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MODERADORAS DEL PROYECTO
-Patty & Reshi

TRADUCTORAS
Kasis
Merry G
Patty
SCuervo
Tefy
Viviana

CORRECTORAS
Prometeo & Melissa

Edición & Formato


-Patty

DISEÑO
Portada Pdf
Wes Jani LD

LECTURA FINAL
Melissa
NOTA DEL STAFF
Este libro es el cuarto de una serie, sería ilógico leer esta historia sin
haber leído antes los tres primeros libros; por tal razón recomendamos
leerlos, ya que puede haber situaciones o personajes que NO
conocerás a menos que leas esas historias.

LIBROS ANTERIORES:

&
CONTENIDO
SINOPSIS Prólogo

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Epílogo
Siguiente Libro
Sobre la Autora
SINOPSIS
En un matrimonio Real por conveniencia, nada es menos conveniente que
el amor.
La princesa Evaraine siempre supo que algún día se casaría con un
extraño, pero su matrimonio arreglado con el príncipe de Garimore no es
como ella esperaba. Nunca esperó perder su corazón por el hombre con el
que se casaría. Y ciertamente no hubiera imaginado que lo dejaría atrás a
las pocas horas luego de su boda. Pero no tiene elección. No hay nadie más
que luche por las personas que ella nació para liderar… nadie más que el
aliado más improbable imaginable. Después de la llegada de noticias
devastadoras, Evaraine debe regresar a casa en un intento desesperado, y
probablemente condenado, de salvar a su padre. Queda un pequeño
fragmento de esperanza, pero es una esperanza que requiere que ella
enfrente la oscuridad sola. Lejos de cualquier persona familiar o amada.
Lejos del hombre, que sabe, nunca le devolverá su amor.
El príncipe Danric de Garimore ha soportado la disolución de todo los
que creía saber y se encontró en una encrucijada en la que sólo queda una
certeza: Si no puede salvar a la mujer a la que le ha prometido su vida, todas
las demás victorias parecerán vacías. Pero, ¿Cómo puede convencerla de
que confíe en él? ¿de perdonarle? ¿Cómo puede siquiera encontrarla
cuando parece tan decidida a esconderse?

El tiempo se acaba, y el destino de toda Abreia parece descansar en dos


corazones cautelosos y temerosos de confiar en lo único que podría salvarlos
a ambos.

Leyendas de Abreia#4, El Trono Cautivo


Prólogo
La puerta de la sala de estar oscura se abrió y luego volvió a cerrarse con sólo el
más mínimo susurro de sonido para indicar que alguien había ingresado.
La reina esperaba junto a la ventana, sin necesidad de volverse para saber quién
era se abrió camino en silencio a través de la extensión de alfombras ricamente tejidas
y dorados muebles. Ella lo había estado esperando, lo había comprendido durante más
de diez años que este día eventualmente llegaría.
Aun así, ahora que había llegado el momento, parecía como si hubiera tenido tan
poco tiempo para prepararse. Tan poco tiempo para preguntarse “qué debí haber hecho
diferente”. Al menos, con las lámparas apagadas, sería incapaz de leer las lágrimas que
tan recientemente habían marcado sus mejillas.
—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —Su tono era suave, profundo y casi sin
inflexiones, pero aun así se estremeció en la oscuridad.
A lo largo de los años, esa voz había llegado a representar muchas cosas
diferentes.
Tantos, al parecer, que a veces a la reina le resultaba difícil separar el pasado del
presente.
Al principio, había representado solo arrepentimiento. Uno de los muchos
recordatorios de lo que había tirado a un lado para cumplir con los deseos de su padre
y promover su ambición.
Más tarde, había representado la soledad. Melger había sido un hombre difícil de
amar, pero lo había intentado, solo para encontrarse con indiferencia. Tenía un corazón,
pero no le importaba nada más allá de la tierra que gobernaba.
¿Y ahora? Durante los últimos diez años, esa voz solo había representado miedo…
miedo a un mal desconocido que la acechaba en cada momento de vigilia. Hoy, ella por
fin acabaría con ese miedo. ¿Qué más, después de todo, podía hacerle él?
—¿Cuánto tiempo? —repitió la reina—. Lo sé desde que regresaste de tu
recorrido O debería decir... —Hizo una pausa, cuestionando su rumbo, pero no había
vuelta atrás. Ella había recogido la espada, y ahora era el momento de librar batalla—.
Lo supe poco después de que pusieras un pie en Hanselm por primera vez.
Oyó una risa ahogada en la oscuridad. —Parece que eres más lista de lo que te he
dado crédito. O tal vez fui más torpe. Pero espero no me juzgarás con demasiada dureza.
No es nada sencillo asumir la vida del hombre con todas sus cargas y complejidades. A
fin de cuentas, sientes que lo he hecho bastante bien, ¿no crees?
En algún lugar en medio de ese discurso, su tono y timbre habían cambiado,
parecía que ya no se molestaba en fingir. Ella estaba ahora hablándole al verdadero
hombre debajo de la cara y la forma de su esposo.
—Suficientemente bien, supongo —respondió ella con calma—. Lo
suficientemente bien como para engañar a todos menos a mí.
—Tú... y el chico —El hombre que llevaba la corona de su marido suspiró largo y
profundo—. Odio ser un derrochador, pero me temo que tendré que matarle más
temprano que tarde. Demasiado inteligente, me temo. Yo solía pensar que él era más
como su padre, pero ahora me doy cuenta de que puede haber sido más como tú,
después de todo.
Todavía no había sonido de pasos, pero ella lo sintió moverse más cerca de donde
ella estaba a la sombra de las cortinas de terciopelo.
—¿Qué me delató? —Sonaba genuinamente curioso en lugar de amargado.
“Tu creencia en tu propia superioridad”, estuvo a punto de decir. “Tu convicción
de que los que te rodean son inocentes tontos maduros para el engaño”, pero el tiempo
había pasado, y las réplicas ingeniosas no le harían ningún bien.
—El día que me confrontarse, indignado por el ‘descubrimiento’ de que Vaniell no
era tu hijo.
El silencio se hizo pensativo. —¿Entonces le dijiste a Melger? ¿Él sabía de él
primero? ¿O fue la magia del chico la que reveló tu secreto? Cuando hablé con él, parecía
bastante seguro de que tenía dos hijos.
Decía mucho sobre el impostor y esto pareció dejarlo perplejo.
—Le conté todo a mi esposo, incluso antes de que naciera Vaniell —dijo la reina—
. Aceptó al niño como suyo. También juró que nadie nunca sabría lo contrario, aunque
más por el bien de su propia reputación que por la mía. Cuando intentaste controlarnos
a los dos amenazándonos con revelar el escándalo, quedó claro que mis aprensiones
acerca de tu identidad eran completamente correctas.
—Entonces, ¿por qué hacerse el tonto? ¿Qué ganaste fingiendo que el chico era
legítimo?
Ella lo había confundido de nuevo. Como si todavía tuviera que aceptar
completamente que ella podría ser capaz de tal engaño intencional.
—¿Qué habría ganado al admitir la verdad? —ella le regresó, no sin una pizca de
desprecio—. Tal vez una parte de mí esperaba que lo secundarias. Adivinar lo que
habías aprendido. Pero lo hayas hecho o no, cuando un hombre que se veía y sonaba
exactamente como mi esposo estaba parado frente a mí haciendo amenazas que
involucran a mis hijos, fingiendo ignorancia e insensatez parecía el camino más seguro.
Esta vez, se movió para pararse a su lado, mirando por la ventana con sus brazos
cruzados sobre su pecho, un giro peculiar en sus labios barbudos. —Que, siendo el caso,
estoy seguro de que puedes ver cómo ahora podría estar preocupado por tus
intenciones.
—¿Mis intenciones?
—No puedo evitar preguntarme... —Hizo una pausa mientras su cabeza se volvía
hacia ella, su mirada pesada y ardiente se posó en su rostro. Su tono se hizo más suave
y amenazante mientras pronunciaba su siguiente pregunta—: ¿Por qué has dejado de
fingir, mi reina?
Sin duda esperaba intimidarla para que revelara algo que pudiera usar. Algo que
lo ayudaría a evaluar el riesgo que ella representaba y decidir qué hacer con ella. Otra
forma en que él era diferente de su esposo.
El verdadero Melger nunca se había cuestionado o dudado de sí mismo, ni había
molestado con subterfugios o manipulaciones. Siempre había mantenido una certeza
férrea en la rectitud y justicia de sus acciones.
—¿No puedes adivinar? —murmuró en voz baja—. Supongo que podría decírtelo.
Pero parece bastante injusto que te dé todas las respuestas que buscas sin esperar nada
a cambio.
El hombre que tenía la cara de Melger se rió entre dientes con lo que sonaba como
diversión genuina. —Muy bien. Haga sus preguntas. Has jugado tu parte lo
suficientemente bien, tal vez te mereces un poco de recompensa.
Se le escapó un suspiro cuando él confirmó su más oscura sospecha. Él no
ofrecería respuestas a menos que él supiera que ella nunca sería capaz de revelarlas.
Esta era su única oportunidad. A ella se le había concedido esta última oportunidad para
proteger a los que amaba, y tendría que aprovecharlo al máximo.
—¿Está muerto mi esposo?
Otra risa. —¿De verdad pensaste que me arriesgaría a que él regresara aquí y
arruinara mi juego?
Su elección de palabra levantó los pelos en la parte posterior de su cuello. Un
juego, ¿era eso? ¿Qué clase de hombre jugaba con vidas y con Tronos? Y por qué no
sintió más que un vacío helado ante la confirmación de que Melger Estaba muerto
—¿Y mis hijos? ¿Planeas matarlos a ambos y marcharte? ¿Dejar a Garimore sin
heredero?
—Oh, creo que no —La cabeza del impostor se inclinó pensativamente—. Danric
lo hará lo suficientemente bien para mis propósitos en el tiempo. Él cree que no puedo
hacer nada malo, y su fe es difícil de sacudir, lo que lo convierte en el mejor tipo de
marioneta. Pero sigue siendo suave, demasiado blando para la tarea que tiene por
delante. Por ahora me puede servir mejor ladrando en los talones de su hermano.
Cuando todo esté listo, lo traeré de vuelta y lo prepararé para enfrentar el futuro.
Una feroz emoción la recorrió, al menos estaba equivocado acerca de Danric. Así
que muy mal. Pero, ¿para qué tarea creía que Danric era demasiado blando? De todas
las palabras que podría haber usado para describir a su hijo mayor, suave nunca ha sido
una de ellas.
—¿Por qué estás jugando con nosotros? ¿Qué es lo que quieres? ¿Es poder? O
¿Disfrutas viéndonos a todos bailar bajo tus órdenes?
—¿Qué quiero? —El hombre a su lado volvió a mirar pensativo la ventana en el
paisaje iluminado por la luna—. Solo quiero lo que es legítimamente mío. Las pequeñas
disputas de sus diminutos reinos significan muy poco, a excepción de la recompensa
que me traerán una vez que los haya puesto bajo mi control.
¿Recompensa? ¿Qué significaba eso? ¿Quién lo recompensará por establecer un
Abreia unida bajo el Trono de Garimore?
—Entonces es por eso que cortejas a Evaraine. ¿Por qué buscas una alianza con
Iria? Ella asintió como si entendiera—. Supongo que también tienes planes para Eddris
y Katal.
Se encogió de hombros con indiferencia. —Evaraine está perdida para mí, me
temo. Danric podría no mantener su imparcialidad con respecto a Farhall mientras ella
viviera, y el matrimonio de Vaniell ya no sirve para mis propósitos.
Las manos de la reina comenzaron a temblar. —¿Perdida?
El impostor sonrió. —¿Preferirías que saliera directamente y dijera 'muerta'? Se
convirtió más en una amenaza que en un activo, así que la he eliminado, junto con Lady
Piperell. Eso ha sido útil para mantener a su hermano en la fila, pero se ha vuelto
demasiado difícil de controlar. Liberando prisioneros, formando alianzas con mis
enemigos... Ya no podía arriesgarme haciéndola vagar libremente por este palacio. Al
menos en las circunstancias actuales, Iandred no se enterará de su muerte hasta que
haya desempeñado su papel.
Sonaba tan casual. Casi frívolo, incluso cuando habló de ordenar tan muchas
muertes
—Lady Piperell no es una maga —dijo la reina, casi como una súplica—. Yo no…
¡Sé lo que te dijo Felden, pero mintió!
El hombre frente a la ventana solo sonrió. —Felden no me dijo nada. Está muerto,
ya ves.
—¿Muerto? Pero los rumores decían que estaba despierto. Que se recuperaba.
—Y muy útiles también fueron esos rumores para determinar quién tenía la culpa.
Piperell se apresuró a huir y... —volvió a girarse para mirarla.
—Fuiste demasiado rápido en prestar tu ayuda. —Era como contemplar una
serpiente venenosa, una que podría atacar en cualquier momento, y por el espacio de
una sola y fugaz respiración, Portiana se congeló.
—Incluso se podría perdonar a uno por suponer —continuó el impostor
suavemente—, que estabas preparada para esta misma circunstancia.
Iba a matarla de todos modos. Sus hijos se habían ido, y no había nadie más que
necesitará proteger. Ese recordatorio aflojó los grilletes alrededor de sus pulmones y la
liberó para continuar como si no pudiera escuchar la amenaza implícita en su
sugerencia.
—Mi futura nuera pidió mi bendición en su viaje a una boda —dijo la reina—. Una
boda que involucra a la familia real de Eddris. No vi ninguna razón para negarme, ni
puedo imaginar cómo podría haberle prohibido ir sin causar una gran cantidad de
comentarios.
—Entonces es una pena —murmuró el hombre—, que no tengas más
oportunidades para ampliar esa imaginación.
—Me vas a matar —dijo sin rodeos.
—Bueno, sí —Se encogió de hombros y sonrió, casi como disculpándose—. Si
ayuda, Tengo la intención de hacer que parezca que moriste por tu propia mano.
Si ayuda...
Morir por su propia mano...
La desesperación arañó su pecho, haciéndola audaz donde podría en otro tiempo
haberse acobardado. —Si voy a morir de tal manera para promover tus ambiciones,
siento que me debes una última respuesta.
El impostor hizo una pausa por un momento, luego inclinó la cabeza levemente,
su sonrisa nunca vacilante. —Por supuesto, mi reina. ¿Qué es lo que deseas saber?
—¿Cuál es tu nombre?
La sonrisa murió. Sus ojos se abrieron un poco, como si esa pregunta, más que
cualquiera de las otras, lo había asustado.
—¿Mi nombre? —Parecía casi perplejo—. Mi nombre… no lo he oído decir en
tantos años.
Su mirada se centró en algún lugar mucho más allá de las paredes de la sala de
estar, los recuerdos revoloteando a través de su rostro. —Mi nombre nunca fue
importante. Yo era... el débil. El más joven. la decepción. Siempre incapaz de estar a la
altura de las expectativas. Nunca fui tan fuerte o tan brillante como mi hermana.
Concedido el favor de nadie, se esperaba que languidezca para siempre en su sombra
—Luego sus ojos se cerraron y su voz se convirtió en un susurro—: Pero ella… Ella
abandonó su lugar y su gente, y cuando finalmente haya probado mi valor, ya no seré
Second Blade1.
Sus palabras no tenían sentido. Nada tenía ningún sentido, pero su tiempo se
acababa. Los ojos del rey se abrieron y se volvió hacia ella con una expresión que podría
haber sido lástima.
—Ten ánimo, mi reina. Tendrás el funeral más elaborado que este reino ha visto
jamás. Y si te preocupas por el dolor de tu muerte le traerá a tu hijo favorito… —Él se
inclinó para susurrarle al oído—: Tal vez te consuele saber que es probable que no
sobreviva lo suficiente para llorarte.

1
Segunda Daga, pero está más chido en inglés
¿Cómo podría haber confundido a este hombre con su marido? Quizás él tenía la
misma cara, pero de alguna manera ella ya no podía ver la semejanza ahora que había
expuesto al monstruo interior.
Ahora dependería de otros detenerlo, y mientras ella miraba a los ojos de su
enemigo por última vez, la reina solo podía rezar para haber hecho suficiente.
Capítulo 1
Danric

El príncipe Danric de Garimore abrió los ojos e inmediatamente deseó no haberlo


hecho.
Solo uno de ellos parecía abrirse correctamente, y la escena que reveló aplastó sus
esperanzas de que sus recuerdos más inmediatos hubieran sido una pesadilla larga,
dolorosa y frustrante.
Un techo de piedra en blanco. Muros de piedra vista. Y bares, de un roble macizo
y un puerta que se cerraba por fuera.
Si tan solo su padre pudiera verlo ahora. Pero no, su padre estaba muerto, un
mago que cambia de forma se sentaba en el trono de su padre, su hermano había
desaparecido, y su madre fingió una abstracción descuidada para salvar su propio
pellejo.
Y, sin embargo, por aplastantes que fueran esas realidades, palidecen al lado del
peso de su mayor fracaso.
Él la había perdido. A pesar de todas sus promesas, a pesar de todos sus esfuerzos,
había perdido la mujer a la que había jurado proteger. Evaraine. Enigma y amiga.
Princesa de Farhall y maga reservada, que ocultaba un poder mortal capaz de acabar
con los asesinos más letales de Garimore.
Pero lo más importante, su esposa. Ella había confiado en él lo suficiente como
para casarse con él, y él le había fallado cuando más lo necesitaba.
Una risa desesperada lo sacudió donde yacía sobre un delgado lecho de paja,
cuestionando cada pizca de confianza que una vez había poseído, él había partido de
esta posada, tan lleno de justa determinación; él la encontraría, protegería y
convencería de que su matrimonio no tenía por qué ser un arreglo político sin amor. Él
la ayudaría a salvar a su padre, y luego encontraría una forma de salvar a Garimore.
Pero después de horas y horas de buscar el rastro que había tomado de
Riverwatch, se encontró con nada más que callejones sin salida. Nadie había visto a
Evaraine, o su caballo. La noche había caído, la nieve había cubierto sus huellas, y
entonces…
Su búsqueda debe haber despertado las sospechas de alguien en el camino. En
algún lugar de la oscuridad de la madrugada, había estado rodeado por guardias de la
ciudad uniformados y arrastrado de su silla por uno de sus lobos de pelaje negro y ojos
dorados. Y luego lo reconocieron, que fue cuando todo se fue de mal en peor. Los
guardias habían sido extrañamente hostiles, a pesar de años de relaciones cordiales
entre Garimore y Eddris. Cuando Danric había intentado explicar, tratando de
transmitir la urgencia de su recado, lo arrestaron.
Naturalmente, había objetado, que era el punto en el que sus recuerdos se volvían
algo borroso. Por el estado de su ojo izquierdo y el dolor en sus costillas, parecía
probable que se hubieran opuesto de inmediato.
Después de eso... Bueno, tenía algunos recuerdos extremadamente vagos de viaje,
colgado del lomo de un caballo como un saco de mercería. Teniendo en cuenta que
ahora se encontraba en una mazmorra bien construida, parecía casi seguro de que lo
habían llevado a Oakhaven, la ciudad real de Eddris, hogar de la Reina Allera, y muchos
kilómetros en la dirección equivocada.
No tenía forma de saber si Evaraine había logrado salir de Riverwatch. Si Zander,
Lady Piperell y los demás habían sido arrestados también. La situación era más que
enloquecedora y, por un momento, Danric tuvo que obligarse a sí mismo a tomar
respiraciones profundas y uniformes para recuperar algo apariencia de calma y control.
Una sensación progresiva de fracaso e impotencia amenazó con hundirlo en un lodazal
de desánimo, pero no pudo evitarlo.
No tenía idea de cuánto tiempo había estado prisionero, pero parecía que yacía
despierto durante horas antes de que finalmente escuchó el pesado sonido de los pasos
y el sonido metálico del pasillo fuera de su puerta. Las llaves estaban tintineando y
entonces la cerradura hizo clic.
Danric se irguió de un tirón e inmediatamente deseó no haberlo hecho. El dolor
de su cabeza y costillas trajeron un silbido involuntario de entre sus apretados dientes
y lo dejó haciendo una mueca cuando esperaba presentar un despreocupado rostro.
—¿Estas despierto? —El hombre con las llaves probablemente tenía la edad de su
padre, pero con la complexión de un toro: torso, brazos, piernas y cuello, todo sólido
con músculo. Llevaba el pelo gris muy corto y, aunque la cara y los antebrazos
mostraban las cicatrices de muchas batallas, no llevaba armadura. También pareció
enteramente amenazado por el hecho de que su prisionero no estaba sujeto de ninguna
manera.
—Parece que ha habido un error —respondió Danric, tan cortésmente como sus
muchas frustraciones le permitían.
—Soy Danric, príncipe heredero de Garimore, y no puedo entender por qué he
sido detenido y encarcelado aquí.
El guardia lo miró con curiosidad. —¿Dónde crees que está 'aquí'?
—Oakhaven —respondió rápidamente Danric—. Fui arrestado sin causa por
Guardias de la ciudad de Riverwatch y traído aquí sin motivo ni explicación, a pesar de
la historia de relaciones amistosas entre Garimore y Eddris.
Cuando el guardia no respondió, Danric se puso frío, prohibiendo la máscara que
siempre usaba en la corte y sometió al hombre más grande a una mirada que habría
congelado al cortesano promedio en sus pistas.
—¿No ha habido declaración formal de hostilidades, así que debo entender que
Eddris desea hacer esta declaración formal? ¿O hay alguna otra fuerza trabajando aquí?
—Alguna otra fuerza, de hecho —El hombre de las llaves no parecía en absoluto
perturbado por la pregunta—. Parece que ambos estamos en el mercado de
explicaciones, pero supongo que es de buena educación comenzar con las
presentaciones. Un placer conocerte, príncipe Danric. Soy Valeric.
¿Era Valeric?
—¿Príncipe consorte de Su Majestad, la reina Allera?
—Sí, ese Valeric —El hombre parecía divertido por la pregunta—. Supongo que
esperabas a alguien un poco demasiado orgulloso para una tarea como ir a buscar
prisioneros.
Danric no estaba del todo seguro de lo que esperaba. Había oído poco del príncipe
consorte, pero por lo que había oído, lo respetaba. El hombre había sido el miembro de
más alto rango de la guardia de la reina Allera desde que alcanzó la mayoría de edad, y
la había ayudado a mantener unido el reino cuando su padre murió de una enfermedad
repentina.
Valeric no era miembro de la nobleza, pero la reina Allera le había elegido a él por
respeto mutuo y afecto. Se casaron hace más de treinta años y tenía dos hijas, pero
todavía se negaba a ser coronado rey, para gran el desconcierto de las masas.
—Dejando a un lado las expectativas —respondió Danric, con un poco de
frialdad—, dada tu posición, tal vez sería tan amable como para decirme lo que estoy
haciendo en su calabozo.
Valeric solo sonrió y se encogió de hombros. —Es el trabajo de mi reina poner a
la gente en prisión: solo soy responsable de mantenerlos allí hasta que ella los quiera
otra vez. Que, en tu caso, es ahora.
El alivio hizo que Danric se pusiera de pie, donde una nueva punzada de dolor en
su rodilla derecha sugería que el daño había sido un poco más extenso de lo que se había
dado cuenta. Lástima que no tenía tiempo de ajustar cuentas con esos guardias
demasiado entusiastas.
—Me complacería reunirme con Su Majestad lo antes posible —Danric esperaba
que su tono gélido transmitiera exactamente cómo inapropiado fue que el soberano de
Eddris tratara a un miembro de la familia real de Garimore con tanta descortesía.
—Entonces espero que todavía estés satisfecho después —respondió Valeric con
un poco de risa—. Pero debo advertirte que no es probable.
Sintiendo un impulso inmaduro y decididamente poco principesco de darle un
puñetazo o discutir, Danric siguió al príncipe consorte en silencio, de alguna manera
manteniendo tanto sus manos como sus palabras para sí mismo. Era la reina que podría
dar sentido a esta falta de respeto sin precedentes. ¿Querían una guerra con Garimore?
O... la idea lo golpeó con un escalofrío que le erizó el vello de los brazos. ¿El hombre que
se hacía llamar Rey Melger ya había comenzado una? Parecía bastante ansioso por que
Danric estuviera fuera de Hanselm por un tiempo.
¿Si él hubiera estado planeando algo como esto el momento seria cuando su
heredero no estuviera disponible para detenerlo?
Peor aún, ¿se había dado cuenta de que Danric conocía su secreto y había planeado
con Eddris para librarlo de las molestias? El paso medido de Valeric los condujo fuera
de la mazmorra y por un camino sinuoso. Escaleras, en el nivel inferior del palacio en
Oakhaven.
Danric no había estado en Oakhaven desde que era un niño pequeño, pero
recordaba el palacio como un lugar de calidez y sencillez, al menos en comparación con
su propia casa.
Era un elegante edificio de sólo dos niveles, compuesto de madera y piedra, sin
muros protectores, torres y almenas. El interior era amueblado en grises, verdes y
marrones, los colores del bosque, y mientras la estructura era grande y laberíntica, fue
construida más para la comodidad que para intimidación.
Chimeneas ardiendo en todas las habitaciones, y el público salón de la Reina
Allera estaba bien amueblado con alfombras y sofás para la comodidad de visitantes y
peticionarios.
Parecía que ella no estaba en la corte a esa hora en particular, ya que atravesó la
sala de audiencias y entró en una habitación más pequeña que daba al lado.
Solo se permiten unas pocas ventanas pequeñas y altas a la luz de una brillante
tarde soleada, pero la habitación estaba bien iluminada por lámparas y calentada por
un fuego que crepitaba alegremente.
De pie frente al fuego había una mujer pequeña y delicada con un vestido verde,
con un chal alrededor de los hombros y un simple anillo de oro en su pelo canoso.
La reina había envejecido mucho desde que él la había visto, pero Danric la habría
reconocido en cualquier lugar. Sus ojos oscuros todavía parecían perforar sus defensas,
y su estatura no hizo nada para ocultar la fuerza de su presencia.
Con o sin el bulto sólido de su esposo a sus espaldas, la Reina Allera no tenía a
nadie con quien jugar.
—Su Majestad —Danric inclinó la cabeza con rigidez, reconociendo su rango, pero
negándose a inclinarse como si estuviera sujeto a su autoridad.
—Príncipe Danric —Ella infundió las palabras con fatigada paciencia, como si él
era una niña pequeña que había puesto a prueba los límites de su resistencia—. Han
sido muchos años desde que tu presencia adornaba estos salones, y lamento que la
bienvenida que puedo ofrecerle es algo diferente en estas inciertas veces.
Danric se dio cuenta de repente de que no se había perdido la esgrima verbal que
era una parte tan integral de la vida de la corte.
Afortunadamente, él no estaba desprevenido. El arte de no decir nada y dar a
entender que todo había sido una parte ineludible de su educación desde que había
pronunciado sus primeras palabras.
—Lo confieso, encontré tu saludo más entusiasta de lo que había anticipado —
respondió sin problemas—. Tanto es así, que estoy perdido para determinar lo que yo
o mis allegados pudimos haber hecho para justificar tal exceso sin precedentes.
La reina Allera le lanzó una mirada de soslayo antes de reírse por debajo de ella.
aliento. —Sigues siendo el hijo de tu padre, ¿no? —ella comentó casualmente—. ¿Está
él bien? ¿Y tu madre? Con frecuencia he pensado en ella estos últimos diez años.
Danric trató de no traicionar su interés por su mención del pasado. Diez años. La
reina Portiana no había viajado a Eddris desde la última visita de Danric. Visita, que
había sido hace mucho más tiempo que eso.
—Mi padre está bastante preocupado, como de costumbre —dijo con cuidado—.
Y mi madre se preocupa por la ausencia de mi hermano, aunque por lo demás está bien.
—Me alegra oírlo —La reina parecía extrañamente aliviada por esta noticia—.
Pero cuéntame más sobre esta ausencia. Me sorprendió saber del compromiso
repentino de Vaniell, pero últimamente, he comenzado a recibir informes
contradictorios sobre la naturaleza y el progreso de su compromiso.
Los ojos oscuros de Allera de repente se asemejan a puñales: puntiagudos y
mortalmente afilados.
—Lo confieso, simplemente no podía dejar pasar la oportunidad de interrogar a
alguien. más íntimamente consciente de los detalles. ¿Habrá boda? ¿Y debo espera
recibir una invitación para este trascendental evento?
Danric abrió la boca para hacer una declaración que habría hecho que su padre
estuviera orgulloso. Algún comentario evasivo que no habría ofrecido ninguna decisión
decisiva. La verdad, pero dar a entender que Garimore era muy capaz de cuidar de sus
propios asuntos, y esa interferencia no era bienvenida ni necesaria.
Pero las palabras le fallaron. Ni siquiera estaba seguro de querer engañar a la
Reina de Eddris. Después de todo, ella no era realmente su enemiga, pero él no estaba
seguro de si él también debería confiarle la verdad. La verdad podría ser percibida
potencialmente como una amenaza mayor que sus suposiciones actuales, y necesitaba
su buena voluntad si quería rescatar a Evaraine.
Su silencio debe haber sido demasiado largo, porque la reina finalmente se
compadeció de su descalabro.
—Príncipe Danric, no disfruto de la esgrima verbal más que tu —Ella habló con
una franqueza encantadora que sospechaba que era un intento deliberado para
derribar sus muros—. Se rumorea que odias la frivolidad cortesana y prefiero trabajar
detrás de escena, así que voy a ser brutalmente honesta con usted y espero que me
honre con honestidad a cambio.
Danric asintió, con la esperanza de darse más tiempo para decidir qué era seguro
decirle. —Ya no es posible ignorar la evidencia, creo que tu padre tiene la intención de
gobernar todo Abreia algún día.
Una vez, sus palabras le habrían provocado la ira o la negación horrorizada.
Pero su verdad había sido evidente desde hace algún tiempo, incluso si aún no lo
había hecho. Se enfrentó a lo que significaron para Eddris. Para Katal. Iria. Había estado
demasiado centrado en el primer objetivo de Melger. Sobre Farhall y Evaraine.
—Sí —dijo simplemente—. Esa es mi evaluación también —Él la había
sorprendido. Los pies de la reina se movieron y lanzó un rápido vistazo a su esposo
donde esperaba detrás de Danric.
—Quizás estarías dispuesto a compartir con nosotros cualquier otra ‘evaluación’
que podrías haber hecho.
Danric levantó una ceja. —¿Me estás pidiendo que traicione el Trono de Garimore,
¿reina Allera?
—Te estoy preguntando cuál es tu posición, príncipe Danric —Sus ojos oscuros se
fueron duros como el pedernal—. No hace mucho tiempo, dirigiste un ejército de
soldados Garimorians pretendiendo intimidar al rey Soren para que renunciara a su
hija o su trono. Has sido el confidente más cercano de tu padre desde que no tenías más
que dieciséis años, y has mostrado signos convincentes de ser el títere del rey Melger
en todos los sentidos que importan. Así que imagina mi sorpresa cuando supe que
habías sido visto en Riverwatch en compañía de un miembro de la guardia real de
Farhall, comportándose como si ustedes dos fueran al menos aliados, si no de hecho
amigos.
Claramente había sido reconocido mucho antes de lo que había pensado. Alguien
debería haberlo visto en la posada con Zander.
—Y como si eso no fuera lo suficientemente desconcertante —continuó la reina
Allera—. Luego te observaron haciendo preguntas incómodas sobre una mujer
coincidiendo con la descripción de la princesa Evaraine. Así que tal vez puedas entender
por qué decidí que mantenerte a salvo contenido en mi mazmorra era el curso de acción
más seguro para todos nosotros... quizás más particularmente para mis vecinos en
Farhall.
Ella pensó que tenía la intención de dañar a la princesa Evaraine. La idea era tan
trágicamente ridícula que hizo que Danric casi perdiera la compostura, pero más que
cualquier otra cosa, necesitaba convencer a Allera de que no era una amenaza. No a
Eddris, no a Farhall, y ciertamente no a Evaraine.
Sin embargo, para hacer eso, tendría que decirle la verdad sobre su padre, sobre
sus sospechas y sobre sus objetivos. Y tal honestidad requerida confianza. También
significaba pedir ayuda, aunque la solicitud pudiera colocarlo en desventaja. Realmente
nunca se le había ocurrido pedir ayuda.
De todas las lecciones incómodas que había aprendido en las rodillas de su padre,
la más profunda arraigada era confiar sólo en sí mismo. Confiar sólo en sí mismo. Creer
solo en su propia fuerza.
Pero ese mismo impulso había enviado a Evaraine sola al desierto. La impulsó a
salvar a quienes la rodeaban a costa de su propia vida. Danric había quedado devastado
por sus acciones, por su decisión de arriesgarse mucho sin pedir ayuda. Sin embargo,
había tenido la intención de rescatarla solo. Ayudarla en la superación de sus enemigos,
y luego regresar por su cuenta para derrotar al hombre que se sentaba en el trono de
Garimore. Como heredero, era su carga a llevar.
La hipocresía de sus intenciones era bastante asombrosa ahora que pensaba en
eso. Pero, ¿cómo podría convencer a la reina Allera de la verdad? ¿Quién podría creerle
con sólo el testimonio del orgulloso y desdeñoso príncipe de Garimore como prueba?
—No soy una amenaza para ti —dijo finalmente—. Ni a Eddris, ni a Farhall. Y en
cuanto a Evaraine…
Hizo una pausa, buscando palabras, y en medio de su silencio, la puerta se abrió
para dejar pasar a un sirviente con túnica gris. El hombre susurró apresuradamente en
la oreja de Valeric, provocando una expresión de sorpresa, seguida de un asentimiento.
—Bueno —anunció el príncipe consorte—, parece que nuestra conversación está
a punto de volverse mucho más interesante.
—¿Cómo es eso, mi amor? —La reina Allera no se mostró nada molesta por la
asunción de autoridad del marido.
—Visitas —anunció—. Han pedido audiencia inmediata, y dadas las
circunstancias, creí mejor conceder —Tiró una mirada evaluadora a Danric—. Debería
ahorrarnos a todos una gran cantidad de tiempo.
Tenía que ser alguien que Danric conociera. ¿Podría ser Evaraine? ¿Y si ella
hubiera elegido venir aquí a pedir ayuda en lugar de continuar hasta Arandar sola? La
esperanza de ese pensamiento trajo de vuelta la profundidad total de su miedo,
brevemente sepultado por la urgencia de convencer a la reina Allera de que lo liberara.
Tenía que ser Evaraine. Necesitaba saber que ella estaba a salvo, no congelada. y
sola en algún lugar de los bosques de Eddris.
Danric se volvió hacia la puerta, esperando que su rostro no revelara su esperanza
ni su temor. Pero fue imposible disimular su decepción cuando el primero de Los
visitantes apareció y claramente no era Evaraine.
Era una mujer, de estatura media, con cabello ondulado rojo dorado y ojos azules.
Llevaba un chaleco largo sobre pantalones y botas, y llevaba un pesado anillo en una
cadena alrededor de su cuello.
Y justo cuando Danric fue golpeado por una fuerte sensación de familiaridad, ella
fue seguida a través de la puerta por otra figura que condujo cada pensamiento racional
fuera de su mente.
Un Elfo Nocturno El recién llegado era alto y de hombros anchos, con piel pálida
y plateada, orejas puntiagudas y pelo largo y blanco que le caía suelto por la espalda,
pero estaba trenzado lejos de su cara a los lados.
Sus ojos eran grises y algo estrechados, y la sensación de amenaza que planteaba
era tan palpable que incluso Valeric puso una mano en la daga en su cinturón.
Pero no fue la gélida sensación de peligro lo que detuvo el aliento de Danric. Fue
darse cuenta de que había visto al Elfo Nocturno anterior. Visto esa cara exacta… Y en
el preciso momento en que se dio cuenta de dónde lo había visto antes, esos ojos grises
se clavaron en su rostro y estallaron con rabia. Danric miró, congelado en estado de
shock, cuando la correa sobre el temperamento del Elfo Nocturno se adelgazó hasta el
punto de deshilacharse…
—Espera —La sola palabra suave de la mujer pelirroja resonó a través de la
habitación por lo demás tensa y silenciosa—. Antes de que nadie mate a nadie, tal vez
deberíamos determinar quién en esta sala es un enemigo y quién es un aliado. De hecho,
podemos tener información que podría cambiar el resultado de esa conversación.
—¿Quién eres tú? —soltó Danric. La había visto por primera vez en la habitación
del trono en Arandar, de pie como guardaespaldas de Evaraine.
Ese día, ella fue nombrada hija adoptiva del rey Soren y entregada en un acuerdo
de matrimonio con el rey de los Elfos Nocturnos. Pero a pesar de lo extraño que habían
sido esos procedimientos, ella también parecía saber mucho más de lo que debería
sobre precisamente lo que había ocurrido entre él y Evaraine durante su primera visita
a Hanselm.
—Mi nombre es Leisa —dijo la mujer, con una pequeña sonrisa tirando de la
esquina de sus labios—. Y tú, al parecer, has estado bastante ocupado. ¿Haz invadido
más reinos indefensos recientemente, príncipe Danric?
Capítulo 2
Evaraine

Evaraine salió al resplandeciente frío de la mañana y tomó una profunda


bocanada de aire helado de invierno. Todavía era temprano en la temporada, pero
estaba lo suficientemente alta en las montañas que incluso el sol más brillante parecía
llevar sólo el calor más fugaz.
Por un momento, se detuvo y permitió que su mirada vagara hacia abajo y hacia
abajo a través del estrecho cañón que iba a ser su hogar durante las próximas semanas.
Escondido entre imponentes acantilados cerca del río Dredwall, la diminuta
comunidad de la montaña habría sido casi imposible de encontrar a pie, especialmente
mientras la tierra estaba cubierta por la nieve de principios de invierno. El manto
blanco estaba delgado debajo de las paredes protectoras del cañón, pero a principios
de la mañana, la vista todavía estaba limpia, brillante y absolutamente impresionante.
O tal vez eso era sólo el aire. El frío quemó los pulmones de Evaraine y le picó la
nariz, pero también le recordó que estaba viva, que había esperanza, incluso cuando sus
objetivos parecían estar más lejos de su alcance que nunca.
Incluso cuando no podía dejar de pensar en todo lo que había sacrificado para
llegar tan lejos. Los pasos en la nieve detrás de ella fueron la única advertencia ante ella.
Su cabeza fue acariciada con bastante firmeza de una manera que de alguna forma era
a la vez maternal e incómoda.
—¿Reuniendo lana otra vez, pequeña humana?
—De camino a casa de Yvane —dijo Evaraine enérgicamente, dándose la vuelta
para mirar a la anfitriona antes de que pudiera ser derribada por un método más
efusivo saludo—. ¿Adónde vas esta mañana, Lyria?
—De donde regreso, más bien —La mujer alta, de piel dorada y cabello rubio.
resplandecía de felicidad mientras miraba a Evaraine desde su superior altura—. He
estado cantando al amanecer. Es una de las veces que puedo estar segura de que nadie
me escucha, excepto tal vez las criaturas del bosque que no le importan mis canciones.
No había sido hace tanto tiempo que Evaraine podría haber expresado algunas
dudas sobre si la Gente Huldra aún existían. Se decía que los escurridizos habitantes de
los bosques vivían solos y usaban sus fascinantes voces para atraer a los viajeros a su
territorio, pero nadie había visto ni oído cuentos de uno en muchos años.
Pero después de que Leisa y Kyrion le presentaran a Evaraine a Yvane y se
elevaran a los cielos de nuevo en busca de su cometido original, Evaraine de alguna
manera se encontró como invitada en la casa de Lyria. La mujer huldra era amable,
reflexiva, y un miembro único pero inextricable de esta extrañamente ecléctica
comunidad.
—¿Comiste? —continuó Lyria, mirando pensativamente a Evaraine—. No creo
que lo hayas hecho. Puedo sentir que estás hambrienta y avergonzada.
Amable, considerada y casi aterradoramente perceptiva. La huldra parecía
completamente perpleja por el concepto de la vergüenza humana, y también era rápida
para señalar muchas de las reacciones y emociones que los humanos alrededor de ella
podrían desear ocultar.
—No —admitió Evaraine con un suspiro—. No lo comí. He estado intentando
tener en cuenta las reglas de Yvane, que todos debemos contribuir a la comunidad si
nos vamos a quedar.
—¿Y sientes que no aportas nada? —preguntó Lyria, con una curiosa inclinación
hacia ella.
—Me dejaron aquí sin previo aviso, en pleno invierno, sin nada que ofrecer, pero
con preguntas —señaló Evaraine—. Sus provisiones fueron cuidadosamente
preparadas para valerse a través de esta temporada cuando viajar es difícil, y soy
simplemente otra boca que alimentar. Sin mencionar que no tengo habilidades, y como
yo he llegado, he estorbado más de lo que he ayudado.
No era la primera vez que dudaba de la sabiduría de Leisa al traerla aquí. Lejos de
ser la primera vez que se irritaba por la sensación de inacción y se preguntaba si había
cometido un error. Y, sin embargo, difícilmente podía criticar la hospitalidad de sus
nuevos amigos.
Desde el momento en que el wyvern negro había aterrizado en este cañón
escondido, Evaraine había sido acogida, alimentada y alojada, con una sorprendente
falta de dudas o sospechas.
Pero a pesar de su bienvenida sin complicaciones, se sintió casi tan atrapada como
estaba a salvo, prisionera de las realidades del invierno. Aunque ella anhelaba regresar
a Arandar, debe permanecer en la diminuta comunidad montañesa hasta que la nieve
se derritiera o Leisa volviera. Y, sin embargo, ella también debe esperar quedarse, al
menos el tiempo suficiente para aprender más de la magia mortal que poseía y
encontrar una manera de salvar a su padre y su reino.
—No hay necesidad de sentir vergüenza —dijo Lyria amablemente—. Te hemos
aceptado por tu necesidad. Y, creo, por nuestros temores sobre el futuro.
Eso, al menos, Evaraine podía entenderlo.
—Tienen miedo de lo que sucederá si Garimore no se detiene.
Lyria se encogió de hombros expresivamente. —Ninguno de nosotros se ha
sentido nunca bienvenido en el mundo más allá de este lugar. Somos diferentes.
Incomprendidos. Podrías ser reina un día, y sin embargo entiendes lo que es ser temido.
Sabes que tienes el poder de cambiar la forma en que somos tratados.
Evaraine deseó poder recibir las afirmaciones de Lyria con confianza, pero las
palabras de la huldra se sintieron como una carga más.
¿Cómo podría ella soportar el peso de la difícil situación de su padre, la amenaza
de conquista de Garimore, y las esperanzas de los magos que creían que ella podría
liberarlos de los prejuicios? Las mareas de odio y sospecha no eran tan fáciles de
cambiar.
Pero ahora no tenía más remedio que intentarlo. Ella no podía darse por vencida,
no cuando había sacrificado tanto para poner sus pies en este camino.
A pesar de que su sueño era turbulento y sus horas de vigilia llenas de
preocupaciones, ella debe continuar. A pesar de que sus sueños eran perseguidos cada
noche por severos ojos oscuros, una mandíbula firme y barbuda, y hombros lo
suficientemente anchos como para soportar el peso de su importancia, no podía dejarse
vacilar.
No podía permitirse arrepentirse de haber dejado atrás sus frágiles esperanzas de
felicidad con él.
Danric.
Su enemigo.
Y su esposo.
¿Cómo podía extrañarlo tanto? Rara vez se habían tocado, y aun así anhelaba su
calor. Habían sido enemigos durante tanto tiempo y, sin embargo, la confianza
provisional que compartían significaba más para ella que cualquier amistad que
hubiera tenido nunca.
Pero este camino en el que estaba había conspirado para dividirlos para siempre,
una verdad se había visto obligada a aceptar a regañadientes. Una vez, había esperado
más que un matrimonio político frío y sin vida, pero eso ya no era posible.
Ahora Danric conocía su magia, su futuro estaba decidido. Él nunca podría
aceptar quién y qué era ella, por lo que su padre y su reino tendrían que tomar
precedencia sobre su corazón.
—Haré todo lo posible para ser la reina que Farhall necesita —dijo Evaraine a
Lyria, sus palabras iban dirigidas a todos los que pretendía salvar. Pero ella sintió el
peso de la deuda que acumuló simplemente por comer, dormir y levantarse cada
mañana, y era pesado—. Y les agradezco de nuevo por su hospitalidad. Estaré con Yvane
la mayor parte del día, así que no te preocupes si no me ves esta noche.
—No me preocuparé —dijo Lyria—. Pero voy a preparar la comida, y tú debes
comer, o me enojaré —Entonces ella guiñó un ojo—. No, no estoy dotada en esta cosa
llamada ira. Pero estaré triste si tienes hambre porque estás avergonzada. Todos damos
lo que podemos cuando podemos, y aunque tus regalos son diferentes, no son menos
valiosos.
Con un movimiento rápido de su cuerpo largo y flexible, la huldra se alejó,
elegante como una bailarina mientras caminaba con ligereza sobre la superficie de la
nieve. Evaraine la vio irse, sintiéndose melancólica ante tanta evidencia de alegría sin
complicaciones. La energía de la huldra era efervescente y Evaraine la envidiaba.
Aunque la verdad sea dicha, rara vez había sentido tanta energía, tanta vida, como
tenía desde que llegó aquí. Desde que dejó Garimore, rara vez había estado cansada y
tenía pocas dificultades para controlar su poder o satisfacer las demandas de la vida
cotidiana. Era una de las preguntas que pensaba hacerle a Yvane.
Este Dia. Uno de los muchos misterios que esperaba que la mujer mayor pudiera
resolver en el transcurso de su tiempo juntas. El cañón no era grande, pero era una
caminata rápida de diez minutos hasta la casa de Yvane. Un espacio pequeño pero
acogedor en el corazón de la comunidad.
Evaraine caminó entre restos de huertas, algo resguardadas del clima, y muchas
otras casas diminutas, tanto independientes como excavado en la cara del acantilado.
Las personas que vivían aquí eran de todas las edades y orígenes, pero compartían
una cosa en común: buscaron refugio del omnipresente prejuicio contra la magia y los
magos. Leisa y Kyrion se habían encontrado con ellos casi por accidente mientras huía
del Rey Soren, e Yvane les había ofrecido vivienda sin necesidad de devolución. Ella
también había expresado una visión única de magia que había llevado a Leisa a
reconsiderar su poder y ahora le dio a Evaraine esperanza tentativa de algún día
comprender la suya propia.
La puerta de Yvane se abrió cuando Evaraine se acercó, revelando la forma alta y
de hombros anchos de Breven, el marido de Yvane.
Una presencia silenciosa, pero de alguna manera reconfortante, asintió a Evaraine
y se hizo a un lado cuando ella entró, luego cerró la puerta detrás de ella antes de cojear
a través del piso a una habitación adyacente.
Evaraine se sentó a la sólida mesa de madera y esperó hasta que Yvane emergió,
con una sonrisa en su rostro mientras pasaba un cepillo por sus rizos oscuros —Estas
temprano esta mañana.
—La verdad es que me cuesta decir la hora —confesó Evaraine—. Pero supongo
que mi preocupación me pone ansiosa por continuar, y cuanto antes pueda dejar de ser
una carga para todos, mejor —Aunque no había forma de saber cuánto tiempo podría
ser. Antes de volver de nuevo, Leisa había arrojado sus brazos alrededor de Evaraine
en un abrazo feroz, prometiendo volver lo antes posible.
—“Tenemos la intención de advertir a la Reina Allera —dijo con firmeza, con una
mirada a su intimidante esposo Elfo Nocturno—. Para que ella pueda estar preparada
para enfrentar un ejército de Farhall, en caso de que cayera completamente en manos
Garimorians”.
La idea era impensable. —“No permitiré que eso suceda —había prometido
Evaraine—. Pero hay una cosa más que te pediré en tu camino, si resultara posible”.
—“Cualquier cosa” —Leisa había puesto una mirada de obstinación decidida
Evaraine recordaba bien sus días como princesa y guardaespaldas.
—“Si te encuentras con el Príncipe Danric…”
La mirada del Rey Wyvern se había vuelto helada ante el nombre.
—“Probablemente me estará buscando —continuó Evaraine—. Quisiera que tú… lo
retrases. Eso es todo” —No pudo mirar a Leisa a los ojos después de eso.
Su antigua guardaespaldas la conocía demasiado bien, y había demasiadas
posibilidades que sus verdaderos sentimientos pudieran ser revelados.
—“Podemos hacer mucho más que retrasarlo” —había prometido Kyrion
oscuramente, ojos gris centelleantes, recordándole a Evaraine el dibujo en el diario de
Vaniell.
Cuando vio por primera vez esos bocetos en bruto, no tenía más que apenas
sospechas sobre la identidad del nuevo esposo de Leisa. Pero esas sospechas ahora se
habían confirmado: el misterioso Rey Wyvern era de hecho el antiguo asesino del Rey
Melger, y como tal, era poco probable que viera al príncipe Danric con amabilidad.
—“No —dijo ella apresuradamente, demasiado apresuradamente, y de repente
fue fijada por una mirada sospechosa de Leisa—. Es poco probable que me encuentre
aquí, en cualquier caso. Un retraso es todo lo que necesito”.
A pesar de su curiosidad, ella no estaba dispuesta a ofrecer una explicación de su
verdadera relación con el príncipe Danric. Ella simplemente no había sido capaz de
enfrentar la probable reacción de Leisa, y mucho menos la de Kyrion, aunque ella desde
entonces, se preguntó en numerosas ocasiones si la omisión había sido un error.
Otra razón más por la que le irritaba irse de este lugar. —La prisa no te ayudará
en este caso —dijo Yvane, deteniendo el tren de los pensamientos de Evaraine con su
calma inquebrantable. Esa calma parecía tan parte de la mujer mayor como sus rizos y
ojos oscuros, infundiendo cada palabra y acción con un sentido de medida deliberación.
Ya sea que estuviera atando su cabello hacia atrás o paleando nieve de los caminos,
Yvane no tendría prisa—. El invierno nos hace prisioneros a todos, aunque también nos
da el lujo de la seguridad en la que perseguir el conocimiento que buscas.
Durante los últimos días, Yvane había estado frecuentemente ocupada con otras
tareas, pero parecía comprometida a asegurarse de que Evaraine se sintiera cómoda en
su comunidad. Durante su breve tiempo juntos, ella había preguntado ocasionalmente,
pero nunca presionó para obtener respuestas más profundas que las que Evaraine
estaba dispuesta a dar.
Hablaron sobre la historia de Evaraine y su familia, y hablaron en algo extenso
sobre el conflicto entre Farhall y Garimore. Evaraine tenía incluso se encontró
aludiendo a sus miedos sobre su magia y sus esperanzas del futuro.
Pero nunca fue suficiente, e Yvane claramente no tenía prisa. En muchos aspectos
Evaraine nunca se había sentido tan frustrada e impaciente, pero su determinación de
aprender y encontrar una manera de salvar a su padre la mantuvo en pie.
Hoy, sin embargo, Yvane había prometido que sería el turno de Evaraine para
preguntas, y había pasado la mitad de la noche despierta, con una lista.
¿Qué tipo de mago era Yvane y cómo había llegado esta comunidad a existir? ¿Qué
tipo de magia tenía Evaraine? ¿Cómo podría aprender a controlarla? ¿Era posible
defenderse de la magia que se rumoreaba que Iandred poseía? ¿Por qué Yvane creía
que la magia era más compleja que las simples categorías de Magos de los Limites y de
Fuerza Vital?
Había tantas preguntas que Evaraine sintió como si su piel podría estallar por el
esfuerzo de contenerlas a todas. Entonces, por supuesto, Yvane comenzó con una
pregunta propia—: ¿Cómo te has sentido? Leisa mencionó que eras propensa a
enfermedades en el pasado y que puedes luchar con la dureza de nuestra vida aquí.
¿Qué más había dicho Leisa durante su breve conferencia con Yvane? —Estoy bien
—le aseguró Evaraine—. Sospechosamente así es.
La cabeza de Yvane se inclinó mientras se sentaba en el lado opuesto de la mesa,
mientras Breven reaparecía y se ocupaba de preparar el desayuno. —¿Qué significa
eso?
No era donde Evaraine pretendía empezar, pero tal vez era un buen lugar como
cualquier otro. —Durante gran parte de mi vida, he luchado contra el agotamiento.
sintiendo que cosas tan simples como cruzar una habitación me quitarían energía.
—¿Y sin embargo no sientes esas cosas ahora?
Evaraine negó con la cabeza con decisión. —No desde que dejé Garimore. Y… —
Una vida de secretos arañó las palabras, gritando que nadie debe saber, pero ella los
obligó a salir—:… no cuando uso mi magia.
—¿Y tienes una idea de por qué podría ser? —Otra pregunta, pero Evaraine se
sentía lo suficientemente cerca como para lanzar está de vuelta.
—Antes de responder a eso —dijo—, debo hacer una pregunta propia. Perdóname
si parezco presuntuosa después de tu amabilidad y voluntad de albergar a un fugitivo,
pero deseo saber... ¿Por qué usted? ¿Por qué están confiados con el liderazgo de esta
comunidad? ¿Por qué Leisa confía tan implícitamente? ¿Y por qué cree cosas de magia
que nadie más hace?
En lugar de parecer ofendida, Yvane parecía complacida por las preguntas. Pero
antes de que pudiera responder, Breven le dio un golpecito en el hombro y comenzó a
gesticular, primero hacia Evaraine, luego hacia la propia Yvane.
Por la expresión de intención de Yvane, quedó claro que sus gestos eran palabras,
y estaban teniendo una conversación.
—Nunca tuve la intención de esconderme aquí para siempre, mi amor —dijo
finalmente Yvane—. Todo el mundo sabe esto. Y la princesa se queda con Lyria. Si ella
causara algún daño intencional a cualquiera de nosotros, lo sabríamos —Gestos más
firmes, con una mirada fulgurante a Evaraine—. Creo que debemos correr ese riesgo. Y
no es que seamos incapaces de defendernos. Breven, sabes que llegará el momento en
que debo volver a unirme al mundo e intentar pagar la deuda que debo. Elijo hacerlo en
mis propios términos, y con la mayor posibilidad de proteger a los que están bajo mi
cuidado.
Una deuda que ella tenía...
Con un último movimiento de cabeza, Breven volvió a su tarea de preparar la
comida de la mañana mientras Yvane volvía su atención a Evaraine.
—Realmente no fui elegida para nada —admitió con ironía—. Yo fui la primera en
buscar refugio aquí, y con el tiempo, ofrecí un refugio seguro para aquellos huyendo de
prejuicios y persecuciones. Y, sin embargo, también soy la más fuerte entre nosotros,
en términos de magia al menos.
Interesante. ¿Cómo podría uno incluso comenzar a comparar la fuerza de
diferentes regalos mágicos?
—En cuanto a la confianza de Leisa, no sé por qué la ha ofrecido de manera tan
implícita. Tal vez sea la simpatía de un paria por otro, o una deuda percibida. Yo salvé
su vida y la de su Elfo Nocturno cuando huían del Rey Soren. Pero sospecho que es más
en la naturaleza de la esperanza —Su mirada se encontró con la de Evaraine
intencionadamente—. Le ofrecí pruebas de que sabía de su magia antes de que ella la
revelara, lo que la llevó a creer que yo podría ser capaz de explicar cómo podría ser
usada. Al igual que tú, Leisa lucha contra el temor de que su magia pueda ser
intrínsecamente mala.
Evaraine sabía que su sorpresa no se reflejaba en su rostro, pero Yvane pareció
percibirla de todos modos. —¿Cómo puedes saber ya lo que deseo preguntarte? —
insistió Evaraine.
—El miedo y el desprecio por uno mismo son compañeros familiares para
cualquiera que se vea obligado a esconderse desde la infancia. El hecho de que no seas
públicamente conocida por ser un mago y, sin embargo, has venido a buscar
entrenamiento en magia sugiere que cualquiera que sea tu talento, es considerable y
sería temido si se conociera.
—Sé que lo sería —soltó Evaraine—. Yvane, no soy ni un Mago de Fuerza Vital ni
un Mago de Límites. No uso simplemente energía mágica. La tomo. Y soy terriblemente
capaz de quitar una vida —Casi esperaba que la otra mujer retrocediera horrorizada,
pero no lo hizo.
En cambio, la mirada de Yvane se volvió distante y pensativa, y murmuró en voz
baja para sí misma, tan en voz baja que Evaraine apenas entendió la palabra.
—Busca Corazones.
—¿Es eso... eso es lo que soy?
Yvane se sobresaltó, como si regresara al lugar y tiempo presentes.
Ella dijo enérgicamente, en un tono que parecía más bien una reprimenda—:
Usted es Evaraine. Princesa de Farhall. Hija, hermana y amiga. Tú no eres tu magia, y si
te permites volverte así, destruirá todo lo que has llegado a valorar. ¿Ha quedado claro?
Evaraine asintió lentamente.
—Estoy de acuerdo en que mi magia no es mi identidad. Pero todavía debo
entenderlo. Durante tantos años, ha dominado todos mis momentos de vigilia. He
evitado a otros, evité casi todo contacto humano por la tentación de sus propias vidas.
Cada vez que estoy cerca de aquellos que me importan, me pregunto si seré lo
suficientemente fuerte para salvarlos de mí. Así que perdóneme si sueno contradictoria,
pero ya he destruido casi todo lo que aprecio.
Yvane suspiró y cerró los ojos. —Esto, me temo, es el resultado de un pueblo que
ya no entiende la naturaleza y función de su propio poder —Ella permaneció en silencio
durante unas cuantas respiraciones largas, con la cabeza inclinada como si estuviera de
luto. Pero sus ojos se abrieron de golpe solo un momento o dos después, con un regreso
a su antigua manera tranquila.
—Tengo buenas y malas noticias, pero espero que me escuches antes de elegir
cómo sentirte acerca de esta información. Si, en otro tiempo y lugar, alguien con un
poder como el tuyo sería conocido como un Busca Corazones. No te equivocas en lo que
es, buscar robar la vida… la fuerza de los que te rodean, pero no es, estrictamente
hablando, magia de la misma manera que otros magos hablan de ello.
La atención de Evaraine permaneció clavada en la diminuta mujer al otro lado de
la mesa. ¿No es magia? Entonces, ¿qué es?
—Lo que llamamos magia es realmente sólo energía en su forma más pura. Todos
nosotros la poseemos, es lo que nos mantiene vivos, después de todo, pero la mayoría
no es consciente de su existencia. Esa energía simplemente se escapa de ellos sin ser
vistos a medida que avanzan sus vidas. Los magos son aquellos con un sentido extra,
por así decirlo, pueden percibir esa energía y encontrar diferentes maneras de doblarla
a su voluntad. Y esos caminos, encontrarás, son tan variados como las personas mismas.
Algunos nacen con habilidades que no pueden cambiar, como los Videntes, y algunos
desarrollan sus propios métodos y perspectivas únicos. Los magos son muy parecidos
a los artistas, quienes crean belleza, pero podrían usar cualquier implemento, desde un
cincel hasta una tiza.
Esto tenía mucho sentido, pero ¿dónde la dejaba? —¿Los Magos de los Limites son
un mito, entonces? —preguntó con curiosidad.
—No, en absoluto —respondió Yvane—, pero usan la misma forma de energía que
aquellos a los que llamas Magos de Fuerza Vital. Los Magos de los Límites suelen ser
bastante poderosos. En su habilidad para dar forma a la magia, pero más débiles en su
habilidad para sentirla, por lo que deben confiar en la oleada de energía que se produce
cuando una cosa cambia a otra. Cuando la vida se convierte en muerte, cuando la leña
se convierte en fuego... incluso cuando un niño es nacido. Por eso se cree que prosperan
en el caos, porque está en los momentos de mayor caos en los que se libera la mayor
cantidad de energía.
—¿Y los Magos Espejo? —Evaraine no pudo evitar preguntar. Tal vez ese regalo
en particular no le parecía tan aterrador porque sabía de Leisa durante tanto tiempo.
Pero ahora que sospechaba que Melger también lo poseía, parecía mucho más urgente
entender cómo funcionaba.
—Los Magos Espejo han desafiado la comprensión de los eruditos por siglos —
admitió Yvane—. Y ellos son la razón por la que sabemos que la hechicería no se puede
clasificar ordenadamente en categorías. Los Magos Espejo son conocidos por usar su
propia fuerza vital, pero eso puede ser amplificado por ciertos tipos de espejos. Se cree
que la forma en que interactúan con el reflejo indica la presencia de un mundo
secundario dentro del propio espejo, que se cree que actúa como una especie de límite.
Los magos espejo son capaces de llegar a través de ese límite y manipular la realidad
liberando la energía latente del mundo dentro del espejo.
La cabeza de Evaraine estaba dando vueltas al final de esa explicación, y con más
que una mera confusión sobre cómo tal cosa podría ser posible.
¿Qué quiso decir Yvane cuando dijo que los eruditos habían estado estudiando la
Magia Espejo durante siglos? Desde luego, no se refería a los eruditos abreviados. La
gente de Abreia tenía prácticamente abandonaron la magia cuando llegaron por
primera vez al continente, así que ¿a dónde podría ella haber obtenido tal información?
A no ser que…
—Tú no eres Abreian —soltó Evaraine.
Yvane le sostuvo la mirada con firmeza. —¿Eso importa?
¿Lo hacía? Evaraine no tenía idea. ¿Debería? Posiblemente. Pero en este tiempo y
lugar, era lo último por lo que tenía la capacidad de preocuparse.
Así que ella negó con la cabeza. —No haré más preguntas sobre tu pasado a menos
que estés dispuesta a compartir. Pero eso explica por qué entendemos la magia de
manera diferente, y por qué sabes lo que nadie más ha podido decirme.
Los hombros de Yvane parecieron caer minuciosamente, como si, a pesar de su
calma exterior, hubiera estado esperando una reacción muy diferente.
—Entonces, ¿puedes decirme también por qué —continuó Evaraine—, si mi
poder no es magia, ¿parece ser capaz de sentir magia en los demás? ¿Por qué me he
sentido más viva estas últimas semanas que nunca antes?
La otra mujer asintió.
—Puedo decírtelo, pero me temo que no te gustará la respuesta. Un número muy
pequeño de personas nace sin la capacidad de crear suficiente energía vital para
sostenerse. Y es bastante raro, pero ocasionalmente, uno de ellos también posee la
capacidad de tomar lo que necesitan del mundo que les rodea, ya sea a propósito o no.
En el pasado, estos pocos han sido utilizados por personas sin escrúpulos como armas.
El asesino perfecto, que puede matar con un toque y no dejar rastro.
El horror de Evaraine debió mostrarse en su rostro porque Yvane se negó con su
cabeza rápidamente.
—Matar no es inevitable —dijo con firmeza—. Como creo que has descubierto
recientemente. Sospecho que tu reciente resurgimiento de la salud se ha alineado con
pasar más tiempo al aire libre, alrededor del mundo vivo, pasivamente absorbiendo su
energía de forma casi constante.
Evaraine escuchó esas palabras, pero a la distancia, mientras la habitación
comenzaba a dar vueltas alrededor de ella.
El asesino perfecto.
Mata con un toque.
No dejar rastro.
Ya había comenzado a recordar momentos específicos de su vida que la habían
confundido siempre.
Su gatito que se enfermó antes de que se lo llevaran... Flores que habían
marchitado en cuestión de horas... Criadas y enfermeras que nunca se habían quedado
más de unos pocos meses...
Fue su madre quien se ocupó de su educación durante todo el tiempo que tuvo su
poder. Su madre, que había pasado la mayor parte del tiempo con ella y la ayudó a
aprender a controlar su magia...
Oh queridos dioses.
Evaraine tenía tres años cuando su poder se manifestó. Tres años y era
completamente incapaz de entenderlo, y mucho menos controlarlo.
—Mi madre —susurró con voz ronca, mientras las lágrimas comenzaban a caer,
derramándose por su rostro en un torrente imparable—. Yvane, creo que pude haber
matado a mi propia madre.
Capítulo 3
Danric

