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UNIDAD I
La clínica de nuestro tiempo se presenta desde una perspectiva que no es la observación exterior del
psicólogo que se ubica por fuera del padecimiento corporal y subjetivo, sino desde la perspectiva
personal, interna, mayormente inconsciente, de quien consulta. La objetividad de la posición de
analista no se basa en la evidencia externa, sino en la confianza dada a la palabra del paciente, y al
desarrollo de esta palabra, acaso nunca antes escuchada, a través de dos métodos sucesivos.
Método freudiano de la interpretación
En este método se trata de abrir, por vía asociativa, todo lo que quiera y pueda decir, lo más
libremente posible el “paciente”. Es para incentivar (y no para reemplazar) esa libertad asociativa,
que el analista puede permitirse ensayar, lo más libremente posible también, intervenciones; y
especialmente interpretaciones que no tengan el carácter de construcciones teóricas, ni la finalidad
de explicar, adoctrinar o alcanzar un objetivo predeterminado. Por el contrario, el analista puede
apelar al inconsciente para ensayar un decir parcial, a veces sorprendente, y en general diferente de
la explicación sabia y del sentido común. El método freudiano de la interpretación implica que la
intervención ha de jugar con el absurdo, con lo incompleto, con lo paradójico, con el sinsentido,
buscando una reacción asociativa más amplia del paciente, que añada más ocurrencias por la vía de
sus formaciones del inconsciente, o una reacción crítica e incluso correctiva respecto de la
intervención del analista.
Esta libertad asociativa tanto del lado del paciente como del analista suele lleva a una experiencia
próxima a un verdadero diálogo entre dos sujetos del inconsciente, que no se entienden pero de
todos modos se escuchan, porque reaccionan al decir del otro de diversos modos.
Método clínico
Es sobre el que Lacan ha reflexionado durante toda su enseñanza, y que consiste en “poner al
analista en el banquillo”. En este segundo método el analista no es ya libre, por el contrario es
intimado a dar cuenta de cuáles fueron los efectos de sus intervenciones, de sus buenas
intervenciones y sobre todo, más importante aún, de las no tan buenas pero eficaces, porque
produjeron un efecto reactivo en el paciente. Esto lleva a reconocer esos momentos en que el
paciente deja de ser tan paciente, y pasa a reaccionar con su síntoma, y a hacer valer su
padecimiento al modo de una revuelta. Padece su síntoma pero también reacciona con él, plantea
con él su descuerdo con el Otro en primer lugar, y luego, a lo largo del análisis, muestra su
incoherencia y su desacuerdo consigo mismo. Ese desacuerdo que se va revelando es el núcleo
estructural de su neurosis, desacuerdo con sus pensamientos, con su cuerpo, con su identidad, con
su pertenencia familiar o social, con su proyecto de vida, con su pareja, con su deseo y con su
analista.
S. Freud. Interpretación de los sueños, cap. 2: El método de la interpretación
Freud se ha propuesto demostrar que los sueños son susceptibles de una interpretación. Interpretar
un sueño significa dar su sentido, su sentido inconsciente a descifrar (al igual que todas las
manifestaciones del inconsciente). El mundo de los profanos se empeñó desde siempre en
«interpretar» al sueño, y para ello recurrió a dos métodos diferentes por su esencia.
Interpretación simbólica
El primero de esos procedimientos toma en consideración todo el contenido onírico y busca
sustituirlo por otro contenido, comprensible y en algún respecto análogo. La mayoría de los sueños
artificiales se guían por una interpretación simbólica como esta, reflejan el pensamiento
concebido por ellos bajo un disfraz en un todo acorde con los caracteres de nuestros sueños, tal
como la experiencia nos los da a conocer. La interpretación simbólica toma en bloque todo el
contenido del sueño, en su conjunto. Este modo de interpretación queda librado a la intuición
directa y la práctica parece estar unida a dotes particulares de ciertas personas.
Para el tratamiento científico estos dos métodos no sirven. El método simbólico es de aplicación
restringida y no susceptible de exposición general. Y el método del descifrado, todo se basa en que
la «clave», el libro de sueños, fuese confiable, y sobre eso no hay garantía ninguna.
Freud sostiene que el sueño posee realmente un significado y que es posible un procedimiento
científico para interpretarlo. Desde hacía años Freud se ocupaba de la resolución de ciertas
formaciones psicopatológicas tales como fobias histéricas, representaciones obsesivas, entre otras,
con fines terapéuticos. Freud dice que para estas formaciones que encontramos como síntomas
patológicos, su resolución y su solución son una y la misma cosa. Freud dice que: “Si uno ha podido
reconducir una de tales representaciones patológicas a los elementos a partir de los cuales surgió en
la vida psíquica del enfermo, enseguida se desintegra y este se libera de ella.” (pág 122)
Lacan señala la “actitud de sumisión a lo real” en Freud, por este sesgo: reconocer en primer lugar,
en el testimonio del sujeto, que la mayor parte de los fenómenos psíquicos se refieren a una función
de relación social (el hombre es social por naturaleza). Freud considera al ser humano como ser
social, al punto que para él dice incluso cuando sueña o fantasea. Esa actitud implica que lo que es
considerado ilusorio o imaginario no debe ser dejado de lado por el psiquiatra o por el psicólogo en
tanto representantes del saber o del sentido común. Si uno no entiende, sea por el motivo que sea,
se trata de prestar atención en eso que trata de ponerse en el orden de lo social, pero que no es del
orden de lo comprensible. Es darle lugar a aquello que no entra en el discurso común.
La posición de Lacan es: Si se quiere reconocer una realidad propia a las “reacciones” psíquicas, es
necesario comenzar por no elegir entre ellas, y respetar la sucesión de las asociaciones. Es necesario
comenzar por no elegir. Aquí es donde introducimos la NEUTRALIDAD, escuchar sin elegir y
para medir su eficiencia es necesario respetar su sucesión. Hay que respetar estrictamente la
secuencia de lo dicho para que rompa las cadenas del relato. Lo interesante es la variación del
relato, sesión a sesión, o las veces que cuente el mismo relato. En esa diferencia están los bordes
entre la icc y la cc. Así se constituye lo que podemos llamar la experiencia analítica que tiene dos
condiciones:
Estas dos condiciones son reunidas en la ley de la asociación libre, según Freud. Esta es una
contradicción en los términos, si es asociación no es libre, si es libre disocia. Si es un acto libre,
siempre tiene algo disociativo.
En la dirección de la cura punto 7 del capítulo 4 Lacan se pregunta: ¿Cómo actuar con el ser? Lacan
dice que el analista es el hombre a quien se habla, y se habla libremente. El sujeto invitado a hablar
en el análisis no muestra en verdad una gran libertad. Esto es un poco lo que conocemos como la
repetición: muchas veces nos encontramos en el análisis repitiendo las mismas cosas. Esas
asociaciones, podrían desembocar en una palabra libre pero tiene la dificultad de que esa palabra
podría doler, resultar penosa. En este punto, lo simbólico intersecta con lo real, y ya no se puede
decir cualquier cosa, porque duele. Nada más temible que algo que pudiera ser verdad, porque
podría llegar a serlo del todo (Lacan dice que la verdad puede decirse solo a medias). Eso que se
dijo, deviene cierto, deviene irreversible. El acto fundamental del analista es la acción de escuchar,
es algo distinto a comprender, el escuchar no me obliga a comprender.
La asociación libre consiste en exigirle al paciente que comunique, absteniéndose de toda objeción
lógica o afectiva, todo lo que se le vaya ocurriendo. En este sentido, la pregunta fundamental de este
texto es: ¿cuál es para el analista el correspondiente a la regla analítica fundamental instituida para
el paciente?
a. Atención parejamente flotante: intentar retener con igual atención todo lo que el paciente nos
dice, es decir, no intentar retener especialmente nada de manera voluntaria. No hacer caso a sus
injerencias conscientes inmediatas, abandonarse a sus memorias inconscientes, escuchar y no hacer
caso si, dominado por sus prejuicios, se fija en algo del material asociativo del paciente. No
seleccionar apresuradamente algo de lo dicho por el paciente. Debe también el psicoanalista
obedecer a la regla psicoanalítica que indica desconectar la crítica de lo inconsciente y de sus
retoños. “Fijarse en todo por igual”
Escuchar lo que no se comprende, cuyo significado sólo a posteriori se discernirá.
b. No obsesionarse con tomar notas de “todo”. Aparte de la misma impresión que produce en
algunos pacientes, se oponen a ello las mismas razones que antes se consignó al tratar de la
retención en la memoria: al anotar las comunicaciones del sujeto realizamos forzosamente una
selección y ponemos una parte de nuestra actividad mental a trabajar en ello, que encontraría mejor
empleo aplicada a la interpretación del material producido. Podemos infringir sin problema esta
regla cuando se trata de fechas, textos de sueños o singulares detalles aislados, que pueden ser
desglosados fácilmente del conjunto y resultan apropiados para utilizarlos independientemente
como ejemplos.
c. La anotación de datos durante las sesiones del tratamiento podría justificarse con el propósito de
utilizar el caso para una publicación científica. En principio no es posible negar al médico tal
derecho. Pero tampoco debe olvidarse que en cuanto se refiere a los historiales clínicos
psicoanalíticos, los protocolos detallados presentan una utilidad mucho menor de lo que pudiera
esperarse. No parece ser éste el mejor medio de compensar la falta de evidencia que se reprocha a
las descripciones psicoanalíticas.
e. Recomienda tomar como modelo durante el tratamiento psicoanalítico la conducta del cirujano,
que impone silencio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana y concentra todas sus
energías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a todas las reglas del arte. Es
muy peligroso para el analista una tendencia afectiva, porque además de que se coloca en una
situación desfavorable para su tarea, se expone a ciertas resistencias del paciente, de cuyo
vencimiento depende en primera línea la curación. La justificación de esta frialdad de sentimientos
que ha de exigirse al médico está en que crea para ambas partes interesadas las condiciones más
favorables, asegurando al médico la deseable protección de su propia vida afectiva y al enfermo el
máximo auxilio que hoy nos es dado prestarle.
g. Podría parecer lícito, e incluso muy apropiado para vencer las resistencias dadas en el enfermo,
que el médico le permitiera la visión de sus propios defectos y conflictos anímicos comunicándole
las intimidades de su vida. La confianza debe ser recíproca, y si se quiere que alguien nos abra su
corazón, debemos comenzar por mostrarle el nuestro. Haciendo esto abandonamos el terreno
psicoanalítico y nos aproximamos al tratamiento por sugestión. Alcanzamos así que el paciente
comunique antes y con mayor facilidad lo que ya le es conocido y hubiera silenciado aún durante
algún tiempo por resistencias convencionales. A pesar de esto, esta técnica no tiene ninguna
utilidad, porque incapacita al sujeto para vencer las resistencias más profundas y fracasa siempre en
los casos de alguna gravedad, provocando en el enfermo una curiosidad insaciable que le inclina a
invertir los términos de la situación y a encontrar el análisis del médico más interesante que el suyo
propio. Esta actitud abierta del médico dificulta asimismo una de las tareas más importantes de la
cura: la solución de la transferencia, resultando así que las ventajas que al principio pudo
proporcionar quedan luego totalmente anuladas. El médico debe permanecer impenetrable para el
enfermo y no mostrar, como un espejo, más que aquello que le es mostrado.
h. Una de las tentaciones que puede haber en el tratamiento psicoanalítico para el médico es la
actuación educadora, pero otra muy importante es que el médico debe saber dominarse y subordinar
su actuación a las capacidades del analizado más que a sus propios deseos. No todos los neuróticos
poseen una elevada facultad de sublimación. Podemos suponer de muchos de los pacientes que no
hubieran contraído la enfermedad si hubieran poseído el arte de sublimar sus instintos. Hay que ser
tolerantes con las flaquezas del enfermo y satisfacernos con haber devuelto a un individuo una parte
de su capacidad funcional y de goce. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la
terapéutica.
i. ¿En qué medida debemos requerir la colaboración intelectual del analizado en el tratamiento? Es
difícil fijar sobre esto normas generales. Resulta equivocado plantear al analizado una labor mental
determinada, tal como reunir sus recuerdos, reflexionar sobre un período determinado de su vida,
etc. Por el contrario, tiene que aceptar algo que le parece muy extraño en un principio: para llegar a
la solución de los enigmas de la neurosis no sirve de nada la reflexión ni el esfuerzo de la atención o
la voluntad. Lo que si sirve es la paciente observancia de las reglas psicoanalíticas que le prohiben
ejercer crítica alguna sobre lo inconsciente y sus productos. No dictar deberes al analizado ni
orientar demasiado su tarea analítica (por ej. recordar tal período de la infancia o qué soñó cada
noche). Lo cual no quiere decir que el analista no pueda hacerlo cuando le parezca oportuno.
Cap 1, punto 1 y 2
¿Quién analiza hoy?
Pretende mostrar que la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce al ejercicio
de un poder: el psicoanalista sin duda dirige la cura. El primer principio es que no debe dirigir al
paciente, la dirección de consciencia queda excluida. Si bien el analista es quien dirige la cura,
esto no es dirigir al paciente en el sentido de dirigir su conciencia al modo de una guía moral, ni al
modo de una reeducación emocional.
Lacan sitúa el nexo entre la dirección cura y la regla fundamental del psicoanálisis:
- La dirección de la cura comienza por hacer aplicar al sujeto la regla fundamental del
psicoanálisis.
- El problema de la dirección se muestra, ya desde las directivas iniciales respecto de la regla
fundamental, como no pudiendo formularse en una línea de comunicación unívoca. Estas directivas
se plantean bajo la forma de consignas de las cuales, por poco que el analista las comente (y el
paciente suele pedirle que lo haga), puede sostenerse que hasta en las más mínimas inflexiones de
su enunciado (explicaciones más o menos detalladas, estilo, vacilaciones), servirán de vehículo a la
doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista, en el punto de consecuencia a que han llegado para
él. Es que no llegó a esa posición de analista sino pasando antes por su análisis personal (a
diferencia del psicoterapeuta o del psicofarmacólogo, que acaso no necesitan ni terapia ni
medicación para autorizarse como tales). Hasta dónde haya llevado las consecuencias de la regla
fundamental impacta sobre el modo en que el analista dirige la cura ya desde el comienzo.
Cap 1, punto 3
El paciente no es el único que paga con sus dificultades que son las dificultades de la palabra, el
analista también debe pagar:
• Con palabras: paga con sus palabras si estas quedan elevadas al efecto de interpretación, está en
la vía de lo simbólico. Está ligado a lo que Lacan plantea como la táctica: el analista es libre de
interpretar como y cuando quiera, aunque esta libertad va a estar condicionada en principio
porque sigue la pendiente de las palabras del analizante y depende de otra libertad que es la
asociación libre que lleva adelante el analizante (que tampoco es “tan libre”). Lacan dice que “El
analista es libre en su táctica”.
• Con lo que hay de esencial en su juicio más intimo: debe ser tan falto de ser como el paciente. El
analista cura por lo que dice y por lo que hace, quedando el ser afuera. Este pago del analista lo
lleva a ocupar un lugar vacío de subjetividad propiciando el advenimiento del único sujeto que
interesa en la experiencia analítica: el consultante o analizante Está más del lado de lo real.
No está tanto en relación con la abstinencia, en el sentido de juicio estético, moral. Obviamente hay
que tenerlo en cuenta, pero este juicio tiene mas que ver con este proceso que desencadena que no
sabe a donde va a ir parar por desconocer el fin del proceso que su acto autoriza y promueve, en las
diferentes acepciones del término “fin”, el sentido, el hacia dónde, el hasta cuando, el bien por
obtener.
Cap 1, punto 4
El clínico (analista 2) coloca al intérprete (analista 1) en el banquillo del acusado {sur la sellette},
ya que como intérprete es libre, “libre siempre del momento y del número, tanto como de la
elección de sus intervenciones”.
Es necesario distinguir entre el momento interpretativo y el momento clínico. En este último el
analista ya no es libre sino que es llamado al banquillo del encausado, para que de cuenta de los
efectos de sus intervenciones eficaces, las que han producido reacciones asociativas nuevas
(apertura de estratos asociativos más próximos al núcleo patógeno, decía Freud) o sorprendentes
(índice de lo que viene del inconsciente); y también para que consigne si se han producido
reacciones transferenciales, que objetan la intersubjetividad del nivel interpretativo. Las malas
intervenciones, los errores, a veces son más eficaces que las interpretaciones canónicas, por la
reacción que producen y por las posibilidades de rebeldía sintomática que revelan.
El Analista es al menos dos, el que lleva una experiencia que no sabe bien a donde va y un
analista que trata de reflexionar sobre las consecuencias de lo que hace.
Cap 4. Punto 7
Lacan señala la dificultad inherente al cumplimiento de la regla fundamental, que sin embargo el
analista apuesta por que el analizante cumpla. No solamente porque la palabra no siempre es tan
libre, ya que hay cierto encadenamiento inconsciente de las asociaciones significantes, por lo cual
cada uno vuelve sobre lo mismo. Pero también porque una palabra más libre puede ser penosa, y
temible. El riesgo de la palabra libre es que “podría ser verdad”, y ya no podría volver a entrar en la
duda. Allí la palabra alcanza un valor de acto. Lacan dice “Nada más temible que decir algo que
podría ser verdad” (pág 596) En el proceso de acercarse a esa palabra libre, se experimenta el
tironeo del síntoma, tironeo que ya no se puede disimular, y que se vuelve cada vez más difícil de
soportar. Sólo cuando el síntoma deviene insoportable, empuja a una resolución. Es la ventaja que
Freud señaló de la agravación del síntoma durante la cura.
