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Julie

Julie Alessandra Wilde Lauu LR


AnnyR’ Auris Pame .R.
Renatte Jadasa Umiangel
Miry Gesi ♡ Celaena S. ♡

Kish&Lim
Pame .R.
Umiangel
Julie
Danita

Julie

Bruja_Luna_
Sinopsis Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Capítulo 30
Capítulo 14 Epílogo
Capítulo 15 Sobre la Autora
Capítulo 16
“¡Yo me haré cargo de ellos!”
Eso es lo que le digo a la trabajadora social cuando mi alumno de
preescolar y su hermanito necesitan un hogar de acogida de emergencia.
Haré lo que sea para evitar que separen a los hermanos. Pero mi
apartamento se ha inundado y solo hay una casa a la que puedo llevarlos
con tan poco tiempo de antelación... la suya.
Knox Daniels, el mejor amigo de mi hermano mayor, ofrece su
nueva casa sin dudarlo. No se mudará a nuestra pequeña ciudad hasta
el mes que viene, que es cuando todos nuestros bomberos hotshot
regresan para su única oportunidad de reconstruir el emblemático equipo
de nuestros padres.
No importa que haya estado silenciosamente enamorada de Knox
desde que éramos niños.
No importa que finjamos que ese imprudente beso de la noche de
graduación nunca sucedió.
No importará que mis sentimientos por él puedan destruir su
amistad de toda la vida con mi hermano y amenazar la certificación de
su cuerpo de bomberos hotshot.
Porque me iré de su casa mucho antes de que vuelva.
Excepto que Knox acaba de llegar... un mes antes.
¿Y la guinda de este incómodo pastel?
Está tan guapo como siempre y yo estoy cubierta de vómito de bebé.
Mira a los niños y me dice que podemos hacer que esto funcione.
Podemos fingir temporalmente una relación para evitar que el
sistema los separe.
De repente, todo importa.
Legacy, #1
Para Aidan, mi Hulk, mi monstruo,
mi compañero de apocalipsis zombi...
Porque abrazaste a tu hermana pequeña desde el momento en que la
trabajadora social la puso en nuestros brazos y nunca la soltaste.
Traducido por Julie
Corregido por Kish&Lim

Knox
Me asomé al refrigerador y cogí un par de refrescos de una marca
desconocida. El alcohol habría sido mejor; la semana de los exámenes
fue una mierda, pero no había ninguna posibilidad de que a la señora
Anders le pareciera bien.
¿Ryker? Claro. Tenía veintiún años.
Pero yo seguía teniendo veinte años durante otros seis meses. Era
la maldición perpetua por haberme saltado el segundo grado: estaba en
la misma clase que mis amigos, pero siempre un año menos.
—Oye, Ry, ¿puedes pasarme el ramillete de Vic? —preguntó una
voz ligera y femenina desde detrás de mí. Mi pulso saltó en respuesta.
Con movimientos robóticos, cogí la caja transparente con la rosa
blanca del segundo estante y me paré en toda mi altura.
Sentí su respiración entrecortada en cada nervio de mi cuerpo
mientras me daba la vuelta lentamente, la visión de ella hizo que mis
dedos se flexionaran, mi agarre abolló los lados de la endeble caja de
plástico.
—Knox. —Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa, y
terminó mi nombre con ese jadeo que nunca dejaba de darme una patada
en el estómago.
—Harper —respondí, formando de alguna manera la palabra sin
tragarme la lengua.
—Yo... no sabía que estabas aquí. —Su largo cabello rubio estaba
recogido en una especie de suave arreglo que pedía ser atravesado con
las manos, y su vestido sin tirantes (del mismo color azul verdoso de sus
ojos) abrazaba cada maldita curva en su camino hacia el suelo.
Harper ya no era la niña que nos había seguido por la estación de
bomberos mientras crecíamos. Ahora tenía dieciocho años. Una mujer
adulta de camino a su baile de graduación.
También era la hermana pequeña de mi mejor amigo.
Hermana pequeña. Eso era exactamente lo que debía pensar de
ella, teniendo en cuenta que me pasé la mayor parte de mi adolescencia
en esta misma casa, pero mis pensamientos eran cualquier cosa menos
fraternales a medida que seguían la elevación de sus pechos con cada
respiración. Sus labios eran carnosos y brillantes, su piel impecable y
sus pestañas increíblemente largas. En el último año, había pasado de
ser hermosa (siempre había sido hermosa) a ser... preciosa. Muy preciosa,
joder.
Y yo la miraba fijamente.
Habla.
—Acabo de regresar hoy. He venido en el carro con Ryker. —Deslicé
el ramillete y los refrescos sobre la encimera y me apoyé en ella,
admirándola.
No ignoraba el efecto que siempre había tenido en mí. No, estaba
demasiado familiarizado con ella, pero mantuve mis manos alejadas de
Harper por tres razones. La primera era que no podía permitirme enojar
a Ryker; él y nuestro mejor amigo, Bash, eran la única familia que me
quedaba además de la abuela. ¿La segunda razón? Tenía un prontuario
social y legal de un millón de kilómetros en esta ciudad que demostraba
que no era lo suficientemente bueno para ser nada más que su amigo. ¿Y
la tercera? Tenía toda la intención de convertirme en un bombero hotshot
como lo habían sido nuestros padres (como ya lo era Bash) y Harper no
quería tener nada que ver con esa vida.
No es que pudiera culparla. Solo habían pasado cuatro años desde
que el incendio de Legacy Mountain redujera a cenizas nuestro pueblo y
a nuestros padres.
—Claro. —Mostró una sonrisa temblorosa y negó con la cabeza—.
Quiero decir, sabía que estabas en casa, solo que no sabía que estabas
en nuestra casa. —Hizo una mueca, sus mejillas se volvieron rosas—. No
es que no debas estar en nuestra casa. Claro que sí. Siempre has vivido
más o menos aquí y siempre eres bienvenido, lo sabes. Diablos, tienes
una llave. Solo que no me di cuenta de que estabas... ya sabes, aquí. —
Terminó de balbucear y entrelazó los dedos frente a ella.
Dios, la había echado de menos. No tenía sentido luchar contra mi
sonrisa. Había adorado eso de ella, el balbuceo. Para todos los demás en
nuestra pequeña ciudad natal de Legacy, Colorado, Harper era fría,
segura de sí misma y completamente empoderada. Pero cuando nos
acercábamos a menos de tres metros, se ponía nerviosa. Tenía que
admitir que me gustaba poder poner nerviosa a la belleza de nuestra
pequeña comunidad. La mitad de las veces me metía con ella para ponerla
nerviosa. Era mía de una manera que nadie más lo era: para molestarla,
irritarla, protegerla e incluso adorarla... pero nunca tocarla.
—Estás hermosa.
—Gracias. —Alisó sus manos sobre la alta y enjoyada cintura de
su vestido para posarlas en sus caderas—. Es la noche del baile.
—Me di cuenta.
Avanzó por la cocina, pasando por delante de mí para coger la cajita
de plástico. Harper era jodidamente pequeña, unos treinta centímetros
más baja que mi metro noventa de estatura, e incluso con sus tacones,
yo la pasaba por bastante.
Miró el reloj de la estufa y tragó saliva. —Ya casi es la hora. —Le
temblaba la mano mientras quitaba el elástico plateado de la caja y abría
los botones de plástico.
Aquí pasaba algo.
—¿Por qué estás nerviosa? —pregunté en voz baja, sabiendo que
Ryker entraría en cualquier momento y ella se callaría.
Su mirada se dirigió a la mía, y esos ojos azules verdosos me
cautivaron como nadie lo había hecho en los tres años que llevaba en
Boulder. No es que no haya habido chicas (siempre hay chicas), pero
ninguna me afectaba como Harper, y eso era muy inquietante. Si hubiera
sido cualquier otra persona...
Basta ya.
Ella tanteó la caja.
—Harper, ¿por qué estás nerviosa? —repetí.
—No lo estoy —mintió descaradamente, cogiendo el ramillete del
suelo antes de que yo pudiera hacerlo. Quedaba un ligero temblor en sus
manos cuando puso la caja de nuevo en la encimera, pero enderezó los
hombros e inclinó la barbilla, plasmando una sonrisa de plástico en su
cara que hizo que me rechinaran los dientes—. Me alegro de verte, Knox.
Me despidió y se alejó, dirigiéndose al pasillo.
Déjala ir.
Pero no pude. Obviamente, algo la estaba molestando.
En contra de mi buen juicio, la seguí por el pasillo y luego me apoyé
en el marco abierto de la puerta del baño de la planta baja mientras ella
revisaba su ya perfecto maquillaje y examinaba el contenido de un bolso
pequeño.
—¿Qué, Knox? —espetó, encontrando mi mirada con la suya en el
espejo.
—¿Por qué estás nerviosa? —pregunté de nuevo—. Y esta vez, no
mientas.
Sus ojos me escupieron fuego.
Estaba nerviosa.
—¿Es el chico? —Entré en el cuarto de baño y retrocedió, chocando
su espalda contra el toallero del pequeño espacio. Después cerré la puerta
y me apoyé en ella—. Estamos los dos solos, y te prometo que no se lo
diré a Ry, pero por favor, dime por qué te temblaban las manos ahí fuera.
La noche del baile se supone que es divertida.
Sus labios se fruncieron.
—¿Igual a cómo te divertiste con Angie Crawford después?
Parpadeé. —¿Cómo sabes...?
—No soy idiota, Knoxville Daniels. —Sus brazos se cruzaron bajo
sus pechos.
Y ahí estaba el nombre que nadie más se atrevía a llamarme, pero
que Harper lanzaba como si fuera suyo. En cierto modo, supongo que lo
era.
—Vale, bueno, lo pasé... bien con Angie —acepté. Pasamos un muy
buen momento, en el que ambos habíamos terminado desnudos en la
orilla del lago Hawkins—. Espera. ¿Crees que este tipo te va a presionar
para tener sexo? Porque voy a matar...
Su mano me tapó la boca más rápido de lo que pude terminar.
—¡Shhh! Si Ryker te oye, moriré virgen.
Esperen. ¿Qué? Yo estaba de acuerdo con ese plan.
Me miró fijamente. —No estoy bromeando. Me costó una eternidad
encontrar a un chico que me llevara esta noche y que no se asustara de
ustedes tres, y no vas a arruinar esto. —Bajó lentamente su mano—. Ya
es bastante malo que Bash esté allí con Emerson, lo que significa que
tendré que evitar a mi mejor amiga toda la noche.
—¿Eres virgen?
—Tenías que quedarte con eso, ¿no?
—Tal vez. —Por supuesto que sí. Harper hablaba como si supiera,
burlándose constantemente de Emerson con el hecho de que tenía que
saltarle encima a Bash; que básicamente se arrancaba los brazos,
esperando el decimoctavo cumpleaños de Em—. Supongo que pensé que
por la forma en que hablabas...
Ella arqueó una ceja hacia mí.
—¿Que tenía experiencia?
—Que estabas firmemente a cargo de tu sexualidad —la corregí,
sabiendo lo rápido que Harper podía cambiarme la frase.
—Oh, sí. Controlo firmemente lo que quiero y cómo voy a lograrlo.
Pero Ryker, Bash, y… tú —Me clavó un dedo en el pecho— asustaron a
casi todos los chicos de la Secundaria Legacy antes de ir a la universidad.
Ustedes tres son como el campo de fuerza de la muerte, así que no he
tenido exactamente la oportunidad, y ahora voy a ir a mi baile de fin de
curso siendo una virgen a la que ni siquiera besaron con un chico que
tiene mucha más experiencia, según una cuarta parte de las chicas de la
clase de último curso, así que sí, quizás estoy un poco nerviosa por si se
me da mal y él sabe que soy... —Sacudió la cabeza.
—Virgen —repetí, preguntándome a quién no había conseguido
ahuyentar de Harper. Los tres habíamos sido bastante minuciosos en
una escuela que solo contaba con un par de cientos de estudiantes.
Esperen... ¿ha dicho que ni siquiera la besaron?
—¿Por qué sigues diciendo esa palabra?
—Porque lo eres. —Me encogí de hombros.
—No por mucho tiempo. Esa es toda la cita soñada, ¿verdad?
¿Perderla en la noche del baile?
Habría creído en su bravuconería si su voz no se hubiera
entrecortado y su labio no hubiera temblado ligeramente.
—Para todos no. Se supone que debes esperar hasta que estés
enamorada. Ese es el sueño. —Y era lo que ella se merecía.
—¿Y tú estabas enamorado de Angie Crawford? —¿Había celos en
su tono?
—No. Y no fue mi primera. —Ni mi segunda.
Harper se quedó durante un segundo con la boca abierta antes de
cerrarla. —¿Cuántas ha habido? ¿Amabas a la primera?
Esa simple pregunta me pareció intensa, y no solo inquisitiva, sino
íntima. —No —respondí con sinceridad—. Nunca he estado enamorado.
—No era capaz de hacerlo—. Y mis números no son nada a lo que aspirar.
En todo caso, eran la prueba de lo irremediablemente jodido que
estaba, corriendo entre las chicas como el agua, siempre buscando algo
que no podía hallar, alejándome antes de que otro tuviera la oportunidad
de hacerlo.
Su postura se suavizó. —Bueno, al menos no eres virgen hasta en
los besos, ¿verdad? —Forzó una risita—. No estabas nervioso en la noche
del baile.
—Harper —susurré, mi estómago se retorcía, odiando todo lo que
ella sentía ahora mismo—. ¿Quieres que este tipo sea tu primero en…
todo? —Ignoré el dolor en mi pecho que gritaba que lo negara.
Su mirada se dirigió a la pared mientras me ofrecía un pequeño
encogimiento de hombros.
—Se supone que no debes sentirte así. —Levanté suavemente su
barbilla hasta que nos miramos a los ojos. Era demasiado hermosa para
su propio bien. Demasiado inteligente, amable, ardiente y jodidamente
perfecta. Quienquiera que fuera el tipo no merecía ninguna parte de ella.
No es que yo lo mereciera tampoco—. Besar... el sexo no se trata de
acabar con eso. Se trata de una necesidad mutua, de querer y de desear.
Se trata de anhelar algo, alguien, con tanta pasión que no hay más opción
que ponerle las manos encima. Si tienes suerte, se trata de amor y de
usar tu cuerpo para comunicar, no solo para tomar. Si estás así de
nerviosa, no desperdicies algo tan valioso como tu primer beso, tu
primera vez, con un tipo cuya única cualidad es no tenerle miedo a Bash
y a Ryker.
—Ni a ti —corrigió ella.
Una sacudida primitiva de protección que no tenía derecho a sentir
me subió por la columna vertebral. —Sí, bueno, debería tenerme miedo.
Si hace algo que tú no quieres que haga, lo destruiré yo mismo, al diablo
con Bash y Ryker. Todo lo que tienes que hacer es llamarme, y estaré allí
para acabar con él.
Nadie iba a tocarla sin su participación sincera. Mierda, no quería
que nadie la tocara, y punto, pero eso no era decisión mía. No importaba
que todos los instintos de mi cuerpo exigieran de repente que reclamara
a la única mujer que no podía querer.
—Muéstrame —susurró.
—¿Mi número? —Busqué mi teléfono en el bolsillo trasero.
—No. Muéstrame... el deseo, la necesidad. Bésame.
Qué me jodan. Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó mientras mi
atención se desplazaba hacia su boca. —Harper...
—¿Qué es un besito? Probablemente has tenido miles.
Un beso lo era todo si era con ella.
La lógica se enfrentó a mis instintos, y el imbécil egoísta que era
superó cualquier pensamiento racional. Quería ese beso. Quería ser el
primero en sentir lo suaves que eran sus labios, en escuchar cualquier
sonido que hiciera. Quería mostrarle lo bien que podía sentirse un beso,
cómo era un acto completo por sí mismo. Quería ser el hombre con el que
ella comparara a todos los demás después de este momento, y eso no
estaba bien.
—¿Por favor? No se lo diré a nadie —prometió—. Solo... muéstrame.
Porque sé que puedes, y si nunca lo siento, y lo que pase esta noche...
solo... confío en ti. —Sonrió—. Eres Knox.
Oh, mierda. El deseo se transformó en el tipo de necesidad que no
podía negar, no con ella mirándome así. Lo imposible se transformó en lo
inevitable en menos de un latido.
No puedes.
—Harper... —Le acuné la cara entre mis manos, acariciando
ligeramente sus pómulos con mis pulgares—. No es una buena...
Se puso de puntillas y me dio un beso en la boca. Fue duro, con
los labios cerrados, y terminó antes de que pudiera reaccionar. Se apartó
y me miró con aprensión y los ojos muy abiertos.
—Me besaste —dije lentamente. Ella me había dado su primer
beso. A mí. No al chico que estaba de camino a recogerla. Ni a nadie de
la escuela. A mí.
Mía.
—Sí. Y ahora, ya me han besado. —Su encogimiento de hombros
fue solo para alardear.
—No, no lo han hecho. —Bien, me iba a ir al infierno, porque no
había forma de parar esto. Ese pequeño y rápido picoteo había sido el
primer hilillo de nieve que señalaba la avalancha que se avecinaba. Lo
único que podía hacer era aguantar y esperar que ambos sobreviviéramos
mientras bajaba muy lentamente mi cabeza hacia la suya, dándole una
eternidad para que se apartara—. Todavía no.
Aspiró y sus ojos se cerraron un segundo antes de que la besara,
rozando mis labios sobre los suyos como si tuviéramos todo el tiempo del
mundo. Era incluso más suave de lo que había imaginado.
Suspiró y la besé de nuevo, chupando ligeramente su labio inferior
y dejando que mi lengua se deslizara por la carne regordeta. Nunca había
tenido tanto cuidado con una chica, nunca había sido tan medido para
saborear cada movimiento y reacción. Por otra parte, nunca había besado
a Harper.
—Knox —susurró, inclinándose para obtener más.
Se lo di, besándola un poco más profundo, pasando mi lengua por
la unión de sus labios. El calor puro me recorrió, chamuscando mis
nervios, grabando en mi memoria el sonido de mi nombre en sus labios.
Jadeó y me hundí en su boca con un gemido, mientras mis dedos se
deslizaban por su pelo.
Mi lengua rozó la suya, saboreando algo dulce que no pude
identificar. Siguió mi guía rápidamente, girando y acariciando mientras
se derretía contra mí. Joder, esto era perfecto, casi divino. Nos giré hasta
que quedó pegada a la encimera del baño y puse nuestros cuerpos a ras.
Gimió y sus brazos se enroscaron en mi cuello para acercarme.
Oh Dios, eso fue demasiado bueno. Fue todo demasiado bueno,
demasiado.
Tenía que parar.
Su lengua se introdujo en mi boca, y todos los pensamientos de
parar se esfumaron. Exploró y acarició, y la chupé más profundamente,
deseando que me marcara, que me reclamara de la misma forma en que
yo estaba desesperado por hacerlo con ella.
De alguna manera extraña, esto se sintió como mi primer beso
también.
Sus uñas me rasparon la nuca y casi perdí el autocontrol que tenía.
Quería que esas uñas recorrieran mi espalda, dejando pequeños rastros
rojos en mi piel desnuda. Quería a Harper. Solo a Harper. La quería
debajo de mí, con sus muslos alrededor de mis caderas, con su espalda
arqueándose mientras la hacía correrse. Mi pene palpitaba al pensar en
lo caliente que estaría cuando me deslizara dentro de ella, en cómo le
enseñaría a moverse. Cómo me enseñaría a amar.
Tomando el control del beso, me incliné hacia ella, dejándole sentir
exactamente lo mucho que la deseaba. Ella hizo rodar sus caderas contra
las mías, y un bajo estruendo sonó en mi pecho.
La cuerda de mi control se deshizo y tomé su boca como quería
tomar su cuerpo, con movimientos largos y seguros. Nuestras lenguas se
retorcieron y se enredaron, hasta que el beso pasó de ser una exploración
lenta y sensual a un incendio de pura y abrasadora necesidad. Acuné su
cabeza, inclinándola para conseguir un ángulo más profundo, sabiendo
que si movía mis manos lo más mínimo, iban a subir por su vestido para
descubrir si estaba igual de fundida por todas partes.
Me mordisqueó el labio, succionándolo hacia su boca, y no pude
contener mi gemido. Ella era más suave que la seda, y todo lo que quería
y no podía tener.
Nunca.
Esto era una locura, y tenía que parar.
Reduje la velocidad del beso, extrayendo cada gramo de placer de
la simple conexión de nuestras bocas. A continuación, con una última y
persistente caricia de mis labios, levanté la cabeza.
—Harper. —Su nombre era un susurro reverente mientras apoyaba
mi frente en la suya.
—Knoxville. —Suspiró. Sus manos recorrieron mis mejillas, sus
dedos rozaron mi barba de esta última semana.
—Ahora te han besado. —Me costó toda la contención que tenía
para no volver a besarla.
Asintió lentamente, rozando sus labios hinchados con los dedos.
—¿Siempre es así?
—¿Cómo? —Apenas podía pensar; ¿cómo ella armaba las frases?
—¿Tan necesario como el aire? ¿Como si fueras a morir si paras?
¿Como si el deseo te quemara vivo? —Se acercó a mí.
Di dos pasos gigantes hacia atrás, poniendo el culo contra la pared.
Tenía que salir de este baño antes de que se rompiera lo que me quedaba
de control.
—¿Lo es? —volvió a preguntar, con los ojos vidriosos.
Debería haber mentido, debería haberle dicho que un beso era solo
un beso. Pero no podía. No cuando los últimos minutos habían hecho
que todo mi mundo se saliera de su puto eje, no cuando mi gravedad se
desplazaba del centro de la tierra... hacia ella.
—No. —Fue la palabra más sincera y condenatoria que había
pronunciado. Pasos pesados sonaron por encima de nosotros, bajando
las escaleras. Ryker. Se me revolvió el estómago. Me iba a patear el culo
si nos encontraba así, y me lo merecería—. Y no puede volver a suceder.
No entre nosotros.
Aunque él me partiera el labio por lo que acababa de pasar, habría
valido la pena.
Se le desmoronó la expresión. —¿Qué? ¿Por qué?
Porque eres peligrosa. Porque tienes el poder de destrozarme. Porque
eres todo lo que siempre he querido y nada de lo que merezco. Porque hay
algo roto en mí que ni siquiera tú puedes arreglar. Porque eres la hermana
pequeña de Ryker. Elige una.
—Porque no se puede —respondí finalmente y después hui de la
pequeña habitación.
Caminé rápidamente por el pasillo y encontré a Ryker de pie en la
cocina.
—Amigo, ¿a dónde fuiste? —preguntó.
—Al baño —respondí.
—¿Qué tienes en la cara?
Me pasé la mano por la boca. Pequeñas motas de brillo. El brillo de
labios de Harper. —Nada.
Ryker me miró con extrañeza, pero mi mirada se dirigió al niño que
entraba desde el salón, caminando con el tipo de fanfarronería falsa del
que normalmente me habría reído, pero ahora no. ¿Vic Donaldson? ¿Ella
iba en serio? Había sido un gamberro de primer año, y mi opinión era
que nada había cambiado desde que me gradué. Maldito imbécil. Imbécil
con esmoquin... porque iba a llevar a Harper al baile.
Mi Harper.
No es tuya. Bueno, tampoco suya.
En dos segundos estuve frente al chico, usando cada centímetro de
mi altura para mirarlo fijamente. —¿Sabes quién soy?
Me miró fijamente, pero asintió. Me alegraba de saber que mi
reputación seguía intacta.
—¿Ves mi cara? —Señalé solo para asegurarme de que me seguía.
—Sí, hombre, la veo —espetó, pero la sangre se le drenó de la cara.
—Bien. Porque si la tocas sin su consentimiento expreso, sincero y
sobrio, o si se te ocurre hacerle daño, esta cara será lo último que veas
mientras te aplasto en el puto suelo. ¿Entendido?

—Guau. —Ryker se acercó, frunciendo la frente.


—¿Me entendiste, carajo? —Los celos al rojo vivo corrían por mis
venas.
—Entendido —dijo finalmente el chico.
—Knox —llamó Harper detrás de mí.
Me quedé mirando a Vic durante unos segundos más, hasta que
supiera que cumpliría mi amenaza, y entonces me giré para mirar a
Harper. La confusión le marcaba dos líneas entre las cejas, y sus labios
seguían hinchados por nuestro beso.
Los mismos labios que Vic iba a intentar besar más tarde.
Las náuseas me recorrieron el estómago.
—¿Por qué? —preguntó Harper.
Ambos sabíamos que no estaba preguntando por qué acababa de
amenazar con asesinar a su cita.
—Porque eres la hermanita de Ryker. —Era la única respuesta que
mantendría su corazón intacto, la mantendría a salvo de mí.
La devastación inundó sus rasgos tan rápido que creí imaginarlo
antes de que enderezara su columna vertebral y forzara una sonrisa.
—Entendido. Vic, ¿vamos?
—Estás muy sexy —dijo el tipo con tanto encanto como un
borracho de fraternidad.
—¿Están listos, niños? ¡Encontré la cámara! —dijo la señora
Anders mientras bajaba las escaleras.
Anclé mis pies junto a Ryker en la cocina, deseando que mi refresco
fuera tequila, mientras la señora Anders hacía fotos. Mi mandíbula se
apretó cuando Vic puso sus manos en la cintura de Harper y la acercó.
La lata vacía se arrugó en mi agarre. Esto estaba mal.
Con cada segundo, algo salvaje dentro de mí se hacía más fuerte,
más malo, más iracundo, hasta que gritaba, me arañaba las tripas para
salir, para hacerse oír, exigiendo que echara a Vic y llevara a Harper yo
mismo.
Hazlo.
Tal vez Ryker lo entendería. Tal vez nos desearía lo mejor. Tal vez
la razón por la que nunca pude comprometerme con nadie en la escuela
era porque había estado esperando a... Harper. Ryker era mi mejor amigo,
mi familia. Él sabía que nunca la lastimaría intencionalmente.
Intencionalmente.
Veinte años de amistad estaban en juego, pero se trataba de
Harper. Mi Harper. Incluso si ella no era mía, yo era suyo. Y qué, tal vez
yo no era digno de ella, tal vez nos jodería a los dos al final, pero tal vez
no. Tal vez la oportunidad valía el riesgo.
—¿Knox? —preguntó Ryker en voz baja mientras observábamos a
Harper y Vic.
—¿Sí? —Puse la lata aplastada en la encimera y me preparé para
moverme.
—Eres mi mejor amigo, y te considero mi hermano. Así que, solo
voy a decir esto una vez.
—¿De acuerdo? —Mi mirada se entrecerró cuando Vic arropó a
Harper contra su pecho.
—¿Esa lista que llevamos? ¿Esa en la que todos podemos nombrar
a una chica que nadie toca?
—¿Sí? —Bash la había creado y nombrado a Emerson como su
chica hace años. ¿La pena por tocar a una chica de la lista? Excomunión
inmediata de nuestra amistad, aunque ni Ryker ni yo nos habíamos
preocupado lo suficiente por alguien como para agregarla.
—Ya estoy listo para decir mi elección. —La voz de mi amigo,
habitualmente relajada, se volvió plana.
Miré a mi mejor amigo a los ojos y vi que su expresión se volvía casi
glacial.
—Mi chica es Harper. —Dijo las palabras en voz baja, con una
calma espeluznante que me dijo que no tendría piedad.
Ese salvaje instintivo que llevaba dentro y que ansiaba a Harper
más que el aire rugió cuando las palabras de Ryker me cortaron la
yugular emocional. Un dolor como nunca había conocido me destrozó por
dentro, desgarrando cada célula, hasta que esperé encontrarme de pie en
un charco de sangre y arrepentimiento.
—¿Lo entiendes? —preguntó, relajando el ceño fruncido.
Nunca me había pedido nada en todos los años que habíamos sido
amigos, pero esto no era una petición. Era una demanda. Un límite. Un
ultimátum.
Mi mirada se encontró brevemente con la de Harper antes de que
se diera vuelta para hacer otra foto. Ella era alguien que nunca merecería.
Diablos, Ryker me conocía mejor que nadie. Si de alguna manera había
visto lo que había en mis ojos y seguía pensando que no era lo bastante
bueno para su hermana, entonces no lo era.
—¿Knox? —preguntó.
Me quedé totalmente inmóvil, gritando en silencio cuando Harper
me lanzó una última mirada, mientras Vic la acompañaba a la puerta. La
puerta se cerró con un brutal portazo, y mi corazón tartamudeó, luego se
ralentizó cuando la posibilidad de lo que podría haber sido se desangró
allí mismo, en el suelo de la cocina.
Ella nunca sería mía.
—Lo entiendo.
Traducido por AnnyR’ & Renatte
Corregido por Kish&Lim