Danric respondió a la pregunta de la mujer tan cortésmente como pudo, aunque


mantuvo una estrecha vigilancia sobre el Elfo Nocturno mientras lo hacía.
—“Invadido” no es el término preciso que elegiría para describir esos eventos,
pero no. Me temo que carezco tanto de la inclinación como de los recursos en presente.
Y luego... bueno, tal vez fue una tontería. Pero de todas las apremiantes
preocupaciones que pesaban en su mente, Danric decidió abruptamente que había una
que simplemente no podía esperar.
Se volvió hacia el Elfo Nocturno y habló desde el corazón que su padre había
dejado. —No sé tu nombre —dijo—, aunque creo que debes ser conocido como el Rey
Wyvern.
Una mirada fría fue la única respuesta.
—No hay nada que pueda decir o hacer en recompensa por lo que has sufrido —
continuó Danric, sabiendo que podría estar perdiendo el tiempo, pero necesitaba
decirlo de todos modos—. Tampoco puedo ofrecer ninguna justificación que valga la
pena para mi fracaso por arreglar las cosas mientras estaba en mi poder; pero solo
recientemente me he dado cuenta de lo que te hizo el Rey Melger, de la verdadera
naturaleza de esa armadura que llevabas. Siempre supuse que el Cuervo servía de
buena gana, y por esa suposición sin fundamento, deseo expresar mis más profundas
disculpas y arrepentimiento.
Leisa ladeó la cabeza y se cruzó de brazos mientras lo miraba. —¿Por qué
deberíamos creerte? ¿Tu hermano puso esos encantamientos por la insistencia de tu
padre y, sin embargo, afirmas que no sabías nada?
Había tanto que no sabían. Tantas verdades que sonarían como patéticos
esfuerzos para absolver de responsabilidad.
Danric respondió rígidamente. —Mi inteligencia puede transmitirse rápidamente,
en cuyo momento suplicaré que me suelten para continuar mi camino.
—Cualquier promesa de liberarte sería prematura, en el mejor de los casos —dijo
la reina con aspereza—. Así que también puedes sentarte mientras te lo ofrezco
cortésmente.
Danric reconocía una orden real cuando escuchaba una, así que se movió hacia la
silla más cercana y se sentó.
—Tal vez —agregó Valeric—, ya que estás en eso, podrías compartir exactamente
qué estabas haciendo en Eddris y dónde podría estar tu camino.
—Creo que primero debo preguntar sobre la naturaleza de su presente relación
con el Trono de Garimore —Danric tuvo cuidado de mantener cualquier tono de desafío
al entrar en su voz—. He estado fuera por un tiempo, y parece que las relaciones pueden
haber cambiado un poco en mi ausencia.
La reina Allera intercambió miradas con su marido. —Perdóname, príncipe
Danric, pero suena mucho como si estuvieras afirmando que no eres consciente de las
actividades recientes del rey Melger.
¿Qué actividades? Un escalofrío helado recorrió la columna vertebral de Danric, y
apretó sus manos alrededor de sus rodillas. —Como dije —contestó
inexpresivamente—, he estado fuera de casa, y no se estaban realizando acciones
diplomáticas en el momento de mi partida.
La reina Allera y Kyrion se mostraron escépticos, pero Leisa le dio un breve
asentimiento. —Creo que está diciendo la verdad —dijo inesperadamente—. Si hay una
cosa que sé sobre el príncipe aquí es que las mentiras no son su estilo, él dirá la verdad
incluso si lo mata. No importa cuán grosero o inconveniente pueda ser.
En algún lugar entre un corte y un cumplido, sus palabras de alguna manera
dieron él coraje.
—Si bien no tengo conocimiento de declaraciones recientes o cambios de política,
se les ha dado un motivo significativo de inquietud —admitió Danric—.
Particularmente con respecto a las acciones del Rey Melger en Farhall, así como su
comportamiento hacia los enviados diplomáticos de Iria actualmente en una visita a
Hanselm.
—¿Y cuál es la naturaleza de este malestar?
Danric hizo una pausa. El mundo parecía ralentizarse mientras su mente se
agitaba, pidiendo respuestas, confianza o tranquilidad, porque ese fue el momento que
había estado temiendo. El momento en que tuvo que hacer una elección.
Siempre sería leal a Garimore: era su reino, su gente, su responsabilidad. Pero
dado lo que sabía, esa misma lealtad a Garimore lo llevó a considerar lo impensable.
Para salvar a su pueblo, iba a tener que traicionar a su rey.
¿Pero era realmente una traición cuando ese rey era un impostor? ¿Qué lealtad le
debía al asesino que había matado a su padre, esclavizado a un Elfo Nocturno, robado
vidas y sustentos de su pueblo, y envió asesinos tras Evaraine?
Tal vez el orgullo de Danric le exigía que continuará tratando con esto solo. Que
oculte la verdad y asuma toda la responsabilidad. Pero eso sólo daría como resultado
más muertes, y no podría soportar el peso de ninguna vida más en su conciencia.
—Como sin duda sabrá, Farhall y Garimore entraron en un acuerdo basado en el
próximo matrimonio de la Princesa Evaraine y el Príncipe Vaniell —comenzó—. Este
acuerdo, tal como lo entendí, no le dio a Garimore licencia para interferir en los asuntos
de Farhall, excepto a través de cualquier autoridad concedida al marido de Evaraine.
Sin embargo, recientemente ha llegado a mi atención que un enviado Garimorian con el
nombre de Iandred ha entrado Farhall, y parece haber asumido la responsabilidad del
día a día de operaciones de su gobierno.
—¿Parece? —Las cejas de Valeric se levantaron con escepticismo—. Los relatos
de testigos oculares sugieren que el Rey Soren no ha sido visto en semanas. Sus
informes indican que ha cedido el control o lo ha tenido arrebatado a la fuerza mediante
el uso de la magia.
Leisa se recostó en su asiento y miró a Danric pensativamente cuando un par de
sirvientes entró en la habitación con el té. Nadie habló mientras servían el té, fuerte y
oscuro, con azúcar y limón, y se ofrecieron refrigerios. Danric rechazó los sándwiches,
pero aceptó un plato con varias galletas de jengibre con pimienta, una receta Eddrisian.
especialidad que siempre había disfrutado.
—Da la casualidad —dijo Leisa tan pronto como la puerta se cerró detrás de los
sirvientes en retirada—. Puedo corroborar sus afirmaciones. Kyrion y yo estamos aquí
para advertirle de este desarrollo exacto.
La reina Allera tomó varios sorbos de té antes de responder. —Comprendo —
respondió con cautela—, que Farhall ha establecido un tratado de apoyo mutuo con
Dunmaren. ¿Cómo están eligiendo responder a esta crisis actual?
Kyrion, que había rechazado una silla, se giró desde donde parecía estar cavilando
en la ventana. —Podemos hacer poco tal como está la situación —dijo—. No hay ejército
ni invasión. El rey Soren no ha dado señales que está bajo coacción, y aunque sus
órdenes actuales están claramente fuera de carácter, no podemos hacer ningún
movimiento hacia Farhall sin provocar represalias.
—Comprendo —Allera asintió enérgicamente antes de volverse hacia Danric—.
También mencionaste preocupaciones sobre la relación del Rey Melger con Iria.
Danric asintió. —Antes de mi última partida, el rey habló de defender no solo
Garimore, sino los cinco tronos de futuras amenazas. Para ello tiende obsesionarse con
obtener acceso a los barcos. Su objetivo, en sus propias palabras, es establecer un punto
de apoyo más firme en Iria para que estemos preparados para lo que venga.
—¿Y qué cree él que viene?
—No creo que nada se avecina —respondió Danric sin rodeos—. Su verdadera
ambición, en pocas palabras, es poner todos los Cinco Tronos bajo su propio gobierno.
El silencio se encontró con esta declaración y solo fue roto por el suave tintineo
de la copa de la reina Allera mientras la volvía a colocar en su plato.
—Deduzco de su voluntad de darnos esta información que usted no comparte las
ambiciones de su padre.
La sangre de Danric se convirtió en hielo en sus venas, pero ya no había forma de
detenerlo. No hay vuelta atrás.
—Mi padre —dijo inexpresivamente—, está muerto.
Solo pensó que la habitación había estado en silencio antes. Ahora, era como si el
tiempo y el sonido se hubieran congelado, dejando a todos mirándolo en estado de
shock inmóvil.
Fue Leisa quien se recuperó primero, pero su tono era sombrío. —¿Cuánto
tiempo? —dijo en voz baja—. ¿Cuánto tiempo ha estado muerto Melger, ¿y cuánto
tiempo hace que lo sabes?
—Lo he sabido por sólo unas pocas semanas —dijo Danric honestamente—. Y me
he preguntado innumerables veces cómo pude haberlo pasado por tanto tiempo. Pero
creo que lleva muerto poco más de diez años. Si recuerdas —él miró a la reina Allera—
. El rey Melger hizo un recorrido por los otros Cuatro Tronos en esa época. Yo creo que
el hombre que volvió era… no era mi padre.
—Lo he visto más recientemente que eso —reflexionó la reina Allera, pareciendo
completamente perpleja—. Parecía exactamente como lo recuerdo.
—Sí —dijo simplemente Danric, inseguro de cómo abordar la siguiente parte de
la conversación. No tenía idea de lo que la Reina Allera pensaba de la magia, o lo que
haría si él le dijera la verdad. Pero ¿cómo podría no hacerlo?—. Tengo razón de creer
que el rey actual... que el hombre que lleva la corona de mi padre es…
—Es un mago —dijo Leisa en voz baja, dejando que el resto la mirara fijamente.
en estupefacta incredulidad.
—Pero odia la magia —insistió Valeric—. Le teme más que a los ejércitos,
invasiones y la peste maldita.
—Él lo odia —respondió Leisa—, porque podría exponerlo por lo que él es —
Intercambió una mirada extraña con su marido.
—¿La magia puede hacer tal cosa? —Allera apareció a la vez fascinada y repelida.
Cuando Leisa permaneció extrañamente en silencio, Danric asintió. —He recibido
confirmación de otros magos. Es posible.
La reina Allera se estremeció y cerró los ojos por un momento antes de volver su
atención a Danric.
—Creo que esto nos lleva de vuelta a nuestra pregunta original: ¿qué estás
haciendo en Eddris y dónde estabas yendo? Teniendo en cuenta los recientes
acontecimientos aquí, será difícil para mí confiar en tu afirmación de que no sabías nada
de los planes de tu rey y no estás aquí como una extensión de su voluntad.
—No tenía idea de ninguna intención particular hacia Eddris por parte del Rey
Melger —Danric sabía que sería difícil convencer a su audiencia, pero tenía que
intentarlo—. Él me dice poco, últimamente. Casi como si sospechara que podría no
apoyar sus planes si lo supiera.
Valeric asintió lentamente. —Suponiendo que estés diciendo la verdad, te
explicaré lo que sabemos. Parece que hay un pequeño pero creciente número de tropas
Garimorians esparcidas por nuestros bosques del sur.
Danric no tenía necesidad de fingir sorpresa. ¿Cómo es posible que Melger ya haya
tomado una acción tan descaradamente agresiva? ¿Y sin que se sepa por alguno de sus
asesores?
—Han estado llegando poco a poco —continuó Valeric—, y sospecho que los
habría perdido por completo si no fuera por las patrullas de Elfos Nocturnos a través
del río. Algunos grupos se atrevieron a cruzar Dredwall y fueron rechazados
rápidamente, pero bastó que nos alertarán de su presencia.
—Y eso ha ocurrido junto con mensajes periódicos del Rey Melger —intervino
Allera—. Advirtiéndonos sobre inteligencia preocupante de Iria sobre una amenaza
inminente de invasión.
—¿Él afirma que Iria tiene la intención de invadir? —soltó Danric—. Eso es
absurdo. Iria nunca se ha comportado de forma provocativa con los otros Tronos, ni ha
dado la más mínima razón para que alguien crea tal declaración.
Kyrion se alejó de la ventana y se sentó junto a su esposa. —Alguien cuestionó a
Iria en cuanto a si tal vez han recibido mensajes similares?
La mirada de la reina Allera se agudizó. —Crees que su intención puede ser
enfrentarnos unos contra otros?
—¿Qué mejor excusa para ejercer una supervisión benévola? Si Eddris e Iria se
pelearan, podría afirmar que solo estaba buscando la paz de todo el continente.
Era lo suficientemente diabólico como para que Danric sospechara que
probablemente era cierto.
—¿Es posible deslizar a alguien al otro lado de la frontera y hacer consultas con el
Rey Trevelian? —preguntó pensativo.
Cuando todos se volvieron para mirarlo, Danric recordó abruptamente que él era
un prisionero y difícilmente estaría en condiciones de hacer tales sugerencias.
—Disculpas —murmuró, y cruzó los brazos sobre el pecho. Él odiaba sentirse
impotente. Especialmente cuando parecía que había estado aún más ciego de lo que aún
se había dado cuenta.
—Creo que ese es, de hecho, el siguiente curso de acción lógico —dijo la Reina
Allera—. Pero realmente, príncipe Danric, espero que no pienses nos hemos distraído
de su negativa a responder a nuestras preguntas si otra semana o dos en la mazmorra
serán de utilidad en este asunto, les aseguro que no dudará en emplear tales medidas.
¿Pensaron que encerrarlo ayudaría?
Danric rió sin alegría. —Podría decírtelo —dijo impotente—, pero no creerías ni
una palabra de eso. —Tampoco, reflexionó con tristeza, convencerlos de que confiaran
en él si se atrevía a revelar que en realidad estaba casado con Evaraine. Sólo
sospechaban que él estaba conspirando para hacerse con el control de Farhall para sí
mismo ahora que Vaniell había desaparecido.
Pero Leisa había tenido razón en una cosa: en realidad no era muy bueno al mentir
—Si le preguntaras al rey Melger, me enviaron aquí en busca de mi hermano, quien,
sospecho, no está cerca de Eddris. En verdad, le permití a Melger creer que estaba
siguiendo sus órdenes, cuando en realidad vine aquí buscando respuestas sobre él. Y...
—Dudó por unas cuantas respiraciones largas antes de soltar el resto—. Vine con la
intención de proteger a la Princesa Evaraine de lo que sea que Melger haya planeado
para ella.
Esa afirmación levantó las cejas en toda la sala, pero Leisa fue la primera en
registrar sus objeciones.
—Por supuesto que aceptaremos tu palabra después de que la obligaste a acceder
a casarse con tu odioso hermano —dijo sarcásticamente arrastrando las palabras—.
¿Ninguna razón por la que debemos creerte?
Danric se encogió de hombros. —No puedo obligarte a confiar en mí. Pero
Evaraine y yo hemos sido amigos, de alguna manera, desde que ambos éramos jóvenes.
Nos volvimos tentativos aliados cuando nos dimos cuenta de que algo andaba mal con
el Rey Melger, así que cuando Evaraine se vio obligada a huir de su paranoia y sospecha,
decidí le debía mi protección.
Una versión no muy precisa de la verdad, pero lo suficientemente cercana. —
Entonces tal vez me expliques por qué te descubrieron en Riverwatch preguntando por
una mujer que coincide con la descripción de Evaraine —dijo la reina Allera.
bruscamente—. Porque eso suena mucho como si ella estuviera esperando evitarte.
—Ella lo estaba —La comprensión todavía le dolía—. Ella se enteró de la amenaza
a su padre y decidió tomar el asunto en sus propias manos. Porque la amenaza parecía
de naturaleza mágica, lo juzgó un peligro para todos los demás e intentó ir sola.
Danric omitió la admisión condenatoria de que se había visto obligada a
defenderse ella misma de los asesinos Garimorians. Dadas las circunstancias, ese hecho
podría sólo perjudicar sus posibilidades de obtener su libertad.
La reina Allera pareció entablar una conversación silenciosa con Valeric antes de
levantarse de su asiento con un firme asentimiento. —A pesar de sus protestas de
inocencia, creo que se necesita más investigación antes de que te libere en el corazón
de mi reino, Príncipe Danric. Serás devuelto a la mazmorra. Hasta el momento en que
pueda corroborar sus afirmaciones
El pánico subió por su garganta, pero no podía ver alternativas. No pudo esperar
dominar a las personas en la habitación el tiempo suficiente para escapar, y ya les había
dicho tanta verdad como se atrevía.
Si no creyeron en él, no tenía otra prueba que ofrecer. Pero tenía que llegar a
Evaraine. Ella todavía estaba por ahí en algún lugar, sola en el desierto, sin refugio ni
ayuda. Necesitaba decirle que estaría siempre a su lado.
Que no la rechazó por su magia. Quería que su matrimonio fuera real. ¿Cómo podía
languidecer en la mazmorra de Allera mientras Evaraine se acercaba y más cerca de un
peligro que fácilmente podría cobrar su vida?
El rescate provino de una fuente inesperada. —En realidad —Leisa habló,
sonando engañosamente casual—, Su Majestad, ¿consideraría dejar al Príncipe Danric
bajo nuestro cuidado?
Su esposo parecía tan sorprendido por la solicitud como todos los demás. Danric
incluido.
—¿De verdad quieres ser responsable de él? —Kyrion gruñó bajo su aliento.
—Sí —respondió Leisa, y Danric habría dicho que parecía casi tan curiosa como
decidida. Se volvió hacia la reina Allera, con la mandíbula apretada, y su expresión
firme—. Juro que no permitiremos que haga daño a la gente o el Trono de Eddris de
ninguna manera, pero hay cosas que debemos discutir. Respuestas que necesitamos.
Posiblemente cosas que debe hacer para enmendarse.
Allera parecía tan confundida como se sentía Danric y buscó la opinión de Valeric
con una ceja levantada.
—Confío en que lo odien más que nosotros —dijo su esposo con una sonrisa—.
¿De verdad crees que puede escapar del Rey Wyvern si decide huir?
—Probablemente no —Finalmente, la reina Allera levantó las manos—. Muy bien.
Prométeme que me informarás si deja escapar cualquier información que pueda ser de
utilidad para nosotros, y estaré de acuerdo
—Así lo prometo —dijo Leisa—. Y también le prometo que, si no responde a mis
preguntas de manera satisfactoria, puede volver a aparecer en su mazmorra sin mucho
aviso, y sin una parte vital de su anatomía.
—También puede aparecer muerto en una zanja —murmuró Kyrion en voz baja
en tono amenazante.
Valeric se rió. —De cualquier manera, al menos no tenemos que alimentarlo —
Por el ceño fruncido en los ojos del Elfo Nocturno, Danric dudaba de que la situación
hubiera mejorado mucho.
Pero al menos no estaría en el calabozo. Al menos estaba un paso más cerca de la
libertad. Incluso si no pudiera convencerlos de liberarlo, tal vez aceptarían ayudar a
Evaraine ellos mismos. ¿Y si no? Él encontraría una manera. Evaraine lo necesitaba y él
se negaba a fallarle otra vez.
Capítulo 4
Evaraine

El horror de asumir la responsabilidad por la muerte de su madre seguía lavando


a Evaraine en olas enfermizas cuando Yvane pronunció con frialdad—: Dudo que tal
cosa fuera posible.
—¿Y cómo lo sabes? —Evaraine casi gruñó—. Tu no estabas allá. No te miras al
espejo todos los días y rezas para que hoy, al menos, no lastimarás a alguien que amas.
No has pasado toda tu vida encadenándote a ti misma con cadenas invisibles porque
estás tan aterrorizada de cometer hasta el más mínimo error.
—Ven —Yvane se levantó de su silla—. Caminemos hacia la luz por un tiempo.
Explicaré por qué creo esto, y tal vez puedas encontrar paz.
Evaraine todavía quería arremeter con rabia. Todavía quería llorar en el
reconocimiento de que se había estado escondiendo de esta revelación toda su vida.
Ella debería haber recordado. Debería haberlo sabido. Pero tal vez ella había enterrado
esa conexión tan profundamente que nunca había sido detectada.
Moviéndose como si estuviera en la niebla, se levantó de la silla, se envolvió el chal
alrededor de sus hombros otra vez, y siguió a Yvane hacia el exterior bañado por la
nieve. Caminaron por senderos cuidadosamente despejados hasta llegar a la cabeza del
valle, donde el sol ya había calentado bastante el suelo y la nieve había comenzado a
derretirse.
Mirando hacia abajo a lo largo del cañón, Evaraine vio evidencia de la comunidad
comenzado a agitarse. El humo de las fogatas se elevó espesamente en el aire, mientras
un par de cazadores vestidos con raquetas de nieve y armados con arcos se abrían paso
hacia la entrada oculta en el extremo inferior del cañón.
Lentamente, su rabia comenzó a disminuir, dejando solo vacío. Vacío y dolor.
—Tienes razón en algunos aspectos —dijo Yvane al fin—, pero te equivocas en
otros. Yo no he vivido los mismos sufrimientos que tú has soportado. Sin embargo, hay
cosas que sí sé por experiencia, por eso te han traído aquí. Lo que entiendo de magia
me dice que tus miedos son poco probables que sean ciertos, así que espero que me
permitas explicar más completamente.
Evaraine asintió una vez, incapaz de formar las palabras.
—Como expliqué anteriormente, lo que puedes hacer no es verdaderamente
magia como la conozco. Estás tomando la magia de otros. Supongo que encuentras
magos para ser una tentación mayor que los no magos, y que algunos individuos
desafían tu control más que otros.
Eso era ciertamente cierto. —Mi poder, como sea que se llame, es mucho más
rápido cuando estoy cerca de magos o aquellos a quienes siento que son una amenaza
—reconoció Evaraine—. O cada vez que me tocan. yo siempre hice lo mejor que pude
para evitar grandes multitudes de extraños por esta razón.
Cuando ignoraba estas reglas, siempre pagaba el precio. Por ejemplo, cuando
asistió al baile en Garimore y bailó con ese joven tonto cachorro de un cortesano. Había
esperado enojar a Danric lo suficiente como para hablar con ella.
Había funcionado, pero si no hubiera sido por la energía que había robado durante
el asalto de Felden, tal acción habría terminado con ella acostada en la cama durante
días.
—¿Y qué hay de aquellos en quienes confías? —preguntó Yvane.
Evaraine pensó en los años, recordando sus reacciones a aquellos más cercanos a
ella. —Siento un tirón muy ligero de los miembros de mi guardia.
Incluso menos de Zander, que no es mago. Sólo una pequeña tentación cuando
estoy cerca de Leisa, que es una maga. Sus damas a las que nunca se había
acostumbrado, pero entonces, decididamente no había confiado en ninguno de ellos.
Incluso Lady Piperell nunca había desafiado su control tan a fondo como sus propias
damas de honor, por lo que tal vez su poder dependía más de su intuición que de lo que
ella misma creía previamente realizado…
—Pero mi padre —espetó de repente—. Todavía lucho cuando él está cerca.
Cuando me toca la cabeza o la mano, tengo que concentrarme para mantener el control.
—¿Y tú y tu padre confían el uno en el otro? —La pregunta de Yvane rechinó en
los oídos de Evaraine, pero se obligó a responder para enfrentarlo. Se obligó a
considerarlo justamente.
—No —La palabra la lastimó, pero no se atrevió a fingir lo contrario. no si la
ayudaría a entender su poder—. Él me protege y me cobija, pero nunca me dice la
verdad. Nunca me ha confiado ninguna tarea o información de valor.
Yvane continuó mirándola fijamente. —Pero lo amo —dijo Evaraine
desesperadamente—, y sé que él me ama. Simplemente ha permitido que ese amor lo
ciegue de lo que soy capaz.
—Es posible amar a alguien sin confianza, así como es posible confiar en alguien
sin amor.
¿Era cierto? Ella ciertamente quería que lo fuera. —¿Y confiabas en tu madre?
—Por supuesto —Esa respuesta fue tan fácil como respirar.
Su madre era todo para ella. La única que sabía de su poder y sin embargo no le
temía.
—No recuerdo haber sentido esa tentación alrededor de mi madre —murmuró,
casi para sí misma—. Pero yo era tan joven. Tal vez lo he olvidado. Tenía solo cuatro
años cuando mi madre comenzó a mostrar los primeros signos de enfermedad. Si fue
obra mía… Puede que lo haya bloqueado de mi memoria. Puede que ni siquiera haya
entendido lo que estaba pasando.
—¿Alguna vez tu poder ha respondido de esa manera a alguien más? —quería
saber Yvane.
Lo hizo. La verdad la golpeó, junto con una negación inmediata. De ninguna
manera. Después de todo lo que había hecho…
—Danric —susurró ella. Incluso cuando ella estaba enfadada, incluso cuando él la
había enfurecido, nunca había sentido la menor tentación. porque incluso entonces,
supo que él no le haría daño. Incluso cuando no tenía sentido para su cabeza, su corazón
había confiado en él.
—¿El príncipe Danric? —Tal vez por primera vez, Yvane parecía completamente
sorprendida.
—Sí —No tenía sentido negarlo ahora—. Nos escribimos desde niños. Y luego,
cuando nos conocimos como adultos, mi poder simplemente se comportó como si él no
existiera. Nunca lo entendí, pero esto... Esto podría explicar todo. Incluso cuando no
sabía por qué, confiaba en él. Mi corazón sabía, incluso cuando mi mente no lo hizo.
—Si esto es cierto —dijo Yvane suavemente—, entonces espero que consideres
creer que este poder que vive dentro de ti es parte de ti. No es un parásito o un
adversario al que derrotar. Más bien, es guiado por sus propias creencias y
sentimientos. Actúa para protegerte de tus enemigos, tal como lo hace también actúa
para proteger tu corazón. Dime esto: ¿En quién confiaría una niña de cuatro años?
En su madre. La única constante en su mundo. La fuente de calor y la seguridad.
Si lo que dijo Yvane era cierto... No podría haber matado a su madre. Las lágrimas
comenzaron a brotar de los ojos de Evaraine, cayendo por sus mejillas en una caliente
inundación de alivio. No sólo por el pasado, sino por el futuro. Por todos los miedos que
ella podría comenzar a dejar de lado.
Aquellos a quienes más amaba estarían a salvo con ella. Desde que podía recordar,
había temido la pérdida de concentración. Pérdida de control. Ella había empujado a la
gente por el terror de que un solo error podría costar una vida. Pero había esperanza.
Quizás no para ella y Danric. Porque mientras ella podía aceptar eso, a pesar de todo,
ella seguía confiando en él, no ocurría lo mismo con él.
Él nunca podría volver a confiar en ella. Pero si Yvane tenía razón, eso significaba
que no necesitaba estar sola. Y esa… Esa verdad lo era todo.
—Te lo agradezco —dijo ferozmente, a través de sus lágrimas—. Esto significa un
gran trato conmigo. Incluso si nunca me enseñas nada más, esto solo me coloca
profundamente en deuda contigo.
Yvane negó con la cabeza. —Sin deudas —respondió ella—. Jamás, te lo debo en
gran medida ya que nunca aceptaré deudas de nadie por ningún motivo. Y yo creo que
aún hay más que deseas pedirme. Más deseas aprender.
—Lo hay —confirmó Evaraine—. Comprender mi propio poder es solo la mitad
de la batalla que enfrentó. Todavía está la cuestión del hombre que sostiene a mi padre
y mi reino como rehén.
—Un mago mental—. Yvane suspiró profundamente y miró al otro lado del
cañón—. Desearía que mis palabras sobre este tema fueran tan esperanzadoras como
las últimas.
—Leisa creía que podrías hablarme de su magia. Que dirías cómo podría ser
golpeado.
—He conocido pocos Magos Mentales —advirtió Yvane—, y ninguno de ellos se
parece. Uno puede leer los bordes de los pensamientos de otro si los alrededores están
lo suficientemente tranquilos, y otro puede sentir las emociones de todos a su alrededor
hasta que aprende a construir una barrera para mantenerlos fuera. Los terceros... —
Inclinó la cabeza y se quedó en silencio, con los hombros doblados como si tuviera algún
peso invisible—. Los terceros —dijo finalmente—, pueden usar su mente como un
arma. Atacar las mentes de otros con dolor, miedo o visiones de desastre, pero son
descubiertos jóvenes, utilizados sin remordimientos y rotos por la tensión. Más
compadecidos que temidos.
Como si sintiera la curiosidad de Evaraine, los labios de Yvane se torcieron en
resignación.
—Algún día, tal vez te diga cómo lo sé, pero no es una historia que debe ser
contada ahora. Mi pasado es un lugar oscuro que no disfruto revisitando, excepto que
puede ser usado para ayudar a otros como tú.
Evaraine se recordó a sí misma que Leisa confiaba en Yvane y se obligó a prestar
atención de nuevo al problema en cuestión. —Puedo creer fácilmente que este Iandred
es de compadecerse. He hablado con su hermana y ella me ha confirmado que ha sido
utilizado durante mucho tiempo por el rey Melger. Chantajeado para actuar por él,
usando amenazas contra su hermana y su… hijo.
—Así que no deseas matarlo —Yvane miró a lo largo del cañón, con los brazos
cruzados sobre el pecho—. Solo para evitar que use su poder.
—Sí. Esa es mi esperanza.
—Solo hay una manera que yo sepa —Yvane le lanzó una mirada preocupada—.
Pero no es fácil, y no conozco a nadie que pueda razonablemente intentarlo sin mucho
entrenamiento.
—No le tengo miedo al trabajo—, insistió Evaraine. ¿Cómo puede hacerse esto?
—Un mago mental eventualmente llega al final de su fuerza —Yvane volvió con
un suspiro—. Particularmente si está confiando en su propia fuerza vital para alimentar
su magia, como la mayoría lo hace, dado que sus talentos son instintivos y se agotan
cuando aún son jóvenes. En la actualidad, este mago es probablemente sólo forzado a
usar su fuerza contra un hombre, un hombre que no es un mago y no tiene defensas
naturales. Esto sería un juego de niños para un mago de cualquier experiencia. Para
drenarlo de poder, Iandred debe enfrentarse a un mago igualmente poderoso que
puede proteger su propia mente. Obligarlo a usar todo lo que tiene, y luego mantenerlo
en un estado de energía agotada o inconsciencia total.
—Eso parece... inhumano —murmuró Evaraine, obligando a sus pensamientos
lejos de la otra opción que se le había ocurrido. Había más de una forma de drenar la
energía de un mago. Pero incluso si ella estaba dispuesta a hacerlo…—. No puedo ser
yo, ¿verdad? —dijo, su corazón hundiéndose cuando se dio cuenta de la verdad—. No
soy realmente un mago, por lo que podría anular mi mente sin dificultad.
—En cuanto a eso, no lo sé —admitió Yvane—. Hasta donde yo entiendo tu poder,
no eres un mago y, sin embargo, te has pasado la vida aprendiendo para disciplinar ese
poder. Esto significa que tu mente es probablemente bastante fuerte, y has aprendido a
construir barreras contra los demás. Pero no tendría que probarlo sin práctica.
Particularmente no contra alguien que podría ser capaz de tomar esos poderes y
forzarte a usarlos bajo sus órdenes.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Evaraine ante la idea. —Entonces,
¿hay alguna forma de practicar para protegerse contra él? ¿O podemos encontrar
alguna otra forma de proteger a mi gente de su magia? Debo pensar en ello.
Yvane de repente se volvió para mirar detrás de ella, luego se rozó los brazos como
si estuviera quitando telarañas.
—¿Qué es?
—No sé —La mujer mayor sonaba distraída—. Algo que yo nunca he sentido
antes. Siento como si se acercara una amenaza, pero no es la que estoy familiarizada.
Una sombra pareció cruzar el sol por un momento, a pesar de que no había nubes
en el cielo.
—Ven —Yvane señaló hacia su casa con un movimiento de cabeza—. Aprendí
hace mucho tiempo a confiar en mis instintos, y me están diciendo que algo está mal.
Preferiría llevarte adentro lo más rápido posible.
Evaraine solo pudo estar de acuerdo. Los pelos habían comenzado a erizarse en la
parte posterior de su cuello, a pesar de la falta de cobertura cerca. ¿Cómo podría haber
un enemigo cuando no había dónde esconderse? Comenzaron con un paseo, que se
convirtió en una caminata rápida a medida que se acercaban al corazón del pueblo. La
mirada de Yvane barrió de un lado a otro, claramente en alerta máxima, a pesar de que
la paz parecía no ser perturbada.
—¡Buenos días, Klausen! —saludó a un anciano que estaba barriendo una ligera
capa de nieve del camino delante de su puerta—. Puede ser nada más que mi
imaginación hiperactiva, pero creo que todos deberían entrar por unos momentos.
Siento que algo se acerca.
Por un brevísimo instante, Evaraine vio un destello plateado que atravesaba la
piel de hombre, pero antes de que pudiera decir si lo había imaginado, él desapareció
en su casa y cerró la puerta detrás de él.
En cada casa por la que pasaban, Yvane gritaba una advertencia, y aquellos que
escuché parecía prestar atención a sus instintos sin dudarlo. Pero si todos se
escondieron, ¿quién defenderá al pueblo?
—Yvane, si hay una amenaza, ¿quién quedará para ayudarte? —murmuró
Evaraine. Pero ya era demasiado tarde para obtener respuestas. Estaban casi en la
puerta de casa de Yvane cuando los primeros gritos resonaron en el paisaje de nieve.
Capítulo 5
Danric

Danric no estaba seguro de lo que había esperado, pero no era seguir a sus nuevos
captores afuera, solo que ellos se giraran y lo miraran fijamente, aunque era algo
desconcertante que habían descubierto en un pantano.
—Siempre podemos dejarlo ir —dijo Leisa, con un brazo sobre el pecho y la otra
mano sosteniendo su barbilla—. Podríamos aprender algo si lo seguimos y vemos a
dónde va.
—Predigo que inmediatamente intentará intimidar para salir de la ciudad —
respondió Kyrion siniestramente—. Pero al menos estaríamos allí cuando los lobos
guardianes se lo comieran.
Leisa dejó escapar una carcajada como si encontrara ese pensamiento
particularmente agradable. —Kyrion, mi amor, siempre estás más gruñón cuando
tienes hambre. ¿Buscamos un lugar para quedarnos y terminar nuestra conversación
durante la cena?
La expresión del Elfo Nocturno cambió ligeramente. —No me opongo a la cena,
pero más allá de eso... no me gusta mucho la idea de dormir entre humanos.
La expresión de su esposa pasó del humor al horror en el espacio de un respiro.
—Dioses, Kyrion, debería haberlo pensado. Este es probablemente el último lugar en el
que deseas quedarte. Comeremos y luego encontraremos un lugar para acampar y
pasar la noche.
—¿Qué propones que hagamos con Su Alteza mientras tanto?
La nariz de Leisa se arrugó mientras se encogía de hombros. —Alimentarlo,
supongo. No me siento inclinada a atravesar estas calles con él atado de pies y manos,
así que simplemente tendremos que confiar en él —Ella fijó a Danric con una mirada
mordaz—. ¿Estás planeando un intento de escape?
Él le devolvió la mirada y respondió como siempre lo hacía, con más honestidad
de lo que probablemente era prudente. —Sí. Tengo lugares donde estar y promesas que
cumplir, y cada hora que me demoro aumenta el peligro. Pero prometo no tratar de
escapar hasta que hayamos conversado y respondido a sus preguntas. Creo que hay
formas en que podemos ayudarnos unos a otros.
Kyrion parecía como si hubiera estado masticando un montón de piedras, pero no
dijo nada.
Leisa sonrió y se encogió de hombros. —Bastante justo —dijo ella—. Comamos.
—Aceptas rápidamente su palabra —murmuró Kyrion sombríamente.
—Porque, como dije antes, Danric de Garimore es el villano más honesto que he
conocido —le recordó Leisa—. Es profundamente honorable a su manera, que es
realmente lo único que lo hace soportable.
Honorable. ¿Era eso realmente lo único decente que se podía decir de él?
Quizás lo era. Siempre había tratado de ser leal, trabajador, comprometido y
responsable. Pero, ¿contaron para algo cuando los ideales con los que estabas
comprometido resultaron ser falsos?
Las limpias y agradables calles de Oakhaven pasaron como un borrón mientras
Danric seguía a sus nuevos captores sin prestar mucha atención a dónde se dirigían.
Observó distraídamente que la ciudad parecía próspera y pacífica, aunque no tan
grande como Hanselm.
Y podría destruirse muy fácilmente si el rey Melger se saliera con la suya. El rey
de Garimore había estado metiendo soldados de contrabando en Eddris en secreto.
Intentando enfrentar a sus vecinos entre sí. Quién sabía cuáles eran sus planes para
Katal, pero Danric estaba tristemente seguro de que los tenía.
Sin ayuda, Danric sabía que no podía esperar arreglar todo lo que estaba roto.
No había podido ver lo que estaba sucediendo y ahora era demasiado tarde para
detener lo que Melger había puesto en marcha. Incluso si se sintiera inclinado a
intentarlo, Danric no tenía apoyo ni autoridad fuera de lo que le otorgaba su título, ¿y
cuánto valía eso? En Garimore, estaba sujeto al rey, y en todas partes, estaba sujeto a
sospechas.
Solo podía concentrarse en la siguiente tarea que tenía delante: cumplir sus votos
a Evaraine. En cuanto al resto, tendría que esperar que Vaniell estuviera en algún lugar,
haciendo lo que mejor sabía hacer: causar problemas y convertirse en una molestia
escandalosa.
Por primera vez en su vida, ese pensamiento casi hizo sonreír a Danric.
—Aquí —Kyrion se detuvo frente a un edificio de troncos de dos pisos con techo
de pizarra y una amplia y acogedora terraza cubierta—. Se sabe que el dueño de esta
posada es hospitalario con los Elfos Nocturnos —Lanzó una mirada a Danric—. Aunque
es menos seguro si es hospitalario con los Garimorians.
—Dudo que alguien lo reconozca aquí —Leisa tomó el brazo de Kyrion y lo abrazó
mientras lo miraba con una sonrisa cariñosa—. Y si lo hacen, puedes simplemente mirar
a todos hasta que se comporten.
—Probablemente debería resultarme inquietante que aún poseas una fe tan
ilimitada en mi capacidad para intimidar a los humanos —respondió Kyrion y, por
primera vez, Danric vio el atisbo de una sonrisa en su rostro gris y frío.
Estos dos no solo estaban casados por conveniencia real, estaban claramente
enamorados, y Danric se moría de ganas de preguntar cómo había sucedido. Su
matrimonio se había producido en circunstancias aún menos auspiciosas que las de él,
y no hacía mucho tiempo. ¿Cómo habían llegado a entenderse y cuidarse tan
rápidamente?
De alguna manera, esperó hasta que estuvieron sentados dentro, bebiendo jarras
de sidra y esperando platos de estofado y galletas, antes de dejar escapar sus sospechas.
—Se conocen desde hace más de unas pocas semanas.
Leisa lo miró con frialdad por encima de su taza durante unos momentos. —Sí —
dijo finalmente—. Lo hacemos.
Danric quería preguntar si habían planeado esa escena en la sala del trono de
Arandar, pero no parecía el momento adecuado para recordarles el papel que había
jugado en esos procedimientos.
—¿Cómo?
—No te debo respuestas, príncipe Danric —Leisa dejó su taza con un golpe sordo,
se cruzó de brazos y se apoyó en los codos mientras lo miraba a través de la mesa—.
Todo lo contrario, en realidad. Pero estoy dispuesta a ofrecerle un intercambio.
Responda mis preguntas de manera completa y honesta, y haré lo mismo por usted,
siempre y cuando no ponga en peligro a nadie a quien amo.
—Me parece bien —Danric inclinó la cabeza en señal de asentimiento—. Estoy de
acuerdo en los mismos términos. Puede que me haya separado del Rey Melger, pero mi
madre todavía está bajo su control, y no arriesgaré su vida o su seguridad más de lo que
ya lo he hecho.
Pero en lugar de lanzarse directamente a su interrogatorio, Leisa se incorporó,
cruzó las manos y pareció perderse en la contemplación de sus dedos entrelazados.
Cuando Kyrion se movió más cerca en el banco de madera como para ofrecerle un apoyo
silencioso, ella lo miró por un momento antes de hablar.
—Cuéntame sobre el rey Melger —dijo finalmente—. Dime lo que sabes de su
magia. De dónde vino. Qué quiere él. Cualquier cosa que sepas que pueda ayudarnos a
comprenderlo.
Eso, al menos, Danric podía hacer sin reservas.
—Sé poco más de lo que ya he dicho —admitió—. Creo que él es lo que se conoce
como un Mago Espejo, capaz de cambiar su apariencia con magia. Por lo que puedo
determinar, ha estado usando la corona durante unos diez años. Durante ese tiempo,
noté lo que parecía ser un aumento en su odio y paranoia hacia los magos, pero no se
me ocurrió cuestionar su identidad. La idea misma parecía absurda.
—Sí, absurdo —murmuró Leisa.
—En cuanto al resto, me gustaría saberlo. Creo que quiere unir a Abreia bajo su
gobierno y espera eliminar a los magos en el proceso, pero no entiendo sus razones.
—¿Cómo lo descubriste?
Cuando la miró a los ojos al otro lado de la mesa, Danric consideró qué era seguro
revelar y decidió que no tenía sentido ocultar esa información. Por ahora, al menos, los
tres eran aliados. Merecían conocer la identidad de otros aliados potenciales, sin
importar lo que pudieran pensar de las personas involucradas.
—Mi hermano. El Príncipe Vaniell.
Los ojos de Kyrion relampaguearon y comenzaron a brillar, ya sea con ira o magia,
Danric no tenía idea. Pero podía imaginar fácilmente por qué el Elfo Nocturno podría
tener tal reacción.
—Me doy cuenta de que no haces nada para disminuir el dolor de lo que has
sufrido —dijo con seriedad—, pero Vaniell solo tenía catorce años cuando Melger lo usó
para encarcelarte en esa armadura hechizada. Fue chantajeado con amenazas contra
todos los que amaba.
Cuando Kyrion no respondió, Leisa hizo la pregunta que probablemente ambos
tenían en mente. —¿Puedes explicar el papel de Vaniell en todo esto?
—Dejó un diario para que lo encontrara. Había notas. Dibujos —Danric sostuvo la
mirada resplandeciente de Kyrion por un momento—. Así fue como te reconocí. Cómo
finalmente me di cuenta de que nada es como yo creía que era. Y también cómo sé que
Vaniell está trabajando en contra de Melger y lo ha estado haciendo durante años.
—¿Y dónde está él ahora? —Kyrion no sonaba como si creyera en la relativa
inocencia de Vaniell.
—No lo sé con certeza —respondió Danric honestamente—. Pero si tuviera que
adivinar, según lo que escuché hoy, sospecho que puede estar en Iria.
—No tiene intención de casarse con Evaraine, ¿verdad? —Leisa preguntó sin
rodeos.
A pesar de su intención de ser lo más honesto posible, Danric se quedó helado.
Esta respuesta se acercó peligrosamente a hechos que no estaba preparado para
revelar. Estos dos no estaban preparados para enterarse de lo que había pasado entre
él y Evaraine y, sin duda, creerían lo peor si descubrían la verdad. Pero, ¿cómo podría
convencerlos de que le concedieran su libertad si no entendían la necesidad?
—No.
—Así que el tratado está roto —Algo en el tono de Leisa y en su mirada penetrante
alertó a Danric de la posibilidad de que sus preguntas lo llevaran a algún lugar al que él
no quisiera ir.
—El acuerdo exacto fue lo suficientemente flexible como para que no lo sea —
señaló Danric—, pero poco importa. Los términos del tratado original no tienen sentido
ahora que sabemos que Melger está intentando hacerse con el control de Farhall por
otros medios.
Leisa se inclinó más cerca, con los ojos entrecerrados. —Tu apoyaste el intento de
Melger de hacerse con el control de esa ridícula acusación de espionaje. Dirigió el
ejército que apareció a las puertas del rey Soren. ¿Todavía crees que tal acción estaba
justificada?
—No —En medio de su vergüenza, todavía había una pequeña voz en su cabeza
que insistía en que cometió traición con esa respuesta. Durante tantos años, había
creído de todo corazón en su padre, por lo que probablemente pasarían muchos años
más antes de que esa voz fuera silenciada. Pero al menos podía oírlo ahora por lo que
era—. Solo me dieron suficiente información para mantenerme leal y obediente. Sé que
no puedo enmendar el daño que ha causado mi lealtad ciega, pero al menos he
aprendido a hacer mejores preguntas. Elegir mis propias acciones y estar dispuesto a
cambiar mis puntos de vista.
Su comida fue entregada por una camarera que apenas se detuvo el tiempo
suficiente para dejar los platos, salvándolos de la necesidad de conversar. Y durante
unos momentos después, Leisa y Kyrion permanecieron concentrados en su comida.
Danric, por su parte, descubrió que le faltaba mucho apetito.
Después de media docena de mordiscos y un suspiro de lo que sonaba a
satisfacción, Leisa dejó la cuchara y miró a Danric de nuevo.
—Dijiste que estás dispuesto a considerar cambiar tus puntos de vista. Así que
estoy segura de que no te importará que le pregunte el estado de sus puntos de vista
sobre los magos —Sabía que esa pregunta tenía que llegar tarde o temprano—. Has
descubierto que tu hermano es un mago, y también tu aliado —continuó—. Has
aprendido que el hombre que creías que era tu padre es un mago, y también tu enemigo.
¿Dónde te ha dejado eso?
Era como si ella hubiera visto el corazón de su propio conflicto interno y lo hubiera
dejado al descubierto con unas pocas palabras. Pero donde hace solo unas pocas
semanas no habría tenido respuesta, ahora solo había una respuesta posible.
—Creo que cada persona debe ser juzgada por sus acciones, no por su magia.
—¿Incluso los Magos Espejo? —preguntó Leisa en voz baja.
Eso era más difícil. Tantas veces, había escuchado a su padre hablar de ellos como
el peor mal posible. Pero incluso cuando sus sentimientos permanecieron en conflicto,
sabía la verdad. —Incluso ellos.
Leisa tomó otro bocado de su cena, pareciendo casi distraída mientras pensaba en
su respuesta.
Y finalmente, Danric no pudo permanecer en silencio por más tiempo. —¿Por qué
me trajiste aquí? —preguntó—. ¿Por qué soy responsable de mis acciones? ¿Qué es lo
que quieren de mí?
Leisa lo miró y dejó la cuchara. —Quiero saber si podemos confiar en ti. O si
simplemente necesitas desaparecer para que las personas que amo puedan estar a
salvo —dijo en voz baja—. Pero más que eso, quiero saber si todavía crees que Evaraine
es sosa y sin carácter.
Esas palabras. Ella se las había dicho en la sala del trono de Arandar. Como si las
hubiera oído antes. —¿Cómo supiste?
Ella ladeó la cabeza y lo miró a los ojos sin pestañear. —¿De verdad creías,
príncipe Danric, que el Rey Soren habría permitido que su hija indefensa fuera una
invitada en la casa de su enemigo?
—Leisa —Pronunciada con la profunda voz de Kyrion, la palabra sonaba como
una advertencia, pero ya era demasiado tarde.
Había sido como una hermana para Evaraine. Una hermana y un guardaespaldas.
Lo suficientemente familiarizada para asumir sus modales y sus preferencias, pero sin
mucha práctica en las artes de la diplomacia o el engaño.
Y ella había reaccionado fuertemente a su mención de los Magos Espejo.
—Fuiste tú —dijo Danric, todo su cuerpo se puso rígido por la conmoción.
Explicaba... mucho. Cómo había parecido mansa en un momento y fogosa al siguiente.
Cómo escapó del palacio sin ser detectada y se dirigió a casa a través del desierto.
Incluso explicaba cómo conocía a Kyrion.
Evaraine le había advertido que tenía secretos. Pero esto... Nunca había imaginado
un secreto de esta magnitud.
Debe haber estado aterrorizada de que su ignorancia de todo lo que había
sucedido durante la visita anterior saliera a la luz. Que podría poner en peligro la vida
de Leisa si fallaba. Y cuando supo la verdad sobre Melger y tuvo que ocultar lo que
sabía...
Querida y dulce Abreia, ¿cómo había soportado tanta tensión?
—Fui yo —dijo Leisa en voz baja—. La he protegido desde que tenía trece años, y
aunque no fue mi elección tomar su lugar, nunca me he arrepentido. Pero tampoco
tengo planes de dejar de protegerla simplemente porque ahora tengo otra familia y
obligaciones. Así que te preguntaré de nuevo, ¿qué crees sobre Evaraine?
Esa pregunta era... Era demasiado grande. Había tanto que podía decir.
Tanto estaba sintiendo. ¿Cómo podría hacerles entender?
—Evaraine es la persona más fuerte que conozco —dijo simplemente Danric—.
Excepto quizás mi madre. Como la conoces, es posible que la comparación te confunda,
pero te pido que consideres por lo que ha pasado en los últimos diez años. Virtualmente
encarcelada por un extraño que lleva la cara de su esposo.
Los ojos de Leisa se agrandaron. —¿Ella sabía?
—Su frivolidad y abstracción estaban destinadas a protegerla del escrutinio. Y
para proteger a quienes la rodean de ser usados en su contra.
—¿Crees que Evaraine también está fingiendo?
—¡No! —Un poco de su frustración se escapó, y Danric luchó por controlar su
temperamento. No le ayudaría aquí—. Estoy diciendo que ella es más fuerte de lo que
nadie cree. Sobrevivió a la corte Garimorian, superó a Melger y se ganó el apoyo de mi
madre, todo sin ayuda.
—Entonces la respetas —El escrutinio de Leisa fue implacable—. ¿Es así?
Al diablo con todo.
—La amo —dijo Danric sin rodeos, y sintió un breve y cruel escalofrío de
satisfacción cuando Kyrion dejó caer la cuchara.
Leisa, sin embargo, no se inmutó ni se detuvo. —Una afirmación interesante —
señaló uniformemente—. Pero si quieres que lo creamos, tal vez podrías tratar de
explicar algo.
—¿Qué? —gruñó Danric.
—Si estás enamorado, ¿por qué nos pediría que te impidiéramos seguirla?
La sorpresa lo apuñaló en el corazón. ¿Habían visto a Evaraine y sólo ahora
pensaban mencionarlo? —¿Cuándo? —demandó, levantándose a medias de su asiento
con urgencia—. ¿Dónde la viste? ¿Está a salvo?
Pero Leisa negó con la cabeza. —No estoy dispuesta a confiarte eso todavía. Dices
amarla, pero ella está huyendo de ti. Lo que sugiere que, o has hecho algo para asustarla,
o está convencida de que no estás siendo honesto.
Danric gimió y se dejó caer en su asiento antes de pasarse una mano por el cabello
con frustración. —Ella no lo sabe —estalló—. Estaba con ella en Eddris cuando nos
enteramos de lo que estaba pasando en Farhall. Sabíamos que Vaniell no regresaría y
necesitaba protección contra las ambiciones de Melger. No iba a dejar de controlar a
Soren, así que...
—¿Así que? —Una de las cejas de Leisa se levantó—. ¿Qué tienes miedo de
decirnos?
Y de repente, a Danric ya no le importaba. Ya había terminado de preocuparse por
lo que pensaran. Si querían pelear con él por eso, que así sea.
—Me casé con ella —dijo.
Esta vez, fue Leisa quien no pudo contener su sorpresa. —Estás…
—Casado —repitió amablemente—. Con Evaraine. Juré protegerla. Proveerla.
Quedarme con ella. Y tengo la intención de hacerlo, ya sea que decidas interponerte en
mi camino o no.
Kyrion finalmente habló, su tono curiosamente desprovisto de juicio. —¿Y si ella
no desea que hagas ninguna de esas cosas?
—Entonces lo haré desde la distancia —Por mucho que le doliera, se mantendría
alejado de ella si se lo pedía, pero no rompería sus votos.
—Apenas la conoces —insistió Leisa—. Puedo entender dar este paso como una
cuestión de conveniencia o política, pero ¿quieres que creamos que es más que eso?
—Es cierto —admitió Danric—, que inicialmente me ofrecí por un sentido del
deber. Solo pretendía cumplir con las obligaciones de Garimore en ausencia de mi
hermano. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que la amo.
Leisa se puso de pie de un salto, golpeó la mesa con las manos y se inclinó hasta
que su cara estuvo a solo unos centímetros de la de él. —¿La amas? —dijo en un tono
suavemente amenazante—. ¿Qué pasará con ese amor y todos tus otros ideales cuando
ella te decepcione?
Tenía miedo, y de repente Danric se dio cuenta de por qué. —¿Quieres decir
cuando descubra que ella es una maga? —preguntó con calma.
Todavía estaban nariz con nariz, Leisa congelada en estado de sorpresa, cuando
una voz retumbó sobre la cacofonía normal de la sala común de la posada—: ¡Oye, mira
hacia allá! ¿No es ese Danric de Garimore?
No era una voz amiga.
—No puede ser, tonto —El segundo orador era una mujer de mediana edad
vestida con el cuero gastado y el cinturón de espada de un mercenario—. ¿Qué estaría
haciendo intercambiando palabras amistosas con un Elfo Nocturno por una pinta de
sidra? ¿En Oak Haven? Es un príncipe y odia la magia. Ese idiota está en su castillo de
pantalones elegantes haciéndole ojos de cordero a una princesa y planeando su
próxima invasión si me preguntas.
La sala estalló en carcajadas.
—Sí —dijo el primer hombre—, pero ¿has visto alguna vez a Su Alteza y Poderío
antes?
La mujer negó con la cabeza.
—Bien entonces —El rostro barbudo del hombre se arrugó en una sonrisa de
suficiencia, y dejó su taza con un golpe—. Solía ser guardia del convoy que manejaba el
comercio real oficial con Garimore. He estado en Hanselm docenas de veces. Y yo digo,
este tipo se parece a él.
—¡Preguntémosle! —gritó otra voz.
—Mira hacia atrás —murmuró Leisa, hundiéndose lentamente en su asiento y
recogiendo su propia taza como si no le preocupara—. Actúa como si no los hubieras
escuchado. Si no eres él, no tendrías razón para asociarte con ese nombre.
¿Cómo se las habían arreglado para encontrar posiblemente a la única persona en
Eddris fuera de la familia real que tendría alguna idea de cómo era?
Danric miró su plato e intentó fingir que no estaba escuchando. Pero se hizo cada
vez más difícil a medida que la multitud medio ebria se volvía más creativa con sus
insultos. Cuando la identidad de su madre entró en la conversación, Danric dejó la
cuchara y miró a la mesa.
—Has sido un objetivo desde el día en que naciste —le recordó Kyrion
suavemente—. Seguramente has escuchado a alguien insultar a tu parentesco antes.
Cuando Danric respondió con una mirada fulminante, el Elfo Nocturno se encogió
de hombros. —Solo recuerda que es posible que no consideremos nuestro deber de
defenderte si logras pelear con la mitad de Oak Haven.
Danric se sorprendió a sí mismo casi riéndose ante la idea de meterse en una pelea
de bar. Como si fuera a hacer algo tan espontáneo e idiota. Era el príncipe sobrio y
responsable. Lo más espontáneo que había hecho nunca fue casarse con Evaraine. Pero
eso también fue lo mejor y lo más honesto que jamás había hecho, así que tal vez había
algo de espontaneidad.
La expresión tensa de Leisa fue su única advertencia antes de que una taza se
estrellara contra la mesa junto a él y su principal acusador se cerniera detrás de su
hombro derecho.
—Sé que eres tú —dijo el hombre obstinadamente—. Ahora date la vuelta y
déjanos ver tu cara mentirosa.
Danric miró fijamente a Kyrion, luego se dio la vuelta, pasó las piernas por encima
del banco y se puso de pie.
—Soy muchas cosas —dijo con frialdad, tanto a la habitación repentinamente
silenciosa como a su acusador—. Pero te aseguro que mi madre nunca ha vivido en un
corral. Tampoco, puedo añadir, soy un mentiroso. Puedes insultar mi nombre, mi
posición y mis elecciones, y puede que esté de acuerdo contigo, pero siempre defenderé
a mi madre y mi honor.
Por un momento, el hombre se quedó boquiabierto como si estuviera demasiado
empapado de cerveza para darse cuenta de que tenía razón.
Pero el indulto duró poco. —Es él —gruñó, cerró el puño y se lanzó directamente
a la cara de Danric.
Danric esquivó el puñetazo, agarró el brazo y simplemente animó el impulso del
hombre hacia adelante hasta el suelo. Parecía tan amable como podía ser dadas las
circunstancias.
—¿Te sientes mejor? —preguntó mientras el hombre se ponía de pie. Bien podría
haber arrojado una cerilla encendida a un barril de whisky.
La sala estalló con un rugido visceral y se dirigió hacia él con una masa de puños
levantados e incluso algunas armas desenvainadas.
—Dulce madre de toda Abreia —juró Leisa detrás de él—. ¿Estás loco?
Quizás.
Pero cuando recibió la carga con una sonrisa y una feroz sensación de júbilo,
Danric se preguntó si tal vez nunca había estado más cuerdo.
Capítulo 6
Evaraine

Los gritos se hicieron más fuertes cuando Evaraine e Yvane corrieron hacia la
fuente: un niño pequeño que gritaba de terror.
—Ve —ordenó Yvane—. Mi casa es la más cercana. Breven te defenderá.
—¿Y quién te defenderá? —Evaraine la desafió—. No voy a correr.
Yvane maldijo por lo bajo, pero corrieron juntas hacia el sonido, la sensación de
maldad se hizo más fuerte a medida que se acercaban a la última casa en el extremo
inferior del valle.
Al lado de la casa estaban los restos de un pequeño jardín, flanqueado por un
bosquecillo de árboles de hoja perenne bajos y nudosos. Pero los árboles sólo eran
parcialmente visibles, gran parte de su follaje estaba envuelto en un manto de oscuridad
antinatural, y al frente de esa oscuridad había una forma que dejó a Evaraine paralizada
de horror.
Este no era un depredador natural, como un Gato Tormenta o un Wyvern. La
forma era casi humana, pero más pequeña, más del tamaño de una oveja o un perro
grande y aparentemente surgida de las sombras. Tenía dos brazos, dos piernas y estaba
casi erguido, pero esas similitudes solo sirvieron para realzar la maldad de la criatura
que se agazapaba sobre la forma temblorosa de una niña aterrorizada.
Dentro de la penumbra que parecía emanar de su presencia, Evaraine pudo
distinguir el tenue contorno de las alas, las garras curvas y afiladas como agujas y el
tenue brillo azul de los ojos hundidos. Una inteligencia malévola brillaba en esos ojos,
junto con un hambre concentrada y ardiente. Fuera lo que fuera, los estaba observando.
Evaluación de la amenaza.
—Zulle, maldita sea, ¿qué es esa cosa? —Yvane susurró horrorizada, pero no se
detuvo. Dio dos pasos más en su dirección y, al hacerlo, las alas de la criatura se
ensancharon en respuesta. Sus ojos se iluminaron y se movió hacia ella.
Como si sintiera una presa más deseable.
—Quiere mi magia —murmuró Yvane con dura satisfacción—. Trella no es una
maga. Deberíamos ser capaces de alejarlo de ella antes de que nos ocupemos de eso.
Pero, ¿cómo iban a lidiar con eso? Cuando la criatura se alejó del bosquecillo de
árboles, la oscuridad pareció seguirla y, sin embargo, por un momento, Evaraine se dio
cuenta de que podía ver el suelo a través de su cuerpo insustancial.
—Trella —llamó Yvane bruscamente—. Levántate. Corre por tu padre.
Tan asustada como estaba, la chica era claramente resistente. Se puso de pie,
todavía sollozando, y corrió hacia la casa.
—Sigue retrocediendo —ordenó Yvane—. No creo que queramos que nos toque.
No puedo decir si las garras son reales o están compuestas de magia, pero de cualquier
manera, estarán destinadas a desgarrar.
Lentamente, con el corazón latiéndole en los oídos, Evaraine dio un paso atrás,
luego otro. Pero ya había visto algo que envió su mente a toda velocidad,
preguntándose...
Los árboles de hoja perenne que recientemente habían estado envueltos en la
oscuridad se habían vuelto completamente visibles una vez más, y era evidente que ya
no estaban vivos. Todas las hojas habían perdido el color y algunas ya habían
comenzado a caer.
Si Yvane tenía razón sobre la magia... Si era la energía de la vida misma, entonces
tal vez esta criatura la consumía. Lo requería para vivir, al igual que Evaraine.
Pero el ser extraño, parecido a un espectro, podría no poseer inteligencia.
Quizás no experimentó empatía o remordimiento, o se detuvo a preguntarse si
tomar esa energía estaba bien o mal. Si no se podía razonar, ¿podría ella detenerlo? En
una batalla de poder contra poder, ¿quién ganaría?
Yvane dio otro paso lento hacia atrás y tropezó con una piedra. Cayó, las alas de la
criatura se encendieron de nuevo y voló hacia adelante, con las garras por delante.
Las manos de Yvane se levantaron para defenderse, y Evaraine vio con asombro
cómo surgían finas líneas de sangre donde las garras aparentemente insustanciales se
encontraban con la carne.
Si no actuaba, Yvane podría morir.
Dos zancadas rápidas acercaron a Evaraine lo suficiente como para asomar sobre
el lugar donde la pareja forcejeaba en el suelo, luego se agachó, agarró la tenue sustancia
de esas alas extendidas y tiró.
Escuchó un grito de ira débil y vacilante, justo antes de volver su atención hacia
adentro, aflojar los grilletes que ataban su poder y permitirle buscar lo que más
deseaba.
Era como darle un mordisco a su comida favorita y terminar con la boca llena de
gusanos. El poder oscuro y corrupto que la inundó no sabía nada como la magia y, sin
embargo, respondió a sus esfuerzos
Casi dejó caer a la oscura y retorcida criatura y huyó de su repugnante presencia.
Pero todavía había sangre en las manos de Yvane, sangre en la parte delantera de
su vestido, y el padre de Trella acababa de doblar la esquina de la casa. Estaba
demasiado lejos para ser de ayuda, y el hacha en su mano probablemente resultaría
ineficaz contra una criatura hilada por el hambre y las sombras. Entonces Evaraine
apretó su agarre y exigió que su poder respondiera a su llamada.
Llegó a regañadientes, pero respondió, estirando la mano y agarrando la energía
de su oponente y tirando con fuerza.
La criatura gritó de dolor y se echó hacia atrás.
Evaraine no tenía idea de lo que alguien que observaba podría haber visto, pero
en el plano silencioso e invisible donde el poder se encuentra con el poder, lucharon
por el control. A diferencia de un ser humano, esta oponente sabía lo que buscaba hacer,
y una larga vida de hacer lo mismo con los demás le dio fuerza.
Pero parecía no estar preparado para enfrentarse a un enemigo que empuñaba la
misma arma. Estaba confundido, como si buscara tanto retirarse como atacar, y en esa
confusión fue donde el poder de Evaraine finalmente encontró un punto de apoyo. Años
de práctica en contenerse le habían dado un control de hierro, y lo usó sin piedad,
cerrando lentamente su control sobre la energía de la criatura y apretándola más y más
fuerte hasta que...
Con un gemido final y escalofriante, las sombras se separaron en jirones de
oscuridad como la tinta que se disiparon gradualmente bajo la luz del sol.
No más alas. No más garras. Los ojos brillantes se habían ido, y con ellos, la
urgencia de la lucha.
Evaraine se tambaleó hasta el arbusto más cercano y vomitó, agradecida ahora de
no haber comido nada. El asqueroso miasma de la presencia y el poder de la criatura
parecía cubrir su lengua y cubrir sus extremidades, hasta que sintió la tentación de
rodar por la nieve en un intento de quitárselo.
—Qué…—El padre de Trella estaba mirando la escena, sus ojos muy abiertos y su
rostro blanco como la leche.
—Parece —dijo Yvane, levantándose del suelo y haciendo una mueca al mirarse
las manos—, que te debemos la vida —Ella miró fijamente a Evaraine—. Aunque
hubiera desaconsejado si tuviera la oportunidad. Consumir tal cosa... No se sabe lo que
podría haberte hecho. ¿Cómo te sientes?
Evaraine se volvió y volvió a vomitar. —Enferma pero completa —murmuró, tan
pronto como los espasmos se aliviaron. ¿Cómo está Trella?
—Escondida debajo de su cama —dijo su padre, su voz temblaba de miedo o de
alivio, o posiblemente de ambos—. Está temblando como si se hubiera bañado en un
banco de nieve, pero está sana y salva. Gracias a ti.
Detrás de ellos, Evaraine escuchó el acercamiento de otros residentes del pueblo:
gritos y pasos acercándose mientras respondían al sonido de los gritos.
A pesar de que toda la batalla había durado solo unos momentos, estaba tan
exhausta como si hubiera durado horas.
De repente, incapaz de permanecer erguida por más tiempo, Evaraine se sentó en
la nieve y apoyó la cabeza en las rodillas mientras los recién llegados la rodeaban. Yvane
dio una breve versión de los hechos, después de lo cual todos parecieron comenzar a
hablar a la vez.
Cuando una mano se posó en el hombro de Evaraine, levantó la cara y vio que
Lyria le sonreía.
—Ahora, ¿aceptarías desayunar? —preguntó, y la última de las sombras huyó de
la mente de Evaraine cuando comenzó a reír.
Aceptando la mano de la huldra, se sometió a que la pusieran de pie. —Estaría
muy agradecida por la comida, sí —dijo con tristeza—. Cualquier cosa para quitarme
ese sabor de boca.
—Tenemos que buscar en el resto del cañón —escuchó decir a Yvane detrás de
ella—. Puede haber habido más de una de esas cosas.
—¿Pero qué fue? —Evaraine se volvió para mirar a la mujer mayor—. ¿Y cómo
supiste que quería tu magia?
—Nunca había visto algo así —dijo Yvane, su rostro aún ligeramente pálido—.
Pero la naturaleza de los depredadores es buscar la presa más débil y fácil. Gastar la
menor cantidad de energía y arriesgar su propia seguridad lo menos posible para
obtener la mayor ganancia posible. Esa cosa ya tenía a Trella a su merced, pero en lugar
de acabar con ella o intentar llevarla a un lugar más seguro, se volvió para atacarme.
Tenía algo que quería mucho más de lo que la quería a ella.
Después de armar a su gente con una breve descripción y una advertencia de que
no se enfrentaran, Yvane los envió en parejas para buscar a lo largo del cañón. Estaba
más nerviosa de lo que Evaraine la había visto nunca: los brazos cruzados con fuerza
sobre el pecho, los nudillos blancos donde los dedos agarraban los codos.
Todavía estaba de pie de esa manera, como si estuviera perdida en sus
pensamientos, cuando dos nuevas figuras aparecieron a la vista desde el fondo del
cañón. Eran los cazadores que se habían ido hace poco tiempo. Sus raquetas de nieve
estaban colgadas de sus hombros, y estaban corriendo, gritando...
—No estaba solo —susurró Yvane, mirando los árboles recién muertos donde la
criatura con la que luchaban había estado al acecho—. Estas criaturas absorben la
energía vital de todo lo que tocan, y no estaban solos.
Cuando los cazadores se detuvieron y comenzaron a describir lo que habían
encontrado en el bosque exterior, Yvane levantó una mano para interrumpirlos.
—Sí, somos conscientes. Aquí había otro. ¿Vieron solo uno? ¿Buscaron en el área
para determinar si estaba solo?
Habían corrido demasiado rápido para determinar algo en absoluto. Solo
recordaban ojos y garras, y una oscuridad inminente en el bosque detrás de él.
Evaraine no los culpó. Esas cosas, fueran lo que fueran, infundirían terror en el
corazón de cualquiera lo suficientemente sabio como para temerlas. Lo que podrían
hacer...
Era exactamente lo que podía hacer. Eran iguales.
¿Quién era ella? ¿Y cuán aterrorizadas estarían las personas a su alrededor si
supieran de lo que es capaz?
—Vayan —les dijo Yvane a los cazadores—. Ayuden a los demás a buscar en el
cañón. Cuando se complete la búsqueda, nos reuniremos en los espacios comunes y
discutiremos cómo montar un guardia.
Sus astutos ojos oscuros buscaron el rostro de Evaraine por un momento, como si
pudieran leer sus pensamientos de pánico. —Ven conmigo —dijo finalmente—. Debes
ponerte ropa seca y comer, si es posible, antes de volver a caer en la nieve.