Otro punto que toma allí Lacan es la “acción de escuchar” del analista, que no obliga a comprender,
más bien lo contrario, incita a desplegar lo que no se entiende. Está traducido de un modo
problemático: “el entendimiento no me obliga a comprender” (pág 596), dice la versión en español,
pero convendría traducirlo como “la escucha no me obliga a comprender”. Lo que fue entendido
no por ello deja de ser un discurso.
En el análisis, el analista calla mucho. Frustra al hablante y también a sí mismo ¿Por qué? Si frustra
al hablante, es porque que le pide algo: que le responda, pero él sabe bien que no serian más que
palabras, como las que puede obtener de quien quiera. Esas palabras no las pide. Pide por el hecho
de que habla: su demanda es intransitiva, no supone ningún objeto. Por supuesto su petición se
despliega en el campo de una demanda implícita, aquella por la cual está ahí: la de curarlo, revelarlo
a sí mismo, hacerlo conocer el psicoanálisis, hacerlo calificar como analista. Su demanda presente
no tiene nada que ver con eso, incluso no es la suya, porque después de todo soy yo quien le ha
ofrecido hablar (el sujeto solo es aquí intransitivo). He creado demanda. (pág 597)
¿Qué era la clínica psa para Lacan? La desarrolló a partir de cuatro perspectivas: su posición
singular en ese discurso, su interés en las elaboraciones de la psiquiatría clásica, su detallada lectura
de los textos de Freud y la racionalidad y la ciencia moderna.
La clínica psicoanalítica tiene una base: lo que se dice en un análisis. Pero esa base no es la
clínica. Esta recién se activa en el intento de dar cuenta de la eficacia de lo que se dice en el diván.
La clínica es retroactiva. Es un camino de interrogación sobre lo acontecido, sobre las secuencias
de asociación-interpretación-asociación que permiten leer una eficacia.
La clínica no se confunde con la experiencia del análisis, se añade a ella y la orienta y la transforma.
Consiste en interrogar el análisis. Para esclarecer la experiencia del análisis, se la debe poner en
cuestión, desde el comienzo hasta el final del tratamiento. Así, Lacan concibió un dispositivo
clínico, el del pase, en el que se plantean al analizado las preguntas que su analista no podría
responder. No podría porque la posición del psicoanalista no es una posición de saber, es la de un
objeto caído del saber icc del analizante. También ha de ser cuestionada la práctica del analista.
La clínica psa debe consistir no solo en interrogar el análisis, sino también en interrogar a los
analistas, a fin de que den cuenta de lo que su práctica tiene de aventurada, lo que deja lugar al azar,
acentuando el matriz de “arriesgada”, “precaria” incluso “peligrosa”.
La clínica no es la acumulación de la experiencia. Obviamente que la experiencia otorga algunas
ventajas, vuelve más fácil el trabajo por ya conocer el oficio. Al mismo tiempo que se aprende el
oficio, sus trucos, un cierto saber hacer, se consolidan esquemas y clasificaciones que tejen lazo con
los propios prejuicios. El prejuicio es enemigo del PSA y el sentido común es estrictamente el
reverso del PSA (por ejemplo, la idea de que es preferible la neurosis que la psicosis). Lacan dice
que las experiencias de análisis no podrán sumarse, Freud ya lo dijo antes, todo debe ser recogido
como si nada hubiera quedado establecido previamente. El sentido de un síntoma no coincidirá con
otro del mismo tipo, porque no recorre las mismas vías significantes.
De todos modos, para Lacan el saber de clasificación no es caduco. Porque el afirma que hay tipos
de síntoma, hay una clínica, solo que es anterior al discurso analítico. Esto no cuestiona el valor del
diagnostico y el tipo clínico de síntoma, sino que apuntan a darle el valor que tienen, de orientación
para el analista y de ubicación de la particularidad del síntoma para el analizante.
El psa no es un discurso cerrado, está en interacción con otros discursos y en primer lugar con el
discurso histérico, el del sujeto que con su síntoma en el cuerpo hace lazo social. La pregunta por
la clínica debe prolongarse y apoyarse transitoriamente en esos otros discursos. Los síntomas
dependen de una estructura, que es la de los efectos del lenguaje sobre el viviente. El síntoma dice
algo de la estructura, pero solo en el modo histérico la pregunta del síntoma puede verdaderamente
plantearse. Si el lazo social histérico asegura la clínica en la estructura del lenguaje, es porque es el
síntoma mismo quien plantea la pregunta cuando encuentra al partenaire adecuado, dispuesto a
escuchar la pregunta que encierra, a charlar con el por interpretación y a responder desde el lugar
del la causa del deseo. El síntoma interviene como analizante, como interrogante, como inquisidor
del saber del analista. El síntoma resiste, refuta, insatisface al analista, así como el sueño síntoma de
la bella carnicera. Justamente en esas junturas entre el dispositivo analítico y otros discursos puede
desarrollarse la pregunta propia de la clínica psa, que exige la articulación de lo típico con el sentido
peculiar de cada caso. Ese empalme del discurso universal con la singularidad de la estructura del
sujeto solo puede hacerse a partir de la particularidad del síntoma, que es lo único realmente
analizable, por esto no puede hacerse del mismo modo en los diferentes tipos clínicos discernidos,
cada uno de estos, se basa en el elemento que no se entiende o en el que hace falta, y pueden
interpretarse entonces como formas diferenciadas de estabilización de la falta- el deseo-. Por eso el
psa no permite abolir el saber de clasificación, sino que lo desplaza desde la identificación de
formas visibles desde una perspectiva exterior y objetivante, hacia las preguntas con que se elabora
el tipo clínico desde el núcleo estructural del síntoma, que es lo que en él hace falta: el Otro en la
neurosis, el falo en la perversión, el cuerpo en la psicosis: ¿Cómo está constituido el síntoma?
¿Cómo se inserta o se aparta del lazo social? ¿De qué modo participa o no la interrogación clínica?
¿De qué formas el síntoma en tanto división subjetiva se distribuye entre el cuerpo del analizante y
del analista?
Supone pensar que el camino y sobre todo el fin del análisis como tal conlleva el atravesamiento del
fantasma y el enfrentamiento con la angustia proveniente de lo real, en tanto implica que el síntoma
vaya de lo simbólico a lo real y pueda expresarse y manifestarse como división subjetiva, como un
goce intolerable al que el sujeto permanece fijado, como un conflicto que inquiete y exponga al
sujeto al borde de la experiencia de la división, de la angustia, y de este modo, al umbral de la
puerta del acto, para que pueda ocupar una posición diferente en relación al significante, opuesta a
padecerlo, y sienta la necesidad de resolver, de actuar, de transformar algo de la relación con su
deseo.
Lacan plantea en “Una cuestión preliminar” que no se llega a lo insoportable del síntoma desde
afuera, sino desde una posición de estricta sumisión a las posiciones propiamente subjetivas del
enfermo”.
Para estar a la altura de esa clínica, es más evidente aún que se necesita haber pasado por ella
primero como analizante, haber recorrido el camino que lleva al “reconocimiento” en el síntoma no
sólo de la huella, sino también lo que él conserva de trauma actual, de goce intolerable al que el
sujeto permanece fijado.
¿Cómo podríamos ayudar a ubicar ese imposible en otro sujeto, si antes no hemos pasado por
la experiencia? Es lo que justifica la tercera parte de la definición de Lacan. Forma parte de la
delimitación de la clínica psicoanalítica el imperativo ético que nos exige repudiar la idea de
conocimiento. No es tomando al paciente como objeto de nuestro conocimiento como podemos
hacer clínica desde el psicoanálisis. Ni bien lo hacemos, ya estamos afuera del discurso analítico, ya
somos psiquiatras otra vez. O tal vez peor aún, psicoterapeutas, que sólo podemos recetar el retorno
de lo mismo, y no nos cabe ya esperar ninguna innovación genuina, ninguna ganancia de saber que
nos permita una transformación con relación al síntoma.
La clínica, desde esta perspectiva, exige repudiar todas las objetivaciones psicológicas del sujeto al
que en la experiencia encontramos solamente asegurado en su división, en una exterioridad
ontológica y ética esencial respecto del “individuo” tomado como objeto de conocimiento. Es decir
que no se llega a lo insoportable del síntoma desde afuera, sino desde una posición, como dice
Lacan en la Cuestión preliminar, “de estricta sumisión a las posiciones (suelen ser más de una)
propiamente subjetivas del enfermo”. Es sólo así que se puede “entrar en la subjetividad del
delirio”, por ejemplo. ¿Cuál es el camino entonces? ¿Cómo se accede a lo insoportable del síntoma?
Lacan continúa su definición: el inconsciente es la huella y el camino por el saber que constituye.
UNIDAD II
INHIBICIÓN: Avance del registro de lo imaginario por sobre el simbólico. Terreno del YO.
SÍNTOMA: Avance de lo simbólico hacia lo real. Terreno del ELLO.
ANGUSTIA: Desborde de lo real por sobre lo imaginario del cuerpo.
Inhibición
Según Freud, la inhibición es la limitación de una función del Yo porque a raíz de su ejercicio
sobrevendría la angustia. Es una limitación funcional ejercida por el Yo con el fin de evitar el
proceso de la represión, es decir, evitar un conflicto con el Ello, con el Súper Yo o con la Realidad
Externa. Existen diferentes funciones del Yo que pueden ser sometidas a una inhibición: entre ellas,
la función sexual, la alimentación, la locomoción, el trabajo, entre otras.
Por su vínculo con las fantasías, la inhibición puede tener raíces inconscientes y es por eso que
Lacan plantea que la inhibición supone un avance del registro de lo imaginario por sobre lo
simbólico, ya que sostiene que en ocasiones la inhibición puede alcanzar el nivel del símbolo, en el
sentido en que la función inhibida puede llegar a ser un símbolo de aquello que está más
profundamente alterado, puede llegar a indicar la presencia de una satisfacción pulsional reprimida,
y así, acabar convirtiéndose en un síntoma.
Síntoma
El síntoma se trata siempre del “indicio” de un proceso patológico (a diferencia de la inhibición) y
sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La
represión parte del yo, quien, por encargo del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional
incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue restringir el devenir consciente de la
representación que era la portadora de la moción desagradable. El análisis demuestra a menudo que
esta se ha conservado como formación inconsciente.
Es por eso que desde el punto de vista de la descripción de los hechos, una inhibición también
podría ser un síntoma en la medida en que pase a funcionar como “índice” de una satisfacción
pulsional “interceptada”, como dice Freud. Satisfacción molesta e inútil pero satisfacción al fin.
Esto quiere decir que desde el punto de vista de los conceptos el síntoma no pertenece al ámbito
del Yo (al menos no plenamente) sino del Ello. Ámbito que Freud califica como el “reservorio
pulsional”. El síntoma suele ser muy resistente y cuesta mucho removerlo. Dicho en términos de
Lacan, su campo es el goce y de allí su fijeza.
El síntoma pertenece a la frontera del Yo con el Ello, un indicio y sustituto de una satisfacción
pulsional reprimida, en la que también puede participar el “Super-Yo”, en tanto hunde sus
raíces en el Ello.
Angustia
La angustia se trata de un “afecto” que no pertenece a ninguna de las instancias psíquicas. Ni al
Yo, ni al Súper Yo, ni al Ello ni a la Realidad, aunque al mismo tiempo tiene vínculo con todas ellas,
por eso, es un fenómeno de borde.
Freud plantea que el Yo es quien registra ese afecto y es también quien ocasionalmente puede
almacenar en su memoria algo de su cualidad distintiva (Freud decía que el Yo es “el genuino
almacigo“ de la angustia) y el que puede transformarla y emitirla como señal de peligro (de lo que
viene del Ello, de la Realidad Externa o del Súper Yo). Pero aún así la angustia lo supera, no
reconoce ninguna de sus categorías cognoscitivas (ideas, objetos, representaciones, etc), y como
afectación apunta mucho más al ser que al tener, a la existencia (real) que se escapa que a la
consistencia (imaginaria) que lo deposita en la realidad. “No sé por qué me angustié”. Es por eso
que como afecto no engaña, porque no está atado a la cadena significante de las representaciones y
demás elementos discursivos como lo están la culpa (índice negativo del deseo), la vergüenza y el
pudor (índice negativo de la satisfacción) o el amor (engañoso por excelencia).
En términos de Lacan, el afecto de angustia es consecuencia del avance del registro de lo real (“el
afecto tipo de todo acontecimiento de lo real”) por sobre lo imaginario (es decir, el cuerpo). Y si “no
es sin objeto” (aquí la doble negación indica lo que está en juego en la fórmula lacaniana), ese
“objeto” no es especular, no aparece nunca en la realidad (ni en la imagen del cuerpo ni en la
representación del Yo) más que como falta o como punto de fuga. Dicho de otro modo, no es de acá
ni de allá, no está adentro ni afuera, está en los bordes. Y para eso Lacan inventó su neologismo,
éxtimo, que quiere decir: a la vez “íntimo” y “exterior”.
Pero a su vez, tal como Freud había advertido, hay una secuencia invisible en sus articulaciones. La
neurosis la recorre en una dirección (de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda) y el análisis lo
hace en la dirección contraria (de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha). Dicho de otro modo,
son el primero es el camino de formación del síntoma y el segundo el camino de análisis del
síntoma.
Esto implica para nosotros que el síntoma puede ser una defensa ante la angustia proveniente de
lo real, y la inhibición una defensa contra el síntoma. Hay allí un encadenamiento, una lógica de
problemas-soluciones. Entonces, tenemos dos polos: el de la angustia (que linda con el acto y la
certeza) y el de la inhibición (que linda con la inmovilidad y la dificultad). El síntoma está en el
medio y es el medio a través del cual el análisis puede establecerse y desarrollarse, pero solo en la
medida en que se lo haga intervenir. Y para eso no hay más recurso que intervenir el discurso del
paciente (interrogarlo, puntuarlo, cortarlo). Si eso no puja, si el síntoma no empuja, no hay
interpretación del analista que valga. Y de allí la otra consideración, la que refiere más directamente
a la operación del análisis y a la posición del analista.
Hace falta trabajo para orientarse y reconocer la moción reprimida, su sustituto síntoma y el motivo
de la represión. El pequeño Hans, se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el
caballo. La incomprensible angustia frente al caballo, es el síntoma. La incapacidad para andar
por la calle es un fenómeno de inhibición que el Yo se pone para no provocar el síntoma-angustia.
Se trata no de una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa
angustiada: El caballo lo morderá. Este contenido procura sustraerse de la cc y sustituirse mediante
la fobia indeterminada, en la que ya no aparecen mas que la angustia y su objeto. Hans se encuentra
en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a quien ama toda vez que no entre en
cuenta la madre como causa del desacuerdo.
Su fobia es un intento de solucionar el conflicto de ambivalencia (un amor y un odio dirigidos
a la misma persona) que presenta con su padre. De las mociones en pugna, por regla general la
tierna se refuerza mientras que la otra desaparece. El carácter compulsivo de la ternura nos revela
que esa actitud no es la única presente, sino que se mantiene alerta para tener sofocada su contraria
y nos permite construir un proceso de represión por formación reactiva.
Para salir de la situación de ambivalencia hay dos caminos. La moción pulsional reprimida es un
impulso hostil frente al padre. Hans ha visto rodar un caballo y caer y lastimarse a un compañero de
juegos con quien habia jugado al caballito. Así, se construye en Hans una moción de deseo: ojalá
papa se cayese y se hiciera daño como el caballo y el amigo. El deseo equivale a la moción asesina
del Complejo de Edipo.
Lo que convierte el caso en neurosis es, única y exclusivamente: la sustitución del padre por el
caballo. Es el mecanismo de la formación sustitutiva (el caballo) lo que permite tramitar el
conflicto de ambivalencia.
*Diferencia entre paciente y analizante: son posiciones subjetivas distintas. El paciente es más
bien padeciente y pasivo al momento de tratar de encarar responsablemente lo que a él le pasa,
buscando las razones y las causas. Mientras que el termino analizante Lacan justamente lo introdujo
para marcar esa distancia, una línea divisoria, ya que se refiere a que cuando un paciente se
convierte en analizante, toma una posición mucho más activa y se esfuerza para asociar.
V. ¿Por qué Freud habla del síntoma como un cuerpo extraño? ¿En qué consiste la defensa
secundaria contra el síntoma?
Lacan. Seminario 12
Esta clase de Lacan está casi completamente dedicada a pensar el modo en que el analista se ubica
respecto del saber para dar lugar a la genuina función del síntoma: establecerse como campo de lo
analizable. En este sentido, podemos considerarla una continuación del cuarto apartado de
“Inhibición, síntoma y angustia”. Lo que Freud denominaba “expresión efectiva del síntoma” es
equivalente a lo que Lacan llama “indicación de saber incluida en el síntoma”. Ambas señalan la
puesta en relación del síntoma con el saber inconsciente.
