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Si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo conciente (llamativa como
síntoma, o bien totalmente inadvertida) hasta su raíz en lo inconciente, enseguida se entrará
en una región donde la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente
no puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso entre sus
requerimientos y los del trabajo de investigación.
En la cura analítica la transferencia se nos aparece siempre, en un primer momento,
sólo como el arma más poderosa de la resistencia, y tenemos derecho a concluir que la
intensidad y tenacidad de aquella son un efecto y una expresión de esta. El mecanismo de la
transferencia se averigua, sin duda, reconduciéndolo al apronte de la libido que ha
permanecido en posesión de imagos infantiles; pero el esclarecimiento de su papel en la cura,
sólo si uno penetra en sus vínculos con la resistencia.
Freud se pregunta ¿A qué debe la transferencia el servir tan excelentemente como medio de
la resistencia? “La respuesta a esta pregunta, planteada aquí repetidas veces, no se obtendrá
mediante ulterior reflexión, sino que es dada por la experiencia que uno hace en la cura a
raíz de la indagación de las particulares resistencias trasferenciales. ”
Entonces acá Freud separa a la transferencia en POSITIVA y NEGATIVA.
T. POSITIVA: la transferencia de sentimientos tiernos. Y a su vez esta se descompone en
sentimientos amistosos o tiernos que son susceptibles de conciencia y la de sus prosecuciones
en lo inconciente. De estos últimos el análisis demuestra que se remontan a fuentes eróticas.
T. NEGATIVA: transferencia de sentimientos hostiles.
La solución del enigma es, entonces, que la transferencia sobre el médico sólo resulta
apropiada como resistencia dentro de la cura cuando es una transferencia negativa, o una
positiva de mociones eróticas reprimidas. Cuando nosotros «cancelamos» la trasferencia
haciéndola conciente, sólo hacemos desasirse de la persona del médico esos dos componentes
del acto de sentimiento; en cuanto al otro componente susceptible de conciencia y no
chocante, subsiste y es en el psicoanálisis, al igual que en los otros métodos de tratamiento, el
portador del éxito.
En la pesquisa de la libido extraviada de lo conciente, uno ha penetrado en el ámbito de lo
inconciente. Y las reacciones que uno obtiene hacen salir a la luz muchos caracteres de los
procesos inconcientes, tal como de ellos tenemos noticia por el estudio de los sueños. Las
mociones inconcientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a
reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo
inconciente.'" Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y realidad
objetiva a los resultados del despertar de sus mociones inconcientes; quiere actuar sus
pasiones sin atender a la situación objetiva {real}. El médico quiere constreñirlo a insertar
esas mociones de sentimiento en la trama del tratamiento y en la de su biografía,
subordinarlas al abordaje cognitivo y discernirlas por su valor psíquico. Esta lucha entre
médico y paciente, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer «actuar», se
desenvuelve casi exclusivamente en torno de los fenómenos trasferenciales. Es en este campo
donde debe obtenerse la victoria cuya expresión será sanar duraderamente de la neurosis.
Freud nos dice que los fenómenos de la transferencia, a pesar de poner dificultades al
analista en el tratamiento, nos brindan el inapreciable servicio de volver actuales y
manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes.
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(LAPLANCHE): Freud, en la primera exposición de conjunto dedicada a la transferencia
(1912), subraya que ésta va ligada a «prototipos», imagos* (principalmente la imago del
padre, pero también la de la madre, del hermano, etc.): «[...] el médico será insertado en una
de las "series" psíquicas que el paciente tiene ya formadas». Freud descubre que lo que se
revive en la transferencia es la relación del sujeto con las figuras parentales, y especialmente
la ambivalencia* pulsional que caracteriza dicha relación: «Era necesario que [el paciente de
Análisis de un caso de neurosis obsesiva] se convenciese, por el doloroso camino de la
transferencia, de que su relación con el padre implicaba realmente este complemento
inconsciente». En este sentido, Freud distingue dos transferencias: una positiva, otra negativa,
una transferencia de sentimientos de ternura y otra de sentimientos hostiles (y). Se observará
la similitud entre estos términos y los de componentes positivo y negativo del complejo de
Edipo.
Desde el punto de vista de su función en la cura, Freud primeramente clasifica la
transferencia, de forma más o menos explícita, entre los «obstáculos» fundamentales que se
oponen al recuerdo del material reprimido. Pero, también desde un principio, señala su
aparición como frecuente o incluso general: «[...] podemos estar seguros de encontrarla en
todo análisis relativamente serio». Asimismo, en este momento de su pensamiento, Freud
constata que el mecanismo de la transferencia sobre la persona del médico se desencadena en
el mismo momento en que están a punto de ser develados algunos contenidos reprimidos
especialmente importantes. En este sentido, la transferencia aparece como una forma de
resistencia* y señala al mismo tiempo la proximidad del conflicto inconsciente. Así, Freud
descubre desde un principio lo que produce la contradicción misma de la transferencia y
explica las formulaciones tan dispares que se han dado acerca de su función: en un sentido es,
en comparación con el recuerdo verbalizado, «resistencia de transferencia» en otro sentido,
en la medida en que constituye, tanto para el sujeto como para el analista, un modo
privilegiado de captar «en caliente» e in statu nascendi los elementos del conflicto infantil, es
el terreno en el que se realiza.
Es innegable que la tarea de domar los fenómenos de transferencia plantea al psicoanalista las
máximas dificultades; pero no debe olvidarse que tales fenómenos son precisamente los que
nos proporcionan el inestimable servicio de actualizar y manifestar las mociones amorosas,
ocultas y olvidadas; ya que, a fin de cuentas, no es posible dar muerte a algo in absentia o in
effigie»
«La transferencia, tanto en su forma positiva como negativa, se pone al servicio de la
resistencia; pero, en manos del médico, se convierte en el más potente de los instrumentos
terapéuticos y desempeña un papel difícil de sobrevalorar en la dinámica del proceso de
curación»
Freud sostuvo siempre que el ideal de la cura era el recuerdo completo y, cuando éste se
muestra imposible, se confía a las «construcciones»* para llenar las lagunas del pasado
infantil.
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nombres, fechas, detalles del recuerdo, ocurrencias y producciones patológicas que se
presentan durante la cura, y en no confundirlos con un material parecido oriundo de
otros pacientes analizados antes o al mismo tiempo. Desautoriza todo recurso auxiliar,
aun el tomar apuntes, según luego veremos, y consiste meramente en no querer fijarse
en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención
parejamente flotante». El precepto de fijarse en todo por igual es el correspondiente
necesario de lo que se exige al analizado, a saber: que refiera todo cuanto se le ocurra,
sin crítica ni selección previas. La regla para el médico es: «Uno debe escuchar y no
hacer caso de si se fija en algo».
B. No se recomienda la toma de notas, redacción de protocolos, etc. en el curso de las
sesiones con el analizado. Mientras uno toma apuntes o traza signos taquigráficos,
forzosamente practica una dañina selección en el material, y así liga un fragmento de
su propia actividad espiritual que hallaría mejor empleo en la interpretación de lo
escuchado. Sin embargo, no cabe objetar que se hagan algunas excepciones a esta
regla para fechas, textos de sueños. Freud no recomienda realizarlo, en cuanto a los
textos de sueños que le interesan, hago que los pacientes mismos los fijen {por
escrito} tras relatar el sueño.
C. Tomar notas durante la sesión con el paciente se podría justificar por el designio de
convertir al caso tratado en tema de una publicación científica.
D. Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado, no es bueno elaborarlo
científicamente: componer su edificio, pretender colegir su marcha, establecer de
tiempo en tiempo supuestos sobre su estado presente, como lo exigiría el interés
científico. El éxito corre peligro en los casos que uno de antemano destina al empleo
científico y trata según las necesidades de este; por el contrario, se asegura mejor
cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos
cada vez con ingenuidad y sin premisas. Para el analista, la conducta correcta
consistirá en pasar de una actitud psíquica a la otra al compás de sus necesidades; en
no especular ni cavilar mientras analiza, y en someter el material adquirido al trabajo
sintético del pensar sólo después de concluido el análisis.
E. Freud aconseja tomar por modelo al cirujano, que deja de lado todos sus afectos y
aun su compasión humana, y concentra sus fuerzas espirituales en una meta única:
realizar una operación lo más acorde posible a las reglas del arte. Aquella frialdad de
sentimiento que cabe exigir del analista se justifica porque crea para ambas partes las
condiciones más ventajosas: para el médico, el muy deseable cuidado de su propia
vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es posible
prestarle.