Harper
En nuestro pequeño pueblo de Legacy, Colorado, todos estábamos
un poco dañados. Por lo general, nos encontrábamos escondidos debajo
de la pintura nueva, la nueva construcción, el nuevo… todo, pero incluso
el rasguño más pequeño revelaba los restos carbonizados debajo. Las
personas, los edificios, la ciudad, todos éramos iguales en un nivel u otro,
reconstruidos, rehechos.
Y no siempre más fuertes por ello.
—Hola, Lisa —dije en mi teléfono, dejando un tercer mensaje de voz
mientras miraba el reloj. Las seis de la tarde—. Soy Harper… otra vez.
Llamé al restaurante, pero Agnes dijo que te habías ido después de tu
turno alrededor de las tres. Espero que no te importe que Cherry haya
dejado a James aquí, así que tengo a los dos niños y me encantaría saber
cuándo podrás recogerlos. Llámame cuando escuches esto, ¿de acuerdo?
—Colgué, dejando caer mis hombros, y cerré la puerta trasera de mi sala
preescolar. Este era uno de los únicos edificios intactos en la avenida
Oak, porque lo había construido el año pasado después de acabar mi
maestría.
Lisa era una de esas personas dañadas, demasiado rotas para
reconstruir después del incendio. Perder a su primer esposo en esa
montaña con mi papá y el resto del equipo de Legacy Hotshot la había
fracturado, pero luego su segundo esposo se fue mientras el hermano
pequeño de Liam estaba en camino, enviándola a una espiral completa.
—Señorita Anders —gritó Liam desde la mesa donde coloreaba, con
su hermano de ocho meses, James, sentado a sus pies.
—¿Sí, Liam? —respondí, inclinándome a su altura de cinco años.
—Tengo hambre —dijo, sus gigantescos ojos marrones se clavaron
en los míos, luego en los de James, antes de regresar rápidamente a su
imagen del Hombre Araña.
—¿Sabes qué, amigo? Yo también. Qué tal si nos traigo un pequeño
refrigerio hasta que llegue la pizza y luego hago un par de llamadas, ¿está
bien? —Alboroté su cabello castaño oscuro.
Asintió.
Saqué unas cuantas bolsas de galletas Goldfish del escondite de
emergencia del cajón de mi escritorio, luego me detuve y agarré una más.
Liam siempre tenía hambre, y no como un niño en edad preescolar, sino
como a nadie le gustaba pensar, una forma en la que yo no podía dejar de
pensar.
Pero el condado me aseguró que tenían a Lisa y a sus hijos en su
radar.
Abrí tres bolsas y me senté a su lado, apretando mi trasero en los
asientos del tamaño de un niño de preescolar. Esperó a que le diera una
galleta a James y me metiera una en la boca antes de tomar una de las
suyas.
—¿El Hombre Araña? —pregunté con indiferencia, manteniendo
un ojo en James mientras me miraba con grandes ojos marrones, sus
puños regordetes apretando uno de los juguetes para la dentadura que
había encontrado en su bolsa de pañales. Si de bebés se trataba, él era
súper adorable.
Liam asintió, saboreando otro de sus bocadillos mientras pintaba
de rojo el traje del Hombre Araña. Cuando no había otros niños cerca,
trataba cada bocado como si fuera el mejor postre, muy diferente de la
forma en que devoraba tanto la merienda como el almuerzo en nuestro
programa.
Fue una de las razones por las que le dije a Lisa que lo tendría todo
el día gratis. Como una maestra de preescolar, no se me permitía tener
favoritos, pero… los tenía, y era Liam. Era inteligente y observador, dulce
con todos los demás niños de su clase y tenía una sonrisa que me
enorgullecía de ganar.
Liam se deslizó de su silla al suelo, entregándole a James otra
galleta, y fue recompensado enseguida con un balbuceo incomprensible
y una sonrisa de dos dientes.
—Aquí tienes, amigo. —Su voz era demasiado conocedora para un
niño de cinco—. Se ha vuelto muy bueno masticando —me aseguró con
un movimiento de cabeza.
—Bueno, estás haciendo un muy buen trabajo cuidándolo. —Bien,
eso acaba de derretir mi maldito corazón.
—¿Dónde está mi mamá? —preguntó, directo.
Nunca mentimos a los niños. Nunca mentimos a los niños. Repetí mi
mantra. —No estoy muy segura, pero la llamé —respondí, tratando de
mantener mi voz ligera.
Parecía escéptico, pero acercó a James y le dio de comer el resto de
las galletas Goldfish, una por una.
¿Dónde estaba Lisa? Claro, había llegado tarde a recogerlo una o
dos veces, pero nunca sin una llamada.
—Sabes, realmente deberías mantener esa puerta cerrada después
de las horas de trabajo —gritó Emerson mientras entraba por la puerta
principal, con los brazos llenos de pizza y dos bolsas de compras.
—¡Mi salvadora! —dije, saltando para ayudar y agarrando las cajas
de pizza de mi mejor amiga.
Dejó las bolsas en la mesa de tamaño infantil. —Hola, Harper —
dijo, abrazándome fuerte. Su abrigo de invierno todavía estaba frío por el
aire de principios de abril—. ¿Qué sucede?
—Nada importante, pero gracias por la ayuda. —Después de mi
hermano, Ryker, quien realmente no podía ayudar cuando lo llamaban
por incendios, Emerson era la persona más confiable en mi vida.
—No, puedo ver que son muy pequeños. —Ella sonrió y saludó a
mis pequeños protegidos—. ¿Los hijos de Lisa? —supuso, quitándose el
abrigo y colocándolo sobre una de las sillas pequeñas, con cuidado de no
enganchar su largo cabello castaño.
Pueblos pequeños, hombre. Todos conocían a todos.
—Sí. Estos son Liam y James. Su apodo es Jamie. —El bebé ofreció
una sonrisa.
—¡Bueno, hola! Soy Emerson. —Ella les dio a ambos una sonrisa y
me llevó a unos metros de distancia—. ¿Qué pasa? No es que no siempre
esté feliz de traer pizza.
—No sé dónde está Lisa y no quiero tener que llamar a Elliot. —Mi
pecho se apretó con fuerza ante la idea.
Asintió lentamente, su expresión cayendo mientras miraba a los
chicos. —Lo entiendo. Pero si se hace mucho más tarde, es posible que
tengas que hacerlo.
—Lo sé. —En realidad, realmente no quería. Adoraba a Elliot, y
siempre lo hice. Ella era solo un año mayor que yo y nunca fue más que
amable conmigo, pero también era una de las dos trabajadoras sociales
de Legacy, y no quería ver a estos dos pequeños terminar en un hogar de
acogida por la noche.
—¿Tienes hambre, pequeño amigo? —le preguntó Emerson a Liam
mientras nos dirigíamos de regreso a la mesa.
Liam miró tanto la caja de pizza como las bolsas, pero permaneció
en silencio.
—Lo siento, Liam no es una persona sociable.
—No hay problema —respondió Emerson, sacando los platos de la
bolsa—. Sinceramente, me alegro de que hayas llamado. Bash se ha ido
por la noche, y parece una eternidad desde que te he visto. —Me golpeó
la cadera y tomé los platos, abriendo la envoltura de plástico.
—Oye, no todo el mundo quiere estar cerca de tu festival de amor
veinticuatro siete —bromeé mientras abría las dos cajas de pizza en la
mesa.
—Sí, sí. —Puso los ojos en blanco. No envidiaba su felicidad. Ella y
Bash vivían felices, y yo estaba más que extasiada por mi mejor amiga,
pero dado que el equipo hotshot se estaba mudando a casa lentamente
en preparación para esta primera temporada, se habían apegado el uno
al otro desde el principio—. Podrías salir de nuevo, ya sabes. Sé que estás
muy ocupada manteniendo este lugar en funcionamiento, pero hay vida
ahí fuera.
Las citas y yo no nos llevamos bien. No echaba de menos a Richard
y tampoco lo he extrañado desde el año que rompimos. Si era sincera, él
solo fue un sustituto, un intento de olvidarlo… a él.
Knox. Mi mano agarró el plato un poco más fuerte al pensar en él.
—¿Pepperoni o queso, Liam? —pregunté.
Miró a Emerson, luego a la pizza, pero no se movió del suelo.
—Está bien, ¿qué tal uno de cada uno? —Puse una rebanada de
cada uno en un plato de papel y lo puse frente a su silla, deslizando al
Hombre Araña fuera del camino de cualquier desorden quesero.
Liam no se movió hacia los platos, pero sus ojos ciertamente no los
abandonaron.
Emerson se dio cuenta, mirando en mi dirección y suspirando.
Luego sacó un puñado de contenedores de la bolsa.
—Oye, Liam. Le traje algo de comida a tu hermano. ¿Me dices qué
crees que le gustaría?
Los ojos de Liam se iluminaron y él se concentró, seleccionando
cuidadosamente la comida de James y asegurándose de que yo estuviese
alimentando a su hermanito antes de que le diera un mordisco a la pizza.
Luego la devoró.
—Eso es amor —dijo Emerson con voz suave mientras observaba a
Liam devorar su trozo de pepperoni.
—Sí —coincidí, limpiando la pequeña boca de James mientras me
sentaba en el suelo frente a él—. Es un gran hermano mayor.
—Hablando de Ryker, ¿alguna noticia sobre cuándo llegará a casa?
—Cogió un trozo de queso.
—Aún nada. Sigue en Wyoming. —Le había dado a su equipo
anterior un mes adicional antes de cambiarse oficialmente a Legacy, y el
incendio de principios de temporada lo tomó a él y a sus planes de viaje
con la guardia baja. Se formó un nudo en mi garganta. No era que temiera
a los incendios, habíamos sido criados en ellos, pero estaba aterrorizada
de perderlo en uno al igual que habíamos perdido a nuestro padre.
Y ahora la próxima generación estaba resucitando al mismo equipo
de primera que se lo había llevado, que se los había llevado a todos.
—Volverá antes de que te des cuenta. ¿Has estado en su casa hasta
entonces? —Me tendió una rebanada fresca de pepperoni, y me incliné,
enganchando un bocado mientras le daba de comer a James.
—Gracias. —Asentí—. Juran que terminarán con la reconstrucción
de los daños causados por la inundación en dos semanas. —Jamie tomó
un mechón de mi cabello y se lo llevó a la boca—. No, no —le dije con
gentileza, sonriendo mientras le cambiaba mi cabello por el biberón que
Cherry había empacado en su bolsa de pañales. Lo agarró con ambas
manos y lo succionó—. ¿Cómo está la sede del club?
—Por fin terminada —respondió Emerson. Había renunciado a su
trabajo en el ayuntamiento para gestionar al equipo estrella—. También
es bueno, ya que creo que todos tienen programado volver durante el
próximo mes. Solo tenemos este año para formar y certificar al equipo, y
será rápido.
—Bash y Ryker los pondrán en forma. —Miré mi teléfono. Eran casi
las siete. No llames. Todavía no. Tal vez Lisa tuvo problemas con el auto
o su teléfono no funcionaba. Había un millón de respuestas posibles, pero
ninguna de ellas era buena.
—Knox también. Vas a tener que llamarla pronto —susurró.
—Lo sé. —Evité la primera parte de su declaración y puse a James
en mi regazo para que estuviera más cómodo.
Las luces azules destellaron en las ventanas delanteras de la
escuela, haciendo que las sombras bailaran a través de las paredes, y
todos volvimos la cabeza hacia la puerta. Se me hundió el estómago.
—Oh, no.
Sonaron tres golpes en la puerta.
—Ve. Me quedaré con ellos —dijo Emerson, ofreciéndole a Liam
una sonrisa tranquilizadora mientras se acercaba a Jamie.
—No. Yo me encargo —respondió Liam, sentándose en el suelo y
levantando los brazos hacia su hermano.
Le di a Emerson una mirada de complicidad y le entregué a Jamie
a Liam antes de dirigirme a la puerta, con mi pecho contraído con cada
paso. No podría ser bueno si la policía estaba aquí. Me temblaban las
manos cuando abrí la puerta y hallé a Elliot escoltada por dos policías,
Bobby y Kaden. Eran solo unos años mayores que Ryker.
Elliot tenía la boca en una línea tensa, la piel entre sus cejas
oscuras estaba arrugada.
—Oh, Dios —dije en voz baja para que los niños no escucharan—.
¿Es Lisa? ¿Se encuentra bien?
Soltó un suspiro tembloroso. —Ha habido un accidente, Harper.
Los agentes encontraron el coche de Lisa justo al lado de la ruta 192.
Parece que pudo haber estado bajo la influencia…
—No podemos decirte nada más que eso —interrumpió Bobby.
—¿Está bien? —Un nudo amenazó con cerrarme la garganta.
—No sobrevivió —respondió Elliot, sacudiendo la cabeza.
Traté de sofocar un grito al llevar mi mano sobre mi boca.
Ella se fue.
Lisa estaba muerta.
Liam y James se encontraban adentro.
—Estás aquí por los niños. —Mi pecho se apretó alrededor de mi
corazón drásticamente, los latidos tartamudearon.
Elliot asintió.
—No tienen a nadie —susurré—. Los padres de Lisa están muertos
y nadie sabe dónde se encuentra el padre. Se fue mucho antes de que
naciera James. —¿Adónde iban a ir?
—Lo sé —murmuró—. ¿Podemos entrar?
Asentí, apartándome del camino para que pudieran entrar. Los
oficiales empequeñecían los diminutos muebles.
—Hola, Elliot —saludó Emerson con una mirada solemne pasando
entre nosotras.
—Emerson. —La sonrisa de Elliot fue forzada y temblorosa.
De repente, volví a tener catorce años y escuché la noticia de que
papá no bajaría de esa montaña. Que Emerson, mi mejor amiga, también
perdió a su padre. El padre de Knox. La mamá de Lawson. El padre de
Bash. Bishop y River... todo el equipo de Legacy Hotshot fue devorado por
el mismo monstruo contra el que habían pasado la vida luchando.
Observé en silencio cómo Elliot le dio la noticia a Liam con
delicadeza, observé cómo su carita se convertía en líneas sombrías de
confusión y devastación.
Hundiéndome en el suelo junto a los niños, jalé a Liam bajo mi
brazo, arropándolo con fuerza y meciéndolo suavemente. Se inclinó hacia
mí.
Dios, recordaba ese sentimiento, y yo era mucho mayor que Liam.
¿Cómo procesaba este tipo de noticias un niño de cinco años? Su mundo
entero acababa de ser volcado, sacudido como el peor tipo de bola de
nieve.
—Eso significa que encontraré un lugar para que duermas esta
noche, ¿de acuerdo, amigo? —terminó Elliot.
Los ojos del niño se agrandaron con sorpresa.
¿Adónde iban a ir? Liam odiaba a los extraños. Las lágrimas me
quemaron los ojos cuando Liam acercó más a James, el bebé terminó el
biberón como si nada hubiera pasado.
—¿Jaime también? —preguntó Liam con voz pequeña pero fuerte.
Muy fuerte.
Elliot luchó por encontrar las palabras.
La comprensión me golpeó como una avalancha y mi corazón
empezó a latir con fuerza.
—Por supuesto que permanecerán juntos, ¿verdad? —le pregunté
con las cejas levantadas.
Sus ojos me suplicaron que entendiera algo que yo obviamente no
entendía. —Es más complicado de lo que parece. —Después miró a los
oficiales—. Servicios Sociales ahora tiene la custodia de los dos niños
Clark. Ustedes pueden regresar a la estación.
¿Más complicado de lo que parecía? ¿Qué diablos significaba eso?
Bobby y Kaden asintieron y se marcharon, ambos visiblemente
conmocionados.
—¿Cómo es exactamente complicado? —exigí.
Elliot miró a Liam y me indicó que la siguiera mientras cruzaba la
habitación.
—Yo me encargo —dijo Emerson, tomando el otro lado de Liam.
—Vuelvo enseguida —le prometí a Liam mientras me ponía de pie,
notando que se alejaba de Emerson. Luego seguí a Elliot, que se había
detenido cerca de los cubículos, donde podíamos ver a los niños, pero con
suerte permanecer fuera del alcance del oído—. Pueden seguir juntos,
¿verdad? —Crucé los brazos sobre mi pecho.
Ella se encogió. —Los Pendridge estarán en Milwaukee durante la
semana, visitando a su nuevo bisnieto.
—¿Me estás diciendo que son la única familia adoptiva en Legacy?
Además, los Pendridge tienen unos cien años. ¿Cómo esperas que cuiden
a dos niños pequeños?
—Tienen setenta años y todavía se las arreglan —explicó Elliot—.
No hemos tenido que colocar a un niño con un miembro que no sea de la
familia en años, y no tenemos a nadie más. La gente no está exactamente
haciendo fila para adoptar, Harper. —Suspiró y se frotó el puente de la
nariz—. Tendremos que enviar a los niños a Gunnison hasta que regresen
los Pendridge, y Servicios Sociales ya me ha dicho que van a tener que
separarse, al menos durante una semana. Simplemente no tienen una
familia que pueda aceptarlos a ambos.
Mi estómago se retorció dolorosamente.
—¡No! —espeté, luego dirigí mi mirada hacia los niños. Liam no nos
miraba. No estaba mirando hacia aquí, ni hacia ningún lado en realidad,
solo mecía a James de un lado a otro mientras Emerson le hablaba en
voz baja—. No puedes separarlos.
Al menos cuando papá murió, tenía a mamá. Tenía a Ryker. Me
ardían los ojos y mi visión se volvió borrosa.
—Harper…
—No tienen a nadie —susurré, mi voz se quebró cuando la primera
lágrima se deslizó por mi mejilla. Me la limpié.
—Lo sé, y no es justo.
—Nada de eso es justo.
—Es solo durante una semana, o hasta que podamos encontrar a
Nolan.
Su padre.
Liam se vendría abajo si se llevaran a James. No podían separarse.
Ni siquiera sabía si podrían prosperar con los Pendridge, pero al menos
solo les quedaba una semana. Solo necesitaban pasar la semana.
Pero a la semana existía la posibilidad de separarlos. Cada célula
de mi cuerpo gritaba que hiciera algo, cualquier cosa, para evitar que esto
sucediera.
—¡Yo me haré cargo de ellos! —Las palabras se me salieron.
La cabeza de Emerson se levantó de golpe, sus ojos marrones se
abrieron como platos.
—¿Qué? —Elliot me miró como si hubiera perdido la cabeza.
Tal vez sí, pero si tenía el poder de ayudar, entonces tenía que
hacerlo.
—Ya me revisaron los antecedentes y he leído sobre maestros que
se llevan a niños en casos como este. Solo déjame quedármelos durante
la semana. Averiguaremos qué hacer una vez que los Pendridge hayan
regresado.
Elliot echó un vistazo a los niños. —¿Dónde vas a poner a dos niños
pequeños? Necesitan su propio dormitorio, y tendríamos que ir y hacer
una evaluación de la casa. —Levantó las cejas—. Mañana.
Oh, mierda. Correcto. La logística estaba involucrada, no solo las
emociones.
El piso de soltero de un dormitorio de Ryker no era suficientemente
grande ni el ambiente adecuado para los niños. Emerson había dejado
su apartamento cuando se mudó con Bash el mes pasado.
—Yo no… —Negué con la cabeza, mi mente luchaba por una
respuesta mientras miraba a Emerson como si la tuviera.
Miró a los niños y luego volvió a mirarme. —Ella tiene un lugar —
le mencionó a Elliot—. Cuatro habitaciones, trescientos setenta metros
cuadrados, es perfecto.
Parpadeé, preguntándome de qué diablos hablaba… —No —espeté,
mi garganta casi se cerró—. Esa no es una opción. —Solo había una casa
de la que posiblemente podría estar hablando.
Emerson inclinó la cabeza. —Lo es si quieres quedártelos. Es solo
una semana, ¿verdad? Esa casa está terminada, amueblada y él no se
mudará aquí hasta dentro de un mes. Tómala. Llévalos. —Ella señaló a
los niños—. Sabes que él dirá que sí.
La casa de Knox. La que comenzó a construir hace siete meses
cuando el ayuntamiento acordó resucitar el equipo Legacy Hotshot. La
que significaba que él volvía a casa.
—¿Cuál es la dirección? —preguntó Elliot.
—Phoenix Point 328 —respondió Emerson.
—¿El barrio Hotshot? —Las cejas de Elliot volaron hasta el cielo
mientras escribía la dirección.
—Sí —respondí, manteniendo mis ojos en Liam y James. Yo podía
hacer esto. Todo mi sistema nervioso se volvió loco al saber que iba a
tener que llamar a Knox y preguntar, pero Emerson tenía razón. Si quería
mantener a Liam y James juntos, era la única opción.
—Mira, Harper, yo te apoyo —me dijo Elliot mientras sacaba mi
teléfono—. Estoy dispuesta a hacer todo lo posible para mantener a los
niños juntos, pero ¿estás segura de que puedes llevártelos esta noche?
—Su voz se suavizó.
—Necesito un segundo —le comenté a Elliot mientras abría mis
mensajes.
Emerson estuvo a mi lado más rápido de lo que pude abrir un
nuevo mensaje. —Puedo llamarlo. No tienes que hacerlo.
—No, si soy yo la que quiere tomar prestada su casa, soy yo quien
debería preguntar. —Mi pulgar dudó sobre su información de contacto
como lo hacía cada vez que pensaba en enviarle un mensaje, pero no lo
hacía... lo cual era mucho.
—Él dirá que sí —prometió.
—Lo sé. Eso es lo que lo hace tan difícil. —Al menos podría enviarle
un mensaje, lo que eliminaría todo el problema de detenerme el corazón
con el sonido de su voz como siempre me pasaba.
Hola, necesito un favor.
Inmediatamente aparecieron tres puntitos en mi pantalla. Él me
estaba contestando.
Dímelo.
Dios, eso era tan propio de Knox. Perfecto en todos los sentidos
excepto en los que realmente importaban. Mi estómago se hundió y saltó
mientras escribía mi petición.
Necesito que me prestes tu casa.
Tres puntos aparecieron de nuevo.
El código es uno-dos-cero-ocho.
Mis cejas golpearon el techo incluso cuando mi corazón hizo esa
cosa molesta de derretirse, algo que siempre hacía cuando se trataba de
Knox.
¿En serio? ¿Ni siquiera quieres saber por qué?
No me importa.
¿Y si estoy organizando una fiesta?
Hay un bar en el sótano. No tengo tiempo para hablar, solo
usa el código.
Gracias
Ni lo menciones.
En realidad, lo decía en serio: ni lo menciones. Hubo muchas cosas
que no mencionamos. Nunca. Cosas que nunca sucedieron.
—Está hecho. Estaremos en Phoenix Point 328 —le dije a Elliot
mientras guardaba mi teléfono en mi bolsillo trasero.
—¿Es…? —Miró hacia arriba por encima de su cuaderno con una
mirada de complicidad.
—Síp —repetí. Malditos pueblos pequeños, hombre.
Silbó. —¿Estás segura?
—Síp. —Aparentemente, esa era la única palabra que era capaz de
decir.
—Lo aceptaré —dijo Elliot—. Normalmente no lo haría ya que no
apareces en el título de propiedad o en el contrato de arrendamiento, pero
no hay nada normal en lo que sucede aquí. Los niños tienen maletas en
el auto que preparé de la casa de Lisa, y tienes que firmar unos papeles,
pero lo aceptaré, al menos hasta que pueda hacer una evaluación de la
casa. Luego veremos qué hacemos hasta que vuelvan los Pendridge.
Asentí, mi mente daba vueltas, pero algo dentro de mí se desplegó,
expandiéndose por mi pecho hasta que me sentí más fuerte, más capaz.
Determinada. Esos niños no los iban a separar o enviar a la casa de un
extraño. No la misma noche en que les habían arrebatado a su madre.
No si yo tuviera una sola cosa que decir al respecto.
—De acuerdo. Vamos a firmar.
Traducido por Miry & Alessandra Wilde
Corregido por Kish&Lim

Harper
Un llanto ensordecedor me despertó y golpee el teléfono, tratando
de apagar la alarma. ¿Por qué demonios la configuré para las seis menos
cuarto de la mañana?
Oh, esperen. Eso no fue una alarma… ese era James.
Cierto. Porque me quedé con los niños anoche.
Mierda.
Me caí de la cama matrimonial de la habitación de huéspedes y me
quité el sueño de los ojos mientras avanzaba a trompicones por el pasillo.
—Lo siento —se disculpó Liam en una voz diminuta, sus ojos muy
abiertos dirigiéndose hacia mí mientras se inclinaba sobre el corralito.
Emerson me salvó el trasero y lo recogió, junto con algunas provisiones,
mientras yo firmaba el papeleo para ser madre adoptiva temporal.
—No es tu culpa, amigo —dije, pasándole mis manos por su oscuro
cabello. Se inclinó hacia mi toque, justo como lo hacía usualmente en la
escuela, así que tal vez haya esperanza de que no se cierre conmigo.
Rápidamente cambié a James mientras lloriqueaba, y después los
llevé al piso de abajo a la gran habitación.
—Este lugar es grande —comentó Liam, recorriendo con su mirada
el diseño.
—Lo es —concordé, dirigiéndome a la cocina. Era enorme para un
tipo que constantemente juraba que nunca tendría una familia propia.
—Puedo hacer su biberón —dijo Liam, agarrando la lata amarilla
de leche maternizada, un litro y medio de agua, y dicho biberón antes de
que pudiera objetar—. Lo hago todo el tiempo. Se me da muy bien.
—Bueno —dije, luchando por mantener el nivel de mi voz mientras
medía cuidadosamente las cucharadas. Mi primer instinto fue decirle que
no se preocupara, que me encargaría de eso, de ellos, pero él perdió toda
certeza en su pequeño mundo de cinco años, así que comprendía su
necesidad básica de preocuparse por James; por mantener algo normal.
—¿Qué tal si te sirvo un poco de cereal mientras haces eso?
—ofrecí—. Em trajo unos Lucky Charms.
—Sí, por favor. —Una intensa concentración le hacía fruncir el ceño
mientras vertía el agua, haciendo todo lo posible por no derramarla.
James masticó un mechón suelto de mi pelo mientras preparaba
yo preparaba los cereales y daba gracias a Dios porque Emerson me
hubiera ayudado con todo esto anoche. Una vez que James desayunaba
la leche felizmente, me giré hacia Liam.
—Sabes, sigo siendo solo la señorita Anders —le dije mientras lo
subía al taburete en la barra de la cocina—. Incluso puedes llamarme
Harper si quieres.
Asintió, pero no apartó la mirada de su búsqueda de malvaviscos.
Metí una cápsula para café en la cafetera y pulsé todos los botones
de configuración. Mientras se preparaba, pasé la mano por las encimeras
de granito gris paloma. Hacía un mes que habían terminado las obras, y
el constructor se superó a sí mismo. Era tradicional sin ser ostentosa, y
contemporánea sin ser fría.
El mobiliario era robusto y masculino, pero cómodo con sofás de
cuero suaves como la mantequilla y un televisor que parecía pertenecer
a una sala de cine. Las paredes estaban en su mayoría desnudas, la
decoración inexistente. No había toques personales, nada que pudiera
dar pistas sobre quién era Knox debajo de la superficie, porque no vivía
aquí... todavía. Pero dentro de un mes, estaría de regreso en Legacy.
No vayas allí. Estás aquí por una semana, como máximo, y luego te
irás.
Hablando del televisor gigante, recé en silencio para agradecer que
alguien lo hubiera instalado mientras ponía un dibujo animado y metía
a James en el artilugio para saltar que Emerson y yo habíamos montado
anoche con una copa de vino después de que los niños se durmieran.
—¿Paw Patrol: Patrulla de Cachorros está bien? —le pregunté a
Liam.
Asintió con entusiasmo, hundiéndose en los gruesos cojines del
sofá más cercano a James.
Un segundo. ¿Se suponía que debía dejarlos ver la televisión tan
temprano en la mañana? ¿No era siempre yo quien les decía a los padres
que redujeran el tiempo frente a la pantalla? Pero, por el amor de Dios,
eran, revisé mi teléfono, apenas las seis de la mañana y aún no tomaba
café. Seguramente había una regla de misericordia cuando se trataba de
tecnología y padres que dormían cuatro horas.
Le puse crema y azúcar al café, después bajé de puntillas por las
escaleras como si me metiera en problemas si me atrapaban. La noche
anterior fue tan agitada con los chicos que no me había tomado el tiempo
para explorar realmente. ¿Cómo era que incluso las líneas del plano del
piso me recordaban a él? Los espacios abiertos daban la bienvenida a los
invitados y los pasillos cerrados conducían a las habitaciones más
personales, como el estudio.
La gran sala era abovedada hasta el segundo piso, con ventanas
que corrían a lo alto de la sala. La vista era espectacular, contemplando
el valle y los picos de arriba. La cicatriz del incendio trazaba una línea
malvada y curva hacia la montaña más cercana. Había nuevos pinos y
algunos sobrevivientes aquí y allá, pero eran superados en número por
los cadáveres de los árboles que se quemaron ese día.
La vista era como Knox. Hermoso hasta el punto de dejar sin aliento
con daños no disimulados al frente y en el centro para servir como una
advertencia de que nunca estaría completamente a salvo. Siempre habría
una parte de él dispuesta a arder en las circunstancias adecuadas.
¿Quién estaría aquí con él eventualmente? ¿Viendo desaparecer la
cicatriz con el crecimiento de nueva vida a medida que pasaban los años?
Sabía dos cosas sobre su hipotética futura esposa: era increíblemente
afortunada y yo ya la odiaba. La madurez nunca fue mi fuerte cuando se
trataba de él.
Al entrar en su oficina, admiré las líneas limpias de los muebles y
un estante de clásicos encuadernados en cuero, preguntándome a quién
habría contratado para decorar. Todavía vivía en California, pero este
lugar estaba listo para mudarse, desde la ropa de cama hasta los platos
en el gabinete.
Era casi como si no trajera nada de California.
Mis dedos trazaron la línea de su escritorio mientras bebía el café,
mis cejas se elevaron cuando vi la galería de fotos en la pared opuesta.
Como un maldito imán, gravité hacia la única foto suya que tenía
en la pared. Se me cortó la respiración ante una imagen bidimensional,
así de loca me tenía. Por supuesto, estaba vestido con todo su equipo y
con una sonrisa despreocupada plasmada en su hermoso rostro. El sol
se reflejaba en su pelo castaño claro, empapado de sudor por el incendio
en el que estuvo trabajando, y con el casco bajo un brazo. ¿Por qué tenía
que ser tan irritantemente guapo? Esperaba no quedarme así embobada
cuando llegara el mes que viene.
¿Cómo sería ahora que se mudaba a casa? ¿Todavía me trataría
como una hermanita molesta cuando Ryker estuviera cerca? Estar en el
mismo equipo solo los uniría más que nunca, y no era como si ninguno
de ellos tuviera la opción de renunciar, no si querían el nombre de Legacy
en el equipo hotshot.
Sesenta por ciento de los miembros de Legacy; hijos del equipo
original; esa fue la estipulación que hizo el ayuntamiento cuando Bash,
Ryker y Knox presentaron una propuesta para restablecer el equipo. El
concejo dijo que la regla se hizo para asegurar el apoyo de los familiares
sobrevivientes, pero nuestro pueblo no era tonto. Era medio disuasorio y
medio truco de relaciones públicas, pero exigieron el sesenta por ciento,
y ahora todos venían a casa para ponerse el parche con el que murieron
nuestros padres.
Nada como tentar al destino en nombre de la tradición familiar.
Ugh, me dolía el estúpido corazón al ver su foto, como si fuera una
estudiante de preparatoria enamorada con un cuaderno lleno de firmas
con su apellido junto al mío. Odiaba lo mucho que lo echaba de menos,
que supiera el número exacto de días desde la última vez que vino de
visita. Odiaba lo que sentía por él, aborrecía los sueños que tenía en los
que hacía mucho más que besarme. Desprecié los celos que amenazaban
con ponerme la piel verde cuando veía a otra mujer en su Instagram.
Pero ninguna de esas palabras encajaba con lo que realmente
sentía por él.
No, estaba locamente enamorada de ese idiota arrogante y lo había
estado desde que tenía la edad suficiente para nombrar la emoción.
Pero para él... bueno, yo no era nada, ni siquiera un bache en su
radar sexual.
Yo era la hermana pequeña de su mejor amigo.
Y odiaba eso más que nada.
Dejé mis sentimientos en la oficina y cerré la puerta, caminando de
regreso por el corto pasillo hasta la sala de estar, donde encontré a los
chicos viendo la televisión. La cabecita de Liam seguía moviéndose de un
lado a otro como si estuviera viendo un partido de tenis, y Jamie saltaba
alegremente a unos metros de distancia.
Tal vez si me daba prisa, podría subir sigilosamente las escaleras y
al menos ponerme un sostén antes de que se inquietaran, porque el que
venía integrado en esta camiseta de pijama no les hacía ningún favor a
mis chicas de copa D.
Justo en ese momento, James comenzó a gemir, su grito agudo
resonó en las paredes de la gran sala. Lo cargué y lo acuné contra mi
pecho, frotándole la espalda, pero los gritos no pararon. Solo se hicieron
más fuertes.
—Estás limpio. Estás seco. Estás alimentado —susurré, repasando
mentalmente las razones lógicas por las que un bebé se pondría a llorar
y retrocediendo cuando el siguiente llanto alcanzó un tono que hizo que
las uñas en una pizarra parecieran una sinfonía—. ¿Tal vez un pequeño
paseo?
Liam observaba, igualando mis pasos mientras me paseaba por los
pasillos con James, dándole unas palmaditas en la espalda, tarareando,
prometiéndole que le compraría todo menos un pony si paraba un poco.
Su tono alcanzó un chillido ensordecedor y de alguna manera permaneció
ahí.
Una hora después, le prometí el maldito pony.
Probé un biberón, eructar, un cambio de pañal... cualquier cosa y
todo lo que se me ocurrió, incluso cantar, lo que solo lo hizo llorar más
fuerte. La ansiedad inundó cada célula de mi cuerpo. ¿Qué pasa si no
puedo hacer que pare? ¿Qué pasa si supiera que tengo exactamente cero
experiencia con un bebé y no quiere tener nada que ver conmigo? Si esto
duraba mucho más, empezaría a llorar con él.
Liam me miró con ojos nerviosos. —Lo siento. Él hace esto. Se pone
muy ruidoso. Mamá normalmente lo deja llorar… —Parpadeó con rapidez
y miró hacia otro lado mientras dábamos la vuelta a la cocina.
Era la primera vez que mencionaba a su madre desde la llegada de
Elliot la noche anterior.
—Está bien, Liam. Es solo un bebé y no sabe cómo decirme lo que
le sucede. No te preocupes, lo resolveremos. Y está bien hablar de tu
mamá…
—Tal vez tiene hambre —me interrumpió, alcanzando el biberón.
Se inclinó todo lo que pudo sobre la encimera y, antes de que pudiera
ayudarlo, derribó la caja abierta de Lucky Charms, y toda la bolsa de
cereal se derramó en un colorido arco sobre el oscuro piso de madera.
Mentalmente maldije a la compañía de cereales por permitir que
eso pasara. ¿Quién diablos diseñaba las cajas de cereales? ¿No se dieron
cuenta de que los niños las usarían? ¿No se les ocurrió algo un poco
mejor que una bolsa de plástico abierta asegurada con una pequeña
pestaña de cartón?
—¡Lo siento! —gritó Liam, con lágrimas en los ojos.
Mi corazón se contrajo. —No pasa nada —le prometí, forzando una
sonrisa mientras hacía rebotar a James en mi cadera. Los lamentos
alcanzaron un nuevo nivel de sufrimiento, y mi cabeza explotó de dolor
cuando alcanzó el tono perfecto para provocarme un dolor de cabeza.
Quizá tenía que llamar a Cherry, la niñera habitual de Jamie. Ella
tenía que saber cómo calmarlo, ¿no? O tal vez había perdido la cabeza.
Convencer a Elliot de que podía llevar a los niños a casa era una cosa,
pero la realidad era otra muy distinta. Esto era igual que beber de una
manguera de incendios.
Hola, curso intensivo de paternidad.
Escuché la alarma sonar detrás de mí cuando la puerta principal
se abrió y casi lloré de alivio cuando se ingresó el código de seguridad,
silenciando los duros tonos de advertencia. Emerson estaba aquí. Nunca
me sentí tan malditamente agradecida en mi vida.
—¡Estamos aquí! —grité por encima del hombro cuando escuché
dos conjuntos de pasos bajando por el pasillo desde la entrada. ¿Tal vez
Bash llegó temprano a casa?
El pequeño vientre de James se revolvió, y antes de que mi cerebro
pudiera procesar la acción, vomitó. Una cantidad imposible de líquido
tibio y pegajoso me salpicó la espalda. Me quedé helada, sin atreverme a
respirar mientras él vomitaba de nuevo. ¿Cómo podía un bebé tener tanto
en el estómago?
Oh. Que. Asqueroso.
Terminó su rutina del Exorcista y rápidamente hice un balance del
daño. Mi pelo, espalda, el piso detrás de mí, todo se encontraba cubierto
de charcos de vómito de bebé.
Liam hizo una mueca. —Qué asco.
—Super asco. —Saqué al bebé regordete, ahora sonriente, de mi
pecho milagrosamente limpio y lo sostuve con el brazo extendido para
examinarlo. Por supuesto, no tenía ni una gota sobre él o su pequeño
pijama de fútbol y, afortunadamente, dejó de llorar—. No debió sentirse
bien —le dije a Liam, pensando en cómo llevar a Jamie de regreso a la
sala de estar sin dejar vómito por todos lados—. Me alegra tanto que estés
aquí, porque necesito desesperadamente una ducha —le grité a Emerson.
Iba a partirse de risa conmigo.
—Oh. Por. Dios —respondió una voz femenina. Esa definitivamente
no era Em.
Me di la vuelta cuando James vomitó de nuevo, esta vez salpicando
vómito en mi pecho. Una corriente cálida se precipitó por mi camiseta sin
mangas, llenando mi sostén integrado y empapando la tela.
Este era oficialmente el momento más asqueroso de mi vida, y eso
que enseñaba en preescolar.
—¡No puedo creer que estés... casado! —gritó una mujer desde el
interior de la cocina, golpeando al tipo detrás de ella con un bolso de gran
tamaño.
Mi estómago se hundió en el suelo.
Ese no era Bash.
Ay, no, no, no.
Que. Me. Jodan.
Esto era una pesadilla, tenía que serlo, como aquella en la que
estaba desnuda en la escuela sin mi tarea, solo que peor. Mucho peor.
Cambié a James a mi otra cadera, que no estaba cubierta por el
vómito, y miré cómo la supermodelo morena completamente maquillada
con sus inmaculados jeans tachonados giraba, su bolso Louis Vuitton
tiraba mi taza de café de la encimera y la enviaba al suelo.
La taza se hizo añicos en la madera dura. El café se unió al cereal
y al vómito. Genial.
—¡Cómo te atreves! —gritó ella, una furia de pequeños pisotones
enojados mientras cargaba hacia él, con su dedo temblando de rabia—.
Es posible que lo hayamos mantenido informal, ¡pero no estoy de acuerdo
con esta mierda! —Agitó su brazo, señalándome.
Me moví a un lado, tirando de un Liam boquiabierto detrás de mi
espalda.
La habitación se quedó en silencio, y cuando levanté la vista, unos
profundos ojos marrones estaban fijos en los míos, muy abiertos con un
poco de sorpresa y un toque de diversión. Con las cientos de formas en
que me había imaginado su regreso a casa... bueno, nunca había estado
empapada en vómito de bebé en ninguna de esas fantasías.
—Hola, Harper. —Su voz salió suave y profunda al mismo tiempo
que las comisuras de su boca se arqueaban ligeramente.
—Knox. —Apenas logré un susurro, rezando para que mis ojos
transmitieran la disculpa que sabía que se merecía desesperadamente.
Había traído a una mujer a casa, y yo era peor que una tercera rueda
desinflada.
La modelo comenzó a gritar de nuevo.
—¡Meses! —Volvió sus ojos llenos de pánico hacia mí, y agarré a
James un poco más fuerte—. ¡Me he estado acostando con tu marido
durante meses! Y nunca te ha mencionado ni una vez. —Su mirada se
dirigió a Knox—. ¿Cómo es posible que nunca mencionaras a una
esposa? ¿O niños?
Antes de que pudiera decirle que Knox y yo estábamos cualquier
cosa menos casados, lanzó otro improperio, esta vez dirigida a Knox,
señalando con el dedo en su dirección.
El vómito en mis senos comenzó a enfriarse, lo que solo lo hizo
mucho más asqueroso.
—Y si crees que voy a jugar el papel de la amante en este lío, ¡estás
muy equivocado! —Hizo un gesto hacia mí, y mis mejillas se sonrojaron
de vergüenza.
—Basta, Melinda —advirtió Knox, interponiéndose entre nosotros.
Apenas podía imaginarme cómo me veía en pantalones de dormir
arrugados, empapados en vómito, el maquillaje de la noche anterior que
probablemente estaba manchado debajo de mis ojos, con mi cabello
enredado como un nido de ratas. Ella no estaba muy equivocada con ese
comentario sobre ser un desastre.
James, sin embargo, pensó que toda la situación era hilarante y se
rio mientras Liam miraba alrededor de mi cadera y trataba de silenciar a
su hermanito.
—¿Cómo pudiste hacer esto? —gritó.
—Mier… —La mirada de Knox se fijó en Liam, y se detuvo a mitad
de una maldición—. Por el amor de Dios, Melinda, ¿podrías darme solo
un segundo?
Se cruzó de brazos y la miró.
Si hubiera un agujero en el suelo en el que podría haber
desaparecido, lo habría hecho.
—Mierda, ya estás en casa —dijo Avery, la novia de River, desde el
vestíbulo, llevando (gracias, Dios) café recién hecho—. Lo siento, la puerta
estaba abierta y Emerson me preguntó si podía dejar un poco de café y
ver cómo se encontraba Harper. —Sus brillantes ojos azules rebotaron
entre nosotros, y forcé una sonrisa incómoda, sabiendo que ella era más
que consciente de mis sentimientos por Knox, gracias a unas copas de
vino después de que se mudó aquí desde Alaska con River—. No te
esperábamos hasta dentro de un mes.
—Eso es bastante obvio —respondió Knox con una inclinación de
la cabeza, su mirada girando hacia la mía—. ¿Pedí una cuna con todos
esos muebles nuevos?
—Lo lamento mucho, Knox. —Esquivé el charco de vómito para
mantener a Liam a salvo—. Pensé que nos habríamos ido antes de que
llegaras aquí.
—Espera, ¿ustedes dos están separados? —preguntó Melinda.
—Incómodo —cantó Avery en voz baja.
Él levantó el dedo en dirección a Melinda y se volvió hacia mí con
una mirada de molestia. —Harper, deja de decir que lo sientes. Mi casa
es tuya, sin preguntas. No puedo contar cuántas veces has venido a casa
para encontrarme parado en tu cocina. No te disculpes. Me lo pediste. Yo
acepté. Estoy un poco... sorprendido por los pequeños humanos, eso es
todo.
Bajando el dedo, volvió a mirar a Avery. —Avery, esta es Melinda,
es una amiga de California y necesita que la lleven a Crested Butte para
visitar a su familia. ¿Te importaría llevarla?
Crested Butte estaba a unos veinte minutos del paso… esperen.
¿Dijo amiga? Porque la forma en que ella lo miraba decía que sentía
mucho más que amistad.
—Puedo hacer eso —respondió Avery, colocando una de las tazas
de café para llevar en la encimera. Y lanzándome una mirada de “qué
carajos”.
—Gracias. —Knox dirigió su atención a Melinda, con un músculo
tensándose en su mandíbula—. Mel, Avery es la chica de mi amigo River
y te va a llevar a casa de tu hermana. Y para dejar las cosas claras, Harper
no es mi esposa ni mi novia, ni nada. Y ella no es un desastre, es la
hermanita de mi mejor amigo.
Uff, ahí está. Cualquier chispa de esperanza que había mantenido
viva durante la última década se desinfló como un globo desatado. Eso
es a lo que siempre se reduciría. En primer lugar, y siempre, yo era la
hermanita de Ryker en la mente de Knox. Es gracioso cómo eso dolió más
que su amiga llamándome un desastre.
—Oh —dijo Melinda, su mirada saltando entre todos nosotros—.
Yo eh... lo siento. Vi a los niños y saqué conclusiones precipitadas. —Sus
ojos brillaron con simpatía mientras miraba en mi dirección—. Y no quise
decir que eres un desastre. Toda la situación de Knox con una esposa
hubiera sido un desastre.
—Está bien. Como que un poco sí soy… —el vómito goteante llegó
a mi ombligo—, un desastre.
Ella se rio, y de alguna manera dudé que esta mujer hubiera sido
un desastre un día en su vida. No seas una bruja celosa.
—Debería haberlo sabido. Como si este hombre alguna vez fuera a
sentar cabeza. —Volvió a colocarse el bolso en el hombro—. Estaré en la
ciudad durante la próxima semana más o menos. Llámame si te aburres.
—Le dedicó a Knox una sonrisa—. Gracias por el aventón.
—Sí —respondió Knox, su voz adquiriendo ese tono nítido, directo
y desdeñoso que usaba cuando cortaba a alguien. Vaya. La mujer estaba
acabada en su mente, aunque ella no se diera cuenta. Lo había visto
rebanar a innumerables personas cuando sobrepasaban cualquier línea
imaginaria que había dibujado, y no pude evitar sentir lástima por ella.
Sería añadida a la lista de mujeres que no tenían ni idea de por qué
habían sido condenadas al ostracismo—. Te acompaño hasta la salida.
Los dos desaparecieron por el pasillo, y Avery me miró con sus ojos
muy abiertos. —Mierda, eso fue intenso. ¿Dónde está tu teléfono?
—¿Mi teléfono? —Parpadeé—. Eh. Creo que está arriba en la mesita
de noche.
—Em ha estado tratando de llamarte durante la última hora. Bash
llegó a casa hace una hora y le dijo que Knox también estaba en camino.
Venía a advertirte. —Se estremeció—. Lo siento, llegué demasiado tarde.
—No hay nada que lamentar. Gracias por el café. —Sacudí la
cabeza—. Si hubiera sabido que estaba de camino a casa, habría corrido
en la otra dirección.
—Lo sé. ¿Estás bien? —La preocupación llenó sus ojos—. Iba a
ofrecerme a ayudar esta mañana, pero si él quiere que la lleve... —Miró
hacia la puerta.
—Estaré bien —le aseguré, una parte de mí le gritaba que se
quedara para tener un amortiguador entre Knox y yo.
—Vale. Ponme al corriente más tarde o envía un mensaje de texto
si necesitas respaldo. —Saludó a los niños y salió corriendo detrás de
Knox y Melinda.
—¿Está todo bien? —susurró Liam.
—Sí, está bien, amigo. —Revolví su cabello con mi mano libre—.
Creo que acabamos de sorprender a Knox.
—Y a la señora. —Su nariz se arrugó.
—Sobre todo a la señora —concordé—. Pero estoy muy contenta de
que estés aquí.
Tragó saliva y su mirada se posó en el desorden del suelo. —Puedo
ayudar a limpiar.
Antes de que pudiera responder, Knox volvió a entrar, subiéndose
las mangas de su suéter gris hasta los codos, y revelando antebrazos
bronceados y musculosos.
¿Sus antebrazos? Cálmate.
Está bien, ¿pero esas caderas? ¿La forma en que sus vaqueros lo
abrazaban? Señor, ten piedad.
Liam retrocedió detrás de mí mientras Knox observaba el cereal
derramado, la cerámica rota, el café salpicado y el vómito de bebé por
todo el piso y suspiró antes de sacudir la cabeza.
—Me pregunto si me perdí la parte de mi vida en la que nos
casamos y tuvimos un par de hijos. Todo esto se siente muy La dimensión
desconocida.
—Como si incluso hubieras visto La dimensión desconocida —me
burlé, cambiando de pie mi peso cuando sentí que el vómito se secaba en
algunos lugares y se volvía helado en otros.
—¿Cómo podrías saberlo? Tal vez mis gustos han cambiado.
—Después de lo que acabo de ver, creo que es seguro decir que no
lo han hecho. —Me encogí ante su ceja arqueada—. Lo siento. Ha sido
una mañana larga. Noche. Todo. Ahora acabo de meterte en una pelea
con tu novia y destrocé tu cocina.
—No es mi novia. Seguro que escuchaste esa parte. Era más una
especie de amigos con beneficios que terminó hace semanas, pero cuando
escuchó que yo venía conduciendo a casa, me preguntó si podía traerla
para poder ver a su hermana. Ya estaba en camino cuando me escribiste
anoche. ¿Por qué no me entregas al Señor Vomitón y vas a darte una
ducha? —Caminó hacia adelante, flexionando las manos en el clásico
movimiento de “dame”.
Me quedé boquiabierta. —¿Vas a cuidar a los niños, incluido un
bebé, mientras me ducho? —Nunca había visto a Knox mirar en la
dirección de un bebé.
—Relájate. Dudo mucho que pueda mutilarlos accidentalmente en
la cantidad de tiempo que te llevaría enjuagar el vómito. —Me miró
fijamente, de pie a medio metro de distancia con los brazos extendidos.
—¿No te importaría? ¿No quieres saber qué está pasando primero?
—Por supuesto que sí, pero apestas. Así que, dámelo. Arreglaremos
todo esto una vez que no lleves su desayuno. No creo que el baño de
invitados esté abastecido, así que usa mi ducha, la primera puerta a la
derecha. —Asintió hacia las escaleras.
Tal vez esto sí era La dimensión desconocida. —Él muy bien podría
arruinar tu camiseta. Solo mírame.
Arqueó una ceja, luego metió la mano detrás de su cabeza y se
quitó el suéter y la camiseta con un movimiento suave y delicioso. El tipo
era todo líneas cortadas y superficies duras, rematado con una sonrisa
arrogante, que era exactamente donde mantuve mis ojos. Mirar más bajo
habría sacrificado mi cordura.
—Listo. Sin camiseta para arruinar. Entrégamelo.
Cuando alcanzó a James, lo dejé ir sin otra protesta. Sobre todo
porque me quedé sin palabras. ¿Knox sin camiseta? Yo era un charco de
una década de necesidad y anhelo idiota.
¿Knox sin camiseta con un bebé? Pum. Estoy bastante segura de
que estaba embarazada al instante.
—¿Qué pasa, hombrecito? —le preguntó a James, sosteniéndolo
con ambas manos como un jarrón rompible. James le dedicó una amplia
sonrisa y después Knox volvió su sonrisa hacia Liam, quien no se dejó
convencer tan fácilmente—. ¿Béisbol? ¿Star Wars? ¿Evil Dead? ¿Cuál es
tu veneno?
—A James le gusta Paw Patrol —respondió Liam, alejándose de mis
piernas y dándole a Knox una mirada muy crítica.
—Anda —me instó Knox—. Yo me encargo.
La promesa de una ducha era demasiado buena para dejarla pasar.
—Solo tardaré un par de minutos, lo prometo. Liam, este es Knox,
y es el mejor amigo de mi hermano. Lo conozco desde que era un bebé.
Confío en él, así que tú también puedes. ¿No tendrás problemas si voy a
limpiarme?
Volvió a mirar a Knox y asintió solemnemente.
Volví a alborotar su cabello y sonreí. —Vuelvo enseguida.
Corrí a la ducha. Puede que tuviera las manos ocupadas con dos
niños, pero si añadimos a Knox a la situación, me estaba metiendo en un
buen lío.
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.