Se destaca lo referente a la posición del analista, (para poder decir: “Yo soy psicoanalista”, como
dice Lacan en el segundo párrafo), distinguiendo dos cuestiones diferentes aunque articulables: su
relación con el Saber y su vínculo con el Deseo.
DESEO
Hablar del campo del deseo es, estrictamente hablando, referirse al campo freudiano. No hay
experiencia analítica que no lo tome en cuenta. Esta es una de las primeras cosas que destacó Lacan
y que tenemos que tener presente: fue Freud quien se introdujo en el campo del deseo inconsciente
a través de sus formaciones (empezando por el relato de los sueños). Y fue Freud quien inventó un
método para explorarlo (en los lapsus del discurso) y para liberarlo de sus ataduras (en la repetición
de los síntomas): el método de la asociación libre y la interpretación.
La referencia al deseo, entonces, no podría faltar en ningún caso en una práctica que se diga y se
pretenda psicoanalítica, va de la mano del concepto de inconsciente y por ende debe ser
especialmente considerado en su elaboración clínica. La cura analítica lo convoca, lo incita, lo
despliega y lo interroga, lo constituye en su objeto y en su objetivo. “Opera sobre él”, agrega Lacan,
sobre el “sujeto” y su “falta”. Esa esa propuesta es condensada en el aforismo: “hay que seguir el
deseo a la letra” (V capítulo de La dirección de la cura y los principios de su poder, 1958).
Lacan en su clase dice: “Ser psicoanalista es estar en la posición más responsable de todas, en tanto
es a quien es confiada la operación de una conversión ética radical, que introduce al sujeto en el
orden del deseo” Esta cita está en relación con la responsabilidad implicada en la práctica del
psicoanálisis: solo se puede ser culpable, en términos analíticos, si se cede o retrocede ante el
deseo que habita en cada uno de nosotros. La expresión ahora utilizada por Lacan es
contundente: “conversión ética radical”. Acentúa el hecho de lo irreversible, de lo que no se hace a
medias tintas sino decididamente, de lo que ya no tiene vuelta atrás. De una transformación o
mutación del sujeto que lo deposita en otro lugar, “el orden del deseo”, del cual ya no podrá
desentenderse, y que no es meramente del orden del anhelo, la fantasía o la voluntad. Por el
contrario, la relación al deseo es más bien problemática, tirante, con determinaciones múltiples y a
la vez incierta, y con una fuerte causa pulsional que lo liga al cuerpo sexual y a la existencia mortal.
Esto implica que el analista es el responsable de dirigir la cura, pero que no dirige al paciente. Que
el trabajo con el saber inconsciente es imprescindible en un análisis, pero que la clave no está
exactamente allí. Que la propuesta analítica no es saber más y más (mucho menos saberlo “todo”),
sino modificar el padecimiento y el estado de insatisfacción propio del síntoma. Y que el remedio
para eso es el deseo. Esto quiere decir que descifrar el saber inconsciente es necesario pero no
suficiente. Que el psicoanalista apunta al deseo (a su objeto, a su instrumento, a su causa) y en el
camino se encuentra con el saber (con los significantes en los que está articulado, aún cuando no
sea articulable en primera persona). Que entonces deberá hacer uso del saber del que dispone (y
también del que le suponen), pero para finalmente llegar al punto de marcar sus limitaciones, para
lograr que el analizante mismo experimente sus límites.
El psicoanálisis no aspira a una cura ideal sino a curarse de lo ideal (Freud: transformar la miseria
neurótica o psicótica en miseria común). Y el querer “saberlo todo” (fantasía de deseo típica del
obsesivo) podría ser una de sus manifestaciones más poderosas.
Hombre de las Ratas: El Soldado Ernesto no se cura tanto por lo que logró saber (sobre la cadena
de palabras que determinaban el conjunto de sus inhibiciones, síntomas y angustias) sino por
advertir que dicho saber “ratero” (ratten, erraten, heiratten, spielratten) no cumplía más que la
función de eximirlo cobardemente de la decisión que debía tomar en el “orden del deseo”: el que
surge del vínculo de sus progenitores y el suyo propio, que nunca es del todo propio o apropiable. Y
así como el joven Ernesto no se curó por saber sino por decidir (se casó con Gisela y se fue a la
guerra), la joven Elisabeth no se curó por recordar ni por rememorar. La catarsis la sanó pero no la
curó. Para curarse tuvo que soltar la imagen ideal de su amor prohibido (la fantasía de deseo que la
ligaba a uno de sus cuñados) para decidirse por el hombre con el que finalmente y libremente eligió
formar pareja.
La operación del análisis exige responder ante las coordenadas singulares del deseo.
SABER
Hay que distinguir el conocimiento del saber. Uno conduce a la compresión y otro al
entendimiento. Mientras que lo que se produce y obtiene como conocimiento tiene que ver siempre
con la “información”, lo que se produce y establece como saber tiene que ver con la “formación”.
El conocimiento está ligado al campo de lo imaginario y a la información fácilmente accesible que
podemos obtener del mundo y que nos conduce a la comprensión. El conocimiento es aquello que
en la clínica hay que repudiar (al como lo dicen Lacan en su definición de la clínica), en tanto no
aporta nada que permita producir un cambio subjetivo, ya que implica como tal una ocultación y
una degradación del saber.
El saber pertenece al campo de lo simbólico y se obtiene de la cadena significante, de las
formaciones del inconsciente, en el marco del análisis, conduciendo al entendimiento. Se produce
en el análisis cuando el paciente pifia, cuando dice más de lo que quiere decir.
Otra distinción que hay que hacer, es la del plano de la verdad, a distinguir entonces tanto del
conocimiento como del saber. Ella se sitúa, por así decir, entre uno y otro. La verdad siempre tiene
algo de ficción, nunca se puede decir más que a medias y por eso el Yo no puede sostenerla sin al
mismo tiempo mentir. De lo que se trata es de introducir al paciente en esa otra escena freudiana
que es la del deseo y sus verdades, enunciables, pero a medias, parciales y ficcionales, pero que
animan y sostienen sus producciones sintomáticas.
También, por eso, hay que hacer la diferencia entre el signo (también índice o señal) y el
significante. Mientras que el signo se despliega en una comunicación unívoca y lineal por ser “lo
que representa algo para alguien”, el significante interpone un muro en esa comunicación entre
individuos al ser su función la de “representar a un sujeto”, no para otro sujeto sino “para otro
significante”. Esto no implica que el signo no importe al analista. Importa y mucho, ya que es el
punto de partida de su operación, y en cierto sentido también el punto de llegada. Eso quiere decir
que en el análisis el signo inicial (referido al síntoma, por ejemplo) se abre hacia el significante y
sus encadenamientos sucesivos. “No hay humo sin fuego”. Para entrar en el campo analítico se
requiere de la llave significante, de sus equívocos y de sus rodeos.
“El síntoma, sería necesario definirlo como algo que se señala [un signo], como un sujeto que
sabe que eso le concierne, pero que no sabe lo que es”. En esta frase encontramos condensado lo
que interesa producir en la fase preliminar al análisis para que el síntoma se torne analizable. Y en
eso el analista también tiene su parte. También está implicado en la operación del síntoma y su
función es decisiva y capital: “Es evidente que el psicoanalista se introduce en primer lugar como
sujeto supuesto saber, es él mismo quien recibe y soporta el estatuto del síntoma”. Eso no quiere
decir que el analista sepa acerca de ese síntoma. “Un sujeto es psicoanalista, no sabio”. Quiere decir
que es por la presencia del analista (su silencio, su escucha, su manera de preguntar más lo poco que
dice, más bien a medias tintas) que el significante del síntoma “acepta” desplegarse en la asociación
libre.
La angustia es la sensación del ser hablante ante algo, un llamado oscuro de lo real frente al cual
aún no se decide a intervenir. Ese real le concierne en un punto en que no se reconoce. La angustia
le concierne con certeza la capacidad de elegir: huir, quedarse quieto, afrontar. Está en juego su
relación con el acto, hacia el acto convoca la señal de angustia.
Freud afirmó que la neurosis de angustia se produce cuando la angustia no encuentra derivación
psíquica. Al faltar toda preparación subjetiva, el paciente se ve afectado por un padecimiento del
que pareciera no participar; esa angustia automática. Esta angustia no tiene objeto ni significación
alguna. El angustiado nada sabe de la génesis de ese afecto tan displacentero, ni tampoco ante que
se angustia. Ni siquiera lo sabe de forma inconsciente. No hay posibilidad de elaboración psíquica a
través de una sintomatización conversiva o fóbica, ni a través de formaciones del inconsciente. Para
Freud, la causa principal de este tipo de angustia era la tensión sexual provocada por malos
hábitos sexuales como el coitus interruptus. La neurosis de angustia es neurosis actual porque
no basa su etiopatogenia en un trauma previo y desconoce sus antecedentes.
Esta lectura de la angustia, desconoce lo que la angustia puede representar para el ser hablante en la
relación con su deseo. Supone desprender forzosamente a la angustia de sus referencias
inconscientes y de su origen estructural. Demuestra la necesidad de entender que la angustia no está
completamente desprovista de sentido, sino que es un displacer que señala un real, que podría tener
un valor ético, de orientación al acto.
2) La angustia como afecto de lo real, que puede ser un apronte al acto, a la toma de decisión,
a la elección.
Hay otra lectura de la angustia que la ubica en el polo de la responsabilidad del ser hablante,
responsabilidad entendida como posibilidad de preferir y proferir una respuesta. Entiende a la
angustia como la sensación especifica del ser ante coordenadas en las que su acción es requerida.
El abordaje de la angustia desde esta perspectiva, supone pensar a la angustia como señal de una
configuración real que le concierne al sujeto en cuanto a su ser, como una señal que brinda una
oportunidad para la acción, por la cual el ser hablante es convocado a un cambio de posición en la
relación con su deseo. Esta perspectiva reconoce al angustiado una posibilidad de respuesta distinta
del pánico y la conducta de huída. La angustia es una modalidad de tránsito de pasividad a la
actividad; es señal pero también es apronte, es disposición a la acción.
En este sentido podemos decir que la angustia es pre-acto, sitúa al ser hablante en el umbral de la
puerta del acto, y la señal que ofrece, si bien es muy displacentera, puede ser una suerte de
referencia para el ser hablante, una posibilidad de pasar a otra configuración subjetiva. En este
sentido es que Lacan plantea que la angustia no engaña, sino que ofrece una certeza, porque una
nueva orientación es posible a partir de su experiencia. Así, es a través de las coordenadas de la
angustia que el ser hablante a través del análisis puede tomar partido de su deseo. Es el momento
de destitución subjetiva requerido. “El acto le arranca a la angustia su certeza”
3) La degradación neurótica de la angustia en miedo/ como angustia neurótica que se
transforma en síntoma
El neurótico, no sabe, no puede o no quiere servirse de la brújula que le ofrece la angustia. Esta
indica una posibilidad de elegir, pero el neurótico la considera una elección forzada entonces la
evita mientras puede, armando una solución de compromiso (ni sí ni no). En la neurosis la
angustia es reemplazada por el síntoma que obstaculiza el pase al acto. Encubre una escisión
ética que es fuente de sentimiento inconsciente de culpa resultado de no haber tomado partido.
El sentido del análisis y del método propuesto por Freud justamente consiste en invitar al sujeto
inhibido en su acción a asociar libremente para tomar al síntoma como brújula, para desplegarlo en
lo simbólico hasta proporcionar, al término de la elaboración analítica, un pasaje de lo simbólico a
lo real. En otras palabras, el análisis supone en sí mismo una elaboración de las coordenadas
estructurales de la angustia para llevar al sujeto hasta la puerta del acto, supone reconocer al ser
hablante otra posibilidad de respuesta que la conducta de huida, supone convocarlo a una elección
que lo singulariza.
Entre la puerta imaginaria de la entrada de análisis y la real de salida, el entramado analítico del
síntoma interpone la estructura de lo simbólico, la elaboración por lo icc, hasta alcanzar la solución
de lo imposible: no hay más que el acto para salir.
SÍNTOMAS “ACTUALES”
Introducción
Los modos contemporáneos de la subjetividad nos muestran una importante tendencia hacia la
desaparición del sujeto del deseo del sujeto que se aloja en la cadena simbólica del deseo y, por lo
tanto, desaparición del sujeto que se deja representar por el significante. Lo que aparece de manera
distinta en el acting out y en el pasaje al acto, son sujetos que, ante un encuentro con un real, no
responden con un síntoma o desde el deseo, sino con algo asociado a la pulsión.
¿Estamos los psicoanalistas en la clínica actual confrontados a nuevas formas del síntoma?
Muchos de los síntomas llamados “actuales o nuevos”, existen desde siempre y son tan viejos como
el psicoanálisis: las adicciones, bulimias, anorexias, ataques de pánico, etc. No hay una
modificación de la estructura y la triada [psicosis – neurosis – perversión], pero si se constata que
hay cambio de ropaje de la envoltura formal del síntoma, que modifican de manera patente los
deseos del sujeto, e incluso el nivel real de su goce, pero que mantienen las condiciones necesarias
para hacerlas corresponder a una estructura clínica específica.
Podemos afirmar entonces que encontramos los “viejos síntomas”, los que siempre existieron,
en nuevos contextos y se presentan con nuevas modalidades de goce. Lo que ha cambiado son
los modos de presentación del padecimiento.
No podemos negar es que existen una cantidad de patologías incrementadas en esta época y
evidencian las exigencias del discurso social: que enfrentan al analista a una demanda diferente a la
clásica y pone en aprietos el dispositivo analítico. Dado que todo discurso opera sobre lo real, no es
raro que también las patologías sufran las consecuencias de la vida actual. Los pacientes son
diferentes a los que eran en tiempos de Freud, adoptan el estilo y los giros de moda del momento.
Puede constatarse que los síntomas cambian, toma los ropajes de la época, son como dice Lacan
mediante un neologismo calculado “hystóricos”. Históricos en sus manifestaciones, ya que son
función de la lengua y del discurso de la época, pero trans-históricos en su estructura. Hoy
como ayer, los hombres y las mujeres sufren por lo que les falta o por lo que tienen en exceso.
La clínica de nuestro tiempo
Cada vez más recibimos en nuestros consultorios sujetos que no presentan su padecimiento desde
un síntoma clásico, como formación de compromiso y satisfacción sustitutiva. Son pacientes que no
se preguntan sobre su causa. El sujeto en vez de estar representado por las formaciones del
inconsciente se presenta más del lado del acting out, actuaciones intentando golpear la puerta del
Otro para encontrar alojamiento, con un goce silencioso, desconectado de toda suposición de
saber.
Lo común de estas patologías es el incremento de la pulsión de muerte, se caracterizan por actos
irrefrenables que los llevan a riesgos físicos, casos límites que bordean la muerte. Sujetos que se
exponen a situaciones de riesgo, apelan a paliativos: droga, alcohol, comida para el dolor de existir.
Se muestran como si hubieran logrado un total acoplamiento al goce, con total ausencia del deseo.
Hay dificultad en el establecimiento de la transferencia, ya que no quieren saber nada de si, están
ubicados en la posición del “Yo no pienso”, por lo tanto, no hay preguntas, ya tienen las respuestas.
Instauran algo que funciona al modo de un impasse. En este punto se instala la pregunta por la
posición del analista frente a este impasse. ¿El síntoma en estas condiciones, es factible de una
operación analítica? Son pacientes con un proceso asociativo pobre. El pensamiento es sustituido
por una actividad incontenible.
El desafío del analista es lograr pasar de una clínica del hacer a una clínica del decir, lograr
pasar de una satisfacción autoerótica, pulsional, a un discurso regido por la cadena
significante.
2.4 Camuflajes del síntoma en el siglo XX y los síntomas llamados “actuales”: El síntoma
incorporado en el yo, las formas neuróticas de la fantasía, las presentaciones clínicas en forma de
objeto ¿Qué quiere decir actual? Variantes clínicas del rechazo del deseo: culpabilidad, depresión,
melancolía
¿Qué quiere decir actual? ¿Cuál es la distinción nosológica entre síntomas actuales y el síntoma de
transferencia? ¿Dónde está el sujeto en el síntoma actual? ¿Cuál es el lugar del analista? ¿Son
posibles de ser tratados por el psicoanálisis?
Serie de numerosos trastornos tales como la ansiedad, anorexia, bulimia, adicción al fármaco, a
Internet, al juego, etc. existen desde hace miles de años, pero hay un gran aumento. El texto
muestra la pertinencia de estos fenómenos en las categorías freudianas, así como la validez para
conceptualizarlos y abordarlos clínicamente.
Freud establece una distinción nosológica entre síntomas actuales y el síntoma de transferencia,
este último se juega en la división subjetiva que abre el análisis de las pulsiones elementales y de
los deseos en juego, consiente a la elaboración inconsciente. Lo actual, rechaza la división, rechaza
el inconsciente, es pasaje al acto que se afirma por fuera de las cadenas del lenguaje que constituyen
la memoria. Al menos así se presenta al analista, verdad tal vez, pero sin sujeto.
¿Y dónde está el sujeto en el síntoma actual? Afuera del cuerpo, en la inquietud de la familia, en
la preocupación de los otros, en los que piden ayuda por quien no lo hace, angustiándose, remite el
efecto de división subjetiva al Otro. Como el sujeto anoréxico, que no necesita comida, pero su
familia se angustia porque no come.