F. Para el médico, de la «regla analítica fundamental» instituida para el analizado. Así
como este debe comunicar todo cuanto atrape en su observación de sí atajando las
objeciones lógicas y afectivas que querrían moverlo a seleccionar, de igual modo el
médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del
discernimiento de lo inconsciente escondido, todo cuanto se le comunique. Ahora
bien, si el médico ha de estar en condiciones de servirse así de su inconsciente como
instrumento del análisis, él mismo tiene que llenar en vasta medida una condición
psicológica. No puede tolerar resistencias ningunas que aparten de su conciencia lo
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que su inconsciente ha discernido; de lo contrario, introduciría en el análisis un nuevo
tipo de selección y desfiguración mucho más dañinas que las provocadas por una
tensión de su atención consciente. Es lícito exigirle que se haya sometido a una
purificación psicoanalítica, y tomado noticia de sus propios complejos que pudieran
perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece.
G. El médico no debe ser transparente para el analizado, sino, como la luna de un
espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado.
H. Como médico, es preciso ser sobre todo tolerante con las debilidades del enfermo,
darse por contento si, aun no siendo él del todo valioso, ha recuperado un poco de la
capacidad de producir y de gozar. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la
terapéutica.
I. Es incorrecto dictar al analizado unos deberes: recopilar sus recuerdos, reflexionar
sobre cierta época de su vida, etc. Es que él tiene que aprender sobre todo que ni en
virtud de una actividad mental como la reflexión, ni de un esfuerzo de atención y de
voluntad, se resolverán los enigmas de la neurosis, sino sólo por la paciente
obediencia a la regla psicoanalítica que ordena desconectar la crítica a lo inconsciente
y sus retoños. Freud no se inclina a recurrir con sus pacientes a la lectura de escritos
psicoanalíticos; les demanda que lo aprendan en su persona propia y les asegura que
de esa manera averiguarán más cosas y de mayor valor.
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El psicoanálisis requiere siempre lapsos más prolongados, medio año o uno entero; son más
largos de lo que esperaba el enfermo. Por eso se tiene el deber de revelarle ese estado de
cosas antes que él se decida en definitiva a emprender el tratamiento.
Freud desaprueba comprometer a los pacientes a que perseveren cierto lapso en el
tratamiento; les consienta que interrumpan la cura cuando quieran, pero no les oculta que una
ruptura tras breve trabajo no arrojará ningún resultado positivo, y es fácil que, como una
operación incompleta, los deje en un estado insatisfactorio.
La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento, se
procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas
alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe, en
última instancia, a la «atemporalidad» de nuestros procesos inconscientes. Sin duda, el
médico analista es capaz de mucho, pero no puede determinar con exactitud lo que ha de
conseguir. Él introduce un proceso, a saber, la resolución de las represiones existentes; puede
supervisarlo, promoverlo, quitarle obstáculos del camino, y también por cierto viciarlo en
buena medida. Pero, en líneas generales, ese proceso, una vez iniciado, sigue su propio
camino y no admite que se le prescriban ni su dirección ni la secuencia de los puntos que
acometerá.
El punto siguiente sobre el que se debe decidir al comienzo de una cura es el dinero, los
honorarios del médico. El analista no pone en entredicho que el dinero haya de considerarse
en primer término como un medio de sustento y de obtención de poder, pero asevera que en
la estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales.
El analista tendrá derecho a negar asistencia gratuita, sin exceptuar de esto ni siquiera a sus
colegas o los parientes de ellos. Esta última exigencia parece violar la colegialidad médica;
pero debe tenerse en cuenta que un tratamiento gratuito importa para el psicoanalista mucho
más que para cualquier otro: le sustrae una fracción considerable del tiempo de trabajo de que
dispone para ganarse la vida y por un lapso de muchos meses.
Freud mantiene el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras uno se
sienta detrás, de modo que él no vea al analista. Freud comenta que no tolera permanecer bajo
la mirada fija de otro ocho horas (o más) de cada día. Y mientras escucha, él mismo se
abandona al decurso de sus pensamientos inconscientes, no quiere que sus gestos ofrezcan al
paciente material para sus interpretaciones o lo influyan en sus comunicaciones.
Una vez reguladas de la manera dicha las condiciones de la cura, se plantea esta pregunta:
¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento? No interesa para nada
con qué material se empiece -la biografía, el historial clínico o los recuerdos de infancia del
paciente-, con tal que se deje al paciente mismo hacer su relato y escoger el punto de partida.
Uno le dice, pues: «Antes que yo pueda decirle algo, es preciso que haya averiguado mucho
sobre usted; cuénteme, por favor, lo que sepa de usted mismo».
“Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente, compórtese como lo haría, por ejemplo, un
viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino del pasillo
cómo cambia el paisaje ante su vista. Por último, no olvide nunca que ha prometido absoluta
sinceridad, y nunca omita algo so pretexto de que por alguna razón le resulta desagradable
comunicarlo”.
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Ahora bien, mientras las comunicaciones y ocurrencias del paciente afluyan sin detención, no
hay que tocar el tema de la transferencia. Es preciso aguardar para este, el más espinoso de
todos los procedimientos, hasta que la transferencia haya devenido resistencia.
La siguiente pregunta que se nos planteará es de principio: ¿Cuándo debemos empezar a
hacer comunicaciones al analizado? ¿Cuándo es oportuno revelarle el significado secreto de
sus ocurrencias, iniciarlo en las premisas y procedimientos técnicos del análisis? La respuesta
sólo puede ser esta: No antes de que se haya establecido en el paciente una transferencia
operativa, un rapport en regla. La primera meta del tratamiento sigue siendo allegarlo a este y
a la persona del médico. Para ello no hace falta más que darle tiempo. Si se le testimonia un
serio interés, se pone cuidado en eliminar las resistencias que afloran al comienzo y se evitan
ciertos yertos, el paciente por sí solo produce ese allegamiento y enhebra al médico en una de
las imagos de aquellas personas de quienes estuvo acostumbrado a recibir amor. Esta
respuesta supone, desde luego, condenar el procedimiento que querría comunicar al paciente
las traducciones de sus síntomas tan pronto como uno mismo las coligió, o aún vería un
triunfo particular en arrojarle a la cara esas «soluciones» en la primera entrevista. A un
analista ejercitado no le resultará difícil escuchar nítidamente audibles los deseos retenidos de
un enfermo ya en sus quejas y en su informe sobre la enfermedad.
El motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo, que ahí se engendra,
de sanar. Según se lo descubre sólo en el curso del análisis, es mucho lo que se debita de la
magnitud de esta fuerza pulsional, sobre todo la ganancia secundaria de la enfermedad. Pero
esta fuerza pulsional misma, de la cual cada mejoría trae aparejada su disminución, tiene que
conservarse hasta el final. Por sí sola es incapaz de eliminar la enfermedad; para ello le faltan
dos cosas: no conoce los caminos que se deben recorrer hasta ese término, y no suministra los
montos de energía necesarios contra las resistencias. El tratamiento analítico remedia ambos
déficit. En cuanto a las magnitudes de afecto requeridas para vencer las resistencias, las suple
movilizando las energías aprontadas para la transferencia; y mediante las comunicaciones
oportunas muestra al enfermo los caminos por los cuales debe guiar esas energías. La
transferencia a menudo basta por sí sola para eliminar los síntomas del padecer, pero ello de
manera sólo provisional, mientras ella misma subsista. Así sería sólo un tratamiento
sugestivo, no un psicoanálisis.
Además, en el curso del tratamiento es despertado otro factor propiciador: el interés
intelectual y la inteligencia del enfermo. Sólo que apenas cuenta frente a las otras fuerzas que
se combaten entre sí; lo amenaza de continuo una desvalorización debida al enturbiamiento
del juicio por obra de las resistencias. Restan, pues, transferencia e instrucción (en virtud de
la comunicación) como las nuevas fuentes de fuerza que el enfermo debe al analista.
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«bloqueo» de ellas. Cuando el paciente se refiere a este olvido, rara vez omite agregar: «En
verdad lo he sabido siempre, sólo que no me pasaba por la cabeza». Y no es infrecuente que
exteriorice su desengaño por no ocurrírsele bastantes cosas que pudiera reconocer como
«olvidadas», en las que nunca hubiera vuelto a pensar después que sucedieron. Sin embargo,
también esta añoranza resulta satisfecha, sobre todo en las histerias de conversión. El
«olvido» experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tan
universal presencia. En muchos casos ha recibido la impresión de que la consabida amnesia
infantil, tan sustantiva para nuestra teoría, está contrabalanceada en su totalidad por los
recuerdos encubridores. En estos no se conserva sólo algo esencial de la vida infantil, sino en
verdad todo lo esencial. Sólo hace falta saber desarrollarlo desde ellos por medio del análisis.
Representan tan acabadamente a los años infantiles olvidados como el contenido manifiesto
del sueño a los pensamientos oníricos.
Los otros grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos uno puede oponer
a las impresiones y vivencias -fantasías, procesos de referimiento, mociones de sentimiento,
nexos- deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar.