Knox
No pude evitar reírme. ¿Qué otra cosa podía hacer cuando Harper
Anders salía corriendo de mi cocina, empapada de vómito, después de
encargarse de dos niños que definitivamente no me pertenecían?
Es el mejor amigo de mi hermano. Así es como Harper me había
presentado.
Maldita sea, odiaba cuando ella sentía la necesidad de recordarme
que era la hermana de Ryker. Sabía perfectamente quién era y por qué
no volvería a tocarla.
El bebé, milagrosamente limpio, me dio una sonrisa babosa. Qué
bebé tierno. James, así lo llamó el otro niño.
El chico mayor de enormes ojos marrones me miró y entrecerró la
mirada.
—Liam, ¿verdad? —Es hora de romper el hielo. Nunca había estado
rodeado de niños, pero no podían ser muy diferentes a los adultos,
¿verdad? Seres humanos pequeños. Solo había que hablar con ellos.
—Ese es mi hermano. James es mío. Un poco de la señorita Anders
también, pero todo mío. —Me miró con una buena dosis de escepticismo,
como si yo fuera a dejar caer al bebé que se retorcía.
Territorial. Vale, podría trabajar con un cachorro mini-alfa.
—Genial. Me cae bien. ¿Por qué no me enseñas lo que le gusta
hacer mientras Harper se ducha?
Inclinó la cabeza, juzgándome claramente. —¿Puedes prepararle
un biberón?
No tenía ni idea de qué hacer con un bebé y este niño lo sabía,
como si estuviera equipado con algún tipo de radar que le dijera que yo
era un completo novato.
—¿Me muestras? —pregunté—. ¿Y crees que deberíamos darle un
minuto para que no vomite eso también?
Suspiró y asintió una vez. —Veremos Paw Patrol... después de que
te pongas una camiseta. —Se puso de puntillas y recuperó mi suéter de
la encimera.
De acuerdo, entonces. —Está bien, pero me va a costar un segundo
hacer andar el televisor —dije, colocando mi ropa en el respaldo del sofá—
. Es nuevo. —Y mejorado respecto al modelo que tenía en California.
—Ya está encendida. La señorita Anders se ocupó de nosotros —
dijo, poniendo los ojos en blanco, pero me indicó el camino. Supongo que
me había aceptado a regañadientes en su manada.
—Entendido. Ahora necesito un lugar para acostarte —le dije a
James en tanto miraba mi sala de estar.
Los sofás eran un poco más pequeños de lo que había imaginado
cuando los pedí a la decoradora, pero cumplían su función. Las librerías
empotradas también quedaron muy bien. Por lo poco que había visto de
la casa, todo era exactamente como lo había mostrado nuestro recorrido
final por Facetime.
Pero, ¿hasta qué punto era seguro para un bebé? ¿A qué edad
empezaban a meter cosas en las tomas de corriente? ¿A qué velocidad
podían gatear?
—No vas a huir de mí, ¿verdad? —le pregunté al bebé. Harper me
mataría si le pasaba algo mientras se duchaba.
—Todavía no puede caminar. Su silla saltarina está ahí —me dijo
Liam, señalando algo que parecía un dispositivo de tortura para bebés.
—¿Y eso le gusta? —Ahora era mi turno de ser escéptico.
Liam me miró como si fuera posiblemente el adulto más estúpido
del planeta. Cuando se trataba de niños, podía estar de acuerdo con él.
—Claro. —Pasé las piernas regordetas de James por los agujeros,
e inmediatamente balbuceó y saltó, sacudiendo todo el armazón y los
juguetes sujetos a él—. No parece estable.
—Está bien. —Liam se interpuso entre James y yo.
—Y con esto listo, voy a limpiar nuestro pequeño desorden. ¿Estás
bien aquí?
Asintió con la cabeza y me fui a la cocina, poniéndome la camiseta
pero dejando el suéter en el sofá. Normalmente, cuando me encontraba
con este tipo de líos, había tenido una noche infernal para justificarlo.
Me agaché junto al armario bajo el fregadero y murmuré una maldición.
Sin toallas de papel. Ni artículos de limpieza. Nada.
Porque aún no me había mudado. Claro.
Los compradores de mi casa de California la habían adquirido
completamente amueblada, así que todos mis objetos personales estaban
en mi camioneta.
Diez minutos y algunos paños de cocina estropeados después, el
suelo estaba lo más limpio posible hasta que comprara una fregona. O
contratara a una empleada doméstica. Sí, eso era más probable.
¿Qué hacía Harper con dos niños? ¿Era niñera? Cuando me envió
un mensaje de texto anoche, supuse que solo necesitaba un lugar donde
dormir, y pensé que sería divertido sorprenderla esta mañana, ya que
estaba en camino. Diablos, tal vez una parte de mí había estado deseando
verla.
Y bien, tal vez por eso había insistido en que Melinda y yo nos
pusiéramos en camino muy temprano esta mañana... desde nuestras
habitaciones de hotel separadas. En el momento en que ella empezó a
insinuar el mes pasado que quería algo más serio, yo había retirado la
parte de beneficios de nuestra amistad, así que no estábamos juntos, ni
lo estuvimos nunca. Pero yo era lo suficientemente consciente como para
saber que solo había traído a Melinda (en lugar de llevarla directamente
a Crested Butte) para ayudar a construir un muro muy necesario entre
Harper y yo. Entonces ella perdió la cabeza y yo... delegué, dejándome a
solas con Harper.
Levanté a James de su silla saltarina y le di una rápida olfateada
en el trasero para asegurarme de que no había explotado también por el
otro lado. Gracias a Dios, seguía limpio. Ni siquiera sabía cómo cambiar
un pañal, ni dónde los tenía Harper. Liam se sentó en el sofá de dos
plazas, pero cuando ocupé el simple, acomodando al bebé bajo el brazo a
mi lado, Liam se desplazó, sentándose al otro lado de su hermano como
si no se pudiera confiar en mí con el Señor Vomitón. Luego le dio a James
una especie de juguete para masticar y se recostó de nuevo en los cojines,
mirándome de reojo en tanto me ponía el suéter. Era como si el niño
supiera que solo me lo había quitado para molestar a Harper, y no lo
aprobaba.
Supongo que no era territorial solo con su hermano.
Ponte en la fila, niño.
—Así que, ¿pasas la tarde con Harper? —le dije, preguntándome si
sabía qué demonios sucedía aquí, porque yo no tenía idea.
—Es mi maestra, pero nos trajo aquí anoche.
Bueno, eso sonó siniestro. —Vale —respondí, notando cómo se
tensaba—. ¿Ayer tuviste un mal día?
Aspiró una respiración estremecida y su labio tembló durante un
mínimo de segundos, haciéndome desear no haber preguntado. Fuera lo
que fuese, este chico no estaba bien.
—Mi mamá tuvo un accidente. Murió.
Mierda.
Me quedé paralizado un momento, sin saber qué podía decirle a ese
chico que no fuera demasiado o no fuera suficiente. Mamá se había
marchado cuando yo era unos años mayor que él, y eso me había dañado
hasta lo más hondo, pero no había muerto. Ese nivel de dolor no llegó
hasta que murió papá, y no había habido ninguna palabra que pudiera
haber ayudado entonces.
—Lo siento mucho. Debes estar muy dolido. —No sé cómo conseguí
que las palabras salieran con el nudo de mis propios recuerdos en mi
garganta. Me había sentido totalmente abandonado en aquel entonces.
Ni siquiera la abuela pudo llenar el vacío, y yo tenía dieciséis años. Este
niño tenía, ¿cuánto? ¿Cuatro, tal vez cinco?
Me miró con lágrimas en los ojos, frunció los labios y asintió. Luego
rodeó a James con el brazo, tirando de él desde mi brazo para llevarlo
contra su costado, incluso mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso
de la otra mano como si fueran una molestia.
Joder, se me rompió el corazón por este niño. Por los dos.
—No sé exactamente por lo que estás pasando. Nadie lo sabe, pero
mi padre murió —dije en voz baja—. Yo era mayor que tú, pero recuerdo
lo mucho que dolió. Te hace sentir un poco perdido.
Liam asintió de nuevo, con el labio inferior hinchado al tiempo que
parpadeaba para apartar las lágrimas. Joder, hasta a mí me empezaron
a llorar los ojos. Me obligué a contener esa mierda tragando con fuerza y
me aclaré la garganta.
—Es bueno que James te tenga a ti. Así no se sentirá tan perdido.
Apoyó su mejilla en la parte superior de la cabeza casi calva de su
hermano y se concentró en la caricatura. Se acabó la conversación.
¿Dónde diablos se hallaba su padre? ¿Quién era su padre? ¿Cómo
terminó Harper con ellos? ¿Dónde iban a terminar? Al menos yo había
tenido a la abuela cuando papá murió, pero parecía que estos dos niños
se encontraban solos.
Tres breves golpes sonaron en la puerta principal, interrumpiendo
el aluvión de preguntas en mi cabeza.
—¡Adelante! —grité, sabiendo que tenía que ser Bash. Le había
mandado un mensaje de texto al entrar, sin darme cuenta de lo que me
esperaba.
Oí la puerta abrirse y cerrarse.
—Esto no era exactamente lo que quería decir cuando dije “Vamos
a tener una sesión de planificación”. No pensé que fueras a venir en coche
ni nada parecido —dijo Bash al entrar en el gran salón. Una arruga se
formó entre sus ojos oscuros, su cabeza se inclinó hacia un lado cuando
me vio en el sofá con los dos chicos—. ¿Dónde diablos está Harper? ¿Ya
la has espantado?
Emerson entró a su lado y le golpeó el pecho con el dorso de la
mano, aunque se detuvo en seco.
—Sebastian Vargas, no digas palabrotas delante de los niños.
—Como si no hubieran escuchado ya cosas peores si están con
Knox —murmuró Bash, y yo me habría reído si Emerson no le hubiera
lanzado una mirada de “vete a la mierda”. Llevaban ocho meses juntos y
seis semanas comprometidos, pero era solo cuestión de tiempo que
hubiera bebitos Vargas corriendo por ahí. Supongo que van a tener el
pelo castaño oscuro, como sus padres, pero también van a heredar su
terquedad.
—No han oído nada peor. Me he portado muy bien y Harper está
limpiándose el vómito.
—Hola, Liam —dijo Emerson con una sonrisa a medida que se
sentaba a su lado—. ¿Te acuerdas de mí de anoche?
Asintió con la cabeza.
—¿Quieres ponerme al corriente? —le pregunté a Emerson—.
Porque no obtuve exactamente los detalles de Harper antes de enviarla a
la ducha. —En lo cual no estaba pensando. En absoluto. Ni siquiera en
lo más mínimo.
—Tal vez ya haya terminado. Dame al bebé y ve a averiguarlo —dijo
Emerson, moviendo los dedos con un brillo excitado en los ojos. Bash
estaba en problemas.
Le entregué al Señor Vomitón con la advertencia de sus actividades
matutinas, y balbuceó, sonriendo para Emerson. Maldita sea, ese chico
era lindo cuando no estaba vomitando su desayuno sobre las tetas de
Harper.
Ni siquiera pienses en esa palabra en combinación con Harper.
Sí, como si eso fuera a suceder. Gracias a Dios que Ryker no podía
leer los pensamientos, o habría muerto hace una década.
Le dije a Liam que podía confiar en Bash y en Emerson, antes de
subir corriendo las escaleras y llamar a la puerta de mi habitación.
Cuando ella no respondió, entré despacio, abriendo la puerta y gritando
su nombre. No hubo respuesta. Me asomé para asegurarme de que la
puerta del baño se hallaba cerrada antes de entrar del todo. La ducha
seguía oyéndose, así que me estiré en la cama de matrimonio a medida
que el cansancio del viaje se apoderaba de mí.
La decoradora había hecho un buen trabajo aquí. Los muebles eran
de madera oscura, casi negra, lo que resultaba agradable frente a las
paredes de color gris claro. Toda la habitación tenía una sensación muy
confortable, pero también masculina.
Es curioso que Harper haya sido la primera persona en pasar la
noche en esta casa.
También fue la primera persona en mi ducha.
Desnuda.
A unos diez metros de distancia.
Mierda. Ahora mi pene me estaba recordando los mismos hechos.
Como si necesitara su puta opinión.
Como si fuera una señal, la ducha se cortó.
—Oye, estoy aquí dentro —le advertí en voz alta—. Es que no quería
que salieras... desnuda o algo así. —Mentiroso.
—Gracias, prefiero evitarnos esa vergüenza a los dos —respondió
ella al otro lado de la puerta.
¿Vergüenza? No tenía nada por lo que avergonzarse.
Me froté las manos sobre los ojos. ¿Había estado en la misma casa
que ella durante cuánto, veinte minutos? Estaba cubierta de vómito y
con un bebé en la cadera, y yo seguía pensando que era la mujer más
hermosa que había visto.
Siempre quieres lo que no puedes tener.
Abrió la puerta del baño y salió vestida con unos vaqueros y una
camiseta azul de cuello en V, secándose con una toalla su larga melena
rubia. —Hola.
Le di una palmadita a la cama a mi lado como respuesta, pero ella
negó con la cabeza y se apoyó en el marco de la puerta. No le había dado
muchas razones para querer estar cerca en los últimos dos años, así que
no podía culparla por ello.
—En una escala del uno al diez, ¿qué tan molesto estás? —me
preguntó, agarrando la toalla con las manos.
—No estoy molesto. Confundido sí. ¿Por qué no me pones al
corriente de lo que pasa? —sugerí mientras me sentaba. La altitud ya se
me estaba subiendo a la cabeza. Necesitaba beber un poco de agua.
Suspiró y apoyó la cabeza en el marco de la puerta. —No sé por
dónde empezar.
—Eres la maestra de Liam —le indiqué.
—Sí —respondió con una suave sonrisa—. Es un buen chico y lo
ha pasado muy mal.
—Sí, me di cuenta de eso. ¿Su madre murió ayer? —Mi pecho se
apretó solo de pensar en sus lágrimas.
Asintió. —Son los hijos de Lisa Clark.
—Mierda. Nunca se recuperó de perder a Clint. ¿Drogas? —adiviné.
Lisa había sido la viuda más joven del incendio, y su caída había sido
profunda, dura e irrecuperable.
—Accidente de coche, pero parece que estaba bajo la influencia de
algo. Los Pendridge son la única familia de acogida en Legacy...
Palidecí. —Deben tener cien años. ¿Cómo van a cuidar al Señor
Vomitón?
—James —me corrigió con otra sonrisa, que me golpeó como una
bola en el estómago—. Se llama James, o Jamie, y sí, fue lo mismo que
le dije a Elliot ayer. Además, están de vacaciones durante la semana, así
que era ver como los enviaban separados a Gunnison, o acogerlos yo
durante esta semana.
—¿Solo esta semana? —Podría haberme derrumbado de alivio. Una
cosa era tener unos días de locura inducida por los niños, y otra muy
distinta que Harper asumiera ese tipo de responsabilidad de forma
permanente, sobre todo en mi casa, pero—: ¿Entonces qué? ¿Dónde está
su familia?
—Elliot espera que Nolan, su padre biológico, aparezca en el
funeral, o que algún otro miembro de la familia se presente. —Se abrazó
a sí misma y luché contra el impulso de añadir los míos a los suyos.
—¿Y dónde diablos ha estado todo este tiempo? —espeté. Se
suponía que los padres no se alejaban. Las mujeres, tal vez, lo sabía de
primera mano, pero nunca un padre. No cuando sus hijos necesitaban
protección.
—Se fue al principio del segundo embarazo de Lisa. No quería otro
hijo. Sinceramente, no estuvo muy presente cuando solo estaba Liam. —
Sacudió la cabeza—. Hace dos años que lo tengo en el preescolar y solo
he visto a Nolan una o dos veces.
—Mierda. —Dejé escapar un largo suspiro y me pasé las manos por
el cabello, entrelazando los dedos detrás de la nuca—. Nunca he querido
tener hijos, pero no podría imaginarme abandonarlos. —Ni siquiera era
suficientemente responsable como para tener un perro, y mucho menos
para tener hijos.
—Porque nunca los abandonarías —dijo suavemente y sus ojos se
humedecieron.
Se me apretó el pecho. Eso podría haber sido lo más bonito que
alguien me había dicho.
Se aclaró la garganta. —En fin, siento mucho lo de la casa. He
estado en la casa de Ryker un par de semanas mientras renovaban mi
apartamento. Una gran inundación.
—Sí, lo sabía. Ryker me lo dijo. Entonces, ¿me enviaste un mensaje
de texto? —Debió haber estado desesperada. Durante los últimos siete
años, nuestras comunicaciones se habían limitado a simples cortesías
cada vez que me encontraba en la ciudad. Si quería verla, me aseguraba
de que fuera “accidental”. Si quería llevarla a almorzar, ponía la idea en
la cabeza de Ryker para que lo sugiriera él.
Se estremeció. —Lo siento mucho. No se me ocurría ningún otro
sitio, y Emerson me sugirió este lugar porque se suponía que no ibas a
volver hasta dentro de un mes. Y siento lo de Melinda. Parecía... amable,
y veo por qué te gustaría. Y lamento mucho lo del vómito y el desorden...
—Para —interrumpí su balbuceo, poniéndome de pie pero sin
avanzar hacia ella. Intentaba por todos los medios mantener cinco pasos
entre nosotros en todo momento. Eso evitaba que ocurrieran cosas como
besos accidentales. O intencionales—. Harper, es solo una casa. Cuatro
paredes y un techo. Eres de la familia. En cuanto a Melinda, en realidad
solo éramos amigos. Vivíamos en la misma calle en Los Ángeles, y como
dije antes, ella pidió venir para visitar a su hermana. Lo diré de nuevo:
eres de la familia. La familia sobrepasa todo.
Su sonrisa tembló ligeramente. —Gracias. Limpiaré ese desorden y
nos iremos de aquí.
—Ya lo limpié. —Me crucé de brazos sobre el pecho—. ¿Y dónde
diablos vas a llevarlos?
—¿Limpiaste? Uh, gracias. —No paraba de escurrir la toalla—. Yo...
no sé dónde iremos. Se supone que Elliot va a estar aquí esta tarde para
hacer una comprobación rápida de que están en un hogar aprobado, y
no es como si tuviéramos comestibles o algo así, y ni siquiera es mi casa.
—Se pasó la mano por la cara y aspiró profundamente—. ¿Qué he hecho?
No tenía por qué traerlos, no así. Pero no quería que los separen, ni que
fuesen a parar a manos de desconocidos, no después de todo... sigo sin
quererlo. Y sé que técnicamente no son una familia de los hotshot, pero
Lisa era una de nosotros, y cuidamos de los nuestros. Eso incluye a Liam
y James. Ambos sabemos lo que es perder a un padre.
Había dicho “nosotros”. Los latidos de mi corazón tartamudearon.
Joder. No iba a echarla con dos niños pequeños y sin ningún sitio
al que ir. Sobre todo esos niños. Su madre era una viuda del Incendio de
Legacy, y su situación me afectaba demasiado para lavarme las manos.
Solo era una semana o algo parecido. Podía tener las manos quietas
durante todo ese tiempo. Además, Ryker no llegaría a casa hasta dentro
de una o dos semanas por lo que me había enviado en el último mensaje,
lo que reducía drásticamente esa complicación.
—¿Qué ibas a hacer antes de que llegara a casa? —pregunté.
Me miró a los ojos durante un instante antes de apartar la mirada.
—Iba a hacer la compra esta mañana y pedir ayuda a las chicas para
preparar todo lo demás para poder pasar el examen y que Elliot apruebe
la casa.
—Bien, entonces lo haremos. Conseguiremos la aprobación de la
casa. —Rompí mi propia regla de los cinco pasos, cruzando hacia ella y
apartando suavemente su mano de la cara. La toalla cayó al suelo.
—No es solo la casa, Knox, es el ambiente hogareño. —El pulso de
su muñeca saltó bajo mi pulgar.
—Vamos, no soy tan malo. No he traído el dispensador de cerveza,
ni a ninguna prostituta de Las Vegas...
—Todavía —murmuró.
Contuve mi risa antes de que se me escapara y la miré con
seriedad. —No estoy bromeando. Es una semana, ¿verdad?
—Más o menos —respondió en voz baja—. El funeral es el martes,
así que esperan que los chicos estén con la familia o sean ubicados para
el viernes.
La palabra “ubicados” no me gustó nada. Eran niños, pequeños e
indefensos, y lo último que necesitaban era que los trataran como
equipaje.
—Se van a quedar aquí. Todos ustedes. Hay muchas habitaciones,
y a los chicos les vendrá bien un poco de estabilidad después de lo de
ayer. No necesitan que los lleven de un lugar a otro.
—Knox, es muy amable de tu parte, pero eres del tipo de sábanas
de seda, sí, he mirado, y son niños desordenados, que vomitan y hacen
desastres.
—Uno, las sábanas de seda no son difíciles de lavar. Es una
cuestión de temperatura del agua. —Mis pulgares acariciaron la suave
piel de su muñeca interior—. Y dos, nada de peros. —La vi sopesar los
pros y los contras en su mente. Sus expresiones siempre habían sido tan
fáciles de leer—. Mira, Harper, la última vez que vi a mi madre fue cuando
yo tenía, ¿qué, diez años?
—Sí. —Ella lo sabría, había estado allí después, abrazándome con
sus bracitos y un corazón más grande que todo su cuerpo.
—Sí. Cuando papá murió, la abuela se encargó de criarme. A pesar
de lo horrible que fue esa época... para todos nosotros... la tenía a ella.
Si no la hubiera tenido, no tengo idea de dónde habría ido. Habría estado
tan perdido como esos dos niños.
—Te habríamos llevado con nosotros. —Levantó la vista hacia mí,
y aspiré un suspiro cuando sus ojos turquesa me golpearon lo suficiente
como para dejarme sin aliento.
Asentí con la cabeza una vez, incapaz de pronunciar palabras hasta
que me tragué la gigantesca bola de sentimientos cálidos no deseados
que ese comentario hizo aflorar. —Bien. Vale, te digo que esta es su casa
por ahora. Somos su familia durante esta semana.
Antes de que pudiera prepararme, se lanzó a mis brazos, rodeando
mi cuello con los suyos al tiempo que su cara se presionaba ligeramente
contra la mía. —Gracias, Knox.
Mis brazos se cerraron lentamente alrededor de ella y, sin poder
evitarlo, la abracé mientras sus pies colgaban del suelo. Olía a algún tipo
de champú afrutado, a días de verano y a hogar. Se sentía como todos
los sueños no expresados y las fantasías ignoradas. Maldita sea, había
olvidado lo bien que encajaba en mis brazos, la forma en que sostenerla
me hacía sentir poderoso y terriblemente vulnerable al mismo tiempo.
—¿Estás seguro? —preguntó contra mi garganta.
Froté mi barbilla por su pelo mojado, los mechones se enredaron
en mi barba. —Nunca he estado tan seguro de algo en mi vida. —Esos
niños no se iban a separar.
Nos quedamos allí durante un segundo, ambos asimilando lo que
acabábamos de decidir.
—¿Knox? —preguntó en voz baja.
—¿Harper? —Necesitaba bajarla. Necesitaba alejarme.
—No siempre eres un imbécil, ¿sabes?
Me reí. —Sí, bueno, pero no se lo digas a nadie.
—Me gusta esta versión de ti. —Sus brazos me rodearon con fuerza
el cuello y me estremecí.
Gustar era peligroso. Era todo lo que había evitado estos últimos
siete años cuando se trataba de Harper. Distante, insolente, arrogante.
Esas habían sido mis armas. Imagínense que ella me las quitó en la
primera media hora que vivimos bajo el mismo techo.
Mierda. Vivía con Harper Anders.
Habitaciones separadas. Camas separadas. Vidas separadas.
Una semana.
Sí... podría hacer esto. Claro.
Traducido por Auris & AnnyR’
Corregido por Pame .R.