Buscaron y patrullaron sin descanso durante varios días. Tres criaturas más
parecidas a espectros fueron descubiertas dentro del valle, una de las cuales huyó
cuando se acercaron. Los otros parecían disiparse cuando eran tocados por magia.
Llama artesanal, aunque sí se habían ido para siempre, nadie lo sabía con certeza.
Lo que aprendieron fue que las criaturas no podían o no les importaba pasar a
través de estructuras sólidas. En realidad, tampoco podían volar, sólo se desplazaban a
lo largo de una corta distancia sobre el suelo.
Ninguno de los defensores de la comunidad resultó herido, pero otras vidas se
perdieron por el hambre de los espectros. Una familia perdió dos cabras, un niño perdió
a su gato y numerosos árboles murieron después de que los espectros intentaran usar
áreas boscosas para ocultar su presencia.
Yvane fue incansable en su compromiso de mantener segura a su pequeña
comunidad y participó personalmente en muchas de las patrullas. Si bien pospuso
cualquier otra discusión sobre la preparación para enfrentar a Iandred, a Evaraine no
le molestó la demora.
Ella lo entendió demasiado bien. Y, sin embargo, se volvió cada vez más inquieta
a medida que pasaban los días y seguía atrapada en la casa de Lyria.
No solo por Iandred. No solo porque se preguntaba qué había sido de Zander, Kip
y Lady Piperell.
No podía dejar de pensar en la criatura que los cazadores habían encontrado en
el bosque. De esa oscuridad inminente que habían descrito. Se habían descubierto
cuatro espectros dentro del cañón, y había al menos uno afuera.
¿Cuántos más podrían estar al acecho en las sombras? ¿Y si fueran muchos, y esta
comunidad no fuera la única afectada? ¿Cuál era el propósito de las criaturas y hacia
dónde conduciría su camino de destrucción? ¿A algún pueblo indefenso?
¿Dónde una niña pequeña como Trella podría tropezar con ellos pero no tener a
nadie cerca con la capacidad de salvarla? Incluso en esta comunidad, solo un puñado de
magos poseía la habilidad de crear fuego mágico, entonces, ¿cuáles eran las
probabilidades de que otras aldeas pudieran encontrar incluso una?
Alguien necesitaba determinar el verdadero tamaño de la amenaza, ya fuera
pequeña y localizada, o un peligro para todo Farhall y más allá. Y mientras esa urgente
necesidad no se cumplía, ¿cómo podría Evaraine justificar permanecer aquí, escondida?
¿Cómo podía permitir que su gente se enfrentara a tal peligro sola y sin previo aviso?
Fue con esto en mente que se apresuró desde la casa de Lyria a la de Yvane, con
un pañuelo alrededor de la cabeza para protegerla del frío, mientras examinaba
cuidadosamente los alrededores en busca de cualquier signo de cambio. Sin sombras
inusuales, sin vegetación recién muerta.
Breven respondió a su llamada y sacudió la cabeza, señalando hacia la cabeza del
cañón. Por supuesto, Yvane estaría ahí afuera, negándose a descansar mientras hubiera
una amenaza.
Así que Evaraine invirtió su curso, apresurándose por los caminos más
despejados con un escalofrío cuando el viento invernal trató de atravesar sus muchas
capas. Hacía demasiado frío para salir hoy y, sin embargo, ¿qué opción tenían?
Encontró a Yvane cerca del camino oculto que salía del cañón hacia el sur. Estaba
frente al sendero, con los ojos cerrados, los brazos a los costados, aparentemente a
kilómetros de distancia y sin darse cuenta de que Evaraine se acercaba.
—Yvane, ¿estás bien?
Los ojos de la otra mujer se abrieron de golpe y parpadearon un par de veces antes
de que volviera a la plena conciencia. —Sí —dijo ella enérgicamente—. Estaba
comprobando la estabilidad de las ilusiones que nos protegen. ¿Qué es lo que necesitas?
—Hablar contigo —admitió Evaraine, metiendo las manos debajo de los brazos
para calentarlos—. Estoy preocupada. Sobre esa criatura que vieron los cazadores y las
sombras detrás de ella. Me temo que son más, y si se encuentran con otro pueblo, la
gente será presa fácil, incapaz de luchar o huir. Huir de esta amenaza durante el
invierno podría ser una muerte tan segura como quedarse para enfrentarla.
—No tenemos más remedio que confiar en que otros tendrán recursos —dijo
Yvane con cansancio—. Mi deber es con la gente de esta comunidad y su seguridad, y
no puedo justificar arriesgar sus vidas en un intento de rastrear los innumerables
peligros que acechan más allá de nuestras fronteras.
—Pero, ¿y si somos los únicos que sabemos de esta amenaza? ¿Quién más puede
esperar contrarrestarlo?
—Lo siento —dijo Yvane, su rostro se suavizó—. Entiendo lo que sientes por tu
gente, porque es lo que siento por la mía. Pero si bien brindamos ayuda gratuitamente
a aquellos que tropiezan con nuestra comunidad, nuestra seguridad y nuestra forma de
vida se verían comprometidas si enviara más que cazadores ocasionales o equipos de
exploradores. Otros se enterarían de nuestra existencia, y hay muchos aquí que se
esconden por una razón.
Evaraine lo entendió íntimamente y, sin embargo...
—No puedo simplemente quedarme aquí y no hacer nada —dijo finalmente—. Sé
que vine en busca de una manera de liberar a mi padre, pero mientras tanto, mi gente
podría estar muriendo. Necesito saber qué está pasando. Determinar la naturaleza y el
alcance de esta amenaza y qué acciones, si las hubiere, deben tomarse para detenerla.
—No puedes hacerlo sola —argumentó Yvane—. Y aunque pudiste derrotar a uno,
sabemos muy poco para suponer que podrías hacerlo de nuevo.
—No me esconderé aquí cuando pueda ayudarlos —insistió Evaraine—. Nunca
más.
—¿Y si te sacrificas persiguiendo estas respuestas? ¿Quién gobernará Farhall
después de tu padre? —El tono de Yvane era feroz—. ¿Quién defenderá a tu pueblo y a
todos los demás Abreians oprimidos? ¿Quién exigirá justicia para los magos
masacrados por los prejuicios de Melger?
—¿Y qué importaría nada de eso si mi gente ya está muerta?
Yvane dejó escapar un largo suspiro. —Te vas a ir sin importar lo que diga, ¿no?
—Debo —No era lo que ella quisiera. La sola idea de dejar a su padre sujeto al
control de un Mago Mental durante más tiempo del necesario... Retorció un cuchillo en
el corazón de Evaraine, pero esta nueva amenaza tenía que ser lo primero.
—Sabes que no puedo…
Pero sus palabras fueron interrumpidas por el mismo sonido que habían estado
temiendo durante días: gritos, resonando sobre la nieve.
Evaraine se dio la vuelta y juntas examinaron el pueblo, que se extendía debajo de
donde se encontraban en la ladera orientada al norte. Pero no había sombras ominosas
arruinando el paisaje. No hay figuras corriendo. Solo unos pocos aldeanos mirando
hacia arriba y apuntando al cielo, donde...
Allí, recortada contra el sol intermitente. Evaraine distinguió la forma de enormes
alas coriáceas: un wyvern, cabalgando las corrientes de aire hacia abajo en un círculo
suave y deslizante.
¡Leisa había regresado!
Con casi un sollozo de alegría, Evaraine se lanzó cuesta abajo, alcanzando el fondo
del valle justo cuando el wyvern negro tocaba tierra sobre pies escamosos y con garras.
Leisa se deslizó hasta el suelo y arrojó sus brazos alrededor de Evaraine en un
abrazo casi desesperado.
—Tienes buen aspecto —murmuró, mientras el wyvern le chasqueaba los dientes
a Evaraine con una sonrisa feroz. Solo un momento después, desapareció y fue
reemplazado por la forma alta e imponente de Kyrion, el Rey Wyvern.
—Vimos las patrullas —continuó Leisa, lanzando una mirada a Yvane cuando la
mujer mayor se acercó y saludó a Kyrion con un asentimiento—. ¿Pasa algo?
—Sí —confirmó Yvane—. Nos hemos encontrado con un enemigo con el que no
estoy familiarizado. Una especie de ser insustancial parecido a un espectro que parece
consumir la energía vital de todo lo que toca.
—¿Fuiste capaz de derrotarlo?
—Evaraine se ocupó de uno, y otros dos parecían haber sido destruidos por la
magia —le dijo Yvane—. Pero todos los intentos de usar armas tradicionales contra
ellos han fracasado. No son completamente incorpóreos, sus garras pueden herir, pero
tampoco son completamente sólidos.
—¿Y estaban solo los tres —preguntó Kyrion—, o la amenaza está más extendida?
—Sabemos de otros dos, uno que huyó cuando nos vio y otro que fue visto por
cazadores no muy lejos de la entrada inferior del cañón. No puedo decir qué fue de ellos.
—Vaya —Esa única palabra reflexiva hizo que la mirada de Evaraine se dirigiera
a la expresión algo preocupada de Leisa.
—¿Qué es?
—Trajimos a otro invitado —dijo, mordiéndose el labio—. Pero no sentimos que
tuviéramos el derecho de traerlo a esta comunidad sin preguntar, así que lo dejamos al
este, cerca de la entrada inferior.
Yvane negó con la cabeza. —Puede que no sea seguro. ¿Quién es este visitante
cuya bienvenida te da dudas?
—Eh —La mirada de Leisa se dirigió a la de Evaraine—. Príncipe Danric de
Garimore.
—¿Lo trajeron aquí? —Evaraine casi gritó, el corazón le latía contra las costillas
con un ritmo áspero e insistente. Él no podía estar aquí. No estaba preparada para verlo.
No estaba lista para buscar en su rostro y saber lo que realmente pensaba de ella ahora
que sabía la verdad.
—Sé que querías que se retrasara —admitió Leisa—. Y lo hemos hecho. Pero
había… digamos, mucho que no nos dijiste.
Ante la ceja severamente levantada de Leisa, Evaraine bajó la mirada. ¿Cómo se
suponía que explicaba la verdad? No la habrían creído si lo hubiera intentado.
—Después de escucharlo —continuó Leisa—, y amenazar su vida en numerosas
ocasiones, llegamos a creer que podría ser un activo en la lucha contra el Rey Melger. Y
confío en que sea genuino en su deseo de mitigar los excesos de su padre.
Yvane no parecía estar convencida.
—Todavía es decisión de Evaraine si desea verlo —añadió Leisa con firmeza.
—Y la decisión de Yvane de permitirle la entrada —señaló Kyrion—. Por mi parte,
estoy dispuesto a dejarlo en el bosque hasta que muera de viejo.
Dejarlo en el bosque.
Dejarlo solo en el frío invierno, cuando nunca antes se había visto obligado a
sobrevivir a los elementos.
Dejarlo solo en un bosque que recientemente había albergado a uno de estos
espectros, contra el cual no tendría defensas...
Queridos dioses, ya podría estar muerto.
De repente, lo que él pensara de ella importaba mucho menos que su vida.
Evaraine salió disparada hacia el extremo inferior del valle, su único pensamiento era
llegar a él antes de que lo hiciera una de esas criaturas. Podría odiarla si quisiera, pero
ella lo necesitaba vivo.
—¡Su Alteza, espere! —La voz de Leisa la siguió, pero Evaraine no se detuvo. Si
era demasiado tarde...
Nunca había pasado por el camino que salía del extremo inferior del cañón, pero
sabía dónde estaba. Sabía que los encantamientos le permitirían pasar.
Estaba jadeando cuando llegó al estrecho pasaje, tragando aire mientras se
deslizaba entre las paredes rocosas que se cernían sobre el sendero. Era lo
suficientemente ancho para uno, y la nieve estaba compactada bajo los pies, haciéndola
tan resbaladiza que sus pies salieron volando justo cuando llegaba al otro extremo.
Aterrizó de espaldas y se deslizó por el resto de la pendiente, saliendo a la luz con un
gemido cuando finalmente se detuvo.
Ay.
—¿Danric? —llamó débilmente mientras luchaba por ponerse de pie—. ¿Dónde
estás?
No había nadie a la vista ni huellas en la nieve que había caído durante la noche.
Leisa y Kyrion debieron dejarlo a cierta distancia.
Afortunadamente, la nieve fresca tenía solo unas pocas pulgadas de profundidad,
por lo que luchó por ponerse de pie y se lanzó hacia los árboles.
—¡Danric!
¿Por qué había venido? ¿Tenía noticias de Zander y Lady Piperell? ¿Lo
consideraba su deber, sin importar lo disgustado que pudiera estar?
¿Y cómo, en nombre de toda Abreia, había convencido a Leisa y a Kyrion de todas
las personas, para traerlo? Danric no era exactamente un diplomático de lengua suave.
Era abrupto y brutalmente honesto la mayoría de las veces, así que lo que sea que les
había dicho debía haber sido significativo.
Sin duda, cuando viera a Evaraine, esa honestidad brutal lo llevaría a decirle
exactamente lo que pensaba de sus mentiras y su magia, pero ella podría preocuparse
por eso más tarde. Por ahora, solo necesitaba que él estuviera vivo.
Escuchó atentamente los gritos o los sonidos de la batalla y caminó entre los
árboles en una dirección y luego en la otra. El bosque parecía vacío y casi
inquietantemente silencioso bajo su manto de nieve.
—¡Danric! —gritó su nombre por última vez y luego se volvió hacia el cañón
oculto. Quizás Kyrion podría ayudarla.
—¿Evaraine?
Giró hacia el sonido de su nombre y tropezó con sus muchas capas de faldas. La
pendiente era empinada, y el impulso de su caída la hizo caer de cabeza por la ladera
hasta que se detuvo contra un árbol de hoja perenne cubierto de nieve.
—Dioses, ¿eres tú? ¿Estás bien?
Evaraine miró hacia arriba, hacia el brillante cielo azul, y de repente su rostro
apareció a su lado.
Su rostro familiar y hermoso. La barba cuidadosamente recortada que abrazaba
su mandíbula era un poco más larga de lo que recordaba, pero sus ojos estaban oscuros
y preocupados, y las manos que sujetaban las de ella eran cálidas.
—Estás a salvo —jadeó ella, se sentó y le echó los brazos al cuello.
Capítulo 7
Danric

El alivio lo atravesó, repentino y embriagador como un trago de whisky Irian.


Ella estaba bien. Había sobrevivido al bosque y al invierno y no estaba en Arandar
enfrentándose sola a Iandred. Y sus brazos estaban alrededor del cuello de Danric,
aferrándose con fuerza, su cara enterrada en su hombro como si... como si estuviera
feliz de verlo.
—Evaraine —murmuró, y envolvió sus brazos alrededor de sus hombros,
presionando su cara en su cabello y cerrando los ojos. A pesar de la nieve, el frío y la
incertidumbre, él podría vivir felizmente en este momento para siempre, un momento
en el que a ella le gustaba y confiaba en él lo suficiente como para...
Escuchó un grito ahogado, como si ella se hubiera dado cuenta de repente de lo
que había hecho. Cuando ella se sacudió en sus brazos, él la soltó y se echó hacia atrás,
buscando en su rostro alguna pista sobre cómo podría sentirse o qué podría estar
pensando.
Sus ojos esmeralda estaban muy abiertos, sus mejillas pálidas, y él no pudo leer
las primeras expresiones que parecieron volar a través de su rostro. Al menos no hasta
que se decidió por el terror.
—¿Qué te ha pasado? —soltó ella—. ¿Kyrion…?
Oh. Eso.
—No, milagrosamente, no fue Kyrion. O Leisa —admitió Danric con pesar,
presionando cuidadosamente con los dedos su ojo morado y su mejilla aún hinchada—
. Yo... Bueno, primero fui arrestado, y luego de alguna manera me involucré en una pelea
de bar bastante grande.
Evaraine se puso de pie y retrocedió unos pasos antes de lanzarle una mirada
escéptica. —Una pelea de bar. Tú.
—Dijeron que Garimore era una nación de ladrones y asesinos, y mi madre era
una burra. Y uno de ellos me llamó mentiroso.
No parecía segura de si debía creerle. —¿Y después de cuál de esos insultos diste
el primer puñetazo?
Danric se encogió de hombros, sintiéndose un poco avergonzado por su
escrutinio. —El caballero Eddrisian golpeó primero, yo simplemente ayudé.
Un incómodo silencio descendió después de eso, ninguno dispuesto a ser el
primero en romperlo. Al menos no hasta que un montón de nieve cayó de las ramas de
hoja perenne sobre su cabeza, directamente sobre la nuca de Evaraine.
Ella gritó y saltó a un lado, mientras Danric se esforzaba mucho por no sonreír.
—Entonces —preguntó Evaraine, sonrojándose un poco mientras sacudía la
nieve—, ¿cómo convenciste a Leisa para que te trajera aquí?
—¿Quieres decir después de que le pediste que me retrasara? —Todavía sentía el
aguijón de ese descubrimiento. Aunque entendía sus razones, su renuencia a confiar en
él se sentía como una herida abierta.
Ella se miró los pies, claramente reacia a dar explicaciones, así que él respondió a
su pregunta.
—Les dije la verdad —dijo simplemente—. Les hablé de Melger. Sobre Vaniell. Lo
que aprendimos del diario y lo que sospechamos.
Evaraine todavía parecía estar esperando algo.
—Y como parecía que no sabían de nuestra relación, les dije que estamos casados.
En todo caso, Evaraine pareció palidecer un poco. ¿Se estaba arrepintiendo de su
decisión? ¿Temía que sus amigos la rechazaran por eso?
—También dije que mi lugar está contigo, y no importa cuánto intentes
deshacerte de mí, tengo la intención de ayudarte a garantizar la independencia de
Farhall.
Ante eso, Evaraine se descongeló lo suficiente como para cruzar los brazos sobre
el pecho y mirarlo. —¿Estás siendo deliberadamente obtuso? —exigió—. ¿Cómo puedes
actuar como si nada hubiera pasado? ¿Como si no supieras la verdad?
Danric respiró hondo. Tenía que hacer esto bien. Tenía que decir todas las
palabras que había estado ensayando durante días. Necesitaba explicar claramente
cómo se sentía y qué quería.
Pero pareció que su pausa se alargó demasiado.
—¿Necesitas un recordatorio? —preguntó Evaraine, su voz temblando por la
emoción—. Soy una maga, Danric. Maté gente. ¡Te mentí!
No estaba seguro de si estaba enfadada o asustada, pero quería decirle que todo
estaba bien. Él sabía. Él entendió. Pero ella estaba hablando con prisa, como si las
palabras brotaran de detrás de un dique roto, y él no pudiera encontrar espacio para
interrumpirla.
—Y no solo te mentí sobre mi magia. Mentí sobre otras cosas también. Tal vez no
en palabras, sino por omisión. ¿Mi primera visita a Garimore? Esa no fui yo. Esa era
Leisa. ¡Te engañamos!
Todo su cuerpo temblaba ahora.
—Así que no intentes fingir que no me odias. No actúes como si alguna vez fuera
posible que confíes en mí. ¡Siempre has sido honesto, y prefiero tu odio honesto a algún
tipo de aceptación falsa para acompañar nuestro falso matrimonio!
Ese último golpe llegó profundamente. ¿Una farsa? Su matrimonio no era una
farsa para Danric, era muy real y él quería que lo fuera más.
Pero todo lo que pudo usar para convencerla fueron palabras, y comenzó a dudar
de que alguna vez fueran suficientes. Las palabras equivocadas podrían incluso
asustarla hasta el punto de que lo rechazaría por completo, y él no podía arriesgarse a
eso.
Necesitaba tiempo, tiempo suficiente para demostrarle que quería decir todo lo
que le había dicho en la ceremonia y todo lo que estaba a punto de decir ahora.
—Nuestro matrimonio no es una farsa, Evaraine —Danric infundió certeza a cada
palabra—. Y yo no te odio. Ya sabía de Leisa. Sabía que mataste a esos asesinos, y nunca
he estado más agradecido por la magia en mi vida —Podía ver que la había sorprendido,
y probablemente la iba a sorprender aún más—. Hiciste lo que tenías que hacer para
sobrevivir, y lo único que lamento es que te enfrentaste a ese momento sola. Que te
obligaron a defenderte de una manera que odias.
Era solo una suposición, basada en las palabras de Zander en Riverwatch, pero
cuando los ojos de Evaraine se abrieron de par en par por la vulnerabilidad, supo que
había tenido razón.
—Tengo la intención de estar contigo de ahora en adelante —continuó—. Para
ayudar a salvar a tu padre y hacer lo que sea necesario para garantizar que Farhall siga
siendo independiente. De hecho, Leisa solo estaba dispuesta a traerme aquí si podía
asegurar la promesa de la Reina Allera de ayudar a Farhall si Garimore se acercaba a
sus fronteras con tropas nunca más.
Definitivamente había logrado sorprenderla aún más. —Y tú… ¿ella aceptó?
Danric asintió. —Eddris tiene sus propios problemas con Melger, por lo que no
fue difícil convencer a la Reina Allera del alcance de sus ambiciones. Ella sabe que todos
debemos tomar medidas para detenerlo juntos antes de que divida los Tronos y los
conquiste por separado.
—Gracias —murmuró Evaraine—. Eso significa mucho. Y sé que no debe haber
sido fácil para ti.
Se encogió de hombros. —En realidad fue sorprendentemente simple. Mi objetivo
principal es cumplir mis promesas, y eso solo es posible si los protejo a ambos y al Trono
de Farhall.
Evaraine parecía estar luchando con esas declaraciones, sus brazos aún envueltos
alrededor de su pecho como para contener sus sentimientos... o para mantenerlo a raya.
—No puedes protegerme, Danric —dijo con seriedad—. No de mí misma, ni de lo
que debo hacer. Sería mejor si aceptas eso ahora y corres tan lejos como puedas.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Tengo batallas que pelear —le dijo, su tono sombrío como el paisaje invernal—
. Batallas que deben pelearse con magia en lugar de acero. Y no solo contra Iandred, hay
una nueva amenaza que puede poner en peligro todo Farhall si no podemos encontrar
la fuente y detenerla.
Se esforzaba tanto por apartarlo, y una parte del corazón de Danric insistía en que
se resignara a la realidad. Ella no lo amaba. O tal vez ella no podía. Mejor rendirse ahora
y ahorrarse el dolor.
Pero esa era la parte de él que había pasado décadas escuchando a su padre.
La parte fría y pragmática que creía que el deber debía triunfar sobre los
sentimientos, que los dos siempre serían opuestos.
No esta vez.
—Entonces te apoyaré como pueda —dijo—. Me creas o no, lucharé por la
seguridad y la libertad de Farhall. Lucharé para liberar a tu padre y asegurarme de que
las ambiciones imperiales de Melger fracasen.
La barbilla de Evaraine cayó sobre su pecho como si estuviera derrotada, pero él
no había terminado.
—Y lucharé por nosotros. Evaraine, no me arrepiento de nuestro matrimonio.
Creo que tomamos la decisión correcta, por todas las razones que dijimos… y más —
Quería tanto decirle qué era eso, más que eso, pero no quería asustarla. Simplemente
necesitaba que ella supiera que su compromiso no había vacilado, y nunca lo haría—.
Si sientes que fue un error, nunca te obligaré a reconocer nuestra unión públicamente,
pero no me pidas que renuncie a mis promesas.
Realmente no podía decir si ella estaba resignada o esperanzada. —Vas a
seguirme sin importar lo que diga, ¿no es así?
—Sí.
—¿Y si le pido a Kyrion que cambie a su forma de wyvern y te coma? —ella desafió.
—Creo que es demasiado honorable para eso —señaló Danric pensativo, con una
sonrisa tirando de sus labios—. Pero si deseas que me enfrente a Kyrion, Zander, Kip y
cualquier otro miembro de tu guardia a la vez, lo haré.
Una pequeña peculiaridad apareció en la comisura de la boca de Evaraine. —Sé
que puedes pelear, Danric. Y aparentemente, ahora también lo hace la mitad de Eddris.
Estaría mintiendo si afirmara que no disfrutó esa pelea solo un poco.
Especialmente una vez que Leisa y Kyrion levantaron las manos y se lanzaron para
evitar que lo aniquilaran por completo. Nunca había practicado pelear con aliados.
Nunca consideró cómo se sentiría tener a alguien detrás de él en quien confiaba.
Y aunque él, Leisa y Kyrion aún no confiaban el uno en el otro, habían elegido
trabajar juntos. Lo que significaba que tal vez, algún día, podría ganarse su respeto.
Pero por ahora, todo lo que tenía era esperanza. Esperando poder seguir
demostrando su sinceridad. Esperando que pudiera mostrarle a Evaraine lo que quería
decir con 'más' y eventualmente ganarse el derecho a decir las palabras. Esperando que
su saludo inicial significaba que ella no era tan indiferente a él como pretendía.
Y mientras tanto, el recuerdo de su alivio por su seguridad y sus brazos alrededor
de su cuello tendría que ser suficiente.
—Parece —anunció una voz seca—, que tu príncipe no ha sido comido después
de todo.
Danric se volvió, colocándose entre Evaraine y el recién llegado por instinto.
—Y es mucho más probable que te lastimen —dijo la mujer extraña—, así que
pararse frente a ella realmente no está logrando mucho.
A primera vista, no parecía intimidante. No más de cinco pies de alto, era de
mediana edad, con una cara ovalada y sin arrugas, piel morena y cabello negro rizado
que estaba recogido en la nuca.
Pero cuando el peso de su mirada de ojos oscuros chocó con la de él, Danric sintió
como si hubiera visto directamente a través de él y fuera del otro lado.
—¿Crees que podemos confiar en él? —preguntó la mujer, aparentemente a nadie,
justo antes de que Leisa apareciera detrás de ella, con una expresión de frustración.
—Creo que podemos confiar en que no pondrá en peligro a Evaraine —respondió
rápidamente Leisa—, pero eso es todo lo que estoy dispuesta a especular.
—Muy bien —La mujer más baja asintió con decisión—. Véndale los ojos y podrás
traerlo.
Leisa enarcó una ceja como preguntando si Danric estaba dispuesto a confiar
tanto en ellos. ¿Elegiría ceder el control y la autonomía por el bien de las reglas de otra
persona? —¿Qué va a ser, Príncipe de Garimore?
Haría mucho más que eso por el bien de Evaraine, y cuanto antes aprendieran a
creerlo, mejor.
—Lamento si esto te decepciona —dijo con calma—, pero no soy mi padre. Si
Evaraine confía en ti, no tengo motivos para objetar.
Estaba esperando que alguien vendará sus ojos y lo guiará por algún camino
oculto. Él no estaba esperando que le cayera una bolsa sobre la cabeza desde atrás,
seguido del ahora familiar chillido de un wyvern.
Y luego... garras, que agarraron su cuerpo con sorprendente delicadeza y lo
levantaron del suelo. Si no hubiera volado antes con Leisa y Kyrion, probablemente
Danric habría gritado como un niño. Tal como estaban las cosas, le costaba mantener la
calma.
Pero fue sólo un minuto o dos de aire pasando por sus oídos antes de que
aterrizaran de nuevo, y fue liberado. Unos momentos más antes de que un Elfo
Nocturno de rostro sombrío le arrancara la bolsa de la cabeza.
—Les llevará unos minutos alcanzarnos —dijo Kyrion—, así que voy a aprovechar
esta oportunidad para recordarle a lo que se enfrentan. Esta comunidad a la que se te
ha permitido entrar está compuesta en gran parte por magos. Muchos de los cuales han
sido perseguidos por tu padre, y por asociación, tu. No tienen motivos para amarte o
confiar en ti, y un buen número de ellos puede matarte. Te sugiero que te comportes
con gran cortesía y respeto, o es muy probable que nunca salgas vivo de este valle.
—Estoy aquí por Evaraine —dijo Danric rotundamente—. Mientras ella esté a
salvo, no discutiré con nadie aquí, ni ellos conmigo. Pero si alguien la amenaza, no
dudaré en luchar en su nombre, ya sea que mi oponente prefiera la magia, las espadas
o los dientes —Le lanzó a Kyrion una mirada de advertencia—. No me importa en qué
te conviertas o cuán poderoso seas. Si te interpones en mi camino, te atravesaré.
El Elfo Nocturno sonrió de repente, enseñando los dientes que era más desafiante
que divertido. —Es una suerte que mi compañera de vínculo sea amiga de tu esposa,
príncipe Danric, o estaría tentado a probar tus palabras.
—Dudo mucho que alguna de ellas se oponga —observó secamente Danric.
—Tal vez revisaremos la pregunta después de que te hayas curado de las
consecuencias de tu última mala decisión.
Danric se sorprendió a sí mismo con una risita, y los dos intercambiaron una
mirada que era... no del todo antagónica. No del todo amigable tampoco, pero era algo.
Tal vez este camino que había elegido no era el que esperaba, pero había más
puntos brillantes de los que jamás había anticipado.
Como príncipe heredero, siempre se había sentido solo, aislado por su posición,
sus deberes y la insistencia de su padre. Había pasado toda su vida manteniendo a todos
a distancia porque esa era una de las cargas de la realeza: no confiar en nadie y soportar
el peso de su cargo sin inmutarse.
Con su padre muerto y su posición en duda, tal vez era hora de seguir un camino
diferente. Un camino que permitía aliados... tal vez incluso amigos.
Probablemente estaba esperando lo imposible, pero estos días, ¿no lo hacían
todos?
Capítulo 8
Evaraine

Evaraine trató de no preocuparse mientras observaba a Kyrion volar con Danric


en sus garras.
Cuando falló en eso, trató de al menos parecer como si no estuviera preocupada.
—Kyrion no lo dejará caer —dijo Leisa secamente—, así que puedes dejar de
contener la respiración.
Evaraine le lanzó una mirada que era a la vez exasperada y cariñosa. —Todavía
no entiendo por qué fuiste y lo trajiste aquí.
—Y todavía tienes que explicar por qué no nos dijiste que nos habías pedido que
acecháramos a tu esposo —respondió Leisa mientras caían detrás de Yvane en su
camino de regreso hacia la entrada oculta—. Una información bastante importante, en
mi opinión.
Leisa había cambiado mucho en el poco tiempo transcurrido desde su matrimonio
con Kyrion, y Evaraine encontró esos cambios tan bienvenidos como desconcertantes
en ocasiones. Le encantaba que Leisa ahora pareciera sentirse cómoda conversando con
ella como un igual. Pero todavía iba a tomar un poco de tiempo acostumbrarse,
especialmente cuando su antiguo guardaespaldas desafiaba sus decisiones tan
abiertamente.
—¿Cómo se suponía que iba a decírtelo? —preguntó Evaraine—. ¿Qué podría
haber dicho que no te hubiera hecho sospechar que me habían engañado? Creo que
casarme con él era el curso de acción más lógico, pero también sabía cómo les parecería
a los demás, así que no dije nada.
—¿Lógico? —repitió Leisa, mirándola con evidente escepticismo—. ¿Es por eso
que te casaste con Danric en lugar de con Vaniell? ¿Por qué fue lógico?
—Sí. Y también no —Pero si Evaraine admitía que amaba al abrupto, estoico y
autoritario príncipe de Garimore, le resultaría mucho más difícil convencer a Leisa de
que tenían que dejarlo atrás.
Y era absolutamente vital que lo dejaran atrás.
Donde ella iba, no había seguridad para nadie sin magia. Ya sea que se enfrentarán
a estos depredadores espectrales o a un Mago Mental desesperado, Danric no tendría
defensas. Ya había demostrado que estaba más que dispuesto a interponerse entre ella
y el peligro, y en esta pelea, podría morir en el momento en que ella le diera la espalda.
Iandred podría apoderarse de su mente y usarlo para hacer cosas indescriptibles. ¿Y
cómo podía permitir que eso le sucediera a alguien a quien amaba?
—Vaniell no va a volver —explicó en su lugar—. La única manera de cumplir con
los términos de nuestro acuerdo era enmendándolo. Y como ambos queríamos evitar
que Melger obtuviera el control de Farhall, razonamos que su heredero era el único con
autoridad suficiente para hacerle frente. Danric accedió a este matrimonio para
protegerme y frustrar las ambiciones de su padre.
—No estoy preguntando por qué lo hizo, estoy preguntando por ti —señaló Leisa
astutamente—. Y creo que hay más aquí de lo que estás admitiendo.
Había mucho más.
Hubo un momento en que se dio cuenta de que confiaba en él. El momento en que
arriesgó su vida para protegerla de los bandidos en el bosque. El momento en que ella
había renunciado a su amor para siempre, y el momento en que le había echado los
brazos al cuello en desesperada gratitud por su supervivencia.
Y él la había abrazado a cambio. Presionó su rostro contra su cabello y murmuró
su nombre como si fuera algo precioso. El tiempo se había detenido por un momento
perfecto mientras ella simplemente se permitía experimentar todo el peso del alivio de
él y el suyo propio.
Danric no la odiaba. Ni siquiera parecía resentirse con ella. Lo sabía todo, y había
venido por ella de todos modos.
Solo esta mañana, su perdón parecía un sueño imposible. Y ahora que él le había
dicho que no había nada que perdonar, iba a tener que alejarse de él otra vez.
—Incluso si hay más en nuestra relación de lo que he admitido —le dijo a Leisa—
, no puedo permitir que cambie mi rumbo. Tengo un deber, hacia mi padre y mi pueblo,
que siempre debe anteponerse a mis deseos personales.
—El amor cambia tu rumbo, ya sea que lo desees o no —dijo Leisa con total
naturalidad—. Si no lo explicas, siempre te sorprenderá.
¿Era eso lo que había sucedido entre ella y Kyrion?
—¿Cómo cambió el amor tu rumbo? —Evaraine habló en voz baja, esperando que
Yvane no la escuchara. A menos que sea una pregunta demasiado personal.
Leisa negó con la cabeza. —No importa. Por inesperado que fuera, mi relación con
Kyrion ha cambiado incluso la forma en que me veo a mí misma. Solía soñar con nada
más que encontrar a mi familia. De saber por qué me abandonaron. Pensé que el
conocimiento me ayudaría a entenderme a mí misma. Creía que el presente tendría más
sentido si tan solo pudiera reconciliarme con el pasado.
—¿Y lo hiciste? ¿Hiciste las paces con el pasado? —Evaraine preguntó mientras se
deslizaban más allá de la ilusión que custodiaba la entrada al cañón oculto.
—Sé más que antes —admitió Leisa—. Conocí a mi tío. Me enteré de que mi padre
está muerto, mi madre está viva y que me abandonaron para mantenerme a salvo. Pero
nada de eso realmente ayudó. Todavía no puedo aceptar del todo que durante dieciocho
años podrían haberme encontrado en cualquier momento y optaron por no hacerlo.
—Y, sin embargo, estás más en paz —señaló Evaraine.
La sonrisa de Leisa fue instantánea y brillante de felicidad. —Más de lo que nunca
soñé posible. Con Kyrion, soy... conocida. Y no hay otro sentimiento como ese. Ser
plenamente conocida, sin miedo, es liberador de una manera que nunca podría haber
imaginado. Y en cierto sentido, ha cambiado mi deseo de saber por qué mi familia creía
que estaría más segura sola. Incluso sin ellos, tengo toda la familia que necesito. Y he
encontrado mi verdadera identidad no en aquellos que me dejaron, sino en aquellos
que me eligieron.
Un profundo dolor de añoranza se instaló en el pecho de Evaraine.
¿Cómo sería eso, ser elegido simplemente por ti?
—No me he rendido por completo en encontrar a mi familia —continuó Leisa—.
Pero solo por lo que me pudieron decir sobre mi magia. Cuanto más exploró las
posibilidades de la Magia Espejo, más aterrador se vuelve. Tenía la intención de esperar
para sacar el tema hasta que se resolvieran las tensiones actuales, pero ahora que
sabemos de otro…—Sus labios se apretaron por un momento con sombría resolución—
. No puedo evitar preguntarme si mi madre podría decirnos cómo derrotar a Melger. Si
pudiéramos encontrarla.
—¿La has buscado?
—No ha habido tiempo —replicó Leisa con ironía—. Qué pasa con actuar como un
servicio de entrega humano y tratar con tu marido descarriado. Y acabamos de
enterarnos de la verdad sobre Melger, por lo que la urgencia ha aumentado un poco en
los últimos días. Tan pronto como nos hayamos ocupado del problema con Iandred,
tenemos la intención de regresar a casa por un corto tiempo. Quizás después hable con
Kyrion sobre buscar lo que quede de mi familia.
Su expresión indicaba que probablemente esto sería más difícil de lo que sus
palabras hacían sonar.
—Ten en cuenta —dijo Evaraine, haciendo una pausa para colocar su mano
suavemente sobre el brazo de Leisa—, que no tomamos tu ayuda a la ligera. Por el
momento, hablo como nada más que una amiga, ya que no tengo otra posición desde la
cual extender mi gratitud oficial. Pero la amistad y la ayuda del Rey Wyvern no pasarán
desapercibidas una vez que mi padre haya recuperado su Trono.
—¿Y qué otra gratitud supones que necesito? Fuimos reconocidas como
hermanas, ¿no es así? —Leisa se secó los ojos brevemente antes de lanzarle a Evaraine
una sonrisa descarada—. Además, Kyrion acordó un tratado de protección mutua y juré
que nunca olvidaría a Farhall ni a su gente. Solo estamos haciendo lo prometido.
Salieron del estrecho pasadizo pisando los talones de Yvane e inmediatamente se
les presentó una vista clara de Kyrion y Danric, intercambiando miradas molestas por
encima de los brazos fuertemente cruzados.
Al menos no estaban intentando estrangularse entre sí.
—Confieso que me sorprendió un poco —comentó Leisa casualmente—,
descubrir que Danric sabía sobre tu magia.
¿Había dolor en su voz? Tendría sentido. Leisa había sido su guardaespaldas
durante años y, sin embargo, nunca le habían confiado el secreto de la magia de
Evaraine.
—No fue por elección —replicó Evaraine con cansancio—. Solo estaba haciendo
todo lo posible para no morir. Su descubrimiento de la verdad fue una consecuencia
lamentable pero inevitable de haber salvado mi propia vida.
—Nos habló de los asesinos —murmuró Leisa—. Y espero que sepas que no te
culpo por mantener tu poder en secreto.
—Todavía es difícil hablar de eso —admitió Evaraine—. Incluso aquí.
—¿Yvane ha podido ayudarte?
—En cierto sentido. Ella me ha ayudado a comprender cómo y por qué mi poder
funciona de esa manera, lo que a su vez me ha ayudado a no temerle tanto.
La expresión de Leisa se volvió sobria. —No puedo imaginar lo que debe haber
sido para ti.
Tal vez era hora de que explicara cómo era. Permitir que Leisa conozca sus dudas,
sus miedos y sus luchas. —Siempre he temido el contacto humano —le dijo Evaraine
sin rodeos—. Incluso de niña. Estar cerca de los demás hizo que mi poder fuera mucho
más difícil de controlar. Y cuanto más tenía que controlarlo, más débil me hacía. Mi
madre me ayudó y me explicó lo que sucedería si perdía el control, pero una vez que se
fue, fue difícil convencerme de que no era un monstruo. Condenada al aislamiento para
siempre.
—¿Danric lo sabe todo? —Leisa preguntó amablemente—. ¿Sabe lo difícil que
puede ser tocarte?
Evaraine sintió que le ardía el rostro bajo la mirada compasiva de Leisa. —Él no
lo sabe —admitió—. Pero mi poder nunca pareció reconocer su existencia. Además de
mi madre, es la única persona a la que he tocado sin la menor tentación.
—¿Sin tentaciones en absoluto? —La sonrisa de Leisa amenazó con romperle toda
la cara.
—Difícilmente sería apropiado que hablara de tales sentimientos en público —
protestó Evaraine. Se estaban acercando tanto a Danric y Kyrion que temió que
pudieran escucharlas.
—Esto no es exactamente público —murmuró Leisa—. Y ya sea que niegues tus
sentimientos o no, los dos están casados. Llegará un día en el que deberás contar tanto
con la verdad como con tu marido. A menos que…—Lanzó a Evaraine una mirada
escrutadora—. ¿Fuiste coaccionada para hacer esto? Porque si él ha hecho algo para
hacerte sentir atrapada o asustada, no te faltan amigos. Nos aseguraremos de que él
nunca pueda lastimarte o controlarte de ninguna manera.
—Y lo aprecio más de lo que crees —le aseguró Evaraine—. Pero por razones que
no estoy segura de entender completamente, incluso por mí misma, le confío mi
seguridad. Siempre me ha protegido lo mejor que ha podido, incluso cuando esa
protección significaba negar su propio corazón y sus deseos. No le tengo miedo —Pero
cuando miró en su dirección y esa mirada severa de ojos oscuros captó la de ella y se
suavizó, se escuchó a sí misma susurrar—: Tengo miedo por él.

Por invitación de Yvane, todos se retiraron a su casa para discutir sus opciones.
Danric expuso todo lo que sabía sobre el pasado de Melger y su identidad, después
de lo cual Leisa explicó los detalles de la Magia Espejo. Evaraine habló brevemente de
su propio poder y, cuando terminó, comenzaron a armar una imagen de cómo estaban
las cosas en el continente de Abreian.
Esa imagen no era lo que Evaraine habría llamado alentadora. Kyrion parecía
particularmente sombrío cuando hablaban de las criaturas parecidas a espectros, tal
vez considerando si su propia gente se había encontrado con tales cosas en su ausencia.
Después de un silencio sombrío, Evaraine finalmente expresó una pregunta que
la había preocupado durante días. —¿Alguien sabe qué decidieron hacer Zander y Lady
Piperell después de que me fui?
El ceño fruncido de Danric indicó que también lo había preocupado. —Cuando me
dispuse a seguirte, Zander dijo que estaría justo detrás de mí una vez que hubiera
arreglado las cosas en Riverwatch. Pero eso podría haber cambiado con la nieve. O con
noticias de Kip. Tal vez cuando no pudo encontrarte, simplemente continuó hacia
Arandar.
¿Debe esperar tal desarrollo? Por un lado, Lady Piperell probablemente tenía la
mejor oportunidad de convencer a su hermano de que se volviera contra su chantajista.
Por otro… Evaraine no podía soportar pensar en Zander o Lady Piperell siendo
atrapados y atormentados, y mucho menos encarcelados para ser usados en su contra
si fuera necesario.
En medio de sus pensamientos oscuros, de repente se dio cuenta de que la
atención de todos en la habitación estaba fijada únicamente en ella. Como si estuvieran
esperando a que ella hablara o tomará una decisión.
Como si… No, no como sí. Estaban haciendo exactamente eso.
Desde el día en que su padre comenzó a negociar su matrimonio, Evaraine se
había acostumbrado a pensar en sí misma como no deseada. Como un medio para un
fin, como en Farhall, en lugar de su corona.
Pero nada de eso era cierto. Era la princesa de Farhall y conocía las leyes mejor
que nadie. Con su padre incapacitado, la autoridad temporal pasó al siguiente en la línea
familiar, siempre que fuera mayor de edad.
Todavía quedaba por considerar el tratado con Garimore, ya que tenía la intención
de permitirle a su esposo cierto grado de influencia. Pero Danric había prometido que
no tenía intención de interferir en el gobierno de Farhall. Lo que significaba... La estaban
observando porque las decisiones eran suyas.
Cómo salvar a su padre. Cómo manejar los espectros. Cómo advertir a su gente.
A quién enviar dónde en su nombre. De acuerdo, ninguna de estas personas había
jurado servirla, pero sabía que escucharían sus peticiones, y la asustaba mucho más que
los magos mentales, los espectros o incluso los dragones.
¿Y si ella tomaba la decisión equivocada?
—Quiero más que cualquier otra cosa garantizar la seguridad de mi padre —dijo
finalmente—. Y ese era mi objetivo cuando salí de Riverwatch. Pero a la luz de los
acontecimientos recientes, creo que debo cambiar mi rumbo. Debemos saber más sobre
la extensión y el número de este nuevo enemigo antes de intentar recuperar Arandar
de la influencia de Iandred.
Kyrion asintió y ella creyó ver aprobación en sus penetrantes ojos grises. —Eso
parece sabio, Su Alteza, pero ¿cómo se propone hacerlo?
Esa era la pregunta, ¿no?
—Debo regresar con mi propia gente e investigar la misma cuestión —continuó—
, así que lamento decir que no podré ayudarles en un futuro cercano. Al menos hasta
que se haya advertido a los Marlord y se haya determinado un método de defensa.
Lo había estado esperando: Kyrion tenía sus propios deberes y
responsabilidades… pero aún dolía. Su ayuda y consejo habían sido invaluables, y ella
no podía soportar la idea de perder a Leisa nuevamente tan pronto.
—Estoy eternamente agradecida por la ayuda que me ha brindado —le dijo
Evaraine con seriedad—. Has cumplido con creces los términos de nuestro tratado, y te
aseguro que, cuando el peligro haya pasado, haré oficial el alcance de mi gratitud.
Parecía algo divertido. —Prefiero su amistad a su gratitud, Su Alteza. Aunque
también agradecería cualquier sugerencia que puedas tener para enfrentarte a estas
criaturas.
Yvane permaneció mayormente en silencio durante el proceso, pero finalmente
habló en respuesta a la solicitud de Kyrion. —Solo lo que ya hemos compartido, e
incluso entonces, no puedo ofrecer certeza. Uno de ellos fue drenado de energía por el
poder de Evaraine, y los otros se disiparon cuando se enfrentaron al fuego mágico. Si
alguno de los tuyos tiene habilidades similares, ese sería un lugar razonable para
comenzar.
Kyrion asintió pensativo. —Creo que deberíamos tener pocas dificultades con el
fuego.
—No sé cómo les afectaría la Magia Espejo —le dijo Evaraine a Leisa—, pero
parecen particularmente atraídos por atacar a los magos, querrás ser cautelosa hasta
que sepas cómo protegerte de sus ataques.
—Vaya, cómo han cambiado las tornas —respondió Leisa con una carcajada—.
¿Estás ahora protegiéndome, mi princesa?
—Lo mejor que puedo desde la distancia —prometió Evaraine.
—No hay distancia —respondió Leisa con una sonrisa—. Iré contigo.
El corazón de Evaraine dio un vuelco, pero casi no se atrevía a creerlo. No todavía.
—¿No te necesitarán en Dunmaren? —preguntó con cuidado.
Pero fue Kyrion quien respondió—: A diferencia de los humanos, mi gente puede
ejercer la magia de una forma u otra, y nuestras tierras han sido acosadas por
depredadores mágicos desde los albores de la memoria viva. Una vez advertidos, los
Elfos Nocturnos correrán mucho menos peligro que la gente de Farhall.
—Me necesitan aquí —dijo Leisa con firmeza—. Y aunque prefiero no separarme
de mi amor, ambos entendemos que habrá momentos en que sea necesario.
Los ojos de la pareja se encontraron y Kyrion sonrió con una calidez que Evaraine
nunca había pensado ver en un rostro tan severo. —Y mi madre te perdonará.
Finalmente.
—Ella me ama —dijo Leisa con altivez—. Tal vez más de lo que ella te ama.
—No hay tal vez sobre eso —confirmó Kyrion—. Puede que decida cometer
regicidio cuando vuelva a casa sin ti.
El estado de ánimo se iluminó con una risa momentánea antes de que Evaraine
los devolviera a la tarea que tenían entre manos.
—Entonces Kyrion regresará a Dunmaren, mientras Leisa y yo buscamos el origen
de estos espectros. Tengo la intención de viajar a todos los pueblos más cercanos para
interrogarlos y advertirlos. Yvane —Se volvió hacia donde estaba la mujer mayor en la
esquina de la habitación—, ¿tienes algún tipo de mapa que pueda mostrar los pueblos
de esta zona?
Yvane negó con la cabeza. —No hay mapa —dijo enérgicamente—, pero mis
exploradores pueden ofrecerte direcciones. Y si vuelve a preguntar en cada aldea, es
probable que pueda obtener más información. Estas pequeñas comunidades confían
unas en otras en tiempos de problemas y, sin duda, podrán orientarlos mejor que
nosotros.
—Gracias —dijo Evaraine agradecida—. Me disculpo por traer tantos problemas
a tu gente, pero pronto nos iremos.
—No puedo hacer promesas —advirtió Yvane—, pero dada la gravedad de la
amenaza, al menos preguntaré si hay voluntarios que deseen unirse a su causa.
Otro asentimiento. —Agradecería cualquier tipo de ayuda —le aseguró
Evaraine—. Y cuando hayamos terminado… Si soy capaz de volver…
La mirada de Yvane no cambió. —Haré todo lo posible para determinar una forma
de que te defiendas de un Mago Mental. Pero…—Hizo una pausa—. Debes saber que tal
magia es peligrosa tanto para el usuario como para el sujeto. La mente no está destinada
a someterse a ninguna influencia externa, ya sea por el esfuerzo de luchar contra esa
influencia o por el peso de la sumisión, eventualmente… se romperá.
Evaraine no se inmutó, pero le temblaban las manos y el corazón le latía a pesar
de que su mirada permanecía firme. —Estás hablando de mi padre. Crees que su mente
se romperá.
Yvane asintió, la simpatía oscureciendo sus ojos. —No sé cuánto tiempo tiene —
dijo—. Pero sé que con cada retraso, su recuperación, tal vez incluso su supervivencia,
se vuelve menos segura.
Su padre o su gente. Su trono o la seguridad de su pueblo. Evaraine pensó que
sabía lo que diría su padre, pero incluso si estaba equivocada, solo había una respuesta
con la que podía vivir.
Siempre había sabido que tendría que sacrificarse por el reino que amaba. Al
principio, había creído que sacrificaría su derecho a un amor y una vida propia.
Ahora, podría estar sacrificando la vida de su padre. Su corona. Incluso la
autonomía de Farhall. Pero, ¿cómo podría poner esas cosas por encima de las vidas
inmediatas y la seguridad de su gente?
—Entiendo —dijo con firmeza—. Somos muy pocos y debemos hacer lo que
podamos. Solo puedo esperar que Zander y Lady Piperell hayan llegado a Arandar y
puedan tener alguna influencia en Iandred si no puedo llegar a mi padre a tiempo.
Después de recibir las garantías de Yvane de que serían bienvenidos a descansar
por el resto del día y reanudar sus viajes mañana, el consejo levantó la sesión y Evaraine
sintió que sus hombros se desplomaban bajo el peso de las decisiones que se había visto
obligada a tomar. Pero cuando se encontró con la mirada enigmática de Danric desde el
otro lado de la habitación, se dio cuenta de que aún tenía un desafío más por delante.
Convencer a su esposo de que no la siguiera al peligro.
Convencerse a sí misma de que era mejor dejarlo atrás.
No tenía dudas de que se enfrentaba a una batalla épica... en ambos frentes.
Capítulo 9
Danric

Lo estaba excluyendo deliberadamente.


Danric lo sabía, pero no pudo encontrar la oportunidad de hablar con ella. No
hasta que su consejo de guerra hubiera concluido y los otros visitantes hubieran
comenzado a salir de la diminuta casa de Yvane junto al acantilado.
Cuando Evaraine comenzó a caminar sigilosamente hacia la puerta, Danric se
levantó de su asiento y la siguió deliberadamente.
—Oh, sí —Yvane asintió brevemente en su dirección—. Danric, he preguntado y
Lyria ha accedido a recibirte esta noche. Confío en que no le darás motivos para
arrepentirse de su hospitalidad.
—Yo… eso es…—Evaraine se vio repentinamente reducida a una incoherencia con
los ojos muy abiertos—. ¿Tengo que dormir en otro lugar?
Las cejas de Yvane se arquearon y sus labios se torcieron antes de responder—:
No, Lyria está muy complacida de tenerte a ti y a tu esposo.
Si el objetivo de Yvane era interferir, Danric hubiera preferido que dejara su
matrimonio para que él y Evaraine lo arreglaran entre ellos. Pero era demasiado tarde
para protestar: Evaraine ya lo estaba sacando de la cabaña. La puerta se cerró detrás de
ellos con un ruido sordo, dejándolos de pie en el camino nevado, mirándose el uno al
otro con recelo mientras temblaban en el aire de la tarde.
Tal vez debería haber fingido que todo estaba bien y normal y haber dicho algo
tonto sobre el clima. Pero nunca había sido su forma de evitar las verdades incómodas,
y no iba a empezar ahora. No con su esposa.
—¿Qué es lo que estás tratando de esconder de mí?
Ella hizo una mueca, pero permaneció en silencio.
—Evaraine.
Sus ojos esmeralda se encontraron con los de él por un fugaz instante antes de
caer de nuevo. Dio un paso más cerca.
—Sabes, una de las razones por las que te propuse matrimonio fue el simple hecho
de que trabajamos mejor juntos que separados. Solo juntos pudimos seguir las pistas
de mi hermano. Juntos nos dimos cuenta de la verdad sobre Melger. Y antes de ahora,
nunca has dudado en decirme lo que estabas pensando, incluso cuando me resultaba
difícil escuchar. Entonces, ¿qué es lo que te hace huir, incluso cuando estamos a solo
unos metros de distancia?
Se dio la vuelta y se estiró para jugar con las puntas de su cabello antes de
responder.
—¿Caminas conmigo?
Solo después de que se alejaron por el camino unos cuantos pasos, ella volvió a
hablar, en un tono que estaba cargado de firmeza—: Te abandoné.
No era lo que esperaba que ella dijera. No era en absoluto lo que había esperado
oír. —¿Qué significa eso?
—Significa que cuando dejé Riverwatch, me dije a mí misma que no era posible
que estuviéramos juntos. Sabía que me odiarías por lo que soy y por lo que había hecho.
Así que, en mi corazón, te dejé.
Extrañamente, su sombría declaración le dio esperanza.
—Excepto que estabas equivocada —señaló—. No te odio. Y no tengo intención
de renunciar a mis promesas tan rápido.
—Eso has dicho, pero —le lanzó una mirada demasiado rápida para leer—, mi
corazón aún no se ha ajustado.
—¿Tú... me temes? —Rezó para que la respuesta fuera no.
Ella negó con la cabeza sin dudarlo, pero siguió caminando. —Danric, la verdad es
que simplemente no sé qué sentir. Sí, me casé contigo porque creí que era el camino
correcto. Pero lo confieso, no estaba pensando más allá de las implicaciones políticas
del momento. No creo que ninguno de nosotros lo hiciera. Vimos la necesidad y nos
movimos para satisfacerla, pero nunca discutimos lo que eso significaría para nosotros,
como individuos.
Había tantas cosas que debería haberle dicho en Riverwatch. Tantas formas en las
que podría haber hecho esto más fácil.
—Y ahora —continuó—, la situación ha cambiado. Ya no nos enfrentamos sólo a
Melger, nos enfrentamos a amenazas mágicas que no sé cómo contrarrestar. Mi primera
prioridad debe ser salvar a mi gente, y no sé…
—No sabes dónde encajo yo en este nuevo plan —finalizó.
—Sí. Y no —Sus pasos se aceleraron, y parecía que no lo conducía a una de las
casas, sino hacia el final del cañón, donde los últimos rayos del sol se arrastraban por el
costado de los acantilados. La noche caería rápido, y la temperatura con ella—.
Tampoco tengo intención de retractarme de mis promesas, pero hay cosas que tengo
que hacer. Lugares a los que debo ir y amenazas de las que no puedo protegerte.
Esta vez esperó, siguiéndola pacientemente hasta que ella se detuvo y se volvió
hacia él. Solo entonces volvió a hablar, esperando que ella pudiera leer su sinceridad.
—¿No puedes ver —dijo en voz baja—, que así es exactamente como me sentí
cuando estabas en Hanselm?
—Pero perderme no te habría matado —susurró, y el aliento de Danric se congeló
en su pecho.
Dos pasos rápidos lo acercaron lo suficiente como para sentir su calor, pero de
alguna manera logró no extender la mano. Sus manos se flexionaron a los costados, pero
no la tocó. —Evaraine —Él captó su mirada y se negó a dejarla ir—. Dime qué quieres
decir.
—Quiero decir que tienes tu reino, Danric —Sus ojos le rogaban que entendiera—
. Siempre supiste que serías el heredero, y Garimore siempre ha tenido tu corazón.
Tienes a tu madre y a tu hermano. Si desapareciera de tu vida, continuarías —Tragó
saliva y apartó la mirada, y Danric vio que las lágrimas brillaban en las comisuras de
sus ojos—. Estoy al borde de no tener nada. Mi poder me ha impedido tener amigos
cercanos o relaciones. Se ha asegurado de que mi propio padre no me considere una
heredera adecuada. Siempre me han considerado más como alimento para el
matrimonio que como futura reina. Y ahora, incluso la supervivencia del Trono de mi
padre está en duda. Estas criaturas espectrales amenazan con destruir a la gente de
Farhall, incluso mientras Garimore está a punto de tomar su trono desde adentro.
Todavía creía que estaba sola. Y creía que Danric no la lloraría si moría.
—Danric, no sé qué hacer con nuestro matrimonio. Creo que estás tratando de
hacer lo correcto, pero no sé qué significa eso para ti. Todo lo que sé es que…—Su pausa
fue lo suficientemente larga como para que su miedo a su respuesta casi lo ahogara
cuando ella continuó—: No creo que pueda soportar perderte antes de saberlo —dijo
ella simplemente, levantando sus ojos esmeralda llenos de lágrimas hacia los de él—. Y
me temo que, si me acompañas en este viaje, no podré protegerte de los peligros. Ya
sean magos, espectros o simplemente el odio de mi gente que no entenderá por qué
elegí confiar en ti, no puedo cuidarte la espalda en todo momento y te necesito para
vivir —Un sollozo salió de su garganta con esas palabras—. Danric, solo necesito que
vivas.
No se detuvo a cuestionarse a sí mismo, simplemente cerró los últimos
centímetros de espacio entre ellos y pasó un brazo alrededor de su cintura, atrayéndola
hacia él y acunando su cabeza contra su pecho. —¿Crees que soy tan fácil de matar? —
murmuró, sosteniéndola lo más gentilmente posible mientras ella temblaba en sus
brazos—. Evaraine, he entrenado toda mi vida. Quizás no contra la magia, pero no soy
un joven tonto que se lanza a batallas que no está preparado para ganar.
Excepto quizás en el asunto del corazón de Evaraine. No tenía idea de si ella alguna
vez le daría ese regalo, pero eso nunca le impediría intentar ganarlo.
—¿Y de verdad crees que podría retroceder y verte caminar hacia el peligro sin
poner todo lo que tengo, todo lo que soy, a tu disposición?
Evaraine se puso rígida de repente, como si se diera cuenta de dónde estaba.
Rezando para que su impulsividad no hubiera pisoteado sus miedos, Danric dejó caer
los brazos y dio un paso atrás mientras ella buscaba su rostro.
—Danric, sé sin lugar a dudas que harías todo lo que estuviera a tu alcance para
defender mi vida —dijo en voz baja—. Pero eso... eso es precisamente lo que me asusta.
—Entonces…—mantuvo su voz tranquila, a pesar de su acelerado corazón—... ¿no
estás eligiendo para mí lo que temes para ti? ¿Obligándome a ver cómo te alejas sin
saber si volverás? ¿Ponerme al margen por tu miedo, sin tener en cuenta de lo que
podría ser capaz?
—No —Ella se alejó de él, la cara blanca, una mano sobre su boca—. Eso no es…
te juro que no… yo…
Ella paró. Se dio la vuelta y miró hacia el valle.
—Lo hago, ¿no? —ella murmuró finalmente—. Queridos dioses. Te estoy haciendo
exactamente lo que mi padre me hizo a mí.
Danric quería abrazarla de nuevo, para quitarle su miseria de alguna manera, pero
no era el momento. Su abrazo había nacido por impulso, y lo que ella necesitaba ahora
era certeza.
—Todo lo que pido —dijo—, es la oportunidad de cumplir mis promesas.
Cualquier cosa más, ahora y para siempre, depende de ti. Pero juré estar a tu lado.
Defenderte, cuidarte y respetarte mientras viva. Y tengo la intención de hacer eso, sin
importar lo que tu gente o la mía puedan pensar de nuestra decisión. Es posible que nos
hayamos casado por conveniencia política, pero hay una parte de nuestro matrimonio
que es solo entre nosotros, y esa es la parte que pido la oportunidad de honrar.
El viento se levantó y bajó silbando por los lados del cañón, alborotando el cabello
de Evaraine mientras permanecía en silencio, pensando.
—Si me dejas —le dijo a su espalda—, te seguiré.
—Sí —Se dio la vuelta con una mueca irónica y cansada en los labios—. Sé que lo
harás. Y me da esperanza al mismo tiempo que me llena de pavor. Por eso…
Él esperó.
—No intentaré detenerte —murmuró al fin.
El alivio lo recorrió, expulsando el frío helado del viento por un breve momento,
hasta que ella volvió a hablar.
—Pero, Danric, nadie más puede saberlo —Sus ojos le rogaban que entendiera—
. Tu identidad y nuestro matrimonio deben permanecer en secreto hasta que esta nueva
amenaza quede atrás.
—¿Qué temes? —preguntó constantemente.
—Mi gente realmente no me conoce —respondió ella—. Solo saben lo que han
oído y lo que mi padre les permitió creer: que soy débil, propensa a la enfermedad y al
silencio, incapaz de gobernar sin un marido. Saben bien que el rey no confiaba en mí
para ser su heredera, así que ellos tampoco se sentirán inclinados a confiar en mí. Si
deseo convencerlos de que crean en mi palabra sobre esta amenaza, debo mostrarles
un líder fuerte y confiado. Alguien capaz de guiarlos y tomar decisiones sabias.
—¿Temes que intente controlarte a ti o a tus decisiones? ¿Qué me aprovecharía
de su desconfianza y me apoderaría de Farhall obligándote a permanecer al margen?
—No —Su negación fue inmediata y alivió el dolor de su petición—. Has
prometido lo contrario, y confío en esa promesa. Pero necesito que mi gente me vea
como a mí misma antes de que me vean como tuya. Y eso nunca sucederá si creen que
estoy bajo la influencia de ti o de tu padre.
Por mucho que Danric odiara la necesidad de esconderse, su lógica tenía sentido.
—Si vienes a ellos como esposa del heredero de Garimore, te despedirán y me temerán
—estuvo de acuerdo.
—Sí —Sus hombros se hundieron aliviados por su aquiescencia—. Pero si te
tratamos como un guardia, nada más, es poco probable que sospechen de tu identidad.
Nadie en estos pueblos de montaña tendría motivos para reconocerte, y tu anonimato
nos protegería a los dos.
Su razonamiento era sólido y, sin embargo...
—Haré lo que sea necesario —le dijo Danric, cerrando la distancia entre ellos una
vez más—, siempre y cuando entiendas que no deseo seguir escondiéndome más
tiempo del necesario. Cualesquiera que sean los desaires e insultos que puedas llevar
del pasado, cualesquiera que sean las palabras que he dicho por ignorancia o amargura,
quiero que sepas que no me avergüenzo de nuestro matrimonio. O de ti.
Los ojos de Evaraine se cerraron de repente, y las lágrimas se filtraron de entre
sus pestañas para caer por sus mejillas. —Gracias —susurró ella—. Nunca sabrás
cuánto significa eso para mí.
Abrió los ojos y Danric levantó la mano para secarle las lágrimas. Pero mientras
su pulgar se cernía sobre su mejilla, una voz musical flotó a través del cañón.
—¿Evaraine? ¿Princesa?
—¡Lyria! —Evaraine saltó lejos de él tan rápido que casi perdió el equilibrio y cayó
de espaldas sobre la nieve.
Ahí. Caminando hacia ellos a través del crepúsculo había una mujer alta, de piel
dorada, que sonrió y saludó a Evaraine mientras su… cola se retorció donde se envolvía
alrededor de su cintura.
Ella tenía una cola.
Lyria era una huldra.
Desde que Danric era pequeño, había oído hablar de ellos solo como sujetos de
historias oscuras y peligrosas. Las huldra eran profundamente mágicas y tomaban la
forma de hermosas mujeres con cabello dorado y colas largas y sinuosas. Eran
conocidas por cantar canciones de tal belleza que nadie podía resistirse a ellas, y
aquellos cautivados por su música nunca más fueron vistos ni escuchados.
Tal vez debería tener miedo de este recién llegado, pero se había equivocado en
tantas otras cosas que parecía valer la pena esperar hasta que pudiera decidir por el
mismo.
—Hace frío y has estado angustiada hoy —dijo Lyria con naturalidad—. Tienes
que entrar. Esto es comida. Trae a tu marido y dile que no le cantaré ni le comeré —Su
sonrisa era amplia y brillante como la nieve bajo sus pies.
—Lyria, Danric sabe que no te lo vas a comer —dijo Evaraine con una especie de
cariñosa exasperación.
—¿Enserio? —La huldra lo miró con ojos de complicidad—. Pero tenía miedo
cuando me vio por primera vez. Y muchos humanos creen esas cosas sobre los de mi
especie.
—Me disculpo por mi reacción —dijo Danric, ofreciéndole un asentimiento
cortés—. Y les agradezco su hospitalidad. Sé que no hay razón para temer —Al menos,
esperaba que no lo hubiera.
—Oh, pero lo hay —murmuró Evaraine en voz baja, justo cuando Lyria se acercó
y le dio unas palmaditas en la cabeza con cuidado.
—Pero tú también tienes miedo —dijo la huldra con el ceño fruncido—. O tal vez
eso es vergüenza. ¿Esperabas besar a tu marido y te he interrumpido?
El rostro de Evaraine enrojeció y Lyria se echó a reír.
—Nunca temas, pequeña humana. Ven a casa y come, y luego encontraré un amigo
con quien pasar la noche. Entonces estarás sola para que le muestres a tu esposo cuánto
lo has extrañado.
—Eso no será necesario —se apresuró a decir Danric, justo cuando Evaraine
estalló en una negación horrorizada.
—¡No! Es decir... No hay necesidad de que te sientas incómoda en tu propia casa,
Lyria. Somos bastante capaces de discreción, se lo aseguro.
La huldra miró de Danric a Evaraine con una sonrisa maliciosa. —También mucha
discreción. Eso es lo que me parece que es el problema. Pero no debo interferir. Por eso
me iré, para que tus palabras y tus sentimientos puedan salir a la luz —Su expresión se
volvió más seria—. Siempre es mejor para esas cosas ser honesto. Libre. Solo las cosas
feas crecen cuando todo lo que compartes es silencio.
Evaraine le devolvió la mirada, sin habla, hasta que la mujer de cabello dorado
echó la cabeza hacia atrás con una risa encantada.
—Ven —dijo ella—. Hay comida y un fuego. Entonces, puede ser incómodo si lo
deseas, y dejaré que lo disfrutes.
Después de lanzar una última mirada mortificada a Danric, Evaraine se colocó
detrás de la huldra mientras los conducía a una de las pequeñas casas cerca de la cabeza
del cañón. Les sirvió la cena, encendió el fuego y le mostró a Danric el interior de su casa
antes de despedirse alegremente y salir por la puerta.
Dejando a Danric y Evaraine solos por la noche. En una casita diminuta.
Con una sola cama y multitud de preguntas sin respuesta.
Iba a ser un milagro si alguno de ellos sobrevivía.
Capítulo 10
Evaraine

De repente, Evaraine se encontró en la misma situación que había temido desde


el día de su matrimonio.
No, temido era la palabra equivocada. Pero desde el momento en que sus ojos se
encontraron con los de Danric después de su apresurada ceremonia de boda, supo que
este día llegaría y temía que llegara.
Había demasiado que no se habían dicho el uno al otro. Demasiado de lo que no
habían hablado antes, la incomodidad y las expectativas se agolparon y ocuparon casi
todo el aire de la habitación.
Sabía, desde lejos, por supuesto, que se casaría y que se esperaba tuviera
herederos. Incluso había anticipado que no conocería bien a su esposo en el momento
de su matrimonio, pero este era Danric.
Quien no la odiaba. Quien parecía haber abandonado su semblante severo y
desaprobador en algún lugar de Eddris.
Este Danric estaba callado, pensativo y... en realidad la había tocado, la consoló. El
rostro de Evaraine se puso rojo al recordar ese abrazo impulsivo, cuando él la había
abrazado como si fuera preciosa y le había demostrado que estaba dispuesto a apoyarla
sin dudarlo. Cualesquiera que fueran los sesgos y prejuicios a los que aún pudiera
aferrarse, ahora parecía decidida a al menos escuchar antes de hablar.
Incluso cuando había sido brusco, autoritario y tosco, lo había encontrado
inexplicablemente atractivo. Incluso cuando había sido su enemigo, se había
enamorado de él.
Así que, en nombre de toda Abreia, ¿qué se suponía que debía hacer ahora? Nadie
le había dicho nunca cómo manejar este momento. Incluso si ella estaba empezando a
creer que podría haber esperanza para su matrimonio después de todo, ella no estaba
lista para esto. No estaba lista para…
—Puedo oírte entrar en pánico —dijo Danric, sus labios fruncidos levemente
mientras estaba de pie frente a la chimenea, lo suficientemente cerca como para sentir
su calor—. ¿A qué le temes?
—No lo hago —respondió Evaraine, con los dientes ligeramente apretados. Se
cruzó de brazos y esperó—. De acuerdo, por favor —estalló finalmente—. No finjas que
no puedes sentir lo incómodo que es esto. Nos han dejado aquí juntos, solos, esperando
que nosotros…
Ni siquiera pudo terminar la frase.
—¿Importa lo que esperan? —Danric no parecía notablemente molesto por la
idea.
—No… pero importa lo que tú esperas —espetó ella.
—Y también importa lo que tú deseas, Evaraine.
Sonaba infinitamente paciente, maldita sea. Paciente, amable, comprensivo... —
No puedo hacer esto —Evaraine sabía que sonaba aterrorizada, pero su corazón estaba
acelerado, sus manos estaban sudorosas y sus rodillas temblaban.
—¿Hacer qué?
—¡No sé! —Y ahora sonaba ridícula, pero no quería ser ella quien lo mencionara.
No quería ser la primera en admitir que estaba pensando en la intimidad que viene con
el matrimonio. ¿No estaba pensando en eso en absoluto? ¿Acaso pensaba tan poco en
su matrimonio que tal eventualidad no se le había ocurrido?
—¿Puedo hacer una propuesta? —De alguna manera, todavía sonaba tranquilo.
Ella asintió—. Ven y siéntate frente al fuego, donde hace más calor. Podemos hablar.
Cuando nos cansemos, nos iremos a dormir.
Todos sus miedos y frustraciones de repente comenzaron a desinflarse, dejando
solo una especie de decepción vacía. ¿Y no era ese el sentimiento más ridículo y
contradictorio imaginable?
Lentamente, casi a regañadientes, Evaraine cruzó la habitación para pararse junto
a su esposo, sintiendo el calor del fuego en su rostro y la aguda conciencia de su
presencia a su derecha.
—Está bien —dijo ella—. Hablar.
Danric soltó un largo sonido que sonó mucho como un suspiro. —Evaraine, hoy
no es el momento de resolver todo lo extraño o desconcertante de nuestra relación. Nos
iremos de aquí pronto, y cuando lo hagamos, estaremos fingiendo no estar casados.
Probablemente sea lo mejor si nos acostumbramos a esa pretensión.
—No será una gran pretensión —murmuró, irritada por la sensación de que había
perdido una oportunidad—. No tenemos ni la más mínima idea de cómo actuar como
casados.
—Cierto —Su risa fue cálida, profunda y extrañamente reconfortante—.
Tendremos que resolverlo sobre la marcha.
—Bastante fácil para decir —Evaraine sintió el impulso de sonreír tirando de la
comisura de sus labios—. Pero para ti... Sé exactamente cuánto disfrutas lo inesperado
—Lo que quería decir, en absoluto.
—Ciertamente he experimentado un exceso de eso en las últimas semanas —
reconoció Danric con tristeza—. Aunque no todo ha sido malo.
—¿Volverías? —preguntó Evaraine de repente—. ¿Si pudieras? ¿A un tiempo
antes de que supieras algo de esto? ¿Antes de que descubriéramos que tu hermano es
un mago y tu madre está fingiendo y tu padre es un impostor? ¿Retirarías tu ignorancia
y seguirías viviendo la vida que siempre esperabas tener?
Danric se quedó mirando las llamas durante un puñado de respiraciones antes de
responder—: No lo haría —dijo pensativo—. Lo único que realmente lamento es que
me tomó tanto tiempo descubrir la verdad. Me avergüenzo, pienso, de mi ceguera. De
lo mucho que mi madre y mi hermano sufrieron solos. De lo fácil que fui manipulado —
Sacudió la cabeza—. Pensé que estaba siendo confiable y responsable, cuando en
realidad, solo era una herramienta conveniente para usar.
Una vez más, obedeciendo al impulso, Evaraine alargó el brazo y le puso una mano
suavemente en el brazo. —Tú no tienes la culpa de cómo ese hombre abusó de tu
confianza —le recordó—. Tampoco por no haber anticipado lo que hubiera parecido
completamente imposible. Ya era bastante difícil para mí creer que los Magos Espejo
existen, y Leisa ha sido mi guardaespaldas desde que tenía trece años.
—Lógicamente, creo que lo que dices es cierto —reconoció Danric—. Pero
siempre he estado demasiado orgulloso de mis habilidades. Demasiado desdeñoso con
las opiniones de los demás, creyendo que simplemente no entendían lo que era tener
tanta responsabilidad. ¿Es de extrañar que mi familia no sintiera que podían acudir a
mí con sus sospechas? Por eso, al menos, tengo la culpa, y solo puedo esperar que algún
día tenga la oportunidad de disculparme por completo.
Mientras Evaraine estaba allí, con la mano apoyada ligeramente en la manga de
Danric, se dio cuenta con un repentino destello de conciencia de que ella quería tocarlo
a cambio. Echaba de menos la sensación de contacto físico, el calor de la piel de otra
persona contra la suya. Desde que su madre murió, sólo con este hombre había
experimentado esa cercanía sin que la mancha de su poder suplicara ser liberada.
—Danric —comenzó vacilante, y en respuesta, él se giró para mirarla, poniendo
su mano sobre la de ella.
—¿Si, princesa?
Evaraine alzó la mirada hacia él y se maravilló del cambio. Sus ojos oscuros ya no
eran fríos y cautelosos, ya no estaban cargados de preguntas sin responder y el peso de
expectativas contradictorias.
—¿Podrías…? —Su voz se quebró, y toda su vacilación y vergüenza regresaron
rápidamente. ¿Cómo podía ella pedir tal cosa? ¿Y cómo podía asegurarse de que él no
lo malinterpretara
—Sea lo que sea, puedes hablar sin miedo —le aseguró.
Y ella podía, sobre la mayoría de las cosas. Pero esto era diferente. Había temido
todo contacto físico durante tanto tiempo que incluso el más mínimo contacto parecía
trascendental. Y ahora que lo sabía...
De repente, horrorizada, apartó su mano de la de él y dio un paso atrás.
—Danric —Metió las manos debajo de los brazos—, ¿no tienes miedo de que te
toque? ¿Ahora que sabes lo que soy?
Ella vio el amanecer de sorpresa en sus ojos, y luego comprensión. —No —dijo
con firmeza.
—Pero... puedo matar con solo un toque —gritó—. Esa es la naturaleza de mi
poder. Constantemente busca vida y me ruega que la tome. Por eso he pasado gran parte
de mi vida sola.
Ahora sabía que él no estaba en peligro por ella. Pero Danric solo sabía lo que
había visto: los cuerpos sin vida de esos tres asesinos Garimorians. ¿Cómo podría él no
temerle?
—No eres una asesina, Evaraine —Cerró la distancia entre ellos una vez más—.
Lo sé sin lugar a dudas. Cuando Melger estaba amenazando tu seguridad y tu reino,
podrías haber terminado esta guerra en un instante. Y si realmente hubieras querido
matarme, podrías haberlo hecho, hace semanas, sin que nadie lo supiera.
Estaban tan cerca ahora que Evaraine tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para
verle la cara. —Todavía podría —dijo en voz baja.
—¿Podrías? —Su mano se deslizó hacia arriba, tan lentamente que la hizo doler
de deseo. Y cuando el dorso de sus dedos finalmente rozó su mejilla, tan suavemente
que fue apenas más que un respiro, ella cerró los ojos contra el tormento. Ella quería
más.
—No —Su aliento dejó escapar un largo suspiro. Él confiaba en ella. Pese a todo,
él confiaba en ella, y era hora de ofrecerle a cambio un paso más de confianza—. La
verdad es que no puedo —Evaraine abrió los ojos y buscó su rostro—. Mi poder no tiene
interés en ti. Al principio me dejó perpleja, pero Yvane me dijo que se trata de confianza.
Parece que incluso cuando todavía éramos enemigos, ya sea que lo supiera o no,
confiaba en ti.
—¿Y todavía confías en mí? —preguntó, de alguna manera manteniéndola cautiva
con ese toque ligero como una pluma.
—Yo... yo sí —tartamudeó, sintiendo que la incomodidad comenzaba a surgir de
nuevo—. Pero, Danric…
Ella no podía decirlo.
Con infinita dulzura, sus dedos se curvaron alrededor de su rostro, su toque fue
un mero susurro contra su piel. —Evaraine. Respira. Aquí no va a pasar nada que no
quieras.
Las palabras que habían estado atascadas en su garganta finalmente se
liberaron—: Pero… estamos solos. Y sólo hay una cama —Cuando se dio cuenta de lo
que había dicho, Evaraine sintió que se sonrojaba más que las brasas de la chimenea.
—Cierto —respondió Danric con calma—. Pero somos adultos, y prefiero creer
que no carecemos por completo de inteligencia. Si no podemos llegar a una solución de
mutuo acuerdo para este problema, tal vez no deberíamos intentar gobernar reinos.
Cuando la risa finalmente brotó de lo más profundo de su pecho, Evaraine fue
incapaz de detenerla. El sonido salió de su garganta y terminó en un resoplido que
simplemente la hizo estallar de nuevo.
Y cuando Danric se unió a ella, la tensión finalmente se disipó, quedando solo ellos
dos. Amigos. Y eventualmente, cuando ambos estuvieran listos, tal vez descubrirían que
se habían convertido en algo más.