Aquí sucede, con particular frecuencia, que se «recuerde» algo que nunca pudo ser
«olvidado» porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue conciente; además, para el
decurso psíquico no parece tener importancia alguna que uno de esos «nexos» fuera
conciente y luego se olvidara, o no hubiera llegado nunca a la conciencia. El convencimiento
que el enfermo adquiere en el curso del análisis es por completo independiente de cualquier
recuerdo de esa índole. En las diversas formas de la neurosis obsesiva, en particular, lo
olvidado se limita las más de las veces a disolución de nexos, desconocimiento de
consecuencias, aislamiento de recuerdos. Para un tipo particular de importantísimas
vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la infancia y que en su tiempo no fueron
entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto retardado, la mayoría de
las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través de
sueños, y los más probatorios motivos extraídos de la ensambladura de la neurosis lo fuerzan
a uno a creer en ellas; hasta es posible convencerse de que el analizado, superadas sus
resistencias, no aduce contra ese supuesto la falta del sentimiento de recuerdo (sensación de
familiaridad).
Cuando aplicamos la nueva técnica resta muy poco, nada muchas veces, de aquel decurso de
alentadora tersura. Es cierto que se presentan casos que durante un trecho se comportan como
en la técnica hipnótica, y sólo después se deniegan; pero otros tienen desde el comienzo un
comportamiento diverso. Si nos atenemos al signo distintivo de esta técnica respecto del tipo
anterior, podemos decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y
reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin
saber, desde luego, que lo hace.
Por ejemplo: El analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante e incrédulo frente a la
autoridad de los padres; en cambio, se comporta de esa manera frente al médico. No recuerda
haberse quedado atascado, presa de desconcierto y desamparo, en su investigación sexual
infantil, pero presenta una acumulación de sueños confusos, se lamenta de que nada le sale
bien y, proclama, es su destino no acabar nunca ninguna empresa. No se acuerda de haber
sentido intensa vergüenza por ciertos quehaceres sexuales ni de haber temido que lo
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descubrieran, pero manifiesta avergonzarse del tratamiento a que ahora se somete y procura
mantenerlo en secreto frente a todos.
Lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la transferencia y la
resistencia. Pronto advertimos que la transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la
repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también
sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados
para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso
de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades
y vínculos simultáneos de su vida -p. ej., si durante la cura elige un objeto de amor, toma a su
cargo una tarea, inicia una empresa-. Tampoco es difícil discernir la participación de la
resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar
(repetir). En efecto, en la hipnosis, el recordar ideal de lo olvidado corresponde a un estado
en que la resistencia ha sido por completo abolida. Si la cura empieza bajo el patronazgo de
una transferencia suave, positiva y no expresa, esto permite, como en el caso de la hipnosis,
una profundización en el recuerdo, en cuyo transcurso hasta callan los síntomas patológicos;
pero si en el ulterior trayecto esa transferencia se vuelve hostil o hiperintensa, y por eso
necesita de represión, el recordar deja sitio enseguida al actuar. Y a partir de ese punto las
resistencias comandan la secuencia de lo que se repetirá. El enfermo extrae del arsenal del
pasado las armas con que se defiende de la continuación de la cura, y que nos es preciso
arrancarle pieza por pieza.
Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la
resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad? He aquí la
respuesta: Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su
ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y
además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas. En este punto podemos advertir que
poniendo de relieve la compulsión de repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino
sólo una concepción más unificadora. Y caemos en la cuenta de que la condición de enfermo
del analizado no puede cesar con el comienzo de su análisis, y que no debemos tratar su
enfermedad como un episodio histórico, sino como un poder actual. Esta condición
patológica va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la cura,
y mientras el enfermo lo vivencia como algo real-objetivo y actual, tenemos nosotros que
realizar el trabajo terapéutico, que en buena parte consiste en la reconducción al pasado.
El hacer recordar dentro de la hipnosis no podía menos que provocar la impresión de un
experimento de laboratorio. El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta
técnica más nueva, equivale a convocar un fragmento de vida real, y por eso no en todos los
casos puede ser inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo el problema del a
menudo inevitable «empeoramiento durante la cura».
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tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más significativas y
utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico. El mejor modo de
salvar al enfermo de los perjuicios que le causaría la ejecución de sus impulsos es
comprometerlo a no adoptar durante la cura ninguna decisión de importancia vital (p. ej.,
abrazar una profesión o escoger un objeto definitivo de amor); que espere, para cualquiera de
tales propósitos, el momento de la curación.
Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y
transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable si le concedemos su derecho a ser
tolerada en cierto ámbito: le abrimos la transferencia como la palestra donde tiene permitido
desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifique para nosotros
todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado. Con tal
que el paciente nos muestre al menos la solicitud de respetar las condiciones de existencia del
tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo
significado transferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia, de
la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La transferencia crea así un reino
intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple el tránsito de aquella a
esta.
El vencimiento de la resistencia comienza, como se sabe, con el acto de ponerla en
descubierto el médico, pues el analizado nunca la discierne, y comunicársela a este.
Por regla general, la cura se encontraba en su mayor progreso; sólo que el médico había
olvidado que nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar
tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; para reelaborarla,
vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica
fundamental. Sólo en el apogeo de la resistencia descubre uno, dentro del trabajo en común
con el analizado, las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y
poder el paciente se convence en virtud de tal vivencia. En esas circunstancias, el médico no
tiene más que esperar y consentir un decurso que no puede ser evitado, pero tampoco
apurado. Ateniéndose a esta intelección, se ahorrará a menudo el espejismo de haber
fracasado cuando en verdad ha promovido el tratamiento siguiendo la línea correcta.
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más común, en que médico y paciente se separarían, abandonando el recién iniciado trabajo
que debía servir al restablecimiento, como si un accidente elemental lo hubiera perturbado.
Claro está, también es concebible un tercer desenlace, que hasta parece conciliable con la
prosecución de la cura: el anudamiento de relaciones amorosas ¡legítimas, y no destinadas a
ser eternas; pero lo vuelven imposible tanto la moral civil como la dignidad médica.
Supongamos el caso del segundo desenlace de la situación considerada: el médico y la
paciente se alejan tras enamorarse ella de él; la cura es resignada. Pero el estado de la
paciente pronto vuelve necesario un segundo intento analítico con otro médico; y hete aquí
que de nuevo se enamora de este segundo médico; y de igual modo, si interrumpe y
recomienza, del tercero, etc. Este hecho constituye una de las bases de la teoría psicoanalítica,
admite dos valoraciones: una para el médico que analiza y otra para la paciente necesitada del
análisis.
Para el médico significa un esclarecimiento valioso y una buena prevención de una
contratrasferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento de la
paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir a las excelencias
de su persona; que, por tanto, no hay razón para que se enorgullezca de semejante
«conquista», como se la llamaría fuera del análisis. Para la paciente, en cambio, se plantea
una alternativa: debe renunciar a todo tratamiento psicoanalítico, o consentir su
enamoramiento del médico como un destino inevitable.
Es cierto que a primera vista no parece que del enamoramiento en la trasferencia pudiera
nacer algo auspicioso para la cura. La paciente, aun la más dócil hasta entonces, ha perdido
de pronto toda inteligencia del tratamiento y todo interés por él, no quiere hablar ni oír más
que de su amor, demanda que le sea correspondido; ha resignado sus síntomas o los
desprecia, y hasta se declara sana. Sobreviene un total cambio de vía de la escena, como un
juego dramático que fuera desbaratado por una realidad que irrumpe súbitamente (p. e¡., una
función teatral suspendida al grito de «¡Fuego!»). El médico que lo vivencie por primera vez
no hallará fácil mantener la situación analítica y sustraerse del espejismo de que el
tratamiento ha llegado efectivamente a su término
Luego, meditando un poco, uno se orienta. Concibe una sospecha: cuanto estorbe proseguir la
cura puede ser la exteriorización de una resistencia. Y en el surgimiento de esa apasionada
demanda de amor la resistencia tiene sin duda una participación grande. Es que desde hacía
tiempo uno había observado en la paciente los signos de una transferencia tierna, y con
acierto pudo imputar a esa actitud frente al médico su docilidad, su favorable acogida a las
explicaciones del análisis, su notable comprensión y la elevada inteligencia que así
demostraba. Todo ello ha desaparecido como por encanto: la enferma ya no intelige nada,
parece absorta en su enamoramiento, y semejante mudanza sobreviene con toda regularidad
en un punto temporal en que fue preciso alentarla a admitir o recordar un fragmento muy
penoso y fuertemente reprimido de su biografía. El enamoramiento existía desde mucho
antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de él para inhibir la prosecución de la cura,
apartar del trabajo todo interés y sumir al médico analista en un penoso desconcierto.