Harper
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Knox, sosteniendo dos latas
diferentes de leche maternizada en medio del pasillo de cosas para bebés
del supermercado McGintys.
¿Realmente estaba haciendo compra de víveres con Knox Daniels?
Sí, y aparentemente iba a vivir con él durante la siguiente semana.
Las once de la mañana de un sábado significaba que la tienda se
hallaba razonablemente llena y, por lo tanto, estaríamos razonablemente
en el radar de chismes menos razonable de Legacy en más o menos una
hora. Especialmente porque ya habíamos visto a la señora Greevy en el
pasillo de frutas y verduras. Bien podríamos contratar una avioneta que
escriba en el cielo que estábamos jugando a la casita.
—No tengo idea, pero esta es la que toma —respondí, tomando la
de su mano derecha y entregándosela a Liam—. ¿Verdad? —James estiró
la mano para agarrarme la trenza de lado y lo cambié a la otra cadera,
manteniendo mi cabello fuera de su sorprendentemente fuerte agarre.
Liam le echó un vistazo como el catador más pequeño del mundo y
asintió. —También le gustan esos. —Señaló los bocadillos.
—De acuerdo —respondió Knox, lanzando uno de cada sabor en el
carrito que se iba llenando rápidamente.
—No va a comerse todos esos en una semana —dije, sofocando una
risa. Knox simplemente se encogió de hombros y echó uno más.
Pañales y toallitas fueron lo siguiente. Caminamos de arriba abajo
los pasillos, abasteciendo la casa, dejando que Liam escogiera lo que
quisiera, pero no seleccionaba nada sin preguntar. El pobre niño estaba
abrumado.
—¡Oh, mira lo que tienen! —Agarré una caja de dulces Buttlecap de
la góndola.
—¿Sigues comiendo esas cosas? —preguntó Knox.
—¿Azúcar procesada con sabor a gaseosa? ¿Qué más se puede
pedir? —dije, lanzando una caja al carrito, luego dirigí mi atención a
Liam—. ¿Qué quieres cenar hoy?
Se encogió de hombros. La comida definitivamente era un tema
sensible para él.
Knox se agachó hasta el nivel de sus ojos.
—Me gustan las hamburguesas. —Su tono no cayó en lo que llamo
“conversación infantil”. Habló como si Liam fuera un adulto, solo que más
pequeño—. Soy fanático de las grandes y gruesas con tocino y queso.
¿Qué dices si hacemos esas? Son hamburguesas muy masculinas. Solo
para los chicos más grandes.
El niño entrecerró los ojos ligeramente, pero asintió. —Y salsa de
tomate.
—Por supuesto. ¿Por qué no escoges una o dos cajas de cereales?
—Asintió hacia las cajas coloridas antes le levantarse—. ¿Qué más
necesita el Señor Vomitón aparte de toallas de papel para limpiar? —me
preguntó.
Puse los ojos en blanco ante el apodo y repasé mi lista mental.
—Creo que tenemos todo… —Se me hundió el estómago cuando un
rostro familiar apareció por la esquina.
—¿Qué pasa? —preguntó, acercándose más y girándose un poco,
escudándome de la vista.
—Es mi ex —respondí en voz baja, mirando por encima de su
hombro—. No tuvimos una separación exactamente amistosa.
Miró discretamente y bufó. —Ah, sí. Richard “El Imbécil” Stone.
¿Qué mier… —su mirada se dirigió a Liam— miércoles pensabas? Es once
años mayor que tú.
—Con quien salga yo no es de tu incumbencia. —Había estado
pensando que era lo opuesto a Knox y que valía la pena intentarlo, pero
no iba a decir eso—. No era un… imbécil —susurré—. Bueno, no hasta el
final, por lo menos. Entonces se volvió un poquito feo, pero… bueno, solo
fue otro episodio en la serie de Harper elige al tipo equivocado. —Me
encogí de hombros, sin molestarme en repetir las horribles cosas que
Richard dijo durante nuestra ruptura.
—¿Qué pasó? —Los ojos de Knox se pusieron fríos, enviando un
escalofrío por mi columna.
Ah, allí estaba, el chico que se había asegurado que ninguno de los
chicos en la Secundaria Legacy se me acercara a menos de tres metros.
Supongo que mi vida amorosa se hallaba a punto de sufrir otro golpe con
él de regreso en la ciudad. El problema con ser la hermanita de Ryker era
que venía con Bash, Ryker y Knox en bloque y a la carga para volverse
locos con alguien que me lastimara. Fue como crecer con códigos de
lanzamiento nuclear, con el poder venía la responsabilidad de no usarlos.
Arqueé una ceja hacia Knox. —Nada por lo que tengas que ponerte
loco. Él quería casarse y yo no. —Besé la cima de la cabeza de James e
inhalé el aroma que solo los bebés parecían poseer. Leí en alguna parte
que era como una droga para las mujeres, el aroma a bebés. Cierto.
—¿Y se terminó simplemente así? —Inclinó la cabeza.
Tragué saliva y me aseguré de que Liam estuviera ocupado
eligiendo el cereal. Richard se acercaba. —Rompí con él porque estuvimos
juntos por un año, y sabía que no era para mí. Papá siempre decía que
no te casas con la persona con quien puedes vivir, te casas con la persona
sin la que no puedes vivir. Y definitivamente podía vivir sin Richard. —
Porque siempre has sido solo tú, y es muy difícil estar a tu altura. Estuve
a punto de golpearme a mí misma por ese pensamiento—. Fui amable
sobre eso y él… no. Luego se puso un poco rencoroso y básicamente hizo
de todo para impedir la construcción del nuevo preescolar hasta que Greg
intervino desde el departamento de planeación de la ciudad y lo impulso
como zonificación.
La mandíbula de Knox se flexionó. Conocía esa cara. Era la cara
que hizo que Vic no me tocara la noche del baile de graduación.
—Lo que sea que estés pensando, no lo hagas —susurré en cuanto
Richard nos vio—. Ha pasado un año y mi escuela está abierta. No hay
problemas. Olvídalo. Dios sabe que yo lo he hecho.
—Harper, me pareció verte allí —dijo Richard, llevando su cesta.
Su cabello castaño se encontraba perfectamente peinado de lado, sus
dientes de un blanco nada natural, vestido de pies a cabeza como para ir
a la Patagonia, lo cual casi me hace resoplar, porque sabía que su idea
de hacer algo al aire libre era caminar de la corte a su auto.
Knox se tensó y sus manos se curvaron en puños.
Ignoré el hoyo en mi estómago y puse una sonrisa falsa en mi
rostro. —Bueno, solo hay un supermercado en la ciudad, así que las
posibilidades de que sucediera eventualmente son bastante altas, ¿no?
Miró a James y parpadeó confundido. —Cierto —dijo suavemente,
su mirada se movió hacia Knox—. Ah, señor Daniels. Veo que se ha unido
a nuestros nuevos bomberos forestales. —Hizo una pausa, esperando que
Knox llenara los agujeros del rompecabezas que tenía delante.
¿Nuestros? Difícilmente. Richard se había opuesto rotundamente a
la reintegración del equipo. Argumentó por horas que la ciudad no podía
permitirse la mala prensa si algo volvía a pasar.
—Sí. Estoy en casa —respondió el hombre a mi lado, envolviendo
su brazo alrededor de mi hombro. Cabía perfectamente bajo su brazo,
como siempre, y tal vez era solo para dar un espectáculo, pero eso no
evitó que mis terminaciones nerviosas cobraran vida, ni que Richard
mirara fijamente—. Oí que ahora eres juez.
—Lo soy. Fui elegido en noviembre. —Su pecho se infló como una
maldita ave.
—Eres bastante joven para ese tipo de trabajo —comentó Knox—.
Bien por ti.
—Voy a cumplir treinta y siete el próximo mes. Me halaga que los
ciudadanos de Legacy creyeran conveniente confiar en mi juicio. —Su
sonrisa era practicada, pulida.
—¿Vas a lanzarte para alcalde pronto? —preguntó Knox con un
velo tan delgado de sarcasmo que solo yo lo detecté. Frotó mi brazo con
círculos distraídos y casi ronroneé y me incliné más cerca. ¿También
sentía eso? ¿La electricidad que parecía pasar de sus dedos a mi piel y
luego por mis venas? No podía, o se hubiera detenido, estaba segura.
Nunca me tocaba, no si podía evitarlo. No desde… bueno, desde la
graduación, pero eso definitivamente no se encontraba en discusión. Ni
siquiera estaba segura de que lo recordara, para ser sincera. Él y Ryder
se hallaban muy borrachos cuando llegué a casa tarde esa noche.
—No lo he pensado mucho —contestó Richard con su sonrisa de
político—. Pero me gusta mantener mis opciones abiertas.
Había estado salivando por el puesto del alcalde Davis por años.
—Bueno, supongo que los dejaré a ustedes tres —miró a James de
nuevo— volver a sus compras.
—¡Los tengo! —dijo Liam, dejando dos cajas de cereales en el carrito
de compras.
Los ojos de Richard volaron a los míos. —¿Esos son los niños
Clark?
—Los vamos a cuidar esta semana hasta que su familia pueda ser
localizada. —Sostuve a James un poquito más fuerte y no me estremecí
cuando decidió jalarme la trenza.
—Eh —dijo, levantando ligeramente las cejas—. Creía que no te
interesaba tener una familia, Harper. Nunca te imaginé como madre de
acogida.
Liam tomó mi mano libre y yo le sonreí tranquilizadoramente.
—Yo tampoco —respondí—. Pero estamos descubriendo las cosas.
¿Cierto, Liam?
—Cierto —respondió en voz baja.
—Harper siempre acepta los desafíos —dijo Knox protectoramente.
No pinches al oso, le rogué mentalmente. Richard podría ser un
gran dolor en el trasero para nosotros si quería serlo.
—¿Oh? —Richard alzó esa ceja de nuevo, y la urgencia de borrarle
de un golpe esa mirada de suficiencia de la cara me atravesó el cerebro—
. Lamento decir que esa nunca fue mi experiencia mientras estuvimos
juntos.
—Tal vez no hubo mucho por lo que valiera la pena luchar —lanzó
Knox con un encogimiento de hombros y una sonrisa que era pura
malicia y sexy como el pecado. Estiró los brazos por James, y el bebé fue
de buena gana, pasando las manos por la barba en la barbilla de Knox—
. Nos vemos luego, Richard, tenemos una nueva casa que abastecer. Una
revisión y todo eso.
Mientras nos alejábamos, mi cerebro sabía que ese espectáculo fue
todo para beneficio de Richard, que Knox no estaba realmente interesado
en mí, pero mi corazón se volvió empalagoso de todos modos.
Uff. Iba a doler muchísimo cuando Knox inevitablemente llevara a
la siguiente Melinda a casa.

***

—¡La cuna está armada! —gritó River desde la habitación de los


chicos. Liam le dio un ataque cuando sugerimos que tuviera su propia
habitación, así que dormirán juntos.
—¡La cama está hecha! —añadió Avery.
—Hay seguros anti niños en todos los gabinetes —aseguró Bash,
blandiendo un desarmador antes de volver a colocarlo en el bolso sobre
la encimera.
—La comida se encuentra guardada y organizada de acuerdo a los
horarios de comida. —Emerson cerró la puerta de la alacena.
—¿De qué nos olvidamos? —pregunté, poniendo los platos del
almuerzo en el lavavajillas.
—Pusimos detectores de humo en cada habitación, alarmas de
monóxido de carbono en cada piso y acabo de cerrar con candado el
jacuzzi —anunció Knox, entrando a la cocina—. Creo que tenemos todo,
Harper. Elliot sabrá que están seguros aquí. Incluso escondí los juguetes
sexuales bajo la cama.
—¿Puedes ponerte serio por una vez en tu vida? —Mi corazón
estaba saltando por todos lados con nervios e imágenes… bueno, eso no
ayudaba.
—Me tomo muy en serio mis juguetes. —Una comisura de su boca
se levantó en una sonrisa—. Relájate. Nos ocupamos de todo.
Asentí. —Bueno, y con diez minutos de… —el golpe en la puerta
me sobresaltó y casi dejé caer un plato— sobra.
—Nosotros abriremos —se ofreció Bash, llevando a Emerson hacia
la puerta principal y dejándome sola con Knox.
—Podemos con esto, Harper —me prometió—. Los chicos están
jugando en la sala de estar, el Señor Vomitón tiene ropa fresca después
de su último vómito y realmente creo que le gusta esa jaula gigante que
Bash le armó.
Puse el último plato en el lavavajillas y lo cerré. —Es un corralito,
Knox. No una jaula. Oh, Dios. Esa es Elliot. Está aquí. Dilo de nuevo.
—Octágono, corralito, lo que sea. No es una jaula —dijo con una
sonrisa que casi me detiene el corazón. Uff. Tenía que parar con eso.
—No, esa parte no.
La confusión arrugó su frente por un momento y luego se relajó,
tomando mi cara en sus manos. Casi olvidé las náuseas, la preocupación,
el desgarrador miedo a que Elliot diga que esto no iba a funcionar… todo
porque Knox tenía los ojos más hermosos que he visto. Eran piscinas
gigantes de cálido chocolate resaltados por motas color tofi y doradas.
—Podemos con esto.
—Está bien —susurré, creyéndole, saboreando el pequeño aliento
de alivio que sentí al no tener que hacer esto sola.
—Es Elliot —anunció Bash—. Emerson la llevó a la sala de estar.
Las manos de Knox cayeron como si lo hubiera quemado, y esa
pequeña flor de esperanza se marchitó un poco. Bien, mucho. Parpadeé.
¿En serio retrocedió cinco pasos?
—Harper, ¿hay algo más que necesites? —preguntó River desde el
pie de las escaleras, Avery justo detrás de él.
Miré hacia la gran sala. Elliot estaba hablando con Liam, junto con
la señora Dean, la única otra trabajadora social en la ciudad.
—No, creo que el resto depende de nosotros.
Emerson se acercó y me abrazó. —Todo va a ir genial. No te
estreses. Y realmente me debes detalles sobre cómo va a ser vivir con
Knox —terminó en un susurro.
Le apreté la espalda y la dejé ir. —Lo haré.
Después de desearnos suerte, Bash tomó la mano de Emerson y se
fueron, River y Avery los siguieron.
—Elliot, sabes que estos dos son geniales, ¿verdad? —le preguntó
River antes de llegar a la puerta principal.
Esbocé una sonrisa. River y su hermano, Bishop, también eran
bomberos hotshots, pero mientras que Bishop se había graduado justo
antes que Bash, Ryker y Knox, River y yo teníamos la misma edad y
fuimos amigos desde el jardín de infantes. Era más que agradable tenerlo
en casa.
—Fuera, River. —Ella lo echó, pareciendo mucho mayor que sus
veintisiete años, y él se fue.
—Aquí vamos —murmuró Knox cuando entramos en la gran sala.
Elliot se sentó frente a nosotros en el sofá de dos plazas con la
señora Dean. Tomamos el sofá al lado de donde James jugaba en el piso,
y Liam se arrodilló a su lado, fingiendo no prestar atención a lo que
pasaba.
—Hombre, siempre escuché que ustedes, los chicos hotshots, eran
una familia, pero no esperaba que ambos estuvieran aquí. Sinceramente,
no esperaba verte aquí, Knox. Pero me alegro de que lo estés.
—Yo también —respondió, inclinándose hacia adelante en su pose
seria—. Sabemos que esto no es ortodoxo, pero esperamos que dejes
pasar la locura solo para llevar a estos muchachos a su familia. Lo último
que cualquiera de nosotros quiere es que los separen o los pongan con
padres que no pueden seguirles el ritmo ni limpiar litros de vómito.
—¿Qué? —Su bolígrafo se congeló contra su portapapeles y arrugó
la frente.
—Los escupitajos. Se refiere a escupir. James no retiene mucho —
corregí.
—Ah, de acuerdo. Esto se va a poner un poco intrusivo. Tus
antecedentes están revisados, Harper, así que al menos eso es fácil, pero
Knox…
—Los míos también —le aseguró—. Todo está archivado en la sede
del club.
—Oh. —Sonrió con sorpresa—. Esas son buenas noticias. Lo hace
mucho más fácil. Como dije, no esperaba que regresaras ya, y tendré que
hacerte algunas preguntas bastante extensas.
—¿Se sienten cómodos con eso? —preguntó la señora Dean, como
si nos estuviera ofreciendo té. Con ciertos destellos de plata en su cabello
castaño, pero aparte de eso, se veía como siempre la había recordado.
—No creo que haya nada sobre mi pasado que Harper no sepa, y
creo que me puse al día con el de ella un poco más temprano hoy. —Me
miró.
—Me parecen bien las preguntas. Incluso iré primero —respondí,
preparándome mentalmente para que expusieran cada momento de mi
vida frente a este hombre.
Esta fue una gran idea. Impresionante.
Elliot asintió una vez, luego se puso las gafas, ajustó el agarre de
su portapapeles y se lanzó a sus preguntas, escribiendo notas sobre mis
respuestas a medida que avanzábamos.
Piedad, no había estado bromeando cuando dijo que las preguntas
eran intrusivas.
Me preguntó sobre mi infancia, sobre el impacto de perder a papá
en el incendio, sobre cómo me habían disciplinado. ¿Cuáles eran mis
puntos de vista sobre la adopción? ¿Cómo me sentía acerca de acoger a
un estudiante? ¿Y si esto fuera más de una semana?
Esa última pregunta me detuvo en seco.
—Entonces lo manejaremos como hacemos con todo lo demás en
esta ciudad. Un paso a la vez.
Ambas asintieron. Knox se recostó en los cojines, cruzando un
tobillo hasta la rodilla en una pose engañosamente relajada. Lo que las
trabajadoras sociales no vieron fue como sus dedos tamborileaban con
rapidez contra sus vaqueros.
Esto tenía que ser una tortura para él. Apenas dejaba entrar a
Ryker y Bash, y mucho menos a mí o a extraños. Le preguntaron sobre
los arrestos en su historial. No era como si toda la ciudad no hubiera
tenido un asiento de primera fila en la juventud de Knox, pero todo lo que
había hecho cuando era adolescente (desde carreras de resistencia por la
calle principal hasta poner el coche patrulla del Sheriff Peterson dentro
del gimnasio de la escuela secundaria) hace tiempo que fue borrado de
su registro.
Knox podría seguir siendo un imbécil en lo que respecta a la puerta
giratoria que era su dormitorio, pero se había mantenido alejado de las
esposas desde que cumplió los dieciocho.
—¿El dinero no es un problema entre ustedes dos? —preguntó la
señora Dean, tomando notas.
Knox resopló. —Gané lo suficiente invirtiendo en la empresa de
tecnología de Sebastian Vargas que solo combato el fuego por el amor a
ello. No tengo ninguna deuda. La casa está pagada. La camioneta está
pagada. Soy un miembro completamente comprometido de Legacy, SRL,
lo que significa que también soy financieramente responsable del éxito o
la pérdida en el nuevo equipo de hotshots.
Mis cejas subieron. Sabía que Bash había hecho una fortuna para
los tres cuando entraron todos juntos en sus aplicaciones, pero maldita
sea.
—Está bien, entonces sabemos que tu padre murió en el incendio
de Legacy, y Agnes, tu abuela, te crio —comentó Elliot—. ¿Tienes otros
parientes vivos? ¿Tu madre?
El hombre a mi lado se tensó, sus dedos se clavaron en el sofá.
Me estiré a través del pequeño espacio que nos separaba y puse mi
mano sobre la suya, apretando ligeramente.
Me dio una sonrisa tensa y con los labios cerrados que sabía que
significaba “gracias” y se relajó un poco. Luego se volvió hacia nuestras
inquisidoras. —Solo somos la abuela y yo. Lo último que vi de mi madre
fue en el momento que se alejaba cuando yo tenía diez años. No ha estado
en la imagen desde entonces, y nunca lo estará de nuevo.
La señora Dean asintió, probablemente recordando cuándo sucedió
eso. —¿Y cómo sientes que eso te ha afectado como adulto?
—Diría que no lo ha hecho, pero supe que era mentira en cuanto
encontré a Harper en mi casa con los niños.
Contuve la respiración.
—¿Cómo es eso? —preguntó.
Estudié las líneas talladas de su rostro, la forma en que su
mandíbula se flexionaba una, dos veces, y su atención se dirigía hacia
donde jugaban los niños.
—Su partida me dio un sentido de determinación para probarme a
mí mismo y, a partir de hoy, para mantener a Liam y James juntos. Doy
gracias todos los días por haber tenido a la abuela para criarme después
del incendio. No voy a dejar que les pase nada a estos niños mientras
estén aquí. Ellos… —Respiró profundo y exhaló lentamente—. Bueno, en
cierto modo, Harper y yo hemos estado donde ellos están. Son como
nosotros.
Mi corazón dolía con una presión familiar. Los años no importaban.
Todavía me encontraba locamente enamorada de este hombre.
Terminaron esa línea de preguntas, y la señora Dean nos dirigió
una mirada de sin tonterías a los dos.
—¿Y cuál es exactamente la relación entre ustedes dos?
Me quedé helada.
—¿Qué le gustaría que fuera? —preguntó Knox.
La señora Dean frunció los labios.
—Obviamente no son compañeros de cuarto —intervino Elliot—.
Sobre todo porque todos sabemos que Harper ha estado en casa de Ryker
desde que su casa sufrió todos los daños por inundaciones durante el
deshielo de la primavera.
Malditos. Pueblos. Pequeños.
—Compañeros de cuarto no es una situación de vida aceptable para
nosotros —agregó la señora Dean, su atención se centró en Knox—. Es
muy inestable, y aunque hay elementos de esta ubicación de emergencia
para los que haremos excepciones, Harper no tiene un lugar de residencia
oficial, ya que ella es la principal madre adoptiva.
—Entonces, se ve mejor para el papeleo si estamos saliendo y ella
vive aquí —le preguntó Knox a Elliot.
Mi cabeza giró en su dirección y apreté su mano, pero él mantuvo
su atención completamente fija en Elliot.
Miró de la señora Dean a mí, y después a Knox. —Siempre hemos
permitido que los padres adoptivos vivan con sus parejas en el hogar,
siempre que se verifiquen sus antecedentes y aprueben un estudio del
hogar, pero, por supuesto, se prefieren las relaciones estables —finalizó
lentamente.
—Estupendo. Anota eso. —Entrelazó sus dedos con los míos—. ¿Te
parece bien, Harper?
Mi boca se abrió.
—¿En serio vas a decirnos que has estado saliendo con Harper a
larga distancia? —preguntó la señora Dean, mirando por encima del
borde de sus gafas.
—¿En serio va a decirme que no lo he estado? —desafió Knox—.
Adelante, pregúnteme cualquier cosa sobre Harper, y le garantizo que
puedo responder.
—¿Cómo…? —comenzó la señora Dean.
—Creo que tenemos suficiente —interrumpió Elliot, poniéndose de
pie—. Es solo una semana, Maggie.
La otra mujer nos miró a Knox y a mí, su mirada se posó en
nuestras manos y luego se suavizó al mirar a los niños.
—Solo una semana.
Knox y yo respiramos más tranquilos cuando nos dijeron que
estaban listas para recorrer la casa. Knox las acompañó mientras yo les
preparaba un refrigerio a los niños. Me temblaban las manos ante la
posibilidad de que nos rechazaran, pero me las arreglé para cortar el
plátano sin cortarme.
—Está bien —dijo Elliot una vez que terminaron, inclinándose
sobre la isla de la cocina mientras la señora Dean se dirigía a la sala con
Knox—. Esperamos recibir noticias de su padre la próxima semana, o de
cualquier familia que les quede. Hasta entonces, eres su madre adoptiva
oficial.
—¿Y Knox? —pregunté, luchando contra el impulso de contener la
respiración.
—Él es tu compañero… que te apoya mucho —contesté—. No están
casados, lo cual, por supuesto, siempre es el ideal de Maggie, pero ella
no se ha mantenido al día y tus arreglos de vivienda son aceptables para
nosotras. Es un período de tiempo muy corto por el que estarán aquí.
Todo mi cuerpo se hundió de alivio. Los chicos podían quedarse.
No se separarían. —Gracias, Eliot.
—No, gracias a ti. Hiciste algo muy bueno al dar un paso al frente
por ellos.
Ambas nos giramos cuando James soltó una risita y vimos a Knox
soplando en su cuello.
—Bueno, eso es un puñetazo en los ovarios —susurró Elliot, con la
mandíbula floja—. Nunca pensé que vería a Knox Daniels con un bebé.
No podía apartar los ojos de la forma cuidadosa en que el hombre
sostenía a James, o la manera en que fácilmente tomó a Liam en su otro
brazo, quien sorprendentemente lo dejó. Ambos se veían tan pequeños
contra el enorme cuerpo de Knox, tan delicados en comparación con la
fuerza del cuerpo de él. Si era tan bueno con ellos después de unas pocas
horas, ¿cómo sería una semana?
¿Cómo se vería con sus propios bebés?
—Él va a ser un padre increíble algún día —estuve de acuerdo, un
poco sin aliento. Podría jurar de arriba a abajo que nunca tendría hijos,
pero yo reconocía lo que era innato cuando lo veía.
—Bueno, ¿cómo tu amiga, y no como tu trabajadora social? Yo
haría cola para ayudarlo con eso, si fuera tú. —Me lanzó una mirada de
complicidad—. Ya has esperado bastante a que vuelva a casa.
¿Ponerse a la cola? Demonios, me habría parado de cabeza si eso
me consiguiera a Knox. Pero el hombre no era exactamente de los que
“consiguen”, y aunque fue un gran espectáculo, sabía que una vez que
terminara esta semana, volveríamos a las conversaciones de una sola
palabra cuando viniera con Ryker.
—Pero hazme un favor —susurró Elliot.
—¿Qué?
—Haz un buen espectáculo para Maggie esta semana, o nunca me
dejará en paz.
Traducido por Renatte
Corregido por Pame .R.

Knox
Levanté la barra, respirando a pesar del ardor en mi pecho en tanto
la bajaba de nuevo, solo para repetir el movimiento otra docena de veces.
La altitud todavía me pateaba el trasero. Probablemente pasaría un mes
completo antes de que volviera a estar en la cima.
Ya dejé parcialmente de prestarle atención a Bash, que me miraba,
porque si tenía que escuchar más detalles especiales que puso en la casa
para Emerson, iba a usar mi trapo para el sudor como una mordaza. No
es que no me alegrara que volvieran a estar juntos y comprometidos. Lo
único peor que escucharlos hablar sobre su relación ahora que vivían
juntos era ver cómo uno se marchitaba lentamente sin el otro. Gracias a
Dios que ella volvió con él.
Me sentía muy feliz por ellos. Todos pasamos por nuestra parte
justa del infierno en los últimos diez años, pero a ellos les había tocado
una parte especialmente brutal.
—¿Ya te ha hablado de la bañera? —preguntó River con sarcasmo
mientras se unía a nosotros en el gimnasio en la estación de bomberos—
. Sabes, a Emmy le gusta la de los chorros.
—Cállate —respondió Bash—. No soy tan malo.
—Sí —gruñí mientras levantaba la barra de nuevo—, lo eres. Pero
somos tus amigos, así que, nos abstendremos de tomarte por las pelotas
al respecto.
—Habla por ti mismo —dijo River, cruzando los brazos sobre el
pecho.
—Es solo porque no podemos. Están en el bolso de Emerson —
terminé.
Bash me lanzó una mirada furiosa y quitó las manos de la barra
cuando yo la bajaba. Inmediatamente cayó en mi pecho.
—Mierda —gruñí.
—Qué cruel, Bash. —River se rio, ayudándome a levantarla—. ¿Te
esfuerzas por ciento treinta kilos, Knox? ¿Estás fuera de forma?
—Difícilmente —respondí, sentándome en el banco—. Creo que me
estoy adaptando a la altitud. O simplemente estoy delirando por la falta
de sueño. James se despertó tres veces anoche. —Por segunda noche
consecutiva.
—Maldita sea. —Bash silbó.
—Sí —mencioné, frotándome los ojos—. Harper se hizo cargo de él
dos veces, y fue difícil lograr que me lo diera para que ella volviera a la
cama por tercera vez.
La mirada de mi amigo se estrechó sobre mí.
—A su propia cama, imbécil —aclaré.
—Solo me aseguro. No es que esté en contra de ustedes dos. —
Levantó las manos—. Simplemente me opongo a que suceda a espaldas
de Ryker. Sabes que va a enloquecer cuando se entere.
—Él nunca se va a enterar —respondí—. Todo esto terminará en
unos días. Me dijo que no estará aquí hasta dentro de una semana, si no
más. Juro que ese tipo es el adicto al fuego más grande que cualquiera
que conozcamos.
—Es verdad. —Su mandíbula se flexionó—. Pero el rumor que corre
por la ciudad es que ustedes dos están viviendo juntos, y sabes que eso
le llegará a él.
—Déjame adivinar. —Me pasé la mano por el cabello, mi estómago
se tensó—. ¿Maggie Dean?
—Se lo contó a tu abuela esta mañana en el restaurante. —River
recogió un juego de mancuernas—. Avery la escuchó, así que esperaría
esa llamada en cualquier momento.
—Mierda. —Distorsionarle un poco la realidad a la señora Dean era
una cosa. Mentirle rotundamente a la abuela era otra.
—Sí, buena suerte con esa llamada. —Bash hizo una mueca—. Los
tres en esta habitación podríamos saber la verdad…
—Siete, si cuentas a Avery, Emerson y Harper —agregó River.
—Ocho. —Me encogí de hombros—. Elliot lo sabe. Ella simplemente
lo dejará pasar.
—Bien —coincidió en tanto se dirigía a la prensa para pierna—.
Ocho personas pueden saber la verdad, pero buena suerte engañando al
resto de la ciudad mientras se lo ocultan a Ryker. Es posible que desees
llamarlo y avisarle.
—Sí, no gracias. Prefiero mantener mi pene intacto, y ambos
sabemos que volaría a casa solo para cortarlo. Le informaré una vez que
haya terminado. Él lo entenderá. —Tenía que entenderlo. Entonces, ¿por
qué no lo llamas? Porque si él no lo tomaba bien (y no lo haría), me vería
en la posición de decidir mantener mi amistad más antigua o a los niños
juntos hasta que los Pendridge regresaran a casa. Era mejor pedir perdón
que permiso, ¿no?
Además, no pasaba nada con Harper. Solo… vivíamos juntos.
Y el infierno es solo un sauna.
—Voy a ducharme para no apestar la sala de juntas —les dije a los
muchachos y salí. Elegí una de las duchas privadas y dejé correr el agua
tan caliente que casi me quemé la piel mientras estaba de pie de espaldas
al chorro. El extremo de la ducha era vidrio esmerilado hasta mi pecho.
Hermoso para la vista, pero probablemente impactante para cualquier
excursionista que se acercara demasiado con un par de binoculares.
El agua golpeaba mis músculos doloridos a medida que mis ojos
vagaban por la cordillera. Inicialmente pensé que Bash había perdido la
cabeza, queriendo reiniciar al equipo hotshot de nuestros padres y que
era un masoquista por querer abrir una cicatriz de una década. Pero
cuanto más dejaba que el pensamiento persistiera, más me di cuenta de
que era imposible reabrir una herida que nunca había sanado realmente,
no cuando seguía abierta, supurando. Tal vez, solo tal vez, ponerse ese
parche y poner en marcha al equipo ayudaría a que se curara, aunque
sea un poco.
Pero solo teníamos meses para conseguir la certificación, eso era
parte de las reglas que el consejo nos había impuesto, y parecía cada vez
más como si nos hubieran tendido una trampa para fallar. Era inaudito
certificar a un equipo completamente nuevo en esa cantidad de tiempo;
también era la razón por la que llegué a casa un mes antes de lo que el
resto del equipo debía reportarse. Con suerte, podríamos comenzar a
trabajar el primero de mayo.
Unos diez minutos más tarde, subí corriendo las escaleras del
complejo Legacy Hotshot. El piso inferior eran los dormitorios, los baños
y el gimnasio, todo preparado para la llegada del equipo en las próximas
dos semanas. El siguiente nivel albergaba la enorme cocina, el comedor,
la sala de reuniones y las oficinas del equipo. Bash no escatimó en gastos
cuando construyó el complejo masivo, y aunque asumió la mayor parte
del costo, Ryker y yo también aportamos dinero. Era en parte nuestra, y
había algo que decir al respecto.
—Gracias a Dios —dijo River cuando entré en la sala de juntas—.
Me hablaba del granito que Emerson puso en la cocina. Los dejo a los
tres. Voy a correr con Bishop. —Se despidió con la mano y se fue.
¿Tres?
—Ry, Knox acaba de entrar —mencionó Bash.
—Es bueno saber que estás vivo —resonó la voz de Ryker desde el
teléfono de Bash en la mesa de vidrio.
Mierda.
Bash levantó las cejas hacia mí.
Negué con la cabeza. —Es bueno escuchar tu voz, hermano. ¿Vas
a venir a casa pronto? —La culpa me carcomía, sentí el estómago
revuelto.
—Casi la tenemos contenida, así que probablemente a principios
de la próxima semana. —Sonaba cansado.
—Será bueno tenerte de vuelta —respondió Bash, su mirada se
encontró con la mía.
Maldición, odiaba que la presión en mi pecho se relajara un poco.
Harper se habría ido hacía mucho tiempo cuando llegara a casa.
Una parte de ti también odia eso.
—Ponnos al día —dije, reclinándome en la silla.
Bash señaló la pizarra que había sido estratégicamente alineada
con los nombres de todos los Legacy Hotshots en diferentes colores.
—Solo tenemos hasta el quince de junio para conseguir todos y
cada uno de esos nombres aquí y calificar. No estoy preocupado por los
veteranos, pero tenemos novatos para cumplir con la estipulación del
sesenta por ciento del consejo. Calificarlos como individuos es el primer
obstáculo.
—Tenemos a los Maldonado, y ya están calificados —dije. Bishop
era unos años mayor que nosotros y uno de los imbéciles más buenos
que he conocido. Se preocupaba por una persona en el mundo, y ese era
River, su hermano pequeño.
—Sí, son buenos —coincidió Ryker.
—¿Qué hay de Indie? —pregunté, viendo su nombre en azul.
—Va a llegar en un par de semanas. Le prometió a su equipo de
Montana que se quedaría el mayor tiempo posible. Lo mismo con Lawson.
Los miembros que no pertenecen a Legacy van a estar aquí la próxima
semana, así que prepárense para la afluencia. —Tocó la lista de nombres
a la derecha.
—¿Qué pasa con Braxton Rose? —Su nombre también se hallaba
en azul.
—Sigue en Chicago, pero promete que regresará antes de la fecha
límite. Sin embargo, no está certificado en áreas silvestres. Solo en la
estructura. Y está bastante enojado porque su hermana puso su nombre.
—Ella solo tiene dieciocho años, por supuesto que está enojado —
coincidió Ryker—. No lo culpes. No quiero que Harper esté cerca de los
bomberos, y mucho menos convertirse en uno. Tiene todo el derecho de
estar enojado.
Bash miró en mi dirección antes de levantar las cejas ante el
altavoz. —Sabes, Harpy tiene veintiséis años, Ry. Vas a tener que darle
un poco de libertad con su vida amorosa ahora que te mudas a tiempo
completo.
Donde el resto de nosotros nos habíamos mudado para unirnos a
otros equipos, Ryker solo había operado por temporadas, pasando el
resto de su año aquí en Legacy.
—Ella puede tener tanta libertad como quiera. Demonios, soporté
a Richard “El Imbécil” Stone durante un año. Puede que haya sido un
estúpido pretencioso, pero al menos sabía que no lo iban a llamar en
medio de la noche por un incendio y nunca regresaría. Mi hermana no va
a vivir como lo hizo mi mamá.
Y ahí estaba. Razón número tres mil millones y seis: yo nunca iba
a ser lo suficientemente bueno para Harper. Froté el puente de mi nariz.
—¿Qué pasa con Cohen? —preguntó Ryker.
Spencer Cohen era el único sobreviviente de los Legacy Hotshot, y
nunca se lo perdonó. En lugar de ser quemado vivo en un refugio de
despliegue, sacó a Bash de la montaña.
También aceptó a regañadientes ser el superintendente del equipo,
ya que ninguno de nosotros tenía la experiencia o el deseo, lo que nos
llevó al sesenta por ciento que exigía el consejo. Ese número mágico había
requerido que Emerson también se uniera, aunque solamente fuera como
nuestra gerente. No es que ella alguna vez fuera a ver una llama.
—La próxima semana —respondió Bash.
—Gran semana —señaló Ryker.
—Gran año. Tenemos una temporada para conseguir que este
equipo despegue y obtenga la certificación, o todo esto habrá sido en
vano. Tiré de todos los hilos de mi arsenal de favores, y parece que agosto
será nuestro mes para ser evaluados para la certificación. Si la cagamos,
estamos acabados.
Apostamos todo lo que teníamos en este nuevo equipo. Nuestro
dinero, nuestros antiguos trabajos, hogares y el legado de nuestros
padres. Si fallábamos, todo habría sido en vano.
—Supongo que será mejor que no la caguemos —dije cuando sonó
mi teléfono. Respondí con un movimiento de mi pulgar—. Hola, abu.
—Knox Daniels, tienes algunas explicaciones que dar.