Era media mañana del día siguiente cuando finalmente estuvieron listos para
partir.
Aunque Evaraine estaba casi temblando de impaciencia, la velocidad con la que
partieron fue algo impresionante teniendo en cuenta todo lo que había que hacer.
Su grupo no estaba preparado para una caminata de invierno, pero Yvane les
regaló raquetas de nieve y provisiones básicas, e incluso equipó a Danric con varias
prendas viejas de Breven. Sus armas se habían quedado atrás en Eddris, pero Yvane
había podido conseguir una espada ligeramente oxidada y una daga útil de la que el
propietario estaba dispuesto a desprenderse.
Antes vestido con una camisa remendada, un jubón de cuero y un abrigo de lana
apolillado, el príncipe de Garimore parecía más un mercenario sin suerte que el
heredero de un trono. Pero después de mirarlo, incluso con el pelo un poco más largo y
la barba algo irregular en los bordes, Evaraine decidió que su marido podría ser
realmente más atractivo en este disfraz.
O tal vez simplemente lo encontraría atractivo sin importar lo que usará.
Al menos con su ropa nueva, encajaba perfectamente junto a su guía, uno de los
cazadores de la comunidad que había accedido a mostrarles el camino a la aldea más
cercana. Después, el cazador regresaría al valle oculto, dejando que el grupo de
Evaraine siguiera su camino solo con la información que pudieran obtener de los
lugareños.
Después de una cantidad impresionante de advertencias, instrucciones y
despedidas, además de un puñado de guiños de Lyria, su grupo de cuatro partió a pie.
Evaraine sabía que iba a extrañar la calidez y la camaradería de la pequeña
comunidad. Mientras seguía a Leisa a través de la entrada inferior del cañón, Evaraine
se encontró deteniéndose para mirar por encima del hombro, lamentando ya la pérdida
de su refugio temporal. Desde el interior de las paredes del cañón, era mucho más fácil
contemplar las pruebas y los peligros de un largo viaje de invierno. Allí afuera, el frío
mordisqueaba su piel expuesta y le recordaba lo lejos que tenían que llegar.
Pero esta misión no podía esperar, a pesar de los dolorosos sacrificios que se
hicieron en su nombre.
La separación de Kyrion y Leisa había sido la más difícil de presenciar: el abrazo
que habían compartido era más desgarrador de lo que cualquier palabra podría haber
expresado. Y después de que Kyrion cambiara a su forma de wyvern, lanzándose al cielo
con un grito desesperado, las lágrimas que brillaban en los ojos de Leisa hicieron que
Evaraine volviera a dudar de sí misma.
¿Cómo podía pedirle a alguien que soportara tal despedida? Ella ya albergaba sus
propios temores por su padre en lo más profundo de su corazón y sabía que Kyrion y
Leisa ahora albergaban ese mismo temor. ¿Qué pasaría si esta decisión significaba que
nunca se volverían a ver? ¿Qué pasaría si estuvieran sacrificando todo por un pueblo
que nunca conocería ni entendería ese sacrificio?
—No nos mates antes de que estemos muertos.
Evaraine volvió al presente con un sobresalto, para encontrar a Leisa de pie frente
a ella, sonriendo un poco a través de las lágrimas.
—Sé lo que está pensando —amonestó su antiguo guardaespaldas—, pero
estamos bien, Su Alteza. Sabemos lo que estamos destinados a hacer y no nos molesta.
—No te atrevas a usar 'Su Alteza' conmigo después de esto —dijo Evaraine con
fiereza—. Ahora somos hermanas, ¿recuerdas?
Leisa de alguna manera se las arregló para reír, incluso en medio de su dolor. —
Lo recordaré, hermana. Y mantendré mis responsabilidades sagradas. De ahora en
adelante, puedes esperar que pelee contigo por el último trozo de pastel, robe tu ropa
sin preguntar y me queje con cualquiera que escuche que a todos les gustas más.
Todavía estaba sonriendo y, sin embargo, inexplicablemente rompió a llorar de
nuevo.
—Espero que lo hagas —le dijo Evaraine, extendiendo la mano para acercar a su
hermana en un fuerte abrazo. Su poder se contrajo levemente, pero fue rechazado
fácilmente—. Como ahora juro hacer lo mismo por ti.
Su guía empezó a mover los pies con incomodidad, así que con una última mirada
de conmiseración, Leisa y Evaraine se alinearon y comenzaron a bajar por la ladera.
Era un camino empinado y traicionero, acentuado aún más por la nieve
acumulada, y Evaraine se obligó a dar pasos lentos y medidos para equilibrar el peso de
las provisiones atadas sobre su espalda. Leisa, justo delante de ella, avanzaba a grandes
zancadas sin aparente dificultad, mientras que Danric cerraba la marcha con su
presencia silenciosa pero reconfortante.
En poco tiempo, su camino se cruzó con lo que parecía ser un rastro de ciervos y
se abrió paso a lo largo de una ruta más protegida bajo la sombra de un acantilado que
sobresalía.
El cazador, Olver, se detuvo para señalar ladera abajo, donde un lago helado
esperaba en las profundidades de un valle prístino. —Allá abajo, cabeza del lago. Pueblo
de Aguas Profundas. Tienen un jefe de pueblo decente. Mantenga las rutas de
suministro funcionando durante todo el invierno, excepto la peor parte. Deberían tener
bastante suerte con la información y las provisiones.
Era lo máximo que había dicho hasta el momento, y resultaron ser las últimas
palabras que sintió la necesidad de decir hasta el final del día, cuando finalmente
emergieron de los árboles y se encontraron al borde del lago cubierto de nieve. Evaraine
acababa de dar su primer paso en la superficie cuando Olver extendió la mano y la
agarró del brazo.
—Espera —dijo bruscamente, e inclinó la cabeza como si escuchara.
El sol ya estaba bajo en el cielo y Evaraine estaba exhausta después del día de
viaje. Lo habían hecho a paso de tortuga, pero ella no estaba acostumbrada a caminar
tanto, y las raquetas de nieve la hacían arrastrando los pies con dificultad, lo que
requería incluso más energía que su modo de andar habitual. Y, sin embargo, tan
ansiosa como estaba por encontrar refugio, esperó, con la esperanza de que la
aprehensión de Olver resultara ser en vano. Rezando para que pudieran descansar una
vez que llegaran al otro lado del lago.
—¿Escuchan eso? —murmuró Olver, y Leisa se puso a su lado, con el ceño
fruncido oscuro tirando de su boca.
—Lo hago.
Perpleja, Evaraine escuchó con toda la atención que pudo, pero lo que fuera que
les había llamado la atención seguía eludiéndola. —No escucho nada —murmuró, con
una mirada perpleja a Danric.
—Exactamente —Leisa señaló la amplia extensión del lago helado—. Cualquier
sonido del pueblo se escucharía por millas en un día como hoy y, sin embargo, no
escuchamos nada.
Un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío se disparó claramente hasta los
dedos de los pies de Evaraine cuando finalmente comprendió el motivo de su inquietud.
—Entonces no podemos esperar —dijo con firmeza—. Si algo está mal, tenemos
que ir más rápido, no más lento. Además, si los espectros vinieron aquí, mientras nos
quedemos en el lago, no habrá ninguna posibilidad de que nos sorprendan.
Olver murmuró torvamente por lo bajo, pero sacó su daga y salió al lago.
Su arma no serviría de nada, y él lo sabía, pero tal vez le hizo sentir menos miedo.
Evaraine deseó tener algo a lo que aferrarse que sirviera para el mismo propósito, pero
su única arma era... ella misma.
Mientras caminaban, notó varias columnas de humo que se elevaban en el aire
desde el final del lago donde los esperaba el pueblo de Aguas Profundas. Al menos sus
fuegos seguían ardiendo. Tal vez todos simplemente permanecían en el interior. Pero
el cazador seguía murmurando por lo bajo, y él era el único de los cuatro que había
visitado el pueblo antes. Si creía que algo estaba fuera de lo común, probablemente lo
estaba.
El sol se hundió aún más mientras caminaban. Gran parte del lago se había sumido
en la sombra cuando llegaron al otro extremo, pero todavía había luz suficiente para
ver el diminuto grupo de casas cubiertas de nieve no lejos de la orilla.
Todavía salía humo de sus chimeneas, y los caminos estaban perfectamente
despejados. Sin embargo, aunque se acercaba la noche, ninguna luz brillaba por las
ventanas. Ningún farol iluminaba la plaza ni proyectaba sombras en la creciente
oscuridad.
—¿A dónde vamos? —preguntó Evaraine en voz baja—. ¿Hay algún tipo de posada
aquí? ¿O deberíamos buscar primero al jefe de la aldea?
Olver abrió el camino hacia la plaza vacía del pueblo, sus ojos moviéndose de un
lado a otro como si buscara en cada sombra la pesadilla que todos temían. Pero no
crujieron las alas, ni los ojos brillaron, ni las garras susurraron contra la nieve.
En cambio, una voz resonó desde el otro lado de la plaza.
—Declaren su negocio, viajeros.
—Soy yo, Galaan —Olver levantó ambas manos en un gesto apaciguador—. Solo
vi a algunos viajeros bajar de la montaña.
Un hombre voluminoso que vestía lo que parecían ser una docena de pieles
diferentes salió de entre dos casas, con un hacha en una mano y una linterna en la otra.
Levantó la linterna con el ceño fruncido hasta que confirmó la identidad de Olver, luego
hizo un gesto con la cabeza para que lo siguieran fuera de la plaza.
—Será mejor que salgamos a la luz —dijo bruscamente—. Hay cosas malas por
aquí. Nadie sale después del anochecer si sabe lo que le conviene.
Así que los espectros habían llegado, y la gente del pueblo se escondía temiendo
por sus vidas.
—¿Han hecho daño a alguien? —preguntó Evaraine ansiosamente, y luego se
arrepintió cuando Galaan le lanzó una mirada sospechosa.
—Sí, pero ¿qué sabes de las criaturas que nos preocupan?
—Nos encontramos con algunos de ellos... más arriba —terminó, sabiendo que
Yvane no querría que nadie supiera la ubicación de su comunidad oculta—.
Esperábamos advertir a todos a lo largo de nuestro camino, pero parece que es
demasiado tarde.
La mirada sospechosa de Galaan no disminuyó. —¿Por qué deberías convertirlo
en asunto tuyo? La mayoría estaría tomando sus talones y manteniéndose tan lejos de
tales criaturas como podrían ser manejadas.
Aquí estaba. El momento que Evaraine había estado temiendo y planeando. El
momento en que explicó lo que sabía y reveló su identidad. El momento en el que
prometió que la familia real de Farhall no dejaría que su pueblo sufriera y muriera sin
ayuda.
—¿Y cómo estás aquí, entonces —se preguntó Galaan en voz alta—, si te los
encontraste al aire libre? ¿Sacrificaste compañeros para escapar?
—No —protestó Evaraine, y luego se congeló, porque ¿y si estas personas no
tuvieran magos para ayudarlos? Una cosa era advertir a aquellos a lo largo de su
camino. Pero los espectros ya estaban aquí. ¿Qué pasaría si no hubiera nadie más para
enfrentarlos y la tarea recaía en ella? Incluso si no necesita explicar toda la verdad de
su poder, ¿estaba su gente realmente preparada para una princesa maga?
—No había necesidad de sacrificar a nadie —dijo apresuradamente, luchando por
palabras diferentes a las que originalmente pretendía—. Los espectros son vulnerables
a ciertos tipos de hechicería.
El hacha de Galaan bajó junto con sus cejas. —¿Espectros? ¿Así los llamas? ¿Y qué
tipos de magia? Tenemos una mujer sabia, pero sus talentos se centran más en curar y
saber qué hierbas son las mejores.
Evaraine intercambió una mirada de preocupación con Leisa. —Supongo que los
llamó espectros porque es a lo que más se parecen: una criatura fantasmal de un cuento
junto a la chimenea. Si tienen otro nombre, no lo sabemos. Pero sabemos que el fuego
mágico parece disiparlos —Ella no habló de su propio poder. No todavía. A pesar de sus
intenciones, el hábito del secreto era demasiado difícil de romper y las palabras no
salían.
—Sí, bueno, preguntaremos —dijo Galaan con un gruñido—. Puede ser que haya
alguien con el don que nunca pensó en mencionarlo. ¿Qué pasa con el fuego sin magia?
—No les gusta —dijo Evaraine con pesar—, pero solo los repele. No destruye.
—Sí, bueno, supongo que es bueno saberlo. Estamos agradecidos de que aún no
hayan encontrado un camino a través de paredes sólidas, pero no podemos
escondernos aquí para siempre. Hemos perdido a uno de los nuestros, y después de
escondernos de ellos, las criaturas se volvieron hacia nuestros perros y nuestro ganado.
Mis cazadores tienen miedo de cazar, y no nos atrevemos a buscar provisiones. Sin
ayuda, no sobreviviremos al invierno.
Danric habló inesperadamente—: ¿Has determinado cuándo y cómo cazan las
criaturas? ¿Hay alguna forma de evitarlos durante el día?
—Es cierto que prefieren la noche, pero también nos hemos encontrado con ellos
en otros momentos —dijo Galaan—. La única advertencia es que la oscuridad maldita
de los dioses la llevan como un manto, que es más fácil de ver durante el día. Eso, y los
animales no se preocupan por ellos. Pero no nos atrevemos a dejar que los pocos perros
que nos quedan nos adviertan.
—¿Cuánto? —preguntó Evaraine—. ¿Cuántos espectros hay?
—Al menos dos —Galaan negó con la cabeza—. Al menos, eso es todo lo que
hemos visto al mismo tiempo, pero ¿quién sabe? Podría haber un nido de ellos en alguna
parte, criando más. Si tan solo supiéramos de dónde vienen las cosas ignorantes, tal vez
tendríamos más suerte lidiando con ellas.
Eso era cierto. Necesitaban encontrar la fuente. Los monstruos no surgieron de la
nada, sino que incluso Kyrion se quedó perplejo ante su descripción.
—Nos quedaremos —dijo Evaraine con firmeza—. Y ayudaremos hasta que estas
criaturas sean destruidas.
—Disculpe —dijo Galaan con el ceño fruncido—, pero ¿por qué debería hacerlo?
Eres una extraña aquí, sin razón para que te importe lo que pase con nosotros. Nuestros
problemas son nuestros y nos las arreglaremos bastante bien.
Debería haberlo esperado, de verdad. La gente de la montaña era fuerte y
decidida, pero siempre habían desconfiado de los extraños. Y no había ninguna razón
para que la reconocieran de vista, incluso si conocían su rostro, no se parecía en nada a
una princesa con su atuendo actual.
Y, sin embargo, tal vez eso era lo mejor. Ella podría ayudar a su gente como un
mago anónimo, y no habría ninguna razón para que la conectaran con la misteriosa y
retirada princesa Evaraine.
—Por favor —dijo en voz baja—, déjanos ayudarte. Mi amiga y yo somos magos y
hemos visto lo que pueden hacer estas criaturas. No puedo imaginar dejar a nadie en
un destino tan terrible, no cuando tenemos la oportunidad de evitarlo.
—No sé de cuánta ayuda pueda ser —murmuró Leisa en voz baja—. Sabes que mi
magia no funciona de esa manera.
—La mía será suficiente —murmuró Evaraine—. Y puedes cuidarme la espalda.
—Bueno, aunque preferiría decirte que no —respondió Galaan con un suspiro de
cansancio—, no veré más vidas perdidas si puedo evitarlo. Acepto tu oferta, al menos
hasta que sepamos si hay alguno entre nosotros con la capacidad de luchar contra estas
cosas miserables.
Evaraine podría haber suspirado de alivio. Estaba a punto de agradecerle por
permitirles quedarse cuando vio que sus ojos se agrandaban y su boca se abría para
gritar.
Escuchó un grito de Danric y comenzó a girar, justo antes de que algo saliera
volando de las sombras y la golpeara por detrás.
Capítulo 11
Danric

No fue lo suficientemente rápido.


El impacto hizo perder el equilibrio a Evaraine y se cayó.
Danric alcanzó su brazo, pero falló, y solo un momento después golpeó sus rodillas
junto a ella, la punzada de miedo se convirtió en un dolor repentino e irregular en su
pecho. No pensó que ella se hubiera golpeado la cabeza, pero debería haber sido más
rápido, debería haber estado más cerca.
Después de hoy, nunca más daría por sentado a sus guardaespaldas. Todo había
sucedido demasiado de repente para que él reaccionara. Se volvió para ver qué estaba
mirando Galaan y algo salió volando de las sombras. Algo pequeño y blanco y…
—Ay —murmuró Evaraine, sentándose y quitándose pedacitos de nieve y hielo
del pelo, una bola de nieve.
—Proteger es un trabajo más difícil de lo que mucha gente piensa —dijo Leisa con
la comisura de la boca, seguida de una leve sonrisa—. Tienes que ser consciente de tu
entorno y el cuerpo que estás protegiendo en todo momento. No para los débiles de
corazón… o los que se distraen fácilmente.
Una justa recompensa por su fracaso. Esta vez solo fue una bola de nieve, pero ¿y
si hubiera sido algo peor?
—¡Trevon! —gruñó Galaan, mirando a la oscuridad detrás de Danric—. ¡No finjas
que no has sido advertido! Es demasiado peligroso aquí, y si sigues atacando a extraños,
algún día encontrarás a uno que te devuelva el golpe.
Una cabeza despeinada de pelo rubio apareció por la esquina, con los ojos muy
abiertos. —¡No quise hacer nada con eso, lo juro! —protestó.
—¡Este no es momento para juegos! —bramó Galaan—. No seré yo quien tenga
que decirle a tu abuela que te ha llevado uno de estos demonios, ¿oíste? ¡Ahora vuelve
a meter tu trasero dentro, y me ocuparé de ti más tarde! —Sacudió la cabeza mientras
el chico se alejaba corriendo—. Quiere unirse a la guardia, lo quiere. Sigue intentando
convencerme de que es bueno vigilando y puede ahuyentar a los intrusos.
—¿Cuántos años tiene él? —preguntó Leisa.
—Nueve.
Ella dejó escapar una risa triste. —Me imagino haciendo lo mismo, me temo.
—Eh, bueno…—Galaan se rascó la barba y dejó escapar un suspiro de
sufrimiento—...él vive con su abuela. Su madre está trabajando en Arandar, tratando de
llegar a fin de mes desde que murió su hombre. El chico quiere ayudar, pero no puedo
hacerle ver lo malditamente peligroso que es.
—No pasa nada —dijo Evaraine alegremente, con una sonrisa rápida y
ligeramente apenada para Danric. Probablemente tratando de afirmar que ella estaba
bien.
Sin embargo, no lo estaba. Se golpeó la cadera con fuerza, y notó que ponía menos
peso sobre ella cuando le permitió ayudarla a ponerse de pie.
—Ven por aquí entonces —Galaan levantó su hacha sobre su hombro y les indicó
que siguieran adelante—. No tenemos posada de la que hablar, pero mi esposa y yo
hospedamos viajeros de vez en cuando. Las damas pueden quedarse con nosotros y los
caballeros son bienvenidos al granero.
Lanzó una mirada en dirección a Danric. —Se cierra herméticamente, si eso te
tranquiliza. Esos malditos demonios no atraviesan las paredes, por la razón que sea.
En verdad, no tranquilizó su mente en absoluto. No quería estar en ningún lugar
donde no pudiera ver, o al menos oír, a Evaraine, pero ella se comprometió a no revelar
su relación. También parecía que no quería que su identidad se hiciera pública, por lo
que sería difícil explicar por qué necesitaba dos guardaespaldas.
Simplemente iba a tener que acostumbrarse a estos arreglos mientras durara su
búsqueda e intentar convencer a sus instintos protectores de que ella estaría
perfectamente bien. Después de todo, Leisa había estado cuidándola durante años, y era
probable que ninguna de estas personas quisiera hacerle daño, si ella era la única que
podría librarlos de los monstruos aterradores que acechaban en sus calles.
Pero por el momento, se cernía justo detrás del hombro de Evaraine mientras ella
daba sus primeros pasos vacilantes tras la estela de Galaan. Caminaba con una leve
cojera y escuchó un breve silbido de dolor, pero no dio ninguna otra señal de su herida.
Moviéndose a su lado, le ofreció su brazo, y aunque ella arrugó la nariz con
frustración, lo tomó.
—¿Qué tan malo es? —murmuró en voz baja.
—Aterrizó en mi cadera —dijo con un suspiro—. Esperemos que no esté tan mal.
Soy mucho mejor de lo que era; estar al aire libre me sienta bien, según Yvane, pero
nunca seré lo que llamarías ágil.
—Siento haberte dejado caer —se disculpó—. Debería haber sido más rápido.
—No estoy hecha de cristal, Danric —Ella le lanzó una mirada que de algún modo
era a la vez de reproche y diversión—. Y no era como si alguien pudiera haber esperado
un asesino de nueve años en medio de la plaza del pueblo.
Tal vez no. Pero, ¿y si hubiera sido un espectro? Evaraine no se dejaba intimidar
fácilmente, y se dio cuenta de que la preocupaban profundamente.
También habían hecho que un pueblo entero se atrincherara en sus casas y
asustaron a un cazador experimentado para que caminara de costado por campo
abierto. Aunque todavía no había visto uno, Danric decidió no bajar la guardia de nuevo.
Incluso si no hubiera nada que pudiera hacer contra un espectro, al menos podría
asegurarse de que Evaraine no estuviera en peligro.
—Danric —Ella tiró de su brazo y lo miró con ojos ansiosos—. Sabes que no
puedes protegerme de los espectros.
—Entonces, ¿tu magia también lee la mente? —preguntó, esforzándose por un
tono más ligero.
Pero ella no se distraía tan fácilmente. —Quiero que me prometas que ni siquiera
lo intentarás —suplicó—. Podrían matarte tan fácilmente. Ni siquiera tendría tiempo
para…
—¿Para qué?
¿Qué desearía hacer ella que no sería posible si él fuera atacado por un espectro?
Fuera lo que fuese, la hizo tartamudear un poco antes de quedarse en silencio
durante el resto del camino hasta la casa de Galaan, una pequeña cabaña de madera y
piedra en el lado del pueblo más alejado del lago.
Fueron recibidos por su esposa, Marthe, una mujer diminuta, parecida a un
duende, con cabello castaño rizado salvajemente, que llevaba un cucharón de sopa
sobre su hombro como si tuviera la intención de usarlo como un arma.
Marthe insistió en darles de comer y, mientras comían su sencillo pero suculento
estofado, Galaan se sentó en una silla, estiró los pies hacia el fuego y trató de fingir que
no miraba con el rabillo del ojo. Sin embargo, una vez que se terminó el estofado,
comenzó el interrogatorio.
—¿De dónde son todos ustedes, entonces? —preguntó—. Olver, lo sé —inclinó la
cabeza hacia su guía—, pero muy pocos forasteros se arriesgan a viajar por estas
montañas en invierno.
—Somos de Arandar —explicó Evaraine, con una mirada breve y preocupada a
Danric—. Estábamos visitando a unos conocidos en Eddris cuando escuchamos cosas
extrañas en casa. Estaba preocupada por mi familia, así que convencí a mis amigos para
que me acompañaran en el camino —Todo cierto, aunque un poco vago, notó Danric.
Evaraine nunca diría una mentira si pudiera evitarlo.
Galaan negó con la cabeza. —Un asunto terrible, eso, por lo que escuché. No es que
tengamos muchas noticias aquí, pero el último de los vendedores ambulantes que se
enfrentó a la nieve nos dijo que no queda mucho tiempo antes de que todo se
desmorone.
Danric vio que las manos de Evaraine se apretaban en su regazo. —¿Están a salvo
las personas en Arandar? ¿Qué más dijo el vendedor ambulante?
Su anfitrión se recostó en su silla y sacó una pipa. —Eh, es propenso a exagerar un
poco de vez en cuando, pero dice que hay un extranjero en el castillo, parece ser el único
que habla. El compañero afirma que Su Majestad está enfermo y necesita tiempo para
recuperarse, pero yo digo que se ha dado por vencido. Tal vez incluso muerto.
Estaba ocupado encendiendo su pipa, por lo que no vio cuando Evaraine palideció
y se congeló en su silla.
Leisa retomó la conversación en su lugar. —¿Qué les hace decir eso?
—Bueno, se dice que nunca ha sido el mismo desde que esa hija suya se fue.
Después de ese mal asunto con Garimore, allá por el otoño, se ha vuelto callado, ha
perdido interés en gobernar. Y no puedo decir que lo culpo. Lo difícil es, como padre,
saber que no puedes proteger a tu propia hija. Y como rey, supongo que no es más fácil
ver que tampoco puedes proteger a tu gente.
—Estoy segura de que no se ha dado por vencido con su gente —dijo Evaraine en
voz baja, con los hombros contraídos en una línea tensa y rígida—. Tal vez simplemente
esté enfermo, como sugirió el vendedor ambulante. Mi… Su Majestad nunca
simplemente abandonaría su deber.
Galaan se encogió de hombros y se inclinó hacia adelante para arrojar otro leño al
fuego. —Supongo que todos ustedes, siendo de Arandar, significa que pueden tener una
opinión diferente. Pero hablo como me parece, siempre lo he hecho, y digo que nuestro
rey nos ha vendido a todos para pagar su propia paz —Dio unas caladas pensativamente
a su pipa—. Tal vez pienses que soy desleal por decir tales cosas, pero nunca he sido un
hombre que siga a otro solo porque tenía un título elegante. Soy leal a mi reino, y
siempre lo he sido. Pero ahora…—Sacudió la cabeza, su boca frunció el ceño con
sombría resignación—. Ahora que nuestra princesa ha sido canjeada como moneda de
cambio, no somos más que vasallos de esa gente perezosa y con derechos de Garimore,
y muy pronto, se entrometerán en nuestros asuntos.
La espalda de Leisa se había vuelto rígida y recta, y sus manos se flexionaron
donde descansaban sobre la mesa. —Quizás el rey no sintió que tuviera otra opción.
—Eh, pero siempre hay una opción —respondió Galaan.
—Tal vez el rey Soren creía que este camino era mejor que la alternativa, mejor
que una guerra abierta que no podíamos esperar ganar.
—Sí, pero ¿rendirse sin luchar? —resopló Galaan—. Puede que no seamos tan
grandes o ricos como los otros Tronos, pero no somos débiles. Los Farhallers siempre
hemos estado orgullosos de nuestra independencia. Tal vez no haya guerra, pero los
Cinco Tronos están a punto de convertirse en cuatro. Quizá Su Majestad debería haber
preguntado si no preferiríamos una pelea a las condiciones que nos dará Garimore.
Tomando a nuestros hijos para sus ejércitos, cazando magos y toda la gente mágica...
Serán tiempos oscuros para todos los que no duerman profundamente detrás de los
muros de un castillo, no se equivoquen.
Danric hizo una mueca, pero ¿qué podía decir ante tal escepticismo? ¿Qué podría
decir alguno de ellos? Galaan podría estar equivocado acerca de Soren, pero no del todo
acerca de Garimore. Era absurdo sugerir que todos los Garimorians eran vagos, pero en
realidad se avecinaban tiempos oscuros si no encontraban una manera de contrarrestar
las ambiciones de Melger.
Marthe resopló desdeñosamente desde donde se había sentado cerca del fuego,
tejiendo en la mano. Como si tuviera algo que ver con gente como nosotros. Los
elegantes señores de Garimore pueden optar por jugar sus juegos con el rey y sus
nobles, pero no pueden verlos molestándose con nosotros, la gente de la montaña.

—Oh, pero lo harán —dijo Evaraine en voz baja y temblorosa, con los ojos en su
regazo—. Lo único que el Rey de Garimore quiere más que el control de los Cinco
Tronos es acabar con los magos dondequiera que se encuentren, ya sea en un palacio o
en una choza. Ha estado formando sus ejércitos. Y conoce a Farhall durante mucho
tiempo como un refugio para la gente mágica de todo tipo. Estará preparado y vendrá
por todos nosotros si no le hacemos frente.
Galaan levantó una ceja poblada y bajó la pipa por un momento. —¿Y cómo sabes
todo esto entonces? ¿Escuchan más de este tipo de rumores en Eddris?
—La familia de la señora tiene buenos contactos —intervino Danric, con la
esperanza de evitar que Evaraine diera una explicación. Tarde o temprano, le resultaría
más difícil ocultar su identidad sin mentir. Especialmente después de escuchar a su
padre descrito en términos tan poco halagadores.
—¿Y alguien en tu familia ha oído lo que ha sido de la princesa entonces? —
preguntó Marthe—. No puedo dejar de preguntarme acerca de la pobre querida. No es
que alguna vez fuera a ser reina, ya sabes, no con lo enferma que estaba, pero ahora no
tengo ninguna duda de que es un poco mejor que una prisionera. Por lo que sabemos,
la hacen dormir en las mazmorras y la alimentan con pan y agua —Hizo un cloqueo y
se inclinó sobre su tejido una vez más—. Y no puedo pensar que ese príncipe extranjero
la haga una esposa decente. Escuchas todo tipo de cosas horribles sobre lo que hacen
en Garimore.
Leisa habló rápidamente—: Estoy segura de que hay tanto rumor como verdad en
ese tipo de historias —Parecía un poco apretada alrededor de la boca, y sus dedos
temblaban.
—Bueno, y eso es lo que pasa por no hacer estos arreglos antes —Galaan volvía a
dar caladas cómodamente a su pipa—. Si Su Majestad hubiera llegado a un acuerdo con
uno de los otros Tronos, la sucesión se habría asegurado y no habría habido ninguna
causa para todos estos problemas con Garimore, ¿verdad?
Danric quiso ponerse en pie de un salto y gritar que no entendían.
Escucharon rumores, recopilaron verdades a medias y eligieron su propia visión
de las cosas basándose en una perspectiva que estaba muy alejada de las realidades de
los reinos, los tronos y la diplomacia. Lejos de las cargas de la responsabilidad de todos
los pueblos: ricos y pobres, nobles y granjeros, niños y abuelas.
Y realmente no veían a Soren y Evaraine como personas. No eran más que
nombres y rostros lejanos, extraños privilegiados de los que chismorrear, envidiar,
compadecer o culpar.
¿Qué dirían si supieran que la chica de la que hablaron con tanta lástima se
sentaba en su mesa, comiendo su guiso, rogando por la oportunidad de salvarlos de una
amenaza que no podían esperar vencer?
¿Qué dirían si supieran que el muy difamado Príncipe de Garimore también
disfrutaba de su hospitalidad? El mismo príncipe que les había robado a su princesa y
ayudó a lograr la subyugación de Farhall. ¿Ayudaría si les dijera que no estaba orgulloso
de ello? Ciertamente no ayudó en la oscuridad de su propia mente, cuando recordó
cuánto de la culpa por esta situación descansaba sobre sus propios hombros.
Afortunadamente, todos decidieron retirarse temprano. Olver murmuró algo
acerca de quedarse con un amigo y desapareció, así que mientras Marthe se ocupaba de
acomodar a Evaraine y Leisa en el diminuto segundo dormitorio, Galaan le mostró a
Danric el acogedor granero de piedra detrás de la casa.
—Odio dejar a alguien solo con tales criaturas —dijo con pesar—, pero mientras
no te aventures afuera, deberías hacerlo lo suficientemente bien. Los animales lo
mantienen más caliente de lo que crees, así que haz una cama donde quieras y vendré
a buscarte por la mañana.
Dicho esto, entregó su linterna y se retiró, dejando a Danric solo con tres vacas,
media docena de cabras y un puñado de gallinas. La mayoría de ellos lo ignoraron,
afortunadamente, ya que su experiencia con animales de granja se limitaba a los
caballos.
Una de las cabras lo miró siniestramente mientras se apropiaba de parte de su
montón de heno para hacer su cama, por lo que Danric le devolvió la mirada,
sintiéndose un poco tonto, pero no dispuesto a permitir que la criatura barbuda lo
intimidara.
Su enfrentamiento duró un momento o dos, pero cuando la cabra no pareció
dispuesta a atacarlo o acosarlo, Danric decidió que probablemente era inofensivo.
Aunque quién sabe, tal vez las cabras eran lo suficientemente astutas como para
esperar y atacar mientras dormía.
Acababa de acostarse en su cama y se disponía a apagar la lámpara cuando la
puerta de repente se sacudió y comenzó a crujir al abrirse.
Los espectros no abrían puertas. Al menos, no que nadie supiera, así que Danric
se conformó con levantar la linterna y agarrar su daga con la otra mano cuando una
forma sombría apareció en la puerta abierta.
—¿Danric? —El susurro era de Evaraine.
—No deberías estar aquí sola —gimió, guardando la daga y levantándose del heno
para ayudar a cerrar la puerta contra el viento que se levantaba afuera.
—Estoy lo suficientemente segura —le dijo, bajando su capucha y mirándolo
ansiosamente—. Los espectros no pueden hacerme daño, y esperé a que todos
estuvieran en la cama antes de escaparme por la ventana.
—¿Y Leisa te dejó?
Evaraine se encogió de hombros, incómoda. —O estaba dormida o eligió confiar
en mí.
Elegir confiar en Danric era lo que quería decir. No había forma de que un guardia
experimentado como Leisa no supiera exactamente lo que estaba tramando Evaraine.
—¿Qué es lo que no podía esperar hasta la mañana?
—Yo…—Ella se estremeció visiblemente—. Quería disculparme.
No era lo que esperaba que ella dijera. Danric sostuvo la linterna un poco más alto
mientras miraba fijamente su rostro. —¿Por qué?
—Por lo que dijeron... sobre ti y sobre los Garimorians —explicó.
—Probablemente nunca han conocido a nadie más de Garimore. Es más fácil odiar
a alguien que nunca has conocido y del que no sabes nada. Es más fácil creer lo peor
cuando no tienes que pensar en ellos como personas reales, personas que ríen, lloran,
aman y pueden lastimarse con palabras descuidadas.
Su disculpa fue genuina, al igual que su dolor. Las palabras frívolas de Galaan
sobre su padre, y sobre sí misma, debieron herirla. Y, sin embargo, aquí estaba ella,
disculpándose por algo que no era su culpa, porque estaba más preocupada por Danric.
—Fueron mis elecciones, mi camino lo que te trajo aquí, y lo siento —continuó—
. Si tanto no hubiera dependido de mi silencio, les habría dicho lo equivocados que
están.
—No estaban equivocados en todo —le dijo, bajando la linterna y alcanzando casi
instintivamente para tomar sus manos. Temblaban, ya sea por los nervios o por el frío,
así que las envolvió en las suyas para darles calor y, con suerte, comodidad.
Evaraine, milagrosamente, no se apartó.
—Pero se equivocaron contigo —dijo, esperando que ella pudiera escuchar su
sinceridad—. Y si tuviera una manera, les hubiera dicho eso. Les habría preguntado
cómo se atrevían a hablar tan alegremente de lo que no entendían. ¿Cómo se atreven a
lastimarte cuando arriesgarías tu vida para salvarlos?
Parpadeó rápidamente y miró sus manos. —No puedo culparlos por lo que no
saben.
—Tal vez no —reconoció—, pero eso no cambia el hecho de que yo quería.
—Gracias —dijo ella, una curva trémula apareció en sus labios—. Por preocuparte
lo suficiente como para enfadarte.
Le importaba mucho más que eso, pero no sabía si ella estaba lista para
escucharlo. El impulso de soltar sus manos y acercarla a él fue lo suficientemente fuerte
como para que él casi se rindiera, casi abandonó su decisión de mantener la distancia
durante el tiempo que su misión lo requería.
Pero por ahora, esto tendría que ser suficiente. Ella lo había buscado, no había
cuestionado su enfado por ella y permitió que su mano descansará en la de él sin
vergüenza. Esta profundización de su confianza fue un regalo inesperado, y uno que no
tenía la intención de socavar.
—Supongo que será mejor que me acostumbre a sus prejuicios —dijo con una
sonrisa triste—. Podemos estar aquí por un tiempo.
—Espero que no —Evaraine negó con la cabeza—. Tenemos tantos otros a los que
advertir. Tanto que hay que hacer. Aquí, al menos, tienen un líder fuerte y una
comunidad que se cuida unos a otros. Pero no todos los pueblos tienen tanta suerte, y
es esa gente aislada la que será presa fácil.
Danric no quería nada más que borrar esa mirada frenética y desesperada de sus
ojos. El que decía que ella y solo ella era responsable de cada vida en su reino, y cada
momento que se demoraran la perseguiría para siempre.
—Quizás —sugirió—, hay menos de estas criaturas de las que imaginamos.
—Pero no podemos contar con ello —dijo Evaraine con fiereza—. No hasta que
sepamos más. No hasta que averigüemos de dónde vienen y determinemos cómo evitar
que entren en nuestras tierras.
Danric la miró con cuidado. Era tan dedicada, tan ferozmente cariñosa, que la vida
de su gente significaba todo para ella. ¿Estaría dispuesta a considerar un enfoque
diferente, uno que podría costar algunas vidas a corto plazo, pero que al final salvaría
muchas más?
—¿No sería mejor, entonces, buscar su fuente de inmediato? —preguntó—. ¿En
lugar de viajar a cada pueblo individualmente? Tal vez nos perderíamos algunos, pero
su gente es resistente y encontraría la manera. Cuanto antes podamos detener a los
espectros en su origen, menos vidas se perderán al final.
—¿Encontrar una manera? —Evaraine repitió con incredulidad—. ¿Y cuántos
morirían mientras lo buscan? Danric, ¿cómo puedes hablar tan fácilmente de costos
cuando cada vida es el hijo o la hija de alguien? ¿Es la hermana de alguien o hermano,
madre o padre? ¡No es aceptable el nivel de sacrificio! —Sus ojos verdes llamearon con
ira, y sus manos se deslizaron de las de él para ser cruzadas bajo sus brazos a la
defensiva.
Él la había enfadado, precisamente lo que esperaba no hacer, pero ¿cómo no iba a
decirle una verdad simplemente porque era difícil?
—Evaraine, no hablo de sacrificios aceptables. Hablo de calcular el riesgo y la
recompensa de todo un reino, no solo de los individuos.
—Sí, tal vez así es como se hacen las cosas en Garimore —espetó ella—. Pero no
puedo cerrar mi corazón con tanta fuerza a los nombres y rostros de mi pueblo.
Sus palabras cortaron, profundas y sangrientas, justo en el corazón de su miedo
de que ella nunca sería capaz de aceptarlo por completo. Tal vez esas aprensiones
fueran justificables, tal vez las diferencias entre ellos nunca podrían salvarse realmente.
Pero eso no cambiaba lo que debía hacer.
—No te pido que cambies de corazón —insistió—. Solo para considerar que en
este momento, no importa cuánto desees lo contrario, no eres simplemente Evaraine.
No simplemente una mujer o un mago. Eres la única reina que tiene Farhall, y necesita
que pienses como una reina.
Ella dio un paso atrás, casi como si él la hubiera golpeado. —¿Qué quieres decir?
—Ella susurró—. Mi padre todavía está vivo. ¡Él es el rey!
—No —prosiguió Danric implacablemente—. Él no está actuando como el rey.
Iandred, cualesquiera que sean sus objetivos, no tiene en mente los mejores intereses
de su gente. Depende de ti para guiarlos. Y el líder que tu pueblo necesita en este
momento es el que estuvo en la sala del trono de su padre y desafió a un ejército invasor.
Lo último que quería hacer era recordarle ese momento, recordarle cuánto
derecho tenía a odiarlo. Pero esto era demasiado importante. No importaba lo que le
costara, solo podía esperar que ella finalmente llegará a comprender.
—Necesitan a Evaraine, a la que eligió aceptar un desagradable matrimonio de
conveniencia porque sabía que era la mejor manera de preservar su reino y su gente,
sin importar lo que le pudiera costar personalmente. Y necesitan a la Evaraine que se
enfrentó a una corte hostil en nombre de la alianza, luchando para preservar la libertad
de su pueblo incluso bajo las peores amenazas personales.
Pero Evaraine sólo se alejó más de él, su fría reserva la envolvió como un manto.
—La mujer de la que hablas realmente no existe —dijo—. No en la forma en que estás
pensando. Siempre tuve miedo. Siempre pensando en mí misma. Siempre con la
esperanza de que mi padre aprendiera a verme por lo que realmente soy, y que las
personas que más amo no sufran daño.
—Y ninguna de esas cosas está mal —le dijo Danric—. Pero aquí, hoy, nos
enfrentamos a un tipo de amenaza muy diferente. Una que no entendemos y no
podemos combatir con diplomacia. A menos que podamos encontrar de dónde vienen
estos espectros y detenerlos para siempre, terminaremos peleando para siempre,
aplastando a cada enemigo individual mientras más siguen llegando.
Finalmente la había empujado demasiado lejos.
—Hablas igual que Melger —acusó ella, con los ojos muy abiertos por el dolor y la
consternación—. No estás feliz con perseguir a magos individuales, tomaría nuestro
reino y trataría con ellos en la fuente. No importa cuántos deben sufrir y morir por sus
ambiciones.
El dolor de esa comparación debería haberlo puesto de rodillas. Pero no podía
darse por vencido. No todavía.
—Mi padre —dijo en voz baja—, hizo muchas cosas que deploro. Estaba cegado
por su odio a la magia, y su trato a los magos era indefendible. Pero por mucho que lo
odies, por más ciego que pueda ser... Evaraine, no siempre se equivocó.
Su cuerpo entero se puso rígido, y su rostro se congeló, sin color en el extremo de
su conmoción.
—No puedo…—Dio un paso atrás—. No puedo hacer esto—, susurró—. No puedo
quedarme aquí y…
Ella huyó, abrió la puerta y corrió hacia la noche sin mirar. No hacia la casa de
Galaan, sino hacia la calle oscura. Estaba enfadada y herida, pero ¿quién sabía lo que
acechaba en las sombras?
Danric maldijo: la oscuridad, los espectros y, sobre todo, a él mismo.
…y la siguió en la noche.
Capítulo 12
Evaraine

Un vuelo a ciegas llevó a Evaraine hasta el borde del diminuto pueblo, más allá de
donde se apiñaban las casas, hasta donde la brisa nocturna giraba y se arremolinaba y
le cortaba el aliento con sus dedos helados.
Nunca debería haber salido de su habitación. Nunca debería haber cedido al
impulso de disculparse con un hombre que no entendía, que nunca podría entender,
cómo se sentía ella.
Y ni siquiera fue su culpa. Ella lo sabía y, sin embargo, había soltado esas
acusaciones como flechas, directo al corazón.
Todo lo que había sido capaz de oír en ese momento era a Melger, a pesar de que
sabía mejor. Sabía que Danric no se parecía en nada a ninguna de las dos versiones del
rey frío y despiadado de Garimore.
—Recuerda —había suplicado la reina Portiana—. Promete recordar que Danric
no es su padre. Es un hombre, con su propio corazón, sus propias razones, su propio sentido
de la justicia.
Y Evaraine se lo había prometido. Solo para olvidar esa promesa en el momento
en que Danric no estuvo de acuerdo con ella. A su manera, simplemente había estado
tratando de ayudar. Pero tal vez eran simplemente demasiado diferentes. Tal vez no
había manera de que ellos realmente entendieran la perspectiva del otro.
Pero no había ningún "quizás" en el hecho de que ella le debía otra disculpa.
Levantando la cabeza, Evaraine empezó a dar media vuelta, pero la repentina e
inquietante quietud de la noche la atrapó. Nada se movía en la calle, e incluso la brisa
nocturna había desaparecido, dejando el aire pesado y muerto contra su piel. Las
estrellas brillaban frías y claras, y la luna arrojaba una luz despiadada sobre el suelo
cubierto de nieve, reflejándose en el espeso manto blanco que daba la ilusión del sueño.
Pero no todo fue a dormir. En algún lugar del bosque, un aullido solitario resonó
en la noche. Y allí, justo en frente de ella, debajo de los árboles en el borde del lago, un
par de ojos parpadearon y la miraron con una intensidad salvaje y concentrada. Alguna
criatura nocturna, sin duda, siguiendo su camino...
Excepto que esos ojos no reflejaban simplemente la luz. No había suficiente luz en
esas sombras para que se reflejaran, lo que significaba que brillaban con su propia
iluminación interior.
Un espectro.
Cada uno de sus sentidos se despertó y gritó alarmado y, sin embargo, parecía que
no podía dar una advertencia. Su lengua se había secado y sus labios se sentían como
hielo cuando los ojos comenzaron a moverse, no lejos, sino hacia ella. Evaraine se tensó
de miedo y anticipación a medida que se acercaban, pero sus pies también parecían
haber olvidado cómo moverse.
Un segundo par de ojos apareció junto al primero. Un tercero... Un cuarto...
Galaan dijo que se habían encontrado con dos. Pero Evaraine había visto por sí
misma cómo los espectros anhelaban a aquellos con magia. ¿Los había atraído la
presencia de Leisa? ¿Podrían más espectros haber seguido su rastro desde el valle
escondido?
La sensación familiar de maldad comenzó a crecer a medida que los ojos se
acercaban, todavía debajo de los árboles, pero casi hasta el borde.
—¡Evaraine, espera!
Su corazón tartamudeó en su pecho cuando escuchó esa voz familiar, seguida de
fuertes pasos.
—¡Danric, no, vuelve! —La voz de Evaraine finalmente se liberó, pero ya era
demasiado tarde. Como si sintieran la presencia de una comida, los espectros
emergieron de los árboles, sus verdaderas formas envueltas por un manto de sombra
malévola.
Pero no pudieron ocultar su hambre. Podía sentirlo extendiéndose delante de
ellos como dedos largos y fantasmales alcanzando, alcanzando...
Los pasos se detuvieron, pero solo por un momento antes de que la forma alta y
oscura de Danric apareciera a su lado.
—Son ellos, ¿no? —dijo sombríamente.
Había demasiados. Uno a la vez, Evaraine podía hacerlo, pero ¿cuatro? Necesitaba
ayuda y Danric no podía ayudarla. Él era el que anhelaban y, sin embargo, sabía que él
nunca la dejaría enfrentar sola esta amenaza.
Aun así, tenía que intentarlo. —Danric, por favor. Necesito que te vayas —dijo en
voz baja y feroz—. Consigue ayuda. Encuentra a Galaan, despierta a Leisa. Cualquier
otro mago en este pueblo. No puedo manejar estos espectros sola, y tú... Danric, te
matarán.
Por un momento, él no dijo nada, y ella casi podía escuchar sus dientes rechinando
en obstinada negativa.
—Mira, sé que quieres protegerme —suplicó—, pero...
Él puso una mano sobre su brazo. —Evaraine.
Ella levantó la vista. Estaba demasiado oscuro para leer su rostro, pero podía
escuchar una determinación férrea en su tono.
—No soy del todo tonto, sabes, no importa cuán a menudo parezca olvidar ese
hecho. Iré y advertiré a los demás. Mantenlos distraídos si puedes. Trata de no
involucrarlos a todos a la vez. Y por favor… —La mano de Danric se apretó alrededor
de su brazo—. Trata de no morir.
La oscuridad fluyó hacia adelante sobre la nieve, centímetro a centímetro,
mientras él permanecía allí mirándola. Quedaba muy poco tiempo antes de que los
espectros la alcanzaran, pero se tomó unos preciosos segundos para colocar su mano
sobre la de él donde descansaba sobre su brazo. —No moriré —ella prometió—. Ahora
ve.
Él se fue.
El corazón de Evaraine casi se derritió de alivio: él confiaba lo suficiente en su
palabra para hacer lo que le pedía.
Tal vez no se entendían del todo. Tal vez nunca lo harían. Pero, ¿podrían dos
personas realmente entender el corazón y las motivaciones del otro? ¿Era posible que
la confianza por sí misma fuera suficiente para superar sus diferencias?
Evaraine se volvió hacia los espectros con una extraña ligereza de corazón: su
esperanza se reavivó una vez más. Pero esa ligereza pronto se convirtió en plomo
cuando las formas aladas se desplegaron, extendieron sus garras y gemían en un
escalofriante coro. De alguna manera, sabían que se enfrentaban a un enemigo.
¿Podían sentir lo que ella era? ¿Sentían que ella tenía el poder de deshacerlos?
Tanto si podían como si no, Danric tenía razón: no se atrevía a enfrentarse a ellos
sola. Retrocediendo lentamente, un pie detrás del otro, Evaraine siguió andando hasta
que estuvo dentro de los límites del pueblo. La nieve bajo sus pies era desigual y
resbaladiza, pero de alguna manera no se cayó.
Las criaturas se acercaron... más... con sus garras por delante, casi lo
suficientemente cerca como para tocarla. Evaraine metió la mano dentro y soltó las
cadenas de su poder justo cuando escuchó el sonido de una puerta cerrándose de golpe.
Las voces se alzaron con miedo y consternación. Antes de que el primero de los
espectros pudiera alargar la mano para rozar los bordes de la falda de Evaraine, Leisa
apareció a su lado.
—Egad, pero eso es un espectáculo para dar pesadillas a un monstruo —murmuró
Leisa mientras miraba a los espectros—. Pero no tengo talento para el fuego mágico, así
que dime qué más puedo hacer.
—Fuego mágico es lo único que sé que funciona —murmuró Evaraine—. Aunque
pueden tener otras debilidades. Tengo mis propios métodos, pero dudo que funcionen
para ti.
Del bolsillo de su capa, Leisa sacó una pequeña caja plana de plata. —Pues bien,
—dijo con calma—, vamos a ver de qué están hechos.
Cuando abrió la caja, la superficie reluciente de un espejo se desplegó como por
su propia magia peculiar: capas brillantes como pétalos que se fusionaron para formar
un todo.
—Has aprendido más sobre tu magia —señaló Evaraine.
—Eso hice —Leisa le lanzó una mirada rápida, como si se preguntara si a Evaraine
le molestaría ver el nuevo alcance de su poder—. Un regalo de mi tío.
Había mencionado a su tío antes, y era una historia que Evaraine sentía una
profunda curiosidad por escuchar. Pero la hora del cuento tendría que esperar. Los
espectros se estaban acercando, su atención ahora en Leisa y su magia, y mientras
Evaraine se preparaba para encontrarse con ellos, solo podía esperar que todo lo que
Leisa había aprendido fuera suficiente.
El primer par de garras golpeó las faldas de Evaraine, y ella se echó a un lado,
alcanzando el contorno apenas visible de su ala. Agarrándose con firmeza, más con su
poder que con sus dedos, tiró, tal como lo había hecho en el valle con Yvane.
Pero esta vez, el extraño poder oscuro no respondió de inmediato. Se sentía como
si la mirara, no con hambre, sino con un tipo diferente de deseo, una fascinación
anhelante, como si lo similar llamara a lo similar.
—Ven —susurró, más en sentimientos que en palabras—. Te mostraremos otra
forma.
La llamada la golpeó y, por un momento, todo a su alrededor se detuvo mientras
se preguntaba: ¿y si pudiera mostrarle otro camino? ¿Y si esta criatura pudiera ayudarla
a dominar su poder? Y si…
Con un grito de furia y consternación, Evaraine cortó el vínculo invisible entre
ellos y atacó, liberando toda la fuerza de su poder contra el espectro desprevenido. Se
tensó contra su agarre, pero parecía débil, como si no se hubiera alimentado bien. El
soñoliento paisaje invernal tenía poco para cazar, y sus barreras estaban derribadas,
por lo que no podía hacer nada más que aullar en silencio mientras moría.
Evaraine se volvió inmediatamente para buscar a su próximo enemigo, pero su
atención se detuvo al ver a Leisa. La antigua guardaespaldas estaba de rodillas en la
nieve, frente a tres espectros con solo ese espejo brillante en la mano, un espejo que se
curvaba y fluía como si respondiera a su necesidad.
Lo que sea que Leisa pudiera ver, inclinó el espejo, se inclinó hacia adelante y lo
enfocó intensamente. La única advertencia de Evaraine fue un brillante destello de luz
del espejo, justo antes de que la nieve debajo de las formas oscuras de los espectros
estallara en llamas.
Sisearon y retrocedieron, pero no se disiparon.
—Maldición —Leisa hizo una mueca ante el brillo de las llamas, pero no
retrocedió—. Es simplemente un viejo fuego.
¿Había convertido la nieve en fuego y estaba decepcionada? Evaraine trató de no
distraerse imaginando lo que ese tipo de poder podría hacer en manos de los
inescrupulosos. Lo que ya estaba todavía haciendo...
Uno de los tres espectros restantes de repente se volvió y voló hacia ella, como si
no quisiera enfrentarse a las llamas. Evaraine lo enfrentó de frente. Este era más
sustancial, y sus garras la arañaron mientras sujetaba sus dedos alrededor de su...
¿garganta? ¿Tenía garganta? A veces no podía decir qué parte de la batalla se
desarrollaba en un plano físico y cuánto en uno mágico.
Estrechas líneas rojas florecieron en sus muñecas, y escuchó un grito detrás de
ella mientras arrojaba el espectro a un lado y le arrebataba la vida. Cada gota de su
poder oscuro y hambriento fluyó hacia ella, luchando por la libertad, dejando ese mismo
sabor acre y aceitoso en la parte posterior de su lengua mientras la retenía y permitía
que la forma del espectro se disipara.
A su lado, Leisa se había agachado y miraba de nuevo por el espejo mientras uno
de los dos enemigos que le quedaban flotaba lentamente alrededor de la barrera creada
por las llamas aún furiosas.
—Te tengo —susurró Leisa, y el espectro de repente se congeló. Sus ojos hundidos
brillaron más cuando los débiles contornos de su forma se estrecharon, más apretados,
con las alas pegadas a su cuerpo como para protegerse.
Un aullido casi inaudible atravesó el aire, tan agudo que Evaraine casi se tapó los
oídos con las manos. La sombra se hizo más profunda, más compacta, pero la sensación
de malevolencia solo parecía crecer. Leisa siguió mirándose en el espejo hasta que le
empezó a sudar la frente y le temblaron los brazos por el esfuerzo. Finalmente jadeó:
—No puedo aguantar mucho más —Y se desplomó hacia adelante sobre ambas rodillas.
Evaraine alcanzó la turbulenta bola de sombras y casi retrocedió ante la
intensidad de la oscuridad que atravesó su mente. Pero la criatura ya estaba dolorida,
ya confundida y decidida a repeler un tipo de ataque muy diferente. Requirió muy poco
esfuerzo agarrar el diminuto nudo de su energía y tirar, triturando los restos de su
forma y observando cómo se encogía y desaparecía.
Solo quedaba uno. De algún modo, Evaraine había perdido el rastro del último
espectro durante la batalla, y cuando miró de un lado a otro, escudriñando la oscuridad,
no pudo encontrar ningún brillo revelador. Tal vez si ella lo buscara de otra manera…
Cerrando los ojos, extendió su poder y... allí. Se estaba retirando. Huyendo del
lugar de la muerte de sus hermanos como un cobarde. O como una criatura con
suficiente inteligencia para saber cuándo fue golpeada.
Eso ya era bastante preocupante, pero Evaraine no estaba dispuesta a dejarlo
escapar. Si estaba en lo cierto acerca de su percepción de ella como su enemiga, el
espectro podría acechar cerca solo para regresar una vez que ella se hubiera ido, y no
podía permitirse demoras. Esto terminaba esta noche.
Tragando el repugnante regusto que se quedó en su garganta, fijó la ubicación del
espectro en su mente, abrió los ojos y lo persiguió.
—¡Evaraine, no!
Pero no había nadie más. A pesar de que el fuego de Leisa había resultado útil, aún
no podía destruir a los espectros por sí sola, y sus intentos la habían dejado
completamente agotada. Eso significaba que dependía de Evaraine, así que ignoró la
voz de precaución y siguió al espectro en la noche, pasando entre dos de las diminutas
cabañas de piedra antes de escalar un montón de nieve y deslizarse por el otro lado
hacia la orilla del lago.
La extensión helada se extendía ante ella, ancha y brillante bajo la luna, con solo
una voluta de sombra abriéndose camino a través de la superficie. Mientras se
tambaleaba hacia él, la cadera de Evaraine palpitaba de dolor por la caída anterior. La
capa de nieve fresca le pasó por los tobillos, haciendo un intento justo de hacerla
tropezar, pero apenas se dio cuenta, tan concentrada estaba en su presa.
Alguien la había seguido. Evaraine podía oír el sonido de pasos crujiendo a través
de la nieve, pero los ignoró, con el corazón acelerado cuando llegó al borde del hielo y
lo atravesó.
Estaba decidida a no fallar, incluso cuando reconoció que su búsqueda era casi
inútil. El espectro podía moverse mucho más rápido, y la distancia entre ellos se estaba
ampliando. Pero ella no podía parar. No podía rendirme. No cuando estaba tan cerca...
Un repentino destello azul casi la hizo tropezar, pero Evaraine no se detuvo hasta
que se dio cuenta de que la criatura inexplicablemente había cambiado de rumbo.
Estaba regresando, volando hacia ella a través del lago azotado por el viento, como si se
preparara para atacarla de frente.
Evaraine se deslizó hasta detenerse, se puso de pie y se preparó para recibirlo,
pero cuando reconoció su verdadero objetivo, ya era demasiado tarde. El espectro pasó
junto a ella, a solo un brazo de distancia de su alcance, concentrado en la figura oscura
que la había seguido desde el pueblo.
Un rayo de puro terror atravesó el pecho de Evaraine y gritó: —¡Danric, corre!
Con el corazón latiéndole con una mezcla repugnante de pánico y agotamiento,
Evaraine cambió de rumbo, esforzándose por ganar velocidad con un cuerpo que no
estaba acostumbrado a correr, que no estaba acostumbrado a ningún esfuerzo.
Y de alguna manera, en el extremo de su miedo, obedeció.
Pero todavía era demasiado lenta.
La sombra chocó con Danric, y cayó al hielo.
Un grito ronco brotó de la garganta de Evaraine y, tres pasos después, estaba allí.
Agarrando al espectro con las manos, con poder y con una furia hirviendo que hizo que
sus manos temblaran y oscureciera su visión, se lo arrancó y lo desgarró. En un
momento era una nube asquerosa de malevolencia en su mente, y al siguiente, se había
ido.
Su poder rugía, aullaba y rogaba por más, pero Evaraine cayó de rodillas junto a
Danric y palpó frenéticamente sus heridas. Por un pulso. Por cualquier indicación de
que había sobrevivido al ataque del espectro.
—Lo prometiste —susurró ella, mientras su corazón amenazaba con romperse
con el recordatorio de que él podía perderse tan fácilmente. Este frágil vínculo entre
ellos era tan precioso, tan nuevo, y podía ser arrebatado de ella en el espacio de un solo
respiro.
—Tú también.
Las palabras fueron tranquilas, pero Evaraine se vio obligada a taparse la boca con
una mano cuando un sollozo escapó de su pecho. Danric estaba vivo. Después de todo,
el espectro no se lo había robado.
Las lágrimas corrían libremente por su rostro cuando él se sentó, lágrimas nacidas
a partes iguales de agotamiento y profundo alivio. Y cuando levantó lentamente una
mano para acunarle la mejilla, a Evaraine solo se le ocurrió una cosa que decir.
—Te odio, príncipe Danric de Garimore.
—Mientras estés viva para odiarme, no me importa.
Su toque se demoró, y ella se inclinó hacia él sin pensar, colocando su propia mano
brevemente sobre la de él antes de bajarla a su regazo.
—Te dije que podían matarte, y me seguiste de todos modos. Prometimos
protegernos y cuidarnos el uno al otro, y, aun así, casi me obligaste a verte morir. ¿Te
detuviste a pensar en lo que me habría hecho si no pudiera salvarte? —Ella sintió un
escalofrío recorrer su cuerpo, pero su toque permaneció.
—¿Y cómo crees que me sentí al verte correr sola hacia la oscuridad? Hice los
mismos votos que tú y sabes que siempre cumplo mis promesas.
—Danric —La voz de Evaraine se quebró bajo el peso de su desesperación, y
respiró hondo, estremeciéndose, antes de continuar—. Es por eso que no quería que
vinieras. ¿Cómo puedo salvar a mi gente si el costo es perder a los que yo… —No pudo
decir esas palabras— ... ¿Los más cercanos a mí?
—Evaraine —La mano de Danric bajó para agarrar la de ella donde descansaba
en su regazo, y si ninguno de los dos estaba exactamente caliente, estaban más calientes
juntos que separados—. No nos casamos con la creencia de que resolvería todos
nuestros problemas, sino con la convicción de que esos problemas se enfrentarían más
fácilmente uno al lado del otro. Ya sea que lo entendamos como una declaración de
alianza política o sentimientos personales, el hecho es que nos elegimos uno al otro.
Ahora no podemos elegir cuál de nuestras dificultades personales compartir. Juro
respetar tu juicio cuando se trata de tus habilidades, pero también te pido que respetes
el mío cuando se trata de mis propias acciones. Es mi elección qué arriesgar para
mantenerte a salvo.
—Lo sé, pero Danric… —El corazón de Evaraine se desgarró en demasiadas
direcciones diferentes. Ella había prometido no hacerle lo que su padre le había hecho
a ella y, sin embargo, ahora sentía que finalmente podía entender. Aunque sabía que las
acciones de su padre estaban mal, sus razones de repente se hicieron claras.
Pero ella había jurado respetar las elecciones de Danric, tal como él había jurado
respetar las de ella. No importa cuánto le costara.
—Está es tu elección —reconoció en voz baja—. Lo siento. no te odio. Y lo siento
por lo que te dije antes. No eres tu padre, y lo sé, pero arremetí con miedo. Por favor
perdóname.
—Sé por qué lo hiciste —Danric entrelazó sus dedos con los de ella y le acarició el
dorso de la mano con el pulgar—. Y aunque no siento que sea necesaria una disculpa,
te perdono.
Su aceptación provocó una oleada inmediata de alivio, pero Evaraine aún sentía
la necesidad de ayudarlo a comprender. —Bien o mal, no puedo dejar de intentar salvar
a mi gente, Danric. No me obligues a hacer ese sacrificio.
—Nunca lo haré —dijo con seriedad—. Lo que elijas, sé que lo eliges con todo tu
corazón. Simplemente tendremos que encontrar una manera de salvar tanto a tu pueblo
y a tu reino.
Él entendía. De alguna manera, a pesar de todas sus diferencias, la entendía.
—Pero también deberías conocer mi corazón —continuó. La mano que no
sostenía la de ella se levantó para acariciar su mejilla una vez más, secando sus lágrimas
con un toque suave—. No estoy aquí por tu reino, ni por tu pueblo. Haré todo lo posible
para detener a Melger y trabajaré para evitar que Garimore conquiste ni un solo
centímetro de territorio porque eso es lo que exige mi honor. Te ayudaré a proteger a
Farhall porque es tu corazón, y siempre defenderé lo que más te importa.
El corazón de Evaraine latió con fuerza y se le secó la boca. ¿Qué estaba tratando
de decir?
—Pero la única razón por la que estoy aquí, en este lugar, en este momento, eres
tú.
Capítulo 13
Danric

Los ojos de Evaraine se abrieron tanto que Danric podía ver su expresión incluso
con la luz de la luna. La había sorprendido.
Tal vez esas palabras debieron haber esperado, pero esperar parecía demasiado
riesgo cuando él aún estaba temblando, tanto de frío como con los últimos susurros de
miedo por sus vidas. Y con algo de dolor. El no había salido completamente ileso de su
confrontación con esa extraña y terrorífica criatura de garras y sombras.
Que algo así siquiera existiera… lo aterraba, no solamente porque era un enemigo
con el que no podía pelear. Nunca se había interesado por depender de otros luchando
sus batallas, y ahora no tenía opción.
Pero también le aterraba por lo que significaba para Evaraine.
—Deberíamos… deberíamos regresar —dijo ella, tambaleándose para pararse—,
si puedes. Estás… ¿Estás herido?
—Sentí algo —admitió él, poniéndose de pie y tambaleándose un momento antes
de que su visión pareciera estabilizarse—, traté de bloquearlo, pero sus garras me
cortaron de todas maneras, aun cuando no eran del todo reales. Y entonces… por un
momento, no pude ver nada en absoluto. Era como si el mundo se hubiera vuelto oscuro.
Las manos de Evaraine estaban repentinamente en su pecho, su rostro, luego sus
brazos y el suprimió una reacción cuando sus dedos presionaron las heridas que el
espectro le había dejado. A pesar del dolor, su toque lo afectó hasta la médula.
—Estas sangrando —dijo ella frenéticamente—, Danric, ¿porque no dijiste algo?
Tenemos que regresar al pueblo.
—Mis heridas no son profundas —Trató de sonar seguro, aun cuando él mismo
no estaba seguro de que tan graves eran. Por el momento, sentía que podía caminar, y
esto tendría que ser suficiente.
Se dispusieron a cruzar el hielo, y por una media docena de pasos, todo parecía
estar bien. Evaraine seguía volteándolo a ver como si tuviera miedo de que se le fuera a
morir en cualquier momento, lo que debió haberse sentido sofocante.
Pero no era así. Su preocupación era un regalo, y una señal alentadora de que tal
vez su discusión anterior había sido olvidada.
Pero antes de que pudiera decidir si buscar confirmación de esa valoración o no,
ella simplemente colapsó. Un momento, estaba caminando con propósito a lado suyo, y
el siguiente, estaba tendida en el hielo como un bulto desplomado.
—¡Evaraine! —Se tiró de rodillas a su lado y tomó sus hombros, moviéndola para
que se recostara más cómodamente mientras él le buscaba heridas. Su recompensa fue
un quejido, al menos ella no estaba inconsciente—. ¿Te lastimó el espectro?
—No de la manera que estás pensando —murmuró ella, su cuerpo permanecía
inerte bajo sus manos—, yo solo… no sabía lo que pasaría al absorber tantos —
Inmediatamente después de decirlo, se estremeció, como si dándose cuenta de cómo
eso debió sonar en sus oídos.
¿Absorber? Tan solo un toque momentáneo había sido suficiente como para
trasmitir la naturaleza asquerosa de la existencia de esa criatura. ¿Y Evaraine lo había
consumido? Se cargó de horror al pensar lo que esto le haría a ella si continuaba en este
curso.
¿Qué tal si se veía forzada a enfrentar más de cuatro? ¿Qué tal si se llevaba a sí
misma más allá del punto de colapso en un intento por salvar a aquellos alrededor de
ella? Pero esa era una conversación para después. Quitándose de encima una fuerte
sensación de malestar, Danric pasó un brazo debajo de sus hombros y el otro bajo sus
rodillas y la levantó con cuidado del hielo. Las heridas en sus brazos le molestaban, pero
fuera de eso, él solo sentía una necesidad desesperante de ser más que sólo más peso
para que ella cargara.
—No —protestó Evaraine media dormida—, estás lastimado. Me siento un poco
mal, pero me recuperaré, te lo prometo.
—Entonces te recuperarás en una cama, con alguien cuidándote —dijo Danric
seriamente—, y cuando despiertes, discutiremos exactamente cómo te afecta esto y que
se puede hacer al respecto.
El esperaba que ella protestara, pero se había quedado inerte de nuevo, un peso
frágil y alarmante donde yacía pegada contra su pecho. Al menos aún respiraba.
Seguramente, si regresaba al pueblo, Leisa sabría cómo ayudarla. Él no la perdería. No
por esto.