Si se lo mira mejor, uno puede discernir también en la situación el influjo de motivos que la
complican; en parte derivan del enamoramiento, pero en parte son exteriorizaciones
singulares de la resistencia. De la primera índole es el afán de la paciente por asegurarse de
que es irresistible, por quebrantar la autoridad del médico rebajándolo a la condición de
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amado, y por todo cuanto pueda resultar atractivo como ganancia colateral de la satisfacción
amorosa. De la resistencia, es lícito conjeturar que en ocasiones aprovechará la declaración
de amor como un medio para poner a prueba al riguroso analista, quien en caso de
condescender recibiría una reconvención. Pero uno tiene la impresión de que la resistencia,
como agent provocateur, acrecienta el enamoramiento y exagera la buena disposición a la
entrega sexual a fin de justificar, invocando los peligros de semejante desenfreno, la acción
eficaz de la represión.
La cura tiene que ser realizada en la abstinencia; sólo que con ello no me refiero a la
privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece, pues quizá ningún enfermo lo
toleraría. Lo que yo quiero es postular este principio: hay que dejar subsistir en el enfermo
necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse
de apaciguarlas mediante subrogados.
Consentir la apetencia amorosa de la paciente es entonces tan funesto para el análisis como
sofocarla. El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos.
Uno debe guardarse de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de disgustar de ella
a la paciente; y con igual firmeza uno se abstendrá de corresponderle. Uno retiene la
trasferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación por la que se
atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes inconcientes y ayudará a
llevar a la conciencia lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo.
Cuanto más impresione uno mismo que está a salvo de toda tentación, más extraerá de la
situación su sustancia analítica. La paciente, cuya represión de lo sexual no ha sido
cancelada, sino sólo empujada al trasfondo, se sentirá entonces lo bastante segura para traer a
la luz todas las condiciones de amor, todas las fantasías de su añoranza sexual, todos los
caracteres singulares de su condición enamorada, abriendo desde aquí el camino hacia los
fundamentos infantiles de su amor.
Es verdad que este intento de mantener el amor de transferencia sin satisfacerlo fracasará con
una clase de mujeres. Son aquellas de un apasionamiento elemental que no tolera subrogados,
criaturas de la naturaleza que no quieren tomar lo psíquico por lo material; que, según
palabras del poeta, sólo son accesibles a «lógica de sopas y argumentos de albóndigas(203)».
Con tales personas se está frente a una opción: mostrarles correspondencia de amor, o bien
cargar con toda la hostilidad de la mujer desairada. Y en ninguno de ambos casos puede uno
percibir los intereses de la cura. Es preciso retirarse sin obtener el éxito, y acaso pueda uno
preguntarse cómo se compadece la aptitud para la neurosis con una necesidad de amor tan
inexorable.
En cuanto a otras enamoradas menos violentas, es posible que muchos analistas hayan
arribado a un mismo método para constreñirlas a la concepción analítica. Sobre todo, uno les
insiste en la inequívoca participación de la resistencia en ese «amor». Es que un
enamoramiento real y efectivo volvería dócil a la paciente y acrecentaría su buena voluntad
para solucionar los problemas de su caso, aunque sólo fuera porque el hombre amado se lo
demanda. Un enamoramiento así podría escoger el camino de completar la cura para cobrar
valor frente al médico y preparar la realidad objetiva en que la inclinación amorosa pudiera
hallar sitio. Y en vez de ello la paciente se muestra recalcitrante e indócil, ha arrojado de sí
todo interés por el tratamiento y es evidente que no tiene respeto alguno por las convicciones
bien fundadas del médico. Produce entonces una resistencia en la forma de manifestación de
12
enamoramiento, y además no vacila en llevarlo a un dilema sin salida. En efecto, si él se
rehúsa, cosa a la cual lo constriñen su deber y su entendimiento, ella podrá hacer el papel de
la desairada y sustraerse de la cura de él por venganza y encono, como ahora lo hace a
consecuencia del presunto enamoramiento.
Freud se pregunta ¿acaso de hecho no cabe llamar real al enamoramiento que deviene
manifiesto en la cura analítica? Responde “hemos dicho a la paciente la verdad, mas no toda
ella, que es indiferente para el resultado. De nuestros dos argumentos, el primero es el más
fuerte. La participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible y muy
considerable. Sin embargo, la resistencia no ha creado este amor; lo encuentra ahí, se sirve de
él y exagera sus exteriorizaciones. Y el carácter genuino del fenómeno tampoco es
despotenciado por la resistencia. Nuestro segundo argumento es mucho más endeble; es
verdad que este enamoramiento consta de reediciones de rasgos antiguos, y repite reacciones
infantiles. Pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento. Ninguno hay que no repita
modelos infantiles. Justamente lo que constituye su carácter compulsivo, que recuerda a lo
patológico, procede de su condicionamiento infantil. Acaso el amor de trasferencia tenga un
grado de libertad menos que el que se presenta en la vida, llamado «normal»: permite
discernir con más nitidez su dependencia del modelo infantil, se muestra menos flexible y
modificable; pero eso es todo y no es lo esencial”.
¿Y en qué se discerniría, pues, lo genuino de un amor? ¿En su productividad, su aptitud para
realizar la meta amorosa? En este punto el amor de transferencia no le va en zaga a ningún
otro; la impresión que uno tiene es que de él se podría obtenerlo todo.
Resumamos, entonces: No hay ningún derecho a negar el carácter de amor «genuino» al
enamoramiento que sobreviene dentro del tratamiento analítico. Si parece tan poco normal,
ello se explica suficientemente por la circunstancia de que todo enamoramiento, aun fuera de
la cura analítica, recuerda más a los fenómenos anímicos anormales que a los normales. De
cualquier modo, se singulariza por algunos rasgos que le aseguran una particular posición: 1)
es provocado por la situación analítica; 2) es empujado hacia arriba por la resistencia que
gobierna a esta situación, y 3) carece en alto grado del miramiento por la realidad objetiva, es
menos prudente, menos cuidadoso de sus consecuencias, más ciego en la apreciación de la
persona amada de lo que querríamos concederle a un enamoramiento normal. Pero no nos es
lícito olvidar que justamente estos rasgos que se desvían de la norma constituyen lo esencial
de un enamoramiento.
Para el obrar del médico es decisiva la primera de esas tres propiedades del amor de
transferencia que hemos mencionado. Él tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir
el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, para él, el resultado inevitable de una
situación médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación
de un secreto de importancia vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una
ventaja personal. La condescendencia de la paciente no modifica nada, no hace sino volcar
toda la responsabilidad sobre su propia persona. Él tiene que saber que la enferma no estaba
preparada para ningún otro mecanismo de curación. Tras el feliz vencimiento de todas las
dificultades, ella a menudo confiesa la fantasía-expectativa con que ingresó en la cura: Si se
portaba bien, al final sería recompensada por la ternura del médico.
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Por alto que el médico tase el amor, tiene que valorar más su oportunidad de elevar a la
paciente sobre un estadio decisivo de su vida. La paciente tiene que aprender de él a vencer el
principio de placer, a renunciar a una satisfacción inmediata, pero no instituida socialmente,
en favor de otra más distante, quizá mucho más incierta, pero intachable tanto en lo
psicológico como en lo social. A los fines de aquel vencimiento, ella debe ser llevada a través
de las épocas primordiales de su desarrollo anímico y adquirir por este camino aquel plus de
libertad anímica en virtud del cual la actividad conciente se distingue -en el sentido
sistemático- de la inconciente.
Conferencias:
Conferencia 21°: “Desarrollo libidinal y organizaciones sexuales”:
-Fases del desarrollo de la Organización sexual: Oral /Anal /fálica /Latencia sexual/
Pubertad. La mayor organización sexual infantil encuentra su término al culminar el
complejo de Edipo/complejo de castración.
14
Nosotros debemos admitir algo “sexual” que no es “genital” ni tiene que ver con la
reproducción.
Por más que se las contraponga tajantemente a la práctica sexual normal, es fácil
observar que a esta última rara vez le falta algún rasgo perverso (ej. beso). No tiene
ningún sentido excluir de la serie de las personas normales y declarar perversas a las
que exhiben algunos de estos rasgos aislados; lo esencial de las perversiones no
consiste en la trasgresión de la meta sexual, ni en la sustitución de los genitales, sino
solamente en que estas desviaciones se consuman de MANERA EXCLUSIVA,
dejando de lado el acto sexual al servicio de la reproducción. Las acciones perversas
dejan de ser tales en la medida en que se integran en la producción del acto sexual
normal como unas contribuciones que lo preparan o lo refuerzan.