Lo actual es entonces lo que no remite al pasado, lo que no resulta elaborable en función de lo
ocurrido previamente, lo que no responde a los mecanismos de la memoria inconsciente,
precisamente porque su esencia misma consiste en ignorar esa memoria. Actual es el caso que se
presenta al psicoanalista en el desinterés o en la dificultad para establecer una transferencia
aprovechable para la cura.Lo actual es ese grano en el que el yo no se reconoce, y que puede tener
valor causal para la constitución del síntoma.
Lo actual es extraño, pero no exterior, es pulsión y es defensa, es angustia o pasaje al acto para el
sujeto que no ha encontrado ningún deseo como guía. En este punto se instala la pregunta por la
posición del analista frente a este impasse.
Es necesario para que ese síntoma sea interpretable, hacer una operación analítica para que ese goce
que se basta a sí mismo precise del Otro. Para ello contamos con el deseo del analista. Uno de los
desafíos del analista es lograr que estos “síntomas” puedan decir algo sobre la modalidad de goce
para cada sujeto. Y para eso debe valerse de la transferencia. Para que un síntoma sea interpretable,
le hace falta el sobre agregado de la transferencia, es decir un proceso de transformación, que sea un
mensaje dirigido al Otro.
El riesgo que tenemos los analistas es no saber ofertar la escucha a los problemas clínicos que
escapan al clasicismo, es rechazar a los “extraños pacientes” por considerarlos inanalizables.
El dispositivo analítico ofrece habilitar la palabra y el despliegue del conflicto y por ese medio es
posible lograr poner un límite al acting, al pasaje al acto.
Entre los síntomas y las Pulsiones están las fantasías. En el trayecto del análisis que iría de los
síntomas a las pulsiones, se interponen las fantasías, que desde el punto de vista de la verdad
histórica son falsas, o en el mejor de los casos una mezcla de verdad y falsedad. Hay una Realidad
Psíquica que encuentra su fundamento en las fantasías que viene al lugar de la articulación entre
síntoma y pulsión. El sujeto en análisis muestra un desconocimiento sorprendente de la diferencia
entre realidad y fantasía, para el neurótico coinciden.
Fantasía y angustia: La fantasía tiende un velo sobre eso con lo que uno se identifica. Cuando el
sujeto advierte ese efecto a del lenguaje como separado, el efecto ilusorio de la fantasía se pierde y
resulta angustioso. Es señal de la presencia estructural, de ese objeto que usualmente el sujeto no ve
porque se identifica con él, mira desde él. La angustia señala una ruptura de la identificación con el
objeto a. Por eso la angustia no es sin objeto, y más precisamente, no es sin objeto a.
La fórmula de la angustia, a ---$. Donde el a, es la señal que llega al sujeto desde lo real. La
angustia tiene por eso una posición intermedia entre la fantasía y el acto. En la fantasía el sujeto se
identifica inconscientemente con el a, en la angustia se encuentra con el como algo que al mismo
tiempo se separa de el y lo despierta en presencia de un deseo en el Otro, un deseo al que siente
como amenazador si no puede reducir a una demanda de amor o de reconocimiento. En el acto, el
objeto ya intervino como causa del deseo, es una causa que ya no angustia, sino que impulso al
sujeto al encuentro con el Otro (acto) o al rechazo del Otro (pasaje al acto). Solo el acto, puede
arrancar a la angustia su certeza, su certeza orientadora hacia la acción.
Esto quiere decir que lo ilusorio de la fantasía no está dado por los elementos que intervienen en la
identificación, los elementos que la componen, sino por la operación de identificación en sí misma,
que induce un efecto de velo, de velo tendido sobre lo real de los elementos con los que se produce.
Por eso, entre el $ y el a se introduce un tercer elemento, el velo mismo, que permite la
identificación, permite no ver, lo que ese afecto a tiene de real, de cierto, de angustiante, de causa
del deseo del otro.
Sin embargo, el acto requiere afrontar la pérdida de identidad que provee la fantasía, supone la
ruptura de la identificación con el objeto “a” y con ello el afrontamiento de la angustia. Es por ello
que la angustia tiene una posición intermedia entre la fantasía y el acto.
Para operar con la fantasía, EL ANALISTA, en vez de pretender que el sujeto admita su error de
apreciación de la realidad, debe entender que la resistencia del paciente está basada en el empleo
fundamental de la fantasía y en su deseo de mantener su deseo. En este sentido, debe apoyarse en la
función de la fantasía, ubicándose el mismo en el lugar del “a”, para luego cortar la identificación
del sujeto con el “a” y realizar la distinción entre el “a” y la demanda.
El análisis se orienta a producir un sujeto advertido de su constitución, un acto a partir del cual el
sujeto pueda ubicarse en relación con el “a”, para transformar la fantasía en pulsión. Se orienta
hacia la asunción de la castración, hacia la destitución del sujeto de la fantasía, para darle al sujeto
la capacidad de actuar, de ser, y dejar de sostener su deseo como inhibido sino ubicarse como sujeto
de deseo.
La fantasía cumple la función de disimular el síntoma. En la fantasía, Por eso es que se plantea que
la fantasía es otra forma de la presentación del síntoma, cumple la función de disimular el síntoma.
Freud encuentra que la fantasía «Pegan a un niño” es confesada con frecuencia en el análisis y no
solo de los neuróticos obsesivos e histéricos. Está asociada al placer y a satisfacción autoerótica. La
confesión de esta fantasía es con titubeos, vergüenza y culpa. Vencida la resistencia aparece que las
primeras fantasías de esta clase se cultivaron muy temprano, sin duda antes de la edad escolar, ya
en-el quinto y sexto años.
Al presenciar en el colegio como otros niños son azotados por el maestro vuelven a reaparecer estas
fantasías que estaban adormecidas y modifican su contenido. A partir de entonces «muchos niños»,
en número indeterminado, son azotados o recibían otra clase de castigos.
Ante escenas reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador rechazo y en algunos
casos se le hacía insoportable. Por otra parte, en las fantasías se establecía como condición que los
niños que recibían el correctivo no sufrieran un daño serio.
Concluye, que esta es una fantasía que emerge en la temprana infancia quizás a raíz de ocasiones
casuales y que se retiene para la satisfacción autoerótica, es un rasgo primario de perversión. Vale
decir: uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo,
se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los
ulteriores procesos evolutivos. Esas fantasías la mayoría de las veces permanecen apartadas del
restante contenido de la neurosis y no ocupan un sitio legítimo dentro de su ensambladura.
Lo importante de esta fantasía es que aparece por fases, lo que queda suprimido de cada fase es lo
que más importa. En cada una de estas fases el niño fantaseador va cambiando el vínculo, el objeto,
su contenido y su significado.
Dice Lombardi: Fase decisiva, porque restituye al padre en tanto partenaire de un amor incestuoso.
Esta frase revela el núcleo estructural del Edipo, que es la perversión fundamental del neurótico, el
masoquismo. La perversión en juego es una pere-versión, un retorno al padre que forma parte de la
estructura de la fantasía y permite distinguirla netamente de la pulsión.
Lombardi agrega: Los elementos fundamentales son los que están elididos pero articulados, en la
tercera fase, el sujeto gramatical, el padre como partenaire, y la mirada en tanto objeto excluido de
la escena. Son esos elementos los que permiten sostener el deseo en las condiciones de existencia,
fuera de la cadena de la demanda. La fantasía enmarca la realidad psíquica, ya que tiene variados
efectos sobre la concepción del mundo que se hace el sujeto, sobre el carácter, y sobre la conducta.
Además, una posición en la vida que es característica de la inhibición neurótica es quedarse
mirando, no actuar, y sobre todo no actuar el deseo a la pulsión.
¿Cuál es el mayor aporte de este texto? Contribuye al esclarecimiento sobre la génesis de las
perversiones en general, en particular del masoquismo (capítulo V).
La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida dentro
de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos —para no
decir «normales»—.
Freud insiste que las perversiones están en relación con las pulsiones parciales que no quedan
integradas a la organización genital infantil que corresponde a la fase fálica del Edipo. (Lacan
también acuerda con esto). Tanto perversión y neurosis son vicisitudes del Edipo, en ambos opera la
castración, a diferencia de la psicosis.
Prevalece el carácter prematuro de un componente sexual y es referido al amor incestuoso de
objeto, al complejo de Edipo del niño. Esta perversión infantil esperable y propia del proceso
evolutivo, puede quedar como un episodio, o puede convertirse en el fundamento para que se
desarrolle una perversión.
En cuanto a la génesis del masoquismo, al comienzo parece corroborarse que el masoquismo no es
una exteriorización pulsional primaria, sino que nace por una reversión del sadismo hacia la persona
propia, o sea por regresión del objeto al yo. Pulsiones de meta pasiva son dadas desde el comienzo
mismo, pero la pasividad no constituye todavía el todo del masoquismo; a este le pertenece,
además, el carácter displacentero, tan extraño para un cumplimiento pulsional. La trasmudación
del sadismo en masoquismo parece acontece por la conciencia de culpa que participa en el
acto de la represión. La consciencia de culpa le escandaliza tanto de esta elección incestuosa del
objeto y por lo tanto lo vuelve hacia el propio sujeto. Entonces, la represión se exterioriza aquí en
tres clases de efectos: vuelve inconsciente el resultado de la organización genital, constriñe a esta
última a la regresión hasta el estadio sádico-anal y muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en
cierto sentido de nuevo narcisista. De estos tres resultados, el intermedio es posibilitado por la
endeblez de la organización genital, endeblez que damos por supuesta en estos casos; el tercero se
produce de manera necesaria porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como
la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital. ¿De dónde viene la conciencia de
culpa misma? Los neuróticos sitúsn el onanismo en el centro de su conciencia de culpa, debía
referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de
manera inconsciente vale decir, la fantasía proveniente del complejo de Edipo.
En la perversión también hay Edipo, pero se manifiesta de otra manera, la pulsión parcial de forma
más desnuda. En la perversión podemos tener varias pulsiones que no se integraron, algunos van
más al sadismo y otros al masoquismo. Mientras que la posición del neurótico es más masoquista.
En la perversión, ALGUNA pulsión no ha quedado integrada, no todas, el perverso puede tener
UNA pulsión no integrada, que reaparecerá y será la que necesita para su cuestión de acercamiento
a la sexualidad. En la perversión hay fantasías, pero en vez de quedar en el plano psíquico y de
producir culpa o pudor, el perverso las actúa (no todas, sino en las que haya quedado fijado en su
desarrollo), en cambio apra el neurótico quedan más en el plano psiquico. El neurótico reprime lo
que el perverso actúa.
En la perversión se destaca la constancia de un elemento que tiene valor simbólico que se mantiene
constante a lo largo de la vida de una persona, es un elemento significante [privilegiado], pone en
relieve a ese elemento como primordial, único irreductible, el zapato o látigo del perverso,
elementos instrumentales.
Punto 2.5 Las nociones de acting out y pasaje al acto. Los intentos de suicidio y el suicidio
irreversible. El desencadenamiento de la psicosis como pasaje al acto.
Lacan, J. (1962-63). El Seminario. Libro 10: La Angustia. (Clases VIII (punto 3) y IX), XXI
(introducción y punto 1). En Buenos Aires: y aportes La dirección de la cura y los principios
de su poder. Capítulo 5 de Lacan, J.(1958,bib. Complementaria
El Acting out puede ocurrir dentro de la sesión o fuera de la cura. Pero es la cura analítica la que
nos permite descubrir la especificidad de esta acción. El acting-out es una acción, inmotivada,
fundamentalmente un mensaje, en él hay un sujeto, una escena y la mirada del Otro, el analizante no
puede explicar porque lo hace.
El acting out exhibe un significado, pero donde lo enigmático para el sujeto es la causa. El sujeto no
puede “integrar” esa causa, entonces lo que hace es hacer entrar al objeto intempestivamente en la
escena, llama al Otro, a la interpretación, pero no es interpretable.
El acting en el seno de la cura, puede tener un valor correctivo, que, si el analista se da cuenta de
que hay algo que no está escuchando, puede cambiar su posición al respecto. Escuchar el deseo y no
responder a la demanda. El a tiene que estar del lado del analista, como semblante y causa del a.
Cuando esto no aparece y aparece como un amo sin barrar, como alguien que le dice lo que tiene
que hacer o lo que le pasa, aparece el acting.
Pasaje al acto
Cuando la defensa frente a la angustia no se incluye en el fantasma, se está en un punto de ruptura,
que es lo que Lacan llama Pasaje al acto (término inventado por Lacan). El Pasaje al acto es cuando
la defensa frente a la angustia se presenta como una forma franca de no querer saber, rechazo al
Otro, al Otro del saber. El sujeto se sustrae a toda dialéctica del reconocimiento. Apunta a lo
definitivo, hay un no al Otro. No hay espectador, hay desaparición de la escena. Hay certeza
igual que en el acto.
El sujeto aparece borrado al máximo por la barra, se precipita y cae por fuera de lo imaginario,
fuera de la escena fantasmática, de la única escena a partir de la cual se constituyó y a través de la
cual podía mantener su estatuto de sujeto. Como dice Lacan, cae de “la escena”, que tiene estructura
de ficción, al “mundo”, en donde lo real se precipita, quedando identificado al objeto “a” como
resto aborrecido de su relación constitutiva con el Otro, de la división subjetiva debido a la captura
del significante. El sujeto se identifica absolutamente con el a, en su función de resto, y se deja caer.
El pasaje al acto es una forma radical de rechazo
Mientras que el acting se caracteriza por su sostenimiento, por su estructura de escena, el pasaje al
acto tiene impulsividad, en el sentido de una ruptura repentina en una continuidad, se observa en la
conducta, pero incluye también a la subjetividad, la velocidad, como nos enseña ejemplarmente, el
suicidio del melancólico. Tiene un carácter de urgencia. El paradigma es el suicidio.
Pero pasaje al acto no es solo el suicidio, sino también Lacan da como ejemplo la cachetada que
Dora le da al Sr K. Podemos ubicar un antes y un después de la escena del lago, que produce lo que
podemos llamar un corte en la cadena de las complicidades. Algo circulaba entre esos cuatro
personajes y a partir de dicha escena ese circuito se corta.
El caso de la joven homosexual plantea un acting y también un pasaje al acto. La joven que va con
su amada mostrándose, es un acting, se cruza con el padre y ante su mirada irritada, no es una
mirada irritada cualquiera, sino que es “te dejé caer de mi deseo” y entonces: “sos un deshecho”.
Lacan nos dirá no tiene donde parapetarse, la deja en el mismo lugar de la decepción que había
sentido frente al nacimiento del hermanito. Entonces viró hacia esa mujer, “hay al menos una que
me sostiene”, pero la otra le dice: no, que ya no va más la relación y entonces la joven homosexual
se arroja inmediatamente de un puente, se deja caer.
Y entonces la llevan a Freud, donde ella le dice vengo por hacerle caso a mi padre, pero yo estoy
bien, Freud dice no hay transferencia, esto no va a andar, no se deja “engañar”. La teoría de Lacan
es que es Freud se angustia, y la deja caer y la deriva.
Acto
Acting out y Pasaje al acto son en relación a un acto verdadero, actos extraviados. En el acto se
regula el HACER. El acto no está desligado del DECIR, se trata de decir sí o no, tiene
consecuencias, mientras que en el acto hay creación, invención y modificación subjetiva, en el
Pasaje al acto no encontramos nada de eso, sino que más bien observamos que esta respuesta
obedece a la repetición y siempre en la línea del rechazo del saber.
El acto es hacia donde se orienta el trabajo del análisis, supone como tal la posibilidad de que el
síntoma se exprese y manifieste como división subjetiva, como un conflicto que exponga al sujeto
al borde de la experiencia de la división, de la angustia, y de este modo, el sujeto sienta la necesidad
de resolver, de actuar, de transformar algo de la relación con su deseo. Supone reconocer al ser
hablante otra posibilidad de respuesta que la conducta de huida, supone convocarlo a una elección
que lo singulariza para que pueda tomar partido de su deseo. El acto instaura algo irreversible para
el sujeto, se caracteriza por haber un antes y un después, en el que uno ya no es el mismo.
Lacan, J. (1958). De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. V. Post
–Scriptum
El punto que interesa es el del desencadenamiento de la psicosis, relacionado con el pasaje al acto.
En la psicosis son frecuentes los pasajes al acto: suicidios melancólicos, automutilaciones, etc.
Se refiere a la forclusión del nombre del padre y al fracaso de la metáfora paterna como la
condición esencial que da lugar a la psicosis y la separa de la neurosis en la que si funciona la
cadena significante con sus leyes de metáforas y metonimia. Para que la psicosis se desencadene es
necesario que sea llamado a intervenir el nombre del padre, no el padre real, la metáfora del padre,
y que venga un otro a ese lugar. Cuando tiene que aparecer el otro simbólico hay un agujero que
hace que se derrumbe lo que hasta ahí lo había sostenido desde lo imaginario, y se produce el
desencadenamiento de la psicosis. Por eso, hay que evitar llevar al psicótico a que se enfrente con
ciertas situaciones porque no tiene los recursos necesarios.
Al llamado del Nombre del padre responde, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más
que compatible con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo. Debido a
su forclusión, cuando es llamado el N del padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple
agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el
lugar de la significación fálica.