***
Liam estaba callado cuando entramos a la casa al día siguiente,
con las mejillas llenas de lágrimas. Los rasgos sombríos de su rostro
parecían casi criminales en un niño tan pequeño. Ningún niño debería
tener que pasar por lo que acababa de pasar.
Sostuve la puerta del vestíbulo abierta para Harper, y ella me
agradeció suavemente en tanto pasaba con James en su cadera.
—¿Puedo quitarme esto? —preguntó el pequeño desde la cocina, y
entré para verlo tirando de su corbata.
Era negra, igual que su traje, y hacía juego con la que teníamos los
demás.
Harper se mordió el labio inferior y supe que estaba por llorar de
nuevo. Se contuvo la mayor parte del servicio, pero en el momento en que
Liam lloró, comprensiblemente se le unió. Jamie balbuceó y se frotó los
ojos con ambos puños. Era una bendición y una maldición que nunca
recordaría nada de esto.
—Seguro que sí. —Me arrodillé para estar a la altura de sus ojos—
. Hagamos un trato —le dije a Harper—. Tú te llevas a Señor Vomitón y
yo me llevaré a este jovencito. —No es que no me agradara Jamie. Era
lindo, pero después del tercer pañal que le puse al revés ayer, tomaría
descaradamente al niño que podía hablar.
Ella me dio una sonrisa triste. —Hecho.
—¿Puedo ayudar? —le pregunté a Liam.
Asintió.
Mientras Harper llevaba a James a la sala de estar, desanudé la
corbata de Liam y le desabotoné la chaqueta. —¿Eso está mejor?
Asintió, apartando la mirada. No lloró desde que dejamos el lugar
de la tumba, pero no sabía lo suficiente sobre niños para saber si eso era
algo bueno o malo. El no hablar de eso tenía que ser malo, ni siquiera yo
era tan ingenuo.
—¿Tienes hambre? —Eran las tres, pero después de vivir con los
niños durante cuatro días, todavía tenía que averiguar cuándo debían
comer. Parecía que, si ofrecíamos comida, no tenían apetito, y si no, se
morían de hambre.
Liam negó con la cabeza y jugueteó con su cinturón.
Si hubiera enterrado a mi único pariente conocido y no tuviera idea
de lo que me deparaba el futuro, tampoco me habría interesado hablar.
Demonios, no tenía ni idea de qué decirle al niño. Todo lo que tenía era
lo que deseaba que alguien me hubiera dicho ese día.
—Está bien, sabes —le dije, ayudándolo con la hebilla—. Si quieres
hablar, o no, está bien.
Sus tristes ojos marrones se encontraron con los míos, y un nudo
se me hizo en la garganta.
—Si quieres llorar o gritar, también está bien. Puedes sentirte como
quieras.
—¿Lloraste cuando tu papá murió? —preguntó en voz baja.
—Por supuesto. —Mi garganta funcionaba bien, pero el bulto no se
movió—. Pero mi papá murió con un grupo de sus amigos, así que había
un montón de cámaras y gente alrededor, y a veces… —Tragué saliva—.
A veces sentía que tenía que fingir que me sentía bien cuando no. Pero
no tienes que fingir, ¿de acuerdo? Puedes sentirte como quieras.
Asintió.
—¿Por qué no vas arriba y te quitas el traje? Creo que Harper puso
tu ropa nueva en el tocador. —Me puse de pie, y él tomó su corbata de
mi mano, luego se alejó con pasos pesados en las escaleras.
Tomé dos botellas de té helado del refrigerador para mí y Harper, y
las puse en la encimera. Era casi divertido lo rápido que me acostumbré
a tomar siempre dos de algo, cuidarla cuando podía. Después de hoy, sin
dudas deseaba que los tés fueran las versiones de Long Island, pero eso
podría esperar hasta que los niños estuvieran en la cama.
—Él no vino —dijo Harper detrás de mí.
—¿Quién? —Me giré hacia ella, desenroscando la tapa antes de
entregarle la botella de té. Solo habían estado aquí cuatro días y el sonido
de James saltando en la sala de estar parecía casi normal ahora.
—Gracias. —Tomó un sorbo y saltó sobre la encimera, con las
piernas y los pies descalzos bajo su vestido negro—. Nolan. Hablé con
Elliot justo después del servicio y me dijo que le dejó mensajes al número
que figura en el teléfono de Lisa.
—Tal vez no los recibió. —Tiré del nudo de mi corbata, aflojándola.
Esa era la única respuesta que podía encontrar aceptable para hacer
pasar a tus hijos por algo como esto sin acompañarlos. Por otra parte, el
tipo se había ido, lo que no me dio exactamente la impresión de que le
importaba un carajo.
—Su papá sí lo recibió. Vive en Reno. Supongo que ahí es donde
terminó Nolan, porque la segunda vez que Elliot llamó, el tipo dijo que se
lo había dicho.
—¿Y? —Mi agarre en la botella se hizo más fuerte.
—Y él no apareció. Y su padre no… —Miró hacia atrás, sin duda
asegurándose de que Liam no estuviera escuchando—. No le interesa ser
padre.
Me pasé la mano por la mandíbula, guardando mis pensamientos
maliciosos para mí. Lo último que Liam necesitaba era escucharme soltar
mierda sobre su familia.
—No entiendo a alguien que no querría a sus nietos o a sus hijos
—susurró. Sus ojos se abrieron de par en par y se llenaron de pesar—.
Oh, mierda. Knox. No pensé.
No le di importancia. —No te preocupes. No has dicho nada sobre
mi madre que no haya pensado en algún momento. Demonios, he dicho
cosas mucho peores y, además, tenía a la abuela.
—Nunca lo entendí en ese entonces tampoco. No puedo pensar en
una sola persona en el mundo que no te hubiera querido. —Jugó con su
botella en tanto sus mejillas se sonrojaban—. No sé qué decirle a Liam.
—No hay nada que podamos decir. Nada que vaya a arreglar esto
para ellos, al menos. No dejo de decirle lo que creo que necesité escuchar
en ese momento, y probablemente eso también esté mal.
Los pequeños pasos de Liam llegaron a la cocina, donde se paró
con un par de jeans y la camiseta nueva de Paw Patrol que compramos
ayer cuando fuimos por un traje.
—Tengo una pregunta —anunció con la mirada rebotando entre
Harper y yo.
—¿Qué pasa? —Me acerqué para pararme al lado de Harper. Hasta
aquí los cinco pasos de distancia.
—¿Qué va a pasar con nosotros? —preguntó. Sus ojos me dejaron
inmóvil, abiertos de par en par, inocentes y esperando una respuesta que
no tenía por qué dar. Las palabras me fallaron.
—Esta noche, vamos a cenar, y luego te bañarás, te acostarás y
mañana iremos a la escuela después de dejar a James en lo de Cherry.
¿Cómo suena eso? —La mano de Harper agarró la tela de mi abrigo detrás
de mi espalda.
Gracias a Dios por Harper.
Él asintió lentamente. —Como algo normal.
—Como siempre, excepto que te despertarás aquí —le aseguró.
No preguntes qué viene después de eso, supliqué mentalmente.
Harper estaba tan tranquila con su tono de voz y en desacuerdo con el
agarre mortal que tenía en mi espalda. No supe que decirle.
Entonces, mantuve la boca cerrada.
—Está bien. —Liam nos miró a los dos y luego asintió despacio—.
¿Podemos ir a mi casa mañana? Realmente quiero mi manta especial. Sé
que ya estoy grande, pero la extraño.
—¿Qué tal si llamo a Elliot y veremos si podemos hacerlo? —le
preguntó Harper.
Volvió a asentir y se dirigió hacia donde saltaba James.
—Odio esto —susurró Harper, soltando mi abrigo al tiempo que se
bajaba de la encimera—. No sé qué les va a pasar. Ni siquiera sé si puedo
conseguirles sus cosas o decirles dónde despertarán la próxima semana.
—Sus hombros se hundieron.
—No es justo. —Sabiendo que cruzaba la línea una vez más, la
atraje hacia mí, acurrucándola contra mi costado. No me abrazó, pero
tampoco me apartó. Giró la cabeza y apoyó la mejilla contra mi pecho.
Traté de ignorar lo fácil que se sentía sostenerla, cómo mi corazón
parecía detenerse y luego galopar. Ella está fuera de los límites.
—Siento mucho haberte arrastrado a esto —murmuró.
Bajé la barbilla para apoyarla en la parte superior de su cabeza,
evitando donde tenía el cabello recogido en una especie de moño.
—Harper, no hay otro lugar en el que prefiera estar.
Se le cortó la respiración y ambos nos quedamos en silencio.
Antes de que pudiera preguntarme qué diablos hacía abrazando a
Harper, el momento estalló como la frágil burbuja que era. Su teléfono
sonó al mismo tiempo que James dejó escapar un bramido.
—Bebé —declaré.
—Teléfono —respondió ella, y nos separamos, cada uno tomando
su objetivo. James se hallaba en medio de un masaje de ojos con dos
puños cuando entré en la sala grande.
—Creo que está cansado —explicó Liam desde donde se encontraba
sentado en el suelo junto al bebé.
Mierda, él hizo eso antes y me lo perdí. —Creo que tienes razón. —
Un rápido vistazo a mi reloj me dijo que eran las tres y media. Al menos
James seguía el horario, si los últimos cuatro días eran una indicación.
Lo levanté de la silla saltarina y miró a su alrededor por un momento
antes de fijar su mirada en mí.
Liam se puso de pie, la ansiedad fruncía las líneas de su rostro.
—Hora de la siesta para este hombrecito —declaré—. ¿Y tú, Liam?
Sé que ya estás grande y las siestas no son geniales, pero ¿quizás querías
hacerle compañía a James?
—Sí. Buena idea. —Liam se tranquilizó con visible alivio. Si hubiera
perdido a todos excepto a mi hermano pequeño, también me gustaría
vigilarlo—. Pero solo para que no tenga miedo.
—Por supuesto —le dije con un asentimiento exagerado.
Tardé diez minutos y un pañal desperdiciado (aún tenía problemas
para calcular la fuerza con la que tiraba de las lengüetas de papel antes
de que se me rompieran), pero lo logré. No estaba mal para un tipo que
nunca había cambiado pañales antes de esta semana, y nunca lo volvería
a hacer.
—Sabes, no entiendo cómo esos pañales pueden contener todo lo
que hacen si parecen romperse. Desafía la lógica —le comenté a Harper
cuando la encontré mirando por la ventana—. ¿Harper?
Se dio la vuelta con el teléfono en la mano, sus ojos turquesa se
veían divididos entre la tristeza y el pánico total.
—Era Elliot. Los Pendridge regresaron temprano. Algo sobre volver
corriendo para adelantarse a una tormenta de nieve. Quieren venir a
conocer a los niños esta noche para que estén listos para mudarse
mañana.
Un segundo. ¿Qué?
Conmoción. Tristeza. Alivio. Preocupación. Terror absoluto. Cada
emoción me atravesó como un tren de carga, tan rápido que no pude
quedarme con una antes de que llegara la siguiente. Eso es bueno. Se
supone que es bueno.
Excepto que no lo era.
Y la mirada en el rostro de la mujer frente a mí decía lo mismo.
Se suponía que los niños estarían con la familia. Se suponía que
debían seguir una rutina. Se suponía que iban a ser nuestros por unos
días más. Este no era el plan. Por otra parte, nada en su vida iba según
lo planeado en este momento.
—Está bien —dije lentamente, probando la capacidad de mi boca
para formar palabras—. Entonces supongo que será mejor que nos
preparemos.

***

—Se pone un poco irritable por la noche y, a veces, después de


comer —aclaró Harper sobre el sonido de los llantos mientras caminaba
con James—. Estaba pensando que deberíamos preguntarle al pediatra
sobre cambiar la leche. Por supuesto, pueden hacer eso…
Los Pendridge se sentaron en el sofá frente a donde yo me senté
con Liam, mirando con una sonrisa en sus rostros a medida que Harper
se paseaba. Eran tal como los recordaba, tranquilos, amables y sacados
directamente de un programa de televisión de los años cincuenta.
También eran mayores.
—Por supuesto. Eso no debería ser un problema —respondió la
señora Pendridge, aplacando a Harper más que a James. Su tono era
nivelado, pero un destello de pánico le atravesó los ojos.
Su marido le tomó la mano y le pasó el pulgar por la piel.
—Entonces, Knox, ¿has terminado con California? —preguntó el
señor Pendridge.
—Sí, señor. Bueno, casi. Todavía tengo asuntos que terminar con
mi casa allá, pero me enviarán el papeleo inmediatamente.
Los ojos de Liam se movieron nerviosamente entre los adultos en
la habitación. Elliot se sentó en el brazo del sofá y trató de darle una
sonrisa tranquilizadora.
—No hay necesidad de decirme “señor”. Dime Ben —comentó el
hombre mayor, como si me estuviera dejando entrar al club de los chicos
grandes.
James continuó expresando su disgusto y Harper hizo círculos más
grandes, acunándolo contra su pecho.
—Lo conozco de toda la vida, señor Pendridge. No estoy seguro de
poder llamarlo “Ben”.
—Me parece bien. —Se rio.
—Lo siento mucho —se disculpó Harper—. Es un momento muy
difícil de la noche para él.
La señora Pendridge se puso de pie lentamente. —Disparates. No
necesitas disculparte por un bebé. ¿Por qué no me dejas sostenerlo?
El agarre de Harper se apretó ligeramente sobre James. Si no la
conociera tan bien, me lo habría perdido. Sus ojos volaron hacia los míos,
como si tuviera todas las respuestas. Alerta de spoiler: no las tenía. Me
encontraba tan perdido aquí que bien podríamos haber estado nadando
sobre la Fosa de las Marianas. Traté de darle una sonrisa tranquilizadora,
pero pudo haber salido más como una mueca.
Liam se inclinó hacia delante a medida que Harper trasladaba a
James a los brazos de la señora Pendridge. Puse mi brazo alrededor de
su hombro y lo acurruqué contra mi costado.
La señora Pendridge hizo los mismos movimientos que había hecho
Harper, moviendo a James en sus brazos con frecuencia. No era que la
culpara. El niño era pesado.
Harper pareció perdida por un segundo, luego cruzó los brazos
sobre el pecho como si estuviera tratando de contenerse.
—Entonces, ustedes tienen caballos, ¿verdad? —preguntó.
—Ya no. Vendimos el rancho el mes pasado. Esperábamos que uno
de los niños quisiera hacerse cargo, pero todos están felices donde están.
Reducimos el tamaño a algo mucho más manejable.
—¿Lo redujeron? —pregunté.
—Compramos uno de esos pequeños condominios que acaban de
construir en el lado este de la ciudad —mencionó con voz alta la señora
Pendridge sobre el lloriqueo más fuerte de James hasta el momento—.
Hay un parque al final de la cuadra —le dijo a Liam.
Él no respondió.
Un condominio: un departamento sin patio. No había espacio para
que Liam pudiera correr, o para que James aprendiera a caminar. Mi
pequeña y ordenada visión de los niños felices en el rancho Pendridge se
convirtió en humo, dejando atrás algo mucho más difícil de tragar.
Mientras ella se acercaba a mí en su rotación, James estiró la mano
con un chillido particularmente penetrante. Apreté todos los músculos
de mi cuerpo para evitar tomarlo.
Él se retorció para salir de su agarre, lanzándose al suelo.
Me puse de pie, atrapándolo por la parte de atrás de su pijama
justo antes de un impacto seguro con la mesa auxiliar. Gracias, carajo.
—¡Oh, por Dios! —La señora Pendridge jadeó cuando los adultos
corrieron hacia nosotros.
Los ojos de James se abrieron con sorpresa cuando lo acuné contra
mi pecho, y luego comenzó a llorar. Mierda, los pulmones del niño no
tenían paralelo.
—¡Lo dejaste caer! —acusó Liam en un grito, saltando del sofá para
pararse a mi lado.
No podía discutir con la evaluación de Liam, o su ira.
—Lo siento mucho, no esperaba… —Ella se tapó la boca.
—Está bien —dijo su esposo en voz baja, abrazándola.
—Él está bien, de verdad —la tranquilizó Harper al mismo tiempo
que me lanzaba una mirada para reafirmar lo que acababa de declarar.
James protestó cuando lo sostuve lo suficientemente lejos para
asegurarme de que no hubiera golpes o moretones, luego lo acerqué a mi
pecho y asentí hacia Harper.
—No podemos hacer esto. —El llanto de la señora Pendridge fue
ahogado por la camisa de su esposo.
—Betty…
—¡No! —Salió de sus brazos—. Sé que dijimos que estabábamos a
la altura del desafío, pero míranos, Ben. No tenemos por qué asumir algo
como esto.
Dejé de mecerme de un lado a otro con la mano paralizada en la
espalda de Jamie. ¿Qué demonios significaba eso?
—¿Por qué no salimos? —ofreció Elliot, acompañándolos fuera—.
Volveremos enseguida —lo mencionó por encima del hombro.
—¿Cómo pudieron? —gritó Liam con la cara roja. Me demoré un
segundo en darme cuenta de que nos gritaba a Harper y a mí.
—¿Qué pasa, amigo? —pregunté, esforzándome por escuchar con
el sonido de James alcanzando un nuevo nivel de decibelios en mi oído.
—¡Son viejos! ¡Y dejó caer a Jamie! ¡No pueden entregarnos a ellos!
—Le temblaba todo su cuerpo pequeño.
Harper se arrodilló frente a él. —Liam, no podemos opinar. Hay
reglas sobre los niños y con quién pueden vivir.
La fulminó con la mirada. —Nos dejaron quedarnos aquí.
—Eso es porque sabían que era temporal. Los Pendridge son los
únicos padres adoptivos que tenemos en Legacy. Nosotros —me señaló—
, no estamos calificados, no se nos permite tenerlos a largo plazo.
—¡No pasará mucho tiempo! Vendrá mi papá. ¡Nos querrá! —gritó
con la certeza de un niño.
Miré al techo a medida que parpadeaba furiosamente, tratando de
hacer retroceder el dolor insoportable en tanto el nudo en mi garganta se
hinchaba a proporciones dolorosas. James se quedó en silencio contra
mi pecho, apoyando su cabeza en mi hombro.
¡Ella volverá por mí! ¡Quizás te dejó, pero me quiere a mí! ¿Cuántas
veces le arrojé eso en la cara a papá en los primeros meses después de
que se fue? ¿Cuánto tiempo me llevó darme cuenta de que no era cierto?
—Liam, todo lo que quiero para ti es que seas feliz y amado. Lo
prometo —suplicó Harper para que lo entendiera mientras él se alejaba
de ella.
La puerta se abrió y Elliot volvió a entrar con la boca en una línea
recta y apretada. —Puede que tengamos un problema.
James estuvo a la altura de su apodo y vomitó encima de mí.
—Ah, bueno. Me preguntaba cuándo se pondría emocionante por
aquí —murmuré, acariciando la espalda del bebé.
Combatir incendios era insignificante comparado con esto.
Traducido por Jadasa & Gesi
Corregido por Umiangel

Knox
—Bueno, esta vez sí te metiste en un buen lío —dijo la abuela en
tanto deslizaba una taza de café sobre el mostrador de su cafetería, The
Chatterbox. Un elemento primordial de la calle principal, The Chatterbox
era un centro gastronómico, de amigos y chismes, tal como le gustaba a
la abuela.
Acomodó un mechón de cabello color rosa intenso detrás de su
oreja y saludó a una pareja por sus nombres cuando entraron.
—Pobre chica —murmuró mientras les saludaba brevemente con
la mano—, cree que están destinados a la pared. Mira, elegirá la mesa
más cercana.
Giré en mi taburete unos pocos grados y resoplé cuando hizo
exactamente lo que predijo la abuela. —¿Como lo supiste?
—Llevan juntos alrededor de un año, y lo trae al menos una vez a
la semana. Shea, a la mesa catorce parece que le falta un poco de café —
le susurró a la camarera más cercana a mí.
Cuanto más tiempo estuve fuera de Legacy, más difícil me era
reconocer a las personas. Sin embargo, ¿la pared? Eso no cambió nunca.
Claro, se agregaron nombres, pero el significado era el mismo. Recorría
toda la parte trasera del restaurante y prácticamente fue el precursor de
Facebook. Durante los últimos cuarenta años, las parejas tallaron sus
nombres en la madera, declarando su amor. Hace casi once años, parte
de ella fue destruida por el fuego, pero eso no impidió que mi abuela
reconstruyera con los restos que sobrevivieron. Era cursi y más que un
poco anticuado, pero cuando vi los nombres de Bash y Emerson grabados
juntos, incluso yo pude admitir que tenía su encanto. Bueno, hasta que
llegaba una esposa despechada con una navaja o, en el caso de Amity
Gunderson, una mini antorcha de verdad.
Nada decía que el estado de una relación cambió más que una ex
amante enojada con un pequeño soplete. Todavía podía ver las marcas
de quemaduras desde aquí.
—Ahora deja de evitar mi pregunta, Knox. —Arqueó una ceja hacia
mí.
—No hiciste una.
—¡Sabes a qué me refiero! ¿Qué vas a hacer con esos niños? ¿Y con
Harper? —Me miró como si tuviera once años otra vez.
—No hay nada que pueda hacer al respecto. Esos niños están bajo
el control del condado. No puedo tomar decisiones por ellos. Y en cuanto
a Harper… —Suspiré y tomé un largo sorbo de café, esperando que no
insistiera en el tema.
—¿Y qué? ¿No puedes luchar por ellos?
Por supuesto que no iba a dejar el tema. Ahora ella era la octava
persona en saber la verdad sobre Harper y yo, pero aún no me dio su
opinión al respecto.
—Abue, hay fuerzas más poderosas involucradas. —Fuerzas como
el condado... y Ryker—. Y, de todos modos, ambos sabemos que es solo
cuestión de tiempo antes de que haga algo para enojar a Harper. —Tenía
sobresaliente en eso. Estábamos en esta burbujita de tiempo en la que
trabajábamos juntos hacia el mismo objetivo. Demonios, habían pasado
cinco días desde que entré en mi conveniente familia, y todavía no nos
habíamos matado, ni siquiera peleado, lo cual era un milagro. Tal vez
porque los dos nos encontrábamos demasiado exhaustos como para
hacerlo.
Se inclinó y golpeó ligeramente un lado de mi cabeza. —Quizás eso
te devolverá un poco el sentido. Esa chica te ha mirado con admiración
desde que tenía ocho años, y déjame decirte que no podrías conseguir a
alguien mejor que Harper Anders.
Más de unas pocas cabezas se giraron hacia nosotros. Esto estaría
por toda la ciudad en la próxima hora. —¿Crees que no lo sé? —susurré
con la esperanza de que captara la indirecta—. Harper es... Harper.
—Oh, te refieres a que es hermosa, inteligente, amable, buena con
los niños, y…
—Y la hermana menor de Ryker.
La abuela inclinó su cabeza. —Me estás diciendo que eso es lo que
te impide…
La señora Paulson se inclinó lo suficientemente cerca para oler mi
café, y la abuela la miró fijamente. Tenía que ser una jodida broma. Por
eso me mudé a California. Los entrometidos, la falta de privacidad y la
necesidad del pueblo de intervenir en todo.
—Además, no soy exactamente del tipo que se casa —le dije. El
matrimonio significaba confianza y fe, y yo era condenadamente bueno a
la hora de alejar a las personas que se acercaban demasiado. Jamás me
pondría en la posición de ser destruido por una mujer como lo fue papá.
Sonó el timbre y entró el tema de nuestra conversación. Tenía el
cabello suelto, rizado justo debajo de sus senos en largas ondas rubias,
y se veía como una maestra de preescolar con un conjunto de falda azul
y un suéter blanco.
Deseaba desnudarla.
Impresionante, ahora “Sexy para ser maestra” se me quedaría en la
mente todo el maldito día.
Miró alrededor del restaurante hasta que sus ojos preocupados
encontraron los míos.
Me levanté de mi taburete y caminé hacia ella antes de que pudiera
decir una palabra. Había un pánico en sus ojos que solo había visto una
vez antes, el día que nos evacuaron por el incendio de Legacy Mountain.
—¿Harper? —Mis manos aterrizaron sobre sus hombros. Cinco
malditos pasos. ¿Es mucho pedir? Mi conciencia puso los ojos en blanco.
—Tenemos que llegar al juzgado. Elliot acaba de llamar. Están a
punto de decidir dónde ubicar a los niños. —Me miró con total confianza,
como si pudiera mejorar todo esto, como si fuera alguien digno de ese
tipo de fe.
No lo era, pero en ese segundo, quería serlo.
—No entiendo. Anoche nos dijo que los Pendridge no querían
acogerlos. ¿No se quedaron sin opciones? —Dejé caer mis manos antes
de hacer algo estúpido, como acercarla más.
—No sé…
—¿Hablan de los niños Clark? —preguntó la señora Paulson.
Miramos alrededor del restaurante y descubrimos que el noventa y
cinco por ciento de los ojos se hallaban puestos sobre nosotros.
—Sí —confirmó mi abue, caminando alrededor del mostrador.
—Escuché al juez Sanderbilt decir que iban a tener que separarlos
y enviarlos a Gunnison, o peor aún… fuera del condado. —La señora
Paulson negó con la cabeza—. Es una pena.
De acuerdo, en este momento, vivir en un pueblo pequeño era
bastante fenomenal desde la perspectiva de disponer de la información,
pero jodida nuestra falta de capacidad para cuidar a los niños.
Maldita sea, no podían separarlos.
—¡No pueden separarlos! ¡Liam no puede soportar eso! —Harper
expresó mis pensamientos, miró a nuestro alrededor, sin duda notando
que teníamos la atención de todos, luego tomó mi mano y se dirigió de
regreso a la cocina, arrastrándome detrás de ella.
—Estuve esperando veinte años para ver eso —murmuró la señora
Paulson—, paga.
Giré la cabeza hacia mi abuela, pero se encontraba demasiado
ocupada entregándole dinero en efectivo a la señora Paulson.
¿Es en serio?
La puerta de la cocina se abrió y seguí a Harper a la oficina trasera.
Encendí el interruptor de la luz cuando la puerta se cerró detrás
de nosotros.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, cruzando los brazos bajo sus
pechos y mirándome con las cejas arqueadas.
Esa era una de las razones por las que Harper siempre me intrigó.
Nunca se rendía ante nada. Excepto cuando te alejaste de ella la noche
del baile de graduación.
Me senté en el borde del escritorio de madera y me agarré del borde.
—¿Que te gustaría hacer?
Empezó a caminar de un lado para el otro, haciendo giros rápidos
y bruscos en el pequeño espacio. —Lo que quiero... no puedo decírtelo,
porque entonces te sentirás obligado a aceptarlo. Y dirás que no es así,
pero ambos sabemos que sí lo harás. Así es como siempre eres conmigo,
haciendo cosas que no quieres hacer para poder ser el chico bueno…
—No soy el chico bueno. —Cualquier cosa menos eso, y había un
restaurante entero afuera que podía atestiguarlo.
—Algo como ese besito del que no hablamos, aunque ni siquiera lo
recuerdas. Siempre te obligo a hacer cosas que no quieres, y este no
puede ser uno de esos momentos porque no es solo con nuestras vidas
con las que estamos jugando…
—Disculpa, ¿crees que no recuerdo ese beso? —¿El mismo maldito
beso que perseguía mis sueños con tanta frecuencia que podía recrearlo
ahora mismo sin perderme un solo detalle? ¿Qué diablos?
—Estabas muy borracho esa noche y, de todos modos, no hay
tiempo para debatir eso. —Me hizo un gesto—. Sé que no te gusto…
—¿No me gustas? —Mi voz se elevó. ¿Vivía en el mismo planeta?
—Y soy la molesta hermanita de Ryker, o tu hermanita, lo que sea.
—Levantó las manos, frustrada.
—Mi... ¡no te veo como una maldita hermana!
—¿Te callas y me dejas terminar? —Se dio la vuelta y puso sus
puños sobre las caderas como si fuera yo quien la insultó—. El punto es
que no puedo decirte lo que quiero. Tú tienes que decírmelo primero. De
lo contrario, pensaré que estás diciendo lo que quiero escuchar porque
eres el mejor amigo de mi hermano y te sientes obligado a ayudarme por
Ryker.
Si no fuera por esa punzada de miedo en sus ojos, o la bomba de
relojería en la que estábamos sentados, le habría mostrado exactamente
lo que quería. Encima de este maldito escritorio. Pero tenía razón, en este
momento esto no se trataba de nosotros.
Se trataba de los dos niños pequeños que dormían en mi casa.
Quienes dependían de nosotros para mantener su mundo tan rutinario
como podían, teniendo en cuenta que acababa de ponerse patas arriba.
—No pueden separarlos —dije en voz baja.
—Estoy de acuerdo. —Su voz bajó para igualar la mía.
Liam se derrumbaría por completo si lo separaban de James, y
nadie más conocía todas las pequeñas peculiaridades de Jamie. Si los
llevaban a Gunnison, o fuera del condado, estarían con desconocidos,
separados y a kilómetros de distancia de todos los que conocían. Pero sin
los Pendridge para criarlos...
—Vamos a quedarnos con ellos —le dije abruptamente antes de
pensar en lo que implicaba o el compromiso de tiempo, o cualquier cosa
que me asustara como el idiota egoísta que generalmente era—. Vamos a
luchar para quedarnos con ellos. Podemos hacer que funcione hasta que
descubran qué está pasando con su padre, o lo que sea. Si Elliot accedió
a que nos quedáramos con ellos una semana, no veo por qué no nos
dejarían hacerlo un poco más. No puedo vivir conmigo mismo sabiendo
que permitimos que los separaran y los enviaran con extraños.
Harper se hallaba en mis brazos antes que terminara de decir la
última palabra. Me concedí ese momento, pasando una mano por su pelo
y extendiendo la otra sobre su espalda en tanto la abrazaba con fuerza.
Al ver que este era mi segundo abrazo esta semana, tuve que asumir que
todo lo que tenía que hacer para conseguir algo de afecto de Harper era
ofrecerle los niños.
—Tenemos que irnos —dijo, rompiendo nuestro abrazo y yéndose
hacia la puerta.
Le gané, manteniéndola abierta para ella. Tres mujeres cayeron al
suelo cuando la puerta se abrió, y había al menos diez de los comensales
en la cocina, descansando contra los distintos mostradores, fingiendo
que no estuvieron escuchando.
Jodido. Pequeño. Pueblo.
—Está bien, ¿alguien podría decirme al menos a qué hora van a
examinar el caso? —le pregunté a la pequeña multitud.
—A la una de la tarde —gritó mi abuela—. Tienen diez minutos.
Vamos. Harper, ya llamé a la escuela y le dije a Summer Weston que te
tomarías el resto de la tarde.
—¡Gracias! —respondió Harper cuando nos abrimos paso entre la
multitud.
La abuela nos recibió en la puerta de la cocina. Se quitó el delantal
de Chatterbox, dejando al descubierto sus pantalones y su camiseta de
Tardis. —Vamos.
—¿También vienes? —Sentí una oleada de alivio. Mi abuela era una
fuerza con la que contar en el pueblo. Controlaba más información que
el alcalde.
—¡Todos iremos! —respondió la señora Paulson detrás de nosotros.
—¿De verdad? —le susurré a Harper.
—Van a necesitar todo el apoyo que puedan conseguir —agregó el
señor Madera, siguiéndonos—. No se han enfrentado al juez Sanderbilt.
—Oh, no. —Harper se detuvo tan repentinamente que tuve que
apoyar mis manos en sus brazos para evitar atropellarla.
La abuela respiró hondo y jugueteó con sus anillos de bodas que
colgaba de su collar. El abuelo llevaba muerto veinticuatro años, pero
jamás se los quitó.
—Por favor dime que no… —Apreté el puño.
—Se enfrentarán al juez Stone.

***

—¿Y están seguros de esto? —preguntó Elliot mientras estábamos


fuera de la sala del tribunal.
La pequeña multitud de espectadores se quedó atrás, dándonos un
poco de privacidad.
—Completamente —respondí—. Esos niños ya pasaron por un
infierno. Si podemos hacerlo un poco más fácil para ellos, entonces nos
apuntamos.
—Nos dejarás, ¿verdad? —preguntó Harper.
—¿Dejarlos qué? —preguntó la señora Dean cuando salía de la sala
del tribunal con una mujer de nuestra edad con cabello pelirrojo y un
traje de falda negro.
—Oh, bien, ambas están aquí. Maggie, Knox y Harper acordaron
acoger a los niños. No tendremos que enviarlos fuera del condado —le
dijo Elliot.
—¿De verdad? —Las cejas de la señora Dean se elevaron—. Quiero
decir, los cuidaron excelentemente durante estos últimos días, pero este
es un compromiso mucho mayor. Además, tendrán que pasar por el
entrenamiento…
—Lo entendemos. Solo queríamos saber si se nos permitía hacerlo
por más tiempo que la ubicación de emergencia —se apresuró a decir
Harper.
—¿Faith? —le preguntó Elliot a la otra mujer.
Levantó la vista de su reloj. —Tenemos exactamente tres minutos
—dijo con un pesado acento sueño—. Soy Faith Simmons y fui nombrada
tutora ad litem1 de los niños. Lo que significa que, mientras el señor
Baxter representará los mejores intereses del Departamento de Servicios
Sociales, yo representaré los de Liam y James.
Se aflojó levemente el nudo que se apoderó de mi pecho durante
los últimos minutos. Los niños tenían a alguien legalmente de su lado.
—Soy Knox Daniels y ella es Harper Anders. —Ambos extendimos
la mano y se la estrechamos—. Nos gustaría seguir criando a los niños
hasta que puedan encontrar a su padre. —No era para siempre. Solo
éramos un vendaje en una herida sangrante.
—¿Por cuánto tiempo? —cuestionó, su tono dulce en desacuerdo
con su evaluación cuidadosa.
—Todo el tiempo que sea necesario —respondió Harper—. Sabemos
que tratan de encontrar a Nolan y que la reunificación con la familia
biológica siempre es la prioridad. Solo queremos brindarles un lugar
seguro y estable en tanto los Servicios Sociales lo lleva a cabo. Soy la
maestra de preescolar de Liam, por lo que lo conozco increíblemente bien,
y he llegado a conocer a James durante los últimos días. Adoramos a los
niños y haremos lo que sea necesario para mantenerlos juntos. —Su
barbilla se elevó unos buenos centímetros al encontrarse con la mirada
de Faith.
Una leve sonrisa cruzó el rostro de la abogada, como si reconociera
a otra mujer que no retrocedería.
—De acuerdo, será mejor que entremos allí. Veamos qué sucede.
—La seguimos hasta las puertas dobles que conducían a la sala del
tribunal—. Por cierto, son una pareja súper linda. ¿Hace cuánto tiempo
que están juntos?
Oh, mierda.
—Nos conocemos de toda la vida —respondió rápidamente—. La
verdad, no puedo recordar un momento de mi vida en que no estuviera
persiguiendo a Knox.
—Bueno, ¡si no es eso lo más dulce! Gracias —me dijo cuando le
sostuve la puerta abierta para que las damas entraran primero—. Oh, y
apaguen los teléfonos. Este juez es muy estricto al respecto.
Todo el tiempo que sea necesario. Eso probablemente era, ¿qué?
¿Otro mes como mucho? ¿Qué tan difícil podría ser localizar a Nolan
Clark? Un mes era factible. Solo tenía que mantener mi mente y mis
manos lejos de Harper.