La vida sexual del niño antes de que se instaure el primado de los genitales, anterior
al período de latencia, se caracteriza por una suerte de organización laxa
15
PREGENITAL. En esta fase no se sitúan en primer plano las pulsiones parciales
genitales, sino las SÁDICAS Y ANALES. La oposición entre masculino y femenino
no desempeña todavía papel alguno; ocupa su lugar la oposición entre activo y
pasivo. La zona erógena es el ORIFICIO ANAL. La pulsión de ver y la de saber
despiertan con fuerza; los genitales participan en la vida sexual propiamente dicha
sólo en su papel de órganos para la excreción de la orina. Por detrás de esta fase
sádico-anal obtenemos todavía la visión de una etapa de organización más temprana,
en que la zona erógena de la BOCA desempeña el papel principal, añadiéndose la
práctica sexual del CHUPETEO.
La vida sexual no emerge como algo acabado, sino que recorre una serie de fases
sucesivas que no presentan el mismo aspecto; es, por tanto, un desarrollo retomado
varias veces. El punto de viraje de ese desarrollo es la SUBORDINACIÓN DE
TODAS LAS PULSIONES PARCIALES BAJO EL PRIMADO DE LOS
GENITALES y, con este, el SOMETIMIENTO DE LA SEXUALIDAD A LA
FUNCIÓN DE LA REPRODUCCIÓN. Antes de ello, hay por así decir una vida
sexual descompaginada, una práctica autónoma de las diversas pulsiones parciales
que aspiran a un placer de órgano.
Respecto al vínculo de las pulsiones sexuales con el objeto, ciertas pulsiones tienen
un objeto sólo al comienzo, mientras todavía se APUNTALAN en las funciones no
sexuales, y lo resignan cuando se desligan de estas. Así, el primer objeto de los
componentes orales de la pulsión sexual es el pecho materno, que satisface la
necesidad de nutrición del lactante. En el acto del chupeteo se vuelven autónomos
los componentes eróticos que se satisfacen juntamente al mamar; el objeto se
abandona y se sustituye por un lugar del cuerpo propio. La pulsión se vuelve
AUTOERÓTICA.
16
hombre haya reprimido al inconsciente estas mociones malignas y pueda decirse que
no es responsable de ellas, por fuerza sufrirá esta responsabilidad como un
SENTIMIENTO DE CULPA cuyo fundamento desconoce.
17
Son unas colocaciones de la libido y unas investiduras de objeto de la primera infancia, hace
tiempo resignadas en la vida consciente, las que durante la noche demuestran estar aún
presentes y ser capaces de operar en cierto sentido.
Fijaciones libidinales. Desde el punto de vista económico, tiene que ver que un gran
monto de libido queda fijado a un objeto, a determinadas representaciones y a una
etapa del desarrollo libidinal. Esto puede darse por un exceso o por un defecto de la
satisfacción. Es una condición del desarrollo libidinal que muestra un conflicto. Se
requiere de una renuncia a una satisfacción libidinal que está basado en las
restricciones de nuestro medio social (ley de prohibición del incesto). Las fijaciones
son un riesgo para la salud mental porque esta posibilidad sucede durante los
primeros años (etapa oral, anal y fálica).
No basta con reconocer solo un factor para que se produzca un síntoma neurótico
(series complementarias). Son necesarios dos conjuntos de factores: fijaciones
libidinales (factor endógeno. Son una condición predisponente y un acontecimiento
del tiempo actual (factor exógeno. Factores precipitantes)
18
La fantasía siempre conduce a la decepción, porque no es una realidad. Para obtener
satisfacción no basta la fantasía (en las neurosis). Entonces, el sujeto emprende un
mecanismo regresivo (regresar a aquellos puntos de fijación libidinal donde sí hubo
satisfacción. Busca resguardar de cualquier modo, alguna satisfacción).
La función libidinal recorre un largo camino de desarrollo hasta poder entrar al servicio de la
reproducción en la manera normal. Dada la tendencia general de los procesos biológicos a la
variación, por fuerza sucederá que no todas las fases preparatorias transcurran con igual
felicidad y se superen completamente.
Peligros:
Mientras más fuertes sean las fijaciones en la vía evolutiva, tanto más la función
esquivar las dificultades externas mediante una regresión hacia aquellas fijaciones, y
la función desarrollada mostrará una resistencia tanto menor frente a los obstáculos
externos que se oponen en su decurso.
Neurosis de transferencia:
19
en cuanto al OBJETO, de suerte que ese impulso sólo puede dirigirse a las personas
más próximas y amadas. También la REPRESIÓN participa considerablemente en el
mecanismo de estas neurosis.
Una regresión de la libido sin represión nunca daría por resultado una neurosis, sino
que desembocará en una PERVERSIÓN. De aquí se infiere que la represión es el
proceso más peculiar de las neurosis, y el que mejor las caracteriza.
Los seres humanos contraen neurosis cuando se les quita la posibilidad de satisfacer
su libido, por una “FRUSTRACIÓN”; y sus síntomas son el sustituto de la
satisfacción frustrada (denegada).
Para producir efectos patógenos tiene que recaer sobre la forma de satisfacción que
la persona quiere con exclusividad, la única de que ella es capaz. En general,
muchas vías permiten soportar la privación de la satisfacción libidinosa sin
enfermar. Las mociones pulsionales de carácter sexual son extraordinariamente
PLÁSTICAS (pueden reemplazarse unas a otras, tomar sobre sí la intensidad de las
otras, etc.), se comportan entre sí como una red de vasos comunicantes. Además, las
pulsiones parciales muestran gran capacidad para cambiar su objeto, para permutar
por otro más asequible.
20
VISCOSIDAD: tenacidad con que la libido adhiere a determinadas orientaciones y
objetos. Se nos presenta como un factor autónomo, variable de un individuo a otro.
Los RODEOS son los caminos de la formación de síntoma; los SÍNTOMAS son la
satisfacción nueva o sustitutiva que se hizo necesaria por la frustración.
21
3. INCLINACIÓN AL CONFLICTO: depende tanto del
desarrollo del yo como del de la libido; proveniente del desarrollo del
yo, que ha rechazado esas mociones libidinales Desarrollo del yo y
de la libido: ambos son en el fondo heredados, unas repeticiones
abreviadas de la evolución que la humanidad toda ha recorrido desde
sus épocas originarias y por lapsos prolongadisimos (origen
filogenético)
El poder que ha forzado en la humanidad tal desarrollo, y que aún
hoy conserva su presión en el mismo sentido, es la frustración dictada
por la realidad (“APREMIO DE LA VIDA”).
Consideraciones económicas
Parece que toda nuestra actividad anímica está dirigida a conseguir placer y evitar el
displacer (PRINCIPIO DE PLACER). El placer se liga a la reducción o la extinción
de los volúmenes de estímulo que obran en el interior del aparato anímico, y el
displacer, con su elevación. En cuanto a las pulsiones sexuales, estas trabajan para la
ganancia de placer; conservan sin variaciones esta función originaria. A lo mismo
aspiran al comienzo las pulsiones yoicas. Pero bajo el influjo del maestro apremio,
pronto aprenden a sustituir el principio de placer por una modificación. El yo
experimenta que es inevitable renunciar a una satisfacción inmediata, posponer la
ganancia de placer, soportar un poco de displacer y resignar por completo
determinadas fuentes de placer. El yo así educado se ha vuelto “razonable”, obedece
al PRINCIPIO DE REALIDAD (en el fondo quiere también alcanzar placer, pero
uno asegurado por el miramiento a la realidad, aunque pospuesto y reducido).
22
Freud dice que es importante distinguir entre el síntoma y la enfermedad (neurosis).
La curación del síntoma no equivale a la curación de la enfermedad porque pueden
formarse nuevos.
Los síntomas psíquicos son actos perjudiciales o al menos inútiles para la vida en su
conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y
conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en el
gasto anímico que ellos mismos cuestan y, además, en el que se necesita para
combatirlos. Si la formación de síntomas es extensa, estos dos costos pueden traer
como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de la persona en cuanto a
energía anímica disponible y por tanto su parálisis para todas las tareas importantes
de la vida.
Los síntomas son el resultado de un conflicto entre la sexualidad y el yo. Son una formación
de compromiso que reconcilian ambas partes y funcionan como una satisfacción sustitutiva.
Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una
nueva modalidad de la satisfacción pulsional. Las dos fuerzas que se han enemistado
vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian gracias al compromiso de la
formación del síntoma. Una de las dos partes envueltas en el conflicto es la libido
insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos
para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto
en lugar del denegado la realidad permanece inexorable, aquella se verá finalmente
precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de
una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que
resignó antes. En el camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que
ella ha dejado tras sí en esos lugares de su desarrollo.
23
Las representaciones sobre las cuales la libido transfiere ahora su energía en calidad
de investidura pertenecen al sistema del inconsciente y están sometidas a los
procesos allí posibles, en particular la condensación y el desplazamiento.
La libido halla las fijaciones que le hacen falta para quebrantar represiones en las
prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales abandonados y
en los objetos resignados de la niñez. La libido revierte hacia ellos. Las
disposiciones constitucionales son la secuela que dejaron las vivencias de nuestros
antepasados; también ellas se adquirieron alguna vez: sin tal adquisición no habría
herencia alguna. (Dice que hay disposiciones innatas pero apenas las nombra).
