de desorden de
conductas sexuales, no quieren saber nada de icc, reducen el saber a lo inútil. En las histéricas de
antes había un deseo de saber.
No que hay que ir por el lugar del saber, hay que fomentar la transferencia. Hay un retorno de la
pulsión por sobre el cuerpo en la anorexia o la bulimia. Suelen presentarse con una consistencia del
ser: “soy bulímica”. De alguna manera las representa y al mismo tiempo las convierte en objeto. Si
bien existen hace mucho, se incrementaron en esta ultima época, asociado con la obsesión por la
imagen, la apariencia. El negarse a comer no se trata del objeto comida, se trata de un síntoma.
Hay un rechazo de satisfacer la demanda del otro, intentan excluir al otro, intentan que el cuerpo
desaparezca como una manera de salvaguardar el deseo. En ese negarse a comer, en esa conducta de
oposición, hay una forma de decir algo en relación de su deseo. Cuando vamos por la vertiente del
darle de comer, lo único que hacemos es aplastar el deseo. En general hay una confrontación con un
otro, la madre sobre todo, cuando la madre mas quiere darle de comer, mas lo rechaza. Por otro
lado, la bulímica no puede parar de comer, no hay un limite que diga basta. El sujeto trata de
recuperar aquello que supone que ha poseído alguna vez. La bulimia quiere incluir al otro, tapando
lo que falta. Hay una caída generalizada del deseo. Llevan una vida dual, mantienen los lazos
habituales por un lado, y por otro lado esta esta conflictiva, este drama que viven en silencio donde
el otro está excluido.
¿Si el deseo de saber es tan pobre, cual es el deseo que motiva a seguir en terapia en la anorexia?
Las anoréxicas no suelen venir por si mismas a las consultas, o vienen por otras cuestiones que no
tienen que ver con su síntoma.
ATAQUE DE PÁNICO: En las guardias psiquiátricas caen a la consulta con una angustia
insoportable, con una sensación de muerte inmediata, donde han perdido todo el dominio de su ser,
hay un pensamiento catastrófico, algo terrible va a suceder, no saben que. Pierden las coordenadas
del tiempo y del espacio, siempre están bajo amenaza de muerte. El cuerpo es tomado por la
opresión en el pecho, el pánico se siente en el cuerpo, todo lo sobrepasa, todo es un problema, hay
un estado de indefensión y de inhibición total. No se logra armar una trama de sentido, no se puede
hacer historia. ¿Cual es el lugar del analista para hacer frente a esta situación? En principio que
haya un otro que escuche baja la angustia, el cuerpo presente dando lugar a algo de la palabra, baja
la angustia. Tenemos que tender a que aparezca algún significante, constituir un sentido junto con el
paciente. Es encontrar un poco esas coordenadas de tiempo y espacio que ha perdido.
Formas neuróticas de la fantasía
La fantasía se presenta en el comportamiento, en la marca de las relaciones con los otros, en las
modalidades de elección de objeto. Incide en el carácter y está en la base misma de la formación de
síntoma. Es escenario del deseo y modalidad de satisfacción. Esto no es lo que el sujeto diga, sino
que se deduce de sus actos, de sus síntomas, de sus asociaciones.
Es decir, la lógica de la vida de un sujeto puede entenderse a partir de ir aislando su vida
fantasmática, se deduce de los actos, de sus síntomas, de sus asociaciones. La posición del sujeto
que se desprende de su discurso nos va a permitir construir el fantasma. La posición del sujeto, que
se desprende de su discurso, nos va a permitir construir su fantasma.
El neurótico arma su realidad de esta manera. La operación analítica si puede incidir en algo es
justamente en esa modalidad de respuesta.
El concepto mismo de fantasía aparece intentando transformar en un escenario de deseo lo que
funciona como una experiencia traumática. La fantasía viene a cubrir lo traumático insoportable y
lo cubre con una respuesta. Una vez que estas fantasías producen una solución, atenúan el trauma,
esto es estabilizador y se fijan. El análisis lejos de apuntar a hacer consistir el fantasma, apunta a
atravesarlo.

Lombardi G. (2003) “El empleo Fundamental de la fantasía en la neurosis”.

El empleo fundamental de la fantasía - ¿Por qué el neurótico necesita recurrir a la fantasía?


La fantasía permite al neurótico sostener su deseo como inhibido, no realizado, por identificación
con un objeto a inadecuado, que se define por no satisfacer una demanda, una exigencia pulsional.
Dice lacan en La dirección de la cura: la fantasía en su empleo fundamental es aquello por lo cual el
sujeto se sostiene en el nivel de su deseo evanescente, en la medida en que la satisfacción misma de
la demanda le hurta su objeto. Porque lo propio de la pulsión es la pérdida de objeto.

La fantasía es diferente a la pulsión: El neurótico los confunde, confunde la exigencia significante


con el objeto a que es precisamente lo que la objeta. La fantasía ahueca en la cadena del significante
un intervalo, entre los significantes. El neurótico confunde el sujeto de la demanda, de la fantasía y
del deseo. La fantasía sostiene un hecho típico de la neurosis: la fantasía permite un empleo
metafórico de la demanda, que está en la base de su inhibición, por el cual, la demanda pasa de ser
una exigencia pulsional a una demanda de Otra cosa, demanda del Otro, una demanda de amor.

Las pulsiones insatisfechas son la fuerza impulsora de la fantasía y cada fantasía es un


cumplimiento de deseo, una rectificación de la realidad insatisfecha. La represión impide que las
pulsiones se manifiesten abiertamente en las neurosis. No hay satisfacción directa. Esto refleja la
condición estructural en la que la pulsión se presenta para el neurótico: La pulsión lo divide entre
que quiere la satisfacción directa y no la quiere, resultado: tenemos un sujeto inhibido, paralizado.
El neurótico es un sujeto inhibido, que no realiza la acción específica que podría satisfacer la
pulsión.

Entre los síntomas y las Pulsiones están las fantasías. En el trayecto del análisis que iría de los
síntomas a las pulsiones, se interponen las fantasías, que desde el punto de vista de la verdad
histórica son falsas, o en el mejor de los casos una mezcla de verdad y falsedad. Hay una Realidad
Psíquica que encuentra su fundamento en las fantasías que viene al lugar de la articulación entre
síntoma y pulsión. El sujeto en análisis muestra un desconocimiento sorprendente de la diferencia
entre realidad y fantasía, para el neurótico coinciden.

¿Cuál es la función de la fantasía? La función de la fantasía es ineliminable de la vida sexual del


ser hablante, en tanto suple una carencia fundamental para el ser hablante: su pulsión sexual no
tiene objeto, y es la fantasía la que le provee alguno. El ser habla, entre él y su partenaire se levanta
un muro, un muro del lenguaje que no permite entenderse realmente con el Otro sexo. Para que el
otro se vuelva excitante, algo en él tiene que permitirle al sujeto la identificación con el objeto de
una pulsión pregenital. Ese algo, es la fantasía.

¿Cuál es el objeto de la fantasía? En cualquier caso, independientemente del tipo clínico de


síntoma, la fantasía actúa gracias a que el inconsciente permite ubicar, en lugar del partenaire, un
objeto que es una parte de sí mismo, una parte del cuerpo. Freud encuentra como matriz del
partenaire, cierta parte del cuerpo naturalmente ligada a un orificio corporal, boca, ano, orificio
palpebral, oreja y a un objeto que por su función misma se pierde: la teta, la caca, la mirada, la voz.
Esos objetos solo adquieren una función libidinal porque son efectos del lenguaje, efectos de un
recorte significante operado sobre el cuerpo. Son lo que Lacan llamó los objetos a. Esos objetos
tienen algo de real. Un real que no se pierde del todo, porque el lenguaje entrama ese objeto en el
discurso del Otro, en el inconsciente. Pero para que sea objeto de la fantasía el sujeto debe
identificarse con él.

Fantasía y angustia: La fantasía tiende un velo sobre eso con lo que uno se identifica. Cuando el
sujeto advierte ese efecto a del lenguaje como separado, el efecto ilusorio de la fantasía se pierde y
resulta angustioso. Es señal de la presencia estructural, de ese objeto que usualmente el sujeto no ve
porque se identifica con él, mira desde él. La angustia señala una ruptura de la identificación con el
objeto a. Por eso la angustia no es sin objeto, y más precisamente, no es sin objeto a.

La fórmula de la angustia, a ---$. Donde el a, es la señal que llega al sujeto desde lo real. La
angustia tiene por eso una posición intermedia entre la fantasía y el acto. En la fantasía el sujeto se
identifica inconscientemente con el a, en la angustia se encuentra con el como algo que al mismo
tiempo se separa de el y lo despierta en presencia de un deseo en el Otro, un deseo al que siente
como amenazador si no puede reducir a una demanda de amor o de reconocimiento. En el acto, el
objeto ya intervino como causa del deseo, es una causa que ya no angustia, sino que impulso al
sujeto al encuentro con el Otro (acto) o al rechazo del Otro (pasaje al acto). Solo el acto, puede
arrancar a la angustia su certeza, su certeza orientadora hacia la acción.

Esto quiere decir que lo ilusorio de la fantasía no está dado por los elementos que intervienen en la
identificación, los elementos que la componen, sino por la operación de identificación en sí misma,
que induce un efecto de velo, de velo tendido sobre lo real de los elementos con los que se produce.
Por eso, entre el $ y el a se introduce un tercer elemento, el velo mismo, que permite la
identificación, permite no ver, lo que ese afecto a tiene de real, de cierto, de angustiante, de causa
del deseo del otro.

Fantasía y acto. Cómo interviene el analista en la dirección de la cura?


En términos de Lacan, el análisis apunta a atravesar el fantasma lejos de hacerlo consistir; supone
un acto, un pasaje a la acción para lograr que el “a” intervenga de otro modo completamente
distinto al de la fantasía, que deje de ser un sostén neurótico de un deseo inhibido y que pase a ser la
causa del deseo, y que la demanda deje de ubicarse en el otro y se ubique en su lugar natural, que es
la pulsión.

Sin embargo, el acto requiere afrontar la pérdida de identidad que provee la fantasía, supone la
ruptura de la identificación con el objeto “a” y con ello el afrontamiento de la angustia. Es por ello
que la angustia tiene una posición intermedia entre la fantasía y el acto.

Para operar con la fantasía, EL ANALISTA, en vez de pretender que el sujeto admita su error de
apreciación de la realidad, debe entender que la resistencia del paciente está basada en el empleo
fundamental de la fantasía y en su deseo de mantener su deseo. En este sentido, debe apoyarse en la
función de la fantasía, ubicándose el mismo en el lugar del “a”, para luego cortar la identificación
del sujeto con el “a” y realizar la distinción entre el “a” y la demanda.
El análisis se orienta a producir un sujeto advertido de su constitución, un acto a partir del cual el
sujeto pueda ubicarse en relación con el “a”, para transformar la fantasía en pulsión. Se orienta
hacia la asunción de la castración, hacia la destitución del sujeto de la fantasía, para darle al sujeto
la capacidad de actuar, de ser, y dejar de sostener su deseo como inhibido sino ubicarse como sujeto
de deseo.

La fantasía cumple la función de disimular el síntoma. En la fantasía, Por eso es que se plantea que
la fantasía es otra forma de la presentación del síntoma, cumple la función de disimular el síntoma.

Freud S. (1919) Pegan a un niño - (Contribución al conocimiento de la génesis de las


perversiones sexuales)

Freud encuentra que la fantasía «Pegan a un niño” es confesada con frecuencia en el análisis y no
solo de los neuróticos obsesivos e histéricos. Está asociada al placer y a satisfacción autoerótica. La
confesión de esta fantasía es con titubeos, vergüenza y culpa. Vencida la resistencia aparece que las
primeras fantasías de esta clase se cultivaron muy temprano, sin duda antes de la edad escolar, ya
en-el quinto y sexto años.
Al presenciar en el colegio como otros niños son azotados por el maestro vuelven a reaparecer estas
fantasías que estaban adormecidas y modifican su contenido. A partir de entonces «muchos niños»,
en número indeterminado, son azotados o recibían otra clase de castigos.
Ante escenas reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador rechazo y en algunos
casos se le hacía insoportable. Por otra parte, en las fantasías se establecía como condición que los
niños que recibían el correctivo no sufrieran un daño serio.
Concluye, que esta es una fantasía que emerge en la temprana infancia quizás a raíz de ocasiones
casuales y que se retiene para la satisfacción autoerótica, es un rasgo primario de perversión. Vale
decir: uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo,
se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los
ulteriores procesos evolutivos. Esas fantasías la mayoría de las veces permanecen apartadas del
restante contenido de la neurosis y no ocupan un sitio legítimo dentro de su ensambladura.

Lo importante de esta fantasía es que aparece por fases, lo que queda suprimido de cada fase es lo
que más importa. En cada una de estas fases el niño fantaseador va cambiando el vínculo, el objeto,
su contenido y su significado.

1) Primera fase de la fantasía


La primera fase de las fantasías de paliza en niñas corresponde a una época muy temprana de la
infancia. Su texto es «El padre pega al niño». El niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador;
lo regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito, cuando lo hay. No es posible establecer
un vínculo constante entre el sexo del fantaseador y el del azotado. En cuanto a quién es en realidad
la persona que pega, no queda claro al comienzo. Esta persona adulta indeterminada se vuelve más
tarde reconocible de manera clara y unívoca como el padre (de la niñita). El contenido y el
significado de la fantasía es evidente que satisface los celos del niño y sus intereses egoístas. Están
los otros hijos con los que debe compartir con ellos el amor de los padres. Pronto se comprende que
ser golpeado, aunque no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación.
Por eso es una representación agradable que el padre azote a este niño odiado. Ello quiere decir: «El
padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mí». Por eso es dudoso que se la pueda calificar de
puramente «sexual»; pero tampoco es «sádica».
2) Segunda fase de la fantasía
Su texto es ahora: «Yo soy golpeado por mi padre», la persona que pega sigue siendo la misma, el
padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la
fantasía se ha teñido de placer. Tiene un indudable carácter masoquista. En ningún caso es
recordada, nunca ha llegado a devenir consciente, se trata de una construcción del análisis. Si la fase
anterior decía «El (el padre) me ama sólo a mí, no al otro niño, pues a este le pega», en esta fase
dice «No, no te ama a ti, pues te pega». Entonces la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo
azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora
sucumbe el amor por el padre. Reviste un carácter incestuoso, por lo tanto, le genera culpa y la
culpa deviene represión. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista; la conciencia de culpa es
el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo. El ser golpeado tiene una conjunción entre el
erotismo (que deviene del complejo de Edipo), amor incestuoso, y la culpa.

Dice Lombardi: Fase decisiva, porque restituye al padre en tanto partenaire de un amor incestuoso.
Esta frase revela el núcleo estructural del Edipo, que es la perversión fundamental del neurótico, el
masoquismo. La perversión en juego es una pere-versión, un retorno al padre que forma parte de la
estructura de la fantasía y permite distinguirla netamente de la pulsión.

3) Tercera fase de la fantasía


Esta fase se aproxima de nuevo a la primera: [Pegan a un niño], la diferencia es que la persona que
pega ya no es el padre, es indeterminada o aparece como un sustituto o subrogante del padre
(autoridad). El niño fantaseador ya no aparece en las fantasías. Si se les pregunta con insistencia, las
pacientes sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando». En lugar de un solo niño
azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños. Con abrumadora frecuencia los azotados
(en las fantasías de las niñas) son varoncitos, pero ninguno de ellos resulta familiar individualmente.
El carácter esencial que diferencia aun las fantasías más simples de esta fase de las de la primera y
establece el nexo con la fase intermedia es el siguiente; la fantasía es ahora la portadora de una
excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista. La
fantasía, parece haberse vuelto de nuevo hacia el sadismo.

Lombardi agrega: Los elementos fundamentales son los que están elididos pero articulados, en la
tercera fase, el sujeto gramatical, el padre como partenaire, y la mirada en tanto objeto excluido de
la escena. Son esos elementos los que permiten sostener el deseo en las condiciones de existencia,
fuera de la cadena de la demanda. La fantasía enmarca la realidad psíquica, ya que tiene variados
efectos sobre la concepción del mundo que se hace el sujeto, sobre el carácter, y sobre la conducta.
Además, una posición en la vida que es característica de la inhibición neurótica es quedarse
mirando, no actuar, y sobre todo no actuar el deseo a la pulsión.

¿Cuál es el mayor aporte de este texto? Contribuye al esclarecimiento sobre la génesis de las
perversiones en general, en particular del masoquismo (capítulo V).