Hay que ocuparse no tanto en lo de imaginario, sino más de la manera en que la madre se aviene a
la persona del padre, y sobre todo del caso que hace a su palabra, a su autoridad, dicho de otra
manera, del lugar que ella le reserva al Nombre del Padre en la promoción de la ley.
**Se trata de seguir el deseo a la letra por referencia a la estructura de un inconsciente que se
presenta “a cielo abierto”, como dice Lacan. De allí la Cuestión preliminar a tomar en cuenta, de la
que depende la “maniobra de la transferencia” para el caso del paciente psicótico, es decir, de la
distribución subjetiva del objeto de la libido y del significante del saber.
Las coordenadas generales son: “sumisión a las posiciones subjetivas del paciente” a la hora de
escuchar, dar la palabra, interrogar e interpretar, pero hay notorias diferencias en el devenir de la
cura y su final, en lo que respecta a la función que cumple la palabra en el campo del lenguaje a
instancias de la letra. Es en el plano del discurso concreto del paciente donde el analista encontrará
su lugar y sus posibilidades de intervenir.
2.6 El síntoma como revelador de la posición inconsciente del sujeto. Síntoma y estructura
social. El síntoma particular, singular
Lombardi Singular, particular, singular. “La función del tipo clínico en psicoanálisis”
El nudo de la Neurosis.
La neurosis se nos aparece como un nudo enredado. Ese anudamiento puede causar muchas
inhibiciones. Simplificar el nudo, a unos pocos cordones, aunque no se lo desate, puede producir un
margen de libertad.
Lacan conjeturó que los hilos que sostienen nuestra existencia y nuestro deseo puedan ser reducidos
finalmente a unos: lo simbólico, lo real (imposible de entramar en lo simbólico) y lo imaginario
(que toda estructura requiere como consistencia mínima). Esta tripartición fue su contribución a
Freud y al psicoanálisis.
Sin embargo, constató que no alcanzan estos tres elementos para configurar un nudo borromeo
capaz de alojar a un sujeto como ser social. Es necesario una cuarta consistencia, de padre, de
creencia que salva del desencadenamiento, de la locura. A este cuarto hilo, posteriormente se lo
nombró como sinthome en algún caso preciso, en otros simplemente síntoma.
No se puede tirar de la soga de lo simbólico tanto como uno quiera, a nivel asociativo no somos tan
libres. Si tiramos demasiado de esa cuerda, se produce un tironeo del nudo que duele fuertemente en
alguna parte, en alguna parte que ya está erosionada desde hace mucho tiempo, desde aquel primer
encuentro con un goce que marco un antes y un después, un goce seleccionado entre otros, que
singulariza al ser hablante en sus coordenadas.
Particular/ Singular
Ser un ser singular coincide con lo universal, todo hombre es singular como todo el mundo, lo cual
no le exige salir del principio de placer. Si bien todos somos singulares, esto no basta para
desenmarañar la neurosis.
Lo que incomoda al neurótico no es la singularidad, sino la particularidad de su síntoma, que lo
señala como perteneciendo a cierta clase. Es importante poder realizar el diagnóstico. De allí que el
psicoanalista debe no solo buscar su clasificación, sino también su reacción propiamente
sintomática a los indicadores de lo que su síntoma tiene de típico. Tal reacción suele ser diversa,
causa molestia, vergüenza, enojo, angustia, pero tiene una importancia capital para advertir que la
singularidad no es normal ni universal, que el síntoma es algo suyo, pero también ajeno, que le es
familiar pero también extranjero ya que les ocurre a otros neuróticos que padecen la misma neurosis
que él. El síntoma es algo extraño que lo habita desde hace algún tiempo, y el proceso mismo del
diagnóstico psicoanalítico tiene como función revelarlo en su extrañeza.
Es importante situar el síntoma neurótico, no podemos conformarnos con la singularidad del caso,
con las asociaciones peculiares; debemos además pasar por enunciados particulares, y debemos
volver a algunas categorías freudianas-histeria, neurosis obsesiva, fobia, paranoia, que interrogan lo
que del síntoma y su historia parecían singular.
La particularización del síntoma es decisiva en el proceso diagnóstico en psicoanálisis, ya que es
condición de la ubicación del padecimiento subjetivo para el paciente, y también de la posibilidad
de abordarlo analíticamente. Debemos situar su síntoma como típico, como reductible a la forma
clásica, pero no por el gusto de encasillar, sino buscando su percepción interna de la tipicidad de su
padecimiento, en el estilo freudiano de interpretación, que permita al síntoma no atenuarse sino dar
manifestaciones más nítidas y entonces más fácilmente elaborables.
Si pensamos en una histérica diagnosticada como tal, eso es lo particular de su síntoma. La señala
como perteneciente a cierta clase y esto incomoda. Cada una de estas histéricas tendrá su forma
singular de situarse, su forma de enlazarse con el partener, que es lo que se trabaja en un análisis. La
particularización del síntoma es decisiva, es una condición del padecimiento subjetivo para el
paciente.
Ese primer juego clasificatorio no es un pasaje a la universalización, responde luego a un
movimiento inverso que singulariza realmente al analizante, por una vía que hace a la definición
lacaniana de lo que es el síntoma en el psicoanálisis: es lo que el sujeto conoce de si, sin
reconocerse en ello.
Hay en el síntoma algo que resiste a la particularización, ya en el comienzo del psicoanálisis como
un cuerpo extraño que sin embargo concierne al sujeto íntimamente, por fuera del reconocimiento
yoico. El carácter opaco del síntoma, de alien que habita al ser humano no se reducirá con su
clasificación, al contrario, se reforzará con ella, tomará fuerza y durará hasta el final del análisis.
2.7 Cuestiones ético-clínicas: ¿qué es patológico, por fuera de cualquier ideología? ¿Es la
neurosis una enfermedad? ¿Por qué la histeria, la paranoia y las pasiones fueron eliminadas de los
DSM? ¿Para qué sirve un diagnóstico en psicoanálisis y cómo se elabora?
Resulta importante realizar un diagnóstico psicoanalítico, diferente a la clasificación del DSM IV, a
pesar que muchos de los síntomas “actuales” que trabajamos parecen más fácil, aún para los
analistas, poder diagnosticar a estos sujetos según la clasificación del DSM IV que realizar un
diagnóstico analítico, ya que no es tan fácil ubicarlos según nuestros parámetros clásicos, requiere
tiempo e instalación de la transferencia.
Desde la cátedra consideran que el diagnóstico psiquiátrico (estilo DSM) tiende a dejar al sujeto
en una posición pasiva, o peor aún, lo pasiviza en el punto en el que recibe desde el exterior un
saber que nombra determinados aspectos de su subjetividad. El sujeto es allí leído y evaluado con
un saber exterior según el que se precisará y se ajustará su diagnóstico para aplicar los recursos
terapéuticos correspondientes. Diagnóstico y terapia se excluyen, y el primero determina a la
segunda. Luego de que el malestar del paciente puede ser nombrado por un saber diagnóstico
exterior, el saber hacer terapéutico entra en acción.
Los efectos analíticos en la clínica psicoanalítica se sitúan a nivel de la relación del sujeto del
inconsciente con los significantes que lo representan y una modificación, al decir de Freud, de la
economía libidinal. Por su naturaleza no pueden ser previstos ni forzados en ninguna dirección.
Aquí se diferencian tajantemente de los efectos provocados por la sugestión directa. Los efectos
terapéuticos del psicoanálisis son diferenciables de los efectos terapéuticos producidos por las
terapias sugestivas.
UNIDAD III
3.1 La repetición. Lo conservador del síntoma histérico frente a la variabilidad de las
fantasías histéricas. El tabú de contacto asociativo de la neurosis obsesiva.
Freud, S. (1914). Recordar, repetir, reelaborar.
El concepto que Freud coloca en el centro de esta problemática (la de cómo la histeria y la
obsesión infringen la regla fundamental del PSA: asociación libre) es, precisamente, el de
repetición.
Ha habido diferentes técnicas a lo largo de la historia, pero con igual meta todas: llenar las
lagunas del recuerdo; en términos dinámicos; vencer las resistencias de represión. Estas técnicas,
anteriores a la asociación libre, son: la hipnosis (que es abandonada porque lo que el paciente
producía un saber pero no se podía preguntar acerca de eso. El paciente no recordaba lo que había
dicho) y el artificio técnico (ponía sus manos sobre la frente el sujeto diría todo cuanto sabía
acerca de su malestar)
La técnica actual es la asociación libre, donde el sujeto puede producir una cadena
asociativa y reconocer sus dichos., aunque no quiera saber nada de esto. Esta técnica da la
posibilidad de acceder a algo del icc reprimido. Aquí el médico renuncia a enfocar un momento o
un problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado
presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que
se recortan en el enfermo y hacérselas consientes. Así se establece una nueva modalidad de división
del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo;
dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados.
El signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el analizado
no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo ACTÚA. No lo
reproduce como recuerdo, sino como acción; lo REPITE sin saber que lo hace. En especial, el
analizado empieza la cura con una repetición.
A menudo, tras comunicar a cierto paciente la regla fundamental del psicoanálisis, y
exhortarlo luego a decir todo cuanto se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en
torrente, pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra. Calla, y afirma que no se le
ocurre nada. Y durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión
de repetición, uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar. (pág 152)
Con respecto a la relación entre la compulsión de repetir y la transferencia y la resistencia:
la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia del
pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos de la
situación presente. Por hay que estar preparado para que el analizado se entregue a la compulsión
de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el
médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. Tampoco es difícil
discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido
el recordar por el actuar (repetir).
Ya está dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de
la resistencia; entonces: ¿Qué repite o actúa en verdad el analizado? Repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y
actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter, y, además, durante el tratamiento
repite todos sus síntomas. La condición de enfermo del analizado no puede cesar con el comienzo
de su análisis, y no debemos tratar su enfermedad como un episodio histórico, sino como un
poder actual. Esta condición patológica va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del
campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia como algo real, objetivo y actual,
tenemos nosotros que realizar el trabajo terapéutico, que consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva,
equivale a convocar un fragmento de la vida real, y por eso no en todos los casos puede ser
inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo el problema del a menudo inevitable
“empeoramiento durante la cura”.
La introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud
consciente frente a la enfermedad: por lo común se ha conformado con lamentarse de ella,
despreciarla como algo sin sentido. Para la cura, ello no sirve: es preciso que el paciente cobre el
coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene permitido
considerarla algo despreciable.
Meta del análisis: Para el médico el recordar, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue
siendo la meta, aunque sepa que con la nueva técnica no se lo puede lograr. Se dispone a librar una
permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él
querría guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el
paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura.
Manejo de la transferencia: El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición
del paciente, y trasformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y aprovechable si le abrimos la trasferencia como la palestra
donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifique
para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado.
Así conseguimos dar a todos los síntomas de la enfermedad, un nuevo significado transferencial,
sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia. El nuevo estado ha asumido
todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial asequible a nuestra
intervención y que posee la naturaleza de algo provisional.
El vencimiento de la resistencia comienza con el acto de ponerla en descubierto por parte
del médico, pues el analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Ahora bien, parece que
principiantes en el análisis se inclinan a confundir este comienzo con el análisis en su totalidad.
Pero hay que saber que nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso
dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; para
reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica
fundamental. En esas circunstancias, el médico no tiene más que esperar y consentir un decurso que
no puede ser evitado, pero tampoco apurado. Ateniéndose a esta intelección, se ahorrará a menudo
el espejismo de haber fracasado cuando en verdad ha promovido el tratamiento siguiendo la línea
correcta.
En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua
tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza
del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue al
tratamiento analítico de todo influjo sugestivo.
Toda la cura es concebida entonces como una lucha entre aquel que consulta, que puja por
repetir y el analista que intenta que dialectice, es decir, que mantenga en la esfera de la palabra
aquello que insiste compulsivamente en repetirse. Freud dirá: “Se dispone a librar una permanente
lucha con el paciente a los fines de retener en el ámbito psíquico todos los impulsos que él querría
guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que, el paciente
preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura” (pag 155).
Como vemos en la cita, repetición y recuerdo se oponen. La primera supone un circuito
corto, compulsivo y que trasciende la esfera de la palabra. El segundo supone una demora de la
descarga y un consiguiente trabajo. La demora de esa descarga coincide con lo que conocemos con
el nombre de abstinencia. De algún modo la repetición esta todo el tiempo a punto de franquear
este dispositivo, que es un dispositivo de palabra, donde se pugna para que se hable en lugar de
pasar a la acción. Sin nada de la repetición en juego, la cura analítica seria imposible.
La cura será entonces bajo abstinencia, no sólo de las demandas de satisfacción, como
veremos más adelante, sino también tendrá en su horizonte la abstinencia de cualquier acción de la
repetición. Y, ¿qué es aquello que insiste en escenificarse? Freud responde que todo aquello que
desde las fuentes de lo reprimido se abre paso: síntomas, inhibiciones, rasgos patológicos de
carácter y actitudes inviables.
Sin embargo, y he aquí nuevamente una prueba de la peligrosidad, lo candente de los
elementos en juego, la cura, afirma Freud, inicia con una repetición. La transferencia no es otra cosa
que una pieza de ésta. De ahí el peligro de que en el inicio se desgarre el lazo analítico.
Para que algo se transfiera sobre el médico es necesario que éste haya sido tomado por esa
gran maquinaria de re-escinificación de lo mismo, que el analista haya sido tomado por el clisé, en
ese malentendido propio del amor donde uno siempre es tomado por otro. Eso da lugar a esa
palestra, reino intermedio entre la enfermedad y la vida que Freud nombra: la neurosis de
transferencia.
3.2 Variantes de la resistencia en el análisis. La resistencia operativa o de transferencia.
Características acerca de los modos particulares, es decir típicos, de incumplir la regla para la
histeria y la obsesión.
En la histeria, la represión actúa sobre la vivencia. Conocemos la amnesia bajo la cual cae
la primera de escena del trauma tan característica de los Estudios sobre la histeria. Para la neurosis
obsesiva, en cambio, la represión actúa sobre los nexos, disuelve las conexiones entre los
pensamientos, aísla los recuerdos y, sobre todo, descentra o desplaza los afectos correspondientes a
una representación haciéndolos recaer en otra. Freud describe que esta modalidad de ruptura de los
nexos bajo el nombre de “tabú del contacto” y la hace extensiva a la que emplea el paciente
obsesivo incumpla con la regla fundamental. “…El aislamiento es una cancelación de la posibilidad
de contacto, un recurso para sustraer a una cosa del mundo de todo contacto; y cuando el neurótico
aísla también una impresión o una actividad mediante una pausa, nos da a entender simbólicamente
que no quiere dejar que los pensamientos referidos a ellas entren en contacto asociativo con otros”
(Pág 117).
Se suele afirmar que la transferencia es una resistencia operativa. Se debe a que aquello
mismo que es condición de posibilidad de la cura, ya que sin la transferencia nadie se sometería a
esta regla que es contraria al principio del placer, es también obstáculo. Arma de doble filo, la
transferencia posibilita un análisis pero también puede -ya que es una pieza de la repetición- ser
tomada por la resistencia y, por ende, dificultar el devenir de la cura.
Son diferentes funciones que toma esta manifestación: operativa, porque inaugura y
posibilita el trabajo y, resistencial, porque amenaza siempre con cortocircuitar el dispositivo de
palabra y, como vimos unos párrafos más arriba, pasar a la acción. Ambas caras son necesarias.
En “Sobre la dinámica de la transferencia” Freud describe estas mutaciones de la
transferencia. El texto se inicia con una afirmación que refuerza lo que se señaló antes, el carácter
inevitable de la manifestación transferencial. Por el sólo hecho de poner a alguien a hablar, de
escuchar, más o menos en silencio, sin interrumpir, ni obturar aquello que dice con alguna anécdota
propia, es decir, como efecto de nuestro dispositivo: “ella se produce necesariamente en una cura
psicoanalítica” .
En su cara operativa, ser tomados por ese clisé que escenifica repetidamente los vínculos
con los primeros objetos edípicos nos permite comprobar desde adentro de la neurosis misma, en
ese reino intermedio de la neurosis de transferencia. Ver crecer la nueva enfermedad, dice Freud.
En su cara resistencial, la transferencia será “la más fuerte resistencia al tratamiento” (pág
99). A continuación, describe un momento crucial de los análisis que puede obturar el surgimiento
de cualquier material asociativo: allí, cuando todas las asociaciones se deniegan, señala Freud, es
porque la ocurrencia del analizante se refiere al analista, es decir, que la posición de objeto en la que
se encuentra el analista, podríamos decir que, lo enmudece. Se vuelve difícil confesar una moción
de deseo prohibida ante la misma persona sobre quien esa moción recae.
“Transferencia, resistencia operativa”. Esta expresión constituye un oxímoron, es decir,
responde a aquella figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con
otra que tiene un significado contradictorio u opuesto. Operativo y resistencia se oponen y, sin
embargo, como hemos visto, confluyen en la transferencia.