La libido de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. Así parece conferir
a estas una importancia enorme para la vida de los seres humanos y las enfermedades que
contraen. La libido vuelve a las vivencias infantiles regresivamente después de que fue
24
expulsada de sus posiciones más tardías, cobran la importancia en el momento no la tuvieron.
La investidura libidinal de las vivencias infantiles se refuerza por la regresión de la libido.
Si en periodos tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela por lo general, que es
la continuación directa de aquella enfermedad infantil quizá sólo velada, constituida sólo por
indicios.
Sería inconcebible que la libido regresara con tanta regularidad a las épocas de la
infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción sobre ella. La
fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del desarrollo sólo cobra
valor si la hacemos consistir en la inmovilización de un determinado monto de
energía libidinosa.
Los síntomas crean un sustituto para la satisfacción frustrada; lo hacen por medio de
una regresión de la libido a épocas anteriores, a la que va indisolublemente ligado el
retroceso a estadios anteriores del desarrollo en la elección de objeto o en la
organización. El neurótico quedó adherido a algún punto de su pasado. En ese
periodo su libido no echaba de menos la satisfacción y él era dichoso. El síntoma
repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia,
desfigurada por la censura que nace del conflicto, por regla general volcada a una
sensación de sufrimiento y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que
llevó a contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta
tiene en sí mucho de extraño. Esta mudanza es parte del conflicto psíquico bajo cuya
presión debió formarse el síntoma. Lo que otrora fue para el individuo una
satisfacción está destinado, en verdad, a provocar hoy su resistencia o su
repugnancia.
25
Los síntomas se crean desde las vivencias infantiles en que la libido está fijada, las
cuales no siempre son verdaderas. En la mayoría de los casos no lo son, y en algunos
están en oposición directa a la verdad histórica. Son, entonces, la figuración de
vivencias que realmente se tuvieron y a las que puede atribuirse una influencia sobre
la fijación de la libido, o la figuración de fantasías del enfermo impropias para
cumplir un papel etiológico. Pero las fantasías poseen realidad psíquica y no
material, pero en el mundo de las neurosis la realidad psíquica es la decisiva.
Con la fantasía de la seducción, cuando no la ha habido, el niño encubre por regla general el
periodo autoerótico de su quehacer sexual. Se ahorra la vergüenza de la masturbación
fantaseando retrospectivamente un objeto anhelado.
En muchos casos se crean las mismas fantasías con idéntico contenido: Fantasías
primordiales. En ellas, el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el vivenciar de
la prehistoria, en los puntos en que el primero ha sido demasiado rudimentario. Ej:
seducción infantil, excitación sexual encendida por la observación del coito entre
padres, la amenaza de castración, etc.
El yo del hombre es educado poco a poco para apreciar la realidad y para obedecer
al principio de realidad por influencia del apremio exterior. En ese proceso tiene que
renunciar de manera transitoria o permanente a diversos objetos y metas de su
aspiración de placer – no sólo sexual-.
La creación del reino de la fantasía dentro del alma halla su cabal correspondiente en
la institución de “parques naturales”, de “reservas”, allí donde los reclamos de la
agricultura y la industria amenazan con alterar la Tierra hasta volverla irreconocible.
El parque natural conserva ese antiguo estado que en todos los otros lugares se
sacrificó, con pena, a la necesidad objetiva. Ahí tiene permitido pulular y crecer todo
lo que quiera hacerlo, aun lo inútil, hasta lo dañino. Una reserva así, sustraída del
principio de realidad, es también en el alma el reino de la fantasía.
Las producciones de fantasía más conocidas son los llamados “sueños diurnos”
(satisfacciones imaginadas de deseos eróticos).
26
y no se llega al conflicto entre ellas y el yo. Es una condición de naturaleza
cuantitativa, infringida ahora por el reflujo de la libido a las fantasías. Por este aflujo
la investidura energética de las fantasías se eleva tanto que ellas se vuelven
exigentes. Ahora bien, esto hace inevitable el conflicto entre ellas y el yo. Ahora son
sometidas a la represión por parte del yo y libradas a la atracción del icc. Desde las
fantasías ahora icc la libido vuelve a migrar hasta sus orígenes en el icc, hasta sus
propios lugares de fijación.
La meta final de la actividad del alma, que en lo cualitativo puede describirse como
aspiración a la ganancia de placer y a la evitación de displacer, se plantea, para la
consideración económica, como la tarea de domeñar los volúmenes de excitación
(masas de estímulo) que operan en el interior del aparato anímico y de impedir su
estasis generadora de displacer.
27
La tarea del analista es hacer consciente lo inconsciente, ejecuta su labor interpretativa desde
un punto de vista equidistante del ello, el yo y el superyó.
Los impulsos del ello no tienen propensión alguna a permanecer inconscientes, tienen
fuerza propia con tendencia a aflorar a la consciencia y satisfacerse.
En tanto que las instancias del Yo tratan de dominar los impulsos del ello con sus
particulares métodos el analista irá descubriendo represiones y destruyendo formaciones
de compromiso que había sido aceptadas por el Yo, por más patológicas que sean.
El yo funciona como aliado del analista y, a través de los derivados inconscientes llegados a
su territorio, procura una visión de las otras instancias.
El yo funciona como adversario del análisis en tanto dicha autobservación se dirige con
parcialidad e inseguridad y mientras al paso que registra y transmite con fidelidad
determinados hechos, falsifica y rechaza otros, escudándose contra su manifestación.
Todo el material que sirve para la investigación del análisis del yo, surge en la técnica
analítica bajo la forma de una resistencia contra el análisis del ello.
Con la regla fundamental se permite a los contenidos reprimidos emerger, la defensa del
yo contra los instintos adopta la forma de oposición directa a la propia persona del
analista.
Junto con las resistencias del yo, existen resistencias de la transferencia. Toda defensa
del yo contra el ello solo puede estimarse como una forma de resistencia contra el trabajo
analítico.
El yo combate solamente con los derivados del ello que intentan aflorar a la consciencia
y obtener gratificación. Cuando pretende rechazar las exigencias instintivas, la primera
tarea del yo es siempre lograr un acuerdo con estos afectos.
28
Los afectos deben resignarse a soportar toda suerte de transformaciones, deben admitir
toda tentativa de dominación por parte del yo en procura de defenderse contra las
exigencias instintivas a las que pertenecen.
Formación de síntomas
La actitud de un individuo frente a sus asociaciones libres permite deducir a priori la índole
de su formación de síntomas. El estudio de la formación de síntomas permite deducir a
posteriori la estructura de sus resistencias, sus defensas contra afectos e instintos.
El término defensa es el más antiguo representante del punto de vista dinámico en la teoría
psicoanalítica. Aparece en Freud para describir las luchas del yo contra ideas y afectos
dolorosos e insoportables. Más tarde lo abandona y habla de represión.
Freud (I-S-A) retorna al concepto de defensa como una designación general de todas las
técnicas que sirve el yo en los conflictos eventualmente susceptibles de producir a la
neurosis, reservando el nombre de represión para uno de esos métodos de defensa que la
orientación de nuestras investigaciones nos dio primero a conocer.
29
El significado de la represión queda a la de un método particular de defensa
No obstante, desde el punto de vista de su eficacia, comparada con los otros métodos,
conserva una posición exclusiva. Dicho en términos cuantitativos, rinde más que las
otras técnicas defensivas, pues es capaz de dominar inclusive fuertes impulsos
instintivos frente a los cuales resultan impotentes los métodos restantes.
Técnicas como el aislamiento y la anulación hállense junto a procesos instintivos reales tales
como la regresión, la conversión en lo contrario, la vuelta contra sí mismo. Unos son capaces
de dominar grandes cantidades instintivas o afectivas, otros únicamente cantidades exiguas.
Los motivos que determinan al yo a la elección de un señalado mecanismo son poco
conocidos. Quizá la represión combate ante todo los deseos sexuales, al paso que otros
métodos defensivos empléense con mayor eficacia frente a otras fuerzas instintivas,
especialmente contra los impulsos agresivos. Tal vez los otros métodos defensivos sólo
completan lo que la represión ha dejado inconcluso o lo que retorna de las ideas prohibidas
cuando fracasa la represión. Quizá la primera aparición de un particular método de defensa se
asocie asimismo con una cierta tarea de dominación de los instintos y, desde luego, con una
determinada fase del desarrollo infantil.