La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida dentro
de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos —para no
decir «normales»—.
Freud insiste que las perversiones están en relación con las pulsiones parciales que no quedan
integradas a la organización genital infantil que corresponde a la fase fálica del Edipo. (Lacan
también acuerda con esto). Tanto perversión y neurosis son vicisitudes del Edipo, en ambos opera la
castración, a diferencia de la psicosis.
Prevalece el carácter prematuro de un componente sexual y es referido al amor incestuoso de
objeto, al complejo de Edipo del niño. Esta perversión infantil esperable y propia del proceso
evolutivo, puede quedar como un episodio, o puede convertirse en el fundamento para que se
desarrolle una perversión.
En cuanto a la génesis del masoquismo, al comienzo parece corroborarse que el masoquismo no es
una exteriorización pulsional primaria, sino que nace por una reversión del sadismo hacia la persona
propia, o sea por regresión del objeto al yo. Pulsiones de meta pasiva son dadas desde el comienzo
mismo, pero la pasividad no constituye todavía el todo del masoquismo; a este le pertenece,
además, el carácter displacentero, tan extraño para un cumplimiento pulsional. La trasmudación
del sadismo en masoquismo parece acontece por la conciencia de culpa que participa en el
acto de la represión. La consciencia de culpa le escandaliza tanto de esta elección incestuosa del
objeto y por lo tanto lo vuelve hacia el propio sujeto. Entonces, la represión se exterioriza aquí en
tres clases de efectos: vuelve inconsciente el resultado de la organización genital, constriñe a esta
última a la regresión hasta el estadio sádico-anal y muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en
cierto sentido de nuevo narcisista. De estos tres resultados, el intermedio es posibilitado por la
endeblez de la organización genital, endeblez que damos por supuesta en estos casos; el tercero se
produce de manera necesaria porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como
la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital. ¿De dónde viene la conciencia de
culpa misma? Los neuróticos sitúsn el onanismo en el centro de su conciencia de culpa, debía
referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de
manera inconsciente vale decir, la fantasía proveniente del complejo de Edipo.

El Fantasma más allá de la perversión (clase XIII, Seminario V de Lacan)

Tanto en la neurosis y en la perversión el mecanismo es el mismo: la represión, encontramos


la misma estructura de compromiso.

En la perversión también hay Edipo, pero se manifiesta de otra manera, la pulsión parcial de forma
más desnuda. En la perversión podemos tener varias pulsiones que no se integraron, algunos van
más al sadismo y otros al masoquismo. Mientras que la posición del neurótico es más masoquista.
En la perversión, ALGUNA pulsión no ha quedado integrada, no todas, el perverso puede tener
UNA pulsión no integrada, que reaparecerá y será la que necesita para su cuestión de acercamiento
a la sexualidad. En la perversión hay fantasías, pero en vez de quedar en el plano psíquico y de
producir culpa o pudor, el perverso las actúa (no todas, sino en las que haya quedado fijado en su
desarrollo), en cambio apra el neurótico quedan más en el plano psiquico. El neurótico reprime lo
que el perverso actúa.
En la perversión se destaca la constancia de un elemento que tiene valor simbólico que se mantiene
constante a lo largo de la vida de una persona, es un elemento significante [privilegiado], pone en
relieve a ese elemento como primordial, único irreductible, el zapato o látigo del perverso,
elementos instrumentales.

Punto 2.5 Las nociones de acting out y pasaje al acto. Los intentos de suicidio y el suicidio
irreversible. El desencadenamiento de la psicosis como pasaje al acto.

Acting y pasaje al acto


¿Cuál es la relación entre la angustia y acting-pasaje al acto?
Son formas de respuesta ante la angustia. Ambos están ordenados en el intento de “arrancar a la
angustia su certeza por medio de la acción”. Ambos son del orden de la acción, son respuestas del
sujeto ante la angustia. Sirven para defenderse de ese punto donde en el otro no hay respuesta a la
pregunta del sujeto frente al deseo.
Mientras que el síntoma es una operación que responde a la lógica significante, lo que Lacan aísla
como Acting out y Pasaje al acto se ubican más en el campo del signo, en el sentido de que se
presentan, en una escena mostrativa. Ambas entidades clínicas implican una repuesta conductual
extraña, sorpresiva, de estas acciones el sujeto nada puede decir.
Son fenómenos clínicos en los que no se produce la operación metafórica “típica” de las
formaciones del inconsciente, es decir se trata de la clínica donde nos encontramos con que la
lógica del significante tambalea, y por lo tanto cobra particular importancia la relación al objeto en
tanto imposible de significar, por lo tanto, estos fenómenos no serán pensables sin la noción de
objeto a.
Además de los conceptos, objeto, causa, deseo, pulsión, hay que tener muy presente el concepto de
transferencia, ya que se trata de vicisitudes en relación a ella, estos modos de responder se
producen en la cura, fenómenos que convocan al analista.

Lacan, J. (1962-63). El Seminario. Libro 10: La Angustia. (Clases VIII (punto 3) y IX), XXI
(introducción y punto 1). En Buenos Aires: y aportes La dirección de la cura y los principios
de su poder. Capítulo 5 de Lacan, J.(1958,bib. Complementaria

El Acting out puede ocurrir dentro de la sesión o fuera de la cura. Pero es la cura analítica la que
nos permite descubrir la especificidad de esta acción. El acting-out es una acción, inmotivada,
fundamentalmente un mensaje, en él hay un sujeto, una escena y la mirada del Otro, el analizante no
puede explicar porque lo hace.

¿Qué se muestra a través del acting out?


Destacamos su carácter mostrativo, algo que se muestra en la conducta del sujeto, que un sujeto
muestra al Otro. El acting aísla un objeto para señalar otro, lo que está en juego es el objeto a. Lo
esencial de lo que es mostrado es aquel resto, su caída, lo que surge es este resto a, es la libra de
carne.

¿Cuál es la diferencia entre acting y síntoma? ¿Por qué no se puede interpretar?


En tanto está dirigido al Otro, llama a la interpretación. Mientras que el síntoma, a diferencia del
“acting out” no llama a la interpretación, ya que no es un llamado al Otro, no depende del lazo con
el Otro, sino que se basta a sí mismo, en tanto en su naturaleza es puro goce. Sin embargo, en
análisis, el síntoma puede ser interpretado. Y para que pueda ser interpretado, se necesita la
transferencia, o sea, la introducción del Otro.

El acting out exhibe un significado, pero donde lo enigmático para el sujeto es la causa. El sujeto no
puede “integrar” esa causa, entonces lo que hace es hacer entrar al objeto intempestivamente en la
escena, llama al Otro, a la interpretación, pero no es interpretable.

¿Cuál es la relación entre acting y transferencia?


A diferencia del síntoma, que requiere de la transferencia para ser interpretado, el acting out, es el
esbozo de la transferencia, es la transferencia salvaje, sin análisis. Es una transferencia salvaje que
el analista debe domesticar a través del análisis, que se debe desplegar y encauzar en la
transferencia analítica. Esto implica que el acting out no debe ser interpretado, pero que si se debe
responder a él, haciéndolo entrar en el juego de la transferencia.
Se debe a una falla en el analista de acoger la transferencia. El acting out supone un intento del
sujeto de hacer entrar en la escena del análisis lo que el analista se resiste a escuchar, por lo tanto, se
dirige al analista en tanto se debe a una falla del analista de acoger la transferencia y de confundirla
con sugestión, y puede llegar a tener un valor correctivo para el análisis. Se produce cuando el
analista se presenta como un Otro no barrado, rehusándose a alojar el “objeto a”, dejándolo del lado
del paciente y haciendo así fracasar al fantasma en su función de sostén neurótico del deseo.
Para operar con el acting es necesario que el analista de alojamiento al objeto que el sujeto muestra,
para que el trabajo tenga lugar, es decir, es necesario que el analista ponga en juego su deseo, el cual
lo ubica como Otro barrado, para poner en juego la dinámica del acto.

Si el acting-out es transferencia salvaje Lacan se pregunta ¿Cómo domesticarla? Como se hace


entrar el elefante salvaje en el cercado, cómo poner a dar vueltas al caballo en el picadero.

¿Cómo operar con el acting? (pág 140 clase IX)


Lacan analiza las tres técnicas que Phyllis Greenacre propone en su libro Problemas generales del
acting-out.
1. La prohibición: no se puede prohibir, porque esto introduce un significante amo, otro sin barra,
luego no hay lugar para el deseo. En el análisis se prohíbe mucho, demasiado.
2. Interpretación: interpretarlo está destinado a tener pocos efectos.
3. Fortalecer el yo: no sirve porque solidifica la identificación del sujeto con el yo del analista.
Pregnancia de relación imaginaria, exclusión del a. Es el acto lo que debe ponerse en juego.

El acting en el seno de la cura, puede tener un valor correctivo, que, si el analista se da cuenta de
que hay algo que no está escuchando, puede cambiar su posición al respecto. Escuchar el deseo y no
responder a la demanda. El a tiene que estar del lado del analista, como semblante y causa del a.
Cuando esto no aparece y aparece como un amo sin barrar, como alguien que le dice lo que tiene
que hacer o lo que le pasa, aparece el acting.

Pasaje al acto
Cuando la defensa frente a la angustia no se incluye en el fantasma, se está en un punto de ruptura,
que es lo que Lacan llama Pasaje al acto (término inventado por Lacan). El Pasaje al acto es cuando
la defensa frente a la angustia se presenta como una forma franca de no querer saber, rechazo al
Otro, al Otro del saber. El sujeto se sustrae a toda dialéctica del reconocimiento. Apunta a lo
definitivo, hay un no al Otro. No hay espectador, hay desaparición de la escena. Hay certeza
igual que en el acto.

El sujeto aparece borrado al máximo por la barra, se precipita y cae por fuera de lo imaginario,
fuera de la escena fantasmática, de la única escena a partir de la cual se constituyó y a través de la
cual podía mantener su estatuto de sujeto. Como dice Lacan, cae de “la escena”, que tiene estructura
de ficción, al “mundo”, en donde lo real se precipita, quedando identificado al objeto “a” como
resto aborrecido de su relación constitutiva con el Otro, de la división subjetiva debido a la captura
del significante. El sujeto se identifica absolutamente con el a, en su función de resto, y se deja caer.
El pasaje al acto es una forma radical de rechazo

Mientras que el acting se caracteriza por su sostenimiento, por su estructura de escena, el pasaje al
acto tiene impulsividad, en el sentido de una ruptura repentina en una continuidad, se observa en la
conducta, pero incluye también a la subjetividad, la velocidad, como nos enseña ejemplarmente, el
suicidio del melancólico. Tiene un carácter de urgencia. El paradigma es el suicidio.

Pero pasaje al acto no es solo el suicidio, sino también Lacan da como ejemplo la cachetada que
Dora le da al Sr K. Podemos ubicar un antes y un después de la escena del lago, que produce lo que
podemos llamar un corte en la cadena de las complicidades. Algo circulaba entre esos cuatro
personajes y a partir de dicha escena ese circuito se corta.

El caso de la joven homosexual plantea un acting y también un pasaje al acto. La joven que va con
su amada mostrándose, es un acting, se cruza con el padre y ante su mirada irritada, no es una
mirada irritada cualquiera, sino que es “te dejé caer de mi deseo” y entonces: “sos un deshecho”.
Lacan nos dirá no tiene donde parapetarse, la deja en el mismo lugar de la decepción que había
sentido frente al nacimiento del hermanito. Entonces viró hacia esa mujer, “hay al menos una que
me sostiene”, pero la otra le dice: no, que ya no va más la relación y entonces la joven homosexual
se arroja inmediatamente de un puente, se deja caer.
Y entonces la llevan a Freud, donde ella le dice vengo por hacerle caso a mi padre, pero yo estoy
bien, Freud dice no hay transferencia, esto no va a andar, no se deja “engañar”. La teoría de Lacan
es que es Freud se angustia, y la deja caer y la deriva.

¿Qué hacer con el pasaje al acto?


Si el pasaje al acto implica una pérdida de las coordenadas simbólicas del sujeto, habrá que
introducirlas, habrá que retomar esas coordenadas e introducir al sujeto en la relación al Otro. Por
eso es tan importante, por ejemplo, frente a un suicidio fallido, poder hacer la diferencia diagnóstica
entre acting out y Pasaje al acto, para reconducir rigurosamente la lógica de una cura.

Acto
Acting out y Pasaje al acto son en relación a un acto verdadero, actos extraviados. En el acto se
regula el HACER. El acto no está desligado del DECIR, se trata de decir sí o no, tiene
consecuencias, mientras que en el acto hay creación, invención y modificación subjetiva, en el
Pasaje al acto no encontramos nada de eso, sino que más bien observamos que esta respuesta
obedece a la repetición y siempre en la línea del rechazo del saber.
El acto es hacia donde se orienta el trabajo del análisis, supone como tal la posibilidad de que el
síntoma se exprese y manifieste como división subjetiva, como un conflicto que exponga al sujeto
al borde de la experiencia de la división, de la angustia, y de este modo, el sujeto sienta la necesidad
de resolver, de actuar, de transformar algo de la relación con su deseo. Supone reconocer al ser
hablante otra posibilidad de respuesta que la conducta de huida, supone convocarlo a una elección
que lo singulariza para que pueda tomar partido de su deseo. El acto instaura algo irreversible para
el sujeto, se caracteriza por haber un antes y un después, en el que uno ya no es el mismo.

Lacan, J. (1958). De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. V. Post
–Scriptum

El punto que interesa es el del desencadenamiento de la psicosis, relacionado con el pasaje al acto.
En la psicosis son frecuentes los pasajes al acto: suicidios melancólicos, automutilaciones, etc.
Se refiere a la forclusión del nombre del padre y al fracaso de la metáfora paterna como la
condición esencial que da lugar a la psicosis y la separa de la neurosis en la que si funciona la
cadena significante con sus leyes de metáforas y metonimia. Para que la psicosis se desencadene es
necesario que sea llamado a intervenir el nombre del padre, no el padre real, la metáfora del padre,
y que venga un otro a ese lugar. Cuando tiene que aparecer el otro simbólico hay un agujero que
hace que se derrumbe lo que hasta ahí lo había sostenido desde lo imaginario, y se produce el
desencadenamiento de la psicosis. Por eso, hay que evitar llevar al psicótico a que se enfrente con
ciertas situaciones porque no tiene los recursos necesarios.
Al llamado del Nombre del padre responde, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más
que compatible con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo. Debido a
su forclusión, cuando es llamado el N del padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple
agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el
lugar de la significación fálica.
Hay que ocuparse no tanto en lo de imaginario, sino más de la manera en que la madre se aviene a
la persona del padre, y sobre todo del caso que hace a su palabra, a su autoridad, dicho de otra
manera, del lugar que ella le reserva al Nombre del Padre en la promoción de la ley.
**Se trata de seguir el deseo a la letra por referencia a la estructura de un inconsciente que se
presenta “a cielo abierto”, como dice Lacan. De allí la Cuestión preliminar a tomar en cuenta, de la
que depende la “maniobra de la transferencia” para el caso del paciente psicótico, es decir, de la
distribución subjetiva del objeto de la libido y del significante del saber.
Las coordenadas generales son: “sumisión a las posiciones subjetivas del paciente” a la hora de
escuchar, dar la palabra, interrogar e interpretar, pero hay notorias diferencias en el devenir de la
cura y su final, en lo que respecta a la función que cumple la palabra en el campo del lenguaje a
instancias de la letra. Es en el plano del discurso concreto del paciente donde el analista encontrará
su lugar y sus posibilidades de intervenir.

2.6 El síntoma como revelador de la posición inconsciente del sujeto. Síntoma y estructura
social. El síntoma particular, singular

Lombardi Singular, particular, singular. “La función del tipo clínico en psicoanálisis”

El nudo de la Neurosis.
La neurosis se nos aparece como un nudo enredado. Ese anudamiento puede causar muchas
inhibiciones. Simplificar el nudo, a unos pocos cordones, aunque no se lo desate, puede producir un
margen de libertad.
Lacan conjeturó que los hilos que sostienen nuestra existencia y nuestro deseo puedan ser reducidos
finalmente a unos: lo simbólico, lo real (imposible de entramar en lo simbólico) y lo imaginario
(que toda estructura requiere como consistencia mínima). Esta tripartición fue su contribución a
Freud y al psicoanálisis.
Sin embargo, constató que no alcanzan estos tres elementos para configurar un nudo borromeo
capaz de alojar a un sujeto como ser social. Es necesario una cuarta consistencia, de padre, de
creencia que salva del desencadenamiento, de la locura. A este cuarto hilo, posteriormente se lo
nombró como sinthome en algún caso preciso, en otros simplemente síntoma.
No se puede tirar de la soga de lo simbólico tanto como uno quiera, a nivel asociativo no somos tan
libres. Si tiramos demasiado de esa cuerda, se produce un tironeo del nudo que duele fuertemente en
alguna parte, en alguna parte que ya está erosionada desde hace mucho tiempo, desde aquel primer
encuentro con un goce que marco un antes y un después, un goce seleccionado entre otros, que
singulariza al ser hablante en sus coordenadas.