Después de toda una vida entre personas que desconfiaban y temían de los magos.
Danric no tenía noción de qué esperar de Galaan y los demás una vez que vieran el
alcance del poder de Evaraine. Farhall había sido durante mucho tiempo un refugio
para magos, pero la existencia del pueblo de Yvane sugería que la situación no era tan
simple.
Así, tal vez él debió haber anticipado que la gente en todas partes eran
frecuentemente más o menos de lo que uno podría esperar. Siempre habría aquellos
que temían lo que es extraño y diferente, como fue evidenciado por los habitantes del
pueblo que se apresuraron para regresar a sus hogares cuando lo vieron regresar con
su salvadora en brazos.
Pero también habría siempre los que eran de espíritu generoso y con la voluntad
de aceptar que había espacio en el mundo para más de una manera de hacer las cosas.
Galaan y Marthe los alcanzaron en la orilla del lago, junto con Leisa, que tenía una
expresión ya llena de frustración antes de que notara la forma débil de Evaraine y
cerrara los ojos.
—¿Qué pasó? —demandó ella, cada línea de su cuerpo sugería que estaba lista
para embestir a Danric al suelo y quitarle a su princesa por la fuerza.
—Ella los venció —dijo él con tono neutro—, pero le costó. No sé cuánto. Esperaba
que tú pudieras decirme cómo ayudarla.
La postura de Galaan cambió a una de respeto cauteloso mientras los guiaba de
regreso a su hogar. Con una palabra tranquila, disperso a esos habitantes lo
suficientemente curiosos como para permanecer afuera y dirigió a Danric a acostar a
Evaraine en una cama angosta.
Danric se habría quedado a cuidarla, pero Marthe lo sacó, insistiendo en que ella
y Leisa podían encargarse de cualquier necesidad que la “joven dama” pudiera tener.
Galaan, mientras tanto, removió el fuego y le ofreció a Danric una taza de té antes
de sentarse lentamente en una silla y quedarse viendo las flamas.
—No sé qué es lo que ella hizo —dijo después de unos minutos de silencio—, pero
estamos en deuda. No hay duda alguna —Le echó a Danric una curiosa mirada rápida—
. ¿Alguna posibilidad de que tu grupo considere quedarse durante el invierno? Es un
camino difícil allá afuera, viajando entre tormentas, con la esperanza de llegar al
próximo pueblo. Consideraríamos un honor verlos alimentados y abrigados hasta la
primavera.
Danric no podía evitar cuestionarse si la oferta sería retirada si Galaan supiera a
quién le estaba dando asilo. Aun así, respondió sacudiendo la cabeza.
—Eso depende de ella, pero dudo que acepte quedarse. Le preocupa que haya más
criaturas por ahí y muy pocos con las habilidades para derrotarlos.
—Si —Galaan soltó un profundo suspiro—. Incluso aquí, los magos no siempre se
preocupan por anunciarse a sí mismos. Muchos están predispuestos a rechazarlos por
nada más que miedo. Y algunos dones son más fáciles de encontrar que otros. Es fácil
entender a una amable anciana que puede ayudar a que tus plantas crezcan, pero no es
tan fácil aceptar, por decir, un niño que puede ver tu futuro.
—Tú crees que hay más magos por ahí de los que sabemos, pero lo ocultan.
—Sí, incluso en Farhall.
Algo en su tono hizo pausar a Danric. ¿Sospechaba que Danric era de otro lado? La
ropa que había tomado prestada era indefinida, y había muy poca diferencia entre el
lenguaje de la nobleza que él podría fácilmente haberme confundido con un ciudadano
de Farhall, o incluso Eddris.
Pero si Galaan estaba empezando a sospechar, había aún más razón para
apresurar su viaje. Asumiendo que Evaraine se recuperara lo suficientemente rápido
como para regresar al camino.
—Creo que las damas estarán esperando continuar tan pronto como el clima lo
permita —dijo Danric bruscamente, esperando evitar preguntas acerca de su origen—
, eso es, si estuvieras dispuesto a señalarnos el siguiente pueblo. Olver sugirió que tal
vez podrías ayudarnos con un mapa.
Galaan asintió y pasó sus dedos por su barba reflexivamente. —Tal vez podemos
incluso hacer más que eso. El pueblo más cercano es Bell Hollow, no más que un
pequeño camino del río al sur. Pero tendrían que regresar después de eso, porque hay
una media docena de villas o así regadas por el camino hacia el norte. Yo podría abrirme
paso hacia Hollow con una advertencia, y dejarlos libres para ir al norte, provisto de
que la joven dama esté dispuesta a confiarme esa tarea.
Danric asintió agradecido. —Le preguntaré. Y gracias.

Y si, Evaraine estaba dispuesta, particularmente una vez que descubrieron que la
nieta de la anciana de la aldea era una maga en desarrollo con la habilidad de crear
Fuego Mágico, una tímida chica de quince años, había ocultado su habilidad de todos
con excepción de su abuela, pero se había probado ferozmente determinada a proteger
su pueblo una vez que se enteró de que era la única que podía hacerlo.
Y tal vez, reflexionó Danric, este era el punto de esperanza que necesitaban en
medio de la oscura presencia de los espectros. La gente se vería forzada a aceptar a
aquellos que habían rechazado, y a reconocer que había un lugar incluso para dones
que ellos no entendían.
Evaraine parecía reacia a hablar de que le dolía, solo le aseguraba a todos que se
le pasaría tarde o temprano una vez que volvieran al camino. Así que, a pesar de la
renuencia de Danric, en el momento en que estaba satisfecha de que el pueblo de Aguas
Profundas estaría a salvo, se encaminaron, los tres cubiertos en capas de pieles y
cargados con suministros adicionales que los agradecidos pueblerinos les obligaron a
tomar.
No les tomó muchas millas para que Danric notara que a pesar de las afirmaciones
de Evaraine en cuanto a su salud, había círculos oscuros debajo de sus ojos y una
cadencia lenta en sus pasos que no parecía deberse únicamente a los zapatos para la
nieve. La mirada de Leisa, también, parecía mantenerse en la princesa más veces que
no, pero la antigua guardaespaldas permanecía extrañamente en silencio, tal vez
preocupada por una frustración personal.
Era casi mediodía cuando Evaraine finalmente pareció lo suficientemente molesta
como para mencionarlo.
—Sabes que no estoy enojada contigo —habló a la espalda de Leisa, la cual se
tensó en respuesta—. ¿Así que porqué debes estar enojada contigo misma? Ya no eres
mi guardaespaldas, e incluso si lo fueras, ¿Cómo puedes culparte a ti misma por fallar
en detener una amenaza que ninguno de nosotros entiende?
Los hombros de Leisa cayeron antes de que volteara a verlos. —Pero soy tu
guardaespaldas por estas siguientes semanas. Por lo menos mientras seguimos
viajando juntos. Y va contra todos mis instintos verte forzada a defenderte a ti misma.
—No es solo eso —insistió Evaraine—, te conozco desde hace mucho. Puedo ver
que algo más te molesta.
Los brazos de Leisa se cruzaron fuertemente frente a su pecho antes de que
contestara. —Mi magia… se supone que es este terrible, temible poder. Y gracias a
Melgar, hemos visto cuán terrible puede ser. Pero sé que podría hacer mucho más con
él. Usarlo en formas que ayuden en lugar de lastimar. Pero hasta ahora, no he logrado
hacer mucho más que engañar.
—Sabes que tampoco estoy enojada por eso. —Evaraine remarcó suavemente.
—No, y ya hice las paces con lo que he hecho —admitió Leisa, su tono
suavizándose—. Kirion me enseñó a ver mi poder como un regalo. A confiar en mi
propio corazón y en mis amigos más cercanos para ayudarme a mantener ese poder
controlado, y así no ser tentada para usarlo para el mal. Pero quiero más —La
frustración apretó sus manos en puños—. Quiero ser útil. No quiero dejar que este
regalo sin desarrollar si hay alguna manera de que pueda cambiar este mundo para
mejorar.
—¿Y crees que yo no he hecho eso?
La barbilla de Leisa bajó —Creo —murmuró en dirección al piso—, que puede que
necesite encontrar a mi familia con más urgencia de lo que admití.
—¿Quieres decir a tu madre? —clarificó Evaraine. Leisa asintió ligeramente.
Evaraine se movió hacia enfrente para poner una mano en el brazo de Leisa—. Entonces
debes confiar en tus instintos, estaré encantada en ayudarte cuando sea que estemos
en posición de hacer el intento. ¿A menos que pienses que Kyrion tenga alguna
objeción?
—No —La voz de Leisa era firme—. El me apoyará en lo que sea que necesite.
Pero…
Cuando dudó por demasiado tiempo, Evaraine tomó sus hombros y la sacudió
suavemente. —¿Que? Sabes que puedes decirme.
—Le dije que él era mi familia ahora —dijo Leisa de golpe—, que su familia es mía.
Y es verdad los amo como si lo fueran. Así que ¿Cómo le digo esto? ¿Cómo me retracto
de esa promesa, y lo hago sentir como si la vida que me ha dado no fuera suficiente?
Danric sabía que no formaba parte de la conversación, pero no podía retenerse ya
de hablar. —Solo se lo dices —dijo directamente—, y confías en que él entenderá.
Ambas mujeres voltearon a verlo como si de alguna manera habían olvidado su
existencia.
—¿Solo se lo digo? —repitió Leisa—. Haces que suene como algo muy simple.
—Lo es, y no lo es —Se encogió de hombros—. Sé que hay muchos que me
consideran sin corazón, grosero y abrupto. Pero prefiero que aquellos a mi alrededor
entiendan mis pensamientos claramente. Entre más nos escondemos, más capacidad de
malinterpretar.
—Lo va a lastimar —dijo Leisa suavemente—, lo último que quiero es que sienta
como que no es suficiente.
—Y él va a tener que decidir por sí mismo como sentirse —contestó Danric—,
pero no rompe ninguna promesa que descubras que el mundo es diferente a como
creías que era. Lo dijiste tú misma, las palabras que dijiste aún son ciertas. Pero la vida
nos cambia, ya sea que lo queramos o no. El mundo nos mostrará cosas que nunca
pensamos posibles, y tenemos que decidir qué hacer con ellas. Tanto tu como Kyrion.
¿Y si te ama? Estos cambios no lo romperán.
Leisa lo consideró pensativamente por unos momentos amantes de soltar una
pequeña sonrisa en respuesta. —Bueno, hoy, el mundo definitivamente me ha
mostrado algo que nunca creí posible, sabios consejos de pareja del Príncipe Danric de
Garimore —Ella sacudió su cabeza como maravillada—. Te habría proclamado el menos
romántico en Abreia… y temo que habría estado equivocada.
Regresando al camino, ella comenzó a avanzar en busca del siguiente árbol
marcado a través de su ruta.
Pero Evaraine estaba aún observando a Danric.
—Si regresara solo un año —dijo repentinamente—, nunca habría imaginado o
creído que me encontraría aquí; viajando a través de las montañas en invierno, con
ustedes dos a mi lado. Y sí que he cambiado, casi más allá de ser reconocible, de la mujer
que alguna vez fui. Pero hay una cosa que no ha cambiado. Aún estoy plagada de una
pregunta que me ha obsesionado por años, y ahora me pregunto si alguna vez tendré
una respuesta.
Danric tuvo dificultades para respirar mientras esperaba sus próximas palabras y
buscaba en su cara alguna pista de sus pensamientos. Ella tenía razón sobre una cosa,
pocos de sus amigos anteriores la reconocerían ahora. Cubierta en pieles, con rosa
manchando sus mejillas y mechones de cabello castaño escapando de su capa, no se veía
nada como la princesa firmemente contenida que había parecido hace pocos meses.
Pero incluso entonces, la frágil apariencia externa de Evaraine había sido engañosa para
aquellos que no la conocían bien. Un corazón apasionado siempre había ardido debajo
de ese tranquilo exterior.
—¿Qué pregunta es esa? —preguntó Danric finalmente.
Su sonrisa en respuesta era irónica —Me temo que no soy tan valiente como tú.
No puedo encontrar el coraje para hacer mi pregunta en voz alta sin alguna idea de cuál
sería tu respuesta. Pero tengo la esperanza… tengo la esperanza de que un día seré lo
suficientemente atrevida como para decir esas palabras.
Y con eso, se volteó y continuó atrás de Leisa, dejando a Danric sintiéndose cómo
si lo hubieran tumbado de rodillas.
¿Qué cosa le había casi dicho? ¿Qué pregunta podría haber querido hacerle
durante tantos años? ¿Era algo como la pregunta repitiéndose en su propio corazón,
haciéndolo un mentiroso con cada respiro que tomaba?
Solo dile…
Había dicho abruptamente sin pensarlo, sabiendo que era verdad, pero reacio a
admitir que él había fallado en seguir su propio consejo. Incluso de joven, había vivido
sobre esas palabras, solo para dudar cuando más importaba.
El aún estaba escondiendo aquello que debió decirle a Evaraine hace semanas. Día
tras día, se seguía convenciendo de que era lo mejor, ¿pero lo mejor para quién
exactamente?
Él tenía la intención de mostrarle antes de decirle, de manera que sus acciones
respaldaran sus palabras. Pero ¿Qué tal si no era precaución lo que lo llevaba a esperar?
¿Que si no era más que cobardía?
Tal vez él dudaba porque era incapaz de ver un mundo en el que ambos fueran
libres de amarse mutuamente. Porque él estaba reacio a arriesgar que Evaraine
escogiera a su gente por encima de él. Y porque tenía mucho miedo de un futuro en el
que su matrimonio se convirtiera en un eco frío y distante de la relación de sus padres.
Si, tenía miedo. Miedo de que su pasado pudiera negarle lo que más valoraba.
Miedo de que sus muchos errores arruinaran su oportunidad. Miedo de que no era de
ninguna manera lo suficientemente bueno para la mujer que alguna vez rechazó
públicamente.
Tal vez, en una torcida manera, se había convencido a sí mismo de que sus
acciones servirían como algún tipo de expiación. Pero eso no era amor, era culpa.
Necesitaba decirle. Permitirle tomar su propia decisión. Porque como le dijo a
Leisa, Evaraine merecía la oportunidad de decidir por sí misma como se sentía.
¿Y si ella decidiera qué nunca podría amarlo? Él la amaría de igual manera.
Durante todo el tiempo que pudiera.
Capítulo 14
Evaraine

Su destino siguiente era el pueblo de Pine Falls, que estaba acomodada un tanto
riesgosamente en un hueco al pie de las faldas de un trío de colinas. Las cataratas que
daban el nombre al pueblo usualmente bajaban por una brecha pedroza entre dos de
esas colinas, pero la temporada era lo suficientemente fría como para convertir las
piedras en fantásticas esculturas de hielo.
Mientras pausaba para admirar las cataratas, el sol comenzó a descender detrás
de la colina del oeste, así que Evaraine se permitió solo un momento para observar la
preciosa cascada de témpanos. Podría haber felizmente seguido viendo por mucho más
tiempo, pero el cielo se estaba oscureciendo rápidamente, y pronto enfriaría demasiado
como para seguir con su camino.
Soñando ilusionadamente con una fogata tibia y una comida caliente, había dado
media docena de pasos cuando se dio cuenta de que sus compañeros ya no estaban
detrás de ella.
Danric seguía observando el hielo, mientras, detrás de él, Leisa hacía lo posible
por escabullirse entre los árboles, su enfoque en el camino que habían seguido sobre la
cresta.
Ella había visto algo. ¿Un espectro, tal vez? ¿Entonces porque no había alertado a
nadie más?
Pero antes de que Evaraine pudiera cuestionar el comportamiento de Leisa, ella
encontró la mirada de Danric, y él le señaló firmemente que se mantuviera en silencio.
Lo que sea que estuviera pasando, él y Leisa lo habían planeado juntos, y ese
pensamiento era casi tan desconcertante como la posible presencia de un espectro.
Unos momentos después de que Leisa desapareciera entre los árboles, un gritó
hizo eco abajo en la ladera, seguido por gritos y el sonido general de forcejeo.
En lugar de aparecer preocupado, Danric volteó a verla y se encogió de hombros.
—¿Que en nombre de toda Abreia está pasando? —demandó Evaraine.
—Nos estaban siguiendo.
—¿Desde cuándo?
—Leisa dijo que la mayor parte del día. No está segura exactamente cuándo
encontraron nuestro rastro, pero quien quiera que sea, están siendo cuidadosos de
mantenerse fuera de nuestro rango de visión.
Algo preocupada por los sonidos que aún hacían eco debajo de la colina, Evaraine
comenzó a retroceder, justo cuando Leisa emergió de entre los árboles con un firme
agarre en el cuello de un extremadamente indignado niño pequeño.
—¿Trevon? —dijo Evaraine sin aliento.
—Aparentemente —La expresión de Leisa era la más severa que Evaraine alguna
vez le había visto.
—¡Tu, déjame ir! — El niño forcejeando apuntó una patada determinada hacia la
espinilla de Leisa, la cual ella evadió fácilmente.
—No te voy a soltar hasta que te expliques —contestó ella severamente—. ¿Te
das cuenta que seguramente le diste el susto de su vida a tu abuela? ¡Probablemente
piensan que los espectros te atraparon! ¡Puede que haya amigos y vecinos fuera
buscándote en este preciso momento, arriesgando sus vidas para asegurarse de que
estés a salvo!
—No lo están —dijo el niño, barbilla en alto desafiantemente—, les dije a dónde
iba.
—¿Tu qué?
—Me levanté bien temprano y le dije a mi abue que dijeron que podía ir con
ustedes a Arandar. A ver a mi mamá.
—¿Y simplemente… te dejó?
Su respuesta fue murmurada hacia la bufanda enrollada alrededor de su cuello.
Las cejas de Leisa se juntaron peligrosamente. —Tu solo se lo gritaste, ¿No es
cierto? Y corriste tan rápido que ella no tuvo tiempo de contestarte.
—Bueno, ella no dijo que no —contestó el niño defensivamente—, y además, ya
no puedo regresar. No por mí mismo. Algo malo me podría pasar.
Leisa parecía estar pidiendo paciencia, mientras Danric veía al niño con
indisimulada desesperación.
Evaraine bajo su rostro a sus manos y suspiró tan profundamente que terminó en
un tipo de quejido ahogado. ¿Qué podían hacer ahora? No podían escatimar el tiempo
de regresar al niño, pero, quién sabe lo que la pobre gente de Aguas Profundas pensaban
de su ausencia. ¿Sospecharían que Evaraine lo secuestró? ¿Enviarían un equipo de
búsqueda para regresarlo?
—No podemos costear retrasos —dijo desesperanzada—, tendrás que venir con
nosotros hasta Pine Falls, y entonces decidiremos qué hacer contigo.
—Bueno, no voy a regresar —dijo el niño, cruzando sus brazos sobre su pecho—,
mi mamá siempre dijo que enviaría por mí una vez que tuviera trabajo, y posiblemente
solo no ha tenido oportunidad.
Espera, ¿En verdad pensaba que iban a Arandar? ¿Qué le había dado la idea?
—Creo que cometiste un error —dijo Evaraine, tan amablemente como pudo
lograrlo bajo las circunstancias—, no vamos a Arandar. Estamos viajando para
advertirle a los otros pueblos de los espectros.
Confusión cruzó el rostro del niño —Pero tu dijiste…
—Estaba escuchando —Danric le lanzó a Evaraine una mirada sombría que
sugería que lo había averiguado—. Le dijimos a Galaan que éramos de Arandar. Trevon
debe haber escuchado esa conversación y pensó que íbamos camino a casa.
Era una complicación que simplemente no necesitaban, pero no había nada que
pudieran hacer por el momento. El sol estaba bajando, y el frío había empezado a
sentirse más agresivamente, incluso a través de las muchas capas de piel de Evaraine.
—Simplemente tendremos que ir a Pine Falls y encargarnos de esto en la mañana.
Leisa soltó el cuello de Trevon con un molesto gruñido, y el muchacho respondió
sacudiéndose y echándole una mirada de puro odio.
—¿Necesitamos sostener tu mano, o aceptarás seguirnos sin discutir?
—No soy un bebe —replicó el niño bruscamente—, y tengo claro que no debo
quedarme fuera después de oscurecer.
Danric le echó una mirada fija e intimidante. —Si no eres un bebe, entonces
deberías tener en claro no asustar a la gente que te ama. No son las acciones de un
hombre huir sin decir una palabra y dejar a su abuela desprotegida. No es la acción de
un hombre forzar a otros a buscarlo incluso en medio de un gran peligro.
Trevon comenzó a verse ligeramente avergonzado.
—Ahora ven, y si prefieres no ser tratado como un bebe, tal vez puedas aspirar a
mostrar más madurez a través de tus acciones.
Un sonido sospechoso de Leisa captó la mirada de Evaraine. Rápidamente se
volvió obvio que estaba expidiendo un gran esfuerzo por contener la risa.
—¿Tienes algo que agregar? —dijo Danric malhumoradamente.
—Solo que lograste eso de manera bastante natural —respondió Leisa
inocentemente—, casi como si hubieras considerado lo que sería tener hijos propios.
Evaraine bendijo el abrigo que escondía sus mejillas y se volteó ágilmente para
continuar su camino bajo la ladera.
Toda esa situación había sido lo suficientemente mala sin agregar vergüenza. Si
esto se ponía peor, ella podría verse forzada a repensar su declaración de sororidad.

Afortunadamente, no faltaba mucho para Pine Falls, y llegaron a la orilla del


pueblo justo al caer la noche.
Evaraine estaba casi tambaleándose de náusea, cansancio y preocupación, pero se
rehusaba a demostrarlo mientras se hacía camino hacia la pequeña posada en la orilla
de la ciudad. Si ella se quejaba, Danric probablemente solo trataría de cargarla de nuevo,
lo que solo provocaría que Leisa se mofara más.
Sin mencionar que, complicaría sus esfuerzos por esconder la verdad de su
relación con Danric. Cualquiera que esa verdad pudiera ser.
Su esposo se había mantenido mayormente en silencio y retraído desde su
conversación en el camino. Desde que no había sido capaz de preguntarle cómo se
sentía. Desde el momento en que ella había fallado en decirle la verdad en su propio
corazón.
Solo dile…
¿Pero cómo? Evaraine no sabía de ninguna regla de cómo ir y decirle a su esposo
que lo amaba. O de cómo proteger su corazón si él no sentía lo mismo. Lo que parecía
casi seguro. Él se preocupaba por ella, por lo menos. Ella sabía que la respetaba
enormemente, y estaba comprometido con su seguridad. Pero si él la amaba, ¿No se lo
habría dicho ya?
Nadie parecía estar paseando por las calles del pueblo después de oscurecer,
aunque el brillo de las velas o lámparas podía verse a través de las ventanas de aquellas
casas lo suficientemente afortunadas como para tenerlas. La mayoría de los umbrales
estaban completamente libres de nieve, y el camino entre ellos parecía bien caminado.
La posada, en contraste, era oscura y herméticamente cerrada, con nieve apilada
en el estrecho pórtico y sin nuevas huellas yendo y viniendo de la puerta principal. Si
Galaan no les hubiera dicho explícitamente dónde encontrarla, seguramente la habrían
simplemente pasado de largo.
Evaraine por poco expresaba su recelo, pero Danric comenzó a golpear la puerta
con un impresionante volumen e insistencia para un hombre que había estado en
silencio y retraído desde el mediodía.
Sus esfuerzos finalmente produjeron a una mujer mayor de rostro sombrío y
cabello gris descuidado, quien los admitió con obvia oposición a un cuarto casi tan
inhospitable como lo sugería el exterior. La sala común de la posada era poco más que
un pequeño salón con unas cuantas mesas, media docena de sillas apiladas en una orilla,
y una chimenea de piedra que emitía una casi imperceptible cantidad de calor.
—Normalmente no tenemos viajeros durante el invierno —refunfuñó la mujer
malhumoradamente, poniendo su linterna en la mesa y poniendo su chal sobre sus
hombros con una respiración irritada—, la mayoría de la gente aquí se quedan
decentemente en casa, excepto por traperos, cazadores y ese tipo. ¿Supongo que
ustedes pueden pagar?
Una ceja contrayéndose, Leisa soltó un puño de monedas en la mesa y vio con
desagrado como la mujer manoseaba el bulto antes de soltarlos en su bolsillo con un
satisfactorio movimiento de cabeza.
—Eso bastará —dijo ella—, para las camas. Necesitaré más para alimentarlos, y
sin cena hoy. El fuego ya está cubierto y no tengo inclinación para desperdiciar tanta
madera.
—Estaremos bien sin cena, gracias —dijo Evaraine fríamente, a pesar del pequeño
sonido de protesta de Trevon—, sin embargo, hemos estado viajando todo el día, y
estamos mojados y fríos. Suficiente madera para el fuego en nuestras habitaciones no
debería ser mucho pedir.
La mujer frunció el ceño fuertemente, pero al final asintió —Solo dos habitaciones
para su grupo. No estaré gastando madera en gente elegante y sus manías quisquillosas.
Y lo cargarán ustedes, de la pila de atrás. No tengo ayuda durante el invierno, y no sacaré
estos huesos viejos al frío para esas cosas.
—Yo la traeré —Danric bajó su maleta al suelo—. ¿Dónde está la pila de madera?
—Yo ayudaré —murmuró Trevon, consiguiendo una mirada sospechosa de la
anciana mientras apuntó a un pasillo que salía hacia la parte trasera de la posada.
—Hacia allá. Pero será mejor que lleves luz, o no podrás ver la nariz que tienes
enfrente de la cara.
Con un movimiento de su cabeza, indicó una lámpara apagada descansando en el
mantel. —Y esa es la única extra que tengo, así que asegúrate de no romperla, ¿me
escuchaste?
Evaraine de alguna manera logró tragarse todas las respuestas sarcásticas
mientras Leisa agarró la linterna, la encendió usando un palillo de madera, y siguió a
Danric y Trevon por el oscuro pasillo hacia afuera. Regresaron rápidamente. Tanto
Danric como Trevon cargando una generosa carga de madera ligeramente cubierta de
nieve.
—Excelente —Si Evaraine sonaba un poco más entusiástica de lo que la situación
requería, era probablemente por su alivio de ya no tener que estar a solas con su
malhumorada anfitriona—. Ahora, si nos dirigiera a nuestras habitaciones, aspiraremos
a no ser de más molestia para usted esta noche.
La mujer resopló, pero señaló un estrecho pasillo que seguía la parte opuesta del
salón. —Solo hay tres habitaciones, no hace diferencia para mi cuales escojan. Hay ropa
de cama en cada habitación, así que pueden hacer sus propias camas. Y recuerden,
mantengan las hogueras pequeñas, y no se queden quemando las velas toda la noche.
—Pero no quiero compartir el cuarto con ella —insistió Trevon, señalando a Leisa.
—Compartirás conmigo —contestó Danric tranquilamente, logrando una mirada
confusa del muchacho.
—Pero tu estas casado con ella —Y esta vez, estaba inequívocamente señalando a
Evaraine.
Se quedó congelada. ¿Cómo podría saberlo?
—¿Casados, ustedes? —La mujer vio a uno y luego al otro—. Entonces tal vez solo
un fuego. Las camas son lo suficientemente pequeñas, ustedes dos no deberían
necesitar uno —Con un carraspeo final, pisoteó al irse, llevándose su linterna con ella,
dejando a Evaraine, Danric, y Leisa mirándose mutuamente en incómodo silencio.
—Vamos, entonces —Leisa agarró la parte de atrás del cuello de Trevon de nuevo
y lo jaló hacia ella—. Vamos a compartir de igual manera. Y soy exactamente tan
malvada como crees que soy, así que es mejor que te comportes si esperas que te
alimente.
Encendió otro palillo, luego le entregó la lámpara a Evaraine y desapareció por el
pasillo, seguida por un Trevon refunfuñando nefastamente. Evaraine escuchó el sonido
de la puerta más cercana abriéndose, luego cerrándose.
Ella y Danric se quedaron viéndose mutuamente en el ya vacío salón, su cuidadosa
pretensión en caos.
—Debe haberse estado escabullendo escuchando todo lo que decíamos esa noche
—dijo Danric con arrepentimiento—, cuando estábamos en el granero, creo que
mencioné matrimonio.
Lo había hecho. Y ahora, este pueblo entero sabría la verdad antes de que Evaraine
pudiera ganar su confianza.
Pero tal vez no haría mucha diferencia —Nadie en Aguas Profundas me reconoció
—señaló—, tal vez nadie lo hará aquí, tampoco. Estaba lo suficientemente recluida
como para que muy pocos fuera de la corte tuvieran mucha idea de cómo me veo.
—Tú ya conoces mis sentimientos al respecto —dijo Danric—, así que cumpliré
con tus deseos.
—Hah —refunfuño Evaraine—, no es como que mis deseos tengan mucho que ver.
No cuando tenemos un incorregible fisgón en nuestras manos.
Pero Danric solo sonrió, repentinamente viéndose más feliz de lo que se había
visto en todo el día. —Creo que tal vez termine sintiéndome agradecido con el pequeño
rufián.
—Oh ¿De verdad?
Él se encogió de hombros —No me gusta cuando estamos separados. Desde
Riverhaven. Gracias a él, no me tengo que preguntar si estás en peligro mientras
duermes.
Evaraine se quedó sin aliento.
Parado ahí en la luz de la lámpara, sin rasurar y desaliñado, usando ropa parchada
y desgastada y viéndose como cualquier cosa menos como príncipe, su esposo de alguna
manera nunca se había visto tan perfecto.
—No —murmuró ella—, no tienes que hacerlo.
Tal vez no sería tan malo. Porque mientras parte de ella deseaba que pudieran
mantener su relación en secreto por cuestión de seguridad, otra parte de ella estaba
innegablemente feliz.
Aun cuando no estaba lista para admitirlo, ella también lo necesitaba cerca.
—Deberíamos intentar dormir un poco —dijo ella, en el tono más normal que
pudo lograr, entonces volteó y guió el camino por el pasillo hasta la última puerta.
Cualesquier palabras que cruzaran esa noche, ella no tenía ninguna intención de
permitir que Trevon los escuchara.
Pero después de que entraron a su habitación, en realidad no hubo palabras
dichas por lo que pareció una eternidad. Era como si la incomodidad descendiera una
vez más en el momento en que la puerta se cerró tras ellos.
Danric se ocupó comenzando un fuego, el cual escupió y humeó por un rato hasta
que finalmente agarró e iluminó toda la habitación con su alegre luz.
Evaraine se quitó sus capas externas de pieles, luego se quedó tan cerca del fuego
como podía sin terminar prendiendo fuego. Mientras el simple cansancio de caminar en
la nieve la había mantenido lo suficientemente caliente como para no congelarse, ella
aun sentía como si el frío hubiera penetrado completamente hasta sus huesos.
Eventualmente, estuvo lo suficientemente templada para alejarse del fuego y
tomar las raciones de viaje de su mochila. El pan duro y carne seca tenían que ser
puestos frente al fuego para descongelarse antes de que pudieran ser comidos, pero por
lo menos la actividad le dio algo que hacer además de observar la silueta taciturna de
su esposo.
Era una silueta muy atractiva, pero no era probable que él apreciara el escrutinio.
Una vez que sus prendas exteriores estaban tendidas en cada superficie
disponible para secarse, y la habitación se había calentado considerablemente, se
sentaron en el suelo cerca del fuego para comer. Todo logrado, de alguna manera, sin
decir si acaso una sola palabra.
¿Estaba Danric enojado con ella? ¿Preocupado por algo? O ¿Había algo que él no
le quería decir?
Evaraine finalmente solo soltó—: ¿Estás bien?
Danric la miró, y su expresión se suavizó —Solo estoy preocupado —dijo—,
preocupado por ti. Por lo que esos espectros le están haciendo a tu salud. Preocupado
por cómo nos recibirá esta comunidad. Y… —Su mirada regresó al suelo—... supongo
que también estoy decepcionado.
El corazón de Evaraine se fue al suelo. Después de todos estos días en su
compañía, ¿había finalmente visto la verdad de su debilidad? ¿Había llegado a
reconocer esas partes de su carácter que siempre habían hecho creer a su padre que
ella nunca podría ser reina?
—Lo siento —dijo ella silenciosamente—, siempre supe que algún día te darías
cuenta de que no soy la persona que pensaste. Pero supongo que…
—No por ti —Su tono era intenso al voltear hacia ella, sus ojos oscuros quemando
con intensidad en la luz de las crujientes flamas—. Nunca podría estar decepcionado de
ti. Es solo que… Supongo que estoy decepcionado de haber descubierto que soy un
cobarde de corazón.
Su respuesta la llenó de alivio, y al mismo tiempo le atravesó el corazón con una
punzada de simpatía. Ella sabía algo de su infancia a través de sus cartas y podía
adivinar lo que las expectativas incesantes de su padre le debieron haber hecho. Incluso
si su propio padre nunca creyó en sus habilidades, al menos él la amaba y protegía.
Haber crecido con alguien como Melgar…
—Tú no eres un cobarde —objetó ella severamente—, y pelearé con cualquiera
que diga que lo eres.
—¿Retándome a un duelo, mi dama? —La voz de Danric tenía un atípico tono de
juego.
—Si tengo que. Incluso si ambos sabemos que yo perdería.
—Oh, pero estás equivocada —dijo Danric suavemente—, yo ni siquiera iría al
encuentro.
Actuando con puro instinto, Evaraine se acercó hasta que estuvo lo
suficientemente cerca como para poner una reconfortante mano en su brazo.
—Danric, sin importar lo que las voces en tu cabeza te digan, eres la persona más
valiente que conozco. Has abandonado todo lo familiar para seguir a una prácticamente
extraña a un mundo que es absolutamente desconocido para ti. Has visto a través de las
mentiras que te han dicho la mitad de tu vida y aceptado lo desconocido incluso cuando
debe ser aterrador. No me puedo imaginar lo que debe ser para ti, pero ¿la única cosa
que si se? Lo que has hecho requiere increíble coraje.
Su barbilla bajó, y él parecía estar viendo sus manos dobladas por un par de
respiros. —Y aun así, también he pasado la mayor parte de mi vida ignorando la verdad
que estaba justo enfrente de mí. Avanzando ciegamente a un futuro que ahora parece
posiblemente destruirá la paz de todas las almas en Abreia. ¿Me crees valiente? No tomó
nada de coraje continuar las ambiciones de Melgar. Ni coraje intimidar a tu padre para
entregarte. E incluso ahora…
—Incluso ahora —Le recordó Evaraine—, estas andando un camino
imposiblemente difícil sin esperanza alguna de beneficio propio. No creas que he
olvidado que solamente estás aquí, recorriendo la nieve y soportando estas dificultades,
por mí. La verdad es…
Tenía que decirlo en voz alta, necesitaba admitir que se había equivocado.
—La verdad es… no creo que podría hacer esto sin ti.
Él le lanzó una mirada con una pequeña sonrisa. —¿Así que has cambiado de
opinión en cuanto a dejarme acompañarte?
—Una princesa no cambia de opinión, cambia de estrategia —contestó Evaraine
suavemente, ofreciéndole una sonrisa tentativa a cambio—, pero en verdad, Danric, si
bien aún tengo miedo por ti, tu apoyo significa más para mí de lo que te podrías
imaginar.
—Entonces estoy satisfecho —dijo él, poniendo su mano sobre la de ella y
apretando sus dedos con suavidad.
Aún había sombras en sus ojos. Tantas heridas aún sin descubrir antes de poder
sanarlas. Pero tal vez eso es lo que lo atrajo hacia ella en primer lugar, el darse cuenta
de que ninguno de ellos estaba completo. Su dolor oculto llamaba al de ella, y el de ella
respondía.
Lo que había comenzado como un gesto de consuelo pronto se convirtió en algo
más, mientras los dedos de Danric se entrelazaron con los de ella, y sus miradas se
capturaron mutuamente. Una extraña calidez que no podía explicarse por el fuego se
comenzó a propagar, desde su estómago hasta sus extremidades liberando una horda
de mariposas en su pecho y causando que sus manos temblaran con una sensación que
no era ansiedad. Ni era miedo.
Era…
La mano que no sostenía la de ella se levantó hacia su rostro. Acarició su cabello
quitándolo de su mejilla y poniéndolo detrás de su oreja con delicada dulzura.
—Evaraine.
Su boca estaba demasiado seca como para contestar. Estaba atrapada en la oscura
mirada de Danric, atrapada por una intensidad desconocida que habría jurado que era…
Anhelo. Necesidad. Deseo.
Si tan solo esas cosas pudieran ser verdad.
—Nunca esperaré nada de ti que no estés lista para dar —dijo él—, esa es mi
promesa, y la ofrezco libremente. Y te pediría que siempre seas honesta con tus si y tus
no, sin miedo alguno de lo que pensaré o lo que prefiero.
Libertad, eso es lo que le ofrecía. Pero ¿Con qué propósito?
—Habiendo dicho eso, me permitirías…—Se detuvo, aclaró su garganta—.
¿Estaría bien si yo… te abrazo? ¿Solo por un momento?
Sus ojos se quedaron abiertos y sin parpadear. Su boca abierta, un alboroto de
preguntas llenando su mente mientras su pulso comenzó a acelerarse como si hubiera
estado corriendo.
Pero su corazón tenía solo una respuesta, y tomó prestada su boca lo suficiente
como para darla—: Si.
Capítulo 15
Danric

Sí. Él se había preparado para el rechazo, así que cuando Evaraine simplemente dijo
que sí y lo miró con esa mirada directa y confiada, le tomó un momento reaccionar. No era
como si ellos nunca se hubieran abrazado antes. Cuando se reunieron en las montañas,
cuando ella había llorado en el valle de Yvane, cuando él la había sacado del lago...
Pero esto era diferente. Su sí parecía transmitir tanto confianza como deseo, por lo
que Danric se sintió a la vez honrado y aterrorizado cuando la atrajo suavemente hacia él, le
pasó un brazo por los hombros y la apretó contra su pecho. Los dedos de su otra mano se
entrelazaron en los sueltos y sedosos mechones de su cabello castaño rojizo, peinándolo con
una incredulidad casi reverencial.
Cuando ella se relajó contra él con un suspiro audible, los ojos de Danric se cerraron
y apoyó la mejilla contra su cabello con un alivio tan profundo que casi lo hizo llorar.
Se sentía como si volviera a casa después de un largo viaje, a casa de una manera que
nunca antes había experimentado. Seguridad, confianza, compañía… Todo lo que había
aprendido a no esperar nunca de su familia. Todo lo que se habría despreciado hace poco
tiempo.
Un príncipe no podía darse el lujo de la confianza o el compañerismo, o eso le había
enseñado su padre. Como Danric le había dicho a Evaraine hacía mucho tiempo, la soledad
a menudo parecía ser la carga más pesada que un rey debía enfrentar.
Pero ¿y si no tuviera que ser así? El peso de la realeza no era tan desalentador cuando
consideraba que podría no haber necesidad de soportarlo solo.
Demasiado pronto. Era demasiado pronto para tener esos pensamientos. Evaraine
iba a ser la reina de Farhall, y él... Bueno, quién sabía lo que le traería la vida ahora que se
había alejado de todas las expectativas, todas las demandas, todas las responsabilidades
que había tenido.
No era inconcebible que el hombre que actualmente llevaba la corona
simplemente optara por desheredar a sus dos "hijos" y seleccionar a su propio sucesor. Por
extraño que se sintiera al contemplarlo, era muy posible que Danric nunca fuera el rey de
Garimore.
Si ese futuro llegaba a suceder, sabía que no sería fácil de aceptar. Una cosa era
adentrarse ciegamente en lo desconocido y declarar su compromiso con sus principios,
pero otra era enfrentarse a la pérdida de todo lo que alguna vez le había dado sentido a su
vida.
Pero incluso cuando Danric trató de imaginar, una vida sin títulos, posición u
obligaciones, la posibilidad no le dolía como antes. No cuando todo el significado que
necesitaba estaba a su lado, la cabeza de ella descansando sobre su pecho, el cabello
entrelazado entre sus dedos. Un nudo apretado y ansioso dentro de él se alivió cuando
sintió su respiración y permitió que la paz de ese momento se apoderara de él.
El día de mañana traería más peligro, frustración y ansiedad. Preguntándose más si
estaban en el camino correcto, orando más por la seguridad de Evaraine mientras
intentaba salvar a su gente de esta amenaza imprevista.
Pero por esta noche, podría dejar de lado las preocupaciones de reinos, tronos y
espectros por igual. Esta noche, él era el esposo de Evaraine, y eso era suficiente.
—Gracias —susurró—. Gracias por tu confianza. —Y luego, como solo había pedido
unos momentos, comenzó a soltarla, pero ella soltó un suave suspiro y pareció acurrucarse
más cerca. Su respiración era profunda y lenta, y cuando no respondió, se dio cuenta de que
se había quedado dormida.
Ella se sentía lo suficientemente segura como para dormir en sus brazos.
Tal vez, en otro momento y lugar, Danric se hubiera sentido decepcionado por tal
cosa. Pero aquí, con Evaraine, era la declaración de confianza más profunda que podía
imaginar y, por lo tanto, le daba esperanza.
No podía haber más excusas. Necesitaba decirle que la amaba. Evaraine se merecía la
oportunidad de decidir por sí misma cómo sentirse y cómo responder.
Mañana. Él se lo diría mañana.
Pero para esta noche...
Moviéndose con cuidado para no despertarla, Danric la depositó sobre las pieles que
estaban en el suelo para que se secara y la dejó dormir mientras él hacía la cama. Luego
la llevó hasta allí y la cubrió con las pocas mantas disponibles. Con suerte, la madera que
había traído sería suficiente para mantener la habitación caliente hasta la mañana.
Con ese pensamiento final, se estiró en el suelo frente a la chimenea y se quedó
dormido, preguntándose si a partir de este momento sus brazos se sentirían vacíos para
siempre sin su esposa.

Después de despertarse varias veces para poner leña al fuego, Danric sintió que la
mañana llegó mucho antes de lo que debería.
La mañana es el momento en que se despertó ante la presión de los ojos y se dio la
vuelta para ver a Evaraine sentada en la cama, mirándolo con el sonrojo de la vergüenza
tiñendo sus mejillas.
—Danric.
—Buenos días —Se giró para atizar el fuego para que ella no viera su sonrisa.
—Yo… ¿Qué pasó anoche? ¿De verdad dormiste... en el piso?
Se volvió con una ceja levantada. —No pensé que sería muy caballeroso compartir la
cama cuando no estabas despierta para pedir permiso.
El rosa se profundizó en carmesí.
—Deberías haberme despertado —lo regañó, sin mirarlo a los ojos—. No puedo
creer que me haya quedado dormida así. Lo siento mucho yo… —La confusión entró en su
mirada, como si no estuviera muy segura de por qué se estaba disculpando.
—Que te quedaras así dormida fue un regalo —dijo simplemente Danric—. Me sentí
honrado de que confiaras en mí lo suficiente como para descansar bien.
Todo su cuerpo se quedó inmóvil mientras se miraban, ambos reconociendo que algo
había cambiado entre ellos. Algo hondo y profundo.
—Confío en ti —dijo Evaraine—. Creo que nunca he dormido tan profundamente. O
me sentí tan... segura, como lo hice anoche. —Parecía casi alarmada por esa admisión.
—¿Y cómo te sientes hoy?
—No tan fuerte como me gustaría —admitió—. Pero creo que los efectos
persistentes de luchar contra los espectros se han ido.
—¿Qué efectos son esos? —Danric trató de mantener su tono neutral, ligeramente
curioso en lugar de temeroso. Pero la forma en que se había derrumbado después de la
última batalla... Lo había asustado profundamente.
Evaraine hizo una mueca. —Confieso que temo hablar de ellos en detalle. Mi poder
no es algo cómodo para mí, y mucho menos para otros, incluso cuando sirve a sus
propósitos.
—Evaraine —Danric cruzó el piso para arrodillarse junto a la cama y mirarla con
seriedad—. No se trata de servir a los propósitos de nadie. Mi único objetivo es mantenerte
lo más segura posible, así que deseo entender a qué te enfrentas. Nada más.
—¿Y tú qué? —ella respondió suavemente—. También fuiste herido, pero no has
dicho una palabra sobre tus heridas.
Danric se arremangó para mostrarle las cicatrices dejadas por las garras del espectro.
No fueron profundas y claramente ya habían comenzado a sanar. —Gracias a ti, no tuvo
oportunidad de lastimarme peor que esto. —El breve dolor en el pecho que había
experimentado durante el ataque no había regresado, aunque ocasionalmente se
encontraba frotándose ese lugar como si incluso el recuerdo lo pusiera ansioso.
—Me alegra —Evaraine enrolló las mantas y se dio la vuelta para permitir que sus
piernas colgaran sobre el borde de la cama. Cuando sus pies tocaron las tablas frías, dejó
escapar un siseo y los volvió a meter debajo de las mantas.
—Supongo que soy cobarde en más de un sentido —confesó—. Preferiría quedarme
en la cama cuando hace frío, y preferiría ocultar la verdad de lo que hace mi poder. Pero he
dicho que confío en ti y, por lo tanto... Es hora de que también confíe en mí.
Ella respiró hondo como si quisiera tener coraje.
—Mi poder toma vida. Ya sabes eso, pero también es más complicado que eso. Es
como si necesitara esa vida robada para alimentar la mía.
Su mirada se posó en su regazo mientras él absorbía esa información, pero lo que
podía ver en su rostro aclaraba sus sentimientos. Vergüenza. Miedo. Una cosa era que él
supiera que ella era capaz de matar con un toque, pero esta era una verdad más profunda
y oscura.
—Es por eso que he sido débil y propensa a enfermarme desde que tengo memoria.
Lo que llamamos magia es, de hecho, la energía esencial de la vida, y yo obtengo la mía… de
otros. —Hizo una pausa solo por un momento antes de seguir adelante, hablando más
rápido como si estuviera desesperada por pronunciar las palabras.
—La razón por la que he sido más fuerte desde que dejamos Garimore es la cantidad
de tiempo que he pasado afuera, donde puedo absorber la energía vital del mundo que me
rodea. Según Yvane, esa absorción es lo suficientemente pasiva como para no hacer daño,
y significa que ya no estoy tan fuertemente tentada a tomar lo que necesito de otras
personas.
—¿Entonces eso es lo que le estás haciendo a los espectros también? —Danric
mantuvo su tono nivelado, sin rastro de juicio.
—Sí, en cierto sentido. Los espectros son… —Evaraine se detuvo, con las manos
apretadas con fuerza alrededor de su falda—. Son como yo —soltó finalmente, antes de
lanzarle una mirada asustada, pero de alguna manera desafiante—. Roban la vida. Matan
todo lo que tocan y tienen hambre de más. Si pudiera describirlos, en una palabra, sería
simplemente hambre. No tienen otro propósito que pueda sentir que no sea consumir y
destruir.
—Entonces no se parecen en nada a ti —le aseguró Danric. Lo que fuera necesario
para convencerla de esa verdad, lo haría.
—Pero lo son —replicó Evaraine en voz baja—. En Aguas Profundas, uno de ellos…
Supongo que me habló, de alguna manera. Gritó, diciéndome que somos iguales y que podría
aprender de ellos. Me reconoció por lo que soy, y fue… espantoso. —Ella susurró la última
palabra, con los hombros encorvados con el recuerdo.
Danric extendió la mano y juntó sus frías manos entre las suyas. —Pero lo derrotaste.
—Estaba furiosa —recordó—. Porque temía que pudiera tener razón.
—Nunca has consumido o destruido para tu propio beneficio —le aseguró Danric—.
Nunca hiciste de tu hambre tu objetivo. No en todo el tiempo que te he conocido.
—¿Pero y si me cambian? —suplicó, con los ojos muy abiertos y fijos en los de él—.
Cuando los absorbo, puedo saborear su deseo de destrucción. Es repugnante, oscuro y
asqueroso, pero la única forma en que puedo destruirlos es tomarlo en mí mismas. ¿Y si, al
hacerlo, me arriesgo a ser como ellos?
El corazón de Danric se retorció en su pecho, y se levantó del suelo, listo para
consolarla en cualquier forma que ella le permitiera. Desesperado por asegurarle que lo
que ella temía nunca sucedería, no mientras él viviera. Pero antes de que pudiera hacer
algún movimiento en su dirección, sonó un golpe en la puerta.
—¿Alguien allí quiere el desayuno? —La voz de Leisa sonó iónicamente divertida, y
Danric maldijo su oportunidad.
Pero abrió la puerta de todos modos, para verla de pie en el pasillo exterior, con las
manos en las caderas, con una expresión bastante contrariada. —Cualquiera que quiera
comer aparentemente debe estar en el comedor a las siete y media —Su voz bajó—.
Sospecho que nuestra amable posadera local esperaba que todos durmiéramos toda la
mañana y le ahorráramos la molestia de alimentarnos.
—Entonces debemos asegurarnos de decepcionarla —dijo Evaraine
enérgicamente desde su posición en la cama—. Danric, si pudieras… —Se giró para
encontrarla mirándolo expectante.
Oh.
—Por supuesto —Salió al pasillo y cerró la puerta detrás de él para darle privacidad
para lavarse, cambiarse o cualquier otra cosa que necesitara hacer.
Leisa le lanzó una mirada inquisitiva, a la que él respondió encogiéndose de hombros.
Si Evaraine quería que su antiguo guardaespaldas supiera algo de lo que había sucedido
entre ellos, tendría amplias oportunidades para compartirlo.
—¿Nuestro pequeño espía se escapó durante la noche? —preguntó suavemente.
—Lamentablemente, no —murmuró Lesia, lanzando una mirada por encima del
hombro como si esperara encontrar a Trevon al acecho en la esquina—. Hubo un poco de
tormenta durante la noche, por lo que la habría pasado mal si lo hubiera intentado. Y
con mal tiempo o sin él, está muy decidido a llegar a Arandar, incluso si tiene que soportar
mis irrazonables demandas para hacerlo.
—¿Oh? —Danric no pudo evitar sentirse un poco divertido por su molestia—. ¿Y cuán
irrazonable son tus demandas?
Leisa parpadeó rápidamente como si hubiera dicho algo extraño. —¿Acabas de...
burlarte de mí? —preguntó incrédula.
¿Lo había hecho? Qué raro
—Supongo que debo haberlo hecho —Se encogió de hombros—. No puedo pensar
por qué, excepto quizás por solidaridad con el único otro hombre en nuestro grupo.
—¿Quién eres y qué has hecho con Danric? —murmuró Leisa por lo bajo.
Era una pregunta que él se había hecho muchas veces.
—Creo que lo dejé en una botica —le dijo con ironía—. Y para ser honesto, no estoy
seguro de que lo extrañe. Lo único que extraño es su certeza. que el mundo era exactamente
como parecía ser. Por desgracia, esa es la parte de él que más necesitaba quedarse atrás.
Los ojos azules de Leisa lo atravesaron cuando su enfoque se centró en su rostro. —
¿Evaraine ya lo sabe? —preguntó sin rodeos.
—No. —Era difícil no retorcerse bajo su escrutinio.
—Después de todas tus valientes palabras sobre decirle la verdad a Kyrion, ¿todavía
no le has dicho lo único que merece escuchar?
—Ella se durmió anoche antes de que pudiera decírselo —respondió con frialdad—.
Y alguien llamó a nuestra puerta esta mañana solo unos momentos después de que ella se
despertara. Pregunto, ¿cuándo fue mi oportunidad?
—Oh, no lo sé, ¿en algún momento de la semana pasada? —respondió Leisa
salvajemente.
—Puedes pensar que soy un cobarde —respondió Danric—, pero imagina la
incomodidad de viajar como estamos si le digo y ella no siente lo mismo.
—¿Y este viaje que estás haciendo ahora no es lo suficientemente incómodo?
—Si te hace sentir mejor, decidí decírselo en la primera oportunidad disponible. Pero
creo que nuestra primera prioridad hoy es no perdernos el desayuno.
Leisa gruñó y le lanzó una mirada que decía que no estaba impresionada. —Para que
lo sepas —le informó ella—, volveré a preguntar. Y si te demoras demasiado, no me
importará decírselo yo misma.
—¿Fue tan fácil para ti, entonces? —preguntó, casi con amargura—. ¿Decirle a
Kyrion que lo amabas?
Sus ojos se suavizaron. —De hecho, sí. En el momento en que pudimos decir las
palabras, no podía esperar para decírselo. Pero —añadió—, habíamos tenido mucho más
tiempo para aceptar nuestros sentimientos y muchos menos obstáculos en nuestro camino.
Y gracias a un poco de intromisión mágica… —Una expresión ligeramente retorcida cruzó
su rostro.
—Tú ya lo sabías.
—Sí —admitió ella—. Pero incluso si no fuera por nuestro vínculo inusual, nuestras
acciones, en ese momento, habían pronunciado las palabras con más elocuencia que
nuestros labios.
—Eso es lo que yo también esperaba —le dijo Danric. Aunque estaba empezando a
pensar que había sido una esperanza fuera de lugar—. Pero tal vez no tenga ese lujo.
—Creo —dijo Leisa, más suavemente—, que ustedes dos están atrapados en eventos
que están mucho más allá de su capacidad de predecir o controlar. Y creo, contrario a lo que
jamás podría haber imaginado en nuestro primer encuentro, ustedes dos se necesitan
mutuamente. Son aún más formidables juntos que separados, pero el tiempo se acaba. Si
pierdes tu oportunidad, puedes llegar a arrepentirte.
—Gracias —dijo Danric con seriedad—. Por confiar en mí. Por preocuparte lo
suficiente como para decir lo que necesitamos escuchar. Te juro que le diré la verdad a
Evaraine, tan pronto como nuestras circunstancias lo permitan.
Ellos se reunieron en la sala común unos pocos minutos más tarde, justo a tiempo
para molestar a la posadera, que entró, se puso las manos en las caderas y les informó que
no seguía órdenes.
—Tenemos suficientes suministros para sobrevivir el invierno tal como está, así que
obtendrás lo que hay y estarás agradecido.
—Estoy segura de que estará delicioso después de días de raciones de rastro —le
aseguró Evaraine, pasando a Danric para ofrecerle a su anfitriona una sonrisa
completamente injustificada—. Buenos días, por cierto. Soy Eva, y mis compañeros y yo
esperábamos hablar con el líder de tu aldea. ¿Podrías indicarnos a la persona adecuada
después del desayuno?
La anciana se rio en respuesta. —Bueno, soy Gertah, y puedo decirte que esos
elegantes modales no cuentan mucho en este pueblo. Si quieres hablar con Ned, es asunto
tuyo, pero no vengas con toda la pompa del mundo, o los echará a todos por los oídos. No le
gusta que se metan en los asuntos del pueblo, ni pedir favores, especialmente a la gente de
la ciudad a la que “no le importa un bledo lo que sea de nosotros".
Evaraine pareció un poco desconcertada por esta respuesta, pero su máscara de
cortesía nunca se deslizó.
—¿Y dónde podríamos encontrar a Ned, si todavía deseamos hablar con él?
—Oh, nunca temas —respondió Gertah con picardía—. Todo el mundo querrá saber
quién es tan tonto como para viajar por estas montañas en invierno. Si el clima lo permite,
apuesto a que Ned y sus hombres estarán aquí antes de que hayas tenido la oportunidad
de terminar el desayuno.
Y con eso, ella desapareció, murmurando por lo bajo sobre huesos viejos y gente
irracional de la ciudad mientras se iba.
Trevon intervino desde donde estaba sentado junto a Leisa, luciendo medio hosco,
medio desafiante. —No tenemos que quedarnos aquí, ¿verdad?
Leisa se volvió hacia él con los ojos entrecerrados. —Si querías controlar tu destino,
jovencito, tal vez no deberías habernos seguido al desierto sin la información o el permiso
adecuado. Considera esta tu recompensa por escuchar conversaciones que no estaban
destinadas a tus oídos.
El “desayuno” resultó ser manzanas arrugadas, té suave y galletas que podrían haber
funcionado como topes de puerta. Evaraine, sin embargo, agradeció a Gertah tan
efusivamente como si le hubieran servido un té digno de una reina, y fue recompensada
con un olfateo y un exagerado “hmph”.
Comieron en paz, al menos durante los primeros minutos. Danric estaba a punto de
preguntar cuál debería ser su próximo movimiento cuando el pesado paso de botas sonó
en el porche delantero. Un momento después, la puerta se abrió de golpe con más fuerza
de la absolutamente necesaria, dejando entrar un viento helado, un remolino de copos de
nieve y bastante más gente de la que Danric hubiera esperado que estuviera fuera tan
temprano.
Era probable que el primer hombre que cruzara la puerta fuera Ned, aunque no era
en absoluto lo que Danric había imaginado. Alto y rubio, de hombros anchos y rostro severo
y anguloso, se dirigió a la chimenea y se volvió para inspeccionar la habitación con un
inconfundible aire de propiedad, una mano en la cabeza del hacha que colgaba de su
cinturón y la otra apoyada sobre la repisa de la chimenea.
Lo seguían una docena de hombres que, en lugar de entrar rezagados como
espectadores curiosos, atravesaron la puerta en parejas decididas. Tenían edades que iban
desde un chico imberbe que no podía tener más de dieciséis años hasta un abuelo canoso.
Todos tenían las expresiones sombrías de los hombres que esperan que se les pida que
defiendan sus hogares y portaban armas abiertamente, espadas, hachas e incluso un arma
de asta.
¿Qué clase de pueblo era este?
¿Y por qué tenía una posada si así trataban a los extraños? La espada de Danric estaba
en su habitación, no había previsto la necesidad de defenderse durante el desayuno, pero
su daga estaba en su cinturón. Leisa también estaba armada de manera similar, y Evaraine
no necesitaba armas.
Pero Evaraine, él sabía, dudaría en usar la fuerza contra su propia gente, incluso si
representaban una amenaza para su seguridad.
Dependería de él y Leisa abrirse camino si esta confrontación se convertía en
violencia.
—Bien, entonces —Ned inspeccionó la habitación con ojos agudos y evaluadores
mientras pasaban por encima de Evaraine y se dirigían a Leisa—. No fingiré que no me
sorprendió escuchar que había visitantes en la posada tan tarde en el año. Las mujeres y
los niños también. —Danric recibió una mirada que sugería que él personalmente tenía la
culpa de una conducta tan impactante—. Quizás nos darías una explicación para este inusual
giro de los acontecimientos. No deseamos ser inhóspitos, pero estoy seguro de que puedes
comprender nuestro deseo de saber a quién albergamos en un momento en que la mayoría
de la gente decente no tiene motivos para abandonar sus hogares.
Cada vello en el cuello de Danric se erizó después de ese discurso, y no necesitaba
mirar a Leisa para saber que ella también estaba alerta a la amenaza inconfundible en la
falta de cortesía de Ned.
Esta no era una comunidad que acogiera a los extraños, eran personas que
amenazaban primero y luego hacían preguntas. Es posible que Ned no los haya acusado de
nada directamente, pero su significado era inequívoco y la situación podría volverse fea
rápidamente si sus respuestas no lograban satisfacer el escrutinio de Ned.
De alguna manera tenían que evitar hacer enemigos si querían encontrar una
manera de ayudar a estas personas. Sin mencionar que Danric estaba desesperado por
evitar cualquier confrontación que pudiera resultar en acero estirado. Estos hombres no
eran granjeros jugando con las antigüedades de un abuelo perdido hace mucho tiempo,
dado el estilo de sus armas y la familiaridad que mostraban, al menos un puñado de ellos
eran ex-soldados. Cualquier enfrentamiento entre ellos y sus invitados podría resultar
catastrófico, tanto para los esfuerzos de Evaraine aquí como para su futuro reinado.
Evaraine, sin embargo, no dio muestras de reconocer la amenaza o de considerar al
hombre junto al fuego como un enemigo potencial. Como la princesa que era, se puso de pie
con gracia y se acercó a él con una sonrisa y un gesto de saludo.
—Estaremos encantados de explicarle nuestro cometido —dijo—. Y puedo decir qué
fue un alivio encontrar refugio anoche después de un largo día en el camino.
Habría ayudado mucho a mejorar la opinión de Danric sobre Ned si el hombre le
hubiera respondido con cortesía. En cambio, su mirada saltó directamente sobre la
Princesa de Farhall y aterrizó en Danric.
—¿Cuánto tiempo piensas hacernos esperar? —preguntó con frialdad, su mirada
cada vez más puntiaguda cuando los dedos de su mano derecha comenzaron a curvarse
alrededor del mango de su hacha.
Por mucho que Danric hubiera disfrutado ayudando al hombre a apreciar su error,
se obligó a que su tono siguiera siendo suave. —Solo soy el guardaespaldas —respondió
encogiéndose de hombros—. Si deseas conocer nuestros propósitos, te sugiero que le
respondas a la dama.
—¿Guardaespaldas? —Una de las cejas de Ned se elevó en burla o sarcasmo mientras
su mirada recorría a Danric de pies a cabeza—. Bueno, eso no es exactamente lo que escuché.
A menos que se haya vuelto común en estos tiempos que la nobleza permita que sus hijas
se casen con sus guardias. O tal vez un escándalo de esta magnitud es la razón por la que
nos encontramos con un grupo tan improbable de fugitivos viajando en pleno invierno.
La mirada de Danric se desvió hacia el posadero, quien le lanzó una sonrisa
desagradable en respuesta a su escrutinio. Demasiado para huesos viejos. Claramente se
había escapado en algún momento e informado al líder de la ciudad de las identidades de
sus visitantes.
—Tus problemas son tuyos —agregó uno de los hombres armados con voz áspera y
grave—. Si todos ustedes están huyendo de algo, no necesitamos a los de su clase en nuestra
ciudad.
La tensión estaba creciendo, pero no era el lugar de Danric para intervenir, sin
importar lo desesperadamente que quisiera hacerlo. Leisa tampoco parecía inclinada a
intervenir en la situación. Todo dependía de Evaraine, y ella miraba a Ned con la cabeza
ligeramente inclinada hacia un lado, como si intentara determinar la mejor manera de
desarmarlo antes de que la situación empeorara.
—Me temo que debo estar de acuerdo —Ned se encogió de hombros como si no
pudiera cambiar esta declaración—. La gente como nosotros no puede darse el lujo de
confiar demasiado en estos tiempos inciertos. No es que deseemos ser inhóspitos, pero
tenemos que pensar en nuestras familias.
—Pero está nevando —protestó Leisa—. La temperatura está bajando, lo que significa
que es probable que se acerque una tormenta más grande. No puedes simplemente
arrojarnos a una tormenta de nieve.
—¿No puedo? —La voz de Ned se suavizó peligrosamente y su mirada recorrió la
habitación como para recordar a sus invitados lo superados en número que estaban—. Creo
que encontrarás que tu declaración es un error. Sin embargo, no soy irrazonable. Si puedes
ofrecer una explicación simple y honesta de su presencia, se les permitirá quedarse. Si no
—Su tono se endureció—, ventisca o no ventisca, se le pedirá que se vaya de inmediato
Capítulo 16
Evaraine