30
Puede también suceder en efecto que el aparato anímico emplee antes de la precisa
disociación del yo el ello y de la formación de un superyó, métodos de defensa distintos
de los que pone en práctica una vez alcanzadas estas fases de su organización. En
términos más explícitos significa: la represión exige un yo consciente; por
consiguiente, en tanto el yo está confundido con el ello, carece de sentido hablar de
represiones. De la misma manera, cabe suponer que los métodos de la retención o
expulsión de una idea o de un afecto fuera de la proyección y de la introyección
dependen de la separación entre el yo y el mundo exterior. La expulsión de ciertos
contenidos fuera del yo y su inclusión en el mundo externo únicamente podrá reportar
alivio una vez que el yo hubiese aprendido a no confundirse más con el mundo externo.
De otra parte, la introyección desde el mundo externo hacia el yo sólo adquiriría el
efecto de un enriquecimiento del yo si previamente se ha definido que pertenece al yo y
qué al mundo externo. Pero la situación no es tan simple.
Una de las mujeres más destacadas del Psicoanálisis es Anna Freud, no se debe a su ilustre
apellido, más bien a sus aportes al psicoanálisis infantil y sus aportaciones en el campo de la
psicología del yo. Anna entendía por mecanismos de defensa las distintas modalidades, en
parte inconscientes, que el yo pone en marcha con la finalidad de suprimir las excitaciones
internas, El término “mecanismos de defensa” se emplea para describir las luchas del yo
contra ideas y afectos dolorosos e insoportables. Sirven para la protección del yo contra las
exigencias instintivas. Sin duda es un proceso psicológico automático que protege al
individuo de la ansiedad y de la conciencia de amenazas o peligros externos o internos. Los
mecanismos de defensa mediatizan la reacción del individuo ante los conflictos emocionales
31
y ante las amenazas externas. Los nueve métodos de defensa, bien conocidos y extensamente
descritos en la teoría y la práctica del Psicoanálisis son:
1. Represión
Mecanismo de defensa que consiste en rechazar fuera de la conciencia todo aquello que
resulta doloroso o inaceptable para el sujeto. El individuo se enfrenta a conflictos
emocionales y amenazas de origen interno o externo expulsando de su conciencia o no
dándose por enterado cognoscitivamente de los deseos, pensamientos o experiencias que le
causan malestar.
Sigmund Freud utilizó con frecuencia este concepto en el psicoanálisis. Según Freud, la
represión es un mecanismo inconsciente que hace inaccesible a la mente consciente el
recuerdo de hechos dolorosos o traumáticos, y postula que reprimir una respuesta no suprime
el motivo que la inspiró. Las ideas o deseos reprimidos seguirán influyendo en la conducta
del individuo y se manifestarán de una forma u otra a través de los sueños, lapsus o
determinados síntomas.
2. Regresión
4. Aislamiento
Mecanismo de defensa, típico de la neurosis obsesiva. Un hecho, una idea, una impresión,
intolerado por el sujeto, es sacado de su contexto. Durante esa pausa, en esa tierra de nadie,
“ya nada tiene derecho a producirse, nada se percibe, ninguna acción se realiza”. Freud
compara este mecanismo con el proceso normal de concentración, en que el sujeto se
32
esfuerza en que su pensamiento no se desvíe. El Aislamiento consiste en separar la emoción
(o el afecto) de un recuerdo doloroso o de un impulso amenazante. La persona puede
reconocer, de forma muy sutil, que ha sido abusada de pequeña, o puede demostrar una
curiosidad intelectual sobre su orientación sexual recién descubierta. Algo que debe
considerarse como importante, sencillamente se trata como si no lo fuera.
5. Anulación o reparación
6. Proyección
7. Introyección
Agresión contra el propio self es una forma muy especial de desplazamiento y se establece
cuando la persona se vuelve su propio blanco sustitutivo. Usualmente se usa cuando nos
referimos a la rabia, irritabilidad y la agresión, más que a impulsos más positivos. Constituye
la explicación freudiana para muchos de nuestros sentimientos de inferioridad, culpa y
depresión.
9. Transformación en lo contrario
Sublimación
33
Este mecanismo de defensa se manifiesta en forma de desplazamiento en el que la energía se
desvía hacia un objeto que tiene unos valores ideales. El individuo se enfrenta a conflictos
emocionales y amenazas de origen interno o externo canalizando sentimientos o impulsos
potencialmente desadaptativos en comportamientos socialmente aceptables (p. ej., deportes
de contacto para canalizar impulsos agresivos).
Por lo que hasta ahora sabemos, el yo dispone de estos diez diferentes métodos en sus
conflictos con los representantes del instinto y del afecto.
34
Las estructuras límites y psicóticas se encuentran en pacientes que muestran una
predominancia de operaciones defensivas primitivas que se centran en el mecanismo de
escisión. La prueba de realidad se conserva en la organización neurótica y límite pero está
gravemente deteriorada en la psicótica.
35
genitales con fines eliminatorios, como orina y defecación, son también indicadores
de una organización límite de la personalidad
● Estructuras de personalidad prepsicóticas “clásicas”: personalidad paranoide,
esquizoide, hipomaníaca y ciclotímica.
● Neurosis y adicciones por impulso: · aquellas formas de patología grave del carácter
en las que la erupción repetitiva crónica de un impulso gratifica necesidades
instintivas en una forma que es egodistónica aparte de los episodios “empujados por
el impulso”, pero es egosintónica y agradable durante el episodio mismo. Ejemplos
típicos son: alcoholismo, drogadicción.
● Trastornos del carácter de “menor nivel”: se incluye la patología grave del carácter
típicamente presentada por el caótico e impulsivo.
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Omnipotencia y Devaluación: Tanto la omnip. como la deval. son derivaciones de
operaciones de escisión que afectan las representaciones del sí mismo y de los objetos y se
representan en forma típica por la activacion de estados del yo que reflejan un sí mismo
grandioso, muy inflado, en relación con una representación de los demás despreciada y
emocionalmente degradante.
Prueba de Realidad
Se define por la capacidad de diferenciar el sí-mismo del no-sí mismo, lo intrapsíquico de los
orígenes externos de la percepción y estímulos, y la capacidad para evaluar realistamente el
contenido de nuestro propio afecto, conducta y pensamiento en términos de las normas
sociales ordinarias.
Se reconoce por:
37
38
Manifestaciones no específicas de debilitación del Yo:
La tolerancia a la ansiedad se refiere al grado al que el paciente puede tolerar una carga de
tensión mayor de la que en forma habitual experimenta sin desarrollar síntomas aumentados o
conducta generalmente regresiva; el control de impulsos se refiere al grado al que el paciente
39
puede experimentar fuertes deseos instintivos o emociones fuertes sin tener que actuar sobre
ellas de inmediato contra su mejor juicio e interés: la efectividad sublimatoria se refiere al
grado al que al paciente puede comprometerse con valores que van más allá de su propio
interés inmediato o más allá de la autopreservación.
Un superyó relativamente bien integrado aunque muy severo, caracteriza los tipos neuróticos
de organización de la personalidad, Las organizaciones límite y psicóticas reflejan deterioro
en la integración del Superyó y se caracterizan por precursores no integrados del mismo,
particularmente representaciones primitivas de los objetos, sádicas e idealizadas.
Las regulaciones de la autoestima mediante sentimientos de culpa muy graves o los vaivenes
depresivos del humor, representan una integración patológica del superyó (típica de la
organización neurótica) en contraste con las funciones autocríticas moduladas y
específicamente centradas del tndlVIduo normal, en términos de valores éticos.
El grado al que la persona es capaz de regular su funcionamiento según los principios éticos;
abstenerse de la explotación . manipulación o maltrato a los demás; y conservar la honestidad
e integridad moral sin un control externo, todo ello indica integración del superyó.
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En los trastornos narcisistas graves y en la organización límite de la personalidad, la historia
inicial del desarrollo temprano es con frecuencia vacía, caótica o engañosa.
Sólo después de años de tratamiento es posible reconstruir una secuencia genética interna (en
sentido de los orígenes intrapsíquicos) y relacionarla de alguna forma a las verdaderas
experiencias pasadas del paciente.
1. Excesiva formación agresiva en los complejos edípicos de modo que la imagen del rival
edípico adquiere en forma típica características aterradoras, peligrosas y destructivas: la
ansiedad del temor a la castración y la envidia del pene aparecen muy exageradas y
abrumadoras. y las prohibiciones del Superyó contra las relaciones sexualizadas adquieren
una cualidad primitiva, salvaje, manifestadas en graves tendencias masoquistas o
proyecciones paranoides de precursores del Superyó
2. Las idealizaciones del objeto de amor heterosexual en la relación edípica positiva y del
objeto de amor homosexual en la negativa son exageradas y tienen notorias funciones
defensicas contra la rabia primitiva. Hay así una idealización no realista de tales objetos de
amor y un anhelo por los mismos, y la posibilidad de un rápido colapso de la idealización,
con un retroceso de la relación positiva a la negativa (o viceversa) en un giro rápido y total
de relación objetal.