Freud. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia
Ante la posibilidad del enamoramiento hacia el analista, habría dos soluciones:que ambos,
analista y paciente contraigan una relación legítima, con la consiguiente interrupción del análisis o
que deba abandonar el tratamiento separándose médico y paciente. Freud dice que existe una
tercera posibilidad que parecería compatible con la prosecución de la cura, pero que es
inadmisible:anudamiento de relaciones amorosas ilegítimas y no destinadas a ser eternas. Esto va en
contra de la dignidad profesional y civil.
Supongamos que abandone el tratamiento. Si esto sucede, la paciente no dejaría de repetir
esta misma situación con otro analista y luego con un tercero hasta que esto no sea trabajado en
algún análisis. El analista tiene que discernir que el amor de transferencia surge como
consecuencia de la situación analítica, y no se puede atribuir la conquista. El amor de
transferencia comparte la mayor parte de sus cualidades con el amor a secas. Es la reedición de las
mociones infantiles; pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento. Sin embargo, es
importante destacar que hay dos rasgos que singularizan este amor: es provocado por la situación
analítica y es tomado por las fuerzas de las resistencias.
Con respecto a la primera característica, sabemos que por ello que Lacan habla de un Sq, es
decir, un significante cualquiera para que se ponga en marcha el algoritmo de la transferencia. Con
respecto a la segunda, con el argumento del amor, el paciente se encuentra presto a interrumpir la
cura, a “quebrantar la autoridad del médico rebajándolo a la condición de amado”, es decir, a poner
a prueba al riguroso analista.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo maniobrar con ese afecto que hemos visto surgir y que
responde a las condiciones que le hemos impuesto, sin que él mismo cortocircuite, por sus
exigencias, la empresa analítica?
Exhortar al paciente, tan pronto como ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo
pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no sería un obrar analítico. (pág 167) Es como haber
llamado lo reprimido a la conciencia solo para reprimirlo de nuevo. Como resultado la paciente sólo
sentirá el desaire y no dejará de vengarse.
Tampoco aconseja un camino intermedio: que sería afirmar corresponder a los sentimientos
tiernos y esquivando los quehaceres corporales de esa ternura, hasta que pueda guiar la relación por
sendas más calmas, porque el tratamiento psicoanalítico se edifica sobrera veracidad y es peligroso
abandonar ese fundamento .
La respuesta freudiana a esta disyuntiva es que el analista deberá denegar la satisfacción
amorosa y “dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza, como unas fuerzas pulsionales
del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados” (pág 168). El
analista jamás tiene el derecho a aceptar la ternura que se le ofrece ni a responder a ella. Al
contrario, debe defender el reclamo ético y la necesidad de renuncia, conseguir que abandone su
apetencia y prosiga el trabajo analítico (venciendo la parte animal de su yo, el analista).
Nuevamente abstinencia, porque el analista no puede responder a los requerimientos
amorosos porque abortaría el procedimiento analítico y por la cuestión ética. La cura ocurre en esa
insatisfacción/privación. Entonces la abstinencia es un principio aplicable al analista y el
analizante. Porque el analizante quiere repetir, pero tiene que someterse a un trabajo mas lento de
recordar, entonces se tiene que abstener de repetir. No solo se necesita que la añoranza permanezca,
necesitamos también la permanencia del síntoma, porque es la brújula del análisis. El síntoma es el
verdadero partener del analista, el síntoma nuevo, que reedita el síntoma original de la neurosis, el
síntoma de la neurosis de transferencia. Es un síntoma que no funciona a modo de auto
abastecimiento, sino que realiza una pregunta.
“El síntoma habla en transferencia”, sólo que a veces hacemos oídos sordos y no lo sabemos
escuchar. El ejemplo prínceps de elevar esta molestia de la cual el paciente se queja a la condición
de partenaire nos lo brinda Freud en el caso Dora. Allí, él advierte prematuramente que Dora tose
cuando se refiere al padre y, más específicamente, a sus amoríos con la Señora K. La garganta de
Dora es sede de la solicitación somática necesaria para el síntoma conversivo, la tos escenifica la
satisfacción sexual que el padre, impotente puede, según la jovencita ofrecer a su amada. De esa
manera, Freud escucha la tos de la muchacha y comprueba los lazos entre el síntoma neurótico y el
vivenciar sexual de los enfermos.
3.4 El triple valor del agravamiento del síntoma en la cura: 1) manifestaciones más resueltas y
activas del síntoma, que forman parte del desarrollo del tratamiento, 2) que interrogan la
equivocación del sujeto supuesto saber, y 3) el momento crucial de la reacción terapéutica
negativa
El valor del agravamiento del síntoma en la cura ilumina nuevamente una coyuntura
paradojal: el paciente se dirige hacia el analista para “librarse del síntoma que lo aqueja” pero el
síntoma es la brújula y, por lo tanto, necesitamos de él para guiarnos en nuestra tarea.
En el extremo del obstáculo, encontramos la manifestación que Freud describe como una
reacción terapéutica negativa. Allí Freud describe un tipo de pacientes que, ante el temor a avanzar
en la curación, se detienen. Dice: “Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el
trabajo analítico. Si uno les da esperanzas y les muestra contento por la marcha del tratamiento,
parecen insatisfechas y por regla general su estado empeora (…) uno termina por convencerse que
no sólo soportan elogio ni reconocimiento alguno, sino que reaccionan de esta manera trastornada
frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o
una suspensión temporal de los síntomas (…) les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer;
empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica
negativa”. (pág 50)
De este comportamiento infiere Freud que algunos pacientes vivencian la cura como una
suerte de peligro y que la RTN no es otra cosa que la resistencia a la curación. Califica a este
obstáculo como el más poderoso, más poderoso aún que: la inaccesibilidad narcisista (Freud
sostenía que las neurosis narcisistas no establecían lazos transferenciales), la actitud negativa hacia
el médico o transferencia hostil o el aferramiento a la ganancia de la enfermedad, es decir, al
beneficio secundario que se desprende del síntoma.
Freud considera a la RTN como tributaria de un sentimiento de culpa que se satisface en la
enfermedad. Se trata de un sentimiento inconsciente, es por ello que el paciente no se siente
culpable sino enfermo y éste se exterioriza como una resistencia a la curación. A diferencia del
sentimiento de culpa consciente o conciencia moral, que es producto de la tensión entre el yo y el
ideal del yo, la RTN ofrece dificultades para la interpretación siendo por ello uno de los “fenómenos
más extremos” que decide la gravedad de una neurosis.
3.5 La transferencia en la psicosis. El analizante psicótico.
Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, capítulo 1.
A diferencia del neurótico, el analizante psicótico no se dirige al analista en busca de un
saber. Su posición distintiva no es la duda, ni el pedido de garantías al Otro, más bien lo caracteriza
su posición de certeza. Una certeza que no recae sobre la realidad, que puede prescindir de la
consistencia lógica y, sobre todo, de ser compartida en el lazo social. Se trata de una certidumbre,
particularmente, identificable en la paranoia, porque se expresa habitualmente en el delirio. Se trata
de una certeza que recae sobre la auto-referencia.
A pesar de que no sea ésta su demanda, sin duda hay una demanda en las psicosis y
también se puede reconocer el desarrollo de la transferencia. Este es uno de los aportes
fundamentales que realiza Lacan a la doctrina freudiana, si Freud se mostraba dubitativo acerca de
avanzar en la cura de las psicosis porque esta podía poner en riesgo la validación de su novedosa
práctica; Lacan no duda en afirmar que no debemos retroceder frente a esta estructura.
“El analizante psicótico, a menudo el más constante y decidido de los analizantes, es el que
exige más radicalmente la deposición de la persona del analista. Pero también es el analizante que
más radicalmente exige al analista pagar con su juicio íntimo. En efecto, exige ese pago con
absoluta vehemencia, y sólo lo acepta al analista cuando éste admite: testimonios inverosímiles, que
el propio psicótico sabe inconcebibles desde una realidad compartida; usos neológicos del lenguaje
y otros procedimientos desestructurantes del lazo social, en los que un decir se afirma como pasaje
al acto, como des-enlace por fuera de todo código social, semántico o sintáctico compartido...”.
(Lombardi, pag 72).
Escuchar al paciente psicótico implica destitución subjetiva, porque implica compartir esa
realidad que puede ser delirante, que puede ser inquietante. A veces testimoniar para el psicótico, es
pacificante. El analista puede alojar al sujeto escuchando.
¿Hacia donde se orienta la cura analítica? Podemos hablar de estabilización, soluciones menos
sufrientes para los sujetos. Hablamos mas que de cura, de soluciones, de saber hacer, de invenciones
para que no quede el paciente por fuera del lazo social.
UNIDAD IV
4.1 De la pasión del significante al decir como acto.
Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, capitulo 4: cómo actuar con el
ser.
Lacan describe el pasaje del significante que oprime al sujeto en el trabajo analítico, a una
palabra libre y resolutiva en el siguiente sentido: es cierta, irreversible, ya no puede volver a entrar
en la duda. El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra una gran libertad. Lo que limita su
libertad es que su palabra supuestamente ofrecida como libre, podría desembocar en una palabra
plena que le seria penosa porque tironearía del nudo hasta romperlo, hasta producir un cambio en la
estructura. Nada mas temible que decir algo que puede ser verdad, porque podría llegar a serlo del
todo y cuando algo es verdad, ya no puede volver a entrar en la duda. Por ser dicha, ha cometido
un acto, y por eso pasa a ser irreversible, ya no se puede volver atrás. El acto es un decir, cuyo
sujeto cambia.
Lacan preserva lo indecible, porque es mas allá del discurso donde se acomoda nuestra
acción de escuchar que muchas veces es una acción silenciosa. En el punto 4.7, Lacan distingue
entre el acto del analista, expresado como “la acción de escuchar”, que no lo obliga a comprender.
“Entender no me obliga a comprender”. La escucha del analista no pasa tanto por comprender, sino
por contribuir a revelar la ambigüedad de lo que dice el analizante, iluminar lo no comprensible, la
contra-dicción permanente del analizante.
Acción de escuchar: el analista, ante la vacuidad de la pura demanda (demanda de nada, demanda
intransitiva), la “entiende” como pregunta por el deseo. Y ante esa demanda-pregunta angustiosa,
entrega su presencia, y la entrega precisamente por esa acción de escuchar. Aun si el analista, que
no es el sujeto supuesto saber, no tiene la respuesta, causa el desarrollo de la pregunta por la que la
división del sujeto, división sintomática, podría llegar a resolverse.
“El sentimiento más agudo de la presencia del analista esta ligado al momento en el que el sujeto no
puede sino callarse, es decir, que retrocede incluso ante la sombra de la demanda”. Es decir, que
cuando se confronta verdaderamente ante un significante fundamental, ante un S1 que importa, el
discurso analítico el analista tiene dos posiciones.
Arriba (a) con su silencio hace de causa del deseo, pone al síntoma
a trabajar (al costado S tachada), a padecer realmente, y al mismo
tiempo producir. Lo hace con su silencio y también con sus
intervenciones (S2), con su decir a medias, porque no solo se queda
callado, sino que interviene desde el lugar de la verdad con un decir
a medias, con una cita, con un enigma, es alusivo. Desde esos dos
lugares pone a trabajar para que el analizante produzca, se
desprenda de ese S1, de la demanda de esos significantes
pulsionales, que lo dejaban padeciente, sintomatizado. Liberarse del
S1 es liberarse de la división subjetiva, permitirle al sujeto asumir otra posición, la de ser hablante
que se destituye como sujeto, no se instituye, ya no se divide, sino que puede dejar de estar dividido
y alcanzar una posición de integridad.
*Lacan sostiene que la regla fundamental debe llevarse hasta sus últimas consecuencias, y que el
analista es libre de interpretar lo que se le ocurra, pero sin embargo señala algunos límites marcados
por la prudencia. Por ejemplo: el analista no ha de forzar al analizante a la confesión obscena de sus
fantasías, no ha de interpretar lo imaginario, las bajezas del padre real (ya que no es por sus
impudicias que el padre puede ser un referente interesante para el analizante), etcétera. El deseo del
analista busca dignificar, no degradar, humillar, burlarse del analizante.
Freud aísla las 5 resistencias con las que en análisis se libra combate:
- Resistencias del Yo:
o Resistencia de represión: es la resistencia por contrainvestidura sobre la moción
reprimida; se refiere a esa energía constante que el Yo gasta para mantener lo
reprimido sin retornar.
o Resistencia de transferencia: se reavivan recuerdos como si fueran actuales, sobre la
persona del médico.
o Ganancia de la enfermedad: es la integración del síntoma al Yo; se resiste a resignar
esa ganancia.
- Resistencia del Superyó:
o Conciencia de culpa o Necesidad de castigo: esta se opone a todo éxito en el análisis.
- Resistencia del Ello:
o Reelaboración
Represión y defensa
El término “proceso defensivo” fue sustituido por represión. Freud recurre al concepto de la defensa
estipulando que se lo debe utilizar como la designación general de todas las técnicas de que el yo se
vale en sus conflictos que llevan a la neurosis; es la protección del yo frente a exigencias pulsionales. Y
la represión es solo uno de los métodos de defensa en particular.
En este capítulo Freud explica otras dos actividades del Yo en la formación del síntoma, los cuales son
subrogados de la represión (la ayudan). Son actividades auxiliares y sustitutas. Son:
Cuarenteórico Lombardi
Con la “Addenda sobre la angustia” volvemos sobre la angustia no como pánico que propicia la huida
sino como “apronte angustiado”, como preliminar al paso de la pasividad del trauma a la actividad.
Lacan dice: “Sólo un acto puede arrancar, de la angustia, su certeza.” La certeza no es algo exclusivo
del síntoma de la psicosis, también la encontramos, en otros casos, cuando el significante se encuentra
en lo real, y este es el caso preciso del pase de la angustia a la acción. A eso se refiere Lacan cuando
habla de destitución subjetiva. Mientras que la división subjetiva $. se caracteriza por la contradicción,
la falta de ser, la insatisfacción, el desgaste “psíquico” en el fantasear, la destitución subjetiva es una
posición de acto, de entereza, de coraje, de deseo jugado, “ser fuerte, y singularmente” dice Lacan.
Se tendrá en cuenta también el fuera-de-reconocimiento de la angustia, que es “sin-Otro” en cierto
sentido: sin Otro que reconozca, pero no necesariamente sin-Otro en el deseo. La angustia de
transferencia es un ejemplo de angustia ante el deseo de Otro, el analista, cuando “no sé qué me
quiere”. Es un caso de angustia con el deseo del Otro como indicador.
En cuanto al acto, es sin otro en cuanto a la decisión, pero con otro en la medida que nos permite
formar parte de lo social. La referencia de la certeza es la acción. La angustia no es la duda, la angustia
es la causa de la duda. Solo un acto puede arrancar de la angustia su certeza.
Es sin-Otro en cuanto a la decisión, porque no sería un acto si se lo ordenara Otro. No hay acto que sea
efecto de otro acto, del acto de Otro. Sin embargo, salvo pasaje al acto (acto loco o delictivo), el acto
implica una transformación del sujeto que le facilita una nueva inscripción social, un desalienarse,
un “separarse” que es al mismo tiempo un parirse de nuevo, darse otro estatuto, otro semblante, un
estado civil nuevo, una nueva forma de formar parte. Ese acto, ese decir sí al deseo que se impone
como ley, se paga con un pedazo de carne (de goce), se paga con una pérdida como ocurre en cualquier
elección auténtica. En psicoanálisis llamamos a ese pago, el del acto, y particularmente el que permite
realizar un deseo, con el término técnico de “castración”; es un pago, y tal vez el único pago que “valga
la pena”.
Entre la angustia y la resolución por el acto, se ubica el trabajo analizante del síntoma, que implica la
revisión de las coordenadas simbólicas e inconscientes que retienen y dividen al sujeto, impidiéndole
por el momento elegir, decidirse.
La diferencia que cuenta para la clínica analítica es fundamentalmente fisio-lógica. Donde “fisio” es lo
que se manifiesta, en este caso del cuerpo viviente en el “logos”, o sea en los encadenamientos del
lenguaje.
Esa diferencia “fisiológica”, comienza por una equivocación inevitable. El pene del niño es confundido
con otra cosa: la función fálica, que es una función de castración. El pequeño órgano del varón deviene
“órganon” [instrumento lógico, en griego] de una equivocación que induce su extrañamiento respecto
del cuerpo del varón. El varón deviene un “penado”, cuyo pene está destinado a funcionar como
condensador de significación diferencial, de ridícula potencia, de virtualidad [virilidad] falaz, de goce
ajeno, porque le queda afuera del cuerpo.
La función fálica para el varón, lejos entonces de ser una función de goce fácilmente manipulable (las
apariencias engañan, la paja no es algo muy satisfactorio) resulta ser una fuente de todo tipo de
inconvenientes. Lacan resumirá diciendo: la función fálica es la función castración, es la función de
extracción de goce del cuerpo. El cuerpo y el goce quedan separados. Y si el varón se excita y cree
poder gozar del pene: o bien eso se termina rápido, eyaculación un poco precoz, o bien funciona
morosamente, impotente. Penas del penado que lo llevan a toda suerte de ejercicios de virilidad, de
potencia, de rivalidad, de abuso, para compensar que su relación con el goce es desde el comienzo la de
un cuerpo castrado.