Particular/ Singular
Ser un ser singular coincide con lo universal, todo hombre es singular como todo el mundo, lo cual
no le exige salir del principio de placer. Si bien todos somos singulares, esto no basta para
desenmarañar la neurosis.
Lo que incomoda al neurótico no es la singularidad, sino la particularidad de su síntoma, que lo
señala como perteneciendo a cierta clase. Es importante poder realizar el diagnóstico. De allí que el
psicoanalista debe no solo buscar su clasificación, sino también su reacción propiamente
sintomática a los indicadores de lo que su síntoma tiene de típico. Tal reacción suele ser diversa,
causa molestia, vergüenza, enojo, angustia, pero tiene una importancia capital para advertir que la
singularidad no es normal ni universal, que el síntoma es algo suyo, pero también ajeno, que le es
familiar pero también extranjero ya que les ocurre a otros neuróticos que padecen la misma neurosis
que él. El síntoma es algo extraño que lo habita desde hace algún tiempo, y el proceso mismo del
diagnóstico psicoanalítico tiene como función revelarlo en su extrañeza.
Es importante situar el síntoma neurótico, no podemos conformarnos con la singularidad del caso,
con las asociaciones peculiares; debemos además pasar por enunciados particulares, y debemos
volver a algunas categorías freudianas-histeria, neurosis obsesiva, fobia, paranoia, que interrogan lo
que del síntoma y su historia parecían singular.
La particularización del síntoma es decisiva en el proceso diagnóstico en psicoanálisis, ya que es
condición de la ubicación del padecimiento subjetivo para el paciente, y también de la posibilidad
de abordarlo analíticamente. Debemos situar su síntoma como típico, como reductible a la forma
clásica, pero no por el gusto de encasillar, sino buscando su percepción interna de la tipicidad de su
padecimiento, en el estilo freudiano de interpretación, que permita al síntoma no atenuarse sino dar
manifestaciones más nítidas y entonces más fácilmente elaborables.
Si pensamos en una histérica diagnosticada como tal, eso es lo particular de su síntoma. La señala
como perteneciente a cierta clase y esto incomoda. Cada una de estas histéricas tendrá su forma
singular de situarse, su forma de enlazarse con el partener, que es lo que se trabaja en un análisis. La
particularización del síntoma es decisiva, es una condición del padecimiento subjetivo para el
paciente.
Ese primer juego clasificatorio no es un pasaje a la universalización, responde luego a un
movimiento inverso que singulariza realmente al analizante, por una vía que hace a la definición
lacaniana de lo que es el síntoma en el psicoanálisis: es lo que el sujeto conoce de si, sin
reconocerse en ello.
Hay en el síntoma algo que resiste a la particularización, ya en el comienzo del psicoanálisis como
un cuerpo extraño que sin embargo concierne al sujeto íntimamente, por fuera del reconocimiento
yoico. El carácter opaco del síntoma, de alien que habita al ser humano no se reducirá con su
clasificación, al contrario, se reforzará con ella, tomará fuerza y durará hasta el final del análisis.

Destino del Síntoma


El síntoma es ese punto de opacidad y de división que constituye y da presencia a un ser
irrepresentable para sí y también para el otro. El síntoma es la división instalada en el ser hablante,
división que de él hace sujeto. Si bien el síntoma no se cura, hay un punto de “incurable”, pero da la
posibilidad al ser hablante de arreglárselas con el: el síntoma ha sido simplificado, desenmarañado,
advertido como división del ser. Puede entonces saber que el alivio de ese dolor no depende del
Otro sino del propio obrar. Se apoya en el síntoma como motor freudiano de la cura: va de la
inhibición al obrar, de la singularidad ficticia a la singularidad del acto que no es solo ficción. No
todo se sublima, un resto de padecer sintomático resta. Sin embargo en las coordenadas conclusivas
de un análisis, el síntoma alcanza el destino del hablante, su fijación singlar de la que ahora está
advertido, permitiéndole definir su política ante lo inmodificable. Ante lo incurable, entonces, puede
elegir opciones diversas: se puede adoptar una posición cínica o amigable (“amar el síntoma”), de
malestar o de tolerancia, hacer de él un uso perverso o una sublimación parcial del goce.

2.7 Cuestiones ético-clínicas: ¿qué es patológico, por fuera de cualquier ideología? ¿Es la
neurosis una enfermedad? ¿Por qué la histeria, la paranoia y las pasiones fueron eliminadas de los
DSM? ¿Para qué sirve un diagnóstico en psicoanálisis y cómo se elabora?
Resulta importante realizar un diagnóstico psicoanalítico, diferente a la clasificación del DSM IV, a
pesar que muchos de los síntomas “actuales” que trabajamos parecen más fácil, aún para los
analistas, poder diagnosticar a estos sujetos según la clasificación del DSM IV que realizar un
diagnóstico analítico, ya que no es tan fácil ubicarlos según nuestros parámetros clásicos, requiere
tiempo e instalación de la transferencia.

El proceso diagnóstico psicoanalítico consiste en el trabajo por el que el analista se ubica en el


campo transferencial del paciente, para hacer posible desde allí una manifestación más nítida del
síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que concierne y divide al sujeto que lo padece.
El resultado del proceso no es solamente una etiqueta o código diagnóstico, sino una puesta en
forma del síntoma en un vínculo transferencial, que supone al menos una experiencia del
inconsciente.
Definimos como implicación causal del sujeto al momento y la operación en que el sujeto advierte
que hay una causa cuyo resultado es el síntoma, y que esa causa le concierne, vislumbrando su
participación en la producción de ese resultado que es el síntoma. Es un momento marcado por la
angustia, y toma formas diversas en los distintos tipos clínicos. En las neurosis facilita un cambio en
la posición del sujeto respecto del síntoma. En las psicosis evidencia la negativa radical del sujeto a
corregir su posición respecto del síntoma, al menos mientras no haya un cambio en el Otro.
Definimos como efecto terapéutico característico del tratamiento psicoanalítico a la
transformación por la que el sujeto que se presenta como paciente comienza a responsabilizarse de
su situación y de la división que, por falta o exceso de satisfacción,encuentra en su síntoma.

Desde la cátedra consideran que el diagnóstico psiquiátrico (estilo DSM) tiende a dejar al sujeto
en una posición pasiva, o peor aún, lo pasiviza en el punto en el que recibe desde el exterior un
saber que nombra determinados aspectos de su subjetividad. El sujeto es allí leído y evaluado con
un saber exterior según el que se precisará y se ajustará su diagnóstico para aplicar los recursos
terapéuticos correspondientes. Diagnóstico y terapia se excluyen, y el primero determina a la
segunda. Luego de que el malestar del paciente puede ser nombrado por un saber diagnóstico
exterior, el saber hacer terapéutico entra en acción.

Los efectos analíticos en la clínica psicoanalítica se sitúan a nivel de la relación del sujeto del
inconsciente con los significantes que lo representan y una modificación, al decir de Freud, de la
economía libidinal. Por su naturaleza no pueden ser previstos ni forzados en ninguna dirección.
Aquí se diferencian tajantemente de los efectos provocados por la sugestión directa. Los efectos
terapéuticos del psicoanálisis son diferenciables de los efectos terapéuticos producidos por las
terapias sugestivas.

¿Por qué la histeria y la paranoia (trastornos delirantes) no figuran mas en el DSM?


Los DSM basan su estructuración en la idea en que no hay hipótesis etiológicas, ninguna presunción
causal. Allí se describen patologías que se pueden observar objetivamente, verificar desde afuera.
La histeria no se puede verificar desde afuera, tal vez alguien que padece algo en el cuerpo, no tiene
manera de mostrarle al otro de lo que padece. Hay conocimiento del sujeto histérico de su síntoma,
así mismo del sujeto paranoico, aunque desde afuera se pueda decir “no tiene nada”/”percibe cosas
que no son”. La histeria en el campo de la neurosis, y la paranoia en el de la psicosis, son las
categorías mas paradigmáticas, porque allí el sujeto padece algo de lo que solo el puede conocer,
testimoniar. Hay algo activo (no solo pasivo) en la construcción del síntoma. La división subjetiva
esta en la posición paciente-agente en la paranoia y en la histeria.
¿Para qué sirve un diagnostico en Psa?
Para ubicar la relación del sujeto con su propio padecer, con las determinaciones icc que se van
abriendo en el análisis con la ayuda de la interpretación y de las asociaciones, y también de la
transferencia.
¿Que es patológico por fuera de toda ideología? -La pregunta ético clínica fundamental-.
El síntoma es la categoría clínica fundamental. Esto es porque el síntoma implica la relación directa
del sujeto con el cuerpo y el significante, como el significante toca el cuerpo. Conecta con la
posición icc del sujeto de un modo que no permite oponer síntoma y estructura. El síntoma tiene la
estructura de la estructura, es una manifestación de la estructura. Lo ubicamos como esa posición
del hablante, del padeciente, del paciente, donde se manifiesta como no pudiendo tomar la palabra,
padeciendo el ste en lugar de poder usarlo, vacilando, dividiéndose ante eso. El síntoma es
revelador ante esa posición icc del sujeto, que es una suerte de retención, el quiere ir hacia algo y no
puede, quiere decir algo y no le sale, desea algo y no puede decirlo. Se simboliza con la S barrada.
En el plano clínico la división se vuelve imposible de soportar. Se juega en la intersección entre
lo simbólico y lo real, a diferencia de la inhibición que queda mas del lado de lo imaginario. El
síntoma es ese articular clínico central que conecta con la estructura de cada uno, con el cuerpo, con
el icc, con todo eso que hace a una toma de posición. El síntoma es esa posición icc del sujeto
marcada por algún punto de represión que lo retiene fijado, estructurado, a la manera en que
determinados momentos de su vida contrajo una posición, un padecimiento neurótico, psicótico o
incluso perverso.
No podemos estar seguros de considerar síntoma, sino aquello que el sujeto que lo padece
llega a reconocerlo como tal. Si no dice padecer, no es analizante y ni paciente. Un síntoma se
constituye como tal en la medida que el analista pasa a formar parte de ese síntoma, como su
destinatario, como a quien le sta dirigido el síntoma, como aquel que se ubica en el lugar de saber
sobre ese síntoma, no porque sepa, sino porque hay un llamado del padeciente, hay un llamado al
saber, hay una pregunta, un pedido de ayuda, hay una demanda, que impulsa a quien padece a
reconocer el padecimiento y pedir ayuda. Si se pida ayuda es porque se supone algún saber, no por
que el otro sepa.

UNIDAD III
3.1 La repetición. Lo conservador del síntoma histérico frente a la variabilidad de las
fantasías histéricas. El tabú de contacto asociativo de la neurosis obsesiva.
Freud, S. (1914). Recordar, repetir, reelaborar.
El concepto que Freud coloca en el centro de esta problemática (la de cómo la histeria y la
obsesión infringen la regla fundamental del PSA: asociación libre) es, precisamente, el de
repetición.
Ha habido diferentes técnicas a lo largo de la historia, pero con igual meta todas: llenar las
lagunas del recuerdo; en términos dinámicos; vencer las resistencias de represión. Estas técnicas,
anteriores a la asociación libre, son: la hipnosis (que es abandonada porque lo que el paciente
producía un saber pero no se podía preguntar acerca de eso. El paciente no recordaba lo que había
dicho) y el artificio técnico (ponía sus manos sobre la frente el sujeto diría todo cuanto sabía
acerca de su malestar)
La técnica actual es la asociación libre, donde el sujeto puede producir una cadena
asociativa y reconocer sus dichos., aunque no quiera saber nada de esto. Esta técnica da la
posibilidad de acceder a algo del icc reprimido. Aquí el médico renuncia a enfocar un momento o
un problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado
presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que
se recortan en el enfermo y hacérselas consientes. Así se establece una nueva modalidad de división
del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo;
dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados.
El signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el analizado
no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo ACTÚA. No lo
reproduce como recuerdo, sino como acción; lo REPITE sin saber que lo hace. En especial, el
analizado empieza la cura con una repetición.
A menudo, tras comunicar a cierto paciente la regla fundamental del psicoanálisis, y
exhortarlo luego a decir todo cuanto se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en
torrente, pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra. Calla, y afirma que no se le
ocurre nada. Y durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión
de repetición, uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar. (pág 152)
Con respecto a la relación entre la compulsión de repetir y la transferencia y la resistencia:
la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia del
pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos de la
situación presente. Por hay que estar preparado para que el analizado se entregue a la compulsión
de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el
médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. Tampoco es difícil
discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido
el recordar por el actuar (repetir).
Ya está dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de
la resistencia; entonces: ¿Qué repite o actúa en verdad el analizado? Repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y
actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter, y, además, durante el tratamiento
repite todos sus síntomas. La condición de enfermo del analizado no puede cesar con el comienzo
de su análisis, y no debemos tratar su enfermedad como un episodio histórico, sino como un
poder actual. Esta condición patológica va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del
campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia como algo real, objetivo y actual,
tenemos nosotros que realizar el trabajo terapéutico, que consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva,
equivale a convocar un fragmento de la vida real, y por eso no en todos los casos puede ser
inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo el problema del a menudo inevitable
“empeoramiento durante la cura”.
La introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud
consciente frente a la enfermedad: por lo común se ha conformado con lamentarse de ella,
despreciarla como algo sin sentido. Para la cura, ello no sirve: es preciso que el paciente cobre el
coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene permitido
considerarla algo despreciable.
Meta del análisis: Para el médico el recordar, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue
siendo la meta, aunque sepa que con la nueva técnica no se lo puede lograr. Se dispone a librar una
permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él
querría guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el
paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura.
Manejo de la transferencia: El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición
del paciente, y trasformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y aprovechable si le abrimos la trasferencia como la palestra
donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifique
para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado.
Así conseguimos dar a todos los síntomas de la enfermedad, un nuevo significado transferencial,
sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia. El nuevo estado ha asumido
todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial asequible a nuestra
intervención y que posee la naturaleza de algo provisional.
El vencimiento de la resistencia comienza con el acto de ponerla en descubierto por parte
del médico, pues el analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Ahora bien, parece que
principiantes en el análisis se inclinan a confundir este comienzo con el análisis en su totalidad.
Pero hay que saber que nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso
dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; para
reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica
fundamental. En esas circunstancias, el médico no tiene más que esperar y consentir un decurso que
no puede ser evitado, pero tampoco apurado. Ateniéndose a esta intelección, se ahorrará a menudo
el espejismo de haber fracasado cuando en verdad ha promovido el tratamiento siguiendo la línea
correcta.
En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua
tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza
del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue al
tratamiento analítico de todo influjo sugestivo.
Toda la cura es concebida entonces como una lucha entre aquel que consulta, que puja por
repetir y el analista que intenta que dialectice, es decir, que mantenga en la esfera de la palabra
aquello que insiste compulsivamente en repetirse. Freud dirá: “Se dispone a librar una permanente
lucha con el paciente a los fines de retener en el ámbito psíquico todos los impulsos que él querría
guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que, el paciente
preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura” (pag 155).
Como vemos en la cita, repetición y recuerdo se oponen. La primera supone un circuito
corto, compulsivo y que trasciende la esfera de la palabra. El segundo supone una demora de la
descarga y un consiguiente trabajo. La demora de esa descarga coincide con lo que conocemos con
el nombre de abstinencia. De algún modo la repetición esta todo el tiempo a punto de franquear
este dispositivo, que es un dispositivo de palabra, donde se pugna para que se hable en lugar de
pasar a la acción. Sin nada de la repetición en juego, la cura analítica seria imposible.
La cura será entonces bajo abstinencia, no sólo de las demandas de satisfacción, como
veremos más adelante, sino también tendrá en su horizonte la abstinencia de cualquier acción de la
repetición. Y, ¿qué es aquello que insiste en escenificarse? Freud responde que todo aquello que
desde las fuentes de lo reprimido se abre paso: síntomas, inhibiciones, rasgos patológicos de
carácter y actitudes inviables.
Sin embargo, y he aquí nuevamente una prueba de la peligrosidad, lo candente de los
elementos en juego, la cura, afirma Freud, inicia con una repetición. La transferencia no es otra cosa
que una pieza de ésta. De ahí el peligro de que en el inicio se desgarre el lazo analítico.
Para que algo se transfiera sobre el médico es necesario que éste haya sido tomado por esa
gran maquinaria de re-escinificación de lo mismo, que el analista haya sido tomado por el clisé, en
ese malentendido propio del amor donde uno siempre es tomado por otro. Eso da lugar a esa
palestra, reino intermedio entre la enfermedad y la vida que Freud nombra: la neurosis de
transferencia.
3.2 Variantes de la resistencia en el análisis. La resistencia operativa o de transferencia.
Características acerca de los modos particulares, es decir típicos, de incumplir la regla para la
histeria y la obsesión.
En la histeria, la represión actúa sobre la vivencia. Conocemos la amnesia bajo la cual cae
la primera de escena del trauma tan característica de los Estudios sobre la histeria. Para la neurosis
obsesiva, en cambio, la represión actúa sobre los nexos, disuelve las conexiones entre los
pensamientos, aísla los recuerdos y, sobre todo, descentra o desplaza los afectos correspondientes a
una representación haciéndolos recaer en otra. Freud describe que esta modalidad de ruptura de los
nexos bajo el nombre de “tabú del contacto” y la hace extensiva a la que emplea el paciente
obsesivo incumpla con la regla fundamental. “…El aislamiento es una cancelación de la posibilidad
de contacto, un recurso para sustraer a una cosa del mundo de todo contacto; y cuando el neurótico
aísla también una impresión o una actividad mediante una pausa, nos da a entender simbólicamente
que no quiere dejar que los pensamientos referidos a ellas entren en contacto asociativo con otros”
(Pág 117).
Se suele afirmar que la transferencia es una resistencia operativa. Se debe a que aquello
mismo que es condición de posibilidad de la cura, ya que sin la transferencia nadie se sometería a
esta regla que es contraria al principio del placer, es también obstáculo. Arma de doble filo, la
transferencia posibilita un análisis pero también puede -ya que es una pieza de la repetición- ser
tomada por la resistencia y, por ende, dificultar el devenir de la cura.
Son diferentes funciones que toma esta manifestación: operativa, porque inaugura y
posibilita el trabajo y, resistencial, porque amenaza siempre con cortocircuitar el dispositivo de
palabra y, como vimos unos párrafos más arriba, pasar a la acción. Ambas caras son necesarias.
En “Sobre la dinámica de la transferencia” Freud describe estas mutaciones de la
transferencia. El texto se inicia con una afirmación que refuerza lo que se señaló antes, el carácter
inevitable de la manifestación transferencial. Por el sólo hecho de poner a alguien a hablar, de
escuchar, más o menos en silencio, sin interrumpir, ni obturar aquello que dice con alguna anécdota
propia, es decir, como efecto de nuestro dispositivo: “ella se produce necesariamente en una cura
psicoanalítica” .
En su cara operativa, ser tomados por ese clisé que escenifica repetidamente los vínculos
con los primeros objetos edípicos nos permite comprobar desde adentro de la neurosis misma, en
ese reino intermedio de la neurosis de transferencia. Ver crecer la nueva enfermedad, dice Freud.
En su cara resistencial, la transferencia será “la más fuerte resistencia al tratamiento” (pág
99). A continuación, describe un momento crucial de los análisis que puede obturar el surgimiento
de cualquier material asociativo: allí, cuando todas las asociaciones se deniegan, señala Freud, es
porque la ocurrencia del analizante se refiere al analista, es decir, que la posición de objeto en la que
se encuentra el analista, podríamos decir que, lo enmudece. Se vuelve difícil confesar una moción
de deseo prohibida ante la misma persona sobre quien esa moción recae.
“Transferencia, resistencia operativa”. Esta expresión constituye un oxímoron, es decir,
responde a aquella figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con
otra que tiene un significado contradictorio u opuesto. Operativo y resistencia se oponen y, sin
embargo, como hemos visto, confluyen en la transferencia.
Freud. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia

Ante la posibilidad del enamoramiento hacia el analista, habría dos soluciones:que ambos,
analista y paciente contraigan una relación legítima, con la consiguiente interrupción del análisis o
que deba abandonar el tratamiento separándose médico y paciente. Freud dice que existe una
tercera posibilidad que parecería compatible con la prosecución de la cura, pero que es
inadmisible:anudamiento de relaciones amorosas ilegítimas y no destinadas a ser eternas. Esto va en
contra de la dignidad profesional y civil.
Supongamos que abandone el tratamiento. Si esto sucede, la paciente no dejaría de repetir
esta misma situación con otro analista y luego con un tercero hasta que esto no sea trabajado en
algún análisis. El analista tiene que discernir que el amor de transferencia surge como
consecuencia de la situación analítica, y no se puede atribuir la conquista. El amor de
transferencia comparte la mayor parte de sus cualidades con el amor a secas. Es la reedición de las
mociones infantiles; pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento. Sin embargo, es
importante destacar que hay dos rasgos que singularizan este amor: es provocado por la situación
analítica y es tomado por las fuerzas de las resistencias.
Con respecto a la primera característica, sabemos que por ello que Lacan habla de un Sq, es
decir, un significante cualquiera para que se ponga en marcha el algoritmo de la transferencia. Con
respecto a la segunda, con el argumento del amor, el paciente se encuentra presto a interrumpir la
cura, a “quebrantar la autoridad del médico rebajándolo a la condición de amado”, es decir, a poner
a prueba al riguroso analista.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo maniobrar con ese afecto que hemos visto surgir y que
responde a las condiciones que le hemos impuesto, sin que él mismo cortocircuite, por sus
exigencias, la empresa analítica?
Exhortar al paciente, tan pronto como ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo
pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no sería un obrar analítico. (pág 167) Es como haber
llamado lo reprimido a la conciencia solo para reprimirlo de nuevo. Como resultado la paciente sólo
sentirá el desaire y no dejará de vengarse.
Tampoco aconseja un camino intermedio: que sería afirmar corresponder a los sentimientos
tiernos y esquivando los quehaceres corporales de esa ternura, hasta que pueda guiar la relación por
sendas más calmas, porque el tratamiento psicoanalítico se edifica sobrera veracidad y es peligroso
abandonar ese fundamento .
La respuesta freudiana a esta disyuntiva es que el analista deberá denegar la satisfacción
amorosa y “dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza, como unas fuerzas pulsionales
del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados” (pág 168). El
analista jamás tiene el derecho a aceptar la ternura que se le ofrece ni a responder a ella. Al
contrario, debe defender el reclamo ético y la necesidad de renuncia, conseguir que abandone su
apetencia y prosiga el trabajo analítico (venciendo la parte animal de su yo, el analista).
Nuevamente abstinencia, porque el analista no puede responder a los requerimientos
amorosos porque abortaría el procedimiento analítico y por la cuestión ética. La cura ocurre en esa
insatisfacción/privación. Entonces la abstinencia es un principio aplicable al analista y el
analizante. Porque el analizante quiere repetir, pero tiene que someterse a un trabajo mas lento de
recordar, entonces se tiene que abstener de repetir. No solo se necesita que la añoranza permanezca,
necesitamos también la permanencia del síntoma, porque es la brújula del análisis. El síntoma es el
verdadero partener del analista, el síntoma nuevo, que reedita el síntoma original de la neurosis, el
síntoma de la neurosis de transferencia. Es un síntoma que no funciona a modo de auto
abastecimiento, sino que realiza una pregunta.
“El síntoma habla en transferencia”, sólo que a veces hacemos oídos sordos y no lo sabemos
escuchar. El ejemplo prínceps de elevar esta molestia de la cual el paciente se queja a la condición
de partenaire nos lo brinda Freud en el caso Dora. Allí, él advierte prematuramente que Dora tose
cuando se refiere al padre y, más específicamente, a sus amoríos con la Señora K. La garganta de
Dora es sede de la solicitación somática necesaria para el síntoma conversivo, la tos escenifica la
satisfacción sexual que el padre, impotente puede, según la jovencita ofrecer a su amada. De esa
manera, Freud escucha la tos de la muchacha y comprueba los lazos entre el síntoma neurótico y el
vivenciar sexual de los enfermos.

3.3 El paciente reactivo: la noción de analizante, o el corte subjetivo $ en acción.

Lacan. Proposición del 9 de Octubre

Lacan retoma la enseñanza freudiana para situar la transferencia como un dispositivo


pivote. Un “pivote” es un artificio constituido generalmente por una pieza cilíndrica o puntiaguda
en la que se apoya o inserta otra, bien con carácter fijo o bien de manera que una de ellas pueda
girar u oscilar con facilidad respecto de la otra. De esta manera, la transferencia vuelve a situarse
entre: entre la enfermedad y la vida, escribía Freud; entre el analizante y el analista, escribe Lacan.
Gracias a este artificio, pueden conmoverse cuestiones de otra manera inaccesibles.
El sujeto supuesto al saber inaugura una terceridad, ya que desde el momento en que
alguien se dirige a un analista en tanto intérprete, es decir, albergando la creencia de que puede
revelar o hacer surgir aquellos significantes que, aun siendo propios, desconoce, pone en
funcionamiento la suposición de que esos significantes estaban en el inconscientes y que se
encuentra, de algún modo, determinado por ellos.

Lacan escribe la relación analítica con al siguiente matema:


S → Sq
--------------------
s (S1, S2,…Sn)

El significante de la transferencia, lo podemos pensar en sintonía con el síntoma partenaire o el


síntoma analítico, ya que designa aquello a partir de lo cual alguien se dirige a un analista. Al
analista lo denomina Sq, para indicar que lo reduce a una función. Entonces, el S como significante
de la transferencia, con su implicación de significante cualquiera.
En la línea inferior de su fórmula hallamos la suposición del sujeto supuesto al saber (SsS)
como una implicancia del lazo escrito sobre la barra. La s representa, escribe Lacan, el sujeto y,
entre los paréntesis (S1, S2, etc.) se representa al saber: “el saber, supuesto presente, de los
significantes en el inconsciente” (pág: 267).
Resumiendo: la suposición del sujeto supuesto saber es una implicancia del vínculo con el
analista-interprete, pero a condición de que el significante de la transferencia se constituya en un
síntoma que cobre el valor de pregunta, es decir, que se torne enigmático para el sujeto que lo
alberga inaugurándose así la suposición de una causa inconsciente para él mismo.
2 cosas centrales: En primer lugar, que del saber supuesto el analista nada sabe. El analista
consiente a soportar esa suposición de saber, pero no debe olvidar la indicación freudiana de
escuchar cada caso como el primero. No se trata, después de todo, de lo que el analista sabe acerca
de la teoría, sino del saber cifrado y retenido en el inconsciente que deberá advenir en el encuentro.
En segundo lugar, no hay que olvidar que lo que se escenifica no es con su persona, más
bien ése será uno de los pagos que se le impongan, ya que nada de su persona deberá entrar en
juego. Se le exige aquello que Lacan denomina: destitución subjetiva, que deje de lado su persona
para ser tomado como objeto a.
*Cuando alguien se dirige con una pregunta acerca de su propio síntoma o malestar, ya se
pone en marcha algo del sujeto supuesto al saber. El analista responde a esa suposición, no
revelando como un oráculo, sino que devolviendo de algún modo la regla fundamental: es decir,
dígame todo lo que se me ocurre. El saber retenido en el icc esta del lado del analizante. En el
trabajo del recuerdo algo ira saliendo a la luz. Hay una direccionalidad hacia un SQ, que supone
como implicancia un saber retenido en el icc. Hacer aplicar la regla fundamental es responder con
que va a hacer falta un trabajo del recuerdo para que aquello que esta retenido advenga a la luz.

3.4 El triple valor del agravamiento del síntoma en la cura: 1) manifestaciones más resueltas y
activas del síntoma, que forman parte del desarrollo del tratamiento, 2) que interrogan la
equivocación del sujeto supuesto saber, y 3) el momento crucial de la reacción terapéutica
negativa

Freud. El Yo y el Ello, capítulo 5.

El valor del agravamiento del síntoma en la cura ilumina nuevamente una coyuntura
paradojal: el paciente se dirige hacia el analista para “librarse del síntoma que lo aqueja” pero el
síntoma es la brújula y, por lo tanto, necesitamos de él para guiarnos en nuestra tarea.
En el extremo del obstáculo, encontramos la manifestación que Freud describe como una
reacción terapéutica negativa. Allí Freud describe un tipo de pacientes que, ante el temor a avanzar
en la curación, se detienen. Dice: “Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el
trabajo analítico. Si uno les da esperanzas y les muestra contento por la marcha del tratamiento,
parecen insatisfechas y por regla general su estado empeora (…) uno termina por convencerse que
no sólo soportan elogio ni reconocimiento alguno, sino que reaccionan de esta manera trastornada
frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o
una suspensión temporal de los síntomas (…) les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer;
empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica
negativa”. (pág 50)
De este comportamiento infiere Freud que algunos pacientes vivencian la cura como una
suerte de peligro y que la RTN no es otra cosa que la resistencia a la curación. Califica a este
obstáculo como el más poderoso, más poderoso aún que: la inaccesibilidad narcisista (Freud
sostenía que las neurosis narcisistas no establecían lazos transferenciales), la actitud negativa hacia
el médico o transferencia hostil o el aferramiento a la ganancia de la enfermedad, es decir, al
beneficio secundario que se desprende del síntoma.
Freud considera a la RTN como tributaria de un sentimiento de culpa que se satisface en la
enfermedad. Se trata de un sentimiento inconsciente, es por ello que el paciente no se siente
culpable sino enfermo y éste se exterioriza como una resistencia a la curación. A diferencia del
sentimiento de culpa consciente o conciencia moral, que es producto de la tensión entre el yo y el
ideal del yo, la RTN ofrece dificultades para la interpretación siendo por ello uno de los “fenómenos
más extremos” que decide la gravedad de una neurosis.
3.5 La transferencia en la psicosis. El analizante psicótico.
Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, capítulo 1.
A diferencia del neurótico, el analizante psicótico no se dirige al analista en busca de un
saber. Su posición distintiva no es la duda, ni el pedido de garantías al Otro, más bien lo caracteriza
su posición de certeza. Una certeza que no recae sobre la realidad, que puede prescindir de la
consistencia lógica y, sobre todo, de ser compartida en el lazo social. Se trata de una certidumbre,
particularmente, identificable en la paranoia, porque se expresa habitualmente en el delirio. Se trata
de una certeza que recae sobre la auto-referencia.
A pesar de que no sea ésta su demanda, sin duda hay una demanda en las psicosis y
también se puede reconocer el desarrollo de la transferencia. Este es uno de los aportes
fundamentales que realiza Lacan a la doctrina freudiana, si Freud se mostraba dubitativo acerca de
avanzar en la cura de las psicosis porque esta podía poner en riesgo la validación de su novedosa
práctica; Lacan no duda en afirmar que no debemos retroceder frente a esta estructura.
“El analizante psicótico, a menudo el más constante y decidido de los analizantes, es el que
exige más radicalmente la deposición de la persona del analista. Pero también es el analizante que
más radicalmente exige al analista pagar con su juicio íntimo. En efecto, exige ese pago con
absoluta vehemencia, y sólo lo acepta al analista cuando éste admite: testimonios inverosímiles, que
el propio psicótico sabe inconcebibles desde una realidad compartida; usos neológicos del lenguaje
y otros procedimientos desestructurantes del lazo social, en los que un decir se afirma como pasaje
al acto, como des-enlace por fuera de todo código social, semántico o sintáctico compartido...”.
(Lombardi, pag 72).
Escuchar al paciente psicótico implica destitución subjetiva, porque implica compartir esa
realidad que puede ser delirante, que puede ser inquietante. A veces testimoniar para el psicótico, es
pacificante. El analista puede alojar al sujeto escuchando.
¿Hacia donde se orienta la cura analítica? Podemos hablar de estabilización, soluciones menos
sufrientes para los sujetos. Hablamos mas que de cura, de soluciones, de saber hacer, de invenciones
para que no quede el paciente por fuera del lazo social.

UNIDAD IV
4.1 De la pasión del significante al decir como acto.
Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, capitulo 4: cómo actuar con el
ser.
Lacan describe el pasaje del significante que oprime al sujeto en el trabajo analítico, a una
palabra libre y resolutiva en el siguiente sentido: es cierta, irreversible, ya no puede volver a entrar
en la duda. El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra una gran libertad. Lo que limita su
libertad es que su palabra supuestamente ofrecida como libre, podría desembocar en una palabra
plena que le seria penosa porque tironearía del nudo hasta romperlo, hasta producir un cambio en la
estructura. Nada mas temible que decir algo que puede ser verdad, porque podría llegar a serlo del
todo y cuando algo es verdad, ya no puede volver a entrar en la duda. Por ser dicha, ha cometido
un acto, y por eso pasa a ser irreversible, ya no se puede volver atrás. El acto es un decir, cuyo
sujeto cambia.