3. La naturaleza no realista del rival edípico amenazante y del idealizado y deseado, revela la
existencia de imágenes de naturaleza padre-madre, condensadas, reflejando la condensación
de aspectos parciales de las relaciones con ambos padres. Si bien,las diferencias sexuales en
las relaciones objetales se conservan, la relación, en la fantasía, con cada uno de estos objetos
es no realista y primitiva, y refleja la condensación de relaciones idealizadas o amenazantes
que brotan de desarrollos edípicos y preedípicos, y un rápido cambio de las relaciones
libidinales y agresivas desde un objeto paternal o otro.
MECANISMOS DE DEFENSA:
Protegen al Yo del conflicto psíquico. Son utilizados para evitar la angustia, situaciones de
peligro y/o desorganización psíquica.
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Un Yo fuerte, autónomo y plástico utilizará todas las defensas para protegerse de las 3 clases
de vasallajes:
- Invasión del mundo externo
- Libido del Ello
- Invasión o castigo por parte del Superyó
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Personalidad “como si”
Personalidad masoquista
Personalidad esquizoide
Psicosis
a. ESCISIÓN: división de reoresentaciones objetales en radicalmente “buenas” y
radicalmenre “malas”; expresando una parte tolerada y otra rechazada,
b. NEGACIÓN: genera dos áreas de conciencia totalmente independientes, de modo que
un área entera de la conciencia del sujeto puede cerrarse a la experiencia subjetiva,
protegiéndolo de esa área de conflicto. Refuerza la escisión.
c. IDEALIZACIÓN PRIMITIVA: aumenta el atributo de “bondad” o de “maldad” de los
objetos. Produce imágenes y conceptualizaciones no realistas y poderosas;
completamente buenas o malas.
d. OMNIPOTENCIA Y DEVALUACIÓN: invade las representaciones del sí mismo y
de los objetos, activando estados del Yo que reflejan un sí mismo grandioso, inflado,
en relación con una imagen de los demás despreciada y devaluada o degradante.
e. REGRESIÓN: retroceso hacia puntos de fijación placenteros en etapas anteriores del
desarrollo.
f. IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA: deposita en el exterior aspectos previamente
escindidos y negados, las cuales remiten a investimientos rechazados o desvalorizados
del sí mismo o de los objetos internos, para luego percibirlas como originalmente en
el afuera.
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TEORÍA Y TÉCNICA DE PSICOTERAPIAS. HÉCTOR FIORINI
Se destaca el papel del primer contacto con el paciente. El manejo que haga el terapeuta de
esa primera entrevista puede tener una influencia decisiva en la continuidad o abandono del
tratamiento y, de ser mantenido, en la eficacia que alcance el proceso terapéutico.
En primer lugar, es importante destacar el hecho de que esta entrevista está destinada a
cumplir no sólo funciones diagnósticas y de fijación de un contrato, sino que en psicoterapias
jugará siempre además un rol terapéutico.
Este enfoque necesita crear una alianza sólida para poner en marcha el proceso terapéutico.
Esta entrevista, para ser eficaz, debe cumplir en fases sucesivas varias tareas:
Aclaraciones:
Momentos
generales
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- Reconocimiento del carácter psicológico de sus trastornos, capacidad de
introspección, honestidad, deseo de participación, disposición, esperanza en
resultados positivos.
- Diagnóstico de las condiciones de vida del paciente: se vinculan directamente con la
posibilidad de que el paciente inicie tratamiento.
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b) Frente a algunos de los obstáculos que interfieren la posibilidad del paciente en
aceptar un tratamiento y comprometerse en el contrato terapéutico, la interpretación
transferencial puede desempeñar con frecuencia un papel decisivo. Su función es
neutralizar ansiedades ligadas a fantasías transferenciales e intensas que pueden
precipitar el abandono a breve plazo. Está destinado a reforzar la motivación para el
tratamiento.
Un conjunto de rasgos permite aproximarse a cierto perfil del rol del terapeuta en
psicoterapia:
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tiene un lugar y espacio de escucha. Por el lugar de imagen que ocupamos en la
transferencia es que no podemos ser excesivos en la calidez, porque podemos erotizar
el vínculo. Sin calidez puede despertar una transferencia hostil. Tiene que haber un
umbral. Ayudar a calmar, siempre mediante la palabra, nunca con contacto físico
● Espontaneidad: mediante la cual el terapeuta contribuye a crear un clima de libertad,
creatividad, permisividad. Hay que ponerse firmes pero con creatividad y calidez.
Tenemos que lograr la calma del paciente. Hay un doble registro en el paciente, una
lucha entre el yo oprimido y el superyó opresor. Demostrar que estamos dispuestos a
hablar en su lenguaje, o sino, de respetarlo. Hay pacientes muy superyoicos que se
manejan solo con proceso secundario, se debe apuntar a lo plástico, al proceso
primario. Las palabras deben ser usadas estratégicamente para aflojar al superyó,
demostrando que nosotros aflojamos nuestro superyó y no pasa nada (por ejemplo
diciendo malas palabras)
● Iniciativa: el terapeuta desempeña un rol activo, estimulante de la tarea y de las
capacidades del paciente correspondiente a la tarea. No queda demasiado tiempo
quieto ni silencioso en función de que la índole docente de la tarea le otorga un
liderazgo.
● Actitud docente: marca su actividad en una definición pedagógica de la concepción de
la relación de trabajo y movilización en ella todos sus recursos didácticos destinados a
facilitar los aprendizajes, que constituyen parte esencial del proceso terapéutico.
Enseñamos a hipotetizar, actuar, pesar, etc… en esa línea se trabaja lo icc. Hay un rol
pedagógico, tiene que ver en instruir sobre principios generales (por ejemplo el hecho
de no confrontar, relacionado a la pérdida de amor por parte de los padres por
hacerlos enojar)
● Claridad del método expositivo: el terapeuta tiene que ser claro, no hablar con
lenguaje científico salvo en determinados momentos. A veces es necesario ponerle un
nombre a lo que se tiene, diagnosticando pero siempre siendo claros. No sirven las
etiquetas de diagnóstico. Ser claros en las formas de construir la respuestas, saber que
le sirve al paciente y cómo puede comprender mejor. El lenguaje científico se traduce
en el vínculo, adecuándose a cada paciente pero con un apoyo teórico.
● Exposición abierta del método de pensamiento: mostrar al paciente por qué se llegó a
la hipótesis. Primero se esboza la hipótesis, se explica porqué, el vínculo con lo
relatado por el paciente. Le enseñamos cómo pensar siempre justificando.
● Utilizar recursos facilitadores: que ayuden a la investigación. El icc fluye. La
escritura, por ejemplo, sortea la represión.Tiene que ser una intervención científica
● Inclusión del terapeuta como persona real: es lo que permite construir el vínculo,
siempre se ponen en juego cosas de la personalidad del terapeuta. Ser uno mismo sin
descuidar la teoría, esto crea la confianza. No le decimos nuestra vida, somos espejo,
pero si mostramos rasgos de la personalidad lo que hace a la transferencia. El papel
funcional que realiza el terapeuta, crea una abierta compatibilidad con la existencia de
vínculos con el paciente en otros roles, fuera de la situación de tratamiento. Si se
considera el conjunto de las conductas del terapeuta que definitivamente su potencial
de aportes a la relación de trabajo puede diferenciarse netamente este vínculo
terapéutico de la llamada “relación analítica”(anonimato, ambigüedad, virtualidad,
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control de los afectos, asimetría del diálogo, inmovilidad corporal, iniciativa delegada
al paciente). Podemos definir como flexibilidad a la capacidad del terapeuta de
actualizar, de aquel conjunto de sus posibilidades, la constelación adecuada al
momento de cada proceso.
Desde el primer contacto, el paciente da indicios del tipo de relación que necesita.
La intuición del terapeuta se mide por su capacidad de ajuste automático a la demanda. Las
necesidades del paciente estarán referidas a una cantidad de funciones que deben cumplir el
vínculo, necesidades de gratificación (a menudo compensatorias),necesidades de rectificación
con respecto a vínculos primarios (en parentales especiales); estas necesidades aluden a
aspectos tales como cercanía distancia afectiva, intimidad, respeto de límites, frecuencia del
contacto, monto y tipo de suministros del terapeuta (dar recibir [información u objetos],
intervenir dejar hacer, guiar acompañar, recibir devolver, proteger
La personificación del vínculo en la relación de trabajo debe entenderse entonces en sus dos
vertientes: adecuación del vínculo necesidades específicas de cada paciente, y puesta en
juego de capacidades y actitudes reales del terapeuta al servicio del proceso.
La negativa a ser flexibles, fija el vínculo en un nivel oral-dependiente (me muestro como
fálico poderoso, que da). Con flexibilidad salimos de esta fase. Es importante proveer
gratificaciones, estímulos positivos. No señalar sólo lo malo, sino compensar los logros, así
reparamos.
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