¿Salir del pueblo en pleno invierno cuando se podría estar gestando una
tormenta? ¿Era realmente toda la hospitalidad que un viajero podía esperar cuando
estaba viajando por su reino?
Evaraine se sintió aplastada en más de un sentido cuando examinó los rostros
duros de pedernal que los rodeaban y se dio cuenta de que no había ninguna bienvenida
allí. Sin calidez, sin amabilidad, sin simpatía. Solo miedo y sospecha, y un hombre que
usaba esas emociones como herramientas, primero para separar a la gente del pueblo
de todos los que los rodeaban y luego para reforzar su control.
Era imposible saber cuán profunda era esta antipatía, o por cuánto tiempo Ned
había mantenido a Pine Falls bajo las garras de su férrea autoridad. Quizás su actitud
era más común entre las aldeas remotas de Farhall de lo que Evaraine hubiera
imaginado. ¿Y de ser así? No eran mejores que Melger, y la posibilidad casi rompió el
corazón de Evaraine. Esto... Esto era lo que les esperaba a los Cinco Tronos si Melger
lograba manipularlos para que sospecharan y se mostraran hostiles entre sí.
Pero tenía que creer que su gente era más generosa y acogedora por regla general,
que no serían tan crueles como para negar hospitalidad a los viajeros en pleno invierno.
Al menos eso explicaba por qué la posada estaba tan deteriorada y vacía como
estaba.
Una parte de ella deseaba mucho informarles de su verdadera identidad y
hacerles saber exactamente lo que pensaba de su comportamiento. Pero dudaba que le
creyeran, e incluso si lo hicieran, no estaba convencida de que estaría en menos peligro
si sabían quién era ella.
La idea la llenó de más ira que miedo, y esa ira aclaró su mente, reforzó su columna
vertebral y se permitió responder con calma a las escalofriantes amenazas de Ned.
—Nosotros estamos huyendo lejos de la nada —dijo claramente—, sino más bien
corriendo hacia una amenaza que pone en peligro a las muchas personas que llaman
hogar a estas montañas.
—¿Una amenaza, dices? —Una de las cejas de Ned se elevó mientras la miraba con
lo que parecía ser indiferencia—. Tal vez pueda parecer una amenaza para una mujer
protegida con poca protección de los peligros de la naturaleza, pero les aseguro que
estamos bien equipados para manejar cualquier amenaza que pueda surgir.
De todos los traseros de caballo arrogantes y seguros de sí mismos que había
conocido, Ned era... quizás el tercero o cuarto peor. Lamentablemente, crecer en la corte
la había presentado a un número impresionante de personas con una opinión
exagerada de su propia importancia.
—Así que lo supones —dijo con frialdad—. Pero venimos del pueblo de Aguas
Profundas, luego de varios ataques de criaturas mágicas diferentes a todo lo que
nuestro reino haya visto jamás. Son de origen desconocido, pero han demostrado tanto
su capacidad como su inclinación a matar, tanto a personas como a animales —Miró
alrededor de la habitación, con la barbilla en alto, la mirada autoritaria—. ¿Alguno de
ustedes han visto criaturas que parecen estar hechas de sombra, con alas y garras
insustanciales y ojos azules brillantes?
Los hombres que los rodeaban comenzaron a intercambiar miradas. Las cejas se
levantaron y los murmullos surgieron de los rincones de la habitación.
Los labios de Ned se curvaron en una mueca. —Vas a tener que hacerlo mejor que
eso. He vivido aquí el tiempo suficiente para saber que ninguno de ustedes es de Aguas
Profundas —Su cabeza se inclinó y su mirada se agudizó—. Será mejor que inventes
una historia más creíble si no quieres encontrarte en la nieve, princesa.
Leisa se estremeció de sorpresa, pero Ned estaba mirando a Evaraine y no pareció
darse cuenta. Evaraine estaba observando a Ned de la misma manera y sabía
perfectamente que lo había dicho como un insulto más que como un reconocimiento de
su identidad.
Respiró profundamente, recordándose con fuerza que una princesa no responde
a las provocaciones. Era tranquila y amable y controlaba sus emociones en todo
momento. Ciertamente no perdía los estribos ni informaba a los exaltados dictadores
que se habían hecho a sí mismos, que podía hacer que los decapitaran si continuaban
provocándola.
Ned miró a Danric. —Si vas a inventar una mejor historia, ahora es el momento.
Danric tampoco parecía particularmente tranquilo, y Evaraine no estaba segura
de lo que habría hecho si Trevon no se hubiera puesto de pie de un salto, haciendo a un
lado los esfuerzos de Leisa por hacerlo callar.
—Yo también soy de Aguas Profundas —protestó, con el rostro enrojecido por la
indignación—. Y los monstruos son reales. Mataron al perro de mi primo. Y al tío de mi
amiga Rhoda.
—Oho —Ned obsequió a Trevon con una sonrisa condescendiente—. Si eres de
Aguas Profundas, mi buen joven, ¿cómo es que viajas con esta gente? ¿O acaso afirmas
que son tus vecinos?
—No —dijo Trevon con firmeza—. Pero nunca afirmaron que lo fueran. Solo están
viajando de camino a Arandar y quieren ayudar.
Al oír la palabra Arandar, la expresión de Ned se endureció.
—Ya veo —dijo en voz baja—. ¿Y qué negocio tienen todos ustedes allí?
—Nuestro negocio —espetó Leisa—, es nuestro. No estamos aquí por nuestra
salud sino por la tuya, así que si no estás dispuesto a escuchar…
Evaraine levantó una mano y la boca de Leisa se cerró de golpe.
—En verdad —dijo—, hemos venido aquí solo para advertirte contra las criaturas
que llamamos espectros, monstruos que están aterrorizando estas montañas. Hay una
manera de derrotarlos, pero requiere un mago. ¿Tienes algún mago aquí en Pine Falls?
—¿Magos? —Ned dijo pensativo—. Sí. Esa es una excelente idea. Llamaré a un
mago.
Miró a uno de sus hombres. —Trae a Murtrey —dijo—. Tal vez es hora de que
resolvamos este problema de manera un poco diferente.
El hombre no cuestionó sus órdenes, sino que salió por la puerta casi en silencio,
presumiblemente para recuperar a este Murtrey.
Sea lo que sea que Ned había planeado, no sonaba agradable, pero Evaraine estaba
dispuesta a mantener la esperanza de que los magos que vivían en esta ciudad al menos
podrían ser más razonables que Ned.
Después de lo que pareció una eternidad de incómodo silencio, dos hombres
entraron por la puerta de la posada. El segundo era más bajo, encorvado y canoso, con
una barba rala y una boca pálida y apretada. No portaba armas y mantenía los ojos en
el suelo como si esperara órdenes.
—¿Cómo puedo ser útil? —preguntó en voz baja, con las manos ente lazadas como
si estuviera rezando para que alguien o algo lo rescatara sin demora.
—Necesitamos conocer las identidades de estos extraños —respondió Ned, como
si tal solicitud fuera completamente normal—. Hasta ahora no han cooperado, por lo
que te solicitamos que uses tu magia para identificar sus nombres y sus propósitos.
De todas las ideas ridículas.
—La magia no funciona de esa manera —espetó Evaraine, la exasperación
sacando lo mejor de ella por fin—. Él no puede simplemente…
—¡Silencio! —Ned tronó cuando Murtrey dio un paso adelante.
Oh cielos, ¿y si fuera un mago mental? ¿Podría realmente leer sus pensamientos?
Murtrey levantó las manos dramáticamente, levantó la barbilla y murmuró
algunas palabras en voz baja. Su atención comenzó a vagar de persona a persona, pero
de repente se detuvo en seco.
Sus manos cayeron. Su rostro se volvió de un tono peculiar de gris. Y por un
momento, pareció completamente privado de palabras.
¿Él la había reconocido?
No. No era en Evaraine en quien estaba concentrado. Era…
—No necesito magia para decirte quiénes son tus visitantes —espetó Murtrey,
con la voz temblando por la emoción o el miedo. O tal vez fue un shock, parecía estar a
punto de caerse.
—¿Oh? —Los labios de Ned se curvaron en una sonrisa satisfecha—. Qué
interesante. Ya ves —Su mirada se disparó hacia Evaraine con un brillo depredador—,
aquí Murtrey es un refugiado. Llegó a nosotros hace varios años después de que escapó
por las montañas… desde Garimore.
Evaraine sintió como si su cuerpo se hubiera convertido en piedra. El tiempo
pareció ralentizarse, cada segundo alargándose a longitudes imposibles cuando
Murtrey levantó una mano temblorosa para señalar a su esposo.
—Puede que no me creas —dijo—. Estoy teniendo dificultad para creer lo que veo.
Pero ese hombre, a pesar de su vestimenta, no es otro que el Príncipe Danric. Hijo mayor
del rey Melger y heredero del trono de Garimore.
El silencio que se hizo a raíz de su pronunciamiento fue total y profundo. Nadie se
movió ni respiró mientras tomaban un momento colectivo para procesar una idea tan
absurda.
¿Le creerían? ¿O se reirían de Murtrey y volverían a sus preguntas originales?
Fue Ned quien finalmente rompió el silencio. —Entonces —dijo suavemente,
liberando su hacha de su cinturón mientras daba dos, tres, cuatro pasos hacia Danric—
. El príncipe Danric de Garimore tiene negocios en Arandar, ¿cierto?
El corazón de Evaraine se atascó en su garganta mientras lo observaba acercarse,
sus ojos se posaron en la brillante hoja de su arma. ¿Quería atacar aquí mismo en la sala
común de la posada? ¿Con un niño mirando?
¿Y qué haría Danric? No tenía arma. No es que estuviera indefenso, incluso con
nada más que sus puños, pero ¿cómo elegiría defenderse?
—No es lo que piensas —gritó Evaraine, incapaz de permanecer en silencio por
más tiempo—. Él no es responsable de los crímenes de su padre, y está aquí para evitar
más intentos de tomar Farhall por la fuerza. —Estaba a punto de lanzarse frente a él,
pero Ned habló antes de que pudiera convencer a sus pies de que se movieran.
—Échalos —dijo en voz baja.
¿Echarlos afuera? ¿Ahora? La decepción cerró los ojos de Evaraine por un
momento, pero al menos no tenía la intención de masacrarlos donde estaban.
—Empacaremos nuestras cosas. —Empezó a moverse hacia su habitación, pero
una mano enguantada la agarró del brazo y tiró de ella hacia atrás.
—No —dijo Ned, una mueca brutal torciendo sus labios mientras miraba a los ojos
a Danric—. Tú te irás ahora.
Casi antes de que Evaraine pudiera procesar lo que estaba pasando, uno de los
hombres de Ned agarró cada uno de sus brazos. Sin disculpas ni ceremonias, la
arrastraron a través de la puerta principal hacia la nieve que caía. Los hombres casi la
sacaron del porche, levantándola del suelo mientras subían los escalones de dos en dos,
y luego la empujaron fuera de la posada.
Leisa fue la siguiente, luego Trevon, gruñendo y escupiendo como un gato salvaje.
Danric fue el último, con el hacha de Ned apoyada en su garganta.
—Los traidores no merecen consideración —proclamó Ned, alzando la voz para
hacerse oír por encima del viento—. Ya sean hombres, mujeres o niños. Trajiste a este
hombre aquí, así que pagarás el precio de tu traición al verlo morir. Y después de que
su sucia sangre Garimorian haya manchado nuestro pueblo para siempre, te irás y
rezarás para que el invierno sea más indulgente que yo.
Evaraine miró a los otros hombres, luego a Leisa y Danric, convencida de que se
había vuelto loca. ¿Alguien más estaba escuchando las mismas palabras? ¿Viendo la
misma escena? ¿Estaba realmente a punto de ver morir a Danric a manos de su gente
antes de ser enviado a la ventisca para seguirlo hasta la muerte?
No. Ella no lo permitiría.
Ella no había querido nada más que salvar su reino. Para proteger a su pueblo de
todas las amenazas, como siempre debe esforzarse por hacer una reina. Nunca había
soñado que, en el proceso, se vería obligada a usar su poder contra las mismas personas
que deseaba proteger. Pero aquí y ahora…
La furia hervía a fuego lento en sus venas, y su poder se esforzaba contra los
barrotes de su jaula. ¿Cómo se atrevían a amenazar a las personas que amaba? ¿Cómo
se atrevían a levantar sus armas contra un hombre que lo había dejado todo para
protegerla?
El viento continuaba arremolinándose y la tormenta continuaba rugiendo, pero
de repente era solo una extensión de la tormenta que rugía en su interior. Evaraine
podía sentir su poder saliendo a la superficie y habría jurado que era visible en sus ojos,
en su piel, en las puntas de su cabello.
—No —dijo ella, y era la voz que había oído usar a su padre cuando estaba parado
sobre las piedras de su propio palacio, extrayendo autoridad del mismo suelo en el que
estaba parada.
Esta era su tierra. Su gente Y ella no permitiría que cometieran una injusticia
mientras tuviera los medios para detenerla.
Evaraine se dirigió hacia Danric, con los ojos en él, rezando para que él supiera
que ella nunca lo dejaría morir.
Cuando uno de los aldeanos se paró frente a ella, ella simplemente siguió
avanzando, con la asunción real del derecho de paso que le habían enseñado desde que
nació pero que nunca tuvo motivos para usar. Tenía la mitad del tamaño del hombre,
pero algo en su rostro debió advertirlo. En el último momento, se hizo a un lado, dejando
libre el camino hacia Danric.
Vio la hoja reluciente del hacha en su garganta...
El rostro retorcido de Ned, lleno de la intención de matar...
La nieve, cayendo a la deriva en un pacífico contra punto a la violencia que hierve
a fuego lento en el aire...
Entonces, por un solo instante, ella y Danric se miraron a los ojos, y la escena a su
alrededor se congeló. No se pronunciaron palabras y, sin embargo, de alguna manera,
ella sabía exactamente qué palabras habría dicho él.
Confía en mí.
Él sabía lo que ella estaba planeando y le suplicaba que no lo hiciera.
No hagas esto por mí.
Ella haría mucho más por él. ¿Él no se daba cuenta de lo que significaba para ella?
¿Qué tan sombrío sería su mundo sin él en él?
Si usas tu poder sobre estas personas, nunca te lo perdonarás.
Y nunca se perdonaría a sí misma si no lograba salvarlo.
Sé que puedes hacerlo, le dijo su mirada, pero en cambio confía en mí.
Confiar en él. Con un cuchillo en la garganta y sin arma propia. Rodeado de
hombres a los que nada les gustaría más que verlo morir.
De repente, su miedo se desvaneció. Su poder se calmó. Y sus labios se curvaron
mientras su corazón pronunciaba las palabras que debería haber dicho en voz alta
tantas veces.
Confío en ti. Y te amo. Por favor, no mueras.
Sus ojos se agrandaron, como si la hubiera oído con la misma claridad.
Y luego resonó su voz, no la voz de su guardaespaldas, sino la da Danric, el Príncipe
de Garimore.
—¿Están los hombres de Farhall tan amenazados por mi existencia que me
cortarían la garganta como cobardes? —preguntó con desdén.
—Es más de lo que te mereces —gruñó uno de los hombres.
—¿Y qué historia le contarás a tus hijos un día, cuando cuentes este momento?
¿Qué descubriste a tu enemigo en medio de ti y lo apuñalaste por la espalda? ¿O que te
encontraste con tu enemigo en el campo de batalla y lo derrotaste?
Ned se echó a reír. —¿Esperas tentarme a pelear contigo, príncipe? No soy un
cortesano, tan obsesionado con las restricciones de mi honor que apenas puedo
levantarme por la mañana sin ofenderlo. No tengo ningún código que me obligue a
apuñalarte decentemente. Tu muerte, cualquiera que sea la forma que adopte, es la
única recompensa que exige mi honor.
—Eso dice el cobarde —respondió Danric en voz baja—, que teme ser golpeado
por un hombre cuya mera existencia es una afrenta a sus principios. Un hombre criado
entre seda y dulces. Un hombre que no comprende la disciplina y el control necesarios
para empuñar un arma y proteger a quienes están bajo su cuidado.
A Evaraine nunca se le habría ocurrido intentar una estratagema tan
patentemente obvia. Pero Danric había estado librando sus propias batallas durante
muchos años, y parecía haber tomado la medida de Ned con sorprendente precisión.
—¿Así que deseas que te golpee sangrientamente antes de que te mate? —Ned se
burló—. Supongo que no puedo culparte por no saber con quién estás tratando. E
incluso podría ser entretenido enseñarte a respetar antes de que te quite la cabeza
mentirosa y ladrona de tus hombros.
—Por supuesto —dijo Danric con calma—. Enséñame. Enséñame tus principios.
Muéstrame cómo proteges a tu gente a través del miedo y la sospecha de cualquier
persona diferente a ti. Demuéstrame exactamente cómo arrojas a las mujeres y a los
niños a la nieve para que puedas dormir más tranquilo por la noche.
Con un gruñido de rabia, Ned lo empujó hacia adelante. Danric tropezó unos
cuantos pasos y luego se giró hacia su acusador con una calma enloquecedora mientras
Ned levantaba el hacha y se dirigía hacia él.
Varios de los otros hombres sacaron sus armas, pero Ned les hizo señas para que
se retiraran. —Es posible que me hayas tomado por un mestizo de montaña engreído
—dijo con una sonrisa despectiva—, pero me he entrenado con la propia guardia del
rey. Mientras tú tomabas el té en la cama, yo estaba aprendiendo a defenderme. Te
sugiero que encuentres un arma, aunque no sea más que un palo, antes de que te separe
la cabeza de los hombros.
Danric se enderezó dónde estaba, con las manos sueltas, una expresión sardónica.
—Si solo has entrenado durante la misma cantidad de horas que pasé tomando té en la
cama, te sugiero que dejes el hacha antes de que te lastimes.
Si lo que pretendía era un estímulo, funcionó. Ned cargó y, por un momento, el
tiempo se hizo más lento. Fuera lo que fuera Ned, no era del todo un fraude. Era rápido,
fuerte y balanceaba el hacha como si supiera exactamente qué hacer con ella.
Danric dio un rápido paso hacia un lado, y la hoja reluciente cortó el aire a menos
de un centímetro de su cara.
—Un primer golpe decente —señaló—. No me diste la oportunidad de hacer un
plan, y te comprometiste completamente. Sin embargo, tu juego de pies es un poco
descuidado.
—Entonces él nunca entrenó con la guardia del rey —gritó Leisa, a pesar de que
la espada le apuntaba al pecho—. Roderick está obsesionado con el buen juego de pies.
Él tampoco había entrenado mucho en una pelea real, porque al sonido de la voz
de Leisa, la cabeza de Ned se sacudió en su dirección.
Un instante después, la punta de la bota de Danric conectó con la muñeca de Ned,
enviando su hacha volando fuera de su mano. Danric se acercó al lugar donde aterrizó,
lo recogió, la arrojó al aire y la agarró por el asa.
—Oh, mira —dijo—. Encontré un arma.
De alguna manera, ese fue el momento que el corazón de Evaraine eligió para
informarle que la habilidad de su esposo para defenderse lo hacía aún más
devastadoramente atractivo. Más indispensable para su felicidad. Probablemente no
debería haberlo hecho, pero estaba tan aliviada por su victoria que se echó a reír en voz
alta.
Se tapó la boca con la mano un momento después, pero el daño ya estaba hecho.
La mirada furiosa y humillada de Ned se posó en ella y, en un abrir y cerrar de
ojos, se paró a su espalda, torciendo su brazo y sosteniendo una daga en su garganta.
—Suelta el hacha —gruñó.
En la extraña claridad del momento, Evaraine se alegró de descubrir que no sentía
miedo real. Tampoco, reconoció con curiosidad, se sintió indecisa. Se había preguntado
cómo sería encontrarse de nuevo en esta posición, frente a la pregunta de si estaba
dispuesta a usar su poder contra otro ser humano.
El ataque de Felden en Hanselm la tomó por sorpresa. Los asesinos de Melger la
habían arrinconado y no le habían dado tiempo para considerar su curso de acción. Pero
esta vez, entendió mejor su poder. Y tal vez, ella también se entendía a sí misma.
Este poder que le habían dado no era lo que ella hubiera elegido. Había hecho de
su vida una vida oscura y solitaria, llena de miedo y dudas. Pero su poder no dominaba
su corazón. Su habilidad para matar no la convertía en una asesina.
La convertía en otra humana más. Solo otra alma tratando de encontrar una
manera de hacer lo mejor que podía con lo que le habían dado. En su corazón, ella era
simplemente una mujer que no quería nada más que vivir en paz y proteger a las
personas bajo su cuidado.
Quizás si continuaba aislándose como su padre y Melger, llegaría a ver su poder a
través de una lente retorcida. Pero nunca se había sentido completamente sola. No
desde el día que recibió una carta de un chico como ella, que de alguna manera sabía lo
que necesitaba antes de que se conocieran.
E incluso en los años de soledad desde entonces, había tenido a Leisa. Y a Zander,
que nunca le había temido, aunque conocía su secreto.
Danric había tratado de salvarla de usar su poder contra su propia gente,
creyendo que la perseguirían. Y no hace mucho tiempo, habría tenido razón.
Pero ahora…
—Quita tus manos de mi esposa —Danric no se había movido, pero la tranquila
amenaza en su tono era de alguna manera más amenazante que si hubiera gritado con
ira.
—¿Tu esposa? —Ned dejó escapar una risa fea—. Una traidora. Si es que ella
realmente es una ciudadana de Farhall. Ahora suelta el hacha.
—Esta pelea es entre nosotros —dijo Danric, bajando el hacha al suelo—. Déjala
fuera de esto. Baja la daga, y tú y yo podemos terminar esto.
—O la mato primero y luego trato contigo —se burló Ned—. No tienes poder para
hacer demandas aquí, principito.
Evaraine sabía que podría verse obligada a usar su poder para escapar, pero si
había otra forma, la tomaría. Quizás si podían dejar este pueblo sin derramar sangre,
los habitantes algún día podrían aprender una mejor manera que el aislamiento y las
amenazas.
Así que cuando Ned hizo un gesto para demostrar su punto, y su daga se movió
hacia un lado por un momento, Evaraine dejó que su cuerpo se relajara, preparándose
para caer como si se hubiera desmayado.
Hasta que escuchó una nueva voz en el tenso silencio.
—No puedes matarla —gritó Trevon horrorizado—. ¡Ella es la princesa!
Capítulo 17
Danric

¿Cómo, en nombre de toda Abreia, el chico se había dado cuenta de eso?


Si sobrevivían a esto, Danric tenía la intención de tener una larga conversación de
corazón-a-corazón con el niño acerca de su deplorable hábito de escuchar primero y
luego revelar la información más delicada en los momentos más incómodos posibles
Pero en este momento, solo tenía una preocupación, y era la daga en la garganta
de su esposa.
Evaraine era más que capaz de manejar a Ned por su cuenta, Danric lo sabía. El
bastardo tenía el brazo torcido detrás de la espalda, lo que significaba que lo estaba
tocando, así que la vida de Ned era suya en el momento en que decidiera que era una
amenaza demasiado grande.
Pero tal vez no lo decidiría hasta que fuera demasiado tarde. El corazón de
Evaraine por su gente era profundo, incondicional e infinitamente indulgente. Y no
debería verse obligada a matar a Ned si hubiera alguna forma de evitarlo.
Durante los primeros momentos después del pronunciamiento de Trevon, todos
se quedaron helados, todos los ojos fijos en Evaraine. Un instante después, los brazos
de Ned cayeron a los costados y se apartó de ella en lo que parecía una reacción
inconsciente al horror de lo que casi había hecho.
Pero luego su cerebro se puso al día, y la alcanzó de nuevo, con odio desnudo en
sus ojos azules entrecerrados.
Él llegó demasiado tarde. El puño de Danric se estrelló contra su mandíbula,
haciéndolo tambalearse hacia atrás.
Los hombres de Ned se lanzaron hacia ellos, con las espadas a medio desenvainar,
y el control de Danric se rompió.
El primer hombre fue desarmado antes de que Ned soltara su primer aullido de
rabia y dolor.
A la cuenta de dos, Danric había arrojado la espada del segundo hombre al techo
de la casa al otro lado de la calle y aplastó a sus siguientes dos oponentes usando solo
sus puños.
El quinto tropezó con tanta fuerza que se deslizó de cabeza en el porche de la
posada, y el sexto cayó con un grito cuando su cara se encontró con la rodilla de Danric.
En total, ni siquiera hubo tiempo para contar hasta diez antes de que Danric se
quedara solo en la calle, con los puños cerrados, respirando con dificultad, mirando a
sus oponentes restantes mientras una mano pequeña y fría se enroscaba alrededor de
la suya.
Evaraine.
Miró sus hermosos ojos verdes, preguntándose si ella estaría enojada porque
había perdido el control. Debería haber recordado que solo Ned era realmente su
enemigo. Pero con su vida en peligro, todo lo que pudo ver fueron las armas que venían
en su dirección y la posibilidad de que no pudiera manejarlas todas. Gracias a su falta
de control, cualquier oportunidad que habían tenido de trabajar con estos aldeanos se
había esfumado.
Pero Evaraine le sonrió y, en ese único momento de tranquilidad, fue como si
fueran las dos únicas personas que existieran.
—Gracias —dijo suavemente—. Lamento mucho lo que has pasado por mi culpa.
—También lo siento —Abrió su mano y envolvió sus dedos alrededor de los de
ella—. Lamento no haber podido guardar tu secreto. Lamento haberlos lastimado
cuando esperabas salvarlos.
—No se puede salvar a alguien que no quiere ser salvado —dijo con tristeza—.
Nunca imaginé que mi propia gente haría esto. Nunca imaginé que mi vida podría
terminar en sus manos. Lamento mucho haber arrastrado a todos los demás al peligro.
Que no escuché cuando sugeriste otro camino.
Su vida podría terminar…
El corazón de Danric protestó que nunca permitiría que eso sucediera, pero sabía
que no podía aspirar a derrotarlos a todos.
Su momento de paz ya estaba siendo destrozado por rostros enojados y espadas
desenvainadas. Danric y Evaraine se vieron obligados a formar un círculo cerrado con
Leisa y Trevon, quien se puso bastante verde cuando se dio cuenta de que el efecto de
sus palabras había sido el contrario al que pretendía.
—¿Es verdad? —preguntó Ned, abriéndose paso a empujones entre los hombres
que los rodeaban, la sangre goteando de los labios que estaban torcidos por la amargura
y la ira—. ¿Ese chico está diciendo la verdad?
Ella simplemente podría negarlo. Trevon era joven y su afirmación sonaba
absurda. ¿Por qué la princesa de Farhall viajaría casi sola por el desierto en pleno
invierno? Todo lo que Evaraine tenía que hacer era decirles que había mentido para
salvar su vida. Entonces los hombres de Pine Falls centrarían su ira en Danric y la
dejarían en paz.
—¿Y qué harás si es verdad? —Evaraine se alejó de Danric, se acercó a Ned y, por
un instante, él casi la agarró por la espalda.
Pero este era su derecho. Este hombre y este momento eran suyos para
enfrentarse, y Danric permaneció en silencio mientras ella lo hacía con toda la dignidad
de una mujer nacida para ser reina.
—Dime, Ned de Pine Falls, ¿qué harás si descubres que has agredido a tu princesa
y te has burlado de la hospitalidad que se encuentra en el corazón del carácter de
Farhall?
Era tan pequeña en comparación con el hombre que tenía delante y, sin embargo,
de alguna manera, lo hacía parecer pequeño.
Si Ned hubiera sido un hombre más sabio, tal vez la habría reconocido allí mismo.
Pero si hubiera sido inteligente, esta mañana habría sido muy diferente, y Ned no
mostraba signos de reconocer que sus propios defectos habían llevado a esta
confrontación completamente prevenible.
—Si —replicó Ned—, descubriera que esto es cierto, que la hija de Soren está de
pie en las calles de mi ciudad, habiéndose vendido al heredero de Garimore por el precio
de su propia seguridad, sabría que el reino que reclamo como mío ya no existe. Ese
Farhall está muerto, y debemos protegernos lo mejor que podamos. Declararía que no
tenemos rey, que no necesitamos reina, y luego enviaría a lo que queda de la traicionera
monarquía de Farhall a las montañas para morir, sola y con amargo pesar por la forma
en que ha traicionado a su pueblo —Ned se inclinó hasta que su rostro estuvo a solo
unos centímetros del de Evaraine—. Y lo consideraría justicia.
Luego la empujó hacia Danric.
La barbilla de Evaraine cayó sobre su pecho y sus hombros cayeron como si
estuviera derrotada. Ella moriría aquí antes de matar a estas personas para salvarse.
Danric lo sabía tan claramente como sabía que la amaba.
Pero no podía permitir que ella muriera. No permitiría que este pueblo los enviara
al desierto a congelarse. ¿Cómo podría convencer a la gente de Pine Falls para gastar su
ira en él y permitir que Evaraine y los demás se quedaran, incluso si eran prisioneros?
Los cuatro estaban espalda con espalda, en medio de la calle, la nieve se
arremolinaba a su alrededor, rodeados por los rostros duros y enojados de los hombres
por los que Evaraine habría arriesgado su vida. Ahora que la prisa de la batalla había
terminado, ya estaban temblando de frío, sin abrigo, sin armas y sin tiempo.
Y Danric no podía pensar en nada. Sin opciones, sin soluciones. Al igual que
Evaraine, se había enfrentado a la realidad de la derrota y no veía ninguna salida que
no terminara en tragedia.
Miró a Leisa. —Si tienes algo —murmuró—, ahora es tu momento.
Ahora que lo pensaba, ella había estado extrañamente en silencio durante algún
tiempo, casi como si su atención estuviera en otra parte. Cuando Danric miró más de
cerca, parecía que sus ojos azules estaban vidriosos y su ceño ligeramente fruncido.
Alarmado, la tomó del brazo y la sacudió. —¿Leisa? ¿Estás bien?
Sus ojos se enfocaron, y lo sacudió mientras una sonrisa se formaba en sus labios.
—Mejor que bien —dijo con fiereza—. Solo... trata de no gritar.
¿Tratar de no gritar?
Se volvió hacia Evaraine con la intención de preguntarle a qué se refería Leisa,
pero nunca tuvo la oportunidad.
Del pesado cielo gris, de los vientos arremolinados y de la nieve, se oyó un grito
de furia e indignación, el grito de un depredador mortal cuya pareja había sido
amenazada y que ahora perseguía a los responsables con fuego, colmillos y garras.
Los aldeanos respondieron con terror y caos. La mayoría rompió y corrió gritando
para cubrirse. Ned palideció y se congeló, mirando hacia el cielo justo a tiempo para ver
la pesadilla alada de un wyvern enojado cayendo en picado hacia él, con las garras por
delante.
Aterrizó, abrió las alas y mostró los colmillos mientras retrocedía hacia el grupo
asediado en el centro de la aldea. En el momento en que los alcanzó, una segunda figura
se deslizó de su espalda.
La figura se desdibujó cuando golpeó la nieve, y un felino de las tormentas
apareció al lado del wyvern, una bestia de pelaje plateado casi tan alta como Leisa, con
ojos color lavanda y garras afiladas como agujas en cada enorme pata.
—No grité —murmuró Danric por un lado de su boca—. Pero ¿ahora qué?
—Ahora —respondió Leisa, con la voz llena de desprecio—, recuperamos
nuestras mochilas y nos iremos.

Danric la siguió de regreso a la posada y se apresuró a empacar todo lo que él y


Evaraine habían traído con ellos. Cuando regresaron con sus compañeros, Trevon
seguía congelado en medio de la calle, mirando a Kyrion. Evaraine estaba hablando con
uno de los aldeanos, que escuchaba como si estuviera aturdido mientras describía a los
espectros y le explicaba cómo podían ser derrotados.
De alguna manera, todavía esperaba salvarlos, incluso después de que intentaron
matarla.
—Te dejo en paz durante diez minutos —gruñó el wyvern a Leisa—, y esto es lo
que encuentro.
—Estoy agradecida de que nos hayas encontrado —murmuró Leisa, envolviendo
sus brazos alrededor del cuello de la criatura y presionando su mejilla contra sus
escamas—. Tu sincronización es, como siempre, impecable.
—¿Cómo nos has encontrado? —Evaraine había terminado su discurso y ahora
tenía los ojos entrecerrados mientras miraba a los dos recién llegados—. Y… ¿quién es
el gato?
El compañero peludo del wyvern estaba pinchando a Ned con una pata mientras
mostraba lo que probablemente era una sonrisa. En un Gato Tormenta, parecía un
gruñido, y Ned parecía estar a medio camino entre orinarse y hacerse el muerto.
—Te lo explicaré tan pronto como estemos en un lugar seguro —prometió Leisa—
. ¿Cuántos de nosotros puedes tomar a la vez?
Kyrion agitó sus alas y se posó en el suelo. —Puedo tomar tres por a la vez, si uno
de ellos es el niño.
El chico en cuestión hizo un extraño chirrido, pero parecía que no podía formar
palabras. Lo cual sería la primera vez, según la experiencia de Danric.
—Y Wyn puede llevarse a Leisa —continuó Kyrion—, o a Evaraine si ella se siente
cómoda con ese arreglo.
¿Wyn? Aparentemente cansada de atormentar a Ned, la gata trotó con pasos
silenciosos para empujar su nariz contra la cara de Danric y oler con desconfianza. Él se
mantuvo completamente inmóvil, suponiendo que la criatura era en realidad un Elfo
Nocturno en forma de caza, pero sin querer arriesgarse a hacer ningún movimiento
repentino.
—Wyn, deja de molestar a los humanos. Tenemos que irnos antes de que estos
aldeanos decidan que están lo suficientemente enojados como para arriesgarse a
atacarnos.
—¿A dónde podemos ir? —La pregunta lastimera de Evaraine le recordó a Danric
que todavía no estaban a salvo. Su grupo no podía arriesgarse a acercarse a ningún
asentamiento humano con los elfos de la noche a la zaga, y todavía estaba nevando.
—Puedo proporcionarles refugio para pasar la noche —prometió Kyrion
bruscamente—, y darte tiempo para que decidas. También tengo noticias que pueden
cambiar tus planes originales si decide escucharlas.
—Gracias —Evaraine sonaba agradecida, pero también sonaba... rota. Como si su
resolución se hubiera hecho añicos por el peso de las decisiones que ahora
enfrentaba—. Me temo que nuestros planes deben ser cambiados. Por ahora, tal vez
sería mejor que nos llevaras en dirección a Arandar.
Después de ponerse su ropa más abrigadora, en su mayoría seca después de una
noche frente al fuego, Danric, Evaraine y Trevon se subieron a la espalda del wyvern.
Trevon parecía estar murmurando por lo bajo, algo que sonaba mucho como—:
No me comas, no me comas, no me comas...
—Él no te va a comer —dijo Danric con severidad mientras Kyrion extendía sus
alas—. Pero espero que dejes que tu miedo te enseñe que hay momentos en los que
decir lo que sabes en el momento equivocado puede significar la diferencia entre la vida
y la muerte. Eventualmente, debes aprender a dejar de escuchar conversaciones que no
son para ti, y considerar bien antes de revelar cualquier secreto que aprendas.
Trevon asintió vigorosamente y cerró los ojos cuando el wyvern saltó hacia el
cielo y despegó, con poderosos aleteos que hicieron que la nieve se arremolinara en un
violento huracán blanco.
Debajo de ellos, Leisa se arrojó sobre el lomo del felino de las tormentas plateado
y se aferró a su pelaje mientras saltaban, y pronto pareció no ser más que una diminuta
mancha gris contra el suelo cubierto de nieve.
Le tomó solo un momento de vuelo a Danric darse cuenta de que el viento era aún
más frío en lo alto. Se encontró deseando a Trevon en otro lugar para poder acercar a
Evaraine y asegurarse de que estuviera lo suficientemente caliente. Acurrucada entre
sus pieles, parecía tan pequeña y perdida.
Ellos volaron durante algún tiempo, hasta que Danric empezó a preguntarse si
alguna vez recuperaría la sensibilidad en los dedos.
—Tenemos que aterrizar —gritó por encima de la ráfaga de viento—. Está muy
frío. Debemos tomarnos un momento para calentarnos.
El wyvern se inclinó ligeramente y se dirigió al suelo, siguiendo el curso de un río
angosto que todavía corría rápidamente a pesar del hielo que invadía sus márgenes.
Finalmente, aterrizó en un afloramiento rocoso antes de alejarse con cuidado del río
hacia una espesa arboleda. Una vez que estuvo casi debajo de sus ramas, se acomodó
en el suelo para permitir que sus pasajeros desembarcaran.
Danric casi tropezó cuando golpeó el suelo, casi no había suficiente sensibilidad
en sus pies para que lo sostuvieran. Atrapó a Trevon cuando el niño se deslizaba hacia
abajo, lo puso en pie y luego se volvió hacia Evaraine.
Por un momento, ella no se movió, y Danric temió haber esperado demasiado para
pedir un descanso. Pero finalmente, lentamente, se giró hacia él, solo sus ojos verdes
eran visibles sobre el pañuelo que protegía su rostro.
—Tengo tanto frío —susurró, y él levantó los brazos.
Ella se deslizó dentro de ellos, y él la atrapó, tirando de ella con fuerza mientras la
sentía temblar con el frío helado.
—Está casi congelada —dijo, y miró al wyvern—. Puedes...
—¿Soplar fuego? —Kyrion preguntó secamente, mientras la forma del wyvern se
disolvía en un Elfo Nocturno de aspecto cansado—. No te preocupes. Puedo hacerlo
mejor que eso.
Abrió el camino bajo los árboles, hasta donde sus ramas cubiertas de nieve
proporcionaban refugio de lo peor de la tormenta. A pesar de su agotamiento, extendió
los brazos, cerró los ojos y...
Magia. Danric no podía sentirla, pero estaba claro que Evaraine sí. Levantó la
cabeza brevemente de donde la había presionado contra su costado y miró a su
alrededor con asombro mientras los pocos rastros de nieve se derretían bajo los pies y
el viento parecía morir por completo.
Cuando Kyrion bajó los brazos, tropezó brevemente antes de hundirse en el suelo
y apoyar los codos en las rodillas. —Esa —dijo—, es la mayor cantidad de magia que he
intentado en mucho tiempo.
—¿Qué hiciste? —preguntó Danric con curiosidad.
—He establecido una barrera. Mantendrá el frío hasta cierto punto y, finalmente,
el aire interior se calentará. Como beneficio adicional, también debería mantener
alejados a los espectros, en caso de que sean lo suficientemente audaces como para
acercarse a nosotros.
—Puedo encender un fuego —dijo Trevon en voz baja, y Kyrion no se esforzó de
asentir al chico en señal de reconocimiento.
—Te lo agradezco, pero eso será innecesario. Puedo ocuparme de ello en un
momento.
—¿Qué pasa con Leisa? —murmuró Evaraine, sonando preocupada a pesar de que
todavía se apoyaba fuertemente en Danric—. ¿Cómo nos encontrará?
El rostro de Kyrion pareció suavizarse ante la mera mención de su nombre. —
Leisa y yo estamos… vinculados, a falta de una palabra mejor. A menos que nos
excluyamos deliberadamente, podemos sentir dónde se encuentra el otro e incluso
compartir emociones hasta cierto punto. Y ella está con mi hermana, Wyn. Su forma de
caza puede viajar lo suficientemente rápido como para llegar aquí antes del anochecer,
y entre las dos, son más que un rival para cualquier peligro que puedan encontrarse en
el camino.
Después de unos momentos más, se arrodilló en el centro de su pequeño
campamento y limpió una pequeña área plana de escombros del bosque. Luego metió
la mano en su bolsillo y sacó una piedra lisa y redonda, que apretó brevemente con el
puño antes de colocarla en el círculo de tierra despejado.
Antes de que Danric pudiera preguntar para qué era, la piedra comenzó a brillar
intensamente, emitiendo calor junto con una suave luz amarilla.
—Es justo como lo que Vaniell estaba intentando crear —dijo Evaraine, con una
nota de asombro en su voz—. Él estaría tan feliz de ver que es posible.
—En Dunmaren, las usamos para el calor y la luz —explicó Kyrion—. En lugar de
quemar los árboles que son el corazón de nuestra patria.
Evaraine se movió y finalmente dejó el lado de Danric, acercándose al calor, pero
dejándolo a él una sensación de frío con su ausencia. Él la siguió y, por unos momentos,
todos se acurrucaron allí, descongelándose gradualmente en medio de un silencio un
tanto incómodo.
Fue, por supuesto, Trevon quien lo rompió.
—¡Eres un Elfo Nocturno! —espetó, en un tono que sugería que había estado
conteniendo esas palabras durante algún tiempo.
—Sí —La respuesta de Kyrion fue mucho más paciente de lo que probablemente
habría sido la de Danric—. Eso es correcto. ¿Deseas declararte mi enemigo?
—¿Tú... comes gente? —Trevon quería saber.
—¿Tú qué crees?
—Creo que podrías si quisieras.
—Eso es bastante cierto —coincidió Kyrion—. Al menos en mi forma de caza. Pero
los humanos son duros y los huesos se me clavarían en los dientes. Por lo general,
prefiero volar y cazar otras presas cuando tengo hambre.
Trevon sonrió, con una fascinación sedienta de sangre no poco común entre los
niños de nueve años. —Vas a comernos mientras dormimos?
—Si tuviera que comerte —respondió Kyrion—, lo habría hecho antes de hacer
ese viaje agotador. No soy un caballo y llevar pasajeros no es mi pasatiempo favorito,
así que puedes asumir que he elegido preservar tu vida en lugar de acabar con ella.
—Gracias —dijo Evaraine con seriedad, quitándose los guantes y extendiendo las
manos desnudas hacia la piedra resplandeciente—. Lo confieso, estoy avergonzada por
nuestra necesidad de rescate. Y de mi propia gente... —Ella negó con la cabeza, con los
hombros inclinados en lo que parecía ser una derrota.
—Tu propia gente —dijo Kyrion suavemente—, son los mismos que una vez me
atacaron y encarcelaron por atreverme a aparecer en Arandar. Los mismos que
felizmente te hubieran vendido a tus enemigos para asegurar su propia seguridad.
¿Cómo te sorprende que estén ansiosos por destruir lo que no entienden?
—No éramos una amenaza —protestó Evaraine—. Y todo lo que siempre he
tratado de hacer es protegerlos. Primero con mi matrimonio, y ahora con esta
advertencia. Y, sin embargo, me habrían arrojado a morir en la nieve por atreverme a
hacer precisamente aquello a lo que me he comprometido con mi vida.
Por atreverse a casarse con un príncipe de Garimore. Una cosa era cuando ese
príncipe estaba lejos, un hijo menor pretencioso que presentaba poco riesgo por
derecho propio. Pero la reputación de Danric era muy diferente a la de su hermano, y
su presencia aquí sería mucho más amenazante que la de Vaniell.
¿Evaraine comenzaba a reconocer todas las desventajas de este matrimonio en el
que se habían embarcado? ¿Se preguntaba si esto obstaculizaba sus posibilidades de
ser aceptada como reina?
—¿Crees que hiciste lo correcto? —preguntó Kyrion.
—Sí —Evaraine no dudó—. No dejaré que mueran. Tampoco los abandonaré a la
supervisión de un rey como Melger.
—Entonces debes aceptar que a veces te odiarán por eso. —El Elfo Nocturno se
puso de pie y la miró desde su altura superior, no con juicio, sino como un soberano a
otro—. Si te hace sentir mejor, mi gente también intentó matarme porque mi postura
hacia la humanidad era impopular. Mi primo me apuñaló por la espalda y mi propio
hermano tuvo parte de la culpa de las redadas en sus fronteras.
El respeto de Danric por el Rey Wyvern se disparó un poco. ¿Que había estado
dispuesto a enfrentar la ira de sus súbditos en nombre de un pueblo que lo había tratado
como lo había hecho la humanidad? Mostraba una profundidad de carácter y una
capacidad de perdón que Danric no estaba seguro de poder emular.
—No siempre te amarán —continuó Kyrion—. Pero tu deber es no ser amado. Lo
cual creo que sabes, o no habrías tomado las mismas decisiones —Su cabeza se inclinó
hacia Danric mientras lo decía.
—No me habría casado con el hombre que una vez intentó tomar mi reino por la
fuerza, eso es lo que quieres decir —dijo Evaraine con ironía.
—¿Te arrepientes? —preguntó el Elfo sin rencor.
Evaraine no miró a Danric y, por un momento, su corazón pareció encogerse. No
la culparía si lo hiciera, pero el dolor de perderla...
—No —dijo ella en voz baja—. Hace mucho tiempo, alguien me dijo que la soledad
sin compañía es quizás la mayor carga que enfrentará un rey o una reina. Ya sea en la
alegría, en la oscuridad o en el dolor, a menudo debemos soportar nuestros
sentimientos bajo el escrutinio de muchos y, sin embargo, no tenemos a nadie en quien
podamos confiar para compartirlos.
¿Estaba hablando de su carta? ¿La primera que le había escrito? ¿Cómo podía ella
recordarla tan claramente después de todos estos años?
—Pero esa misma persona también dijo que esperaba que no me sintiera sola. Y
porque se tomó el tiempo de decir eso —ella hizo una pausa y sus ojos verdes
finalmente se dirigieron a los de Danric—, nunca lo he hecho. Ha estado allí para mí
durante algunos de mis momentos más oscuros y ha demostrado ser más que digno de
mi confianza durante las últimas semanas. Por extraño que parezca… no me arrepiento
de nada.
Capítulo 18
Evaraine

Nunca se había sentido realmente sola. De alguna manera, Evaraine nunca lo había
reconocido completamente hasta este momento. Incluso antes de conocer a Danric en
persona, una parte de ella se había aferrado al conocimiento de que él estaba en algún
lugar y que la entendía. Que no quería que ella estuviera sola.
¿Había él pensado alguna vez en ella durante esos años? De repente, ella no quería
nada más que preguntar.
Pero como era su costumbre, Trevon eligió el peor momento posible para hacerse
oír.
—Princesa —dijo, infundiendo la palabra con más curiosidad que respeto—, vas
a ser reina algún día, ¿verdad?
Si tan sólo fuera tan simple. Pero Evaraine asintió porque no sabía qué más decirle
a un niño de nueve años que solo quería encontrar a su madre y sentirse seguro en el
mundo.
—Y estás casada con él —Trevon señaló con un dedo bastante sucio a Danric—.
Pero va a ser rey de... de Garimore —Su nariz se arrugó como si hubiera olido algo
podrido.
Una vez más, en realidad no era tan simple.
—Entonces, ¿qué va a pasar con nosotros? —Trevon quería saber—. ¿Vamos a ser
Garimorians ahora? ¿O vamos a ser Farhallers?
Evaraine compartió una mirada de impotencia con Danric. Había tanto que ella
simplemente no sabía. Tantas respuestas que no tenía.
—No quiero ser Garimorian —se quejó el chico—. No quiero tener que dejar las
montañas. Y me gusta la magia. Mi abuela puede hacer luces de hadas sobre mi cama y
no quiero que tenga que dejar de hacerlo —Él miró a Danric acusadoramente—.
Supongo que no eres tan terrible, pero ¿por qué tuviste que ir y casarte con nuestra
princesa, de todos modos? ¿No tenían princesas en Garimore?
—Si no te gustan los Garimorians —señaló Danric—, ¿qué te hace decir que no
soy tan terrible?
La barbilla de Trevon cayó y comenzó a hacer círculos en la tierra con la punta de
su bota. —No actúas como si fueras mucho mejor que nosotros. Y la salvaste —Sacudió
la cabeza en dirección a Evaraine—. Creo que te gusta ella. La cuidas y no te gusta que
la gente la lastime. Y podrías estar en tu castillo, pero estás aquí con nosotros en su
lugar.
De la boca de un niño desaliñado...
¿Podría ser realmente tan fácil? ¿Podría su pueblo ser convencido de aceptar su
matrimonio simplemente permitiéndoles ver eso?
—Me gusta ella —La cabeza de Evaraine se sacudió al escuchar estas palabras,
pronunciadas con la voz severa y profunda de Danric. Esa voz era más suave de lo que
había sido antes, y su tono era completamente práctico—. Me gusta mucho, lo cual es
parte de por qué me casé con ella.
Donde antes había tenido frío, Evaraine ahora se sonrojaba, preguntándose qué,
en nombre de toda Abreia, lo poseía. ¿Cómo podía decir esas palabras por primera vez
cuando estaban fríos y perdidos en medio de quién sabe dónde? Y frente a Kyrion y
Trevon, nada menos.
Afortunadamente, Trevon parecía bastante nervioso y completamente
avergonzado por la nueva dirección de la conversación, y no hizo más preguntas
mientras Evaraine sacaba comida de sus mochilas y la disponía a descongelar.
Comieron, masticando pan seco y cecina con bastante más determinación que
entusiasmo, y cuando terminaron, la cabeza de Kyrion se inclinó hacia el sureste.
—Ya vienen —dijo casualmente—. Mientras luchamos contra las corrientes de
viento, ellas luchan contra el terreno y les llevará un poco más de tiempo alcanzarnos.
Sin embargo, una vez que lleguen Wyn y Leisa, tendremos muchas noticias que
compartir y planes que hacer, por lo que les recomiendo que consideren bien sus
esperanzas y sus intenciones.
Sus esperanzas e intenciones… ¿Habían sido alguna vez realistas? ¿Y alguna vez
realmente tendría opciones significativas? Durante tanto tiempo, ella se había sentido
impulsada por las necesidades de su pueblo y su reino. Durante tantos años, todo
sentido de elección había parecido ilusorio. En teoría, podría haber elegido diferente,
pero ¿de verdad? Ella había tomado el único camino que su corazón podía aceptar, el
camino del deber. Honor. Responsabilidad.
Pero incluso ese camino ya no parecía claro. ¿Cómo podría Evaraine esperar saber
qué opciones conducirían al mayor bien para su pueblo? ¿Cómo podría ella determinar
dónde estaba su mayor responsabilidad? Había necesidades por todas partes, y sólo una
de ella.
El silencio reinó dentro de su pequeño y extraño refugio, cada uno de ellos parecía
contento de vivir en sus propios pensamientos por un tiempo. La mente de Evaraine
quedó atrapada en el mismo círculo interminable de preguntas, incapaz de encontrar
respuestas, dirección o certeza. Tenía que haber una respuesta correcta, pero ¿dónde?
Kyrion finalmente levantó la cabeza con una expresión de divertido alivio, justo
cuando dos figuras se acercaron paseando entre los árboles y entraron en su
campamento.
Leisa caminó directamente hacia los brazos de su esposo y permaneció allí
durante un largo rato, pero la otro recién llegada se acercó a Evaraine con una expresión
brillante y curiosa que parecía no verse afectada por su larga caminata por la nieve.
—Eres la princesa de Leisa —ella dijo casualmente, mirando a Evaraine de arriba
abajo antes de mirar a Danric con admiración—. Y él es bastante guapo, para ser
humano.
La hermana de Kyrion sonrió de repente, una expresión perversamente burlona
que no podría haber sido más diferente de la severa solemnidad de su hermano. —Soy
Rethwyn —dijo—, pero solo es Wyn para ti.
Los únicos Elfos Nocturnos que Evaraine había conocido, además de Kyrion, eran
aquellos que habían venido a establecer el tratado con Farhall, guerreros severos y
silenciosos, en su mayor parte.
Wyn se parecía a ellos en algunos aspectos, su piel era de un gris ligeramente más
oscuro que la de Kyrion, sus ojos color lavanda y su cabello largo y trenzado era blanco.
Pero exudaba un entusiasmo brillante y soleado que Evaraine encontraba tan atractivo
como inesperado.
—Tengo hambre —anunció Wyn—. Entonces, ¿quién de ustedes ha decidido
sacrificarse para satisfacer mi apetito?
Trevon se agachó detrás de Danric.
—Wyn —ordenó Kyrion con firmeza—, no debes torturar a los humanos
fingiendo que huelen a comida. Tampoco puedes molestarlos con preguntas sobre tu
uso de la jerga humana, o intentar engañarlos con magia.
—Hermanos —Los ojos de Wyn rodaron teatralmente—. Él nunca me deja
divertirme. Y hablando de hermanos… —Lanzó a Danric otra mirada astuta—. ¿Tú
tienes alguno?
—Lo tiene —intervino Kyrion, sonando bastante exasperado—. El que me
encerró en una armadura encantada durante diez años.
—Oh —La nariz de Wyn se arrugó con disgusto—. ¿Puedo al menos comerlo a él
después?
—Mis disculpas —dijo Kyrion con un suspiro—. Mi hermana fue la única ayuda
que pude traer en tan poco tiempo. Tal vez debería haber venido solo en su lugar.
—Te agradezco tu ayuda —dijo Evaraine apresuradamente, con la esperanza de
no ofender a la princesa Elfa—. Estamos profundamente agradecidos por tu parte en
alejarnos del peligro, y me gustaría expresar mi compromiso personal de ofrecerte la
misma protección si alguna vez la necesitas.
Ahí. Una declaración adecuadamente diplomática.
Wyn se echó a reír. —Si quieres política, esa sería la profesión de Kyrion. Solo
estoy aquí por la diversión y la aventura. Ya que mamá nunca me deja ir a cualquier
sitio.
—¿Me pregunto por qué? —murmuró Leisa—. ¿Sabe Lythienne que estás aquí?
—Lo sabe —dijo Wyn—. Al menos, ya debería saberlo.
Leisa miró a Kyrion con los ojos muy abiertos por el horror. —¿No se lo dijiste a
ella?
—No, no se lo dije —se cubrió, con la más mínima pizca de sonrisa en sus labios—
. Simplemente la evitamos hasta que llegó el momento de irnos.
—¡Ja! —Trevon se asomó por detrás de Danric—. Eso es lo que yo hice, y dijiste
que...
—Silencio, pequeño —Leisa le lanzó una mirada severa—. Las reglas son
diferentes cuando tienes nueve años que cuando tienes —miró a Wyn—,
considerablemente más de nueve años.
—A pesar de lo entretenido que es esto —dijo secamente Kyrion—, ahora que
todos están aquí, creo que es hora de compartir lo que sabemos y permitir que la
princesa Evaraine determine cómo avanzaremos.
Leisa suspiró, pero asintió con la cabeza y se movió para tomar asiento más cerca
de la fuente de calor. —Si hay malas noticias, supongo que es mejor escucharlas ahora.
—No es del todo malo —le informó Wyn—. Los espectros que estás cazando se
han mostrado en Dunmaren, pero solo unos pocos. Parecen dispersos y confundidos, y
tal vez te anime saber que nuestra magia ha sido más que suficiente para lidiar con su
presencia.

—Esa es una noticia mucho mejor de lo que me atrevía a esperar —admitió


Evaraine—. ¿Has sacado alguna conclusión en cuanto a su fuente?
Wyn negó con la cabeza. —Madre ha recopilado los informes, y sentimos que
están llegando a nuestros bosques desde el norte, quizás desde el noroeste.
—¿Qué hay más allá de tus fronteras en esa dirección? —Evaraine preguntó con
curiosidad—. Sé que las montañas son el hogar de los Dwer, pero más allá de eso, solo
hemos oído hablar de los Elfos, y no dan la bienvenida a los forasteros.
—Sí —dijo Wyn brevemente, con una mirada de reojo a Kyrion—. Nuestros
primos de la luz del día sellaron sus fronteras hace mucho tiempo usando magia. La
frontera no disuadiría a un Elfo Nocturno, pero la noche y el día han estado en
desacuerdo desde que se tiene memoria. No vamos allí por elección.
—¿Crees que los espectros podrían haber venido de sus tierras?
—Es posible —reconoció Wyn—. La magia de ellos es diferente a la nuestra y
puede que no sea tan efectiva contra tales criaturas. Pero si los Elfos hubieran sido
invadidos, deberían haber refugiados, sin importar cuánto nos desprecien. Y estas
criaturas no actúan como exploradores. Tampoco parecen criaturas que habitualmente
actúan solas. Son vacilantes e inseguros, a la defensiva y, a menudo, indecisos. Por su
comportamiento, creemos que algo puede haber alterado su territorio y hábitos
normales, y aquellos que hemos visto están huyendo en busca de seguridad.
—Ellos parecen más fuertes y audaces cuando están en números —reflexionó
Evaraine—. Quizás alguna vez existieron en una comunidad más grande, y algo la
destruyó —Pero lo que sea lo suficientemente poderoso como para destruir un grupo
más grande de tales criaturas...
Ella se estremeció.
—Mencionaste que tenías noticias que afectarían nuestras decisiones en el futuro,
—le dijo a Kyrion—. Me alivia saber que tu gente está a salvo, pero ¿qué has aprendido
sobre la mía?
Ni siquiera trató de suavizar el golpe.
—Arandar está sitiado —dijo sin rodeos, y Evaraine respiró hondo, con fuerza.
¿Acaso Melger había enviado ejércitos después de todo?
—De hecho, Garimore ha enviado un contingente de tropas, aparentemente en
apoyo de su embajador. La Reina de Eddris parece haber enviado una fuerza pequeña
y rápida para responder a esta amenaza, y se han unido a un número cada vez mayor
de las propias tropas de Farhall que han sido arrojadas a la deriva por las órdenes
provenientes del palacio. Y, sin embargo, las paredes todavía se sostienen contra ambos
grupos, por guardias que sienten que le deben lealtad a cualquiera que sea aprobado
por el rey Soren, pero que no pueden tolerar a los soldados Garimorians en las calles.
Era incluso peor de lo que Evaraine había imaginado. Su propia gente estaba
preparada para luchar entre sí basándose en las mentiras y la manipulación de un Mago
Mental, que a su vez era controlado por el chantaje.
¿No había fin a los males que Melger estaba dispuesto a infligir a la gente de
Abreia?
—Tienes razón —dijo con tristeza—. Esto lo cambia todo. Si mi gente entra en
guerra entre sí, fácilmente podría romper el corazón de Farhall más allá de cualquier
capacidad de reparación.
Miró impotente a Danric, necesitando... algo que solo él podía darle. ¿Comodidad?
¿Validación? ¿Algo más para lo que ella no tenía un nombre?
—Tendré que irme —dijo—. Lo más rápido posible. Pero tú... tu camino no tiene
por qué seguir el mío —Sea lo que sea en lo que ella se estaba metiendo, bien podría ser
el lugar menos seguro de todo Abreia para el hijo del hombre que había provocado todo
esto.
—Mi camino —dijo simplemente—, siempre está con el tuyo. A menos que me
ordenes que me quede.
—No será seguro —Necesitaba que él lo entendiera mucho—. Y no puedo
prometer…
Pero Kyrion interrumpió lo que estaba a punto de decir.
—No —dijo con severidad—, no puedes. No puedes prometer seguridad y no
puedes obligar a tu pueblo a aceptarlo como tu consorte. Pero tampoco puedes seguir
escondiéndote de la realidad de tu matrimonio tras la excusa de la aceptación de tu
pueblo. No son ellos quienes deben aceptarlo… eres tú.
Esa palabra golpeó a Evaraine como un cuchillo y, por un momento, casi se
atragantó con la ira que acompañaba su negación. Ella había elegido esto. Incluso había
explicado por qué no se arrepentía. Entonces, ¿cómo podría Kyrion acusarla de no
aceptar la realidad de su matrimonio?
—No hablo para juzgar —continuó Kyrion—, sino como alguien que ha recorrido
el mismo camino y se ha enfrentado a sus propias dudas. Creo que titubeas porque una
parte de ti aún no está totalmente comprometida con todo lo que significará este
matrimonio, y por eso continúas escondiéndote de él. Te escondes de ti misma, te
escondes de tus diferencias y así permites que el peso del pasado te impida avanzar.

Kyrion miró a su esposa y, de repente, su tono cambió. —Pero eres sólo tú quien
se interpone en tu camino. Debes discernir la naturaleza de tus propios miedos si
quieres superarlos. Solo así podrás demostrarle a tu pueblo que sus diferencias pueden
hacerlos más fuerte. Que aún pueden convertirse en una bendición para ambos reinos.
Es posible, dadas las circunstancias, que la elección mutua sea el único camino hacia la
paz.
Su elección.
De hecho, había elegido a Danric. Por tantas razones.
Si alguna vez era coronada reina, tomaría muchas decisiones que cambiarían la
vida de su pueblo. Entonces, ¿por qué esta era diferente? ¿Por qué tenía tanto miedo e
incertidumbre sobre revelar su relación?
—Si ayuda —murmuró Leisa—, sabía que amaba a Kyrion, y aun así casi decidí no
casarme con él…porque lo amaba.
¿Era ahí donde residía la vacilación de Evaraine? ¿Estaba tratando demasiado de
proteger a Danric porque su matrimonio parecía traerle nada más que dolor? ¿O
realmente solo estaba tratando de protegerse ella? Porque en el fondo, una parte de ella
todavía no podía creer que Danric la hubiera elegido. Que finalmente no se aburriría ni
se sentiría insatisfecho y decidiera que ella no era suficiente.
Si eso era cierto... Parecía que había roto sus promesas, tanto para ella misma
como para Danric. Le estaba haciendo una vez más lo que su padre le había hecho a ella,
empujándolo a un lado porque su amor había tomado la forma del miedo en lugar de la
confianza.
Al igual que su padre, ella y Danric nunca habían sido completamente abiertos
sobre sus sentimientos. Nunca se tomaron un momento para desnudar sus corazones
para que pudieran saber con certeza lo que el otro estaba pensando.
Y Lyria, en su sabiduría, incluso les había advertido...
Siempre es mejor para estas cosas ser honesto. Libres. Solo las cosas feas crecen
cuando todo lo que compartes es el silencio.
Era necesario romper el silencio, y en este lugar, en este momento, le
correspondía a Evaraine romperlo. Entonces, como mujer y como princesa de Farhall,
se volvió hacia Danric y se dirigió a él con el corazón en las manos.
—Debo regresar a Arandar —dijo simplemente—. Mi pueblo me necesita y no
puedo ignorar su difícil situación. No sé lo que encontraremos, pero te agradecería que
consintieras en acompañarme. No como mi guardaespaldas, sino... como mi esposo.
Deseo reconocerte públicamente.
Escuchó el silencioso jadeo de Leisa, pero lo ignoró. Estaba demasiado ocupada
conteniendo la respiración mientras esperaba la respuesta de Danric.
Pero no la hizo esperar mucho. —Sí —dijo él, sosteniéndole la mirada con grave
sinceridad—. Iré contigo. No por el bien de tu reino, sino para ayudarte a salvar a
nuestro pueblo.
Nuestro pueblo.
Él no podría haber dicho otras palabras que hubieran tocado su corazón tan
profundamente. Ya sea que la gente de Farhall lo aceptara o no, él los defendería,
lucharía por su seguridad y su futuro, tal como lo haría ella.
Pero no porque su honor lo exigiera. El honor no se extendía tan lejos.
La verdad la golpeó como un rayo en un día sin nubes. Como un maremoto en
medio del desierto, inevitable, imprevisto, ineludible.
Él lo haría porque la amaba.
Ella podría haberse quedado así para siempre, perdida en un mar de preguntas
sobre cuándo y por qué. Desesperada por saber cuánto tiempo había ocultado Danric
esos sentimientos detrás del deber y el honor y manteniendo sus votos.
Pero, como lo había hecho en tantas otras ocasiones, Trevon arruinó el momento
en que su voz de disgusto se elevó en medio de sus dudas.
—No vas a besarla, ¿verdad?
Leisa comenzó a reír sin poder hacer nada cuando Wyn dejó escapar un gemido
de frustración.
—¿Seguro que no me lo puedo comer?
Trevon palideció, pero levantó la barbilla como si la desafiara a hacer lo peor. Wyn
dio un paso amenazante hacia él, pero Kyrion la detuvo con una sola mirada exasperada.
—No hay tiempo —dijo con severidad—. Debemos elegir nuestro camino a seguir.
—Danric y yo iremos a Arandar y exploraremos la situación allí —dijo Evaraine
con decisión. Y por mucho que odiara la necesidad…—. Llevaremos a Trevon con
nosotros. A pesar de lo peligroso que pueda ser, creo que el mejor lugar para él es con
su madre, si la puede encontrar.
Kyrion inclinó la cabeza en reconocimiento. —Creo que esa es una sabia decisión,
Su Alteza. Estoy dispuesto a llevarte tan lejos, aunque no puedo involucrarme
directamente en recuperar tu ciudad.
Evaraine asintió para demostrar que entendía. —Ya le has dado más a esta alianza
de lo que puedo esperar a pagar. Se siente como un pobre agradecimiento, pero solo
puedo asegurarte mi compromiso con una relación aún más estrecha entre nuestros
reinos en el futuro.
Este intercambio provocó una sonrisa que Leisa no pudo disimular. —Me encanta
cuando ustedes dos intentan ser majestuosos y soberanos.
—Y a mí —respondió secamente Evaraine—, me encanta recordar cuando
estabas demasiado intimidada para burlarte de mí.
—No puedo imaginar a qué te podrías estar refiriendo —Leisa asomó la nariz al
aire—. Pero dejando de lado las bromas, ¿qué me pedirías en estas circunstancias? Si
bien creo que es mejor si yo, como Kyrion, no me involucre directamente en la situación
en Arandar, preferiría no sentarme y no hacer nada.
—Si solo continuaras advirtiendo a nuestra gente —respondió Evaraine—, eso
sería más que suficiente. No te pido que te enfrentes directamente a los espectros, pero
cualquier advertencia es mejor que ninguna. Y si en el camino continúas buscando
información sobre la naturaleza y el origen de los espectros, te lo agradecería.
—Hecho —Leisa se cruzó de brazos con una expresión determinada—. Ya
encontraré una manera de vencerlos. Y si no tienes objeciones —Le lanzó una mirada a
la hermana de Kyrion—, creo que a Wyn le complacerá acompañarme.
—Bueno, ciertamente no quiero ir a casa —Wyn pronunció la palabra con un
escalofrío—. Cuando mamá descubra lo que he hecho, probablemente me arrastrará al
campo de pruebas y me recordará por qué es la guerrera más temida de todo
Dunmaren.
Kyrion ahogó una carcajada y recibió un codazo en las costillas por su
atrevimiento.
—Y de todos modos —continuó Wyn—, si bien no he luchado contra ellos
directamente, creo que mi magia será suficiente para protegernos de cualquier espectro
que podamos encontrar.
—Ten cuidado —le advirtió Kyrion con severidad—. No son un enemigo que deba
tomarse a la ligera. Y sabes que mamá me culpará si te lastimas después de que permití
que te escaparas sin decírselo.
—¿Me permitiste? —El tono de Wyn se volvió peligroso—. ¿No te estás volviendo
demasiado confiado en tu autoridad real, hermano mayor?
Los labios de Evaraine se torcieron con diversión. Era bastante difícil permanecer
en el temor de toda esa mística severa de los Elfos Nocturnos después de escucharlos
discutir como cualquier hermano humano.
—Suficiente —se quejó Leisa, rodando los ojos teatralmente—. Continuarán para
siempre si los dejas, y tenemos un plan para poner en marcha. Estamos de acuerdo
¿entonces? ¿Descansaremos aquí y nos iremos por caminos separados por la mañana?
Ella fue respondida con asentimientos. Dado que ya estaba anocheciendo, era
demasiado peligroso viajar, por lo que se dispusieron a acampar.
Y a pesar de sus sentimientos de temor y urgencia por las noticias de Arandar,
Evaraine descubrió que una pregunta seguía siendo la principal en su mente. Incluso
mientras se envolvía en todas las pieles y la ropa de cama de su mochila y trataba de
dormir, su corazón latía al ritmo de un ansioso anhelo.
¿Cuándo le diría finalmente Danric la verdad?
Capítulo 19
Danric

Mientras que el wyvern era una forma decididamente más conveniente de viajar
en invierno, Danric estuvo a punto de maldecirlo varias veces a lo largo del curso del
día siguiente. Del mismo modo que maldecía el frío, el viento, la nieve y cierto niño
pequeño cuya presencia solo podía describirse como endiabladamente inconveniente.
Todo lo que Danric necesitaba era un solo momento privado con Evaraine, y era
lo único que las circunstancias les seguían negando.
Justo antes del anochecer, Kyrion los dejó a poca distancia de las murallas de
Arandar. Estaba lo suficientemente lejos como para que un arquero de vista aguda no
lo viera y le disparara, pero lo suficientemente cerca para que pudieran ver el humo que
salía de los campamentos del ejército sitiador.
—¿Unirás fuerzas con los que están fuera de los muros? —preguntó el Elfo
Nocturno, que parecía estar a punto de colapsar por el cansancio una vez que había
regresado a su forma élfica.
—Yo creo que no —Era evidente que Evaraine estaba exhausta por la tensión de
las últimas semanas, pero había comenzado a caminar, pareciendo más nerviosa que
nunca ahora que estaba cerca de volver a casa—. No tengo forma de saber quién lidera
sus filas, pero hay una posibilidad mejor que decente de que quien quiera que los
comande me conozca de vista. Una vez que me conozcan, es probable que no se me
permitan abandonar la seguridad del campamento, y no puedo permitirme el retraso.
—¿Hay algún camino secreto más allá de las puertas? —Danric tuvo que
preguntar, pero no estaba seguro de si ella se arriesgaría a responder esa pregunta en
compañía del presente.
—Probablemente lo haya —confirmó—, pero lamentablemente, no lo sé. Nunca
se me permitió vagar más allá del propio palacio. En algún lugar cerca de las puertas en
el lado sur de la ciudad, recuerdo haber visto una puerta trasera, pero sin duda está
fuertemente custodiada.
—Entonces permíteme ayudarte una última vez —ofreció Kyrion—. Si esperamos
hasta que oscurezca, estoy dispuesto a arriesgarme a llevarte por encima de los muros.
A Evaraine claramente no le gustó la idea, pero después de unos momentos,
asintió.
—Gracias —dijo con gravedad—. Preferiría no ponerte en peligro, pero si hay otra
opción, parece que no puedo pensar en ella.
Así que esperaron. El corto tiempo hasta el anochecer había comenzado a parecer
una eternidad cuando Kyrion finalmente se puso de pie lentamente y cambió a su forma
de caza. Danric observó con preocupación, sin atreverse a expresar sus preocupaciones
en voz alta, pero notó que los movimientos del Elfo Nocturno parecían más lentos,
menos seguros que antes.
Fue un vuelo breve y, a pesar de la oscuridad, Danric se sintió completamente
expuesto a medida que se acercaban a las paredes. Afortunadamente, solo había un
puñado de fuegos de vigilancia en las almenas, junto con algunos guardias solitarios
apostados a intervalos.
Ninguno de ellos parecía tan alerta como Danric hubiera deseado si fueran los
responsables de la seguridad de su ciudad, pero en esta ocasión, su falta de atención era
una bendición. Kyrion pasó deslizándose con alas silenciosas y se dejó caer
rápidamente en las profundidades de un callejón vacío a poca distancia de la pared.
Sus pasajeros se deslizaron hasta el suelo y se echaron al hombro sus mochilas.
—Cuídate —dijo el wyvern con su extraña y profunda voz—. Buscaré a Leisa y
regresaremos cuando podamos. —Con un último asentimiento y un fuerte batir de sus
correosas alas, saltó en lo alto.
Danric escuchó el suave suspiro de Evaraine mientras observaba al wyvern
desvanecerse en la oscuridad. Luego se volvió y cuadró los hombros con decisión.
—Deberíamos…
Gritos aterrorizados rompieron el silencio de la noche.
—¡Dragon!
Los gritos pasaban de un guardia a otro. Oyeron el sonido de las cuerdas de los
arcos, seguido del áspero grito del wyvern.
—No —susurró Evaraine, con los ojos muy abiertos por el horror.
—Espera aquí —Danric dejó caer su mochila y corrió hacia el sonido del grito. Si
tan solo pudiera llegar allí primero...
Pero los suyos no fueron los únicos pasos que resonaron por las calles oscuras.
Los guardias convergían en el disturbio, y no había señales de alas o escamas, ni en el
aire ni en el suelo.
A la vuelta de una esquina más, por un callejón más... Danric miro frenéticamente
en cada sombra, pero no encontró nada.
¿Kyrion había escapado después de todo? ¿O se había caído fuera de los muros?
Tal vez su herida no le impidió volar.
Trotando con cautela en dirección a Evaraine, Danric estaba a punto de abandonar
el refugio del callejón cuando una mano salió disparada de la oscuridad y lo agarró por
el hombro.
Danric reaccionó con un puñetazo que le habría roto las costillas si su objetivo no
hubiera sido un poco más rápido que él. E incluso entonces, apenas evitó dar un grito
de alarma que habría delatado su posición.
—Soy yo —jadeó Kyrion, y Danric apenas atrapó al Elfo Nocturno por los hombros
antes de que se deslizara al suelo.
Había sangre en el brazo de Kyrion. Una gran cantidad de sangre, y mientras
Danric observaba, comenzó a gotear sobre la nieve, dejando un rastro que incluso el
guardia menos astuto podría seguir.
Maldiciendo en voz baja, Danric se arrancó el pañuelo que le protegía la cara y
envolvió con fuerza el brazo herido. —¿Puedes caminar? —preguntó suavemente.
—Con ayuda —respondió Kyrion, apretando los dientes por el dolor.
Y así lo hizo, su brazo bueno sobre el hombro de Danric mientras regresaban con
Evaraine y Trevon, manteniéndose en las sombras lo mejor que podían.
La respiración de Kyrion se hizo más entrecortada con cada paso, y en el momento
en que doblaron la última esquina, Evaraine corrió hacia ellos con un silencioso grito
de angustia.
—No lo hagas —le advirtió Kyrion, con una voz apenas por encima de un
susurro—. No te culpes. Acepté el riesgo cuando me ofrecí a traerte.
—¿Qué tan malo es? —murmuró, abriendo y cerrando las manos a los costados.
—Doloroso —reconoció el Elfo Nocturno—, aunque dudo que ponga en peligro la
vida. Me lastimé la pierna al caer y la flecha me atravesó el ala. Incluso si cambiara, sería
incapaz de volar.
La mirada de Evaraine se desplazó hacia Danric. —Necesitamos encontrar un
lugar seguro para él.
—Un edificio vacío —estuvo de acuerdo Danric con un asentimiento—. ¿Qué tan
bien conoces esta parte de la ciudad?
—No del todo bien. Pero sé que hay menos casas tan cerca de las paredes. Tal vez
podamos ubicar un almacén sin usar, o un sótano que permanezca desocupado.
—Debes continuar —Los ojos de Kyrion comenzaron a brillar levemente mientras
hablaba—. Incluso si no puedo caminar, no estoy tan débil como para no poder valerme
por mí mismo. No deberías arriesgarte a que te encuentren aquí.
—No te dejaré —dijo Evaraine con fiereza—. No solo y herido en una ciudad que
casi te mata antes.
—Me quedaré con él —Por una vez, la voz de Trevon era tranquila pero llena de
resolución—. Puedo hacerlo. Puedo mantenerlo a salvo. Soy bueno para escabullirme
sin que me vean, y puedo encontrar un lugar para escondernos.
¿Podría él? ¿Y se atreverían a dejar a los dos más vulnerables de su grupo para
que se cuidaran uno al otro?
Los gritos resonaron a través de la noche. Los guardias seguían buscando a la
criatura que habían derribado del cielo y Danric se dio cuenta de que sus opciones se
les escapaban.
—Deberíamos irnos —él le dijo a Evaraine—. Estarán más seguros si alejamos a
los guardias de aquí, y una distracción podría darles una mejor oportunidad de
esconderse.
Después de unos momentos de sombría consideración, ella asintió. —Está bien.
Pero prométeme que no morirás,
Una leve sonrisa cruzó los labios de Kyrion. —Si tuviera que morir —dijo—, Leisa
nunca me lo perdonaría. Lo haremos bastante bien. Ahora ve y haz lo que debas para
salvar a tu pueblo.