Lacan preserva lo indecible, porque es mas allá del discurso donde se acomoda nuestra
acción de escuchar que muchas veces es una acción silenciosa. En el punto 4.7, Lacan distingue
entre el acto del analista, expresado como “la acción de escuchar”, que no lo obliga a comprender.
“Entender no me obliga a comprender”. La escucha del analista no pasa tanto por comprender, sino
por contribuir a revelar la ambigüedad de lo que dice el analizante, iluminar lo no comprensible, la
contra-dicción permanente del analizante.
Acción de escuchar: el analista, ante la vacuidad de la pura demanda (demanda de nada, demanda
intransitiva), la “entiende” como pregunta por el deseo. Y ante esa demanda-pregunta angustiosa,
entrega su presencia, y la entrega precisamente por esa acción de escuchar. Aun si el analista, que
no es el sujeto supuesto saber, no tiene la respuesta, causa el desarrollo de la pregunta por la que la
división del sujeto, división sintomática, podría llegar a resolverse.

“El sentimiento más agudo de la presencia del analista esta ligado al momento en el que el sujeto no
puede sino callarse, es decir, que retrocede incluso ante la sombra de la demanda”. Es decir, que
cuando se confronta verdaderamente ante un significante fundamental, ante un S1 que importa, el
discurso analítico el analista tiene dos posiciones.
Arriba (a) con su silencio hace de causa del deseo, pone al síntoma
a trabajar (al costado S tachada), a padecer realmente, y al mismo
tiempo producir. Lo hace con su silencio y también con sus
intervenciones (S2), con su decir a medias, porque no solo se queda
callado, sino que interviene desde el lugar de la verdad con un decir
a medias, con una cita, con un enigma, es alusivo. Desde esos dos
lugares pone a trabajar para que el analizante produzca, se
desprenda de ese S1, de la demanda de esos significantes
pulsionales, que lo dejaban padeciente, sintomatizado. Liberarse del
S1 es liberarse de la división subjetiva, permitirle al sujeto asumir otra posición, la de ser hablante
que se destituye como sujeto, no se instituye, ya no se divide, sino que puede dejar de estar dividido
y alcanzar una posición de integridad.

*Lacan sostiene que la regla fundamental debe llevarse hasta sus últimas consecuencias, y que el
analista es libre de interpretar lo que se le ocurra, pero sin embargo señala algunos límites marcados
por la prudencia. Por ejemplo: el analista no ha de forzar al analizante a la confesión obscena de sus
fantasías, no ha de interpretar lo imaginario, las bajezas del padre real (ya que no es por sus
impudicias que el padre puede ser un referente interesante para el analizante), etcétera. El deseo del
analista busca dignificar, no degradar, humillar, burlarse del analizante.

4.2 Del trauma a la certeza de la angustia.


Freud, “Inhibición, síntoma y angustia”, addenda sobre la angustia.
A.
Resistencia y contra investidura
La represión no es un proceso que se cumpla de una sola vez, sino que reclama un gasto
permanente. Si este faltara, la moción reprimida, retomaría el mismo camino que fue esforzada a
desalojar. La represión quedaría despojada de su éxito o deberá repetirse indefinidamente. Es así
que la naturaleza continuada de la pulsión exige al yo asegurar su acción defensiva mediante un
gasto permanente. Esta acción en resguardo de la represión es lo que conocemos como resistencia.
Y esta ultima presupone lo que se designa como contrainvesidura.
La resistencia que debemos superar en el análisis, es operada por el yo, que se afirma en sus
contrainvestiduras.

Freud aísla las 5 resistencias con las que en análisis se libra combate:
- Resistencias del Yo:
o Resistencia de represión: es la resistencia por contrainvestidura sobre la moción
reprimida; se refiere a esa energía constante que el Yo gasta para mantener lo
reprimido sin retornar.
o Resistencia de transferencia: se reavivan recuerdos como si fueran actuales, sobre la
persona del médico.
o Ganancia de la enfermedad: es la integración del síntoma al Yo; se resiste a resignar
esa ganancia.
- Resistencia del Superyó:
o Conciencia de culpa o Necesidad de castigo: esta se opone a todo éxito en el análisis.
- Resistencia del Ello:
o Reelaboración

Angustia por transmudación de libido


La vieja concepción de la angustia era que ésta era provocada por el yo bajo las condiciones del
displacer. En términos económicos, la libido desautorizada o no aplicada hallaba una descarga directa
en la angustia. La reacción de la angustia era necesariamente ante una situación de peligro.
El nacimiento pasó a ser el arquetipo de todas las situaciones posibles de peligro. Pero el nacimiento
no se presenta en realidad como un trauma para el feto, sino que la angustia de nacimiento sería el
arquetipo de un afecto que debía compartir los destinos de otros afectos.
Habría 2 modalidades de la angustia: una involuntaria, automática, económicamente justificada en cada
caso; y la otra generada vividamente por la situación de peligro y era reproducida como una alerta
frente al peligro para convocar la intervención del mecanismo placer-displacer, como acción acorde a
fines, de acuerdo a las necesidades.

Represión y defensa
El término “proceso defensivo” fue sustituido por represión. Freud recurre al concepto de la defensa
estipulando que se lo debe utilizar como la designación general de todas las técnicas de que el yo se
vale en sus conflictos que llevan a la neurosis; es la protección del yo frente a exigencias pulsionales. Y
la represión es solo uno de los métodos de defensa en particular.
En este capítulo Freud explica otras dos actividades del Yo en la formación del síntoma, los cuales son
subrogados de la represión (la ayudan). Son actividades auxiliares y sustitutas. Son:

- Anular lo acontecido: mediante un simbolismo motor “hace desaparecer” el suceso mismo


(no solo sus consecuencias). Esto se observa en los síntomas de dos tiempos, donde el
segundo acto anula el primero. Se trata al suceso como no acontecido, se cancela el pasado
mismo. Se lo “reprime” por vía motriz.
- Aislamiento: es también motriz; consiste en que tras un suceso desagradable, o una actividad
sintomática neurótica, el sujeto interpola una pausa en el que no está permitido que
acontezca nada (ni percepciones, ni acciones). La vivencia no es olvidada, pero se la despoja
de su afecto. Así queda aislada y no se la reproduce en el pensamiento. Se garantiza así la
suspensión del nexo con el pensamiento. Se impide el lazo asociativo con otras ideas.

B. Complemento sobre la angustia


La angustia es expectativa; es angustia ante algo. Lleva adherido un carácter de indeterminación y
ausencia de objeto. Cuando ha hallado un objeto, el término se sustituye por miedo.
Peligro realista es del que tomamos noticia, y angustia realista es la que sentimos frente a un peligro
realista.
La angustia neurótica es ante un peligro del que no tenemos noticia. Por tanto, es preciso buscar
primero el peligro neurótico que es un peligro pulsional. Tan pronto como llevamos a la Cc este
peligro desconocido para el yo, borramos la diferencia entre angustia realista y angustia neurótica, y
podemos tratar a esta como a aquella.
Tanto en el peligro realista como en el peligro pulsional desarrollamos dos reacciones: la afectiva, el
estallido de angustia, y la acción protectora.
Hay casos que se presentan contaminados los caracteres de la angustia realista y de la neurótica. El
peligro es notorio y real (objetivo), pero la angustia ante él, es desmedida, más grande de lo que tendría
que ser a juicio nuestro. En este plus, se delata el elemento neurótico.
El núcleo de la situación de peligro es el desvalimiento material en el caso del peligro realista, y
psíquico en el del peligro pulsional.

Llamaremos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada; y se diferenciará de la situación


de peligro, que es aquella en que se contiene la condición de esa expectativa; en ella se da la señal de
angustia. Esto quiere decir: yo tengo la expectativa de que se produzca una situación de desvalimiento,
o la situación presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que antes experimenté. Por eso
anticipo ese trauma, quiero comportarme como si ya estuviera ahí, mientras es todavía tiempo de
exiliarse de él. La angustia es entonces, por una parte, expectativa del trauma, y por la otra, una
repetición amenguada de él.

En resumen: La situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada, esperada.


La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es
reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. El yo, que ha vivenciado pasivamente el
trauma, repite ahora de manera activa una reproducción moderada de este, con la esperanza de poder
guiar de manera autónoma su decurso.
La diferencia entre angustia realista y neurótica es que el peligro realista amenaza desde un objeto
externo y el neurótico desde una exigencia pulsional. En la medida en que esta exigencia pulsional es
algo real, puede reconocerse también a la angustia neurótica un fundamento real.
El yo se defiende, con auxilio de la reacción de angustia, del peligro pulsional del mismo modo que del
peligro realista externo, pero en el primer caso desemboca en la neurosis a consecuencia de una
imperfección del aparato anímico. La exigencia pulsional se convierte un peligro porque su
satisfacción conllevaría un peligro externo, es decir porque ese peligro interno representa uno externo.

Cuarenteórico Lombardi
Con la “Addenda sobre la angustia” volvemos sobre la angustia no como pánico que propicia la huida
sino como “apronte angustiado”, como preliminar al paso de la pasividad del trauma a la actividad.
Lacan dice: “Sólo un acto puede arrancar, de la angustia, su certeza.” La certeza no es algo exclusivo
del síntoma de la psicosis, también la encontramos, en otros casos, cuando el significante se encuentra
en lo real, y este es el caso preciso del pase de la angustia a la acción. A eso se refiere Lacan cuando
habla de destitución subjetiva. Mientras que la división subjetiva $. se caracteriza por la contradicción,
la falta de ser, la insatisfacción, el desgaste “psíquico” en el fantasear, la destitución subjetiva es una
posición de acto, de entereza, de coraje, de deseo jugado, “ser fuerte, y singularmente” dice Lacan.
Se tendrá en cuenta también el fuera-de-reconocimiento de la angustia, que es “sin-Otro” en cierto
sentido: sin Otro que reconozca, pero no necesariamente sin-Otro en el deseo. La angustia de
transferencia es un ejemplo de angustia ante el deseo de Otro, el analista, cuando “no sé qué me
quiere”. Es un caso de angustia con el deseo del Otro como indicador.
En cuanto al acto, es sin otro en cuanto a la decisión, pero con otro en la medida que nos permite
formar parte de lo social. La referencia de la certeza es la acción. La angustia no es la duda, la angustia
es la causa de la duda. Solo un acto puede arrancar de la angustia su certeza.
Es sin-Otro en cuanto a la decisión, porque no sería un acto si se lo ordenara Otro. No hay acto que sea
efecto de otro acto, del acto de Otro. Sin embargo, salvo pasaje al acto (acto loco o delictivo), el acto
implica una transformación del sujeto que le facilita una nueva inscripción social, un desalienarse,
un “separarse” que es al mismo tiempo un parirse de nuevo, darse otro estatuto, otro semblante, un
estado civil nuevo, una nueva forma de formar parte. Ese acto, ese decir sí al deseo que se impone
como ley, se paga con un pedazo de carne (de goce), se paga con una pérdida como ocurre en cualquier
elección auténtica. En psicoanálisis llamamos a ese pago, el del acto, y particularmente el que permite
realizar un deseo, con el término técnico de “castración”; es un pago, y tal vez el único pago que “valga
la pena”.

Dos esquemas posibles de la relación entre angustia y acto.

El primero corresponde a esos “individuos capaces de someter el afecto de la angustia, a pesar de su


particularidad, a la fábrica normal del alma” (ISA, pág 141).

De la angustia al acto, con la ayuda de un análisis. El segundo esquema corresponde a quienes,


porque fracasan en afrontar y emplear la angustia, comienzan un análisis, donde para empezar pueden
entregar “un equivalente de angustia”: el síntoma. El síntoma, por su contextura simbólica desplegable
en el trabajo analítico, permite el largo desvío de un análisis, entre la entrada al trabajo analizante
(donde el acto es del analista que autoriza la regla fundamental), y el final del análisis que, si es
satisfactorio, permite al analizante ese franqueamiento de la angustia al acto, al decir como acto que lo
destituye como sujeto dividido, y lo posiciona como “ser fuerte y singularmente”, ahora sí, con la
posibilidad de decir.

Entre la angustia y la resolución por el acto, se ubica el trabajo analizante del síntoma, que implica la
revisión de las coordenadas simbólicas e inconscientes que retienen y dividen al sujeto, impidiéndole
por el momento elegir, decidirse.

Introducción a 4.3 y 4.4

Tipos clinicos fundamentales


Las formas normales del deseo, los tipos clínicos fundamentales de sintomatización discernidos por el
psicoanálisis de Freud y Lacan son tres. Uno de ellos, la psicosis (problema con la constitución del
cuerpo), se caracteriza porque el síntoma sobreviene en condiciones tales que el sujeto no cuenta con
una referencia paterna en el momento del desencadenamiento sintomático. Y ello por no haber tomado
partido previamente, no haber abierto juicio (eso quiere decir forclusión) respecto del padre como
referente respecto del deseo de la madre. No es que el psicótico rechace al padre, simplemente no
adquirió el juicio. Forclusión quiere decir que cerró el tiempo para tomar juicio. No como padre bueno
o malo, lo que no se abrió juicio como padre metafórico con respecto al deseo de la madre.
Los otros dos grandes tipos clínicos, neurosis (falta del otro) y perversión, ambos son considerados
por Lacan como referenciados metafóricamente al padre. El nombre del padre ha funcionado como
intérprete (equívoco) del deseo de la madre, señalando su deseo como deseo de falo. De modo que
tanto en la neurosis como en la perversión la significación fálica, a la que luego Lacan llamará función
fálica, funciona a pleno.

Cuerpo de varón y mujer: diferencias


Otra distinción fundamental para el análisis es entre cuerpo de varón y cuerpo de mujer. En general
esos cuerpos son sensiblemente diferentes, y no sólo en el plano anatómico, ni tampoco solamente
inducida por la influencia socio-cultural-educativa-legal, etcétera.

La diferencia que cuenta para la clínica analítica es fundamentalmente fisio-lógica. Donde “fisio” es lo
que se manifiesta, en este caso del cuerpo viviente en el “logos”, o sea en los encadenamientos del
lenguaje.

Esa diferencia “fisiológica”, comienza por una equivocación inevitable. El pene del niño es confundido
con otra cosa: la función fálica, que es una función de castración. El pequeño órgano del varón deviene
“órganon” [instrumento lógico, en griego] de una equivocación que induce su extrañamiento respecto
del cuerpo del varón. El varón deviene un “penado”, cuyo pene está destinado a funcionar como
condensador de significación diferencial, de ridícula potencia, de virtualidad [virilidad] falaz, de goce
ajeno, porque le queda afuera del cuerpo.

La función fálica para el varón, lejos entonces de ser una función de goce fácilmente manipulable (las
apariencias engañan, la paja no es algo muy satisfactorio) resulta ser una fuente de todo tipo de
inconvenientes. Lacan resumirá diciendo: la función fálica es la función castración, es la función de
extracción de goce del cuerpo. El cuerpo y el goce quedan separados. Y si el varón se excita y cree
poder gozar del pene: o bien eso se termina rápido, eyaculación un poco precoz, o bien funciona
morosamente, impotente. Penas del penado que lo llevan a toda suerte de ejercicios de virilidad, de
potencia, de rivalidad, de abuso, para compensar que su relación con el goce es desde el comienzo la de
un cuerpo castrado.

El cuerpo de mujer no tiene nada que ver con esa “fisiológica”. No está igualmente afectado por la
función fálica de castración. Por lo cual si hay un cuerpo con el que el goce resulte en otra medida
usualmente compatible, es el cuerpo de mujer. Tal vez por eso los psicoanalistas debieran replantearse
el juego de las envidias (envidia del pene?). Muchas mujeres tienen razones para envidiar lo
masculino; no tanto el organito como su relación con lo viril, con la “potencia” que “virtual” traduce
del griego, con los ejercicios del “poder” que vienen a compensar desde siempre su falta de goce
somático.

Pero también el varón tiene razones para envidiar el goce femenino del cuerpo. Lo cual se traduce en
los intentos de apoderamiento de ese goce por parte de los varones llamados “heterosexuales”, en las
diversas violencias cotidianas de la pareja heterosexual (él quisiera que ella y su cuerpo le
pertenezcan). Pero también, esa envidia se traduce en los intentos de reemplazo del cuerpo de mujer
por el propio cuerpo, los distintos casos de quienes se identifican con el goce femenino, sea que se
travistan, que se hagan penetrar, que se hagan “pasivos” (de exhibición o de dolor) como suponen que
correspondería a lo femenino en el coito, etcétera. En cuanto a la obtención de goce, la supuesta
pasividad (que no es realmente pasividad) es bastante más inteligente que la “actividad” del penado,
ejercida desde el exterior del lugar del goce.

El caso del homosexual masculino es así situado por Lacan: ¿si el padre se lo da a ella (la madre), por
qué no también a mí? El neurótico abandona al padre en tanto portador del pene identificándose con
sus síntomas, sus miserias. El homosexual masculino no admite esa miseria, y en algún plano no muy
profundo del inconsciente, sostiene al padre portador en un estatuto más elevado que el neurótico.