El cuerpo de mujer no tiene nada que ver con esa “fisiológica”. No está igualmente afectado por la
función fálica de castración. Por lo cual si hay un cuerpo con el que el goce resulte en otra medida
usualmente compatible, es el cuerpo de mujer. Tal vez por eso los psicoanalistas debieran replantearse
el juego de las envidias (envidia del pene?). Muchas mujeres tienen razones para envidiar lo
masculino; no tanto el organito como su relación con lo viril, con la “potencia” que “virtual” traduce
del griego, con los ejercicios del “poder” que vienen a compensar desde siempre su falta de goce
somático.
Pero también el varón tiene razones para envidiar el goce femenino del cuerpo. Lo cual se traduce en
los intentos de apoderamiento de ese goce por parte de los varones llamados “heterosexuales”, en las
diversas violencias cotidianas de la pareja heterosexual (él quisiera que ella y su cuerpo le
pertenezcan). Pero también, esa envidia se traduce en los intentos de reemplazo del cuerpo de mujer
por el propio cuerpo, los distintos casos de quienes se identifican con el goce femenino, sea que se
travistan, que se hagan penetrar, que se hagan “pasivos” (de exhibición o de dolor) como suponen que
correspondería a lo femenino en el coito, etcétera. En cuanto a la obtención de goce, la supuesta
pasividad (que no es realmente pasividad) es bastante más inteligente que la “actividad” del penado,
ejercida desde el exterior del lugar del goce.
El caso del homosexual masculino es así situado por Lacan: ¿si el padre se lo da a ella (la madre), por
qué no también a mí? El neurótico abandona al padre en tanto portador del pene identificándose con
sus síntomas, sus miserias. El homosexual masculino no admite esa miseria, y en algún plano no muy
profundo del inconsciente, sostiene al padre portador en un estatuto más elevado que el neurótico.
Los contenidos de la fantasía en la neurosis y en la perversión pueden coincidir (“Pegan a un niño”, por
ejemplo). Si el neurótico quiere “confesar” esa fantasía, suele demorarlo el pudor, y si lo cuenta, lo
hace con vergüenza y con cierta angustia, y además, hace lo posible por borrarse del relato. [¿Dónde
está usted mientras pegan al niño o a los niños? No lo sé… no entre los que golpean ni entre las
víctimas… y entonces ¿dónde? No sé, tal vez estoy mirando]
Lacan intuye allí que el sujeto se identifica con la mirada, la mirada como objeto a; pero lo que
prevalece en la neurosis es que el sujeto dividido $ del síntoma en la fantasía, trata su división
borrándose: no sé dónde estoy, desaparecí. De los dos elementos fundamentales que se confunden en la
fantasía $<>a, el que está acentuado en la neurosis es el desvanecimiento del sujeto (algo bien distinto
a su división). La fantasía es un tratamiento de la división subjetiva por desvanecimiento del sujeto.
En la neurosis suele encontrarse entonces una enorme diferencia entre el fantasear y el decir. Mientras
que el fantasear puede proliferar en los pensamientos del obsesivo y en el cuerpo histérico, el decir es
penoso, y la neurosis se basa precisamente en evitarlo. Eso no quiere decir que haya que forzar al
neurótico en todos los casos o en cualquier momento a contar sus fantasías. Son mayormente
inconscientes, y se deducen, se elaboran con el tiempo hasta que, en algún momento, el sujeto se
desprende de ellas, a veces con la ayuda de una perversión transitoria durante el análisis.
El analizante “perverso” es diferente. La posición en cuanto al actuar es diferente. El relato suele ser
impúdico, todo lo contrario del desvanecimiento neurótico. En función de eso Lacan afirma que:
- La división del sujeto no requiere ser reunida en un solo cuerpo. El perverso se cura de su división
haciendo pesar la división en el partenaire. Al que luego lo salva con el aporte del objeto a en cuestión
(mirada, voz, fetiche, objetos “falicizados” en cualquier caso).
- Lo que caracteriza la posición del perverso es entonces la dominancia del objeto a de la fantasía, que
sustituye al significante de la falta del Otro. Clínicamente se traduce en la facilidad con que el sujeto
puede relatar su fantasía mirándote a los ojos, salvo juego de seducción y de secreteo. El efecto en el
analista es de cierta incomodidad, pudor, incluso angustia o división subjetiva.
- El secreto, aún después de abandonar el armario, sigue siendo condición del desarrollo del deseo
perverso en tanto tal.
Represión: El perverso NO constituye una excepción a la amnesia infantil considerada cicatriz del
procedimiento de represión dirigido contra la sexualidad infantil. El análisis de una perversión nos
conduce hacia el material psíquico inconsciente con la misma necesidad que el análisis de una
neurosis.
En la neurosis, la fantasía mantenida bajo represión logra imponerse a costa de la represión, pero
solamente es experimentada como un síntoma neurótico, ajeno y hostil al yo. En cambio, en la
perversión permanece susceptible de conciencia, conforme al yo y saturado de placer.
El mecanismo perverso
Hay que recordar que no solamente existen mociones pulsionales reprimidas, inconscientes como
consecuencia de su expulsión, sino que también en el yo se encuentran componentes inconscientes.
Los dos fenómenos más llamativos de este tipo son la resistencia y el sentimiento de culpa, que se
explican a partir de que los factores destinados a la represión ya no pueden mantenerse como
susceptibles de consciencia.
La represión es un proceso dinámico en el cual la organización pulsional más intensa reprime a la
más débil, para luego, eventualmente ser reprimida ella misma en un nuevo estadio del desarrollo.
En una lucha de pulsiones semejante triunfa aquella que puede conceder el placer más elevado. Para
tener éxito, la represión tiene que permitir que se conserve el placer ligado a un “complejo parcial”
integrándolo en el yo, ratificándolo. Los restantes componentes de ese complejo se dejarán reprimir
y mantener bajo represión con tanta mayor facilidad cuando más hayan sido debilitados por el
cambio de bando de su antiguo aliado.
ENTONCES: este recurso de la división por el que un elemento pasa al servicio de la
represión al mismo tiempo que introduce en el yo el placer de un periodo pregenital, mientras
que el resto del mismo complejo sucumbe a la represión, es el mecanismo especifico de la
perversión.
El trabajo principal y el más difícil de la represión consiste en el desprendimiento de la elección de
objeto infantil, el complejo de Edipo y su sucesor, el complejo de castración. Justamente allí donde
la fijación de amor y la lucha de la represión son intensas, la sujeción de la libido a un grupo de
representaciones previas al círculo de la satisfacción genital se ofrece como salida.
De esta manera se entiende que la pulsión parcial NO se exprese sin más en la perversión, sino
que primero haya que atravesar el conflicto edípico, y enlazarse con él por la colaboración
prestada en el proceso de represión.
“Pegan a un niño”→ el mecanismo nombrado es notable en esta fantasía. En su forma originaria
ella es una emanación (resultado) del complejo de Edipo que acentúa su posición hostil-sádica hacia
el rival. Podría caer bajo el efecto de una represión, pero, luego de una transformación mínima,
adquiere la particularidad de poder constituirse en el medio para la sustitución del deseo edípico
genital prohibido por el deseo correspondiente a la pulsión sádico-anal anterior. Una elaboración
suplementaria borra los últimos rasgos relativos al cjo. de Edipo eliminando los rastros del padre y
del propio sujeto. El producto final es una fantasía perversa susceptible de conciencia y garante de
placer.
Una pulsión parcial conduce entonces a la perversión cuando una parte de las representaciones del
yo que la pulsión inviste se encuentra en posición excepcional en cuanto al deseo a satisfacer y al
placer a obtener, y cuando se logra una alianza entre dicha pulsión parcial y esa parte del yo en el
momento de los combates que libra la represión, en particular contra el cjo. de Edipo.
La posición del perverso en el sentido lacaniano del término es muy diferente a la del neurótico y se
revela en ciertos momentos claves del tratamiento. En esos momentos el sujeto perverso se libera de
la división subjetiva, es decir de su síntoma, a su manera: busca y muchas veces logra producir el
efecto de división subjetiva $ en el Otro.
Según Serge André, ya en el relato de la fantasía el perverso inicia el pasaje al acto, al transformar
el consultorio analítico en un escenario de una fantasía que divide al partenaire que no esté en regla
con sus deseos. Esto puede puede dividir, angustiar al analista y el perverso se alivia al producirlo.
Pero de ese alivio no resulta ninguna ganancia para su análisis. Si el analista lo admite
provisoriamente, debe tener en cuenta que la división subjetiva y la angustia deben ser
reconducidas al analizante. El deseo y el acto de analista se realizan, en cambio, en la destitución
subjetiva. Si ese relato angustia o disgusta, no tiene importancia, lo decisivo es la intervención del
analista que se apoye en un deseo ejercido desde la destitución subjetiva que le es requerida para
constituirse en partenaire no de la fantasía, sino del síntoma analizante.
La consulta del perverso se produce cuando el sujeto ha sido atraído por un deseo más fuerte que el
que se satisface en sus performances de fantasía, cuando se ha dividido o se ha angustiado. Para que
sea posible el análisis con el perverso, el analista no tiene que condenar al perverso como un
hombre malo, y tampoco tratarlo como un neurótico para evitar emplear ese diagnóstico como un
juicio condenatorio.
*La división subjetiva no requiere ser reunida en un solo cuerpo: Así como el neurótico trabaja con
la fantasía borrándose el como sujeto (Pegan a un niño), en la perversión esta acentuado el objeto a,
el perverso sabe como capturar el objeto que divide al otro. El perverso produce un efecto de
división o de angustia en el partener, sabe como “curarse de su síntoma” dividiendo al otro.
Producen un efecto de asco, disgusto, enojo, división, angustia. En el encuentro sexual se pone en
juego sobre todo. Hay dos tipos clínicos de perversión, el sadismo y el masoquismo que juegan
directamente donde la angustia del partener es fundamental. En el sádico es evidente, produce un
efecto de angustia en una victima (a veces voluntaria). Y en el caso del masoquismo, se identifica
con el objeto desecho y termina angustiando al otro.
La consulta analítica se justifica cuando surge el descontento con lo que uno hace, con lo que uno es
o cree ser, con la forma en que lleva su vida, con sus relaciones afectivas y sociales, etcétera. Es
decir, cuando hay síntoma, división subjetiva que se padece. Y un caso particular de la división
subjetiva es la no-coincidencia entre los datos identitarios concernientes al sexo y el juicio íntimo
de quien los porta; los porta y no los soporta.
Con respecto a los desarrollos Freudianos, en tanto la entrada de una niña en las cuestiones del
sexo, en princpio la anatomía es determinante, y la diferencia deja de ser pequeña porque interviene
el lenguaje: en un solo acto, ella ha visto, comprendido, juzgado y decidido. “Lo ha visto, sabe que
no lo tiene, y quiere tenerlo”, resume Freud en su texto “Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia anatómica entre los sexos”. Y eso no se reduce a una cuestión de anatomía imaginaria ni
natural.
Lo que ese momento tiene de performativo es irreversible, porque el corte en cuestión, lejos de ser
meramente de anatomía imaginaria, es otro. Se trata de una toma precoz de posición en relación al
falo, ese órgano de pura lógica que en el varón habrá de separar el goce peneano del cuerpo, como
consecuencia de la castración del lenguaje.
Esta posición diferencial en cuanto al órgano devenido órganon (instrumento) por los efectos del
discurso ya presentes en la infancia, tiene como consecuencia que el acceso al Edipo y a la
castración coincidan en el caso de una niña, según señala Freud en ese texto. No hay entonces para
ella el tiempo intermediario que caracteriza el desfasaje entre la entrada y la salida del Edipo en el
varón. Ese tiempo intermediario en el varón fue detalladamente situado por Lacan como la matriz
de las distintas posibilidades de la perversión. El perverso entró en el Edipo pero no sale de él,
permanece père-verso. En el caso de la neurosis en el varón, la salida del Edipo se produce por
identificación a rasgos ideales o imperfectos, sintomáticos, lo que haya, del padre. El perverso no se
identifica a esos rasgos imperfectos, el neurótico sí.
Volviendo a la niña, el “no tener” como apuesta anatómica del lenguaje, protege a la niña de otro
corte, el que importa, que podemos denominar fisio-lógico, es decir el corte de la lógica de lo que
“se manifiesta”, simbólico devenido real en el humano. Su posición será radicalmente diferente del
varón, cuyo orgasmo, “de todas las angustias es la única que realmente se termina”; se termina al
realizar la castración simbólica, dejando fuera de juego el instrumento del goce en el momento
preciso del acceso al goce. Como consecuencia, el goce queda para el hombre fuera-del-cuerpo.
Una mujer tiene otra relación con los goces. Ella puede experimentar goces no fálicos, no
castrativos, en su cuerpo, que para el varón quedan vedados.
En cuanto al orgasmo, como siempre, la confusión viene al lugar de la relación sexual que no hay.
La clínica nos dice, ya desde Freud, que un orgasmo demasiado prolongado puede ser angustiante
para el hombre, que un orgasmo prematuro también, y que un orgasmo justo, que lo satisface en el
tiempo exacto, produce ese corte abrupto en el goce que da una resolución transitoria para él,
pero… el tiempo de una mujer no necesariamente coincide con el suyo. Ya sea porque los tiempos
requeridos para la satisfacción no son los mismos, ya sea porque su temporalidad “coiterativa”
obliga al varón en promedio a una frecuencia mayor que a su partenaire femenino. No hay relación
sexual temporalmente garantizada, compasada, rítmica.
Según Lombardi, el sexo no tiene nada que ver con el género. Lo que delimita lo femenino es su
carácter transfinito, su inaccesibilidad desde la “potencia” fálica. Algo radicalmente diferente de los
géneros que pueden ser infinitos pero numerables que actualmente secreta el capitalismo, asistido
por la medicina que desconoce el inconsciente, la psicología que desconoce la fisiología, la
sociología que sirve al capitalismo, etcétera. El analista no se ocupa del tema género, y de hecho
cuando recibe a quien se denomina a sí mismo queer, o gay, o trans, lesbiana o heterosexual, no
puede olvidar las coordenadas reales del sexo y la no relación en que el discurso analítico se
asegura.
La elección del género es un derecho del ciudadano; la elección del sexo en cambio, tiene
limitaciones impuestas por elecciones ya realizadas, en las que el hablante se ha autorizado de sí
mismo, ciertamente, pero con mucha frecuencia no totalmente solo, no sin el requerimiento de amor
o de respeto hacia quien le ha transmitido algo referido a la función falo/castración. Es decir que la
distinción neurosis-perversión-psicosis se mantiene actualmente para el hombre, y que la distinción
neurosis-psicosis en una mujer se sostiene firmemente en la clínica de las consecuencias de la no-
relación sexual. Si encontramos alguna fijación que merezca ser calificada de perversión/père-
version en una mujer, comenta Lacan, eso la lleva más bien a la maternidad, que hoy en día no es
obligatoria; y no tanto a prácticas en las que ella no hace sino inscribir su heterosexualidad, por
amar a Otra mujer por ejemplo, ya sea para desafiar a su padre (caso histérico), ya sea para
actualizar la forclusión de su Nombre en otros tipos de reacciones subjetivas.
Ese texto da la matriz respecto de cómo podría lograrse, gracias a esta segunda revolución
tecnológica, la liberación de las mujeres de los diversos yugos a los que tradicionalmente estuvo
sometida: reemplazándola en esos trabajos. En la medida en que diferentes máquinas automáticas y
dispositivos diversos pudieran ir tomando el lugar de la mujer en tanto madre y en tanto ecónoma
del hogar, la liberación femenina seguiría los pasos de la liberación de los siervos.
De todos modos, en este paralelismo evidente hay sin embargo un obstáculo, el saber del esclavo
puede ser totalmente automatizado. Pero hay algo de la mujer que permanece irremplazable, y que
involucra tanto al deseo como al goce que mueven las civilizaciones. Como objeto del deseo “a”
puede ser reductible a una muñeca cada vez más parecida a una mujer, puede ser reemplazable. En
cambio, como causa de deseo a y como lugar de un goce Otro, radicalmente Otro A, con valor
causal en la civilización, lo femenino no es reemplazable, jamás será reemplazado.
UNIDAD V
Freud. La negación
Con respecto al juicio (en el sentido de la valoración de algo), Freud en lugar de oponer
“verdadero” a “falso” (como lo hace la filosofía tradicional), Freud opone “bueno” a “malo” -según
el principio de placer/displacer- y a partir de la atribución introduce una división entre el "adentro"
y el "afuera". Mientras que lo primero –lo bueno- es admitido en el yo por medio de la introyección;
lo segundo –lo malo- es rechazado. Freud hace depender de esta operación la constitución del yo y,
con ella, la instauración de un adentro y un afuera: perteneciente al yo y ajeno a éste.
En este artículo Freud trabaja la constitución del aparato psíquico a partir del juicio
atributivo y del juicio de existencia y la construcción de la realidad, poniendo el acento en que para
que la realidad se constituya y el examen de realidad se instituya tienen que haberse perdido objetos
que antaño procuraron satisfacción.
Articulando represión y negación, Freud afirma que en ocasiones: “…un contenido de
representación o un pensamiento puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar”
(Freud,1925: 253). Es por esto que Freud dice que la negación es un modo de tomar noticia de lo
reprimido, pero sin la exigencia de levantar la represión. Negar algo en el juicio significa confesar
que es algo que se preferiría reprimir y es por ello que afirmamos que el juicio adverso es un
sustituto intelectual de la represión.