1Se designa un tutor ad litem si el tribunal determina que el litigante está incapacitado
de participar adecuadamente en un juicio ante un tribunal, en este caso por ser
menores.
Ryker iba a estar furioso.
La sala era una vista demasiado familiar. El pasillo la dividía en
dos, con largos bancos de madera y ventanales enormes que dejaban
pasar la luz natural. Ahora que tenía veintisiete, era hermoso. Quizás un
poco demasiado grandioso, demasiado al estilo de John Grisham para un
pueblo tan pequeño, pero definitivamente una obra de arte. Fue aterrador
a los dieciséis, cuando estacioné la patrulla del sheriff en el gimnasio. No
mucho mejor a los diecisiete, cuando robé las cabras del rancho de los
McPherson y las dejé pastar en la oficina del director Montoya. Era uno
de los únicos edificios que no se quemó hasta los cimientos.
Harper me tomó de la mano, enviando una sacudida de conciencia
por mi columna vertebral. Sus dedos temblaban casi imperceptiblemente
y los rodeé con los míos en tanto atravesábamos el pasillo alfombrado.
—Siéntense aquí. —Faith señaló la primera fila de asientos para
espectadores a la vez que traspasaba la puerta giratoria de madera que
albergaba cuatro mesas. Elliot se sentó en la mesa del frente, junto a la
señora Dean y Evan Baxter, quien se acercaba fácilmente a la jubilación.
—Muévete —ordenó la abuela, y lo hice.
Pasó a mi lado y se sentó a mi izquierda mientras que Harper lo
hizo a mi derecha. Apagué mi móvil y eché un vistazo a la habitación para
ver al menos treinta personas ocupando los otros bancos. Me tentó entrar
a Facebook para ver si alguien había creado un evento o algo así.
—Casa llena —murmuró River cuando se apretujó en el asiento
detrás del nuestro con Bash y Emerson.
La mano de Harper se apartó de la mía. —¡Emerson! —Se giró y la
abrazó—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Déjame ver si lo digo correctamente. —Levantó la vista al techo,
sumida en pensamientos—. La señora Paulson llamó a la señora Greevy,
quien luego llamó a River, quien llamó a Bash, quien me lo dijo. Avery
está en camino.
—Santa cadena telefónica. —Se echó hacia atrás—. Me alegro de
que estén todos aquí.
—Rápido. —Bash me entregó un trozo de tela. Una corbata.
—Gracias —dije rápidamente en tanto me la colocaba alrededor del
cuello y hacía el nudo más veloz de mi vida.
—Todos de pie, el Honorable Juez Stone —gritó el agente judicial.
Al parecer, Tommy Shreiner aún conservaba su puesto.
Nos quedamos de pie mientras Richard entraba, sin que su túnica
cubriera su ego. Subió al banco y nos dieron permiso para sentarnos.
Inspeccionó la sala y se inclinó hacia el micrófono. —¿Me estoy
perdiendo de algo? ¿Desde cuándo un asunto judicial de familia amerita
una mayor asistencia que las reuniones del ayuntamiento?
El señor Baxter se puso de pie y se subió las gafas por la nariz.
—Nuestras disculpas. El pueblo se enteró de que nos faltaban
padres de acogida para los menores, Liam y James Clark, y vinieron a
mostrar su apoyo e incluso ofrecerse como voluntarios para que los niños
no tengan que ser separados. Son los hijos de una viuda del incendio
Legacy, Su Señoría. —Terminó con un encogimiento de hombros en
disculpa.
También pudo derribar al mismísimo Dios al invocar el estado de
Lisa como viuda de Legacy. Siempre se hacían excepciones en la ciudad.
Punto.
Richard suspiró. —Pueden quedarse mientras se determine la
ubicación, pero cualquier otra cosa no es para difusión pública. —Sus
ojos recorrieron la habitación, fijándose en Harper, luego en mí. Apartó
la mirada con rapidez—. Señor Monroe, ¿está listo? —le preguntó al otro
abogado.
—Sí, Su Señoría. —El hombre de cuarenta y tantos se puso de pie
y se acomodó la corbata—. Representaré los intereses de Nolan Clark
hasta el momento en que pueda dar a conocer sus deseos.
—De acuerdo. ¿Señor Baxter?
—Señor, nuestras circunstancias han cambiado a partir de esta
mañana. Ya no necesitaremos enviar a los niños fuera de Legacy, ya que
unos cuidadores adoptivos adecuados se han ofrecido para asumir la
responsabilidad de los niños.
—Ya veo. —Ojeó un archivo en su banco—. ¿Y quiénes podrían ser?
—Harper Anders y Knox Daniels. —Elliot se irguió cuando la
señorita Dean se le unió.
—¿Y los encuentran aceptables? —Su tono indicó que ciertamente
él no.
Se me encogió el estómago. ¿Estaban todos mis errores a punto de
morderme el culo?
La mano se Harper se encontró con la mía y entrelazó nuestros
dedos, le di un apretón tranquilizador.
—Así es. Aprobaron la revisión del hogar y la casa es más que
apropiada. Ambos tienen un empleo adecuado que les permite cuidar de
los niños y están dispuestos a tomar las clases requeridas para ser
padres adoptivos certificados.
—¿Eso es correcto? —Movió su mirada gélida a Harper, y se me
erizó la piel al mismo tiempo que me recorría un calor por las venas.
Mantén el control. Perder los estribos nunca me sirvió en esta
habitación.
—Así es, Su Señoría. Estuvieron cuidando de los menores desde la
muerte de su madre, y sentimos que es lo mejor para ellos mantener su
rutina dentro de su comunidad.
—¿Y usted qué piensa, señorita Simmons?
Faith se puso de pie. —Su Señoría, no tengo objeciones a que los
niños permanezcan al cuidado de la señorita Anders y el señor Daniels.
Habiendo solo recibido el caso esta mañana, no he tenido tiempo para
entrevistar a los menores, pero, por ahora, quedarse en su comunidad,
con gente que los cuidan a diario, como lo hace la señorita Anders como
maestra de Liam, es lo mejor para ellos. —Se sentó, con la espalda recta,
y nos lanzó una sonrisa.
Exhalé con alivio.
—Bueno, no estoy seguro de que sea lo mejor para ellos —afirmó
Richard.
Se me congeló la sangre.
—¿Disculpe? —cuestionó el señor Baxter—. ¿No está de acuerdo?
—Así es. —Miró directamente a Harper, quien se quedó tiesa a mi
lado—. Como conozco bastante bien a la probable madre adoptiva, puedo
decir que nunca expresó interés en la maternidad, ni en ninguna forma
de compromiso a largo plazo. Si a esto le añadimos que la pareja no está
comprometida de ninguna manera el uno con el otro, no estoy seguro de
cómo podemos, con la conciencia tranquila, dejar a estos chicos ya
traumatizados a su inestable cuidado.
No mates al juez. Repetí la frase en mi cabeza hasta que pude
respirar a través de la ira candente que me inundaba los músculos con
adrenalina. Nadie conseguía atacar a Harper. Nunca.
Un murmullo recorrió la sala y la mano de Emerson se extendió
para apoyarla en su hombro.
—Con el debido respeto, Su Señoría —intervino el señor Baxter,
rompiendo el silencio dominante—, es responsabilidad de los Servicios
Sociales certificar la valía de los padres adoptivos, y nuestro equipo los
encuentra más que apropiados.
—¿En serio? —Arqueó una ceja con altanería—. Una pareja soltera
viviendo en un arreglo que más de la mitad de nuestra ciudad no
aprueba.
Me abalancé, solo para encontrar una mano en cada uno de mis
hombros manteniéndome en mi asiento. Bash y River.
¿Un arreglo? Por amor de Dios, lo hizo sonar como si estuviéramos
en medio de un amorío tórrido. E incluso si lo estuviéramos, no era de su
maldita incumbencia.
—Los encontramos aceptables —dijo con lentitud el señor Baxter,
pronunciando cada palabra.
—Como juez que preside el caso, no veo cómo sería mejor para los
niños mantenerlos en una situación incierta e inestable. No existe ningún
compromiso legal entre las partes en cuestión. Puede que eso no los
descalifique para ser padres adoptivos, pero ciertamente no los convierte
en los cuidadores adecuados para este caso.
Los dedos de la abuela juguetearon con el broche de su collar.
—Porque no están casados —clarificó Elliot.
—Porque no están vinculados entre sí de ninguna manera. Podrían
separarse mañana, lo que, dadas las circunstancias de las partes en
cuestión, es muy probable. Ese no es un ambiente estable para estos
menores.
Un metal frío aterrizó en la palma de mi mano y bajé la vista para
ver a la abuela cerrándome el puño. —Haz lo que sea necesario, Knox.
No dejes que separen a esos niños. —Su orden fue lo suficientemente
fuerte para que solo yo la oyera.
No necesitaba ver qué me había dado. Ya lo sabía.
—¿Knox? —Los ojos de Harper estaban muy abiertos con miedo y
furia que, por una vez, no estaba dirigida a mí.
—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar por ellos? —susurré.
La piel entre sus cejas se arrugó. —Hasta donde sea necesario. No
arruinará a estos niños solo porque está enfadado conmigo.
—Su Señoría, comprendo su preocupación, pero el estado de su
relación es privado —instó Evan.
Demonios, sí, lo era. Ciudad pequeña o no, estaba fuera de lugar.
Sabía cómo detenerlo.
Sabía cómo quedarnos con los chicos.
No sabía qué diría Harper.
Me latía el corazón con fuerza, la sangre rugía en mi cabeza en
cuanto abrí su mano.
—No soy el que insistió en que este caso fuera un evento de la
ciudad, abogado —continuó el juez Stone.
Deslicé el anillo en su sitio.
Antes de que pudiera mirar, o ser influenciado por su reacción, me
puse de pie.
—Su Señoría, si pudiera hablar, podemos resolver este problema
ahora mismo. —Su Idiotría.
Ni siquiera respondió, simplemente ladeó la cabeza y me miró con
desprecio como si estuviera por debajo de él.
Sonreí. Esta sería la única oportunidad que tendría de decirlo y,
maldición, me deleitaría. —Todavía no hemos difundido la noticia, pero
Harper y yo estamos comprometidos.
La sala estalló con murmullos de entusiasmo.
—¿Disculpa? —exclamó Richard, sus ojos más grandes que su
mazo.
Bajé la vista a ella, su atención se encontraba pegada al anillo de
compromiso de mi abuela. Me guardé la alianza y la cadena de la abuela
en el bolsillo del pantalón, esperando con el estómago anudado.
Lentamente, levantó sus ojos a los míos. Esa mirada atravesó las
mil capas de mentiras y armadura que acumulé desde la noche de su
graduación. Esos amplios y parpadeantes ojos y esos labios entreabiertos
hicieron que el momento fuera tan real como podría serlo… sin serlo.
—¿Qué dices, Harper Evelyn Anders? ¿Quieres ponerte de pie y
decir que te casarás conmigo? —susurré. El estómago me dio un vuelco
cuando me miró fijo durante un segundo más. ¿Así se sentía proponer
matrimonio de verdad? Un miedo caótico que me revolvía las tripas con
que fuera a decir que no envolvió sus garras espinosas en mi corazón y
lo apretó.
La confusión en su mirada se suavizó en tanto se paró, se inclinó
contra mi costado y levantó la mano, permitiendo que la luz brillara sobre
la antigua banda con incrustaciones de diamantes que albergaba un
solitario y perfecto quilate. —Me casaré con Knox Daniels —me dijo antes
de volver su sonrisa radiante hacia la sala.
—Como dije, estamos comprometidos.
Mierda, Ryker me va a matar.
Traducido por Julie
Corregido por Umiangel

Harper
Mierda.
Estaba comprometida con Knox Daniels.
El montaje de mi fantasía infantil cobrando vida. Excepto que no era
real. Fue solo por mantener a los chicos juntos.
No es real. Es solo por los chicos. Entonces, ¿por qué mi corazón se
sentía como si estuviera listo para brotarle alas y lanzarse a la puesta de
sol?
Los aplausos estallaron a nuestro alrededor, y Richard golpeó su
martillo como un niñito petulante. Esto es lo que sucede cuando los
candidatos se presentan sin oposición.
—¡Cálmense! ¡Esto es un asunto serio!
La sala se quedó en silencio cuando el juez Sanderbilt pasó por el
pasillo junto a nosotros. Sacudió la cabeza, abrió la puerta de madera y
se acercó al estrado. Richard se inclinó, su cabello castaño oscuro
contrastaba con el plateado ondulado que marcaba los años de
experiencia de Sanderbilt.
Esto podría ir en cualquier dirección. Sanderbilt era un buen juez,
amable, razonable y más que justo, pero Knox había estado en el lado del
acusado de su sala demasiado a menudo como para ser olvidado.
La mano de Knox se entrelazó con la mía, cálida y firme. Segura.
Se alejaba de todas las mujeres que conoció, con dos excepciones: la
mujer de pelo rosa de su izquierda y yo. Con nosotras, era sólido como
una roca.
Richard suspiró y se puso en pie. —Todo el mundo, a excepción del
abogado, los Servicios Sociales y los futuros padres de acogida, debe
marcharse. Ahora. Esta audiencia está cerrada al público.
Un gemido recorrió la sala, pero todos se levantaron y se dirigieron
a la salida.
—¿Qué demonios? —susurró Emerson con excitación mientras me
jalaba en un incómodo abrazo sobre el respaldo del banco.
—Solo para que podamos quedarnos con los chicos —le aseguré en
el mismo susurro, pero la abracé más fuerte—. No es real. No es real. —
Se lo dije una vez a ella y otra a mí misma.
Se apartó y tomó mi cara entre sus manos, viendo demasiado como
siempre. —Sonríe. Actúa como si fuera real, aunque sea para mantener
a esos chicos juntos.
—Puedo hacerlo. —Mi sonrisa se tambaleó.
—Vale, entonces borra la mirada de sorpresa de tu cara, y ya
sabes... actúa como si estuvieras enamorada del chico del que has estado
enamorada durante los últimos veinte años o algo así. Debería ser pan
comido.
Lancé una mirada hacia Knox para ver si la había oído, pero estaba
enfrascado en lo que parecía una discusión demasiado intensa con Bash.
—¿Y después? —Por Dios, ¿cuánto tiempo podríamos seguir así?
¿Hasta que mi madre planeara una boda? Le rompería el corazón.
—Nos ocuparemos de eso más tarde. Un paso a la vez. —Ella sonrió
mientras recogía mi mano, sonriendo al diamante—. Pero, guau.
—Sí —acepté—. Guau. —Todo el asunto era increíble. Antes de que
pudiera rogarle que se quedara conmigo por el bien de mi cordura, se
alejó con Bash y River.
Unos segundos más tarde, la sala se encontraba vacía, salvo
nosotros, los abogados, los Servicio Sociales, el juez Sanderbilt y Richard.
—¿Por qué no suben aquí, niños? —Sanderbilt hizo un gesto con
una sonrisa—. No hay necesidad de ser tan malditamente formal.
Dios mío, estaba a punto de mentir a un juez. Bueno, a dos, pero
no me importaba mucho lo que pensara Richard.
De la mano, atravesamos la puerta de madera hasta situarnos
entre las dos primeras mesas. Devolví la sonrisa del juez Sanderbilt,
decidida a no mirar a Richard.
—Richard, por el amor de Dios, bájate de tu pedestal y ven aquí. —
Sanderbilt se frotó la frente.
Un rápido vistazo me dijo que la grabadora del tribunal no estaba
grabando.
—Soy el juez que preside esta sala —espetó Richard.
El rostro del juez Sanderbilt abandonó toda pretensión de civismo.
—Bajarás aquí, o declinarás, como debiste haber hecho en el momento
en que te diste cuenta de que era tu ex quien solicitaba ser la madre
adoptiva de los niños. Esto es Legacy, hijo, no Los Ángeles, o dondequiera
que hayas aprendido a ejercer la abogacía.
—Chicago —murmuró Richard mientras bajaba del banco.
—Es lo mismo —dijo Sanderbilt con una mueca—. Ahora, no hay
necesidad de quedarse en la formalidad. Estamos aquí para determinar
dónde ubicar a los niños y que sea lo más beneficioso para ellos, no para
entrar en un concurso de meadas.
Parpadeé. ¿Siempre fue tan impresionante?
—No están realmente comprometidos —acusó Richard, cruzando
los brazos sobre su toga—. Si están dispuestos a mentir para quedarse
con los niños, eso no los hace para nada adecuados.
Knox se tensó a mi lado, lo que, según mi experiencia, significaba
que nada bueno iba a suceder. Pasé mi pulgar sobre el suyo, esperando
que recordara controlar su temperamento para nuestro desenlace.
—Le pregunté a Harper si se quedaría conmigo. Si se casaría
conmigo. Ella dijo que sí. No estoy seguro de ti, pero de donde yo vengo,
eso significa que estamos comprometidos. Así como lo dice la roca gigante
en su mano.
—Somos del mismo lugar —espetó Richard.
—Te mudaste aquí después de estudiar derecho, pero yo nací y me
crié en Legacy, y no ponemos en riesgo a los niños por venganzas. —El
agarre de Knox se tensó.
—No estarían en riesgo —argumentó Richard—. Estarían con unos
padres adoptivos certificados y capacitados, cosa que tú no eres. Puede
que no me agrades, Daniels, pero no trasladaría a esos niños si no tuviera
una buena razón. Conozco tu historia, tu comportamiento, y no dejaré
que alteres el futuro de esos niños cuando decidas echarlos porque te
has cansado de jugar a los papás, que es lo que harás.
—No sabes nada de mí —argumentó Knox.
Estaba en la punta de la lengua replicar en defensa de Knox, pero
Richard se dirigió a mí. Me encontré acurrucada contra Knox, desde la
cadera hasta el hombro.
—¿En serio estás comprometida con él? —preguntó, con un desafío
puro en sus ojos.
—Sí. —Moví el anillo. Tal vez tenía razón y Knox acabaría yéndose
como siempre, pero los chicos necesitaban que me arriesgara.
—Demuéstralo. —Su mirada se estrechó.
—Basta. —Sanderbilt se frotó la piel entre los ojos—. Stone, puede
que te hayan elegido, pero no estás ni mucho menos preparado para una
responsabilidad como esta si no puedes al menos fingir imparcialidad. Te
daré una oportunidad, y si la desperdicias, te voy a obligar a declinar. El
hecho de que la señorita Anders no quisiera comprometerse o tener hijos
anteriormente no significa que no tenga derecho a cambiar de opinión en
el futuro.
Solo porque no quería tener hijos contigo. Eso es lo que quería decir,
pero mantuve los labios apretados.
Richard se puso rojo como una cereza. Tendríamos una explosión
si no respiraba en los próximos diez segundos. No estaba segura de que
pudiera contener su propia presión... o su ego.
—Si no estuviéramos comprometidos de verdad, ¿por qué el título
de propiedad de mi casa estaría a su nombre? —preguntó Knox.
Mi cabeza se volteó hacia la suya con tanta fuerza que creí oír un
chasquido audible. ¿Tenía mi nombre en su qué?
Knox asintió mientras todos se quedaban boquiabiertos.
—Es cierto. Pide el título de propiedad. Ella estuvo en él desde el
momento en que compré el terreno como parte de mi planificación
patrimonial.
Relaja tu cara. No podía dejar que vieran mi sorpresa.
—Si lo hubiera sabido, el asunto de la acogida habría sido mucho
más sencillo desde el principio —murmuró Elliot.
—Lo siento —le dijo Knox—. Después de que el consejo municipal
aprobara el equipo de los hotshots, y de que me diera cuenta de que me
mudaría a casa, hice lo más responsable y me reuní con un abogado en
relación con mi testamento y mis propiedades en Legacy. Sí, Richard, soy
capaz de ser responsable.
—Soy el juez Stone mientras estamos en esta sala. —Richard movió
su peso, pero no parecía sereno.
¿Qué demonios haría falta para convencer a este tipo de que no
estábamos mintiendo cuando... bueno... sí mentíamos?
—¿Tu única preocupación es que no son estables como pareja? —
preguntó Sanderbilt.
—Sí —respondió Richard, evitándome una rápida mirada—. Toda
la vida de los niños Clark se ha visto alterada y, aunque estoy de acuerdo
en que dejarlos donde están disminuirá el trauma que padecen ahora,
miro a largo plazo. Podrían pasar meses hasta que localicemos a su padre
o encontremos un hogar preadoptivo adecuado. Aunque Harper y Knox
llevan cinco días viviendo juntos, no están casados y no han demostrado
ser estables. Prefiero desarraigar a los niños ahora que devastarlos dentro
de un mes cuando todo esto se desmorone. —Señaló entre Knox y yo.
Maldita sea, estaba siendo casi razonable. Incluso reflexivo. Apreté
la mano de Knox, y él sostuvo la mía con más fuerza.
—¿Qué hace falta para que aceptes que los chicos se queden aquí
en Legacy con ellos? —le preguntó Sanderbilt, perdiendo la molestia
anterior en su tono.
—Tendrían que ser una pareja estable y casada. No es que las
mujeres solteras no puedan acoger, y Harper, sé que eres físicamente
capaz. Pero estos chicos están en esta situación porque han perdido a su
madre, su única cuidadora. Necesitan la seguridad de que no volverá a
ocurrir mientras estén en este limbo. Necesitan dos padres adoptivos
estables.
El juez Sanderbilt miró a Knox y luego a mí. —Ustedes no tenían
una cita ni nada planeado, ¿verdad? ¿No les importa hacer un poco de
papeleo ahora para que los niños puedan quedarse con ustedes?
¿Una cita? Knox y yo nunca habíamos tenido una cita. No es que
lo supieran.
—Haremos el papeleo que quieran —respondió Knox.
El juez Sanderbilt se golpeó las manos. —Excelente. Problema
resuelto. ¡Midge! —llamó a la reportera del tribunal.
—¿Señor? —La pelirroja de mediana edad miró por encima de sus
gafas.
—Ve a buscar al secretario y al juez auxiliar al final del pasillo y
trae una licencia. Podemos ocuparnos de esto ya mismo.
Íbamos a obtener la licencia de acogida. El alivio me inundó las
venas y casi me pone de rodillas. Sinceramente, no me importaba lo que
hizo cambiar de opinión a Richard, siempre y cuando hubiese cambiado.
Knox me lanzó una sonrisa, y no pude evitar hacerme eco de ella.
Las mariposas volaron en mi estómago. No recordaba la última vez que
pareció tan feliz.
—¡Claro! —Se levantó de un salto con un bloc de notas y se dirigió
hacia nosotros—. ¿Nombres legales completos?
—Harper Evelyn Anders —dije claramente, asegurándome de que
lo había escrito correctamente.
—Knoxville Matthew Daniels —añadió Knox, y entonces Midge salió
disparada de la sala como si alguien hubiera prendido fuego a su falda.
—¿Estás seguro de que esto te satisfará? —preguntó Sanderbilt a
Richard.
Asintió, con el rostro tenso.
—En fin, niños, podemos hacerlo aquí. Es muy sencillo. Esto solo
será lo legal, después pueden preparar una gran celebración con sus
familias cuando les apetezca. ¿Están dispuestos a hacerlo?
—Podemos hacer una barbacoa con el equipo este fin de semana o
algo así —sugirió Knox encogiéndose de hombros.
Nunca pensé en celebrar una situación de acogida, pero los niños
se merecían conocer a todo el mundo y saber que los querían.
—Sí, me parece bien —respondí.
—¿Podemos invitar a tu madre también? —sugirió.
—Buena idea. —En algún momento, ella tendría que saber lo que
pasaba. Vivir en Crested Butte no estaba lo suficientemente lejos como
para escapar de los chismes de Legacy.
Las mentes jurídicas se hicieron a un lado, hablando entre ellos
mientras Knox y yo discutíamos los detalles importantes de nuestra vida,
como por ejemplo dónde cenaríamos esta noche. Como Legacy tenía cinco
opciones, la elección era bastante sencilla.
Comida italiana para llevar de Pizzano.
Midge volvió a entrar, sus tacones resonaban rápidamente en el
suelo mientras se apresuraba a pasar por el pasillo.
—¡Ya estamos! —dijo, agitando un papel blanco sobre su cabeza.
—Excelente. —Sanderbilt lo tomó para examinarlo a fondo—. Bien,
chicos, por qué no se aseguran de que sus nombres están bien escritos.
Richard y yo pensamos que lo mejor para todos los implicados es que yo
me encargue de esta parte de los trámites legales, y luego él terminará el
decreto de ubicación.
El juez Sanderbilt me entregó la licencia de acogida y se dio la
vuelta para coger un juego de toga que le pasaba Midge.
El papel era grueso en mi mano, ese material bueno y caro que se
sentía...
¿Qué diablos?
Parpadeé y volví a leer el título.
Una vez más.
No, continuaba allí, en letras grandes y en negrita: Licencia de
matrimonio.
Mi boca hizo su mejor imitación de un pez, y Knox cogió la licencia,
leyéndola él mismo. Sus cejas se alzaron y sus amplios ojos marrones
buscaron los míos, pero esa fue su única reacción visible.
—¿Qué hacemos? —susurré. Mi estómago se hundió. Fingir un
compromiso con Knox era una cosa. Casarme realmente con él era otra
muy distinta. El hombre ni siquiera me quería en ese sentido. Yo solo era
la hermanita de su mejor amigo, y ahora tenía una licencia de matrimonio
en la mano porque yo lo puse en esa situación.
—Lo que sea necesario, ¿verdad? —Sus labios se aplanaron en una
línea apretada.
—Eso es una licencia de matrimonio, Knoxville. —La culpa me
sabía a calcetines agrios de un día en la boca.
Sus labios se separaron mientras nuestros ojos se encontraban.
—Dios, hace años que no me llamas así.
—Lo siento. Se me escapó. —Jugué con el diamante de mi mano
izquierda.
—No, está bien. Dilo otra vez. —La petición salió lentamente, las
palabras profundas y ásperas como el papel de lija deslizándose por mi
cuerpo y dejando la piel de gallina a su paso. Knox era un seductor nato,
pero su voz era de lejos su mejor arma.
O tal vez era solo su boca en general. Por otra parte, ese beso había
sido hace años. Tal vez lo glorifiqué en algo que no era. Tal vez él tenía
razón entonces y no teníamos química. Tal vez la tensión crepitante entre
nosotros estaba en mi cabeza.
—Harper —susurró, acercándose más, hasta que tuve que torcer
el cuello para mirarlo. Parecía injusto que se pusiera más sexy con el
paso de los años.
—Knoxville —respondí—. ¿Qué vamos a hacer?
Su mandíbula se flexionó. —¿Vas a hacer que te lo pida dos veces
en un día? —Su pulgar rozó el anillo de mi mano izquierda.
—¿Lo que sea necesario? —pregunté, en voz tan baja que apenas
oí las palabras. Esa partecita de mí que todavía mantenía la esperanza
del amor de Knox gritaba, rogándome que no lo hiciera, que lo ganara
justamente. Que escuchara su declaración de amor, no su promesa de
lealtad.
Quería que esto fuera real, pero no se trataba de mí. Se trataba de
Liam y James.
—Lo que sea necesario —aceptó Knox con un solo movimiento de
cabeza.
Él no quería esto, no realmente. Lo sabía en mis huesos, pero era
la única manera de mantener a los chicos juntos. Además, siempre
podríamos anularlo una vez que Nolan apareciera. No podría, lo harás. Lo
anularás. Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿Están listos, niños? —preguntó Sanderbilt.
—¿Estamos listos? —me preguntó Knox, levantando una ceja.
—Estamos listos —respondí, sin apartar los ojos de los suyos.
El juez Sanderbilt comenzó la ceremonia en un abrir y cerrar de
ojos, y antes de que pudiera respirar adecuadamente, Knox me soltó la
mano derecha y sacó un anillo de su bolsillo, entregándoselo al juez. Esto
sucedía rápido. Muy rápido. Demasiado rápido.
—¿Guardas un anillo en el bolsillo? —preguntó el juez Sanderbilt
frunciendo el ceño.
—Una larga historia. —Knox volvió a tomarme la mano, y mi
equilibrio se restableció.
—No tengo uno para ti —me disculpé, como si debiera haber sabido
que necesitaríamos uno o algo así.
—Compraremos uno más tarde —me aseguró con un suave
apretón—. No te preocupes por eso ahora.
Sí, solo me preocuparía en cambio de que forzaba al chico que
siempre amé a casarse conmigo cuando él de ninguna manera sentía lo
mismo. Increíble.
—Repite después de mí —instó Sanderbilt.
Con las manos entrelazadas y los ojos fijos, repetí las palabras a
Knox.
—Yo, Harper, te acepto a ti, Knoxville, como mi legítimo esposo;
para apoyarte desde hoy, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la
pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte, cuidarte, honrarte
y obe… no voy a decir eso. —Miré a Sanderbilt y luego a Knox.
Knox se rio, y mi corazón latió con fuerza. —Creo que podemos
trabajar en ello.
El juez Sanderbilt se rio y seguimos adelante.
Me aclaré la garganta. —Para amarte, cuidarte, honrarte y
obedecerte solo cuando me sienta dispuesta, hasta que la muerte nos
separe. —O lo anulemos.
Luego fue el turno de Knox. Su voz bajó de tono, las palabras se
encontraban cargadas de tanto sentimiento que casi le creí.
—Yo, Knoxville, te acepto a ti, Harper, como mi esposa; para
apoyarte desde hoy, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la
pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte, cuidarte, honrarte
y obedecer todos tus caprichos, hasta que la muerte nos separe.
Ahora era yo la que se reía.
Deslizó la alianza en mi dedo junto con el anillo de compromiso, y
mi risa se disipó. Knox se casaba conmigo. Prometía amarme. Prometía
quererme y honrarme. Se me estrujo el corazón.
Tenía tantas ganas de creer en la mentira.
Diablos, quería vivir en la mentira.
Lo amaba, y no en el sentido de un enamoramiento infantil. Amaba
cada parte de Knox, desde su sonrisa hasta su ceño fruncido. Amaba su
humor y su ira. Amaba su intensidad y su imprudencia general. No me
hacía ilusiones sobre quién era él y lo amaba por todos sus defectos, no
solo a pesar de ellos.
Los pulgares de Knox rozaron mis dedos, y sentí la pequeña caricia
en cada célula de mi cuerpo.
—Ahora les pido que se amen fielmente —continuó el juez—. Que
se aferren el uno al otro en lo mejor y en lo peor, venga lo que venga. Y
en los momentos en los que flaqueen, recuerden el amor que comparten,
y lo que los ha traído aquí este día. Y ahora, la parte buena. Por el poder
que me confiere el Estado de Colorado, los declaro marido y mujer.
Adelante, puedes besar a tu novia.
Oh. Dios.
Los ojos de Knox se encendieron en el mismo momento, como si
comprendiera por fin las implicaciones de lo que acabábamos de hacer.
Tragó saliva. Luego, una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras me
acercaba.
Mi respiración se detuvo en mi pecho mientras el momento se
congelaba.
Knox me acunó la cara y se tomó un segundo para mirarme. Una
ligera sonrisa suavizó sus labios esculpidos y sus ojos bailaron con algo
que se parecía mucho a la adoración.
Mis labios se separaron ligeramente cuando bajó la cabeza y me
besó.
Sus labios eran suaves, el beso delicado. Casto sin ser mojigato.
Sensual sin ser sexual. Fue el beso de boda más perfecto de la historia
de los besos de boda, y terminó antes de que pudiera suspirar.
La electricidad me atravesó, igual que hace años. No se hallaba en
mi cabeza, nuestra química era realmente así de reactiva.
Sus ojos se oscurecieron cuando se apartó, bajando a mis labios
antes de tomar mi mano. No recordaba haber caminado, pero llegamos a
la mesa donde nos esperaba nuestra licencia.
Escuché las felicitaciones en algún lugar del estruendo que llenaba
mis oídos, que solo se intensificó cuando vi la firma de Knox en la línea
asignada.
—Firma Daniels si te quedas con su apellido, o Anders si te quedas
con el tuyo —me dijo Midge en voz baja cuando Knox se volvió para hablar
con Elliot.
Harper Daniels. ¿Cuántas veces había firmado así en un cuaderno
de la escuela? ¿Lo había garabateado en páginas que tiré o escondí bajo
mi colchón? Firmar con mi apellido como el suyo era todo un sueño, el
final perfecto del cuento de hadas que creía tener.
Pero esto era una mentira.
Una hermosa y heroica mentira.
Él se vio obligado a casarse conmigo por su propio código de honor,
pero no iba a tomar su apellido. Eso era como robarle.
Firmé con Anders y Midge asintió con la cabeza, después llevó la
licencia a archivar. El trece de abril era oficialmente el día de mi boda.
Richard dictaminó que los chicos permanecerían en nuestra casa.
Nuestro hogar. Elliot nos aseguró que el papeleo de la colocación de
acogida se entregaría mañana, y que éramos libres de volver a nuestra
rutina.
Nuestra rutina.
Como si nada trascendental acabara de pasar. Como si hubiéramos
pasado a tomar un café y luego hubiéramos hablado de los Broncos.
Knox me apretó la mano y me guió hacia las puertas dobles.
—¿Estás lista para esto, esposa?
—Esposa. —Casi patiné hasta detenerme en un revuelo de brazos
y piernas como de caricatura.
—Sí, esposa —repitió con un movimiento de cabeza, flexionando la
mandíbula de nuevo.
—Tenemos que hablar de lo que acaba de pasar —dije, agarrando
la manga de su camiseta con tanta fuerza que seguramente le dejé
arrugas.
Asintió, sus músculos se tensaron bajo mi mano.
—Sí, me imaginé que podríamos hacerlo en casa. A menos que
quieras sentarte un momento. —Señaló los bancos del fondo de la sala.
—No, me parece bien en casa. Es perfecto en casa. —Porque allí no
había miradas indiscretas, y acababa de referirse a su casa como
nuestra, donde vivía con él. Más o menos.
—Bien, entonces salgamos de aquí. —Me mantuvo la puerta abierta
y salimos al pasillo abarrotado y ruidoso. La mitad de Legacy estaba aquí
fuera.
—¡Oh, Dios mío!
—¡En serio, ustedes dos!
—¡Déjame ver el anillo!
Todavía estaban aquí. Todos seguían aquí.
Emerson me jaló en un abrazo. —¿Se quedan con los chicos?
—¡Sí!
—¡Y están comprometidos! —chilló Avery, alcanzando mi mano.
—¿Están qué, maldita sea? —rugió una voz conocida, y solté a las
chicas para ver un par de ojos azules afilados del mismo tono que los
míos que me miraban sorprendidos.
—¡Ryker! —El alivio me golpeó como un tren de carga, y me
abalancé sobre él, estrechándolo en un abrazo—. ¡No sabía que estabas
aquí! ¿Cuándo llegaste a casa?
Me abrazó con fuerza un segundo y luego me puso de nuevo en pie,
sosteniéndome a la distancia de los hombros.
—Hace unos diez minutos, cuando llegué a la ciudad y me dijeron
que fuera al juzgado porque mi hermana está comprometida con mi mejor
amigo. —Su mirada se tornó glacial cuando miró por encima de mi cabeza
y sus manos se desprendieron de mis hombros.
—No exactamente —dije, moviéndome para ponerme delante de
Knox. Ryker iba a perder la cabeza.
—Oh, gracias a Dios. —Suspiró, y sus hombros se relajaron.
Knox me cogió por la cintura y me hizo a un lado antes de mirar a
Ryker de frente. —Estoy casado con ella.
Mi hermano lanzó un puñetazo.
Traducido por Auris & Miry
Corregido por Umiangel