4.3 Distinción entre fantasía y decir en neurosis y en perversión. Angustia y síntoma en la


perversión. Represión y fijación en la perversión. La distinción entre el escenario perverso y la
situación analítica.

Fantasía: diferencias entre neurosis y perversión


La fórmula propuesta por Lacan para la fantasía, $<>a, es aplicable tanto a la neurosis como a otro tipo
clínico discernido por Lacan con muchísimo cuidado, al que aplica el término problemático de
“perversión” (père-version = vuelta al padre).

Los contenidos de la fantasía en la neurosis y en la perversión pueden coincidir (“Pegan a un niño”, por
ejemplo). Si el neurótico quiere “confesar” esa fantasía, suele demorarlo el pudor, y si lo cuenta, lo
hace con vergüenza y con cierta angustia, y además, hace lo posible por borrarse del relato. [¿Dónde
está usted mientras pegan al niño o a los niños? No lo sé… no entre los que golpean ni entre las
víctimas… y entonces ¿dónde? No sé, tal vez estoy mirando]

Lacan intuye allí que el sujeto se identifica con la mirada, la mirada como objeto a; pero lo que
prevalece en la neurosis es que el sujeto dividido $ del síntoma en la fantasía, trata su división
borrándose: no sé dónde estoy, desaparecí. De los dos elementos fundamentales que se confunden en la
fantasía $<>a, el que está acentuado en la neurosis es el desvanecimiento del sujeto (algo bien distinto
a su división). La fantasía es un tratamiento de la división subjetiva por desvanecimiento del sujeto.

En la neurosis suele encontrarse entonces una enorme diferencia entre el fantasear y el decir. Mientras
que el fantasear puede proliferar en los pensamientos del obsesivo y en el cuerpo histérico, el decir es
penoso, y la neurosis se basa precisamente en evitarlo. Eso no quiere decir que haya que forzar al
neurótico en todos los casos o en cualquier momento a contar sus fantasías. Son mayormente
inconscientes, y se deducen, se elaboran con el tiempo hasta que, en algún momento, el sujeto se
desprende de ellas, a veces con la ayuda de una perversión transitoria durante el análisis.

El analizante “perverso” es diferente. La posición en cuanto al actuar es diferente. El relato suele ser
impúdico, todo lo contrario del desvanecimiento neurótico. En función de eso Lacan afirma que:

- La división del sujeto no requiere ser reunida en un solo cuerpo. El perverso se cura de su división
haciendo pesar la división en el partenaire. Al que luego lo salva con el aporte del objeto a en cuestión
(mirada, voz, fetiche, objetos “falicizados” en cualquier caso).

- Lo que caracteriza la posición del perverso es entonces la dominancia del objeto a de la fantasía, que
sustituye al significante de la falta del Otro. Clínicamente se traduce en la facilidad con que el sujeto
puede relatar su fantasía mirándote a los ojos, salvo juego de seducción y de secreteo. El efecto en el
analista es de cierta incomodidad, pudor, incluso angustia o división subjetiva.

- El secreto, aún después de abandonar el armario, sigue siendo condición del desarrollo del deseo
perverso en tanto tal.

Sachs, “Génesis de las perversiones”


En “Tres ensayos...” para Freud la perversión significa el predominio de una pulsión parcial
desarrollada con suma intensidad, que traslada el primado que tiene lo genital en el desarrollo normal a
otra zona erógena que no concuerda con ese fin sexual.
Una estructura común
Triple pregunta por el lugar de la perversión en relación con el complejo de Edipo, el inconsciente y la
represión.
Complejo de edipo: la pulsión parcial hiperintensa nunca se continúa hacia la perversión, sino que,
atraviesa el complejo de Edipo. Esto es congruente con que la satisfacción perversa queda anudada
regularmente a condiciones muy estrictas y bizarras, que superan las exigencias de una pulsión parcial,
y no pueden ser esclarecidos solamente por el hecho de que ésta (la pulsión parcial) imponga su
predominio. Las pulsiones parciales (que pertenecen a un periodo temprano de la organización sexual
como por ejemplo oral, sádico-anal) en raras excepciones predominan en la perversión en su forma
antigua, sin objeto (autoerotismo o narcisismo primario); casi siempre lo hacen luego de una
elaboración que las ha llevado a un estadio superior y ha posibilitado una investidura normal de objeto.

Inconsciente: La frase “La neurosis es el negativo de la perversión” significa que en la neurosis


estarían las mismas fantasías, reprimidas y determinantes de la formación de síntomas, que al perverso
le proporcionan un placer consciente. La perversión, aunque sea susceptible de conciencia, es como
una isla que sólo constituye la punta de una enorme masa montañosa que se extiende por debajo
de la superficie del mar.

Represión: El perverso NO constituye una excepción a la amnesia infantil considerada cicatriz del
procedimiento de represión dirigido contra la sexualidad infantil. El análisis de una perversión nos
conduce hacia el material psíquico inconsciente con la misma necesidad que el análisis de una
neurosis.
En la neurosis, la fantasía mantenida bajo represión logra imponerse a costa de la represión, pero
solamente es experimentada como un síntoma neurótico, ajeno y hostil al yo. En cambio, en la
perversión permanece susceptible de conciencia, conforme al yo y saturado de placer.

SÍNTOMA NEURÓTICO y SATISFACCIÓN PERVERSA tienen mucho en común:


• son retoños de la vida sexual infantil que en ambos casos fue casi completamente superada y
reprimida.
• son restos insignificantes de un gran proceso de desarrollo, representantes conscientes de
pulsiones y destinos de pulsión inconscientes.
• son intensificaciones y reforzamientos de procesos que también tienen lugar en la vida anímica
normal.
¿Dónde se observa el parentesco en la estructura de ambos? Aquellos casos de satisfacción
perversa que son admitidos por los individuos solamente a disgusto, en una lucha con escrúpulos
morales, religiosos o estéticos. También la satisfacción alcanzada por una vía conflictiva es
placentera, pero ese placer es restringido por luchas defensivas y por arrepentimiento, vergüenza y
autocondena. La satisfacción perversa se aproxima a los síntomas neuróticos cuando en algunos
casos se sobrepasan condiciones específicas (que la víctima en un acto sádico experimental dolor
corporal, por ejemplo) y no se instala la indiferencia, sino una DEFENSA que tiene el carácter de
ANGUSTIA, o sea muy próximo al mecanismo neurótico.
CASO para mostrar la semejanza de la estructura psíquica: un analizante refería haber sido
acometido, camino a casa, luego de su primer coito, por un irresistible impulso a masturbarse en la
calle con el pene desnudo. Encontró como estrategia pararse en una barrera ferroviaria, cuando ya
estaba oscuro, y masturbarse ante el tren que pasaba ante los ojos de muchos espectadores pero sin
ser visto ni reconocido por nadie. Nunca había presentado ninguna irrupción de su tendencia
exhibicionista. A tratamiento acudió con una impotencia de origen psíquico, acompañada por un
síntoma secundario, prácticamente insignificante: la incapacidad de orinar en presencia de otro, por
ejemplo, en un baño público. La satisfacción perversa se había transformado, entonces, en
inhibición neurótica. Se coloca como objeto que divide al partenaire. Esto se ve en análisis: el
perverso no consulta por el montaje de la escena perversa, no se puede recorrer demasiado ya que
no es ahí lo que hace que entre en análisis. No termina de implicarlo con la causa de su deseo, no
aporta nada. Hay que lograr que algo en el perverso se sintomatice.
Un elemento aislado de su contexto
El análisis de la fantasía “Pegan a un niño” realizado por Freud aporta el más profundo
esclarecimiento de un modo de satisfacción perversa. En los tres estados por los que atraviesa esta
fantasía (1 el padre pega al niño odiado por mí, 2 el padre me pega a mí, 3 un niño es golpeado) casi
todo se modifica: la persona golpeadora, la persona golpeada, la motivación que primero surge del
odio envidioso contra el rival y luego del sentimiento de culpa por el deseo incestuoso del que el
“ser golpeado” representa el sustituto regresivo. Pero UN elemento es constante en las tres fases:
la representación del ser golpeado, y a ésta se anuda el placer perverso que conduce de
manera casi compulsiva al onanismo.
Sachs plantea que, de acuerdo a su experiencia, en otras perversiones las cosas se dan de la misma
manera. El escenario y las personas de la fantasía se modifican, pero un elemento preciso resiste el
cambio y aparece entonces como el soporte del placer. Los otros componentes, que en el transcurso
del desarrollo, son reprimidos por completo, transfieren todo su contenido de placer a este elemento
que los representa en la conciencia (de la misma manera que el síntoma neurótico representa la
fantasía inconsciente).
La perversión se origina cuando un elemento especialmente adecuado del vivenciar o del
fantasear infantil ha sido retenido en la conciencia. A este elemento se desplaza la satisfacción
perteneciente a la sexualidad infantil, luego de que los restantes representantes de la pulsión se han
reprimido. Ese desplazamiento depende de las pulsiones parciales que se han mostrado dominantes
en el desarrollo infantil, por predisposición o como consecuencia de las facilidades que encontraron
para satisfacerse. Este elemento, provisto de placer, se muestra suficientemente fuerte como para
competir exitosamente con lo genital.
El carácter bizarro y a veces grotesco de algunas perversiones se debe a que se trata de un
fragmento aislado, proveniente de las vivencias infantiles y las fantasías, separado de su
contexto y por tal motivo incomprensible para el perverso y para los otros. Las vivencias
infantiles y fantasías resucitan en ese fragmento, que es como una suerte de memorial.

El mecanismo perverso
Hay que recordar que no solamente existen mociones pulsionales reprimidas, inconscientes como
consecuencia de su expulsión, sino que también en el yo se encuentran componentes inconscientes.
Los dos fenómenos más llamativos de este tipo son la resistencia y el sentimiento de culpa, que se
explican a partir de que los factores destinados a la represión ya no pueden mantenerse como
susceptibles de consciencia.
La represión es un proceso dinámico en el cual la organización pulsional más intensa reprime a la
más débil, para luego, eventualmente ser reprimida ella misma en un nuevo estadio del desarrollo.
En una lucha de pulsiones semejante triunfa aquella que puede conceder el placer más elevado. Para
tener éxito, la represión tiene que permitir que se conserve el placer ligado a un “complejo parcial”
integrándolo en el yo, ratificándolo. Los restantes componentes de ese complejo se dejarán reprimir
y mantener bajo represión con tanta mayor facilidad cuando más hayan sido debilitados por el
cambio de bando de su antiguo aliado.
ENTONCES: este recurso de la división por el que un elemento pasa al servicio de la
represión al mismo tiempo que introduce en el yo el placer de un periodo pregenital, mientras
que el resto del mismo complejo sucumbe a la represión, es el mecanismo especifico de la
perversión.
El trabajo principal y el más difícil de la represión consiste en el desprendimiento de la elección de
objeto infantil, el complejo de Edipo y su sucesor, el complejo de castración. Justamente allí donde
la fijación de amor y la lucha de la represión son intensas, la sujeción de la libido a un grupo de
representaciones previas al círculo de la satisfacción genital se ofrece como salida.
De esta manera se entiende que la pulsión parcial NO se exprese sin más en la perversión, sino
que primero haya que atravesar el conflicto edípico, y enlazarse con él por la colaboración
prestada en el proceso de represión.
“Pegan a un niño”→ el mecanismo nombrado es notable en esta fantasía. En su forma originaria
ella es una emanación (resultado) del complejo de Edipo que acentúa su posición hostil-sádica hacia
el rival. Podría caer bajo el efecto de una represión, pero, luego de una transformación mínima,
adquiere la particularidad de poder constituirse en el medio para la sustitución del deseo edípico
genital prohibido por el deseo correspondiente a la pulsión sádico-anal anterior. Una elaboración
suplementaria borra los últimos rasgos relativos al cjo. de Edipo eliminando los rastros del padre y
del propio sujeto. El producto final es una fantasía perversa susceptible de conciencia y garante de
placer.
Una pulsión parcial conduce entonces a la perversión cuando una parte de las representaciones del
yo que la pulsión inviste se encuentra en posición excepcional en cuanto al deseo a satisfacer y al
placer a obtener, y cuando se logra una alianza entre dicha pulsión parcial y esa parte del yo en el
momento de los combates que libra la represión, en particular contra el cjo. de Edipo.

Lombardi. El analizante perverso

La posición del perverso en el sentido lacaniano del término es muy diferente a la del neurótico y se
revela en ciertos momentos claves del tratamiento. En esos momentos el sujeto perverso se libera de
la división subjetiva, es decir de su síntoma, a su manera: busca y muchas veces logra producir el
efecto de división subjetiva $ en el Otro.

Según Serge André, ya en el relato de la fantasía el perverso inicia el pasaje al acto, al transformar
el consultorio analítico en un escenario de una fantasía que divide al partenaire que no esté en regla
con sus deseos. Esto puede puede dividir, angustiar al analista y el perverso se alivia al producirlo.
Pero de ese alivio no resulta ninguna ganancia para su análisis. Si el analista lo admite
provisoriamente, debe tener en cuenta que la división subjetiva y la angustia deben ser
reconducidas al analizante. El deseo y el acto de analista se realizan, en cambio, en la destitución
subjetiva. Si ese relato angustia o disgusta, no tiene importancia, lo decisivo es la intervención del
analista que se apoye en un deseo ejercido desde la destitución subjetiva que le es requerida para
constituirse en partenaire no de la fantasía, sino del síntoma analizante.
La consulta del perverso se produce cuando el sujeto ha sido atraído por un deseo más fuerte que el
que se satisface en sus performances de fantasía, cuando se ha dividido o se ha angustiado. Para que
sea posible el análisis con el perverso, el analista no tiene que condenar al perverso como un
hombre malo, y tampoco tratarlo como un neurótico para evitar emplear ese diagnóstico como un
juicio condenatorio.

*La división subjetiva no requiere ser reunida en un solo cuerpo: Así como el neurótico trabaja con
la fantasía borrándose el como sujeto (Pegan a un niño), en la perversión esta acentuado el objeto a,
el perverso sabe como capturar el objeto que divide al otro. El perverso produce un efecto de
división o de angustia en el partener, sabe como “curarse de su síntoma” dividiendo al otro.
Producen un efecto de asco, disgusto, enojo, división, angustia. En el encuentro sexual se pone en
juego sobre todo. Hay dos tipos clínicos de perversión, el sadismo y el masoquismo que juegan
directamente donde la angustia del partener es fundamental. En el sádico es evidente, produce un
efecto de angustia en una victima (a veces voluntaria). Y en el caso del masoquismo, se identifica
con el objeto desecho y termina angustiando al otro.

4.4 El cuerpo sexuado y género

Lombardi. Elección de género y elección de sexo

La consulta analítica se justifica cuando surge el descontento con lo que uno hace, con lo que uno es
o cree ser, con la forma en que lleva su vida, con sus relaciones afectivas y sociales, etcétera. Es
decir, cuando hay síntoma, división subjetiva que se padece. Y un caso particular de la división
subjetiva es la no-coincidencia entre los datos identitarios concernientes al sexo y el juicio íntimo
de quien los porta; los porta y no los soporta.

Con respecto a los desarrollos Freudianos, en tanto la entrada de una niña en las cuestiones del
sexo, en princpio la anatomía es determinante, y la diferencia deja de ser pequeña porque interviene
el lenguaje: en un solo acto, ella ha visto, comprendido, juzgado y decidido. “Lo ha visto, sabe que
no lo tiene, y quiere tenerlo”, resume Freud en su texto “Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia anatómica entre los sexos”. Y eso no se reduce a una cuestión de anatomía imaginaria ni
natural.

Lo que ese momento tiene de performativo es irreversible, porque el corte en cuestión, lejos de ser
meramente de anatomía imaginaria, es otro. Se trata de una toma precoz de posición en relación al
falo, ese órgano de pura lógica que en el varón habrá de separar el goce peneano del cuerpo, como
consecuencia de la castración del lenguaje.

Esta posición diferencial en cuanto al órgano devenido órganon (instrumento) por los efectos del
discurso ya presentes en la infancia, tiene como consecuencia que el acceso al Edipo y a la
castración coincidan en el caso de una niña, según señala Freud en ese texto. No hay entonces para
ella el tiempo intermediario que caracteriza el desfasaje entre la entrada y la salida del Edipo en el
varón. Ese tiempo intermediario en el varón fue detalladamente situado por Lacan como la matriz
de las distintas posibilidades de la perversión. El perverso entró en el Edipo pero no sale de él,
permanece père-verso. En el caso de la neurosis en el varón, la salida del Edipo se produce por
identificación a rasgos ideales o imperfectos, sintomáticos, lo que haya, del padre. El perverso no se
identifica a esos rasgos imperfectos, el neurótico sí.