Hacer lo que deba.


Si alguna vez le hubieran pedido a Danric que anticipara cómo sería su eventual
cortejo, su respuesta podría haber incluido negociaciones con el padre de la mujer.
Conversaciones educadas en salones de baile atestados de gente. Paseos
cuidadosamente acompañados por los cuidados jardines del palacio.
Él ciertamente no habría anticipado la posibilidad de correr a través de las calles
oscuras de una ciudad desconocida mientras vestía la ropa de un mercenario
harapiento, haciendo el mayor ruido posible con la esperanza de llamar la atención de
los alarmados guardias de la ciudad.
Él tampoco habría esperado estar ya casado con la mujer cuyo afecto esperaba
ganar.
Pero desde que Evaraine entró en su vida, sus días habían estado llenos de
sorpresas, tanto buenas como malas. Y como le había dicho días atrás, incluso si tuviera
la oportunidad de volver a la vida segura y predecible que había vivido antes... se
negaría.
Aquí era donde estaba destinado a estar.
Se oyeron gritos detrás de ellos cuando los guardias que habían oído sus pasos
pidieron refuerzos.
—¡Por este camino! —Evaraine estaba señalando una calle adoquinada que se
adentraba más en las sombras, lejos de las hogueras de las paredes. Cuando él no
reaccionó rápidamente, ella se estiró, agarró su mano y tiró de él hacia adelante—. Ellos
saben que estamos aquí. Tenemos que alejar a los guardias para que Trevon tenga la
oportunidad de encontrar refugio.
—Si nos separamos, podría alejarlos de ti —ofreció Danric—. Darte la
oportunidad de acercarte al palacio.
Pero Evaraine negó con la cabeza, casi con violencia. —No. Te necesito conmigo.
Como para probar sus palabras, ella no soltó su mano mientras trotaban por la
estrecha calle. Parecía ser un distrito comercial deteriorado, con escaparates oscuros y
cerrados a ambos lados, sus letreros a menudo torcidos o descoloridos, sus puertas
cerradas contra robos. A diferencia de Hanselm, Arandar no estaba bien iluminado por
la noche, y ambos casi tropezaron con los adoquines que faltaban en la calle irregular.
—Hace años que no podemos permitirnos reparar las calles —murmuró Evaraine,
sonando a disculpa—. Aunque estoy segura de que estás casi tan familiarizado con las
finanzas de Farhall como yo.
Posiblemente cierto, dada la cantidad de investigación que Melger había exigido
antes de que le ofrecieran la alianza matrimonial. En ese momento, el rey de Garimore
parecía casi complacido por la situación desesperada del reino más pequeño, una
circunstancia que Danric había encontrado extraña, pero que rápidamente olvidó
debido a otras preocupaciones urgentes.
Incluso entonces, hubo señales de que las ambiciones de Melger se habían vuelto
demasiado grandes. ¿Qué podría haber sido diferente si Danric no hubiera ignorado sus
instintos? Qué podría haber cambiado si él...
No. Era demasiado tarde, y no se ganaba nada con entregarse al arrepentimiento.
Afortunadamente, no era demasiado tarde para que Danric pusiera a trabajar su
considerable experiencia para curar el daño que había causado el rey de Garimore.
—Sé muchas cosas —admitió—. Pero si ayuda, eso también significa que puedo
decirles que la situación no está exenta de esperanza. Hay mucho que podemos hacer
para salvar la seguridad financiera de Farhall, si solo…
Si tan solo tuvieran la oportunidad.
—Si tan solo mi padre no se hubiera dado por vencido —dijo Evaraine con un
suspiro—. Si tan solo no hubiera buscado la solución más rápida. Pero tenía miedo, y
sospecho que nunca había considerado el tipo de cambios que tendríamos que hacer
para que Farhall prosperara. Durante mucho tiempo hemos estado orgullosos de
nuestra independencia, y creo que ha contribuido a nuestra incapacidad para ver cómo
necesitamos crecer. Preferimos aferrarnos a las viejas costumbres, porque son parte de
nuestra identidad. Y, sin embargo, fue nuestro aislamiento lo que permitió que Melger
se afianzara.
Miró a Danric mientras pasaba por encima de una grieta en la calle. —Creo que
Kyrion tenía razón, ya sabes. Independientemente de los caminos extraños que
tomamos para llegar aquí, nuestra alianza puede ser la mejor esperanza posible para el
futuro de nuestros reinos. Incluso si todavía no pueden verlo.
Redujo la velocidad, y su mano pareció agarrar la de él con un poco más de
firmeza. —Y espero que sepas lo que significa para mí tenerte aquí. En mi mente, me he
enfrentado a este momento mil veces y siempre estaba sola. Tal como mi pasado y las
tradiciones de mi reino me han enseñado a esperar. Pero nunca más.
Danric se detuvo en medio de esa calle rota, su mano aún sujeta con fuerza en la
de él. ¿Quería ella decir eso de la forma en que él pensaba que lo hacía?
Ella se volvió cuando él se detuvo, su expresión era imposible de leer en la
oscuridad.
—¿Nunca más?
—Si no he aprendido nada más —ella dijo suavemente—, es que el aislamiento
nunca nos hace más fuertes. Pensé que estaba protegiendo a los que me rodeaban. Creía
que estaba cumpliendo mi destino y sus expectativas por igual, pero en cambio, he
subestimado a las personas que amo. Siempre estaban dispuestos a apoyarme, eran mis
propios miedos los que me impedían aceptar lo que me ofrecían. No cometeré ese error
otra vez. Leisa, Kyrion, Zander, Lady Piperell e incluso Yvane han demostrado que mi
pasado y mi poder solo pueden interponerse entre nosotros si yo lo permito.
Este... Este era el momento de Danric. Todo lo que tenía que hacer era tomar su
corazón en sus manos y ofrecerlo.
¿Estaba listo? No. Pero lo haría de todos modos, porque Evaraine no se merecía
nada menos que la honestidad, nada menos que todo lo que él pudiera darle.
Tirando de la mano que todavía estaba entrelazada con la suya, Danric la atrajo
hacia sí, lo suficientemente cerca como para escuchar su respiración entrecortada
cuando extendió la mano para tomar su otra mano.
Incluso con los guardias acercándose, incluso con la amenaza de ser descubiertos,
este momento era mucho más importante.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó—. ¿También me has subestimado?
—Desde el momento en que te conocí. —Su voz se había vuelto irregular.
El golpeteo de botas sobre los adoquines sonaba no muy lejos, acercándose. Quien
quiera que fuera doblaría la esquina en breve y los encontraría parados allí...
Danric miró detrás de ellos, luego a su derecha, donde una estrecha escalera que
conducía al nivel superior del edificio dejaba profundas sombras.
Cogió a Evaraine en brazos, se precipitó al hueco de la escalera y volvió a dejarla
en el suelo, de espaldas a la pared. Pero él no se alejó, solo se acercó más, protegiéndola
de la vista mientras dos guardias pasaban corriendo, con las armas preparadas.
Escuchó su silencioso jadeo y sintió los latidos de su corazón donde estaba
presionada contra él. E incluso cuando los guardias se habían ido, todavía no se apartó.
—¿Danric? —susurró Evaraine suavemente—. ¿Estás bien?
—No —Nunca volvería a estar bien. Mientras viviera, estaría plagado de todas las
emociones tumultuosas que habían entrado en su vida junto con Evaraine. Miedo,
preocupación, deseo, protección, ansiedad, añoranza y…—. Te amo —dijo.
Por un instante, Evaraine se quedó helada. Ella emitió un solo sonido, un pequeño
grito de angustia que era casi un sollozo, pero él no podía detenerse ahora.
—Siento no haberte dicho nada. Te he amado desde... Ni siquiera lo sé. No podía
decir las palabras porque nunca había tenido tanto miedo de nada como de perderte.
Pero incluso si nunca sientes lo mismo, quería que supieras antes de seguir adelante,
pase lo que pase, te amaré. Quiero ser el hombro en que te apoyes, la espada que te
defienda, y los brazos en los que caigas por la noche cuando estés cansada y triste y no
tengas adónde ir. Cuando no tengas nada más en lo que creer, espero que puedas confiar
en que mi corazón nunca se doblegará, nunca vacilará, nunca se romperá. Es tuyo,
Evaraine. Para siempre.
Ella estaba llorando. A pesar de la mano que se había puesto sobre la boca para
amortiguar los sonidos, Danric podía oír sus sollozos y el dolor lo golpeó como un
cuchillo. Nunca había querido lastimarla, solo decirle la verdad.
—Lo siento —dijo de nuevo, y de repente su mano estaba cubriendo su boca en
su lugar, silenciando las palabras que pretendía decir a continuación. Así que esperó
mientras ella lo miraba fijamente, sus dedos temblaban contra sus labios.
—Príncipe Danric de Garimore, tomaste el peor momento del mundo.
—Yo…
—Me hiciste esperar todo este tiempo. Preguntándome si alguna vez tendríamos
un matrimonio real. Me preguntaba si estaba sola en mis sentimientos.
Pero ¿y sus lágrimas? —Te refieres a…
—Quiero decir que me di cuenta de que te amaba hace años, en el camino a Eddris.
Cuando esos bandidos casi te matan, lo supe, y casi me quebranto porque creía que
nunca volverías a sentir lo mismo. Porque era un mago y porque tenía demasiados
secretos.
¿Ella lo había escondido durante tanto tiempo? Durante todas esas semanas, ella
había estado sufriendo sola, su propio corazón rompiéndose junto al de él. Querida y
dulce Abreia. Lyria tenía razón. ¿Cuánto les había costado su miedo y su silencio?
—Lo siento mucho —dijo con voz ronca, tomando su mejilla en la palma de su
mano y sintiendo las lágrimas que su cobardía había causado—. Evaraine, yo…
—Cállate y bésame —susurró.
No se sabía quién besaba a quién. Se juntaron y sus labios se encontraron, cálidos
y húmedos por las lágrimas, las de ella o incluso las de él. Y no fue el beso dulce y gentil
que hubiera imaginado, si alguna vez se hubiera atrevido a imaginar este momento. Fue
explosivo, desesperado, lleno de angustia y anhelo que habían enterrado bajo lo que
parecían mil razones para desesperarse.
Danric la atrajo hacia sí, cada vez más cerca, y ella se aferró a él como si pudiera
ser arrancado en cualquier momento. Pero no había nada en Abreia que dejara que se
interpusiera entre ellos ahora.
Evaraine era su esposa, y con los dedos enterrados en su cabello y su boca
presionada contra la de ella, él finalmente probó la esperanza. Él nunca volvería a soltar
ninguno de los dos.
Capítulo 20
Evaraine

Debería haber sido uno de los peores días de la vida de Evaraine


Se había visto obligada a esconderse de sus propios guardias en las calles de su
propia ciudad. El marido de su hermana resultó gravemente herido, se desconocía el
estado de su padre y su casa estaba sitiada por enemigos.
Pero un día que había comenzado con temor e incertidumbre ahora parecía lleno
de esperanza, gracias a él.
Danric la amaba.
Hace mucho tiempo, antes de que tuviera la edad suficiente para comprender las
realidades de su posición, Evaraine se había atrevido a soñar con el amor. Pero ella
nunca había soñado con esto. Nunca soñó que su corazón, mente y cuerpo pudieran
alinearse tan completamente que no tuviera más miedos. No más dudas.
Solo confianza. Sabía, sin lugar a dudas, que donde quiera que la llevara su camino
en el futuro, nunca caminaría sola.
Ella quería decírselo, pero las palabras la habían abandonado. Así que se lo mostró
en cambio, con sus labios, su toque, sus lágrimas.
Las manos de Danric ahuecaron su rostro, se deslizaron por su cabello. La acercó
más hasta que parecieron más uno que dos, y en respuesta, un fuego despertó en su
pecho. No igual a su poder, pero igual de fuerte, igual de necesitado.
Y lo que necesitaba era a Danric.
Todo de él.
Pero antes de que pudiera encontrar su voz, Danric interrumpió su beso con un
grito ahogado y apoyó su frente contra la de ella. —Deberíamos continuar —dijo él,
sonando casi tan sin aliento como ella se sentía—. Yo solo…
Claramente, las palabras era una lucha para ambos.
—Lo sé —Evaraine alargó la mano para apoyarla en la mejilla por un momento
más antes de alejarse de sus brazos—. Pero tienes razón. Necesitamos avanzar.
Encontrar una forma de entrar en el palacio. Debo conocer la condición de mi padre
antes de poder decidir cómo enfrentar la situación.
Si tan solo Leisa hubiera venido con ellos. Podría haber cambiado su rostro y
convertirse en cualquier persona que necesitaran, colarse y obtener la información que
buscaban sin que nadie se enterara. Pero esta vez dependía de Evaraine, y solo tenía un
atisbo de idea.
—¿Crees —preguntó—, qué podrías abordar a un solo guardia sin alertar a los
demás?
—Depende —Danric se pasó una mano por el cabello y dejó escapar un largo
suspiro—. Si están bien entrenados, pueden permanecer juntos en parejas, y entonces
no tendría más remedio que tomarlos a ambos.
—¿Sí?
Danric sonrió ante su tono mordaz. —Sin intención de faltar el respeto. Yo…
—Ni una palabra más —El gruñido profundo vino de detrás de él. Cuando se dio
la vuelta para hacer frente a la amenaza, manteniendo a Evaraine detrás de su hombro,
se encontraron frente a un par de guardias probablemente muy bien entrenados.
Ambos avanzaron rápidamente, sus espadas apuntando a la garganta de Danric.
—¿Rompiendo el toque de queda por un coqueteo rápido con tu señora? —Uno
de ellos resopló—. Ese es un camino rápido hacia una muerte fea, amigo.
—Eso fue solo una artimaña —dijo el otro en voz baja—. Escuché a la mujer hablar
de asaltar a un guardia y colarse en el palacio. Tenemos que llevarlos.
Evaraine sintió que Danric se tensaba y observó cómo apretaba la mandíbula y
tensaba los músculos. Se estaba preparando para atacarlos a ambos, e incluso con sus
espadas en su cuello, ella lo había visto pelear suficientes veces como para creer que
podía prevalecer.
Pero el riesgo era demasiado grande y, además... En realidad, esto era mejor que
su plan original.
—Por favor —dijo, emergiendo de detrás de Danric y poniendo una expresión de
súplica—. No quise hacer daño. Sólo quiero saber si mi padre está a salvo. Trabaja en el
palacio, y hemos oído... cosas tan terribles.
—¿Sí? —El primer guardia la miró con escepticismo—. ¿Quién es tu padre
entonces?
Los guardias del palacio probablemente la reconocerían a primera vista, pero los
guardias de la ciudad eran un asunto diferente, y este no mostró signos de sospechar su
identidad. Vestida como estaba, incluso si el hombre hubiera visto a su princesa antes,
ella no lo habría culpado por no reconocerla.
—Roderick. La guardia personal del rey —Milagrosamente, ella no se atragantó
con la mentira. Parecía demasiado esperar que Roderick aún estuviera libre y pudiera
ayudarlos, pero fue el primer nombre que se le ocurrió.
Los dos hombres intercambiaron miradas. —Nunca lo escuché hablar de niños.
—¿Son amigos, entonces? —preguntó Evaraine ansiosamente.
—Bueno, no, pero…
—He estado viviendo en otro lugar recientemente, pero te juro que querrá verme.
—Átales las manos —dijo el segundo guardia—. Nos los llevaremos. No podemos
dejarlos deambulando por la noche, no importa cuán inocentes puedan ser —De
repente, su expresión cambió a una de profunda sospecha—. ¿Cómo entraste, de todos
modos?
—Los defensores de la ciudad no estaban muy alertas cuando la guardia estaba
cambiando —dijo Evaraine con ligereza—. Es algo que mi padre ha deplorado a
menudo, pero como no es parte de su deber, poco puede hacer al respecto.
—¿Y no viste al dragón? —exigió el hombre.
—¿Dragón? —Evaraine retrocedió y se apretó contra el costado de Danric—. Un
dragón, ¿aquí?
—Bueno —El guardia pareció retroceder—, un hombre en la pared afirma que le
disparó a uno. Pero nadie más pudo confirmar la historia, por lo que no estamos seguros
de que no estuviera viendo cosas en la oscuridad. Pero hemos tenido gente buscando.
Seguramente los escuchaste.
—Creo —Danric de alguna manera logró sonar avergonzado—, que pueden haber
estado persiguiéndonos a nosotros. Tropecé con unas cajas vacías en la oscuridad y
había bastante ruido. —No mencionó que lo había hecho a propósito.
—Dejemos que otro haga el interrogatorio —refunfuñó el primer guardia—. No
me gusta estar parado. Es muy probable que llamemos la atención.
¿Atraer la atención? ¿De quién?
Pero los dos hombres no dijeron nada más mientras colocaban esposas simples
en las muñecas de Evaraine y luego en las de Danric. Él levantó una ceja y le preguntó
si estaba segura de que esa era la mejor manera, y ella le devolvió una sonrisa
reconfortante. Por desgracia, la certeza no era un lujo que pudieran permitirse en este
momento, pero esto parecía menos arriesgado que cualquier otro plan que se le
ocurriera.
Y al menos por ahora, parecía que sus compañeros no habían sido encontrados.
Tal vez podría convencer a quien quiera que estuviera a cargo de que no había ningún
dragón. Entonces Kyrion y Trevon estarían a salvo, y ella podría enviar a alguien para
ayudarlos después de enfrentarse a Iandred y recuperar el control.
A ella no le importaba quizás, pero por el momento, era todo el consuelo que tenía.

Los guardias parecían ansiosos por salir de las calles y los condujeron hacia el
palacio casi al trote. Evaraine se las arregló para seguir el ritmo, pero estaba temblando
y necesitaba descansar con urgencia
Por supuesto, no hace mucho tiempo, ya se habría derrumbado y se habría visto
obligada a pasar una semana o más recuperando su fuerza. Estos días tenía reservas
más profundas de viajar a través del desierto al aire libre, y su poder era mucho más
fácil de controlar. Pero el ataque en Pine Falls, seguido de un wyvern montado en las
proximidades de Trevon, había agotado gran parte de su energía incluso antes de que
huyeran de los guardias. Ahora, se encontraba casi al borde del agotamiento cuando
entraron en los terrenos del palacio.
Ella y Danric fueron empujados a través de la entrada de la caseta de vigilancia y
subieron un conjunto de escaleras, su velocidad facilitó que Evaraine ocultara su rostro
de todos los que pasaban. Que eran pocos, de hecho, no había nadie afuera, y solo un
puñado de soldados uniformados visibles adentro. Parecía probable que toda la fuerza
de los guardias ya estuviera ocupada, especialmente dados los informes de que algunos
de ellos se habían ido cuando Iandred tomó el control.
En lo alto de las escaleras, sus captores los empujaron bruscamente a una
habitación que solo contenía un escritorio, un armario y una silla. No ostentaba más
decoración que un puñado de armas colgadas en la pared, y su único ocupante estaba
junto a la ventana, contemplando la noche.
Se volvió en respuesta a su entrada, con la mandíbula apretada y los ojos duros
por la ira, y Evaraine lo reconoció de inmediato.
Gracias a todos los destinos, en realidad era Roderick. ¿Cómo había escapado de
Iandred?
Pero no había tiempo para nada más que perpetuar su artimaña.
—¡Padre! —Evaraine lloraba desesperada—. ¡Eres tú! ¡Estás a salvo!
Roderick había sido el guardia personal de Soren desde que Evaraine era pequeña,
por lo que estaba bien acostumbrado a adaptarse rápidamente a situaciones inusuales.
Pero incluso Roderick casi vaciló cuando se dio cuenta de quién estaba parado en
su oficina. El reconocimiento brilló en sus ojos, y se sacudió hacia atrás por un momento
antes de recuperarse.
—No deberías haber venido aquí —dijo rotundamente.
—¿La conoces, entonces? —El guardia que los había traído en realidad parecía
decepcionado por no atraparla en una mentira.
—La conozco —Roderick asintió—. Gracias. Puedes soltarlos y volver a tu
patrulla.
Los dos hombres quitaron las esposas de los prisioneros y se retiraron, cerrando
la puerta firmemente detrás de ellos. Tan pronto como el pestillo hizo clic, Roderick se
movió hacia la silla detrás del escritorio y se hundió en ella como si fuera a colapsar sin
su apoyo.
—Haría una reverencia —dijo sombríamente—, pero no creo que sea capaz de
hacerlo en este momento. ¿Cómo demonios entraste a Abreia? ¿Y por qué no te
mantuviste alejada?
El Roderick que Evaraine recordaba había sido tranquilo, competente y correcto.
Siempre de pie a la espalda de su padre, pero rara vez mostraba emoción. Este hombre
parecía haber llegado al límite de su resistencia, y si no quedaba nada de su rígida
adhesión al decoro, Evaraine no podía culparlo.
—En cuanto a cómo llegué, no me creerías si te lo dijera —respondió ella,
quitándose el pañuelo alrededor del cuello y acercándose al escritorio—. Y en cuanto a
por qué estoy aquí... ¿Realmente necesitas preguntarme eso?
—Lo necesito —Su tono era duro e intransigente—. Esta situación es peligrosa y
políticamente volátil. Nadie sabe qué pretende Melger al enviar tropas, pero nuestra
posición solo se vuelve menos estable si no estás donde se supone que debes estar,
casado con el Príncipe de Garimore y manteniendo nuestra parte del tratado.
Su desaprobación la golpeó como un cuchillo en el pecho hasta que recordó...
Roderick solo la había visto a través de los ojos de su padre. La princesa era alguien a
quien había que cobijar y proteger, nunca consultar. Probablemente la consideraba
demasiado frágil para enfrentar la realidad y demasiado débil para ser reina.
—¡Y tú! —Roderick lanzó una mirada a Danric sin verlo realmente—. Quien
quiera que seas, ¿cómo pudiste permitirle venir aquí en un momento como este? Todos
los tontos de aquí a Iria saben que este reino se ha convertido en una trampa mortal.
—Y todavía, tú estás aquí —dijo Danric suavemente—. ¿Por qué es eso?
—Hice un juramento para proteger a mi rey —Roderick casi gruñó—. Y
encontraré una manera de hacerlo. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Cómo pudiste
traerla aquí?
—Quizás —respondió Danric, con una pizca de acero en su tono—, tú deberías
dirigir tu pregunta a quien debe comandar tu lealtad. No he traído a Evaraine a
cualquier lugar. Ella es la futura Reina de Farhall, y vino aquí por sus propios motivos.
No necesita ni mi permiso ni el tuyo para proteger a su pueblo como mejor le parezca.
Eso pareció sobresaltar a Roderick en plena conciencia por primera vez. Sus ojos
se entrecerraron mientras miraba de Evaraine a Danric, y cuando la realidad de lo que
estaba viendo finalmente se volvió clara, su mandíbula se aflojó, horror y traición
escritos en su rostro.
—¿Qué has hecho? —susurró con voz ronca.
—Me he casado con el príncipe de Garimore —dijo Evaraine con frialdad—. Como
fue prometido.
La expresión de Roderick no se volvió notablemente menos horrorizada.
—Y ahora —continuó—, hemos venido a arreglar las cosas aquí en Farhall. No
como estado vasallo, sino como miembro libre e independiente de los Cinco Tronos.
Primero, liberaremos a mi padre de la intromisión de Melger, y luego liberaremos a
Farhall de los ejércitos a sus puertas. He venido a pedir tu ayuda, pero solo si eres capaz
de libertarte tú mismo de la idea que soy débil, incompetente e incapaz de liderar a
nuestra gente.
—Pero cómo hiciste… —Roderick miró impotentemente de ella a Danric.
—Hay mucho que tenemos que decirte —Evaraine trató de suavizar su tono, a
pesar de su irritación—. Y aún tengo mucho que aprender sobre la situación aquí.
Espero que por ahora estés satisfecho con el conocimiento de que efectivamente he
cumplido el tratado. Me he casado con el príncipe Danric y tenemos la intención de
trabajar juntos para evitar que el rey Melger conquiste todo Abreia.
—¿Tu confías en él? —El tono de desaprobación de Roderick había cambiado a
uno de duda.
—Lo hago —Ella le dejó escuchar cada pedacito de su convicción—. Pero
Roderick, ya sea que creas en mis habilidades o no, ya sea que confíes en mi palabra o
no, soy la legítima princesa de Farhall y estoy aquí para salvar a mi padre y liberar a mi
pueblo. Si tienes la intención de interponerte en mi camino, primero debes saber esto
—Levantó la barbilla y, a pesar de la diferencia de altura, lo miró fijamente con toda la
autoridad real que pudo reunir—. Iré a tu alrededor, sobre ti o a través de ti, pero no
seré detenida, cuestionada o tratada como una niña caprichosa. O me ayudas o te retiras
ahora.
El guardaespaldas de su padre la miró por unos momentos en silencio, luego se
puso en movimiento, levantándose de su asiento para caminar alrededor de su
escritorio y arrodillarse frente a ella.
—Su Alteza. —Inclinó la cabeza—. Me disculpo. Por favor, pídeme lo que quieras
y tendré el honor de servirte como he servido a tu padre.
Los ojos de Evaraine se llenaron de lágrimas y alargó la mano para posar
suavemente una mano sobre el hombro de Roderick. —Soy yo quien te debe la disculpa
—dijo en voz baja—. Por permitir que permanezcas en esta situación intolerable
durante tanto tiempo. Por favor, levántate y dinos lo que sabes.

Las noticias eras sombrías


Evaraine podía sentir el peso de las mismas minando las fuerzas que le quedaban
mientras los tres corrían hacia las habitaciones de su padre.
Había pocos sirvientes, pero, aun así, no quería arriesgarse a que la vieran, así que
los llevó por los pasadizos secretos que había descubierto por primera vez cuando era
niña.
Era un consuelo que los senderos angostos parecieran intactos, nadie había
dejado huellas en el polvo o quitado las telarañas desde que ella se fue, lo que parecía
hace media vida. ¿Realmente habían sido sólo unos pocos meses?
En ese tiempo, de acuerdo con Roderick, su padre había pasado de ser un rey con
problemas a una cáscara comatosa de sí mismo. Soren no había hablado en semanas, ni
siquiera abierto los ojos, y Roderick temía diariamente escuchar noticias de que su rey
había muerto.
Durante esas mismas semanas cortas, Iandred había demostrado ser lo
suficientemente carismático como para ganarse la confianza de los pocos miembros de
la corte que quedaban. Aquellos a los que no pudo encantar, según todas las apariencias,
fueron rápidamente retorcidos por su magia.
—Él no necesita mantener un control constante de una mente para cambiarla —
había informado Roderick sombríamente—, aunque en algunos casos, se concentrará
en el control total de una sola persona. Por lo que puedo decir, logra el mismo efecto al
hacer una serie de pequeñas sugerencias a lo largo del tiempo. Incluso si la persona se
resiste, después de que sus pensamientos hayan sido redirigidos con la suficiente
frecuencia, parece que no puede recordar que solía creer de manera diferente.
—¿Cómo escapaste?
Sus ojos habían sido oscuros y angustiados. —Ese es el problema, Su Alteza. He
tratado de mantenerme alejado, aunque me rompió dejar a Su Majestad en esa
condición. Pero sabía que tenía que permanecer por encima de toda sospecha si quería
ayudarlo en algo. Y sin embargo... ¿cómo sé que no he cambiado? ¿Cómo puedo confiar
en que mi mente sigue siendo mía?
La idea perseguía a Evaraine, incluso mientras se deslizaban por los silenciosos
pasillos. ¿Y si Iandred pudiera tomar su mente? ¿O la de Danric? ¿Podría el mago mental
hacerles olvidar incluso un vínculo tan fuerte como el que compartían? ¿Podía él hacerla
lastimar a alguien a quien amaba?
Danric, al menos, estaba a salvo de ella, pero su padre.
Podría haber llorado por la falta de confianza entre ellos, pero era demasiado
tarde para enmendarse, demasiado tarde para arrepentirse. Tenía que actuar ahora,
porque Iandred ya no era la única amenaza.
Los espectros habían aparecido por primera vez en Arandar hacía unas pocas
semanas y eran en parte responsables de las calles silenciosas y los interminables
patrullajes
—No hemos visto ninguno dentro de las murallas de la ciudad hasta el momento
—les había informado Roderick sombríamente—. Pero varios han sido avistados un
poco más allá, y sabemos de ocho vidas que se han cobrado hasta ahora.
No había tiempo para esperar, no había tiempo para planificar. Evaraine
simplemente tenía que esperar que pudieran encontrar una manera de detener a
Iandred. Tal vez incluso podría convencer al Mago Mental para que los ayudara ahora
que su hermana y su hijo ya no estaban bajo el control de Melger.
Cuando llegaron a la entrada oculta de las habitaciones del rey, Evaraine no se
detuvo para reunir valor. Golpeó el pestillo en la pared y se abrió paso a través de la
puerta estrecha, a pesar de la mano de Danric en su brazo y la insistencia de Roderick
para que le permitiera pasar primero.
Tenía que ver a su padre. Tenía que saber si todavía estaba vivo.
Y cuando salieron por primera vez a la tenue luz de las velas del dormitorio de su
padre, parecía tristemente seguro de que no podía estar vivió. Las mejillas hundidas y
la palidez mortal del hombre en la cama no podían pertenecer a los vivos.
Con un silencioso grito de angustia, Evaraine corrió por el suelo y se hundió en la
cama al lado del rey. Tomó su mano arrugada entre las de ella y la presionó contra su
mejilla.
—¿Padre? —Él no respondió y Evaraine se dio cuenta de que ya estaba llorando.
El hombre frente a ella podría haber sido su abuelo, tantos años se habían agregado a
su rostro.
¿Esto era su culpa? ¿Por aceptar el matrimonio sin su consentimiento?
—Está vivo —dijo Roderick desde el otro lado de la cama. Sus ojos se encontraron
con los de ella, y en ellos, Evaraine leyó un dolor casi tan profundo como el suyo. Había
servido a su rey durante más de la mitad de su vida y probablemente se estaba culpando
a sí mismo al igual que ella—. Pero su pulso es débil y lento. No sé cuánto tiempo tiene.
—Quita tus manos traidoras del rey.
Esa voz…
Evaraine bajó la mano de su padre y se volvió hacia las sombras. Un guardia
acorazado emergió, con una hoja reluciente al frente. Pero no fue su espada lo que atrajo
su atención, fueron sus ojos.
Sus ojos vacíos e incomprensibles, en un rostro que conocía y en el que confiaba
desde la infancia.
—¿Zander?
Pero el hombre al que había amado casi como un segundo padre no parecía
recordarla cuando apuntó la punta de su espada directamente a su corazón.
—Arrodíllate —dijo ferozmente—. O tu sangre manchará este suelo para siempre.
Capítulo 21
Danric

Danric tardó menos de un respiro en reconocer lo que le habían hecho al capitán


de la guardia de Evaraine
Los ojos de Zander estaban completamente equivocados. Pero su mano con la
espada era verdadera, la hoja que sostenía a punto de asesinar a la mujer que había
amado y servido durante tanto tiempo estaba completamente firme.
Necesitó todo el considerable autocontrol de Danric para no atravesar la
habitación y ponerse entre los dos, pero el riesgo era demasiado grande. La hoja estaba
demasiado cerca del corazón de Evaraine, e incluso si pudiera evitar que Zander la
matara, este no era lugar para una batalla.
Evaraine cayó de rodillas, la angustia en sus ojos no era fingida.
—Zander, ¿por qué estás aquí? ¡Pensé que ibas a esperar! Pensé...
La espada se acercó poco a poco y ella se quedó en silencio mientras las lágrimas
seguían cayendo por sus mejillas.
—Sirvo a mi rey —dijo Zander con frialdad—. Como siempre lo he hecho. Como
siempre lo haré. Y los traidores deben ser castigados.
Así que Iandred no había intentado convencer a cualquiera de que él era el rey
legítimo... Tal vez eso era una manipulación más allá de la extensión de su poder. Pero
si es así, ¿cómo pudo haber hecho que Zander olvidara a su princesa?
—Arriba —Zander hizo un gesto con su espada y Evaraine se puso de pie—. Todos
ustedes. Suelten sus armas y diríjanse a la puerta.
Danric compartió una mirada con Roderick, quien negó con la cabeza
minuciosamente. Todavía no era el momento ni el lugar para una confrontación, así que
hicieron lo que les pidió, dejando sus armas y moviéndose para pararse junto a la
puerta. El brazo de Evaraine ahora estaba sujeto con fuerza en el agarre de Zander, y su
espada descansaba en su cuello.
—Iremos ante Lord Iandred, y él determinará qué se debe hacer con ustedes.
Evaraine lanzó una última mirada anhelante a su padre antes de levantar la
barbilla para mirar a Zander a los ojos.
—Zander, ¿cómo es posible que no me recuerdes? Soy su hija, Evaraine. Has sido
mi guardia desde que era una niña. Me has cargado sobre tus hombros, me tomaste la
mano cuando estaba asustada y le frunciste el ceño a todos los hombres que encontraba
atractivos. ¡Te enamoraste de mi dama de compañía y estuviste presente en mi boda!
¿Cómo es posible que no te acuerdes?
Un destello de algo entró en los ojos oscuros de Zander. Hizo una mueca como si
le doliera, pero no titubeó. —Debemos ver a Lord Iandred —repitió, y les indicó que
siguieran adelante.
Sus lágrimas aún caían, pero Evaraine se dejó empujar hacia adelante, siguiendo
a Danric y Roderick a través de la puerta.
Algunos podrían cometer el error de creerla vencida, pero por el rabillo del ojo,
Danric la vio enderezarse hasta que su cabeza estuvo alta y su espalda recta. Después
de solo unos pocos pasos, ella había maniobrado para caminar casi al lado de ellos y ya
no estaba bloqueada por sus cuerpos más altos.
A pesar del peligro en el que se encontraban, Danric no pudo evitar apreciar su
ajuste táctico. Aunque los pasillos estaban casi vacíos, todavía había sirvientes
alrededor, y todos los que pasaban se detenían por un momento para quedarse
boquiabiertos, con los ojos muy abiertos, al darse cuenta de a quién sostenía Zander a
punta de espada.
Se correría la voz, aquellos que la habían visto sin duda estarían ansiosos por
compartir la noticia de que la princesa había regresado. Pero ¿había algo que pudieran
hacer? ¿Alguien reconocería la esperanza que representaba Evaraine? ¿O la verían
como lo había hecho Roderick, un peón indefenso, útil solo para ser vendida en
matrimonio?
Mirándola ahora, era difícil para Danric recordar que alguna vez lo había creído
por sí mismo.
A pesar de su agotamiento y lágrimas, Evaraine caminó por los pasillos sin miedo
ni vacilación en su paso. Ella era una princesa, nacida para ser reina. Más importante
aún, finalmente había aceptado que el título era más que simplemente su deber y su
derecho de nacimiento. Era su vocación, y estaba a la altura de cada una de sus
demandas—incluso la de recuperar su Trono de manos de un enemigo.
Afortunadamente, la casa de Evaraine era mucho más pequeña que el palacio de
Hanselm, por lo que su camino para enfrentarse a ese enemigo no fue largo. Terminó
en una pequeña sala de recepción, no lejos de la sala del trono principal donde ella y
Danric se habían conocido por primera vez.
Esos recuerdos ahora parecían una reliquia de otra vida. Y a diferencia de aquel
fatídico día, en esta ocasión entraron en escena sin estridencias.
En el momento en que atravesaron la puerta, la mirada de Danric recorrió la
habitación hasta que encontró al único otro ocupante. Un hombre estaba sentado frente
al fuego, casi oculto por el alto respaldo de su sillón elegido. Cuando los recién llegados
se acercaron, se puso en pie de un salto, las manos temblando, los ojos saltando de una
cara a la otra.
Iandred. El hombre le resultaba vagamente familiar, probablemente por el tiempo
que pasó en la corte de Hanselm. Una vez había sido amigo del rey Melger, por lo que
no era sorprendente que Danric lo reconociera.
¿Qué era lo sorprendente? No se parecía en nada al villano suave y seguro de sí
mismo que Danric había llegado a esperar.
Este era un hombre atormentado.
Su cabello oscuro, ondulado y largo hasta los hombros, colgaba alrededor de su
rostro, y su tez, una vez profundamente bronceada, parecía casi cenicienta. Los ojos que
se deslizaban de cara a cara estaban inyectados en sangre, y sus labios se apretaron con
fuerza para ocultar su temblor. Y antes de hablar, extendió la mano para agarrar la
repisa de la chimenea, apoyándose en ella como si pudiera caerse sin el apoyo.
—¿Qué me has traído? —preguntó, cuadrando los hombros y haciendo todo
posible por parecer más alto.
—Traidores —dijo Zander, su voz plana y su mirada desenfocada—. Estaban
intentando asesinar al rey.
—Roderick —Iandred negó con la cabeza y trató de sonar triste. Su voz temblaba
demasiado para que el intento fuera creíble—. Después de estar dispuesto a confiar
tanto en ti, ¿este es tu pago por mi confianza?
—Hice exactamente lo que prometí —dijo Roderick uniformemente—. Me he
ocupado de la seguridad de la ciudad. Protegí sus murallas con las pocas tropas que me
quedaban. Y ahora he venido a presentarles a la heredera legítima de Su Majestad.
Estamos agradecidos por tu servicio, pero estoy seguro de que puede ver que ya no hay
necesidad de regentes o cuidadores. No cuando la princesa de Farhall ha regresado para
ocupar el trono de su padre hasta que él pueda volver a ocupar su puesto.
La mirada de Iandred se dirigió a Evaraine y emociones desnudas revolotearon en
su rostro. Pareció sopesarla y descartarla en el espacio de unos momentos antes de
centrar su atención en Danric.
A pesar de la suciedad, la ropa andrajosa y la barba sin arreglar, Danric vio el
instante en que el amigo de su padre lo reconoció. Los ojos de Iandred se abrieron
brevemente antes de que algo de su temblor se calmara y la calma se asentara en su
comportamiento.
Él tenía un plan.
—Príncipe Danric de Garimore —La voz del mago de la mente se volvió
repentinamente tranquila y tranquilizadora—. Estoy tan encantado de verte.
Esa parte, al menos, Danric sospechaba que era falsa. Si Iandred realmente estaba
siendo chantajeado, la última persona que querría ver, además del propio Melger, era
al hijo de Melger.
—Tan encantado, de hecho, que tengo una tarea que te pediría que realizarás.
—¡No!
El grito desesperado casi destrozó el corazón de Danric.
Evaraine dio un paso adelante, con la misma desesperación en sus ojos, pero
Zander aún la agarraba del brazo, y su hoja brillaba donde presionaba contra la delicada
piel de su cuello.
Eres un hijo leal de Garimore, y has venido a cumplir el propósito de tu padre...
La voz resonó en la mente de Danric, suave y razonable.
Garimore pronto dominará aquí. El Rey Soren es viejo y débil, y su gobierno ha
debilitado este reino. Su tiempo ha terminado, por lo que ya no hay necesidad de
cortejar su favor, ni el de su lastimosa hija.
Sí, un Garimorian podría algún día tener poder aquí. Estaría de pie en la sala del
trono de la que una vez se había retirado humillado, no como un peticionario, sino como
un líder. Esta gente estaría bajo su mando.
El pueblo necesita un gobernante fuerte que los proteja, no una mujer débil e
indecisa. Una vez que la princesa se haya casado, ya no será necesaria. Su consorte
puede gobernar fácilmente en su lugar.
La princesa estaba casada, y su marido sería más que un peón político…
Retira a la princesa. Átala y llévala a la mazmorra, a la celda más oscura. Nadie
necesita saber que ella está aquí hasta que encuentren a Vaniell. Pronto ella y su padre
estarán muertos, y el Trono de Farhall nos pertenecerá.
Ata a la princesa y llévala a la mazmorra, lejos de los peligros de esta habitación...
Danric inclinó la cabeza y sostuvo la mirada de Iandred. —¿Con qué la ataré?
—Usa la bufanda alrededor de tu cuello —dijo Iandred, su voz aún suave y
seductora.
Así que Danric se quitó la bufanda y se volvió hacia la princesa. Zander dejó caer
su brazo y retrocedió, envainando su espada e inclinando la cabeza. Dejándola al
cuidado de Danric.
Se acercó y se detuvo frente a ella. Sus ojos se encontraron, los de ella todavía
brillaban con lágrimas.
—Debo atar tus manos —dijo—. Ya no eres necesaria aquí.
La habitación pareció contener la respiración. Esperando, como si este momento
simbolizara el futuro de ambos reinos.
Danric también contuvo la respiración, pero por sus propios motivos.
¿Se permitiría Evaraine ser atada y someterse a sus órdenes por miedo?
¿O lucharía, a pesar de que no tenía ninguna posibilidad de vencer su fuerza?
Estaba de pie ante él, esbelta y erguida, como una caña que podría doblarse, pero
nunca romperse. Sus ojos verdes se encontraron con los oscuros de él solemnemente,
sin rastro de duda o incertidumbre. Luego levantó las manos, las muñecas juntas, las
palmas hacia arriba.
—Haz conmigo lo que quieras —dijo suavemente—. Soy tuya, Danric de Garimore.
Las emociones que lo invadieron en ese momento no deberían haber podido
coexistir. Pero en el mismo momento en que un grito de triunfo resonaba en su mente,
una sensación de asombrosa humildad casi lo hizo caer de rodillas.
Ella pensaba que estaba perdido y, sin embargo, creía en él de todos modos. Su
confianza permanecía inquebrantable, su corazón sin cambios, y Danric entendió con
una oleada de claridad por qué la voz de Iandred no tenía control sobre él.
Si el Mago Mental le hubiera ordenado que matara a Roderick, podría haber
hundido una daga en el corazón del hombre sin pensarlo dos veces. Pero las pruebas de
estos últimos meses habían forjado un vínculo inquebrantable de confianza entre él y
la mujer que amaba. No podría haber traicionado a su esposa más que cortarse su
propio corazón.
Así que le ató las muñecas, pero no las sujetó, le hizo un leve y tranquilizador
asentimiento con la cabeza y luego se volvió hacia Iandred con los ojos vacíos y las
manos a los costados.
—Con tu permiso —dijo inexpresivamente—, la llevaré a las mazmorras.
Iandred asintió grandiosamente, luego hizo un gesto a Zander. —Y tú, mi fiel
guardia, ahora puedes ocuparte de la traición entre nuestras filas. Te ordeno que lleves
a cabo de inmediato la ejecución del ex capitán de la guardia del rey, por traición a la
corona.
Zander se sacudió, pero no se movió. Su atención pasó de Evaraine a Roderick, los
ojos oscuros nublados por la confusión. Su mano agarró la empuñadura de su espada,
pero no la sacó.
Roderick también pareció lento para reaccionar, y Danric escuchó a Evaraine
murmurar en voz baja detrás de él.
—Yvane dijo que, si intentaba extenderse demasiado, se rompería su control.
Debemos mantenerlo fuera de balance.
El Mago Mental ya estaba exhausto, llevado al límite por la necesidad de mantener
una farsa imposible. Ahora, estaba dividiendo su atención entre Zander, Roderick y
Danric, y el esfuerzo le hizo sudar la frente, humedeciendo su cabello y enviando
riachuelos goteando por su rostro.
—Deberíamos irnos —dijo Danric en voz baja—. Una vez que nos vayamos,
estarás a salvo y podré regresar para liberar a Zander.
—No —Evaraine negó con la cabeza minuciosamente—. Mientras Iandred crea
que debe controlar a tres de ustedes, no tiene control real sobre nadie.
—¿Que estas esperando? —preguntó Iandred—. ¡Llévatela!
—¿Cómo supiste? —murmuró Danric, ignorando la orden.
Ella lo miró y se encogió de hombros, como si su fe en él no fuera nada
particularmente extraordinario. —No lo sabía. Pero... confié en ti de todos modos.
Y allí estaba esa palabra otra vez.
Ella confiaba en él. Un regalo sin precio, y una que juró nunca traicionar. Pero si
se quedaba, Iandred sabría que estaba fingiendo obediencia y podría centrar su
atención en Evaraine, un resultado que Danric no estaba dispuesto a arriesgar.
—Deberíamos irnos antes de que intente controlarte... —empezó a decir Danric,
pero la puerta se abrió de golpe detrás de ellos, interrumpiendo sus palabras y
sobresaltando a todos en silencio.
—¡Hermano, detente!
Era Lady Piperell. Su rostro estaba demacrado por el cansancio y la preocupación,
pero sus ojos brillaban con determinación mientras avanzaba hacia la chimenea.
—Esto no puede continuar. Ya te lo he dicho, Melger ya no puede hacernos daño.
Soy libre. Tu hijo ha escapado de su control. Ya no hay necesidad de cumplir sus órdenes
o usar tu poder de esta manera. Por favor, te lo ruego, detén esto y ayúdanos a evitar
que Melger vuelva a usar a alguien así.
¿Melger tenía al hijo de Iandred?
Danric sintió que ya no debería tener la capacidad de sorprenderse por las
acciones del impostor. ¿Pero esto? Incluso después de todos los crímenes que había
presenciado, la noticia de que el rey de Garimore había usado al hijo de este hombre en
su contra se sintió como otro peso más que soportar.
Si tan solo Danric hubiera reconocido la verdad antes. Si tan solo hubiera visto al
pretendiente por lo que realmente era. Había estado más cerca de su padre que nadie y
debería haber sido el primero en darse cuenta de que algo andaba mal. Los primeros en
evitar que sucedieran estas atrocidades. Pero había estado orgulloso y ciego, y muchos
habían sufrido por ello. Continuaban sufriendo.
Iandred miró a su hermana, la angustia torciendo sus labios y levantando sus
manos para taparse los oídos. —No puedo parar, ¿no lo ves? ¡No puedo! Es muy tarde.
¡Nos hará daño si no puedo hacerte ver que es demasiado tarde!
Sus ojos se cerraron. Su cabeza se inclinó. —Pero puedo hacerlo —él murmuró—
. Puedo ayudarte a entender, y luego todo estará bien. —Levantó la cabeza y Lady
Piperell se sacudió como si la hubiera golpeado.
Y tal como había predicho Yvane, era demasiado. El susurro en la mente de Danric
desapareció. Roderick parpadeó y se cepilló la cara con las mangas como si estuviera
quitando telarañas. Y Zander... El capitán de la guardia de Evaraine se tambaleó y cayó
de rodillas, sacudiendo la cabeza y mirándose las manos como un hombre que despierta
de una pesadilla.
—Qué… —Miró alrededor de la habitación. Su mirada se posó en Evaraine con las
manos atadas y Danric a su lado. El alivio mezclado con el miedo cruzó su rostro, y luego
él vio a Piperell, de pie, rígida y ciega en el dominio de la magia de su hermano.
Zander fue el único lo suficientemente cerca para actuar. Pero incluso si lo
intentara, Danric dudaba que fuera suficiente. Tendrían que someter a Iandred por
completo, tal vez incluso dejarlo inconsciente, y luego...
Danric solo oyó un breve susurro de sonido, el chirrido de una espada al
despejarse de su vaina. Parpadeó, y cuando sus ojos se abrieron, Zander se había
movido. El capitán de la guardia ahora estaba detrás de Iandred, con una mano en su
hombro… y la punta ensangrentada de su espada emergiendo del pecho del embajador.
Por un momento, fue como si el tiempo se detuviera. Ninguno de ellos pareció
captar completamente la realidad de ese rápido y decisivo ataque. El único movimiento
en la habitación era el parpadeo del fuego y la mancha de sangre que crecía y se extendía
por la pechera de Iandred.
Y, sin embargo, el tiempo pasó. Danric respiró temblorosamente. Evaraine se
agarró a su brazo en busca de apoyo. Iandred cayó de rodillas, miró brevemente la hoja
que había acabado con su vida y sonrió.
—Gracias —dijo, todo rastro de dolor y locura se desvaneció de sus ojos—. Pip,
siento mucho que tengas un hermano tan cobarde. Sé segura y feliz. Y dile a mi hijo…
Se atragantó y cayó de costado.
Lady Piperell gritó y corrió hacia adelante, desplomándose en el suelo a su lado
llorando.
—No, Ian. No. Todo es mi culpa. Debería haber escapado antes. Debería haberme
esforzado más para salvarte —Ella lloró, mientras la sangre goteaba de un lado de la
boca de Iandred, y él tosió, su cuerpo se enroscó alrededor de la hoja brillante en su
pecho.
Y, aun así, Zander estaba de pie sobre ellos, con las manos vacías a su lado,
sombrío como el espectro de la muerte. Cuando realmente importaba, no había
cuestionado ni pedido permiso. Simplemente había actuado, en defensa del reino al que
llamaba hogar, la princesa a la que había jurado proteger y la mujer que poseía su
corazón.
En verdad, Zander los había salvado, salvó a todo Farhall, incluso a expensas de
su propia felicidad, y Danric vio el conocimiento de esa pérdida escrita en su rostro.
¿Cómo podría la mujer que amaba perdonarlo alguna vez por matar a su hermano?
—No es tu culpa —susurró Iandred con voz ronca—. Es mía. Dile a Vaniell, deseo…
¿Dile a Vaniell? Las palabras resonaron en la mente de Danric. Decirle a Vaniell
¿qué?
Pero Iandred se había ido.
Su cuerpo quedó fláccido, su respiración se detuvo y el único sonido en la
habitación eran los sollozos de Lady Piperell mientras hundía la cara en su hombro.
Se acabó, casi demasiado rápido para que cualquiera de ellos lo entendiera. El
Trono de Farhall era libre y el intento de Melger de hacerse con el control a través de la
magia y el chantaje había fracasado.
Pero los restos que dejó atrás... El dolor, el miedo y la desconfianza tardarían
mucho más en curarse, si es que la curación era posible. Si alguno de ellos pudiera
alguna vez llegar a comprender todo lo que les había sido robado por las ambiciones de
Melger.
Incluso Danric había descubierto que, de alguna manera, aún tenía más que
perder.
Dile a mi hijo… Dile a Vaniell…
Él no quería creerlo, no quería contar con lo que esas palabras habían revelado.
Pero cuando las piezas finales de su antigua vida se fracturaron en fragmentos de dolor
y traición, Danric se vio obligado a reconocer la verdad.
Vaniell era el hijo de Iandred.
Y el hombre que llevaba la cara de su padre había usado este conocimiento para
controlar a Iandred, Piperell, la madre de Danric y al mismo Vaniell.
¿Quiénes habían sabido de la paternidad de su hermano? Vaniell, sin duda.
Explicaba mucho de lo que había en su diario, mucho del hombre en el que se había
convertido. Y cuando Danric miró los ojos llenos de lágrimas de Evaraine, pudo ver la
respuesta allí por sí mismo. Ella también lo sabía.
Podía elegir culpar a todos en la habitación por no decírselo. Podía elegir estar
enojado con su madre, su hermano y las circunstancias que los habían llevado a todos
a esta habitación manchada de sangre, avergonzados y arrepentidos por fallas que
nunca fueron suyas. Pero si elegía ese camino...
—Danric, lo siento mucho —murmuró Evaraine, y él se volvió para posar un dedo
suavemente sobre sus labios antes de que pudiera disculparse más.
—Solo hay una persona que debería arrepentirse —dijo—. Y no eres tú. De lo
único que eres culpable es de guardar un secreto que no era tuyo para contar, y solo te
amo más por eso.
Con un solo movimiento de sus muñecas, se deshizo de sus ataduras falsas y
deslizó sus brazos alrededor de su cintura, presionando su cara contra su pecho y
tomando una respiración larga y temblorosa. —Y yo te amo a ti, Príncipe Danric de
Garimore.
Al tocarla, las piezas fracturadas de su corazón parecieron juntarse de nuevo,
dejándolo adolorido pero completo. Sin importar las pruebas que aún le esperaban, no
las enfrentaría solo.
—Debo volver con mi padre —Evaraine se apartó y se secó las lágrimas de las
mejillas—. Hay mucho por hacer. Tantos males que corregir, tantas injusticias que
remediar. Y debemos enfrentar la realidad de los ejércitos a nuestras puertas antes de
que la tensión se convierta en violencia.
Como si recordaran la situación actual, tres rostros se giraron para mirarlos con
diversos grados de curiosidad e incertidumbre.
—Roderick —Evaraine se dirigió al guardia de su padre con un tranquilo tono de
mando—, Te pediría que ayudaras a Lady Piperell a retirar el cuerpo con dignidad y
discreción. A pesar de sus acciones, Lord Iandred también fue una víctima, y quiero que
su memoria no se manche por el bien de aquellos que lo amaban.
Luego se volvió hacia Zander y su voz se suavizó con compasión. —Lamento tener
que pedirte que me ayudes ahora. Te juro que tendrás tiempo para llorar lo sucedido,
pero necesito a alguien en quien pueda confiar sin dudarlo.
—Ese no puedo ser yo —La expresión de su capitán de guardia era sombría y fría
como los picos de las montañas Yllian—. Traicioné mi juramento y amenacé tu
seguridad. Derramé la sangre de un enviado real sin órdenes. Ya no puedes confiarme
tu seguridad ni la de los que te rodean.
Evaraine no dudó, sino que cruzó la habitación con unos pasos decididos para
mirarlo, las mejillas teñidas de rojo por la ira.
—¿Crees que no sé lo que te hicieron? —exigió—. ¿O que no puedo ver lo que te
costó protegernos? Has cumplido todos los juramentos que has hecho y has ido mucho
más allá de lo que el deber podría exigir. Nunca te he temido, ni siquiera por un
momento, y si imaginas que te liberaré de mi servicio por el pecado de protegerme
cuando nadie más pudo, permíteme corregir ese malentendido.
Zander no se movió. Cerró los ojos y apretó los labios, temblando de emoción. —
Cómo puedo...
Pero Evaraine lo detuvo como lo había hecho Danric con ella, llevándole un dedo
a los labios.
—No te disculpes —dijo con fiereza—. No reivindiques una falta que no es tuya.
Te conozco Zander. Sé que nunca me harías daño. Y no permitiré que tú ni nadie más
cargue con la culpa que legítimamente pertenece a otro.
Ella miró alrededor de la habitación.
—Mientras nos culpemos unos a otros y a nosotros mismos, el rey de Garimore
solo se acercará a sus objetivos. Lo derrotaremos solo cuando reconozcamos sus
manipulaciones y pongamos fin a sus intentos de dividirnos.
Evaraine tenía razón, el impostor solo podía conquistar los otros Cuatro Tronos si
permanecían separados, negándose a comunicarse, eligiendo odiar a los demás por
miedo o sospecha.
—No digo que no me arrepienta —les dijo Evaraine—. Soy culpable de
esconderme de mi responsabilidad. De decirme durante demasiado tiempo que no era
lo suficientemente fuerte para actuar, que estaba justificado esconderme porque nadie
me aceptaría como su reina. Pero estaba equivocada, y de ahora en adelante, no me
esconderé más. Y, sin embargo, tampoco me culparé por las acciones de un hombre que
nos ha manipulado a todos para su propio beneficio.
Era casi como si hubiera visto el corazón de Danric y ofrecido una respuesta a la
pregunta que no había podido escapar desde el día que dejó a Hanselm. Cada vez que
se encontraba con una nueva atrocidad, se torturaba a sí mismo preguntándose cómo
podría enmendar lo que había hecho su "padre".
La respuesta era simple, no podía. Y esa culpa no era suya para llevarla.
Danric había hecho muchas cosas de las que se avergonzaba y encontraría la
manera de asumir la responsabilidad de esas acciones. Pero nunca podía liberarse del
legado de su padre hasta que dejara de culparse a sí mismo por las acciones
desmesuradas de otro.
No sería fácil. Los hábitos de toda una vida no se podían cambiar en un momento.
Y, sin embargo, Danric todavía sentía como si le hubieran quitado una montaña de los
hombros. Fue sólo la urgencia del momento lo que le impidió llorar de puro alivio.
Eso y el intento de llamar a la puerta.
Todos intercambiaron miradas de preocupación, pero no había nada que hacer
con el cuerpo en el suelo. Después de un único e impotente asentimiento de Evaraine,
Zander respondió a la llamada y encontró a uno de los guardias del palacio esperando
en el pasillo.
—Señor, tenemos una situación afuera de las puertas.
Seguramente no habían comenzado una guerra en medio de la noche.
—¿Qué ha pasado? —Evaraine corrió hacia la puerta, bloqueando la vista de la
habitación del recién llegado incluso cuando lo confrontó con urgencia real.
—Son los monstruos —dijo, con los ojos muy abiertos, la voz temblando de
terror—. Y aquí están, cientos de ellos.
Capítulo 22
Evaraine