Cuando un contenido antes reprimido es comunicado a condición de ser negado no por ello
el sujeto se anoticia de este. En este punto debemos diferenciar saber de conocimiento. El hecho
de comunicarle a un paciente una representación que él reprimió en su tiempo y hemos logrado
colegir, no modifica en nada modifica su estado psíquico. Dirá Freud: "El paciente tiene ahora la
misma representación bajo una doble forma en lugares diferentes de su aparato psíquico”. Este
señalamiento freudiano recae sobre el asunto de que los saberes del médico y el enfermo no son
equivalentes y menos aún pueden sustituirse. Es decir, de nada sirve que el analista sustituya el no
saber de un analizante, por un saber que ha conseguido inteligir. El analista optará más bien por
solicitar que siga hablando, apelando a la indicación legada por Freud de la asociación libre,
suspendiendo el juicio acerca de si eso viene o no al caso.
Entonces, en tanto la función del juicio para Freud se trata de adoptar dos decisiones:
1)Atribuir o no una propiedad a una cosa. Entendiendo por propiedad la calificación de buena o
mala, útil o dañina; 2) Admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La
primera decisión, Freud la traduce en el lenguaje de las mociones pulsionales orales, las más
primitivas en la organización pulsional, de la siguiente manera: “Quiero comer o quiero escupir
esto”, o bien, “quiero introducir esto en mí o lo quiero excluir de mí”. Con respecto a la segunda
decisión: el juicio comporta entonces una posición electiva y, por lo tanto, ética del sujeto.
5.2. El sentimiento inconsciente de culpa como indicador clínico. Su relación con el deseo.
Freud se pregunta por la responsabilidad del contenido ético de los sueños ya que, si el
juicio corresponde a la conciencia y, en la vida onírica, ésta se encuentra suspendida, la experiencia
del soñante le permite penetrar en el dilema de la responsabilidad frente a aquellas formaciones y
contenidos que en la vigilia serían, a todas luces, contrarios al yo. Freud rastrea cuidadosamente las
fuentes de la época y las organiza en dos corrientes: aquellos que afirman que el sueño está exento
de disposiciones y sentimientos morales y quienes, por el contrario, responsabilizan al soñante por
el contenido de los mismos. Algunos aseguran que el sueño nada sabe de las exigencias morales,
mientras que los segundos, con idéntica contundencia sostienen que la naturaleza del hombre se
conserva también en la vida onírica.
Esto da lugar a diferenciar el contenido del sueño de su afecto y a orientarse por el afecto
en tanto este es verdadero. Entendiendo afecto como aquel deseo que dio origen a la
escenificación inmoral. Así es como parece advertirlo Freud:
En “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”, Freud
retoma la cuestión en “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños”. Preguntándose si
debemos asumir la responsabilidad por el contenido de los mismos. En ese momento, a diferencia
del texto anterior, su respuesta es taxativa “uno debe considerarse responsable por sus mociones
oníricas malas” (pág 135). Freud sentencia que esos contenidos testimonian del ser del soñante,
dejando traslucir mociones que de habitualmente quedan sepultadas por medio de la hipocresía o la
inhibición. De esta manera, el psicoanálisis desplaza su interés de la culpabilidad a la
responsabilidad de los actos, inclusive de aquellos que en apariencia nacen de un error… los actos
fallidos.
La culpabilidad afecta no solamente a los actos, se puede ser culpable de un pensamiento o
de un propósito aunque éste no se lleve nunca a cabo. En el capítulo séptimo de su texto “El
malestar en la cultura”, Freud define la conciencia de culpa como la tensión entre el superyó que se
ha vuelto severo y el yo que se halla sometido a sus designios. Se exterioriza como una necesidad
de castigo.
Lo “malo” no coincide necesariamente con aquello que depara displacer sino con lo que
amenaza con la pérdida de amor por parte de aquel del cual se depende, pérdida que genera angustia
y desvalimiento, que Freud denomina angustia de castración. De esa manera, al interiorizarse la
autoridad por la instauración del superyó desaparece la angustia de ser descubierto por la figura de
la autoridad porque ya nada puede ocultarse frente a una instancia interna como el superyó.
Estrictamente hablando allí nacen la conciencia moral y los sentimientos de culpa.
Pasos que señala Freud para el surgimiento de la culpa:
1- Renuncia frente a lo pulsional por temor a la agresión de la autoridad externa ya que eso
desembocaría en la pérdida de amor por parte del autoridad.
2- Instauración de la autoridad interna y renuncia a lo pulsional por angustia de la conciencia
moral. Esto supone una igualación entre acto y propósito, de ahí la conciencia de culpa, la
necesidad de castigo.
La formación clínica
La ética del psicoanálisis es la ética del deseo. El deseo no es equivalente al anhelo, las fantasías,
los placeres ocasionales, las proyecciones irrealizables, los ideales insostenibles, etc. Tampoco es
algo del todo apropiable.
El deseo inconsciente linda con esa experiencia de la imposibilidad a la que se refiere Freud al
preguntarse por la formación analítica. Su existencia y subsistencia es correlativa del Otro, del Otro
verdaderamente real, de la presencia del Otro, del Otro humano y social. Por eso es paradójico por
estructura (“el deseo es el deseo del otro/Otro”), ya que la palabra lo crea y lo recrea pero también
lo sustrae y lo ahoga. Es también indestructiblemente sexuado y al mismo tiempo realizable en un
acto que lo satisface transformando al sujeto. Un acto indudablemente hablado o hablante, que
depende de la palabra y que pende del decir. Pendiente del Otro, entonces, más no dependiente de
él: no hace lugar a su demanda pero se apoya en su deseo.
5.3 Respecto de los dispositivos freudianos para la formación clínica:
En cuanto a los dispositivos freudianos, se trata primero de la pregunta por los criterios del fin de
análisis en el doble sentido de la expresión: su final (término o conclusión) y su finalidad (objetivo
o pretenciones).
El análisis personal es el primero de los dispositivos de los que depende la formación en clínica
psicoanalítica y que es de allí de donde se obtiene la disposición (la “aptitud” dice Freud) para el
psicoanálisis. Es en la experiencia del propio análisis donde se gesta el deseo de analizar. La
experiencia del análisis, sostiene Freud:
Luego se agregan el dispositivo de la Supervisión (que Lacan prefirió llamar Control) y el del
estudio de los principales textos, conceptos y autores, para lo que la Escuela de Lacan hizo su
aporte introduciendo el dispositivo llamado del Cartel (pequeño grupo de estudio con sus propias
reglas de funcionamiento). Y esta oferta vale para cualquier interesado. Entonces...
¿Pueden o no pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Estrictamente hablando, ni “hace falta” ni
“alcanza” con ser médico psiquiatra o psicólogo especializado en clínica para ejercer el
psicoanálisis, y que el título habilitante todavía no equivale a la autorización. La responsabilidad
recae, entonces, sobre la seriedad de cada uno de los procesos de aprendizaje en los diferentes
tiempos de formación. El análisis no es interminable, lo son las formaciones del inconsciente y
la formación del analista que surge de ellas. Que dicha formación se obtenga sobre todo en la
experiencia del análisis personal, acentúa el hecho de que la terapéutica analítica y la investigación
en psicoanálisis van de la mano. En otros términos, se trata de una disciplina que no puede
desprenderse de la práctica de la que surge, a diferencia de otras terapéuticas (como por ejemplo las
cognitivo-conductuales) cuyo saber progresa en un ámbito pero se aplica en otro muy diferente. “En
el psicoanálisis existió desde el comienzo mismo una unión entre curar e investigar”, dice Freud,
para luego completar: “nuestro procedimiento analítico es el único en que se conserva esta preciosa
conjunción”.
Lacan sostuvo desde el comienzo una forma de transmisión y de enseñanza del psicoanálisis cuyo
método (analizante) y dispositivo (Seminario) se ajustan a esa premisa de “conjunción”. Y también
es por eso que luego ideó una manera de asociar a los analistas distinta a la propuesta por Freud,
que apuesta con el Cartel y el Pase a esa misma premisa analítica: conjunción de lo didáctico y lo
terapéutico, de lo epistémico y lo clínico.
Tanto Freud como Lacan insistieron en investigar en la cura la estructura de la experiencia analítica
del inconsciente para lograr delimitar mejor su operación. Esto quiere decir, ubicar sus límites y
limitaciones, pero también y sobre todo sus rasgos diferenciales y sus potencialidades.
(guía)
Hace referencia a los límites del análisis con la categoría lógica de lo “imposible” y también con:
2- El aspecto ético de la clínica psicoanalítica. Es una toma de posición que se espera del
analizante, momento electivo requerido para poder encontrar la manera de concluir: la “revisión” de
la posición adoptada frente a la represión primaria y el “examen” de la actitud asumida frente al
problema del goce sexual. Se trata entonces de haber “incitado” en el analizante el deseo de
examinar y variar su posición frente a lo que se presenta como límite en apariencia insuperable,
imposibilidad paradójica del deseo, y que en Freud toma el nombre de “Complejo de Castración”.
¿Cómo empezar a producir ese re posicionamiento? ¿Cuáles son las referencias conceptuales
a tener en cuenta? ¿De qué modo situar esto en la experiencia clínica? Dándole lugar a la
angustia automática e insoportable para que tenga la chance de desplegarse como síntoma.
Hay distintas variantes de la entrada en análisis, que dependen del tipo particular de síntoma, pero
que toman una misma dirección y marcan el camino hacia esa “roca viva” de la castración a la que
se refirió Freud al plantear el problema de la terminación de los análisis.
(texto)
Ferenzi consideraba que el análisis no es un proceso sin término, sino que puede ser llevado a un
cierre natural, si el analista tiene la paciencia y la pericia (habilidad para resolver con acierto,
facilidad y rapidez algo que entraña cierta dificultad) debida. Sostenía que era decisivo para el
éxito, que el analista haya aprendido bastante de sus propios errores y cobrado imperio sobre los
puntos débiles de su personalidad. Ese trabajo equivale a no poner como meta del análisis su
abreviación, sino su profundización.
Los analistas son personas que han aprendido a ejercer un arte determinado y, junto a ello, tienen
derecho a ser hombres como los demás. Se le exige, como parte de su prueba de aptitud, una
medida más alta de normalidad y de corrección anímicas.
¿Dónde y cómo adquiriría aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión? En el análisis
propio, con el que comienza su preparación para su actividad futura.
Cumple su cometido si promueve en el aprendiz la firme convicción en la existencia de lo
inconsciente, le proporciona percepciones de sí a raíz de la emergencia de lo reprimido, y le enseña,
en una primera muestra, la técnica únicamente acreditada en la actividad analítica. Esto por sí solo
no bastaría como instrucción, pero se cuenta con que las incitaciones recibidas en el análisis propio
no han de finalizar una vez cesado aquel, con que los procesos de la recomposición del yo
continuarán de manera espontánea en el analizado y todas las ulteriores experiencias serán
aprovechadas en el sentido que se acaba de adquirir. Ello en efecto acontece, y en la medida en que
acontece otorga al analizado aptitud de analista.
Todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada cinco años,
sin avergonzarse por dar ese paso. Ello significaría, entonces, que el análisis propio también, y no
sólo el análisis terapéutico de enfermos, se convertiría de una tarea terminable {finita} en una
interminable {infinita). No es el propósito aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin
conclusión. La terminación de un análisis es un asunto práctico.
El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo;
con ello quedaría tramitada su tarea.
Estas y otras preguntas son las que quedan en suspenso para Freud, que permanecen en un cierto
impasse, en un tiempo de espera, y que luego Lacan intenta responder reformulando la noción
freudiana de “castración”: quitándole sus máscaras imaginarias (obscenas y engañosas), desatando
su vínculo simbólico con el “complejo” y produciéndola como verdadero tope real del deseo.
Dicho de otro modo, profundizando la investigación sobre los puntos de imposibilidad de la
estructura subjetiva, aquello que escribe S (Ⱥ), y las diversas funciones que vienen a ocupar ese
lugar vacío o vacante: el falo (Φ), el objeto (a) y el síntoma (Ʃ).
Introduce el dispositivo del Pase y vuelve a interrogar la dirección de la cura en sus dos puntos de
“empalme”: el inicio y el final del psicoanálisis. (acá me falta completar pero no tuve ganas jeje)
**Por lo menos un análisis pasa varias veces por el mismo lugar, esa repetición que provoca eso.
Uno no va a llegar al 100%, pero es importante que alguien tenga una experiencia de análisis lo
suficientemente fuerte para sostener ese acto del analista, que es insistir en que algo del icc se va a
expresar, y que uno va a poder escucharlo e intervenir de algún modo, aunque no sepa bien como
será el resultado.
El final del análisis puede consistir en identificarse con algo del síntoma. Es una de las últimas
enseñanzas de Lacan. Uno puede encontrar la manera de concluir, terminar. Justamente porque hay
algo de interminable, que tiene que ver con imposible de solucionar. Para Freud esta examinado de
2 maneras distintas, primero el ombligo del sueño: un limite para la interpretación. Hay un ombligo,
algo que esta estrictamente anudado, esta más cerca de la cicatriz que puede quedar de un corte
primordial. Eso es el significante que falta en el otro, que falta por estructura, porque no lo hay.
Significante del otro barrado, en falta, así lo pone Lacan. Es uno de los reales.
En análisis terminable e interminable, en tanto la dirección de la cura, el concepto que va en este
lugar es el de represión primaria. Seria el punto donde la interpretación llega a una última
representación, o a un ultimo significante. Ahí hay una imposibilidad en el saber. Pero lo que mejor
prepara para el análisis no es saber todo lo que uno sabrá de su icc, sino haber hecho la experiencia
de que hay un limite impasable.
El complejo de castración, que Freud creía que era el impasable, que era un obstáculo de
estructura, para Lacan es más bien un impass, un obstáculo superable, un tiempo de espera, algo
que complica, pero se puede superar. Por eso el pase es la propuesta lacaniana para ir un paso
más allá del final de análisis que proponía Freud.
La cuestión es por un lado advertir que hay un imposible que hace que un análisis pudiera resultar
interminable si uno pretende terminar de esa manera, es decir, encontrar la representación; o
resolver el problema pulsional, que es el otro eje que se encuentra en Freud, que es lo que hace
interminable la experiencia de análisis, porque la pulsión cuya característica estructural es el
empuje, y algo de esto también es interminable.
Cuando le preguntaron a Lacan si lo que él llamaba lo real era lo que Freud llamaba el ombligo del
sueño dice que lo real tiene en la experiencia del límite del análisis al menos dos versiones, una es
ombligo del sueño, que es lo que él escribió como ste de la falta en el otro, y también el real mas
pulsional, que lacan solía escribir con el objeto a minúscula. Ahí también hay un real de algo que
insiste, y hay que hacer la experiencia de que eso va a seguir existiendo y hay que darle otro
destino, sublimatorio, por ejemplo.
La destitución subjetiva. El método analítico podría diferenciarse, distinguirse de los otros dos
métodos. No es que esta desprendido de lo anterior. Este tercer plano o dimensión de la metodología
puesta en juego, es el que nos deposita en la pregunta sobre el fin del análisis y la formación del
analista, pero que al mismo tiempo nos devuelve a sus principios. ¿Como concluir el análisis? Si
bien es algo que se puede sistematizar, es más difícil que los tipos de comienzo. Con respecto al
síntoma obsesivo, primero hay que histerizarlo y luego poder con ese movimiento, producir esa
entrada al dispositivo, al trabajo analítico. Esa seria una manera de sistematizar la entrada en
análisis. La salida, es más difícil, pero la doctrina de un Segundo Lacan, piensa que el acto analítico
en el sentido mas puro, es el que permite de pasar de analizante a analista. La noción que aplica a
ese pase (es un paso, momento, fase, etc) es el pase donde se destituye ese sujeto divido por los
significantes, representado por los significantes.
La destitución subjetiva es la que Lacan piensa que se produce en ese pase en el final, y es ahí
donde uno podría interrogar que es lo que hay de propiamente analítico en un método que sin los
dos anteriores no podría tener lugar. Hay un orden lógico, entonces: interpretativo-tentativo, clínico,
analítico. El método analítico entonces se ilumina sobre el final. Es el paso, la transformación diría
Freud, de analizante a analista. Atravesamiento de las fantasías. En definitiva, es algo que esta
presente desde el comienzo del análisis.
Tanto Freud como Lacan insistieron en que la última palabra corresponde al analizante y que el
resultado final de un psicoanálisis no está programado ni es programable. A lo sumo se pueden
intentar sistematizar sus puntos de “basta” distinguiendo entre los análisis no iniciados (que no
producen un analizante, pero que pueden aportar mucho a un paciente), los análisis interrumpidos
(por razones diversas, en algún punto más o menos satisfactorio del recorrido analizante) o los
análisis concluidos (donde el “basta” de la satisfacción es definitivo, dando lugar al estado
analizado del síntoma). Agreguemos nosotros, y aquí subyace la raíz misma del método analítico,
los análisis que llevan al pase y producen al analista.
Los tres métodos puestos en juego se distinguen pero también se anudan. Y es por eso que implican
distintas disposiciones para el analista y requieren de más de un dispositivo para articularlas.