Volviendo a la niña, el “no tener” como apuesta anatómica del lenguaje, protege a la niña de otro
corte, el que importa, que podemos denominar fisio-lógico, es decir el corte de la lógica de lo que
“se manifiesta”, simbólico devenido real en el humano. Su posición será radicalmente diferente del
varón, cuyo orgasmo, “de todas las angustias es la única que realmente se termina”; se termina al
realizar la castración simbólica, dejando fuera de juego el instrumento del goce en el momento
preciso del acceso al goce. Como consecuencia, el goce queda para el hombre fuera-del-cuerpo.
Una mujer tiene otra relación con los goces. Ella puede experimentar goces no fálicos, no
castrativos, en su cuerpo, que para el varón quedan vedados.

En cuanto al orgasmo, como siempre, la confusión viene al lugar de la relación sexual que no hay.
La clínica nos dice, ya desde Freud, que un orgasmo demasiado prolongado puede ser angustiante
para el hombre, que un orgasmo prematuro también, y que un orgasmo justo, que lo satisface en el
tiempo exacto, produce ese corte abrupto en el goce que da una resolución transitoria para él,
pero… el tiempo de una mujer no necesariamente coincide con el suyo. Ya sea porque los tiempos
requeridos para la satisfacción no son los mismos, ya sea porque su temporalidad “coiterativa”
obliga al varón en promedio a una frecuencia mayor que a su partenaire femenino. No hay relación
sexual temporalmente garantizada, compasada, rítmica.

Es decir que la anatomía en cuestión no es solamente imaginaria ni de autopsia, sino que


supone una irreversibilidad de las elecciones y una fisiología tales, que implican una heteridad
definitiva.

Es por eso que:


-en el varón hay otra lógica del corte que se constata a más tardar en la juventud, cuando el
empleo del órgano le castra el acceso al goce del cuerpo-Otro,
- el notodo, el goce particular femenino, cuando es supuesto en el macho, es siempre
sospechoso de perversión/père-version, es decir de una forma de camuflaje ficticia y
enmarcada en la lógica fálica,
- por lo contrario, en una mujer lo sospechoso es la frigidez.
- Todo esto deja pocas esperanzas para el giro trans analíticamente orientado, salvo que el
analista no desconozca que la libertad de elegir un cambio de sexo está reservado a algunas
formas de psicosis.
- Las elucubraciones divididas sobre el notodo eliden entonces la vocación prematura que
cada cual experimenta por su sexo (Lacan,...O peor, clase del 8/12/71).

Según Lombardi, el sexo no tiene nada que ver con el género. Lo que delimita lo femenino es su
carácter transfinito, su inaccesibilidad desde la “potencia” fálica. Algo radicalmente diferente de los
géneros que pueden ser infinitos pero numerables que actualmente secreta el capitalismo, asistido
por la medicina que desconoce el inconsciente, la psicología que desconoce la fisiología, la
sociología que sirve al capitalismo, etcétera. El analista no se ocupa del tema género, y de hecho
cuando recibe a quien se denomina a sí mismo queer, o gay, o trans, lesbiana o heterosexual, no
puede olvidar las coordenadas reales del sexo y la no relación en que el discurso analítico se
asegura.

La elección del género es un derecho del ciudadano; la elección del sexo en cambio, tiene
limitaciones impuestas por elecciones ya realizadas, en las que el hablante se ha autorizado de sí
mismo, ciertamente, pero con mucha frecuencia no totalmente solo, no sin el requerimiento de amor
o de respeto hacia quien le ha transmitido algo referido a la función falo/castración. Es decir que la
distinción neurosis-perversión-psicosis se mantiene actualmente para el hombre, y que la distinción
neurosis-psicosis en una mujer se sostiene firmemente en la clínica de las consecuencias de la no-
relación sexual. Si encontramos alguna fijación que merezca ser calificada de perversión/père-
version en una mujer, comenta Lacan, eso la lleva más bien a la maternidad, que hoy en día no es
obligatoria; y no tanto a prácticas en las que ella no hace sino inscribir su heterosexualidad, por
amar a Otra mujer por ejemplo, ya sea para desafiar a su padre (caso histérico), ya sea para
actualizar la forclusión de su Nombre en otros tipos de reacciones subjetivas.

Turing. Maquinaria computacional e inteligencia

Según Lombardi, lo que cambio radicalmente la posibilidad de las mujeres de expresarse es la


invención de una nueva maquina, la maquina de Turing que produce la automatización de cierta
parte del lenguaje y que hace posible la existencia de internet y de las redes sociales en un segundo
momento. En 1950 Turing publica este texto en el que presenta la cuestión de como seria una
maquina automática que no solo pueda hacer tareas programadas sino una maquina que ahora fuera
inteligente, hasta que pudiera tener iniciativa. Llega la siguiente idea: si una maquina puede ser
inteligente, puede jugar al juego de la imitación. Se juega con tres personas, un hombre, una mujer
y un interrogador de cualquier sexo. El interrogador se encuentra en una habitación distinta a la de
los otros dos participantes. El objetivo del juego es determinar cual de los dos participantes es el
hombre y cual la mujer. Turing se pregunta, que pasaría si una máquina asume el rol del hombre. La
máquina puede ser considerada inteligente si es capaz de engañar al partenaire imparcial respecto de
quién es la verdadera mujer.

Ese texto da la matriz respecto de cómo podría lograrse, gracias a esta segunda revolución
tecnológica, la liberación de las mujeres de los diversos yugos a los que tradicionalmente estuvo
sometida: reemplazándola en esos trabajos. En la medida en que diferentes máquinas automáticas y
dispositivos diversos pudieran ir tomando el lugar de la mujer en tanto madre y en tanto ecónoma
del hogar, la liberación femenina seguiría los pasos de la liberación de los siervos.

De todos modos, en este paralelismo evidente hay sin embargo un obstáculo, el saber del esclavo
puede ser totalmente automatizado. Pero hay algo de la mujer que permanece irremplazable, y que
involucra tanto al deseo como al goce que mueven las civilizaciones. Como objeto del deseo “a”
puede ser reductible a una muñeca cada vez más parecida a una mujer, puede ser reemplazable. En
cambio, como causa de deseo a y como lugar de un goce Otro, radicalmente Otro A, con valor
causal en la civilización, lo femenino no es reemplazable, jamás será reemplazado.

UNIDAD V

5.1 Conocimiento y saber.


Freud. La represión
La relación a la pulsión es compleja para los seres hablantes, su satisfacción es siempre
indirecta y se demora en un recorrido que incluye numerosos rodeos. En aquellos casos en los que
el logro de una meta pulsional depara displacer en lugar de placer –o más displacer que placer- el
destino de esa meta es la represión.
En principio, nos inclinamos a pensar que todas las pulsiones al satisfacerse resultan
placenteras. Sin embargo, explica Freud, en ocasiones la satisfacción pulsional que ha sido presa de
la represión podría resultar realizable y placentera en sí misma, pero resultaría inconciliable con
otras exigencias del aparato. Por lo tanto, produciría placer en una parte del sistema y displacer
en otra, lo que nos lleva a la noción de conflicto.
Como se trata de un estímulo interno, en el caso de las exigencias pulsionales, el yo no
cuenta frente a este con el recurso de la huida; por ende, deberá recurrir a la desestimación por
juicio adverso. Freud sitúa a la represión como una etapa previa al juicio adverso.
La esencia de la represión consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de
esta. Freud distingue dos clases de represiones, ligadas entre sí:
 La represión primordial: “primera fase de la represión que consiste en que a la agencia
representante psíquica de la pulsión se le deniega la admisión a lo consciente”. Así, se
establece una fijación, a partir de ese momento la agencia representante persiste inmutable y
la pulsión sigue ligada a ella. Eso sucede por las características de los procesos
inconscientes. (pág 143)
 La represión propiamente dicha o “esfuerzo de dar caza” o “de desalojo” que recae sobre los
retoños psíquicos que han entrado en algún tipo de vínculo asociativo con lo reprimido. A
causa de este vínculo, tales representaciones experimentan el mismo destino que lo
reprimido primordial. Es con la que se lidia generalmente en análisis.
La represión no cancela la pulsión, esta puede continuar existiendo en el inconsciente y, por
ende, producir conexiones (“retoños”). Tan sólo impide el acceso al sistema consciente. Al
contrario, que haya devenido inconsciente permite el desarrollo pulsional con mayor riqueza y
menos interferencias. Como escribe Freud: “la pulsión prolifera en las sombras y encuentra formas
extremas de expresión” (Freud, 1915: 144). Al quedar relegada a la fantasía el despliegue no debe
vérselas con ningún tipo de inhibición.
No es cierto que la represión mantenga apartados de lo consciente a todos los retornos de lo
reprimido primordial. La represión está siempre destinada al fracaso ya que su labor de mantener
alejados los retoños de lo reprimido será burlada por aquellas asociaciones que, a causa de la
desfiguración, se hayan vuelto irreconocibles y logren de esa manera escapar a la censura.
La represión y su retorno son dos caras de una misma moneda y, una cara garantiza la
presencia de la segunda, resultando de este modo imposible un confinamiento definitivo de lo
censurado. Pero también, por regla general la cancelación de la represión es tan sólo provisional y
rápidamente se restablece. La represión supone entonces un esfuerzo constante, un permanente
gasto de energía.
La regla de asociación libre es una invitación a que se produzcan esos retoños que
consiguen burlar la censura de la represión. Ya que la represión crea, por regla general, una
formación sustitutiva (Freud, 1915: 148), es decir, retornos de lo reprimido. También los síntomas
son retoños de lo reprimido que se han abierto paso y expresan un conflicto.

Freud. La negación
Con respecto al juicio (en el sentido de la valoración de algo), Freud en lugar de oponer
“verdadero” a “falso” (como lo hace la filosofía tradicional), Freud opone “bueno” a “malo” -según
el principio de placer/displacer- y a partir de la atribución introduce una división entre el "adentro"
y el "afuera". Mientras que lo primero –lo bueno- es admitido en el yo por medio de la introyección;
lo segundo –lo malo- es rechazado. Freud hace depender de esta operación la constitución del yo y,
con ella, la instauración de un adentro y un afuera: perteneciente al yo y ajeno a éste.
En este artículo Freud trabaja la constitución del aparato psíquico a partir del juicio
atributivo y del juicio de existencia y la construcción de la realidad, poniendo el acento en que para
que la realidad se constituya y el examen de realidad se instituya tienen que haberse perdido objetos
que antaño procuraron satisfacción.
Articulando represión y negación, Freud afirma que en ocasiones: “…un contenido de
representación o un pensamiento puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar”
(Freud,1925: 253). Es por esto que Freud dice que la negación es un modo de tomar noticia de lo
reprimido, pero sin la exigencia de levantar la represión. Negar algo en el juicio significa confesar
que es algo que se preferiría reprimir y es por ello que afirmamos que el juicio adverso es un
sustituto intelectual de la represión.

Cuando un contenido antes reprimido es comunicado a condición de ser negado no por ello
el sujeto se anoticia de este. En este punto debemos diferenciar saber de conocimiento. El hecho
de comunicarle a un paciente una representación que él reprimió en su tiempo y hemos logrado
colegir, no modifica en nada modifica su estado psíquico. Dirá Freud: "El paciente tiene ahora la
misma representación bajo una doble forma en lugares diferentes de su aparato psíquico”. Este
señalamiento freudiano recae sobre el asunto de que los saberes del médico y el enfermo no son
equivalentes y menos aún pueden sustituirse. Es decir, de nada sirve que el analista sustituya el no
saber de un analizante, por un saber que ha conseguido inteligir. El analista optará más bien por
solicitar que siga hablando, apelando a la indicación legada por Freud de la asociación libre,
suspendiendo el juicio acerca de si eso viene o no al caso.

Entonces, en tanto la función del juicio para Freud se trata de adoptar dos decisiones:
1)Atribuir o no una propiedad a una cosa. Entendiendo por propiedad la calificación de buena o
mala, útil o dañina; 2) Admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La
primera decisión, Freud la traduce en el lenguaje de las mociones pulsionales orales, las más
primitivas en la organización pulsional, de la siguiente manera: “Quiero comer o quiero escupir
esto”, o bien, “quiero introducir esto en mí o lo quiero excluir de mí”. Con respecto a la segunda
decisión: el juicio comporta entonces una posición electiva y, por lo tanto, ética del sujeto.

5.2. El sentimiento inconsciente de culpa como indicador clínico. Su relación con el deseo.

Freud se pregunta por la responsabilidad del contenido ético de los sueños ya que, si el
juicio corresponde a la conciencia y, en la vida onírica, ésta se encuentra suspendida, la experiencia
del soñante le permite penetrar en el dilema de la responsabilidad frente a aquellas formaciones y
contenidos que en la vigilia serían, a todas luces, contrarios al yo. Freud rastrea cuidadosamente las
fuentes de la época y las organiza en dos corrientes: aquellos que afirman que el sueño está exento
de disposiciones y sentimientos morales y quienes, por el contrario, responsabilizan al soñante por
el contenido de los mismos. Algunos aseguran que el sueño nada sabe de las exigencias morales,
mientras que los segundos, con idéntica contundencia sostienen que la naturaleza del hombre se
conserva también en la vida onírica.
Esto da lugar a diferenciar el contenido del sueño de su afecto y a orientarse por el afecto
en tanto este es verdadero. Entendiendo afecto como aquel deseo que dio origen a la
escenificación inmoral. Así es como parece advertirlo Freud:
En “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”, Freud
retoma la cuestión en “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños”. Preguntándose si
debemos asumir la responsabilidad por el contenido de los mismos. En ese momento, a diferencia
del texto anterior, su respuesta es taxativa “uno debe considerarse responsable por sus mociones
oníricas malas” (pág 135). Freud sentencia que esos contenidos testimonian del ser del soñante,
dejando traslucir mociones que de habitualmente quedan sepultadas por medio de la hipocresía o la
inhibición. De esta manera, el psicoanálisis desplaza su interés de la culpabilidad a la
responsabilidad de los actos, inclusive de aquellos que en apariencia nacen de un error… los actos
fallidos.
La culpabilidad afecta no solamente a los actos, se puede ser culpable de un pensamiento o
de un propósito aunque éste no se lleve nunca a cabo. En el capítulo séptimo de su texto “El
malestar en la cultura”, Freud define la conciencia de culpa como la tensión entre el superyó que se
ha vuelto severo y el yo que se halla sometido a sus designios. Se exterioriza como una necesidad
de castigo.
Lo “malo” no coincide necesariamente con aquello que depara displacer sino con lo que
amenaza con la pérdida de amor por parte de aquel del cual se depende, pérdida que genera angustia
y desvalimiento, que Freud denomina angustia de castración. De esa manera, al interiorizarse la
autoridad por la instauración del superyó desaparece la angustia de ser descubierto por la figura de
la autoridad porque ya nada puede ocultarse frente a una instancia interna como el superyó.
Estrictamente hablando allí nacen la conciencia moral y los sentimientos de culpa.
Pasos que señala Freud para el surgimiento de la culpa:
1- Renuncia frente a lo pulsional por temor a la agresión de la autoridad externa ya que eso
desembocaría en la pérdida de amor por parte del autoridad.
2- Instauración de la autoridad interna y renuncia a lo pulsional por angustia de la conciencia
moral. Esto supone una igualación entre acto y propósito, de ahí la conciencia de culpa, la
necesidad de castigo.

Esto posee un resultado paradojal: al principio la conciencia moral es la causa de la renuncia


pulsional pero esa relación termina invirtiéndose y la renuncia a lo pulsional es una fuente de la
conciencia moral que, a cada renuncia, acrecienta su severidad. “La renuncia a lo pulsional
(impuesta desde afuera) crea la conciencia moral, que después reclama más y más renuncias”.
(Freud, 1929: 124). Lo que Freud encuentra en el origen de esta paradoja que incluye el temor a la
pérdida de amor por parte del padre y la renuncia pulsional no es otra cosa que el Edipo en el que el
padre juega el rol de perturbador del goce, con los consiguientes sentimientos de ambivalencia
(amor-odio) dirigidos al padre que ello genera.
Es en conversación con estos desarrollos freudianos que hallamos la formulación lacaniana
de la angustia como un índice inequívoco de haber cedido al deseo.