Como si este día aún no le hubiera quitado suficiente


Evaraine necesitaba ver a su padre. Kyrion necesitaba urgentemente un sanador,
y Lady Piperell necesitaría a alguien que la consolara. El personal del castillo y los
guardias estaban alborotados y necesitarían mano firme para volver a ponerlos en
orden.
Pero no había tiempo.
Todos la miraban, y ella tenía que actuar, o la catástrofe sería mayor de lo que
ninguno de ellos podía imaginar: tres ejércitos masacrados frente a sus puertas, sin
testigos del horror de otro mundo que había causado tal destrucción.
Los Cinco Tronos podían caer fácilmente en la guerra, y Evaraine tenía que
detenerlo.
—A las puertas —dijo ella—. Ahora. Necesitaremos caballos.
El guardia no se detuvo a cuestionar su autoridad. Hizo una reverencia, con un
puño en el corazón, y murmuró—: Inmediatamente, Su Majestad —, e incluso si el desliz
no se le ocurrió, hirió profundamente a Evaraine.
Su padre aún vivía. Ella no aceptaría nada menos.
Pero incluso sus temores por su padre se vieron eclipsados por la urgencia cuando
abandonaron el castillo, esperaron brevemente a las monturas y luego cabalgaron
colina abajo, atravesando las calles de Arandar hasta la puerta principal de la ciudad.
Podía oír sonidos de pánico más allá de los muros, gemidos de miedo y el sordo
trueno de los puños golpeando las puertas. En el cielo nocturno, podía ver el reflejo
parpadeante de los fuegos, sin duda construidos en lo alto para la defensa. Pero entre
ella y las masas aterrorizadas afuera, dos grupos de guardias se habían reunido en la
puerta. Un hombre yacía sobre las piedras de la calle con sangre en su cara. Un pequeño
grupo de otros se enfrentaba al capitán de la noche y a media docena más, todos los
cuales se mantenían firmes ante las puertas con las espadas desenvainadas.
—No vamos a abrir esta puerta a nadie ni a nada —gruñó el capitán—. Hay
monstruos por ahí. ¿Los quieres aquí, en cambio? ¿Aterrorizándonos en nuestras
camas?
—También hay gente ahí —insistió obstinadamente su subordinado.
—Enemigos —dijo rotundamente el capitán.
—Gente —repitió el otro hombre—. Y algunos de ellos son nuestros.
—Se fueron en contra de las órdenes, y eso los convierte en traidores.
—¡Lo que sea que pienses sobre sus razones, no podemos dejarlos morir!
—¡Haremos lo que haga falta para cumplir nuestro juramento de proteger a la
gente de Arandar!
Las espadas resonaron cuando salieron de sus vainas y, aunque Evaraine no tenía
espada, dejó que el sonido de su voz se rompiera de ira mientras seguía a Zander entre
ellos.
—Suficiente —dijo, rastrillándolos con la mirada mientras miraban, estupefactos
por su repentina aparición.
—Bajen sus armas —amenazó Zander—, o los encarcelaré a todos por atreverse
a poner en peligro la vida de la princesa.
Cada espada y cada daga golpearon el suelo, cayeron de dedos nerviosos.
—Tú —Evaraine miró a los ojos al capitán—. Estás relevado de tu puesto. Que
alguien, —alzó la voz—, abra esas puertas.
El capitán maldijo y se dirigió hacia ella, solo para ser nivelado por un brutal
codazo de Zander.
Los guardias que estaban cerca intercambiaron miradas silenciosas y luego
corrieron hacia la puerta de entrada.
A pesar de su urgencia, las enormes puertas tardaron horas en abrirse y Evaraine
esperó a cierta distancia, con el corazón en la garganta. ¿Había cometido un error? ¿Su
deseo de salvar las vidas de los que están más allá de los muros solo terminaría en más
derramamiento de sangre?
Danric y Zander se interpusieron entre ella y las tropas entrantes, probablemente
con la intención de protegerla tanto de la curiosidad como de la ira. Pero ninguno de los
recién llegados le prestó atención. No permanecieron en filas ordenadas, ni lanzaron
miradas sospechosas a los que no eran de su propio reino.
Entraron a raudales, soldados experimentados y nuevos reclutas en una sola
avalancha, algunos con armas, otros sin ellas. Los cuerpos inertes eran transportados
por quien había estado más cerca, y los heridos a menudo eran sostenidos por
diferentes uniformes a cada lado.
Era un caos, y Evaraine lo observó con una extraña sensación de indiferencia,
como si nada fuera real.
Pero todo era demasiado real, como quedó claro cuando miró más allá de los
hombres y mujeres que se apresuraban a cruzar las puertas hacia la oscuridad que se
retorcía más allá.
No era simplemente un truco de la noche, las sombras bullían y crecían y parecían
pisar los talones de los soldados que huían. No se veía ningún brillo revelador en los
ojos, pero la asfixiante sensación de maldad era más fuerte de lo que Evaraine había
experimentado jamás.
Pero no importa cuánto lo temiera, el tiempo de huir había terminado. Tenía que
enfrentarse a este mal aquí y ahora. Tantos espectros podrían destruir por completo
cada aldea en Farhall, y no se detendrían allí. Toda Abreia podría ser tragada,
especialmente si las criaturas se trasladaban a Garimore, donde no había magos que se
interpusieran en su camino.
Pero no podía enfrentarse a tantos sola.
Una fila de guardias con antorchas siguió a los últimos rezagados, ofreciéndoles el
suficiente desánimo a los espectros perseguidores para que las puertas se cerraran,
pesadamente y lento.
Se cerraron con un ruido sordo y profundo, y luego se hizo el silencio. O al menos,
nadie habló, pero el miedo mismo tenía un sonido, y Evaraine lo escuchó a su alrededor.
La armadura crujió, el jadeo se hizo más lento, los pies se agarraron a las piedras.
Todos los hombres y mujeres miraron al que estaba a su lado y se dieron cuenta de que
estaban rodeados de extraños. Encerrados en una fortaleza enemiga.
Y por encima de todo, Evaraine podía oír los silenciosos lamentos de los heridos.
Los gritos de los que lloraban por los muertos.
No había reglas de princesa para esto. Sin reverencias para una horda de
espectros devoradores de magia, o para un ejército enemigo en su patio. Ni un solo
momento de su vida podría haberla preparado para estar aquí, enfrentar a estas
personas y encontrar una manera de cambiar la marea de miedo e ira en una de
propósito.
Pero si ella no decía nada, esta tensión eventualmente llegaría a un punto de
ruptura, y la sangre mancharía las piedras frente a la puerta.
Su mirada buscó la de Danric, y una parte de ella deseó que él simplemente saliera
y lidiara con esto en su lugar. Ella podría volver a esconderse, volver a ser protegida e
ignorante, encerrada en la jaula de terciopelo que su padre había usado para
mantenerla a salvo.
Pero él no dio un paso adelante.
Él dio un paso atrás. Y le dio un asentimiento que le dijo todo sin necesidad de
palabras.
Él no la estaba abandonando. No la dejaba cargar sola con este peso. Pero él
confiaba en ella para mostrarle el camino. Creía en su capacidad para liderar a su gente.
Él sería su brazo fuerte en el que apoyarse, un hombro para su consuelo y un lugar
de descanso cuando estuviera cansada, pero nunca le diría que no era lo
suficientemente buena. Nunca le robaría su confianza ni la haría sentir pequeña para él
sentirse más fuerte. Y de alguna manera, con ese único paso atrás, le dio a Evaraine todo
el coraje que necesitaba.
—Tranquilícense —dijo, y al principio, su voz parecía sorprendentemente alta en
el silencio—. No habrá derramamiento de sangre dentro de estas puertas, ni se tomarán
medidas basadas en los colores que usan o al reino al que sirvan. Mientras dure esta
crisis, este lugar servirá como refugio para todos los que lleguen.
—¿Dónde está el rey? —exigió una voz fuerte—. Tendremos garantías del Rey
Soren de que no seremos dañados ni encarcelados.
Evaraine era demasiado baja para ver al orador por encima de las cabezas de los
más cercanos a ella, pero respondió de todos modos.
—Su Majestad no se encuentra bien, pero estoy actuando en calidad de regente
del Rey Soren hasta que su salud haya regresado.
—Tú, ¿Princesa? —el hombre se burló—. ¿Cómo nos mantendrás a salvo?
Supuso que la pregunta era inevitable. ¿Cómo podría ella, la débil y enfermiza
Princesa de Farhall, proteger a todos estos guerreros manchados de sangre, que habían
perdido esta batalla a pesar de su armadura y sus armas?
—Si supones que tu fuerza será suficiente para protegerte del enemigo al que
ahora nos enfrentamos, no te retendré aquí —dijo con frialdad—. Cualquiera que elija
irse es libre de hacerlo. Pero el acero no servirá para tus propósitos contra este
enemigo, y si eliges quedarte y luchar, te diré cómo se puede terminar con esta
amenaza.
—¿Cómo, Su Alteza? —Dos personas surgieron de la multitud, un hombre y una
mujer, vestidos con los verdes oscuros y los grises de Eddris. Ambos portaban espadas
y arcos y tenían el aspecto de soldados experimentados.
—Bienvenidos —dijo Evaraine, recordando la explicación de Kyrion sobre la
presencia de los Eddrisians—. Si tienen la oportunidad, les pido que le lleven mis
saludos a la reina Allera y le agradezcan su ayuda y preocupación.
La mujer asintió, con los ojos entrecerrados, con expresión feroz. Quizá rondaba
los veinticinco años, con una larga trenza rubia y ojos marrones. —Se lo transmitiré,
pero supongo que mi madre querrá escucharlo de ti.
¿Madre? Así que esta era una de las dos hijas de Allera. Evaraine no había oído que
ninguna de las dos princesas fuera un miembro de alto rango del ejército, pero su
presencia significaba que la reina se tomaba esta misión muy en serio. Mientras miraba
a los ojos a la otra mujer, sin mostrar deferencia, el respeto de Evaraine por su
compañera soberana solo se profundizó. Si Allera demostraba estar dispuesta a entrar
en esta refriega, sería una valiosa aliada.
—Entonces espero que tengamos la oportunidad de conversar en persona una vez
que se resuelva esta amenaza —dijo Evaraine.
—Todavía no has dicho cómo piensas resolverlo.
No, no lo había hecho. Porque en el momento en que les dijera, su secreto saldría
a la luz. Su pueblo, y los de Eddris y Garimore, sabrían que la futura reina de Farhall era
una maga. Y una vez que la vieran luchar contra los espectros, sabrían exactamente qué
tipo de poder poseía.
Pero su secreto no valía las vidas que se perderían si se negaba a liderar. Era hora
de darle a su gente, junto con los de Garimore y Eddris, la oportunidad de aceptarla tal
como era.
—Los espectros que aguardan afuera de estas puertas son criaturas mágicas —
dijo, alzando la voz para que la escucharan tantos como fuera posible—. Me los he
encontrado en las montañas, y son depredadores voraces que sobreviven devorando
todo tipo de vida. Destruirán nuestras familias, nuestro ganado, incluso las plantas y los
árboles que nos rodean, hasta que la tierra esté muerta, y luego seguirán adelante.
Todavía no hemos descubierto de dónde vienen o si tienen algún objetivo más que la
supervivencia, pero si sabemos cómo matarlos.
El apretado puño del pánico se apoderó de su pecho. ¿Podría ella hacer esto?
¿Podría decirlo en voz alta?
—Estás diciendo que necesitamos magia —dijo astutamente la princesa
Eddrisian.
—Sí —El aliento abandonó rápidamente los pulmones de Evaraine—. Más
específicamente, pueden ser destruidos por Fuego Mágico.
Todos los hombres y mujeres a su alrededor parecían congelarse, lanzando
miradas a sus vecinos.
—Sé que a muchos de ustedes les han dicho que la magia es mala o peligrosa. Es
posible que incluso hayan evitado a aquellos a su alrededor que eran capaces de
hacerlo. Pero aquí y ahora, en este tiempo y lugar, esa misma magia es lo único que nos
salvará.
—¿Cómo sabemos que estás diciendo la verdad? —La objeción provino de un
soldado con el uniforme de Garimore, un hombre alto, de hombros anchos, de unos
cincuenta años, con barba gris y cabello ralo.
Ellos no sabían. No podían. Evaraine nunca podría convencerlos con meras
palabras.
Pero Danric se puso a su lado y se quitó la manga. Las cicatrices que el espectro
había dejado en su brazo se estaban curando, pero aún eran claramente visibles.
—Los cuchillos no los tocan —dijo brevemente—. Como probablemente ya lo
sepas. ¿O sugieres que un guerrero experimentado como tú simplemente corrió para
cubrirse en lugar de intentar derrotarlos primero con acero?
Si el hombre reconocía o no a su príncipe, Evaraine no podía decirlo, pero parecía
no tener respuesta para esa acusación.
—Tenemos dos opciones —les dijo Evaraine a todos—. Podemos elegir enfrentar
al enemigo ahora y rezar para poder derrotarlo. O podemos permanecer aquí mientras
estos muros ofrezcan seguridad. Pero los espectros de afuera no esperarán para
siempre. Se trasladarán al resto de Farhall, luego a Eddris y a Garimore. Consumen
cualquier vida que encuentran, y los que están afuera de estos muros no saben cómo
detenerlos.
Hubo un murmullo bajo de la multitud que esperaba, compuesto de susurros
inquietos y conversaciones en voz baja.
Si todo lo demás permanecía sin hablar, Evaraine no tenía idea de qué opción
ganaría el día, por lo que siguió adelante.
—Estamos parados sobre la tierra y las piedras de Farhall, lo que significa que mi
propio deber y mi compromiso no cambiarán. No permitiré que este enemigo aterrorice
a mi pueblo. Si dudan en derramar su sangre en suelo extraño, deben saber que no los
condenaré, sino que los defenderé. No importa lo que decidan, tengo la intención de
poner mi vida entre este enemigo y su presa.
Ella respiró hondo y alzó la voz para que resonara entre las cabezas de la multitud.
—Hablo ahora para cualquier mago capaz de manejar el fuego, o cualquiera que crea
que tiene una oportunidad contra estos espectros, cuando salga el sol, abriré estas
puertas y los llevaré la batalla. Todo lo que pido es aquellos dispuestos a unirse a mí
para interponerse entre nuestros hermanos y hermanas y el enemigo que les quitaría
la vida sin piedad.
Su mirada vagó a través de su silenciosa audiencia, preguntándose si alguno
respondería a su súplica. Incluso si no lo hicieran, ella no dudaría.
Y durante esos primeros momentos de infarto, temió enfrentarse sola a los
espectros.
Pero entonces hubo susurros dentro de las filas, y un solo soldado emergió de la
multitud en el frente. Estaba casi tan blanco como la nieve que se adhería a las almenas,
y la parte delantera de su uniforme rojo estaba mojada.
El uniforme rojo de Garimore…
Y estaba mojado con sangre que no era la suya. Había perdido a alguien, y Evaraine
podía ver el dolor de esa pérdida grabado en su rostro.
Con los ojos fijos en las piedras a los pies de Evaraine, el hombre agarró la
empuñadura de su espada con los nudillos blancos y respondió a su llamada.
—Lo haré —dijo—. Puedo ayudar.
A unos pasos de distancia, el soldado Garimorian de barba gris escupió sobre las
piedras de la calle.
La princesa Eddrisian puso los ojos en blanco, se sacudió la trenza y se acercó a
Evaraine. —Mi madre me matará —dijo con un suspiro—, pero eso no es nada nuevo.
Me uniré a ti.
Aturdida, Evaraine se volvió para mirar y se encontró con una sonrisa triste. —
Tal vez es hora de que ambas admitamos la verdad —dijo la otra mujer—. De todos
modos, he terminado de esconderme.
—Como yo —Un hombre alto y pelirrojo con el atuendo de un mercenario salió
de la multitud y se encogió de hombros mientras miraba a sus compañeros por encima
del hombro—. Si puedo ayudar a luchar contra estos espectros, no me importa mucho
qué arma use para hacerlo.
Era como si hubiera inclinado una balanza invisible, y Evaraine observó con
lágrimas en los ojos cómo más magos comenzaban a avanzar, algunos con el rostro
avergonzado, otros con una mirada sombría de determinación.
Cuando la multitud finalmente se asentó una vez más, once personas se pararon
frente a ellos, ofreciendo sus propias vidas para detener el enjambre de espectros en la
puerta.
Después de respirar hondo unas cuantas veces para contener sus emociones,
Evaraine volvió a hablar—: Para aquellos que han dado un paso adelante, sepan que, si
temen el rechazo, siempre tendrán un hogar aquí en Farhall. Mientras yo viva, ningún
mago respetuoso de la ley, sin importar su origen, se sentirá mal recibido dentro de
nuestras fronteras. También sepan que haremos arreglos para que todos ustedes sean
alimentados y albergados, y no habrá discriminación ni segregación. Mientras dure este
asedio, vivirán junto a aquellos a los que puedan considerar sus enemigos, pero sean
cuales sean sus sentimientos o motivaciones, no se tolerará la violencia contra ninguna
otra persona.
Y entonces, fue como si su cuerpo anunciara que ya había hecho suficiente.
Las necesidades del día habían exigido más de lo que nunca hubiera imaginado
que podría dar, pero había límites y los había alcanzado.
Antes de que pudiera hacer algo más que balancearse donde estaba, el brazo de
Danric estaba debajo de su mano.
—Debo ocuparme de mi padre —murmuró, aferrándose a él y esperando poder
permanecer erguida el tiempo suficiente para librarse del peso de las miradas de todos.
—Entendido —La princesa Eddrisian asintió con respeto, seguida de una mirada
cautelosa a Danric—. Pero después de que esto termine, necesitaré alguna explicación
para llevársela a mi madre. Tenía la impresión de que este hombre estaba bajo el
cuidado de guardianes algo más estrictos.
Así que finalmente se dio cuenta de quién estaba al lado de Evaraine.
—Te lo explicaré —dijo Evaraine, y luego cambió su tono a acero sólido—. Pero
no me disculparé por mis acciones, ni me someteré a ser castigada. Tomé mi decisión
en el mejor interés de Farhall, y mi matrimonio no está abierto a discusión.
La otra mujer levantó una ceja ante la palabra "matrimonio", pero no mostró
repulsión ni sorpresa. —Yo no pedí una disculpa. Está demasiado claro que se trata de
algo más que política o tratados. Pero como cortesía real, te pido que estés dispuesta a
discutir las implicaciones de tu elección de consorte.
Evaraine ladeó la cabeza antes de dejarse arrastrar, sostenida casi por completo
por el brazo de Danric debajo del suyo. Su rostro era sombrío cuando la ayudó a subir
a su caballo, montó detrás de ella y subió la colina a medio galope.
Tan pronto como estuvieron dentro del patio, ocultos de las miradas indiscretas,
desmontó y la levantó de la silla, solo para levantarla inmediatamente y sostenerla con
fuerza contra su pecho. —Necesitas descansar —dijo con firmeza, moviéndose hacia el
palacio a un ritmo urgente.
—Estaré bien —le aseguró con cansancio—. Solo necesito un momento. Y debo
ver a mi padre.
Danric examinó su rostro, sus ojos oscuros por la preocupación. —El amanecer
está a solo unas horas de distancia.
—Será suficiente —dijo, permitiendo que sus ojos se cerraran mientras apoyaba
la cabeza en su hombro—. Tendrá que ser suficiente.

Había mucho por hacer. Tantos que necesitaban lo que solo Evaraine podía dar.
Había personal para dirigir mientras encontraban refugio y provisiones para los
refugiados. Un sanador para enviar a Kyrion, uno que pudiera ir en secreto y no ceder
ante los prejuicios. Había que considerar la defensa de la ciudad, mientras Roderick y
Zander reorganizaban la guardia y ordenaban encender las hogueras a lo largo de las
paredes para disuadir a los espectros.
Una pálida y angustiada Lady Piperell para abrazar mientras la ex dama de
compañía libraba su batalla interna contra el dolor y la culpa.
Y su padre
Faltaba apenas una hora para el amanecer cuando Evaraine finalmente se
arrodilló junto a su cama, tomó su mano arrugada entre las suyas y la colocó contra su
mejilla. Su poder no respondía, pero eso ya no era un consuelo. Tenía mucho miedo de
que simplemente no le quedara suficiente vida para codiciar.
Soren no se había movido, ni siquiera cuando Iandred murió y el dominio que el
mago tenía sobre su mente se había liberado. Tal vez había pasado demasiado tiempo
y el rey estaba demasiado débil para liberarse de las sombras dejadas por el control del
enviado Garimorian.
Pero cuando Evaraine se arrodilló a su lado, con lágrimas en las mejillas, supo que,
en alguna parte, de alguna manera, él podía oírla.
—Estoy aquí —dijo en voz baja—. Padre, he vuelto a casa y te juro que no dejaré
que este reino se derrumbe. Yo velaré por ti hasta que estés bien.
¿Qué diría él si pudiera verla ahora? Casada con su enemigo, liderando a su pueblo,
su identidad como maga revelada...
¿Estaría enojado? ¿O vería cómo había crecido y cambiado y estaría orgulloso de
su única hija?
—Espero que estés orgulloso de mí —murmuró—. No importa lo que dije antes,
elijo creer que todo lo que siempre quisiste era que yo fuera feliz y segura. Que todo lo
que hiciste fue porque me amabas.
Ella creía que él la amaba. Incluso cuando su amor lo había llevado a actuar con
miedo, solo había querido lo mejor para ella. Quizás fue ese conocimiento, más que su
estado debilitado, lo que le permitió tocarlo sin despertar su poder.
—Pase lo que pase, sé que yo también te amo —dijo—. Que te perdono, y espero
que tú me perdones. No le fallaré a nuestra gente.
Soren seguía sin moverse, pero las líneas sombrías de su frente y los profundos
surcos alrededor de su boca parecieron suavizarse. Incluso su respiración parecía más
profunda, más en paz, y Evaraine se puso de pie sabiendo que había hecho todo lo que
podía. Ahora dependía de los sanadores salvarlo del oscuro abismo de las
manipulaciones de Iandred.
Así como dependía de ella salvar a su pueblo de la oscuridad más allá de sus
puertas.
Solo podía esperar que hubiera aprendido de sus errores y que su fuerza fuera
suficiente.
¿Y si no era así?
Melger de Garimore podría llegar a arrepentirse de su venganza contra los magos,
pero ninguno de ellos estaría vivo para apreciar su disgusto.
Capítulo 23
Danric

Esperaron el amanecer en silencio, trece hombres y mujeres de Farhall, Eddris y


Garimore, de pie, hombro con hombro en la luz gris de la madrugada
Algunos ya estaban heridos. Al menos dos nunca habían visto una batalla. Todos
ellos tenían rostros sombríos al saber que eran lo único que se interponía entre Abreia
y la oscuridad que todo lo consume de los espectros reunidos.
Por una vez, no hubo hostilidad entre los ciudadanos de los reinos vecinos. Sin
discusiones ni segregaciones, sin juzgar los motivos de los demás. Incluso Danric, ahora
afeitado, armado y vestido con una armadura, había sido objeto de solo unas pocas
miradas curiosas mientras estaba de pie en medio de ellos junto a Evaraine.
—No deberías estar aquí —dijo Evaraine en voz baja—. Sé que quieres
protegerme, pero ni siquiera puedes protegerte a ti mismo.
Aunque había cambiado su ropa harapienta por un vestido que se adecuaba a su
posición, su rostro estaba una vez más pálido y demacrado, recordando a la mujer que
había llegado por primera vez a Hanselm como la prometida de Vaniell. Había llegado
al límite de su resistencia y, sin embargo, seguía en pie, concentrada en la amenaza más
allá de sus puertas. Una reina guerrera, de espíritu indomable, con una fuerza mental
que contrastaba con la fragilidad de su cuerpo.
—Y yo sé que estás cerca del final de tu fuerza —dijo Danric, demasiado bajo para
que nadie más lo escuchara—. Puede que no tenga magia, pero mi fuerza es tuya.
—¿Y si te caes? —suplicó Evaraine—. Danric, no tengo ningún deseo de ganar esta
batalla solo para darme cuenta de que debo luchar sola en la guerra que se avecina.
—No estarás sola —dijo con calma, dirigiendo su mirada a quienes la rodeaban—
. Aquellos dentro de estos muros te deben su vida y su lealtad. Y después de hoy, estas
personas te seguirán a donde sea. Ya no eres una princesa sin nombre y sin rostro, amor.
Eres una futura reina, que merece el respeto de todos los que la rodean.
Ella se giró y tomó sus brazos con urgencia desesperada. —Danric, sabes que
valoro su lealtad y me siento honrada por la confianza de aquellos que me han elegido
para liderarlos. Pero nada de eso importa sin ti.
—No me caeré —dijo, ahuecando su mejilla en su palma por un momento—. Pero
tampoco permitiré que entres sola en esta pelea. Si tu fuerza falla, estaré allí. Si te
abruman, allí estaré. Y cuando los derrotes. como sé que lo harás, también estaré allí.
Para llevarte a casa y celebrar tu victoria.
Entonces su esposa casi sonrió y levantó la mano para tocarle la cara con sus
dedos suaves. —Sabes que estás a punto de ir a la batalla rodeado de magos, ¿verdad?
—Sí —estuvo de acuerdo—. Escandaloso, ¿no? Y es aún peor que eso.
Sus cejas se levantaron. —¿Cómo puede ser peor?
Metió la mano en su bolsillo y se lo mostró.
Kyrion estaba demasiado gravemente herido para unirse a la lucha, pero había
enviado al sanador con un regalo para Danric, una piedra redonda y lisa que brillaba
débilmente con la luz de la magia de Kyrion.
—Su mensaje decía que, si alguna vez me encontraba en peligro, esto repelería a
los espectros. Tal vez no acabara con ellos, pero es suficiente para evitar que me maten
por completo.
Evaraine parecía completamente desconcertada. —Danric. Tú... ¿cuándo ibas a
decírmelo?
—No ha habido exactamente tiempo.
—Es magia.
—Sí —dijo pacientemente—, Lo sé.
—Y estás dispuesto a usarla.
¿Seguía estando tan insegura de él? —Cuando dije que te amaba, quise decir que
lo amo todo, Evaraine —dijo con firmeza—. No solo las partes de ti que mi familia
encontraría aceptables, o incluso las partes que solo entiendo. No te amo a pesar de tu
magia ni por ella, sino por todo lo que eres. Y abrazaré lo que sea necesario para
mantenerte a salvo.
La princesa de Farhall se puso de puntillas, le echó los brazos al cuello y lo besó.
Frente a todos en el patio, mientras los primeros rayos del sol aparecían en el cielo del
este, ella presionó sus labios contra los de él y lo reclamó con una fiereza que nadie
podía confundir.
—Vamos a ganar —dijo ella, después de romper el beso y mirarlo con fuego en
sus ojos verdes—. Me niego a permitir que estos espectros me quiten una vida contigo,
Danric de Garimore.
Y luego, como si fuera una señal, las puertas de Arandar dejaron escapar un
gemido torturado cuando comenzaron a abrirse.
El sol estaba alto y los espectros esperaban.
Con una última mirada, Evaraine se alejó de él y ocupó su lugar en el centro de la
fila de magos que estaban hombro con hombro en el hueco cada vez mayor en la puerta.
Más allá, las sombras aún acechaban, pareciendo algo más pequeñas a la luz de la
mañana, pero aún tan profundamente equivocadas y perturbadoras como lo habían
sido por la noche.
Solo que ahora, había algo vacilante en ellos. Como si sintieran que ya no estaban
cazando sin oposición. Y, de hecho, si los espectros observaban desde algún lugar
dentro de esa oscuridad, verían que, de hecho, se habían convertido en los cazados.
A lo largo de la línea de magos brotó fuego, tan único como los hombres y mujeres
que lo esgrimían.
El soldado Garimorian que se había presentado voluntariamente primero estaba
al final de la fila, con brillantes llamas doradas brotando de sus manos ahuecadas. A su
lado, la princesa Eddrisian tensó su arco, sus ojos brillando con magia mientras una
brillante llama blanca cobraba vida en la punta de su flecha. Un Farhaller con la ropa de
un mozo de cuadra agarró un par de cuchillos que cobraron vida con un fuego azul
retorcido, mientras que el mercenario pelirrojo parecía incendiar todo su cuerpo con
una luz roja danzante.
Y en el centro, la esbelta princesa de ojos verdes de Farhall se erguía orgullosa. No
había magia visible en sus manos, pero un viento invisible parecía levantar su cabello
castaño rojizo y agitar las faldas de su vestido, envolviéndola en un poder y un misterio
tan aterrador como cualquier espectro.
—Ahora —dijo ella, y la línea avanzó como una sola.

Durante los primeros momentos, su enemigo pareció desconcertado por la fuerza


de su ataque. Los bordes de ataque de la oscuridad cedieron en el momento en que el
fuego los tocó, cada espectro individual se derrumbó en pedazos de hambre y sombra
y se disipó en el aire frío de la mañana
Pero por muy rápido que murieran, por muy feroz que fuera el fuego, el tamaño
de la nube no parecía disminuir.
Fue solo un momento antes de que las defensas de los humanos fueran envueltas
en sombras. Antes de que el hambriento brillo azul de los ojos comenzara a aparecer en
la oscuridad que los rodeaba. Y aunque los ojos se alejaban de la luz y las sombras
retrocedían cuando las tocaban las llamas, siempre había más para reemplazarlas. Los
espectros gemían y morían y, sin embargo, su número no parecía tener fin.
Pareció otro momento antes de que los magos individuales se separaran en la
confusión. Evaraine se había vuelto gris por los efectos de absorber su magia
repugnante y, sin embargo, permanecía de pie, apoyándose en Danric para que la
apoyara, con los ojos intactos.
Pero él pudo ver su miedo cuando reconoció las abrumadoras probabilidades en
su contra. Su piedra ya estaba en su mano, su brillo hizo retroceder a los pocos
espectros que se atrevieron a acercarse, pero fueron incapaces de disiparlos.
E incluso si pudiera convertirlos en cenizas, solo podría retrasar lo inevitable. Solo
posponer el momento en que el pequeño puñado de defensores se rendiría al
agotamiento. Estaban luchando ferozmente, pero la magia requería combustible, y
estaban condenados a agotarse mucho antes de que se les acabaran los enemigos.
—No es suficiente —murmuró Evaraine, poniéndose de espaldas a él y casi
colapsando contra él—. Lo intentamos, pero no es suficiente. Vamos a tener que
retirarnos.
Ella tenía razón, pero ¿entonces qué? ¿Podrían reducir el número de espectros,
día tras día, y esperar destruirlos eventualmente? ¿O la sombra continuaría creciendo
hasta que se los tragara en la oscuridad?
—¡Magos, vengan! —Evaraine gritó. Su voz temblaba por el cansancio, pero sus
compañeros guerreros oyeron su llamada y salieron dando tumbos de las sombras, sus
llamas se volvieron tenues, ninguna sin sangre—. Debemos retirarnos —les dijo
sombríamente—. Nuestro enemigo es demasiado numeroso. Viviremos para luchar
contra ellos de nuevo otro día.
Pero, ¿qué camino tomar? Mientras el grupo asediado buscaba en sus alrededores,
no se sabía dónde estaban o de qué dirección habían venido. Cualquier paso en falso
podría llevarlos más profundo en las sombras, y su magia casi se había ido.
Por primera vez, Danric vio en el rostro de su esposa la comprensión de que
podrían perder. Y en los rostros de quienes los rodeaban, el mismo sombrío
reconocimiento de que sus esfuerzos no habían sido suficientes.
—Bueno, no sé ustedes —dijo el mercenario—, pero tengo la intención de
llevarme a tantos de ellos como pueda.
Los asentimientos de acuerdo vinieron de todas partes mientras su pequeña
banda se volvía a enfrentar la oscuridad, poniéndose la espalda el uno al otro en
preparación para el final. Evaraine se giró hacia Danric, sus ojos verdes contrastaban
con su piel, su expresión era una mezcla compleja de arrepentimiento, desesperación y
amor.
—Deseo…
Él la atrajo hacia sus brazos, la apretó contra su pecho y hundió la cara en su pelo,
desesperado por un último momento con la mujer que se había convertido en su vida.
—Incluso si este es el final, no podría desear nada más —le murmuró al oído—. Pero
no pierdas la esperanza todavía.
Agarró la piedra de Kyrion y la sostuvo sobre su cabeza, deseando que brillara
más mientras buscaba una salida. Sabía que su voluntad no significaba nada, pero
esperaba que al menos los espectros no atacaran a los que estaban al alcance de la luz
de la piedra.
Y por el espacio de un respiro, las sombras retrocedieron, pero solo un poco, y
Danric se preparó para el momento en que avanzarían de nuevo, hambrientos y
sintiendo desesperación.
Todos los músculos se tensaron y tiró de Evaraine más cerca como si de alguna
manera sus brazos pudieran mantenerla a salvo.
Como si de alguna manera pudiera mantener a raya a la muerte.
Porque por fin le había mentido a la mujer que amaba.
Él deseaba más. Deseaba innumerables abrazos. Por el fin del conflicto entre sus
reinos. Largos años de paz para envejecer a su lado. Un puñado de niños curiosos y de
ojos brillantes para cuidar y proteger. Quería todo y más.
Fue entonces cuando Evaraine se dejó caer en sus brazos, sus fuerzas finalmente
habían llegado a su fin. Luchando por contener las lágrimas, Danric la bajó al suelo y se
preparó para defenderla de cualquier manera que pudiera.
Los magos a su alrededor se acercaron y sus llamas ardían cada vez más. Las
sombras a su alrededor comenzaron a hervir y gemir, como si sintieran que algo había
cambiado. Y por un breve momento, la noche antinatural se volvió aún más oscura en
respuesta.
Pero incluso cuando las llamas individuales estallaron y se mezclaron en desafío,
una nueva luz atravesó la oscuridad sobre sus cabezas. Como una estrella caída del cielo
nocturno, se hinchó y ardió con una furia tan abrumadora que Danric se vio obligado a
protegerse los ojos de su brillo. Se dejó caer al suelo, protegiendo a Evaraine con su
propio cuerpo, y justo cuando pensaba que el brillo abrasador podría quemarlo por
dentro, la nueva y extraña estrella explotó.
Los espectros gritaron y murieron.
La oscuridad se desgarró como un viejo pergamino, dejando jirones, mechones y
hebras que se desvanecieron hasta que la brisa de la mañana los llevó.
Dejando nada más que silencio a su paso.

—¿Llegamos demasiado tarde?


Los ojos de Danric se entreabrieron ante el sonido de una voz desconocida,
distante pero distinta. La magia increíblemente brillante se había ido, dejando solo la
luz ordinaria del amanecer, extendiéndose por el paisaje como un extraño y hermoso
sueño.
Y hablando de un sueño…
Tal vez había muerto, y este fantasma era el resultado de su mente que se
desvanecía.
A unos cincuenta pasos de distancia había un lobo... no, toda una manada de lobos,
pero diferente a cualquier lobo que hubiera visto o soñado en sus peores pesadillas.
Eran más grandes que caballos, con pelaje espeso y peludo y dientes más largos
que su mano, y jadeaban como si hubieran participado en una carrera.
Solo después de que la primera reacción de pánico de Danric se calmara, pudo
reconocer que no parecían estar cazando. De hecho, no parecían responder a los
humanos en absoluto.
Simplemente se quedaron allí, casi en formación, y... ¿Eran esos sillas de montar
en sus espaldas? ¿Y jinetes?
Sí, la muerte era la única explicación posible. O eso, o estaba alucinando con todo
un ejército de soldados montados en lobos justo fuera de las puertas de Arandar. Pero
si es así, fue una alucinación inquietantemente compleja, porque los dos jinetes que
iban en cabeza ya estaban desmontando y avanzando por el terreno irregular hacia
Danric.
—Están vivos —dijo la más alta de esas figuras, su voz más profunda que la
primera, con un acento extraño—. Pero los espectros pueden haber dejado heridas
invisibles.
La visión de Danric no se había recuperado del todo del brillo abrasador que había
ahuyentado al último de los espectros, pero podía ver lo suficientemente bien como
para ponerse de pie y colocarse entre los magos exhaustos y los recién llegados. Su
espada, al menos, debería funcionar lo suficientemente bien contra esta nueva
amenaza, así que la desenvainó y asumió una postura protectora mientras la pareja se
acercaba a su posición.
—¿Quiénes son? —dijo con dureza—. Digan sus nombres y sus asuntos aquí en
Farhall.
—¿Estamos en Farhall? —Danric finalmente pudo distinguir el rostro de la
primera oradora y se dio cuenta de que era joven y mujer. Por alguna razón, parecía
encantada por el conocimiento de su ubicación—. Siempre quise visitar Farhall, solo…
—Ella hizo una mueca—. Así no.
Era humana y probablemente de la edad de Evaraine, con cabello rubio pálido
ondulado y ojos color avellana. Su estilo de vestir no le resultaba familiar, una extraña
combinación de pantalones de cuero y una túnica larga debajo de una extraña armadura
plateada que se doblaba y flotaba como las escamas de un wyvern.
Y junto a ella había un hombre, alto y elegante, con cabello largo y oscuro, ojos
grises y orejas elegantemente puntiagudas.
Un Elfo.
No un Elfo Nocturno, sino un Elfo.
Evaraine había hablado de ellos como solitarios y aislados, pero en Garimore, los
Elfos eran poco más que un mito, una leyenda apenas recordada, no una realidad viva
y palpitante. Y todo lo que alguien recordaba era que eran incognoscibles, misteriosos
y remotos, nunca salían de sus tierras al norte y nunca interactuaban con otros.
Pero aquí estaba uno, caminando hacia ellos con una espada en la mano, al lado
de una mujer humana que todavía tenía el más mínimo brillo de magia en la palma de
su mano.
Habían salido de la nada, derrotaron a los espectros y...
Espera.
—¿Conoces a estas criaturas? —preguntó Danric, incapaz de ocultar la sospecha
en su voz.
—Lo hacemos —El elfo lo miró gravemente—. Los hemos estado buscando a
través de las tierras humanas, destruyéndolos donde quiera que se puedan encontrar.
Te juro que no somos tu enemigo sino el de ellos, y si me lo permites, podemos
determinar si tus compañeros han sufrido algún daño.
¿Permitírselo? Estos dos acababan de salvarlos a todos de la muerte. Además,
parecían tener algunas de las respuestas que él y Evaraine habían estado buscando.
—No me corresponde decirlo —respondió—, pero…
—Gracias —Una pequeña mano se deslizó debajo de su codo, y Danric se giró para
rodear con su brazo a Evaraine mientras ella se ponía de pie. Se aferró a su brazo como
si fuera lo único que la sostuviera, pero de alguna manera se mantuvo como una reina
mientras saludaba a los recién llegados.
—Bienvenidos a Farhall, y acepten mi más sincera gratitud por su ayuda. Solo
lamento que puedan encontrar nuestra hospitalidad algo deficiente, hemos estado
luchando contra enemigos en múltiples frentes y estamos algo abrumados en este
momento.
—La culpa —dijo la mujer con tristeza—, es mía. Solo tenemos…
—Si hay que culpar a alguien, debe recaer en mi gente —interrumpió el Elfo
sombríamente—. Durante los últimos cien años, hemos estado enfrascados en una
batalla con estas criaturas. Han destruido nuestras tierras y han convertido a
generaciones de mi pueblo en pasto de esta guerra sin fin. Y estábamos perdiendo —Su
mirada sombría y gris se desplazó para posarse en la joven de ojos brillantes que estaba
a su lado—, hasta que llegó Kasia.
Sus ojos se calentaron y su expresión se suavizó, y cuando la mujer lo miró, Danric
vio que no se trataba de una asociación casual. Fuese cual fuese el vínculo que los unía,
era profundo e inquebrantable.
—Su extraordinario don nos permitió derrotarlos —dijo el Elfo—. Destruyendo
sus enjambres y sacándolos de nuestras tierras. Pero no supimos hasta hace poco que
un número tan grande solo había huido a nuevos terrenos de caza.
—Dechlan, no puedes culparte a ti mismo —La mujer llamada Kasia sonó bastante
feroz en su negación—. No teníamos forma de saber que esto sucedería. Y tu pueblo es
libre ahora. Las fronteras están abiertas y ya no hay necesidad de esconderse ni de
hacer la guerra. Nos ocuparemos de los espectros a medida que los encontremos, y
entonces esta pesadilla habrá terminado.
—Sí —estuvo de acuerdo con un suspiro—. Sólo entonces.
—Creo —dijo Evaraine, frunciendo ligeramente el ceño en los labios—, que
deberíamos volver al palacio. Me gustaría escuchar esta historia completa, pero me
temo que hay mucho por hacer…
Danric sintió que se tambaleaba y la atrapó antes de que pudiera caer.
—Bájame —le susurró al oído—. Nunca van a creer que soy la princesa si me
llevas así.
—¿Princesa? —La mujer rubia se sonrojó hasta la punta de las orejas y trató de
hacer una reverencia—. Lo siento mucho, Su Alteza. No estoy acostumbrada a la realeza,
al menos no a las que no son Elfos, y son tan malditamente dignos todo el tiempo que a
veces olvido cómo actuar con los humanos.
—¿Malditamente digno yo? —El Elfo a su lado preguntó con una ceja levantada.
—Tú eres el peor de todos —le informó, puntuándolo con un codazo en las
costillas.
Su condenada dignidad se resquebrajó lo suficiente como para sonreír.
—Ellos sí creen que eres la princesa —murmuró Danric—, y no estoy convencido
de que puedas caminar todavía. Pero incluso si puedes, prefiero llevarte.
Evaraine abrió los ojos como platos y se sobresaltó.
—No estaba del todo seguro de que íbamos a sobrevivir a esta batalla, así que
preferiría no dejarte ir todavía si es lo mismo para ti.
Él ya le había dicho que la amaba, pero de alguna manera, sus palabras todavía
parecían sorprenderla. Como si ella aún no entendiera completamente su corazón. Pero
ella no volvió a protestar mientras su pequeño grupo regresaba a las puertas.
Dejaron a la mayoría de los jinetes de lobos para establecer un campamento
temporal, mientras que Dechlan, Kasia y sus monturas regresaban con ellos al palacio.
Danric se negó a dejar a Evaraine en el suelo, incluso mientras contaban su historia en
las calles llenas de exuberantes refugiados. También ignoró las miradas extrañas que
los recibieron, eligiendo esperar que la multitud estuviera más preocupada por los
lobos negros y plateados de aspecto feroz que caminaban detrás de ellos que por la vista
de su princesa en sus brazos.
Una vez que llegaron al palacio, Evaraine les pidió a Dechlan y Kasia que la
esperaran en una sala del consejo, junto con los líderes de las tropas Garimorians y
Eddrisians. —Los atenderé tan pronto como pueda —les dijo—. Pero mientras tanto,
tomen precauciones para que sus monturas no, er…
—Es más probable que laman a las personas hasta matarlas que morderlas —le
aseguró Kasia—, pero nos aseguraremos de que su sentido del humor no se salga de
control. —Su sonrisa triste sugería que esto no era tan improbable como parecía.
Y entonces…
—Debo ir con mi padre —le susurró Evaraine a Danric—. Él querría saber que
Farhall está a salvo.
Y así se la llevó, sabiendo que no se detendría hasta que cumpliera con todos sus
deberes, pero lleno de preocupación por las cargas que aún llevaba.
El marido de una princesa debería ser capaz ayudar a llevar esas cargas, ayudar
en la tarea de gobernar. Pero había visto las miradas de soslayo. Escuchar los
murmullos. Sabían quién era y qué había hecho, y todos querían respuestas.
¿Cómo había atrapado a Evaraine para que se casara con él? ¿Qué poder tenía él
sobre ella? ¿Y qué significaba su presencia para el futuro de Farhall?
Y así, por ahora, no podía hacer nada, no sin socavar la autoridad de Evaraine y la
confianza de su pueblo.
Solo podía esperar y preguntarse... En este nuevo y extraño mundo de alianzas
incómodas, ¿qué le deparaba el futuro?

Cuando entraron en la habitación de su padre, Danric se detuvo en seco y dejó a


Evaraine suavemente sobre sus pies. Cuando estuvo seguro de que ella podía ponerse
de pie, la soltó para que cruzara a trompicones la habitación y cayera de rodillas junto
a la cama del rey, con el rostro radiante de alivio
Los ojos de Soren estaban abiertos. Parecían borrosos y oscuros, nublados por la
edad y la confusión, pero estaban abiertos.
—¿Padre? —Danric pudo oír las lágrimas en la suave voz de Evaraine. Sin
importar los desacuerdos que pudieran haber tenido los dos, no había duda de que ella
lo amaba.
Al otro lado de la cama, Roderick esperaba, con los ojos bajos, una vez más armado
y esperando la orden de su rey.
Y a unos metros de distancia, retorciéndose las manos con agitación, estaba uno
de los pocos curanderos que habían podido encontrar.
Casi todos habían huido de la corte cuando se conoció la influencia de Iandred. La
nobleza se había retirado a sus mansiones, y los comerciantes que satisfacían las
necesidades de la familia real aparentemente se habían desvanecido en el aire,
buscando su sustento en un lugar que fuera menos probable que significara su muerte.
Este hombre era de mediana edad y casi calvo, con ojos tristes y una mueca de
preocupación perpetua en su boca.
—Su Alteza —dijo, extendiendo una mano temblorosa—, no debe...
Pero Evaraine no pareció escucharlo. Sostuvo la mano arrugada de su padre entre
las suyas y sonrió como si él le hubiera regalado la luna.
—Padre, puedes descansar tranquilo ahora. La gente está a salvo. Iandred se ha
ido, los espectros han sido vencidos y Melger no tiene control sobre mí. Farhall no
fallará mientras yo viva.
—Tú… —Los pálidos y temblorosos labios del Rey Soren formaron la palabra con
dificultad—. Has vuelto.
—Lo he hecho —Evaraine se levantó para sentarse en el borde de la cama,
mirando a su padre con ojos preocupados—. Estoy bien. Por favor, no te preocupes por
mí. Debes descansar. Guardar tu fuerza. Tu gente te necesita, y yo también.
Danric sabía por las cartas de Evaraine que ella había estado sola cuando era niña,
pero ahora sabía más por qué. Su poder había amenazado la vida de quienes la
rodeaban, por lo que se distanció de todos, con la esperanza de mantenerlos a salvo.
Pero su padre... Todo lo que siempre había querido de él era confianza. Para que él
creyera que ella podría ser reina y guiar a su pueblo después de él.
Y era lo único que nunca le había concedido. Lo había consumido tanto el miedo
que nunca la había involucrado en decisiones importantes. Nunca le confió su propio
futuro. Ahora, se había apoderado de ese futuro con ambas manos, y Danric tenía que
preguntarse... ¿Finalmente su padre la reconocería como la reina que Farhall necesitaba
tan desesperadamente?
Si tan solo Soren hubiera podido estar a su lado durante estas últimas semanas. Si
tan solo pudiera verla como lo hizo Danric. Incluso la duda más profunda se vería
obligada a desmoronarse ante la abrumadora evidencia de su fuerza, sabiduría y
compasión.
Pero ¿estaría el Rey de Farhall dispuesto a escuchar si Danric le decía lo increíble
que era su hija? ¿O vería solo a un enemigo y desconfiaría de sus palabras?
La mirada diáfana e incierta del Rey Soren había comenzado a vagar por la
habitación. Pasó por encima de Roderick como si el guardia fuera invisible, pero se fijó
infaliblemente en Danric.
—¿Por qué… nuevo guardia? ¿Dónde está Zander?
El capitán de la guardia de Evaraine probablemente todavía estaba lidiando con
los aspectos prácticos y emocionales de la muerte de Iandred. No sería la primera vez
que Zander mataba a alguien que amenazaba a su princesa, pero Danric dudaba que su
deber le hubiera costado tan caro.
—Este no es mi guardia, padre —Evaraine se volvió e hizo una seña a Danric para
que avanzara.
Él obedeció, aunque de mala gana. Claramente, la salud del rey todavía era frágil,
y este no parecía ser el momento para darle tal sorpresa a un anciano.
Pero Evaraine tomó la mano de Danric en una de las suyas y le sonrió, las lágrimas
humedeciendo sus pestañas. —Este es mi esposo.
Un espasmo momentáneo cruzó el rostro del rey, pero no reaccionó de otra
manera. Quizás era demasiado débil.
—Evaraine…
Tal vez temía que su padre estuviera a punto de reprenderla, porque la princesa
no perdió tiempo en salir en defensa de Danric.
—Y yo lo elegí a él, Padre. No me obligaron a nada. Y no intentará controlarme a
mí ni a Farhall. Espero que con el tiempo puedas…
—¿Lo amas? —El ronco susurro del rey hizo callar a Evaraine. Miró fijamente a su
padre por un momento antes de responder.
—Sí —dijo en voz baja—. Más de lo que nunca imaginé posible. Y él me ama.
Danric podía ver la tensión en su cuerpo mientras esperaba la respuesta del rey.
Debía de estar preguntándose si él la reprendería. Si él estaría enojado porque ella
había roto su voto o tal vez asustado por las intenciones de su nuevo esposo.
Pero el rey Soren de Farhall solo levantó una mano temblorosa para apoyarla en
el rostro de su hija. Sus ojos parecieron enfocarse en ella por un solo momento, las
nubes se despejaron lo suficiente para que él hablara por última vez.
—Entonces lo has hecho bien —dijo.
Y con la mano de su hija alrededor de la suya, sus ojos llenos de lágrimas
enfocados en su rostro, cerró los ojos y soltó su último aliento.
Capítulo 24
Evaraine

Evaraine no recordaba mucho del resto de ese día


En los momentos posteriores al fallecimiento de su padre, recordó haberse
sentido como si la pena hubiera abierto un agujero irregular en su corazón ya golpeado.
Y después, tenía vagos recuerdos de Danric abrazándola y llevándola a lo que
vagamente reconocía como sus propias habitaciones antes de disolverse en un llanto
exhausto e imparable.
Una vez que se había calmado lo peor, su pueblo comenzó a presentarse con las
preguntas apremiantes de un reino que llevaba demasiado tiempo sin liderazgo.
Evaraine habló cuando fue necesario, aunque no siempre recordaba lo que decía.
Llegaron muchos peticionarios y Danric los despidió nuevamente, con instrucciones en
voz baja que no parecían requerir su participación.
Roderick apareció brevemente para informar que se había establecido una nueva
rotación de guardias, los ejércitos "visitantes" se habían acuartelado temporalmente y
que se habían enviado mensajeros en busca de los mercaderes y comerciantes que
habían huido de Arandar. La ciudad estaba nuevamente a salvo y con gran necesidad de
suministros.
Los jinetes de lobos declararon su intención de partir al día siguiente, con la
promesa de regresar después de haber tratado con el último de los espectros que
preocupaban a los reinos humanos. El señor Elfo sombrío y Real también insinuó un
futuro de paz y cooperación entre sus pueblos, a pesar de algunas miradas sospechosas
entre él y Kyrion, quien había sido llevado de regreso al palacio para recuperarse
cómodamente.
Aparentemente, Wyn tenía razón, por alguna razón, parecía que los Elfos
Nocturnos y sus hermanos del día no se llevaban bien.
Las preguntas e incertidumbres que requerían la supervisión de Evaraine
parecían no tener fin. En muchos casos, los problemas en cuestión se postergaban y se
programaban para el día siguiente, aunque una parte de ella deseaba que las decisiones
simplemente se pudieran tomar sin su opinión. No sabía cuándo se sentiría capaz de
enfrentar los desafíos, tanto prácticos como políticos, que la esperaban.
Pero en ningún momento Danric hizo un solo movimiento que pudiera
interpretarse como una usurpación de su autoridad. En todos los asuntos políticos,
solicitó el consejo de aquellos en quienes confiaba el Rey Soren y luego los seguía. Y
cuando cesó la avalancha de preguntas y visitantes, trajo a una criada que ayudó a
Evaraine a bañarse y luego la metió en su cama con un camisón limpio por primera vez
en años.
Pero a pesar de que estaba a salvo y caliente y el espectro de la guerra ya no se
cernía, Evaraine se encontró incapaz de dormir. No era solo su dolor lo que le
preocupaba, su corazón estaba hundido en su pecho y sus pies estaban inquietos. Algo
faltaba.
Evaraine tiró las sábanas, salió de la cama y atravesó la habitación silenciosa,
atormentada por los ecos de los días en que estas habitaciones estaban llenas de
doncellas y damas de honor. Extraños, todos ellos, a los que nunca podría arriesgarse a
acercarse. Sus recuerdos de este lugar estaban llenos de soledad y esta noche no quería
estar sola. No cuando la oscura desesperación de su batalla con los espectros aún estaba
tan fresca. No cuando el momento en que la luz había dejado los ojos de su padre todavía
se repetía una y otra vez en su cabeza.
Así que entró en su sala de estar y se detuvo en seco al ver a su marido.
Él no la había dejado, ni siquiera buscado una cama propia. En cambio, se sentó
en una silla frente al fuego, con las botas todavía puestas y la cabeza apoyada en el ala
del respaldo de la silla. Tenía los ojos cerrados, su respiración profunda y regular, y
Evaraine se permitió un momento para simplemente mirar y preguntarse cómo un
hombre así podía ser suyo.
Como si sintiera el peso de su mirada, Danric se despertó, lanzando una mirada
inquisitiva alrededor de la habitación antes de que su mirada se posara en ella.
—Evaraine. ¿Qué ocurre?
Ni siquiera podía hablar. En cambio, caminó hacia adelante hasta que estuvo junto
a su silla, con la esperanza de que él entendiera lo que necesitaba cuando ni siquiera
ella misma lo sabía.
—Ven —dijo, y extendió los brazos, y Evaraine se acurrucó en su regazo con un
suspiro de cansancio mientras él la acunaba más cerca y apoyaba la mejilla contra su
cabello.
Sí. Esto era lo que se había estado perdiendo.
—¿Qué puedo hacer, amor? —murmuró.
Él había hecho tanto. Dándole todo lo que ella no había tenido la fuerza o la
presencia de ánimo para pedir.
—¿Recuerdas la carta? —dijo de repente, cuando el recuerdo la golpeó con una
punzada agridulce—. La primera que me escribiste. —Ella lo había mencionado antes,
pero no había sido capaz de decir si él la recordaba tan claramente como ella.
—Sí la recuerdo —dijo Danric lentamente—. Cuando me enteré de lo de tu madre,
pedí viajar con el embajador, pero mi padre no me lo permitió. Mi madre fue quien me
sugirió que escribiera. Recuerdo que deseaba que dejara de interferir, pero te escribí
de todos modos. También recuerdo haber pensado que, si Padre alguna vez se enteraba
de lo que te dije, me darían un sermón bastante severo, pero... incluso entonces, no pude
encontrar en mí el arrepentimiento.
Evaraine recordaba esas palabras tan claramente. Ese pequeño rayo de luz en la
oscuridad después de la muerte de su madre. —Dijiste que esperabas que yo encontrara
la soledad para llorar, y sin embargo no me sintiera completamente sola.
Sintió que los músculos de él se tensaban debajo de ella, y luego tragó saliva, como
sacudido por una fuerte emoción.
—Incluso entonces —dijo, sacudiendo la cabeza con asombro—, comprendiste lo
que debía estar sintiendo. Antes de que nos conociéramos. Y aunque probablemente te
pareció algo muy pequeño, esa carta fue mi salvavidas en los días siguientes. Por
primera vez en mi vida, sentí como si alguien me conociera.
Sus brazos se apretaron alrededor de ella. —Yo era un niño orgulloso y tonto. Me
molestó que me obligaran a escribir, así que fui más honesto, más duro de lo que debería
haber sido.
—Fue perfecto —le aseguró, levantando la cabeza de donde descansaba sobre su
pecho y colocando la palma de la mano suavemente contra su rostro—. Y a través de
todos los años desde entonces, sin importar lo que creyeran todos a mi alrededor, creo
que mi corazón sabía lo que necesitaba, lo que todavía necesita incluso ahora.
—¿Y qué es eso? —La voz de Danric era ronca y su mirada se había oscurecido
con algo que ella no podía nombrar.
—Necesito a ese chico que me entendió sin que se lo dijera. El hombre que me
protegió incluso cuando la lógica insistía en que yo era el enemigo, y el marido que se
entrega desinteresadamente, incluso cuando su propia vida y su futuro están en duda.
—No soy un santo, Evaraine —Sus manos se deslizaron hasta sus brazos y los
agarró con firmeza, como si nunca tuviera la intención de soltarlos—. Si dejas que tu
corazón me pinte como tal, solo te decepcionarás.
—¿Un santo? —repitió ella, sintiendo el fantasma de una sonrisa cruzar sus
labios—. Nunca. Eres demasiado gruñón, impaciente y autoritario para eso.
Un resoplido de risa silenciosa sacudió su pecho por un momento.
—Pero hoy —continuó—, me concediste este mismo regalo una vez más, y es aún
más hermoso ahora que te conozco.
Soledad en la que llorar. Y esta vez, ella realmente no estaba sola.
—Mientras yo respire —dijo Danric en voz baja—, nunca volverás a estar sola.
—En ese caso… —Evaraine hizo una pausa, su corazón latía extrañamente en su
pecho—. Tengo una petición más para ti.
—Cualquier cosa.
—Estarías… —La vergüenza momentáneamente tropezó con su lengua—.
¿Estarías de acuerdo en dejar tu silla sin duda muy cómoda y…—se obligó a pronunciar
las últimas palabras rápidamente—: dormir a mi lado esta noche?
Claramente, ella lo había sorprendido, pero él no dudó en responder—: Haré lo
que me pidas, pero no des este paso por gratitud —Sus manos acariciaron sus brazos—
. Estás exhausta y herida, y nunca te apuraré.
Evaraine sintió que sus mejillas se sonrojaban y su corazón latía más rápido, pero
no con miedo.
—Solo dormir por esta noche. Pero Danric —le sostuvo la mirada con firmeza y
esperó que pudiera oír su sinceridad—, no quiero un matrimonio de estado frío y
despiadado. No quiero habitaciones separadas ni vidas separadas. Estás en mi corazón
y también te tendría en cualquier otro lugar, en mis momentos cotidianos, en mi cámara
del consejo, en mi salón del trono y, sí, incluso en mi cama.
Danric asintió con cautela, una luz extrañamente vulnerable en sus ojos. —Farhall
necesitará un heredero.
—Y no —respondió Evaraine con fiereza—, por mi necesidad de un heredero.
Porque te quiero a ti, Danric de Garimore. A ti, no a lo que puedes darme o hacer por mí.
Amo tu corazón honorable y dedicado, y estoy agradecida por todo lo que me has dado,
pero eres tú a quien deseo.
Su rostro se iluminó con alivio, y al igual que la primera vez, era imposible saber
quién besaba a quién. Sus labios se juntaron, las manos de ella se enroscaban en su
cabello, y los brazos de él la apretaron con más fuerza hasta que sus costillas gimieron,
y aun así ella no quería detenerse.
Eventualmente, fue Danric quien rompió el beso.
—Eso es suficiente si todo lo que pretendemos es dormir —dijo, sonriendo contra
sus labios.
—Dormir —repitió Evaraine con pesar. Ella ya no sentía ninguna vacilación o
miedo de lo que estaba por venir. No con Danric.
Pero por esta noche, descansaría en sus brazos, contenta sabiendo que él estaría
allí cuando despertara. Que estaría a su lado mientras tomaban todas las decisiones
difíciles al día siguiente, y para todos los días a partir de entonces.
Su dolor seguía siendo un gran peso que llevaría consigo mientras hacía todo lo
que había que hacer. Pero nunca lo llevaría sola, y esa compañía era un regalo que nunca
daría por sentado.
Y tan pronto como la practicidad lo permitiera, tenía la intención de que todos en
su reino supieran exactamente cómo se sentía.

Seis semanas después, Evaraine estaba en el pasillo fuera de la sala del trono, con
los dedos tan apretados que los nudillos se le pusieron blancos. No podía decir si su
tensión se debía principalmente a los nervios o a la determinación, pero la corte se
había vuelto a reunir, lo que significaba que había llegado el momento
Las puertas se abrieron, escuchó su nombre y, con una respiración profunda,
avanzó por el camino que se abría ante ella.
Rostros llenaban la habitación, muchos que ella conocía y algunos que no. Su gente
había venido en masa, aquí para presenciar un momento que no todos consideraban
auspicioso.
Pero sus opiniones no la angustiaban. Mientras avanzaba, agobiada por la falda de
muchas capas de su vestido de corte, Evaraine se dio cuenta de que era una mujer muy
diferente a la que había suplicado la aprobación de su padre.
Ella había luchado por su reino y había ganado, y nunca más volverían a
cuestionar su propio derecho a seguir los pasos de su padre.
Dada la naturaleza de esta ceremonia, Evaraine había optado por no invitar a
ningún representante de los otros Cuatro Tronos. Ella prefería que su propia gente
fuera testigo de este paso primero y tuviera tiempo para aceptarlo. Además, ya había
recibido comunicados diplomáticos redactados enérgicamente de cada uno de sus
compañeros soberanos, por lo que tenía poca necesidad de preguntarse acerca de sus
probables reacciones.
Después de la batalla contra los espectros, la princesa Caro de Eddris ofreció una
amistad más estrecha entre sus dos reinos, y una misiva posterior prometió el apoyo de
su madre al reinado de Evaraine. De Iria y Katal había llegado el reconocimiento oficial
de su derecho a suceder a su padre, y aunque parecían más reticentes con respecto a la
elección de su consorte, también se comprometieron a apoyarla mientras Farhall se
mantuviera independiente de la influencia externa. ES muy probable que expresaran
algunas dudas cuando se enteraran de lo que estaba a punto de hacer, pero Evaraine
tenía pocas dudas de que podrían aceptarlo con el tiempo.
Evaraine había recibido un tipo de comunicación muy diferente de Garimore, y la
mirada en el rostro de Danric mientras lo leía todavía le llegaba al corazón. Había sido
repudiado oficialmente, retirado de la sucesión y negado todos los derechos como
ciudadano Garimorian. Toda la autoridad y la propiedad que una vez habían sido suyas
ahora se habían ido, y su "padre" había declarado que Danric era un traidor y ya no era
su hijo.
Hoy, ella esperaba, sería el primer paso para desterrar esa mirada atormentada
de los ojos de su esposo.
Mientras avanzaba por el pasillo delimitado por vestidos relucientes y rostros
curiosos, Evaraine notó que varias de sus antiguas damas de honor la observaban con
diversos grados de resignación. Dudaba que alguna de ellas hubiera pensado alguna vez
se verían obligadas a reconocerla como reina, y Evaraine se recordó a sí misma con
severidad que era demasiado digna para restregárselos por la nariz. Probablemente.
Había otras dos personas a las que le alegró especialmente ver, de pie una al lado
de la otra con las manos entrelazadas subrepticiamente. Si bien Zander parecía reacio
a absolverse de la responsabilidad por la muerte de Iandred, Piperell no dudó en
perdonarlo. Después de semanas de incomodidad, ella tomó el asunto de su relación en
sus propias manos y argumentó que él sería el que se sacrificaría para casarse con ella,
dado que ella también había sido desterrada y repudiada por su reino y ya no tenía el
título.
Zander había protestado ferozmente, por supuesto. Al menos hasta que Piperell
lo besó para callarlo, y Evaraine les informó con fingida severidad que el matrimonio
era ahora su única opción, por orden de la reina.
Ya sea que estuvieran complacidos o simplemente resignados a su destino,
ninguno de los dos parecía muy molesto por su declaración.
Había otros rostros que llenaron de alivio a Evaraine, aunque recibían más
miradas de soslayo de las que les correspondían.
Como corresponde a su papel como representante formal de la corte de los Elfos
Nocturnos, Kyrion se paró cerca del estrado, con sus heridas completamente curadas.
Leisa estaba a su lado, casi saltando sobre los dedos de los pies y radiante de felicidad
en nombre de Evaraine. Siempre había creído en las habilidades de su princesa, y en su
opinión altamente sesgada, esto era simplemente una cuestión de formalidad más que
un paso incierto hacia el futuro.
Justo al lado de Leisa estaba un niño pequeño que parecía estar pensando en
amotinarse, aunque estaba notablemente más limpio que la última vez que Evaraine lo
había visto. El rígido cuello blanco de Trevon estaba sujeto con firmeza por una mujer
que compartía su cabello rubio y ojos azules y vestía el uniforme pulcramente
planchado.
La madre de Trevon, Amara, había estado luchando por encontrar trabajo desde
que Iandred casi había vaciado la ciudad. Después de que Evaraine finalmente la
localizó, estuvo encantada de aceptar un puesto en los establos del palacio, mientras
que Trevon había sido asignado a la guardia del palacio para recibir entrenamiento.
Bajo la tutela adecuada, Evaraine tenía pocas dudas de que el niño podría convertirse
en un espía bastante aterrador si tenía la inclinación.
Pero más cerca del estrado estaba la única persona a la que Evaraine realmente
deseaba ver, la forma alta y de cabello oscuro de su devastadoramente apuesto esposo.
Él asintió cuando ella pasó, sin necesidad de palabras para transmitir su confianza.
Él había creído en ella mucho antes de que ella creyera en sí misma, y consideraba este
día como un reconocimiento muy esperado de lo que había sabido todo el tiempo, que
ella era la única reina que su pueblo necesitaba.
Tal vez debería haber prestado más atención cuando comenzó la ceremonia y los
nobles más importantes de su reino dijeron las palabras que la convertían oficialmente
en la reina de Farhall. Pero estaba demasiado impaciente por lo que vendría después, y
no esperó ni un momento después de que le colocaron la corona en la cabeza y
pronunciaron su nuevo título ante los espectadores que esperaban.
Los vítores, principalmente por el bien de las apariencias, apenas se habían
extinguido antes de que ella se volviera hacia su gente y extendiera la mano a su esposo.
Él parecía adorablemente confundido, pero se unió a ella en el estrado.
—En este día —dijo Evaraine—, he prometido mi vida para liderar y defender este
reino, de todo lo que pueda amenazarlo. Y he dado mi palabra de que haré todo lo que
esté a mi alcance para fortalecer el Trono de Farhall. Con ese fin, hay una ceremonia
más que tendrá lugar hoy.
Se volvió hacia Roderick, que estaba de pie en la parte trasera de la plataforma,
una presencia silenciosa y casi invisible. Tan invisible que nadie había notado lo que
sostenía en sus manos.
Al menos no hasta que Evaraine lo tomó y lo mostró ante su gente.
Se hizo un silencio atónito y el rostro de Danric quedó completamente en blanco.
—Arrodíllate —dijo, lo suficientemente fuerte como para que todos en el pasillo
pudieran escucharla.
Permaneció congelado, sus ojos haciendo todas las preguntas que no podía decir
en voz alta.
¿Estaba segura? ¿Era demasiado pronto? ¿Su gente lo aceptaría? ¿Podría alguna
vez ser más que un enemigo?
Ella nunca había estado más segura de nada en su vida, y su asentimiento parecía
ser todo lo que él necesitaba.
Danric se arrodilló e inclinó su cabeza oscura.
—No tomo este paso a la ligera —dijo—. Y soy consciente de que hay muchos que
no estarán de acuerdo con mi decisión. Pero a partir de este momento, proclamo que
Danric, antiguo príncipe de Garimore, ahora será conocido por un título diferente. Por
la presente le concedo todo el poder y la autoridad que debe tener en virtud de su
posición, no como consorte, sino como rey. Tengo la intención de que esté a mi lado de
ahora en adelante como gobernante completo e igualitario del Trono de Farhall.
Y puso la corona de su padre sobre su cabeza.
El aplauso que recibió su declaración fue tibio en el mejor de los casos.
Pero a Evaraine no le importaba. Danric ya había comenzado a impresionar a su
gente con su dedicación y compromiso con ella, y ella sabía que con el tiempo se ganaría
a todos excepto a los más prejuiciosos.
E incluso si no lo hacía... el único consuelo que necesitaba era la emoción que
brillaba en sus ojos oscuros cuando se puso de pie y tomó sus manos entre las suyas.
—¿Por qué no me avisaste? —murmuró.
Ella levantó una ceja en duda. —¿Hubieras dicho que sí?
Danric negó con la cabeza. —Ser tu consorte era suficiente.
—Entonces es por eso —le dijo, hablando en voz baja para que nadie pudiera
escuchar—. Aquí es donde estabas destinado a estar. Y por mucho que desearía que
esto fuera una decisión puramente personal, también era necesaria. Necesitarás esta
evidencia de mi confianza en ti si los otros Tronos quieren aprender a confiar en
nosotros mientras llevamos esta batalla a Melger.
Confianza. Incluso si era todo lo que tenían, los había traído hasta aquí y los
llevaría a través de todos los días oscuros por venir.
—Nunca te daré motivos para arrepentirte —dijo Danric en voz baja.
—Sé que no puedo reemplazar lo que perdiste —respondió ella—, pero nunca
dejaré de intentarlo.
—¿Reemplazar? —Su marido se llevó la mano a los labios—. Me has dado mucho
más de lo que jamás soñé posible. Más de lo que merezco.
Y mientras le besaba la mano, Evaraine pensó que tal vez los vítores a su alrededor
se hicieron un poco más fuertes y genuinos. Con el tiempo, ella creía que su pueblo
llegaría a conocer y amar a su esposo, tal como ella lo había hecho.
Y mientras miraba alrededor de la habitación, Evaraine comenzó a experimentar
los primeros indicios de una esperanza más profunda.
Melger había tratado de ponerlos en la garganta del otro. Había intentado dividir
las tierras de Abreia para que fueran más fáciles de conquistar. Y había tantos factores
todavía a su favor. Tenía más soldados, más recursos y mucha más preparación.
Pero no tenía la confianza de nadie. El Rey de Garimore luchaba solo, armado con
las armas del miedo y la manipulación, y al final, esas nunca podían ganar.
Puede que aún no lo sepa, pero Melger había elegido al agente de su propia
destrucción. Eligió a Evaraine como la más pequeña, la más débil, la más fácil de
derrotar de sus adversarios y llevó la guerra a su puerta.
Era hora de mostrarle exactamente lo equivocado que estaba.

Continuará…
Epílogo

La puerta de la sala de estar de la reina se cerró con un chasquido decisivo y, en el


silencio que siguió, una figura con túnica emergió del rincón más oscuro de la
habitación. Cuando la reina Portiana hizo su loca petición, al principio él se negó. Si lo
atrapaban, enfrentaría demasiadas preguntas sobre su presencia en sus aposentos
privados.
Pero ella había insinuado y suplicado hasta que su curiosidad no pudo ser
contenida, por lo que se ocultó en ese rincón con cortinas. Se quedó congelado y
horrorizado en la oscuridad cuando la Reina de Garimore sacrificó su vida para revelar
la verdad sobre su esposo.
Ella, por su respuesta, no había reconocido la importancia total de lo que había
sido revelado.
Pero el embajador de Irian había pasado toda su vida en una ciudad portuaria u
otra, primero como empleado, luego como rico comerciante y luego como miembro de
la corte de Irian. Había conocido a muchas personas de costas lejanas y conservaba
recuerdos de numerosos encuentros extraños.
Si las palabras del Rey Garimorian fueran ciertas...
Quizás podía hacer un humilde embajador para detenerlo. Probablemente estaba
luchando contra un poderoso viento en contra, junto con una marea creciente.
Pero no podía deshonrar el sacrificio de la reina, por lo que su mente se adelantó
a la necesidad de escapar. Debía dejar vivo Garimore, lo que significaba no permitir que
el Rey Melger adivinara lo que sabía.
Tampoco debía hacer promesas ni firmar acuerdos. Melger lo había estado
presionando para que tomara una decisión, pero todo eso debía ser aplazado hasta la
sabiduría del Rey Trevelian. Después de todo, un simple embajador no podía hacer
tratados vinculantes.
Y cuando llegara el momento, si conseguía escapar de Garimore con vida...
Pero eso era pensar demasiado lejos. Melger nunca permitiría que se revelara la
verdad y, por lo tanto, no dudaría en iniciar una guerra para proteger sus secretos.
Melger... no, ese no era su nombre, ¿verdad? Melger estaba muerto. El Trono de
Garimore estaba cautivo por un extraño manipulador y asesino, que podría permanecer
sin nombre por elección pero que ya no podía ocultar sus orígenes.
Second Blade…
El embajador de Irian se estremeció de miedo cuando el título pasó por su mente.
Si tan solo no supiera lo que presagiaban esas palabras.
Solo había una razón por la que Second Blade podría haber venido a Abreia, solo
una razón por la que un hombre así podría planear cambiar su destino.
La Emperatriz estaba envejeciendo y debía elegir un sucesor.
¿Y qué mejor prueba para un Second Blade que reclamar estas tierras para el
Imperio? ¿Qué mejor que devolver a su emperatriz los descendientes de aquellos
traidores imperiales que habían escapado a estas costas siglos atrás?
El embajador comenzó a temblar, sus rodillas temblaban tanto que casi no podían
sostenerlo.
Él conocía los viejos cuentos. Había oído rumores oscuros y terribles de la corte al
otro lado del mar. Y todas esas cosas oscuras y terribles podrían estar viniendo aquí.
A Abreia.
Donde nadie lo sabría hasta que fuera demasiado tarde.
Nadie más que la Reina de Garimore, y ahora fue valientemente a su muerte
después de elegirlo a él para soportar el peso de estas revelaciones.
Su coraje no quedaría sin recompensa. Estaba decidido a dejar este lugar con vida,
sin dar ninguna pista de la verdad que llevaba consigo.
Pero junto con esa verdad, cargaba con el terrible temor de que todos sus
esfuerzos pudieran ser demasiado pequeños, demasiado tarde.
Si ella estaba viniendo aquí... todo el continente de Abreia aún podría caer bajo la
sombra del Imperio.
Y todo el coraje del mundo no sería suficiente para detenerla.
UNA NOVELA DE ABREIA
De Promesas y Espinas

Este libro ocurre en el mundo


de Abreia. Cuenta la historia
del Lord Elfo Dechlan y cómo
conoció a Kasia.
Sígannos en nuestras redes
para más información al
respecto.

Sobre el quinto libro de


Leyendas de Abreia, se sabe que
contara con la perspectiva del
misterioso príncipe Vaniell de
Garimore y su publicación está
pactada para el 2023
SOBRE LA AUTORA
Kenley Davidson
Kenley Davidson es una incurable introvertida que le gusta escribir
sobre lo que la rodea y las historias que llenan su cabeza. Ella ama la lluvia,
el café y los finales felices. Es madre de dos hijos y de dos adorables perros.
También escribe romances dulces contemporáneos bajo el seudónimo
de Kacey Linden.

Para conocer más de la autora, síguela en redes:


kenleydavidson.com
kenley@kenleydavidson.com
UN PROYECTO
TRADUCIDO POR:

Sombra Literaria
&
Traducciones Independientes

El quinto libro de Leyendas de Abreia también será traducido


por ambos grupos.

Espérenlo pronto.

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