Knox
Me pasé la lengua por el corte en mi labio inferior y quité el
aluminio de la botella de champán. Fue lo único que pude encontrar en
la Licorería de Legacy que valía más de diez dólares. Si hubiera sabido el
camino que tomaría este día, hubiera ordenado algo mejor con que
celebrar.
No es que estuviéramos realmente… realmente casados. Todo fue
un espectáculo, pero si fuera real, Harper merecería algo muchísimo
mejor que una ceremonia improvisada con su ex como uno de sus
testigos. Ni siquiera pudo hacer todo eso del vestido.
Otra forma en que jodí las cosas respecto a ella.
Mierda, Harper Anders… Daniels, era mi esposa. Tenía una esposa.
Una esposa que era Harper. Casados. Legalmente atados el uno al otro.
Esposa. Harper.
Tal vez si lo decía en diferentes idiomas un par de veces todo se
sentiría real, aunque no lo era. Que jodido juego mental.
Los pasos de Harper sonaron en la escalera y abrí el gabinete
buscando copas de vino.
—¿Cómo fue? —le pregunté, examinando la estantería superior.
—Se durmieron. Liam parecía aliviado porque iban a quedarse, así
que eso es un progreso, ¿cierto? Mucho más fácil que la llamada con
mamá.
La culpa se asentó fuerte en mi estómago. Esa farsa del juzgado
definitivamente no era lo que la señora Anders tenía en mente para su
única hija, y yo no era el hijo que imaginaba al final del pasillo con
Harper. Pero al menos sabía la verdad. Supongo que con eso eran nueve
personas.
Mierda, diez con Ryker.
—Me alegra que Liam se sienta aliviado. Estaba tan enojado con
nosotros ayer. —Tendríamos que ganarnos de nuevo esa confianza, pero
¿cómo se supone que un niño de cinco años confíe en mí cuando ni yo
mismo confiaba en mí? Simplemente improvisaba aquí.
—Estaba asustado y, en su defensa, la señora Pendridge casi dejó
caer a Jamie.
—Casi enloquezco —admití, poniendo dos copas en la encimera—.
Bueno, ¿cómo fueron las cosas con tu mamá?
Se sonrojó. —Le… mmm… sorprendió, pero está extrañamente
emocionada por nosotros. Aún me siento horrible por mentirle. Quiero
decir, le dije lo básico, que lo hicimos por los chicos, pero aún piensa…
—De alguna manera logró que sus mejillas se pusieran todavía más
rosadas.
—¿Que estamos juntos? —pregunté en voz baja. Supongo que no
sabía la verdad, así que regresamos a nueve.
Asintió. —Odio mentirle, y lo aclararé una vez que los chicos estén
acomodados, pero ambos sabemos que si supiera la verdad le diría a todo
el condado que engañamos a Richard. Apesta. ¿Qué son esos? —Apoyó
una cadera contra la encimera y sus labios se alzaron en una pequeña
sonrisa.
—¿Qué?
Se encogió de hombros. —Knox Daniels tiene copas de vino. Me
imaginaba que eras el tipo de chico de vasos rojos de plástico.
Me agarré el pecho. —Me hieres. He madurado.
Puso las manos en la encimera y se subió, sentándose de tal
manera que sus pies colgaban debajo del granito. Su falda le rozaba las
rodillas, lo cual era una combinación loca y sexy de coqueta, elegante e
insanamente atractiva.
—¿Todavía tienes la taza de Han Solo? —Inclinó ligeramente la
cabeza.
—Bueno, he madurado en la mayoría de las áreas. Y ese es un
artículo de colección.
—Ajá —bromeó mientras yo vertía el champán en las copas—.
¿Vamos a celebrar?
Le entregué una de las copas y levanté la mía. —No todos los días
uno se casa apresuradamente mientras sus amigos y familiares esperan
afuera para pegarte.
—Cierto. —Hizo una mueca, su mirada cayó al corte en mi labio—
. Entonces, ¿qué celebraremos?
Mis pies me llevaron más cerca mientras mi cerebro rogaba que
retrocediera. Pero Harper era como la gravedad, no pretendía atraerme
hacia ella. Mi cercanía era el simple resultado de su existencia.
—Celebraremos por nuestra victoria de hoy. Esos chicos de arriba.
—Choqué nuestras copas, pero Harper no bebió. Se echó la masa de
cabello rubio detrás se su hombro, luego pasó el dedo por el borde de la
copa.
—Harper.
Lentamente llevó sus ojos a los míos, e hice todo lo que pude para
mantener un pensamiento claro. Podía quedarme mirando esos ojos
azules verdosos durante una eternidad, así de cautivadores eran, así de
intrincados se entrelazaban los colores.
—No tenía intención de que pasara esto —dijo en voz baja y su
mirada cayó a mi labio.
—Lo sé. —Puse la copa en la encimera y me moví para quedar
parado delante de ella.
—Te puse en una posición de mierda y lo siento, Knox. Esto no era
lo que quería para ti… Finalmente vuelves a casa y no solo te tienes que
preocupar por reunir al equipo y hacerlo funcionar, sino que ahora tienes
una esposa y dos niños, que no querías exactamente, en tu casa. Es como
un mal programa de telerrealidad.
Puse las manos a cada lado de sus rodillas y apreté mi agarre en la
encimera, deseando tener grilletes para mantener las manos lejos de
Harper. Se hallaba a la altura perfecta para besarla. Diablos, siempre se
encontraba a la altura perfecta para un beso.
Lo cual hice hace solo seis horas… Lo cual probablemente nunca
volvería a hacer.
—Te dije que usaras la casa.
Puso los ojos en blanco. —Eso no es lo que quiero decir, y lo sabes.
Después de esa noche… —Sacudió la cabeza y respiró profundo, como si
necesitara la fuerza—. En los últimos años, has dejado perfectamente
claro que no me quieres cerca y ahora prácticamente te chantajeé para
que te casaras conmigo. Eso no quiere decir que no esté increíblemente
agradecida de que fueses ridículamente amable con todo eso, y sé que
podremos anularlo tan pronto…
¿Me chantajeó? ¿Anularlo? Sobre mi cadáver. El pensamiento se
asentó en mi cerebro como un corto circuito.
—Nunca dije que no te quería cerca. —Peligro, Will Robinson. No lo
dije en ese entonces y no lo diría ahora porque nunca le mentía a Harper.
Jamás. Siempre la quería cerca. Ese era el problema.
Sus labios se separaron y me dolió muchísimo el pecho. Desearla
era una mezcla indescriptible de dolor y placer con la que he vivido por
tanto tiempo que se convirtió en parte de mi médula. Era como si ese
dolor desarrollara células que se multiplicaban con el mismo deseo, y
estar aquí en Legacy, con Harper en mi casa, en mi cocina, en mi vida, lo
intensificaba al punto del dolor.
—Nunca dijiste que lo sí lo querías —susurró.
—No digo un montón de cosas cuando se trata de ti. —¿No lo sabía?
¿No podía darse cuenta por la forma en que la besé esta noche? ¿Pensaba
que besaba a todo el mundo así?
Sonrió lentamente y estiró la mano hacia mi rostro, pasó el pulgar
delicadamente por el corte en mi labio inferior que fue el regalo de bodas
de Ryker. —¿Y cosas que tienen que ver con esto? —Sus dedos rozaron
mi barbilla.
Ese pequeño toque fue como una lamida de llamas en las paredes
de hielo que había construido alrededor de mi control cuando tenía que
ver con ella, control en el que necesitaba tener un firme agarre. Estaba
asustado de asentir, de moverme ligeramente, asustado de que quitara
su mano. Miedo no era una emoción que sintiera frecuentemente. Nunca
me atacaba cuando me encontraba en un incendio, cuando sabía que
existían todas las expectativas razonables de que no pudiera salir de allí.
Nunca sentí ni una pizca de él cuando conducía por caminos montañosos
nevados, o escalaba, esquiaba… en nada, realmente.
¿Pero con Harper?, me encontraba aterrorizado.
Aterrorizado de que finalmente se diera cuenta de cuanto significó
ese beso para mí, que supiera que era ella el estándar con el cual medía
a todas las mujeres. Me cagaba de miedo de que finalmente descubriera
que yo era muy cobarde como para perder la amistad de su hermano,
para cortar otra parte de mi, ya pequeña, familia. Totalmente aterrado de
que lo supiera y me rechazara, y que también perdiera la posibilidad de
tenerla. Porque la fantasía de Harper puede haber sido dolorosa, pero era
muchísimo mejor que la finalidad de un no.
—¿Alguna vez me dejarás entrar, Knoxville Daniels? —susurró.
Le dio con un soplete a mis defensas. Tenía la respuesta en la punta
de la lengua cuando el timbre de la puerta sonó, rompiendo el momento.
—¿Alguna suposición de quien podría ser? —pregunté en su lugar, dando
un paso atrás para darle espacio.
—Una de las miles de personas en Legacy —respondió mientras
aterrizaba de pie—. Aparentemente somos la comidilla de la ciudad.
—Oh, desde luego somos la mitad de los chismes en Chatterbox. —
Caminamos hacia la puerta y me mantuve a un metro y medio de
distancia.
—¿Crees que solo la mitad? Definitivamente digo que tres cuartos.
Escuché que están haciendo apuestas sobre cuánto duraremos.
—Deberíamos sobrepasarlos a todos y luego ver si conseguimos el
dinero. —Le devolví la sonrisa y luego abrí la puerta. Cada músculo de
mi cuerpo se puso rígido.
Ryker tenía el descaro de parecer enojado mientras cambiaba el
peso de una bolsa de lona sobre su hombro.
—Oh, vamos —espetó Harper detrás de mí—. ¿Qué haces aquí, Ry?
—A menos que hayas venido a pedir disculpas por la mierda que
hiciste en el juzgado, puedes darte la vuelta e irte, porque como te dije
esta tarde, como mi mejor amigo, tienes derecho a ese único golpe, pero
no podrás dar otro. —Estábamos bastante igualados. Yo era unos cinco
centímetros más alto que él, pero Ryker tenía nueve kilos más que yo, y
la última vez que realmente nos peleamos, ambos nos alejamos con los
ojos morados, las narices ensangrentadas y los labios rotos después de
que Bash interfiriera. Nos encontrábamos en quinto grado, así que lo más
probable era que nos hiciéramos un poco más de daño con este tamaño
actual.
Sus ojos azules, tan parecidos a los de Harper, se entrecerraron.
—¡Diablos, no, no me voy a disculpar!
Cerré la puerta en su linda carita de muñeco Ken.
—¡Knox! —jadeó Harper.
Con la mayor calma que pude, me alejé de la puerta. Ryker le hizo
suficiente daño a nuestra amistad hoy, yo no necesitaba destruirla por
completo. ¿Me merecía el puñetazo? Quizás. Pero seguro que no me dejó
explicarme antes de lanzarlo.
Harper pasó junto a mí y abrió la puerta. —¡Di que lo sientes!
—¡No! —replicó.
Me apoyé contra la pared, cruzando mis tobillos, esperando a ver
cómo se desarrollaba esto. Nunca tuve un hermano, Ryker y Bash eran
lo más cercano a eso, pero no era tan estúpido como para meterme en
medio de una pelea de hermanos. No era como si Ryker alguna vez fuera
a ponerle las manos encima a Harper, pero intervendría si sus palabras
se volvieran mordaces. Ahora también era mi responsabilidad protegerla.
Esto no es real.
—Ryker Bradford Anders, si no pides disculpas en este mismo
momento, pondré el cerrojo y me iré a la cama. Fuiste un imbécil hoy.
Ahora discúlpate. —Usó su tono de “nada de tonterías” que seguramente
hacía que los niños de prescolar fueran corriendo a sus asientos.
Un tenso silencio se extendió entre ellos durante un minuto, tal vez
dos.
Con un suspiro, Harper empujó la puerta para cerrarla, pero justo
antes de que se cerrara, Ryker gritó: —¡Bien! ¡Lo siento! ¿Feliz ahora?
Abrió la puerta y ladeó la cabeza. —¿Qué fue eso?
—Maldición, Harper. Lamento haber golpeado a Knox, ¿vale? —Lo
dijo como si estuviera adivinando la respuesta a una pregunta. En
realidad, no se arrepentía. Lo conocía bien—. ¿Ahora puedo entrar?
Me miró por encima del hombro y yo asentí, respetándola aún más
por ello. No simplemente no lo dejó entrar, sino que me pidió mi opinión.
—Bueno, entonces —dijo, abriendo la puerta lo suficiente para que
Ryker entrara, luego la cerró detrás de él—. Y nada de gritos. Los niños
están dormidos.
—Los niños están dormidos —murmuró este—. Te dejo sola por
tres semanas y te unes al elenco de Tres por Tres2. ¿Tienes una cerveza?
—me preguntó sin pedir disculpas, viéndose tan furioso como lo estuvo
en el juzgado.
Bufé. —No, pero tenemos un poco de champán. ¿Quieres brindar
con nosotros? —Bien, eso estuvo fuera de lugar, pero seguía bastante
enojado por el golpe.
Sus ojos se entrecerraron. —No precisamente.
—¡Bien, no hay champán para ti! —bromeó Harper, viniendo a
pararse a mi lado—. Pero en serio, qué quieres, porque no estoy segura
de si te diste cuenta, pero es nuestra noche de bodas. —Movió las cejas
y la mirada glacial de Ryker se transfirió de ella a mí.
Mierda, me molería a golpes si Harper seguía bromeando.
—Oye, yo no dije eso. —Levanté las manos como si me estuviera
arrestando.
—Claro. —Su agarre se apretó en su bolsa de lona, poniendo blanco
sus nudillos.
—En serio, Ry, ¿qué quieres? —Harper se cruzó de brazos y le lanzó
una mirada furiosa—. ¿Y qué llevas?
—¡Mis cosas, y quiero saber qué diablos está pasando! —espetó, su
mirada se movió entre Harper y yo. Si las venas de su cuello eran una
indicación, explotaría pronto.
—Ya te lo dije antes, lo hicimos para quedarnos con los niños —
respondió Harper encogiéndose de hombros. Como si casarse conmigo
fuera lo más sencillo del mundo—. Y estás completamente loco si crees
que voy a lavarte la ropa.
—No necesito que laves mi ropa. Y eso es todo lo que me dijiste.
Recibí una explicación de cinco segundos que ni siquiera comienza a
cubrir lo ridícula que es esta situación. —Se pasó la mano por su cabello
rubio—. Mira, creo que hacerte cargo de los niños es bastante asombroso,
Harpy, pero te saltaste la parte de cómo diablos terminaste aquí. —Dirigió
su mirada hacia mí—. ¿Cómo dejaste que esto sucediera?

2
Padres Forzosos en España. Serie que narra las vivencias de un viudo, su mejor amigo
y su cuñado mientras le ayudan a criar a sus tres pequeñas hijas que acaban de
quedarse huérfanas de madre.
Mis ojos se entornaron. —En primer lugar, ella estaba aquí cuando
llegué, porque me pidió prestada la casa. Yo ya venía en camino. En
segundo lugar, cuida tu tono.
Parpadeó. —¿Que cuide mi tono?
—Basta —reprendió Harper, interponiéndose entre nosotros—. Ry,
te lo dije. Traje a los niños aquí porque no tenía otro lugar donde llevarlos.
Knox llegó y se realizó la revisión a la casa, y simplemente siguió desde
ahí.
—Entiendo por qué te encuentras aquí —dijo, suavizando el tono—
. Pero no entiendo por qué tú te quedaste. —Me fulminó con la mirada—
. ¿Por qué no te mudaste a mi casa?
Fue mi turno de parpadear. —Supongo que no se me ocurrió. —De
verdad, esa hubiera sido la solución más simple, pero si era sincero
conmigo mismo, no quería dejar a Harper... ni a los chicos.
—Sinceramente funcionó de la mejor manera —contestó Harper—.
Richard los iba a poner con una familia con dos padres adoptivos. Si
Knox se hubiera mudado a tu casa, lo cual es una sugerencia estúpida
de todos modos, esta es su casa, los niños habrían sido separados y
enviados a otra parte.
La atención de Ryker se movió entre nosotros, como si sopesara
sus palabras. Su agarre en la bolsa se intensificó.
—¿Y así es como terminaron casados?
—Richard estaba siendo un idiota, como siempre, y dijo que no
éramos estables y que los chicos necesitaban estabilidad. Así que
Sanderbilt sugirió que nos volviéramos estables. —Harper se encogió de
hombros.
—Casándose —aclaró lentamente, como si pudiera cambiar de
significado verbalizándolo.
—Más o menos —respondí—. Era casarnos o ver a los chicos ser
enviados a casas separadas en una ciudad que no conocen con gente que
no los conocen.
—¿Y eso es todo lo que pasa entre ustedes dos? —Su mirada me
taladraba como si estuviera tratando de ver bajo mi piel.
—Eso es todo —repetí.
Los hombros de Harper cayeron un poco y quise golpear a Ryker
en la cara por interrumpir antes de que tuviéramos la oportunidad de
discutir a fondo esta mierda nosotros mismos. Pero ya hubo suficientes
golpes entre nosotros por hoy.
—Todo pasó bastante rápido. —Harper giró el anillo de compromiso
de diamante en su dedo—. Sinceramente creí que conseguiríamos una
licencia para padres de acogida y luego bum, nos estábamos casando.
Ese anillo le quedaba perfecto y lucía espectacular en su mano.
Basta. ¿Qué mierda me pasaba?
—¿Así que no duermen juntos…? —Miró de un lado a otro entre
nosotros.
La boca de Harper se abrió.
—Eso no es de tu maldita incumbencia —espeté—. Nada de esto lo
es, solo te lo contamos por cortesía. —Me separé de la pared, parándome
en toda mi altura.
Podía reprenderme todo el día por mi tendencia a saltar de cama
en cama, pero no iba a saber sobre la vida sexual de Harper. Eso
sobrepasaba los límites fraternales.
¿La vida sexual de Harper? Eres tú quien se casó con ella, idiota.
—Genial, entonces no les importará que me mude. —Dejó caer su
bolso en el suelo.
—¡Imposible!
—¡Diablos, no!
Respondimos Harper y yo al mismo tiempo.
—Vete —gruñó su hermana, y él retrocedió un paso, sus ojos azules
destellaron ligeramente.
Tuve piedad de él.
—Y esa es mi señal para acompañarte afuera antes de que Harper
cometa un asesinato que nos hará inelegibles para acoger a los niños. —
Recogí su bolso.
—Harpy… —rogó Ryker, su rostro afectado por una preocupación
que triplicó la culpa en mi pecho.
—No bromeo —respondió—. Sal de esta casa. Soy una mujer
adulta y, por muy honorables que te parezcan tus intenciones, seguro
que son una mierda misógina. No te pertenezco. No me dices qué hacer.
No soy tu pupila hasta que elijas un marido adecuado para mí. Mi honor
no es tuyo para defenderlo ni vigilarlo. Es mío. No puedes opinar sobre
con quién me acuesto. Ni ahora, ni nunca. Así que lárgate antes de que…
—Cielos, Harper, ¿antes de qué? ¿De que me grites un poco más?
Solo trato de cuidarte, porque lo conozco… —Apuntó con un dedo en mi
dirección.
Impresionante.
—¡Antes de llamar a nuestra madre!
La cabeza de Ryker se echó hacia atrás como si lo hubiera golpeado.
—¡Oh, vamos!
—Largo. O iré por mi teléfono. —Cruzó los brazos sobre el pecho y
se mantuvo firme.
Los dos se enfrentaron en una batalla de miradas, y mi apuesta iba
a la rubia de ojos aguamarina. Si las miradas pudieran matar, Ryker
sería un charco de baba, con una voz superpuesta de Me derrito.
—¿Qué tal si te acompaño a la puerta? —Le ofrecí la oportunidad
de retirarse.
Golpe o no, era mi mejor amigo.
—Sí, eso suena bien —concordó en voz baja, retirándose con la
mayor dignidad posible cuando tu hermana pequeña te deja con una sola
amenaza.
Abrí la puerta y él pasó. El aire de abril tenía ese frío fresco que
significaba una cosa.
—¿Nieve? —preguntó Ryker, aparentemente pensando lo mismo
mientras miraba el cielo sin estrellas.
—Tiene que serlo —le respondí, acompañándolo a su camioneta.
Abrió la puerta y arrojó la bolsa de lona dentro de la cabina.
No podía creer que el idiota pensara que se mudaría.
—Entonces, ¿vamos a ser civilizados? —pregunté, dirigiéndome al
elefante de dos toneladas en la habitación.
Se giró, metiendo las manos en los bolsillos. Al menos no planeaba
un ataque inmediato hacia mí otra vez.
—Te casaste con mi hermana. —Para su crédito, mantuvo su voz
baja y uniforme.
—Lo hice. —No se podía negar ese hecho, o el pequeño salto en mi
corazón ante la idea.
—Pero tú no… —Sus cejas se elevaron hasta el cielo.
—No. Claro que no. —Realmente sabía cómo succionar la alegría
de la noche de un chico.
—Y no vas a… —Sus ojos se estrecharon.
—Por el amor de Dios, Ry. Tiene su propio dormitorio. Me casé con
ella porque me dijo que haría cualquier cosa para evitar que los niños se
separaran. Esto es cualquier cosa, y a menos que quieras ser el que haga
que se lleven a esos chicos, te guardarás ese razonamiento para ti. Para
todos los demás, este matrimonio es legítimo y debe permanecer así hasta
que encuentren a Nolan Clark o algo permanente para James y Liam.
Más allá de lo que pienses, no soy un imbécil que se casó con Harper
para meterse en sus pantalones... lo cual, por extraño que parezca, es
más o menos la historia del matrimonio en el mundo. —Pero no la mía—
. Al menos sabes que este es para un propósito mucho más grande.
Emociones contradictorias cruzaron su rostro. —Es que te conozco,
Knox. En el momento en que lo nuevo y brillante desaparezca, pasarás al
siguiente desafío. No eres el tipo que se queda y ve las cosas. Eres tan
inquieto en cierta forma que te convierte en un bombero increíble y en
un novio bastante horrible…
—Sí, lo entiendo. —Retrocedí—. Si te parece bien, prefiero no
quedarme aquí en mi propia entrada y que alguien que se supone que es
mi mejor amigo me eche en cara cada uno de mis defectos. Porque hoy
he hecho la primera puta cosa decente que he hecho en mi vida, ¿vale?
No era lo suficientemente bueno para Harper. Entendido. No era
como si tuviera que golpearme en la cabeza con ese hecho. Me lo dijo
hace siete años, y recibí el mensaje alto y claro. Tan claro que alteró cada
interacción que tuve con Harper desde ese día. Podría tenerlo como mi
mejor amigo o intentarlo con Harper, pero no ambos.
—Hombre. —Se pasó las manos por la cara y dejó escapar un
monstruoso suspiro de exasperación, su aliento visible en el aire que se
enfriaba rápidamente—. Eso no es lo que hago. Lo juro. Eres mi mejor
amigo. Tú y Bash son los únicos hermanos que tendré, pero Harper es
mi hermana. Incluso si sucede algún milagro y te quedas, o peor —hizo
una mueca— ustedes dos se vuelven algo, no quiero que se quede
sentada en casa como lo hizo mi mamá por incontables noches mientras
nuestros papás se metían en incendios. No quiero que Harper reciba esa
llamada telefónica que la haga viuda antes de tener la oportunidad de
envejecer. No es justo. Solo prométeme que esto es temporal.
Lógicamente, sabía que sí, que se iría en cuanto lo hicieran los
chicos, pero no le prometía nada.
—Has dejado más que claro tu punto. —No la quiero contigo. Eso
fue más o menos a lo que se reducía. De alguna manera, el golpe físico
dolió mucho menos que esta conversación.
—Mira, solo digo que más vale que pueda conseguir la anulación
cuando esto termine. ¿Me entiendes?
Fuerte y claro.
—Bienvenido a casa, Ryker. —Sin esperar a que lanzara el próximo
insulto bien intencionado, di media vuelta y regresé a mi casa. La jodida
casa perfecta de trecientos setenta y dos metros cuadrados que construí.
La casa que diseñé, eligiendo todo lo que pensé que le gustaría a Harper,
sabiendo que viviría en ella después de que yo inevitablemente muriera
en algún incendio como papá.
Excepto que ella vivía en la casa ahora.
—¡Knox! —gritó Ryker.
—Te veré en la sede del club mañana —respondí, atravesando la
puerta principal y cerrándola un poco más fuerte de lo necesario.
Más vale que pueda conseguir la anulación, lo que significaba no
toques a mi hermana. Joder, tal vez debí dejar que se mudara. Al menos
habría sido una barrera física entre mi autocontrol decadente y yo. Los
chicos nos mantenían ocupados, pero eso no significaba que no fuera
muy consciente de que ella dormía al otro lado del pasillo todas las
noches.
—¿Cómo fue? —preguntó Harper en voz baja, sosteniendo nuestro
champán donde terminaba el vestíbulo y comenzaba la sala.
—Tan bien como esperaba. —Me acerqué y tomé el vaso que me
ofreció—. Está enojado, y con razón.
—¿Lo decías en serio?
—¿El qué? —pregunté, sabiendo exactamente lo que quería decir.
—Cuando dijiste que solo estamos casados para mantener a los
niños. —Su mirada se posó en su vaso mientras pasaba el dedo por el
borde.
—Eso es más o menos lo que pasó hoy, ¿no? —Traté de mantener
mi tono neutral, incluso clínico.
—Cierto. —Desvió la mirada—. Lo siento, el champán, el anillo y…
todo me desconcertó, supongo. —Sacudió la cabeza—. Entonces, ¿qué
haremos con el futuro? —Levantó esos ojos hacia mí, y supe que estaba
jodido. Estar aquí, tenerla... pero no, era mortal.
¿Qué futuro? ¿El de Harper conmigo? ¿El de los chicos? ¿El que
tiene a mi mejor amigo en nuestro equipo? Era imposible tener los tres,
y dos de ellos eran una elección.
—Hacemos lo que es mejor para los niños. Nos aseguramos de que
todos en esta ciudad sepan que estamos casados y somos felices. —En
lugar de casarse y morir de frustración sexual. Dejaría esa parte fuera de
cualquier investigación.
—Felices —dijo hacia su vaso.
—Si queremos mantenerlos aquí hasta que hallen oficialmente a su
padre, o sea cual sea el próximo paso para ellos, tenemos que poner esa
fachada. —Las palabras sabían a arena, arenosas e imposibles de lavar.
—Fachada —repitió, con la mirada oscura—. Fingirlo. —Asintió,
como si llegara a algún tipo de conclusión, luego forzó una sonrisa hacia
mí—. Está bien. Puedo hacerlo. Por los niños. Acordemos algunas reglas
básicas.
Su tono alegre raspó mis nervios en carne viva como cristales rotos
sobre una arteria expuesta.
—No tengo que fingir ser cercano a ti. Esa es la parte más fácil de
esto. —Traté de tranquilizarla—. No se trata de ti.
—Oh, lo sé, porque hoy me besaste como si no fuera exactamente
una tarea, o tal vez solo eres muy bueno fingiendo. Por otra parte, en el
segundo que Ryker entró por esa puerta, volviste a ser frío y distante sin
perder un segundo. Sea lo que sea, se trata de ti. Entonces, sobre esas
reglas básicas.
Hombre, deseaba que el champán de mi copa fuera tequila.
—¿Qué te gustaría? —pregunté, en lugar de tragarme el alcohol y
buscar más.
—Si fingiremos este matrimonio, ¿puedo suponer que no te vas a
acostar con nadie local? —Elevó las cejas.
—¿Disculpa? —Podría haberme tirado el resto del champán a la
cara.
—Bueno, conozco tu historia, y tu… —Agitó su mano vacía hacia
mí— apetito general. No es como si no aparecieras aquí el fin de semana
pasado con alguien. Solo quiero asegurarme de no tener que lidiar con
chismes de nadie, porque eso sería perjudicial para el objetivo de fingir.
—Se dirigió hacia la cocina y la seguí.
Gravedad.
—¿Apetito? ¿Qué, hablas como si fuera un peligro general para la
población femenina de Legacy? —Dejé el vaso en la encimera y luego puse
la isla entre nosotros.
—Oh, estoy segura que las chicas de Legacy actualmente están de
luto por tu pérdida después de la noticia de nuestro matrimonio. Anillo o
no, algunas estarían muy dispuestas a complacerte, especialmente ahora
que el equipo volverá oficialmente en un par de semanas. Ustedes serán
como estrellas de rock por aquí. ¿Cuántos equipos de noticias pidieron
entrevistas? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? —Su vaso golpeó la encimera e hizo
que parte del champán se derramara por los bordes.
Me gustaba más cuando la enojada Harper se dirigía al enojado
Ryker.
—No tengo ni idea. Emerson se encarga de todo eso. ¿Y en serio me
dices que tu primera preocupación es que no puedo mantener mi pene
en mis pantalones?
Se cruzó de brazos. —¿Cuánto tiempo has estado sin sexo como
máximo? Porque no tengo ni idea de cuánto tiempo llevará resolver lo de
Liam y James. Me gustaría saber tu línea de tiempo, para saber cuál es
nuestra vida útil aquí. —Su rostro era todo sonrisas y amabilidad, pero
esa mirada la delataba. Era tan caliente como la tormenta de nieve que
se formaba afuera.
—Tres meses —respondí sin pensar. Fueron los meses posteriores
a cuando la besé por primera vez, los que pasé tratando de averiguar qué
tan en serio hablaba Ryker al poner su nombre en esa lista.
Lo que resultó ser muy en serio, carajo.
Parpadeó una vez. Dos veces. —Tres meses. Ese es tu límite. Es
bueno saberlo. —Rodeó la isla y me paré frente a ella, bloqueando su
salida.
Quería quitarle a besos esa aparente sonrisa serena de su rostro,
pero mantuve mis manos quietas.
—No dije que fuera mi límite —expliqué—. Dije que era lo máximo
que estuve sin sexo en el pasado. Ya que estamos con eso, ¿cuál ha sido
tu periodo de sequía más largo? ¿Cuál es tu vida útil? —Había estado en
casa lo suficiente como para saber que los chicos de por aquí la invitaban
a salir como si fuera un rito de iniciación ser rechazado. Todos, excepto
los bomberos, tanto los de estructura como los de tierra salvaje, se
mantenían alejados de ella.
Ryker se encargó de eso hace años.
Dio un paso a la derecha.
Coincidí con el movimiento.
—Eso no es importante —dijo, arrugando la nariz—. La ciudad no
me estará vigilando a mí. A ti sí. Es posible que te hayas ido durante la
mayor parte de una década, pero no es como si no vinieras de visita, o
que la gente no recuerde cómo eras. Los recuerdos de los pueblitos duran
más que las capturas de pantalla de Facebook. —Se le borró la sonrisa.
—No. No me eches todo esto encima. Si quieres los detalles de mi
vida sexual, entonces quiero los de la tuya. Eso parece justo. —Me encogí
de hombros, cruzando los brazos sobre mi pecho repentinamente tenso.
—Bien. Como un año. —Me miró, y maldita sea, era ardiente. Me
encantaba que siempre se mantuviera firme, nunca retrocediera. Tal vez
ese rasgo era un dolor en el culo en este momento, pero ella era Harper.
—Ah. —Mi frente se arrugó.
—¿Qué se supone que significa eso? —Quedó atrás la indiferencia
glacial. Ahora su mirada me escupía fuego.
—Nada. —Me encogí de hombros. En realidad no significaba nada.
Simplemente me gustaba provocarla.
—Sabes, no todos vemos el sexo solo como una necesidad física.
Algunos demandamos un nivel de emoción para dejar que alguien se
acerque, así que perdóname si no estoy en el bar recogiendo a alguien,
alguien del Departamento de Bomberos de Legacy, para una aventura de
una noche. —Sus mejillas se sonrojaron.
Eso no fue lo que dijo hace siete años. Oh no, entonces fue por su
incapacidad para perder su virginidad, por no hablar de su primer beso.
Sin embargo, el maldito Vic Donaldson fue lo suficientemente bueno, ¿no?
—¿Y hubo una conexión emocional con Vic Donaldson?
—¿Qué? ¿Vic? ¿Estás loco? —Me dirigió una mirada que decía que
lo estaba.
—Parecías bastante segura de que él era el indicado la noche del
baile de graduación, ¿recuerdas?
Sus ojos se abrieron de par en par. —Entonces sí recuerdas esa
noche. —Una lenta sonrisa elevó sus labios, y maldije mi temperamento.
Algunas cosas era mejor no decirlas.
—Y no creas que no me di cuenta de tu comentario de que te irías
a casa con alguien de estructura. Eso fue un golpe bajo. —La rivalidad
entre el Departamento de Bomberos de Legacy y los Legacy Hotshots no
solo era bien conocida, era legendaria. Bueno, al menos para un pueblo
pequeño.
—Oh, ¿preferirías que eligiera a alguien del equipo? Porque conozco
la casa de Bishop y no puedo pensar en una buena razón por la que no
treparía a ese hombre como a un árbol. —Sonrió.
—¡Seguro que no! —espeté, elevando la voz.
—Ah, ¿y qué es eso? —Empuñó las manos en sus caderas.
—¡Porque no estás conectada emocionalmente con él, y estás
casada conmigo! —Mi voz hizo eco en las paredes desnudas, y me encogí,
esperando no haber despertado a los niños. Por el amor de Dios, era la
primera noche de nuestro “matrimonio” y ya perdía los estribos. Hubiera
sido mucho mejor si hubiera elegido la casa de otra persona, el apellido
de otra persona.
Pero ella tomó el tuyo.
—Es cierto. —Se golpeó la barbilla pensativamente—. Entonces, la
regla básica número uno es que ninguno de los dos tendrá sexo fuera de
nuestro matrimonio, incluso aunque sea falso.
Esa última parte dolió inesperadamente.
—No lo habría hecho en primer lugar. —Avancé hacia ella, mi piel
hormigueando con calor. Su espalda golpeó la encimera, y la enjaulé. A
la mierda el metro y medio—. Pero ya que lo mencionaste, no. No vamos
a hacerlo. Nunca te haría eso a ti, Harper, ni a mí mismo. ¿Crees que
podría follar a otra mujer sabiendo que estás aquí en casa? Incluso si
estás al final del pasillo y no en mi cama, es imposible. —Porque nadie se
compara contigo, y yo lo sabría todo el tiempo—. Incluso si es solo por...
ahora. —Me tragué el sabor amargo que vino con esa palabra—. Esos
votos significan algo para mí. No los romperé.
Puede que no sea capaz de mantenerla, eso se hiso evidente, pero
seguro que no haría nada para arruinarlo mientras fuera mía, incluso si
era solo un tecnicismo.
Su mirada se dirigió a mi boca y su lengua rozó su labio inferior,
recordándome que tuve esos mismos labios debajo de los míos hace solo
unas horas. Besar a Harper fue una experiencia religiosa que me arruinó
para el sexo casual hace años. Pasé años persiguiendo ese subidón que
sentí en la noche del baile de graduación, solo para darme cuenta hoy,
con ese simple toque de un beso, que solo existía con ella.
—¿Qué opinas de tener sexo dentro de nuestro matrimonio? —me
preguntó suavemente. Todo mi cuerpo se tensó y mi corazón retumbaba
en mis oídos. Toda esa hermosa esperanza permaneció en su mirada, el
destello de un futuro que podría tener si Ryker no fuera mi mejor amigo.
Pero él lo era.
Él y Bash eran la única familia que tenía además de la abuela.
Joder, olía bien, y sus labios se encontraban lo suficientemente
cerca como para besarlos si agachaba la cabeza…
—Eso tampoco pasará —respondí lentamente, tratando de igualar
su tono suave y rezando para que mi arrepentimiento se expresara en
algo más que mis palabras. En otra vida, tal vez, pero no en esta.
Ver esa esperanza morir en sus ojos estaba a la altura del momento
en que la dejé irse la noche del baile de graduación. Dolía mucho. Ira,
pude haberla manejado. Incluso algún comentario sarcástico habría sido
fácil. Pero su aceptación silenciosa, la tristeza que impregnaba el aire
entre nosotros, era lo suficientemente pesada como para sacarme el aire
de los pulmones.
—De acuerdo. ¿Alguna otra regla básica que necesitemos cubrir?
—preguntó, como si yo no hubiera aplastado cualquier oportunidad que
hubiéramos tenido. No es que nunca hubiera habido realmente una.
—Creo que podemos darles un descanso por esta noche. —
Retrocedí, y se apartó de mis brazos.
—Cierto. Entonces podemos retomarlo mañana. O al día siguiente,
o cuando sea. —Elevó su vaso y apuró el contenido, bebiendo el champán
como una chica de la hermandad de estudiantes de primer año—. Buenas
noches, Knox.
Salió de la cocina sin esperar mi respuesta, dejándome solo con las
palabras de Ryker y Harper resonando en mis oídos, y un dolor ahogado
y palpitante en mi pecho donde solía pensar que tenía la posibilidad de
un corazón.
—Buenas noches, Harper —susurré para mí.
Luego me bebí de un trago el champán, brindando por la mayor
ironía de mi vida. Yo, el soltero típico, acababa de casarme con la única
chica en el mundo que siempre quise, con la que soñé, con la que fantaseé
descaradamente, y todavía no podía ponerle una mano encima.
Esta casa estaba a punto de ponerse interesante.
Traducido por Alessandra Wilde & Lauu LR
Corregido por Umiangel