La formación clínica
La ética del psicoanálisis es la ética del deseo. El deseo no es equivalente al anhelo, las fantasías,
los placeres ocasionales, las proyecciones irrealizables, los ideales insostenibles, etc. Tampoco es
algo del todo apropiable.
El deseo inconsciente linda con esa experiencia de la imposibilidad a la que se refiere Freud al
preguntarse por la formación analítica. Su existencia y subsistencia es correlativa del Otro, del Otro
verdaderamente real, de la presencia del Otro, del Otro humano y social. Por eso es paradójico por
estructura (“el deseo es el deseo del otro/Otro”), ya que la palabra lo crea y lo recrea pero también
lo sustrae y lo ahoga. Es también indestructiblemente sexuado y al mismo tiempo realizable en un
acto que lo satisface transformando al sujeto. Un acto indudablemente hablado o hablante, que
depende de la palabra y que pende del decir. Pendiente del Otro, entonces, más no dependiente de
él: no hace lugar a su demanda pero se apoya en su deseo.
5.3 Respecto de los dispositivos freudianos para la formación clínica:
En cuanto a los dispositivos freudianos, se trata primero de la pregunta por los criterios del fin de
análisis en el doble sentido de la expresión: su final (término o conclusión) y su finalidad (objetivo
o pretenciones).
El análisis personal es el primero de los dispositivos de los que depende la formación en clínica
psicoanalítica y que es de allí de donde se obtiene la disposición (la “aptitud” dice Freud) para el
psicoanálisis. Es en la experiencia del propio análisis donde se gesta el deseo de analizar. La
experiencia del análisis, sostiene Freud:

a- “Instila” la convicción firme en la existencia del inconsciente.


b- “Proporciona” percepciones que de otro modo pasarían totalmente desapercibidas.
c-”Enseña” la única técnica acreditada para la actividad analítica.

Luego se agregan el dispositivo de la Supervisión (que Lacan prefirió llamar Control) y el del
estudio de los principales textos, conceptos y autores, para lo que la Escuela de Lacan hizo su
aporte introduciendo el dispositivo llamado del Cartel (pequeño grupo de estudio con sus propias
reglas de funcionamiento). Y esta oferta vale para cualquier interesado. Entonces...
¿Pueden o no pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Estrictamente hablando, ni “hace falta” ni
“alcanza” con ser médico psiquiatra o psicólogo especializado en clínica para ejercer el
psicoanálisis, y que el título habilitante todavía no equivale a la autorización. La responsabilidad
recae, entonces, sobre la seriedad de cada uno de los procesos de aprendizaje en los diferentes
tiempos de formación. El análisis no es interminable, lo son las formaciones del inconsciente y
la formación del analista que surge de ellas. Que dicha formación se obtenga sobre todo en la
experiencia del análisis personal, acentúa el hecho de que la terapéutica analítica y la investigación
en psicoanálisis van de la mano. En otros términos, se trata de una disciplina que no puede
desprenderse de la práctica de la que surge, a diferencia de otras terapéuticas (como por ejemplo las
cognitivo-conductuales) cuyo saber progresa en un ámbito pero se aplica en otro muy diferente. “En
el psicoanálisis existió desde el comienzo mismo una unión entre curar e investigar”, dice Freud,
para luego completar: “nuestro procedimiento analítico es el único en que se conserva esta preciosa
conjunción”.
Lacan sostuvo desde el comienzo una forma de transmisión y de enseñanza del psicoanálisis cuyo
método (analizante) y dispositivo (Seminario) se ajustan a esa premisa de “conjunción”. Y también
es por eso que luego ideó una manera de asociar a los analistas distinta a la propuesta por Freud,
que apuesta con el Cartel y el Pase a esa misma premisa analítica: conjunción de lo didáctico y lo
terapéutico, de lo epistémico y lo clínico.
Tanto Freud como Lacan insistieron en investigar en la cura la estructura de la experiencia analítica
del inconsciente para lograr delimitar mejor su operación. Esto quiere decir, ubicar sus límites y
limitaciones, pero también y sobre todo sus rasgos diferenciales y sus potencialidades.

“Análisis terminable e interminable”.

(guía)
Hace referencia a los límites del análisis con la categoría lógica de lo “imposible” y también con:

1- El aspecto lógico de la clínica psicoanalítica. Método de progresar a partir de los “obstáculos”


plurales hasta encontrar algo así como el obstáculo final, el punto insuperable, lo que queda como
resto ineliminable de la operación: lo que no se puede saber o “represión primaria” (límite a lo
interpretable, entonces), lo que no se puede eliminar o “factor pulsional” (y que por ende no deja de
empujar e insistir) y el analista mismo como obstáculo o “factor transferencial” (esos “puntos
ciegos” del análisis).

2- El aspecto ético de la clínica psicoanalítica. Es una toma de posición que se espera del
analizante, momento electivo requerido para poder encontrar la manera de concluir: la “revisión” de
la posición adoptada frente a la represión primaria y el “examen” de la actitud asumida frente al
problema del goce sexual. Se trata entonces de haber “incitado” en el analizante el deseo de
examinar y variar su posición frente a lo que se presenta como límite en apariencia insuperable,
imposibilidad paradójica del deseo, y que en Freud toma el nombre de “Complejo de Castración”.

En otros términos: abandonar la posición perversa, neurótica o psicótica (de ocultación, de


inhibición o de rechazo, de padecimiento y de conflictividad, y de un “no querer saber”
selectivo) para adoptar una posición nueva, más decidida y menos dividida.

¿Cómo empezar a producir ese re posicionamiento? ¿Cuáles son las referencias conceptuales
a tener en cuenta? ¿De qué modo situar esto en la experiencia clínica? Dándole lugar a la
angustia automática e insoportable para que tenga la chance de desplegarse como síntoma.
Hay distintas variantes de la entrada en análisis, que dependen del tipo particular de síntoma, pero
que toman una misma dirección y marcan el camino hacia esa “roca viva” de la castración a la que
se refirió Freud al plantear el problema de la terminación de los análisis.

(texto)
Ferenzi consideraba que el análisis no es un proceso sin término, sino que puede ser llevado a un
cierre natural, si el analista tiene la paciencia y la pericia (habilidad para resolver con acierto,
facilidad y rapidez algo que entraña cierta dificultad) debida. Sostenía que era decisivo para el
éxito, que el analista haya aprendido bastante de sus propios errores y cobrado imperio sobre los
puntos débiles de su personalidad. Ese trabajo equivale a no poner como meta del análisis su
abreviación, sino su profundización.
Los analistas son personas que han aprendido a ejercer un arte determinado y, junto a ello, tienen
derecho a ser hombres como los demás. Se le exige, como parte de su prueba de aptitud, una
medida más alta de normalidad y de corrección anímicas.
¿Dónde y cómo adquiriría aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión? En el análisis
propio, con el que comienza su preparación para su actividad futura.
Cumple su cometido si promueve en el aprendiz la firme convicción en la existencia de lo
inconsciente, le proporciona percepciones de sí a raíz de la emergencia de lo reprimido, y le enseña,
en una primera muestra, la técnica únicamente acreditada en la actividad analítica. Esto por sí solo
no bastaría como instrucción, pero se cuenta con que las incitaciones recibidas en el análisis propio
no han de finalizar una vez cesado aquel, con que los procesos de la recomposición del yo
continuarán de manera espontánea en el analizado y todas las ulteriores experiencias serán
aprovechadas en el sentido que se acaba de adquirir. Ello en efecto acontece, y en la medida en que
acontece otorga al analizado aptitud de analista.

Todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada cinco años,
sin avergonzarse por dar ese paso. Ello significaría, entonces, que el análisis propio también, y no
sólo el análisis terapéutico de enfermos, se convertiría de una tarea terminable {finita} en una
interminable {infinita). No es el propósito aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin
conclusión. La terminación de un análisis es un asunto práctico.
El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo;
con ello quedaría tramitada su tarea.

5.4 Los dispositivos lacanianos para la formación clínica:


¿Con qué criterios pensar la conclusión del análisis? ¿Cuáles son los verdaderos límites
insuperables del análisis? ¿De qué modo y por qué vías se accede a la posición del analista?

Estas y otras preguntas son las que quedan en suspenso para Freud, que permanecen en un cierto
impasse, en un tiempo de espera, y que luego Lacan intenta responder reformulando la noción
freudiana de “castración”: quitándole sus máscaras imaginarias (obscenas y engañosas), desatando
su vínculo simbólico con el “complejo” y produciéndola como verdadero tope real del deseo.
Dicho de otro modo, profundizando la investigación sobre los puntos de imposibilidad de la
estructura subjetiva, aquello que escribe S (Ⱥ), y las diversas funciones que vienen a ocupar ese
lugar vacío o vacante: el falo (Φ), el objeto (a) y el síntoma (Ʃ).

Proposición de Lacan a los psicoanalistas de su Escuela (9 de octubre de 1967),

Introduce el dispositivo del Pase y vuelve a interrogar la dirección de la cura en sus dos puntos de
“empalme”: el inicio y el final del psicoanálisis. (acá me falta completar pero no tuve ganas jeje)

Lombardi. “Notas sobre el diseño del dispositivo del pase”

1- La presentación algorítmica de la transferencia: es el modo en que Lacan retoma la noción de


“sujeto supuesto saber” con la que ya venía intentando situar la dimensión operativa de la
transferencia puesta en juego en la dirección de la cura analítica. Su instalación o institución (en el
umbral que separa al paciente del analizante en los inicios de los análisis) y su desmontaje o
destitución (en ese otro umbral, que en la mayoría de los casos permanece bajo la sombra, y que
separa al analizante del analista en la fase final del análisis). El SSS es la fórmula lacaniana en la
que se resume todo un aspecto de lo que se pone en juego en la puesta en marcha del dispositivo
analítico, en la aplicación y el sostén de la regla fundamental y en el trabajo de interpretación y
desciframiento del saber inconsciente. Se trata del Sujeto que se le Supone al significante del Saber
que el analista soporta en tanto oyente e interpretante.

2- La experiencia y el procedimiento del Pase: es la manera en que Lacan retoma la problemática


del impasse freudiano, el del “Complejo de Castración”, aportando a la orientación clínica lo que
había introducido a propósito de su exploración de la angustia, el objeto pequeño a (condición del
goce pero también causa del deseo). La función “causa de deseo” es la otra mitad de aquello que el
analista pone en juego en el lazo social con su analizante, su cara más libidinal, y lo que queda
como resto de la operación del análisis si es llevado hasta el final, hasta el momento o instante del
pase. De allí la noción de “destitución subjetiva” que es requerida para que el analista escuche de la
manera conveniente. De allí también la apuesta por el “deseo del analista” que podría (o no) surgir
de esa operación final de destitución del sujeto dividido y de la producción de un estado del deseo
(o del ser, dice a veces Lacan) más fuerte y singular. De eso se trata en el acto psicoanalítico.

**Por lo menos un análisis pasa varias veces por el mismo lugar, esa repetición que provoca eso.
Uno no va a llegar al 100%, pero es importante que alguien tenga una experiencia de análisis lo
suficientemente fuerte para sostener ese acto del analista, que es insistir en que algo del icc se va a
expresar, y que uno va a poder escucharlo e intervenir de algún modo, aunque no sepa bien como
será el resultado.
El final del análisis puede consistir en identificarse con algo del síntoma. Es una de las últimas
enseñanzas de Lacan. Uno puede encontrar la manera de concluir, terminar. Justamente porque hay
algo de interminable, que tiene que ver con imposible de solucionar. Para Freud esta examinado de
2 maneras distintas, primero el ombligo del sueño: un limite para la interpretación. Hay un ombligo,
algo que esta estrictamente anudado, esta más cerca de la cicatriz que puede quedar de un corte
primordial. Eso es el significante que falta en el otro, que falta por estructura, porque no lo hay.
Significante del otro barrado, en falta, así lo pone Lacan. Es uno de los reales.
En análisis terminable e interminable, en tanto la dirección de la cura, el concepto que va en este
lugar es el de represión primaria. Seria el punto donde la interpretación llega a una última
representación, o a un ultimo significante. Ahí hay una imposibilidad en el saber. Pero lo que mejor
prepara para el análisis no es saber todo lo que uno sabrá de su icc, sino haber hecho la experiencia
de que hay un limite impasable.

El complejo de castración, que Freud creía que era el impasable, que era un obstáculo de
estructura, para Lacan es más bien un impass, un obstáculo superable, un tiempo de espera, algo
que complica, pero se puede superar. Por eso el pase es la propuesta lacaniana para ir un paso
más allá del final de análisis que proponía Freud.

La cuestión es por un lado advertir que hay un imposible que hace que un análisis pudiera resultar
interminable si uno pretende terminar de esa manera, es decir, encontrar la representación; o
resolver el problema pulsional, que es el otro eje que se encuentra en Freud, que es lo que hace
interminable la experiencia de análisis, porque la pulsión cuya característica estructural es el
empuje, y algo de esto también es interminable.
Cuando le preguntaron a Lacan si lo que él llamaba lo real era lo que Freud llamaba el ombligo del
sueño dice que lo real tiene en la experiencia del límite del análisis al menos dos versiones, una es
ombligo del sueño, que es lo que él escribió como ste de la falta en el otro, y también el real mas
pulsional, que lacan solía escribir con el objeto a minúscula. Ahí también hay un real de algo que
insiste, y hay que hacer la experiencia de que eso va a seguir existiendo y hay que darle otro
destino, sublimatorio, por ejemplo.

5.5 Reflexión sobre los métodos del psicoanálisis:

A- El método interpretativo: *explicado también en la página 1 del resumen

Es el primero. Modelo de los sueños, cap II de la interpretación de los sueños. Es un método


tentativo, porque se trata de ir tanteando en las entrevistas preliminares, o ensayos en Freud. A ver si
uno se decide ofertarle la regla fundamental, y tratar de promoverla, incitar la asociación libre. Hay
una decisión en juego también. El acto analítico se pone en juego en una forma de decisión entre
analista y paciente que está ahí queriendo sin querer tratando de convertirse en un analizante. En el
fondo este método es un poco tentativo para ver si la demanda responde o no responde a la
propuesta analítica, que es tratar de encontrar la huella del icc, encontrar algunas puntitas de esa
determinación. En la medida que el método tentativo va produciendo efectos, estos hay que
elaborarlos, con el método clínico…

B- El método clínico: *explicado también en la página 1 del resumen

El analista en el banquillo. La clínica es una elaboración de saber secundaria respecto de la práctica,


de la experiencia en si misma con un paciente. Después eso se va influyendo de algún modo con el
método interpretativo. No es que viene primero la interpretación y después la clínica, se van
influyendo, uno va ajustando la interpretación y la elaboración.

C- El método que podemos calificar como estrictamente analítico:

La destitución subjetiva. El método analítico podría diferenciarse, distinguirse de los otros dos
métodos. No es que esta desprendido de lo anterior. Este tercer plano o dimensión de la metodología
puesta en juego, es el que nos deposita en la pregunta sobre el fin del análisis y la formación del
analista, pero que al mismo tiempo nos devuelve a sus principios. ¿Como concluir el análisis? Si
bien es algo que se puede sistematizar, es más difícil que los tipos de comienzo. Con respecto al
síntoma obsesivo, primero hay que histerizarlo y luego poder con ese movimiento, producir esa
entrada al dispositivo, al trabajo analítico. Esa seria una manera de sistematizar la entrada en
análisis. La salida, es más difícil, pero la doctrina de un Segundo Lacan, piensa que el acto analítico
en el sentido mas puro, es el que permite de pasar de analizante a analista. La noción que aplica a
ese pase (es un paso, momento, fase, etc) es el pase donde se destituye ese sujeto divido por los
significantes, representado por los significantes.

La destitución subjetiva es la que Lacan piensa que se produce en ese pase en el final, y es ahí
donde uno podría interrogar que es lo que hay de propiamente analítico en un método que sin los
dos anteriores no podría tener lugar. Hay un orden lógico, entonces: interpretativo-tentativo, clínico,
analítico. El método analítico entonces se ilumina sobre el final. Es el paso, la transformación diría
Freud, de analizante a analista. Atravesamiento de las fantasías. En definitiva, es algo que esta
presente desde el comienzo del análisis.

Tanto Freud como Lacan insistieron en que la última palabra corresponde al analizante y que el
resultado final de un psicoanálisis no está programado ni es programable. A lo sumo se pueden
intentar sistematizar sus puntos de “basta” distinguiendo entre los análisis no iniciados (que no
producen un analizante, pero que pueden aportar mucho a un paciente), los análisis interrumpidos
(por razones diversas, en algún punto más o menos satisfactorio del recorrido analizante) o los
análisis concluidos (donde el “basta” de la satisfacción es definitivo, dando lugar al estado
analizado del síntoma). Agreguemos nosotros, y aquí subyace la raíz misma del método analítico,
los análisis que llevan al pase y producen al analista.

Los tres métodos puestos en juego se distinguen pero también se anudan. Y es por eso que implican
distintas disposiciones para el analista y requieren de más de un dispositivo para articularlas.

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