Harper
—Todo con soja para ti, amigo —le dije a Jamie, balanceándolo en
mi cadera mientras salíamos de la oficina del pediatra, Liam a mi lado.
Había pasado una semana desde nuestra boda en el juzgado, y parecía
que las cosas se acomodaban en una nueva y caótica normalidad.
—¿Para que deje de vomitar? —preguntó Liam.
—Eso esperamos. A su barriga no le gusta la leche. —Acompañé a
los niños al auto y los abroché.
Mi madre llamó antes de que pudiera salir del estacionamiento.
—¡Bueno, si no es la señora Daniels! —Su voz resonó a través de
los parlantes alto y claro cuando mi teléfono se conectó al auto.
—Anders todavía, mamá —le aseguré, tal como lo hice cuando tuvo
un ataque después de nuestra boda.
—Mmm. ¿Cuándo traerás a cenar a tu nuevo marido?
Me estremecí. Eso era lo último que quería hacer: arrastrar a Knox
a una habitación con mi madre para que pudiera culparlo por lo que
hicimos. No importaba que le dijera que era por los niños, igual había
tenido los ojos llorosos y lo llamó nuestra “primera” boda.
No entendía muy bien que no habría una segunda.
—¿Tal vez la próxima semana? ¿O la semana siguiente? Los fines
de semana son más fáciles.
—¿Qué tal un almuerzo? Invitaré a Ryker también. Podemos hablar
sobre los detalles de la boda, ya que asumo que tendrás una ceremonia
en la iglesia este verano, ¿verdad? Junio podría ser demasiado pronto,
pero probablemente podríamos cambiar algo para julio.
Mi estómago se hundió y mis manos apretaron el volante mientras
giraba en la avenida Apple Blossom, saliendo de Legacy Proper hacia las
montañas. Ayer cayeron quince centímetros de nieve, pero las carreteras
ya se encontraban despejadas.
El clima de Colorado era así de raro.
—Mamá, pensé que ya habíamos hablado de esto. —Mantuve mi
voz uniforme y firme, sabiendo que montaría ese tren desbocado de
planificación de bodas hasta el altar si la dejaba.
¿Le estaba mintiendo a mi madre? Sí.
¿Me sentía como una mierda absoluta al respecto? Sí, también.
Pero, ¿se le escaparía accidentalmente que fingíamos todo esto?
Probablemente, y ese no era un riesgo que pudiéramos correr.
—Sí, lo sé, te apresuraste solo para poder mantener a salvo a esos
hermosos niños, pero necesitamos comenzar a planear una celebración.
Eres mi única hija, Harper. ¡Y todavía no puedo olvidar que mantuviste
tu relación en secreto todo este tiempo!
El tren de la culpa llegando justo a tiempo, plataforma número siete.
—Lo sé, simplemente no es el momento. —Miré en el espejo para
ver a Liam mirando por la ventana.
—Bueno, hablemos en el almuerzo sobre cuál será el momento
adecuado. No permitiré que vivas con Knox sin haber estado debidamente
casada, jovencita.
—Estamos debidamente casados, y no tuviste ningún problema
cuando viví con Richard durante unos meses.
Ella se burló. —Me refiero a una boda en una iglesia, y lo sabes. Y
en cuanto a Richard, no peleé por eso porque sabía que descubrirías lo
imbécil que es.
—¡Mamá! ¡Los chicos pueden oírte!
Liam se rió, y casi le pedí a mamá que lo dijera de nuevo para poder
escuchar su dulce sonido.
—Bueno, maldita sea. Lo siento, muchachos. La abuela no quiso
maldecir, simplemente se me escapó.
Abuela. Oh, mierda. Ya no había vuelta atrás.
—Además, todos sabían que solo esperabas el momento oportuno
para que Knox volviera a casa. Ya sabes, ¿por qué no vienen a cenar esta
noche? Puedo organizar algo rápido.
—Nos encantaría, pero nos dirigimos a la sede del club para cenar
con el equipo. —Nunca estuve más agradecida por una excusa en mi vida.
Una mirada a Knox y a mí juntos y mamá sabría que todo esto era una
farsa. Entonces todos lo sabrían.
—Oh, me encantaban esas. Me alegra mucho que esos muchachos
continúen con la tradición. —Casi podía escuchar la sonrisa en su voz.
Pasamos Phoenix Point y giramos hacia la nueva carretera, que nos
llevaba a lo que solía ser el terreno de los Parson, pero actualmente era
propiedad de Legacy, SRL, que Bash, Knox y Ryker administraban.
Territorio oficial de los hotshot, una vez que consiguieran la
certificación.
—Yo también. Todo el mundo está viniendo a la ciudad, y es casi
irreal que esté sucediendo. —Subimos más alto, el sol de la tarde nos
golpeó en rayos entrecortados mientras pasábamos a través de los pinos
maduros. Este lado de la montaña sobrevivió al incendio.
—Parece que la reconstrucción está completa. Como si finalmente
nos hubiéramos recuperado.
—Siempre puedes empezar a tener citas, ya sabes. Eso me haría
creerte. —El tema de sus citas no era algo con lo que yo insistiera, pero
lo sacaba cada pocos meses para que ella supiera que nos parecía bien.
Papá lo había sido todo para ella, pero se merecía ser feliz.
—Harper, una vez que amas a alguien así y lo pierdes… no tiene
sentido tratar de tener una cita porque nadie está a la altura de ese
estándar. Tu padre puso el listón tan alto que no sería justo para ningún
hombre intentar alcanzarlo. Incluso si fueran perfectos, no serían… él.
—Lo sé. Sólo quiero que seas feliz. —Nos acercamos al portón que
conducía a la sede del club, y se abrió a medida que nos acercábamos.
—Entonces déjame ayudarte a planear tu boda —solicitó, su tono
extremadamente dulce.
—Mamá —gruñí.
—Siempre supe que ustedes dos descubrirían tarde o temprano por
qué siempre peleaban como perros y gatos. Todos los demás lo sabían
hace años.
Me estacioné en el lugar vacío junto a la camioneta de Knox y apoyé
la frente en el volante. —Eso no es lo que pasó.
—Entonces cuéntamelo todo en el almuerzo. ¡Haré reservas! ¡Adiós,
amor! —Colgó y desistí de tratar de escaparme de esa cena. Knox y yo
tendríamos que sufrir y decepcionarla suavemente.
No habría una gran boda por la iglesia. Ni vestido blanco. Ni ramo.
Ni damas de honor o padrinos de boda felices en esmoquin. Ni recepción.
Ni pastel.
Definitivamente sin noche de bodas. Knox lo dejó vergonzosamente
claro, y desde entonces mantuvo cierta distancia entre nosotros.
El teléfono volvió a sonar y pulsé el botón del volante para
contestar.
—Sí.
—Entonces, ¿se te ocurrió entrar o te encontrabas en una posición
privilegiada para tomar una siesta? —La voz profunda y áspera de Knox
me hizo suspirar una vez más y levantar la cabeza.
Estaba parado fuera de mi ventana con una ceja levantada.
Bajé la ventana y él se inclinó, con las manos en la parte superior
del marco de la puerta. —Lo siento, estaba lidiando con mi madre.
—Ah, ¿cómo se encuentra la señora Anders? —Sonrió como si no
hubiéramos estado en un punto muerto silencioso durante la última
semana. Pero había sido así. No es que no fuéramos amables el uno con
el otro, pero había una tensa incomodidad que no estuvo allí antes.
Bueno, existió el verano después de que lo besé por primera vez,
pero no desde entonces. Ahora se hallaba de vuelta con toda su fuerza.
—Se pregunta por qué no hemos iniciado planes para convertirme
en la señora Daniels, y le gustaría discutir esos planes en el almuerzo.
—¿Le dijiste que ya eres la señora Daniels?
No exactamente.
—Le dije que ya nos encontrábamos casados, pero insiste en que
no es lo suficientemente bueno porque no nos casamos en una iglesia,
así que, si bien podemos estar legalmente casados, está bastante segura
de que todavía estamos viviendo en pecado. Solo que… ya sabes…
—¿Sin lo del pecado? —suministró, con las comisuras de su boca
levantadas, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
—Sí, eso. —Suspiré—. ¿Qué vamos a hacer?
—Bueno, pensé que empezaríamos por bajarte del auto y luego
dirigirte a la cena para poder presentarte a los otros miembros del grupo
que han llegado esta semana. —Alcanzó la manija de mi puerta.
—Sabes a lo que me refiero.
Suspiró y flexionó la mandíbula.
—Supongo que iremos a ese almuerzo, Harper. Es tu mamá. Por
supuesto que quiere una boda grande, elegante, con un vestido blanco y
todas las decoraciones para su única hija. ¿Pensaste que no lo querría?
Solo me sorprende que apoye que estés casada conmigo.
—¿De qué hablas? Mi mamá piensa que eres fantástico. —Dejé
fuera todo el comentario de que estuve esperando el momento oportuno.
—Sí, bueno, siempre ha estado ciega a mis defectos. Mira, no estoy
nervioso, pero si tú sí, solo recuérdale que Adeline está consiguiendo la
certificación para cuidar niños, así que no podremos reunirnos con ella
hasta dentro de un par de semanas. No estoy seguro de que a los chicos
les apetezca asistir a una sesión de planificación de bodas. —Abrió mi
puerta y caminó hacia el otro lado del auto, desabrochando a James de
su asiento para bebé—. ¡Hola, Señor Vomitón! ¡Te he echado de menos
todo el día! Bueno, tal vez no el vómito, pero definitivamente esa sonrisa.
¿Hoy estuviste repartiendo vómitos con Cherry?
Puse los ojos en blanco, pero no pude evitar sonreír. Justo cuando
tenía la certeza de que podía protegerme de Knox, decía algo así, y volvía
a caer en el tortuoso enamoramiento que había sido mi estado por defecto
desde la infancia. Él podría estar manteniendo su distancia de mí, pero
daba todo de sí con los chicos.
Agarrando el enorme bol de ensalada que ocupaba mi asiento del
pasajero, salí del auto mientras Knox ayudaba a Liam a salir.
—¿Y cómo estuvo tu día? —preguntó Knox.
—Mi mamá no estaba en casa —respondió Liam encogiéndose un
poco de hombros—. Pero Elliot consiguió mi manta.
Mi corazón se encogió de nuevo.
Los ojos de Knox se dispararon hacia los míos y articulé: —Más
tarde.
Asintió rápidamente y volvió a mirar a Liam. —Lo siento, amigo.
Liam se encogió de hombros de nuevo.
Knox y yo compartimos una mirada de ¿qué carajos se supone que
debemos hacer? Ambos estábamos fuera de nuestro elemento aquí, razón
por la cual Liam comenzaría con sesiones de terapia la próxima semana.
—Bueno, ya sabes, uno de los chicos nuevos, McCoy, tiene niños
pequeños de tu edad. ¿Te gustaría conocerlo? —le preguntó Knox.
—Sí, eso estaría bien —respondió en voz baja, como si estuviera en
piloto automático.
—Está bien, entonces vamos adentro. —Con la bolsa de pañales en
su hombro, James en uno de sus brazos y la mano de Liam en el otro,
Knox nos condujo a la sede del club a través de su gran puerta de vidrio.
Qué domésticos éramos, Knox con los niños, yo trayendo un plato
para la comida. ¿Había sido así como mi madre veía su vida? ¿Mi padre
sosteniéndonos con cuidado mientras íbamos a otra fiesta con nuestra
segunda familia, el equipo de hotshot?
Pero su vida había sido perfecta hasta el incendio.
La mía era actualmente una mentira muy grande.
El calor nos golpeó cuando entramos en la sede del club, y no pude
evitar mirar todo con asombro, como la primera vez que vi el complejo.
Con techos altos curvados y ventanas del piso al techo en la parte trasera
del edificio que mostraban el valle, parecía una obra de arte moderna.
Era el lugar perfecto para un nuevo comienzo, pero con la foto de
nuestros papás en la pared, también se sentía como volver a casa. Nos
encontrábamos a kilómetros de distancia de la sede del club original, pero
esta aún tenía el mismo sentimiento de comunidad y propósito, con más
de algunas mejoras.
Liam se quitó las botas para la nieve y las puso sobre el tapete al
lado de la puerta que ya tenía algunos pares igual de pequeños.
—Gracias a Dios que estás aquí —dijo Emerson, saliendo descalza
de la oficina de Bash—. Hay tantas personas y estoy teniendo dificultades
para recordar nombres, ¿quieres poner eso en la cocina?
—Puedo con estos dos, adelante —dijo Knox, guiando a los niños
hacia las ventanas, donde vi a dos niños jugando con tablets en el sofá
seccional.
Emerson tomó la ensalada de mis manos y marchó hacia la cocina.
Desamarré mis botas de nieve y me las quité, entonces la seguí.
Deslizo el tazón en la isla con el resto de la comida, entonces revisó
algo horneándose que olía como el cielo.
—¿Brownies? —pregunté.
—Por supuesto —respondió—. Está bien, la mitad del equipo está
aquí, gracias a Dios, porque no tengo la seguridad de poder recordar a
todos si se aparecen al mismo tiempo. El resto llega la próxima semana,
¿así que tal vez podríamos hacer tarjetas o algo así?
Por supuesto, la solución de Emerson era hacer tarjetas. Todo lo
que pudiera estudiar, archivar en su cerebro y perfeccionar rápidamente
era cosa suya. Renunció a su trabajo en la oficina del alcalde para ayudar
a manejar al equipo, así que este también era su bebé.
—Deja de estresarte —le dije, mirando la enorme demostración
extendida en las islas de acero inoxidable que recorrían el centro de la
cocina. Lasaña, pollo frito, puré de papas, pan de ajo, vegetales, al menos
dos cacerolas diferentes ocupaban la primera mitad—. Lo haremos como
hago con las nuevas clases cada año, conoceremos a cada familia y sus
necesidades y fortalezas a nivel individual.
Se recargo de la encimera, dejando caer sus hombros. —Siento que
he estado gestionando esta transición durante tanto tiempo, y algunos
días parecía que nunca llegaría, pero ahora es el momento de que suceda.
Las casas están construidas, los legados están volviendo a casa, o aquí.
Los nuevos miembros están llegando. —Su frente se arrugó—. Solo quiero
que todo salga bien.
—Em, lo estás haciendo genial, y si algo sale mal, pues sale mal.
No todo puede ser perfecto ni estar previsto, y no pasa nada. Tenemos
nuevas dinámicas, novatos y estos muchachos a los que apoyar mientras
ponen en marcha al equipo para la certificación. Lo único que podemos
hacer es cuidar de las familias como hicieron nuestras madres. —Le di
un golpecito con el hombro—. No seas tan dura contigo misma.
—¿Y si es todo por nada? —preguntó suavemente—. ¿Qué pasa si
se consigue todo y aun así no lo logramos?
Un nudo se formó en mi estómago. Los chicos se irían a buscar
trabajos con otros equipos. —Entonces al menos sabremos que lo dimos
todo. Ahora, deja tu lista de cosas por hacer clasificada por colores y solo
disfrutemos a nuestra nueva familia, ¿sí?
—¿Quién habló de una nueva familia? —preguntó Ryker, entrando
a la cocina con una camiseta del equipo Phoenix. Todavía no éramos un
escuadrón, no hasta estar certificados, pero éramos un equipo.
—Hablábamos de los nuevos —respondió Emerson.
—No te hablaba a ti, idiota —le espeté.
—Harpy, vamos, ¿sigues enojada? —Ladeó la cabeza, lo que solía
funcionar en las mujeres en las que ponía las garras, pero no era una de
sus chicas, era su jodida hermana, y no lo encontraba ni un poco lindo.
—¿Por qué motivo, Ry? ¿Quizá por aparecer en mi noche de bodas,
cuestionando mi vida sexual con mi marido? ¿O por partirle el labio justo
después de decir nuestros votos? ¿Por ni siquiera darnos la oportunidad
de explicarnos? ¿Por actuar como si yo fuera una especie de posesión
para que la legaras a quien te pareciera? ¿Quieres que continúe? —Crucé
los brazos sobre mi pecho.
Levantó las manos, retrocediendo lentamente. —Sigues enojada. Lo
entiendo.
—Y seguiré así. Por mucho tiempo. —Lo miré para que supiera que
decía en serio cada palabra. Golpear a Knox ya había sido bastante malo,
pero aparecer en nuestra casa como si pudiera imponer la ley me había
puesto al límite. Y bien, tal vez le culpé de que Knox levantara un sólido
muro de incomodidad entre nosotros.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó desde la puerta.
—¡Mucho! —espeté.
—Entiendo —asintió lentamente, se dio la vuelta y se fue.
—¿Cuestionando tu vida sexual? —preguntó Emerson de repente,
sacando los brownies del horno y poniéndolos en una charola a enfriar.
—Dijo que se mudaría con nosotros para asegurarse de que no nos
acostáramos juntos. Traía una maleta, y no, no estoy bromeando.
Emerson sacó dos refrescos del refrigerador y las destapó.
—¿En serio no te vas a aprovechar del hecho de que estás casada
con el tipo del que estuviste enamorada desde que eras niña? —Levantó
sus cejas oscuras hacia mí.
—Knox dibujó una línea. Te dije que nunca me vio de esa manera.
Solo soy la hermanita de Ryker, y ahora lo tengo ocupado con los chicos.
Está atrapado. Soy como una tina de diez mil millones de toneladas de
arenas movedizas y lo tengo atrapado. Súper sexy —terminé con un tono
pesado con sarcasmo.
—He visto la forma en que te mira. —Ladeó la cabeza—. Tengo la
certeza de que todo el pueblo ha visto la forma en que te mira.
—Él no me mira.
—Sí, está bien. —Puso los ojos en blanco—. Por eso fue tan fácil
convencer a dos jueces de que ya estaban comprometidos y dispuestos a
casarse en diez minutos. —Me dio dos pulgares arriba.
—Hablo en serio. No me ve así. Y tal vez me engañé en pensar que
sí una o dos veces… está bien, más de un par, pero te estoy diciendo que
él no tiene sentimientos por mí. Me ve como la hermanita de su mejor
amigo. Y prometió que no se acostaría con nadie más mientras estemos…
haciendo esto, pero eso es porque nunca me lastimaría, ni haría enojar a
Ryker. Estoy segura de que podría pasearme desnuda y él solo sonreiría
y me ofrecería una bata por si tengo frio.
Me tomó la mano. —Harper, él te mira como si fueras el regalo de
navidad que no puede esperar a abrir. Toda esta esperanza, curiosidad y
anhelo mezclados con la anticipación y el conocimiento de que no puede
desenvolverte. Dudo que te vea como una hermana, pero tu hermano es
su mejor amigo. Te encuentras en una posición difícil. —Hizo una mueca,
frunciendo la nariz.
—Vivir con Knox es un tipo especial de tortura. Míralo pero no
toques. Fantasea pero no actúes. Míralo acurrucarse con ese bebé, pero
recuerda que no vas a tener sus bebés. Todo esto es fingido. —Observé
los brownies y me planteé meter la cara en el molde para inhalar el
chocolate—. La frustración sexual por aquí está a punto de estallar, y eso
suponiendo que no ceda y empiece a pasear desnuda por la casa para
probar la teoría de la bata.
—Harper, él está aquí —me recordó, sacudiéndome gentilmente los
hombros—. Pudo mudarse con Ryker o volver a California hasta mayo,
pero eligió quedarse. Contigo. Dale algo de tiempo. Ha habido pocas cosas
de las que haya estado segura con ese grupo de chicos, pero ¿tú y Knox?
Eso siempre fue inevitable. Demonios, ustedes dos terminaron casados.
¡Casados, Harper! —Me sacudió de nuevo, sonriendo emocionada.
—Tan anticuados. —Miré los anillos en mi mano izquierda. Agnes
nos dijo que los mantuviéramos, pero sabía que era solo una cuestión de
tiempo antes de que tuviera que devolverlos.
—Tú dices anticuado, yo digo destino. —Se encogió de hombros—.
Ahora vamos a presentarte. Si nos quedamos aquí un minuto más, estaré
comiendo todos esos brownies.
Me cogió de la mano y me sacó de la cocina hacia una multitud
recién reunida.
Estaban River y Avery, que llegó con algunas bandejas de costillas
que River clamaba eran las mejores del sur de Alaska. Bishop los seguía,
silencioso y observador como siempre, asintiendo mientras la hermana
adolescente de Avery, Adeline, charlaba con él sin cesar.
Además de Bash, Ryker y Knox, se encontraban los McCoy, Miles
y su esposa, Jessica, quienes se mudaron desde Oregón y tenían a los
gemelos más hermosos, Noah y Gavin. Los dos estaban correteando con
Liam, que estaba milagrosamente sonriente.
Braxton Rose se hallaba en casa, sobre todo para mantener a su
hermana pequeña, Taylor, a salvo en el equipo. Ella acababa de salir de
la secundaria, y él estaba bastante enojado sobre el decreto del sesenta
por ciento del consejo, pero había venido.
Derek Chandler e Indigo Marshall completaban el último de los
legados que ya habían llegado a casa. Todavía faltaban Lawson Woods y
Spencer Cohen, pero llegarían a principios de la semana que viene.
Ninguno de los otros chicos estaba casado, solo McCoy, lo que no
me sorprendía. La mayoría de las esposas no se hallaban dispuestas a
mover a sus familias para que sus maridos pudieran tomar el relevo de
un escuadrón que había sido aniquilado en su totalidad.
Que lo llamen superstición o sentido común. De cualquier modo,
lo entendía.
Luego de asegurarme de que Jessica McCoy se sentía bienvenida,
me encontré en la ventana, mirando las montañas cubiertas de nieve. El
sol se había puesto detrás del pico, dejando esa pálida raya azul contra
el contorno negro del terreno.
Papá estaba enterrado justo detrás de la cordillera.
Tal vez esto era lo que él habría querido, ver a Ryker ocupar su
lugar. Por otra parte, tal vez su opinión habría cambiado si hubiera visto
la lluvia radiactiva después del incendio.
—Eres Harper, ¿verdad? —preguntó una voz profunda, sacándome
de mis pensamientos. Uno de los chicos nuevos me sonrió. Era un poco
más bajo que Knox, pero corpulento. El pelo negro como el cuervo y los
ojos azules como el cristal lo convertían en un príncipe de Disney, excepto
por ese bulto en su nariz que delataba una historia de fracturas, y la
cicatriz en su barbilla le daba suficientes defectos para hacerlo humano.
—Sí —respondí, ofreciéndole una sonrisa en respuesta—. Debes
ser uno de los chicos nuevos.
—Sí —repitió—. Chance Thornton, de Arizona. Leí todo sobre el
escuadrón de tu padre, así que esto es prácticamente un sueño hecho
realidad. Me honra haber sido seleccionado para eso.
—Chance, ¿eh? Perfecto nombre de bombero. —Ignoré el nivel de
adoración en su voz hacia mi padre. Lo escuché demasiadas veces, sobre
todo en los años posteriores, cuando vinieron los equipos de noticias, se
hicieron documentales y se escribieron libros por personas que nunca
conocieron a nuestros padres.
—Supongo que no me gusta ir a lo seguro. —Sonrió, pero su tono
se profundizó al guiñarme un ojo.
Parpadeé. Oh, mierda. ¿Coqueteaba… conmigo?
—Parece que también te gusta que te pateen el culo —dijo Knox,
acercándose por detrás—. Porque eso es lo que va a pasar si vuelves a
usar esa frase con mi esposa.
Mi esposa. Mi corazón se sobresaltó.
—Oh, hombre. Lo siento. —Chance levantó las manos y retrocedió
unos pasos rápidamente—. No sabía. Diablos, pensé que eras uno de los
solteros, Daniels.
—No. Estoy con Harper. —Su voz bajó a un tono suave que se
sentía aún más amenazante por su suavidad.
—Lo entiendo. Lo siento, señora Daniels. Mi error. —Me guiñó un
ojo y desapareció rápidamente entre la multitud.
—¿En serio? —le pregunté a Knox, quitándole a James de las
manos, quien se acurrucó, apoyando la cabeza en mi hombro.
—Está agotado —dijo Knox, pasando la mano por el suave cabello
de bebé.
—Eso parece. —Le froté la espalda con pequeños círculos—. ¿Tanto
necesitabas asustar al nuevo? No es culpa suya que no esté al día de los
chismes de Legacy.
—No somos un chisme. Estamos casados, y es mejor que lo sepa
hoy a que me enoje después. Ahora, vamos, señora Daniels, es hora de
comer con la mitad de nuestro nuevo escuadrón. —Me rodeó el hombro
con el brazo y me llevó a la mesa donde todos estaban sentados para
cenar.
Era la vez que más me había tocado desde nuestra boda, y me
asaltó un pequeño sentimiento de culpa por no haberle dicho que me
había quedado con mi propio apellido.
Por otra parte, ya que él se había quedado con su corazón, me
parecía justo quedarme con una parte del mío cuando él ya poseía el
resto. El hecho era que, por muchas veces que Knox dejara claro que no
me quería de esa manera, yo seguía amándolo.
Tenía la sensación de que eso nunca cambiaría.
Traducido por Julie
Corregido por Umiangel

Knox
—Biberón, biberón, biberón... ¿Dónde mierc...? —Me frené a media
frase cuando Liam apareció en mi línea de visión—. ¿Dónde miércoles
está el biberón? —Lo terminé, consciente de que mi tapadera era poco
convincente. Tarde o temprano, cometería un desliz y le enseñaría a Liam
sus primeras palabrotas. Era inevitable.
Señaló sin palabras la bolsa de pañales que había sobre la
encimera.
—Claro. —Abrí la bolsa y encontré los biberones perfectamente
empaquetados dentro con la leche de fórmula, tres conjuntos extra y un
montón de baberos. Era viernes, mi mañana para llevar a los niños al
colegio y a la guardería, pero Harper preparó la bolsa de los pañales como
la heroína madrugadora que era.
—Dios, ella es buena. Debería casarme con esa mujer —murmuré.
—¡Ya lo hiciste! —respondió Liam, que ya había corrido a la sala de
estar.
Sí. Así es. ¿Ya habían pasado tres semanas? En algunos aspectos
parecía que solo habían pasado unas horas y en otros, tres semanas eran
una eternidad. Caímos en un ritmo rutinario entre llevar a los chicos a
donde tenían que estar y ponernos a trabajar.
Éramos sorprendentemente buenos compañeros. Amables, atentos
el uno con el otro, ambos dispuestos a colaborar en las tareas o en lo que
fuera necesario hacer. Era como si hubiéramos sido compañeros de piso
durante años, la definición misma de lo platónico.
Jodidamente platónico.
Atrás quedaron los coqueteos sutiles, los momentos de tensión
sexual como para provocar un terremoto en una línea de falla. Ahora sus
sonrisas eran... amistosas o reservadas para los niños. Pasó de coquetear
a ser solo ser una amiga.
Bueno, yo forcé el giro, pero eso no era lo importante. Echaba de
menos sus sonrisas reales y sus miradas rápidas y robadas cuando creía
que no la miraba.
Metí en la bolsa unos cuantos contenedores más de comida para
bebés; sobre todo para sentir que había hecho algo, y cogí una taza de
café de acero inoxidable.
—Presionar. —La nota en la cafetera de cápsulas estaba escrita a
mano por Harper y señalaba el botón de “preparación”. Deslicé la taza
bajo el dispensador, pulsé el botón y esperé.
El oscuro y rico aroma del café llenaba la cocina, y no era un café
cualquiera. Oh, no, ese bello y profundo olor que agitaba el alma solo
podía provenir de un lugar.
Abrí de golpe el armario que había encima de la máquina y se me
desencajó la mandíbula.
Café Black Velvet.
Harper se acordó de la última vez que la visité y lo había pedido
para mí. Se tomó ese tiempo, guardó ese recuerdo, archivó la información
sin otra razón que hacerme feliz.
Las mujeres me habían regalado corbatas, gemelos, todas las cosas
que las chicas pensaban que queríamos. Diablos, me habían dado una
mamada como regalo de cumpleaños en más de una ocasión.
Pero el café significaba más que todo eso, porque no había ninguna
ocasión, ninguna razón para hacer algo agradable más que el hecho de
que ella era Harper y eso era lo que hacía. Tal vez éramos platónicos, pero
a ella le importaba.
Ajusté la tapa en la taza y la puse junto a la bolsa de los pañales,
sintiéndome más ligero de lo que me sentía desde que le dije que nuestro
matrimonio sería solo de nombre.
—¿Están listos para la acción? —Entré en la sala de estar y hallé a
James rebotando felizmente mientras Liam se ataba los zapatos. Sacaba
la lengua cada vez que lo hacía, como si necesitara esa posición precisa
para tener éxito en su empeño de atarse los zapatos.
—Casi. Listo. —Liam pronunció cada palabra con cuidado mientras
tiraba de los cordones para formar un lazo perfecto.
—¡Lo hiciste! —Chocamos los cinco y alcancé a James—. Bien, si
nos vamos ahora, podemos pasar por... —Bueno. Mierda. Literalmente.
Jamie apestaba—. No importa. Primero limpiamos tus pantalones, y
luego nos iremos.
Gracias a Dios, no tenía el típico horario de nueve a cinco, o me
habría fastidiado intentando averiguar cómo sacar a dos niños de casa a
tiempo. Harper no parecía tener ese problema. Incluso se las arreglaba
para salir temprano, pero no importaba lo temprano que yo empezara,
siempre parecíamos salir cinco minutos tarde.
Cinco minutos más tarde, Jamie estaba limpio y nos pusimos en
camino con una parada en la despensa para coger una cajita del estante
más alto.
—¡Tengo la bolsa! —dijo Liam mientras yo acomodaba a James en
su asiento del coche.
—Uno, dos, hebilla de pecho, arriba —murmuré, recordando
exactamente lo que Harper demostró aquel primer día. Los niños eran
mucho más fáciles que los bebés, eso estaba claro. La mitad de mi tiempo
se dedicó a tratar de mantener a James con vida.
—Buen trabajo —dijo Liam, inclinándose desde su asiento infantil.
—Me alegro de que lo apruebes. Acomódate y nos vamos. —Caminé
por el extremo del camión, empujé el taburete que Liam utilizaba para
subir al camión a un lado, y cerré su puerta después de comprobar que
se había abrochado.
La independencia era importante para el cachorro alfa, y lo entendí
a un nivel puramente experiencial. Si podías depender de ti mismo, no
tenías que preocuparte por lo que los demás hicieran, o no hicieran, por
ti. El taburete era un detalle que le hacía sentir algo más autosuficiente,
y no me importaba lo más mínimo. Algo así como trasladar los bocadillos
a los cajones inferiores de la cocina para que siempre sintiera que tenía
acceso a la comida. La primera vez que Harper lo vio de pie en la encimera
de la cocina, alcanzando las barritas de granola, lo había convencido.
Mientras el niño no pidiera conducir, estaba dispuesto a cualquier
cosa para hacerle sentir un poco más en control de una situación en la
que casi no tenía nada que decir. Llevaban tres semanas con nosotros y
no había ni rastro de su padre. Más bien del donante de esperma.
Salimos del camino de entrada, atravesamos el barrio hotshot y
empezamos a bajar por la avenida Apple Blossom hacia Legacy, dando
un pequeño rodeo antes de llegar a Pequeños Legacies.
Ayudé a Liam a bajar y alcé a James, antes de acompañar a los
niños con sus bolsas al preescolar. Los padres que normalmente me
habrían ignorado me saludaron al salir, sonriendo como si me hubieran
permitido entrar en su club porque ahora también cuidaba de los seres
humanos en miniatura.
Bueno, excepto Ethan Coulter, pero ese tipo siempre sería un
imbécil santurrón, si la historia servía de indicación.
—¿Cuándo vas a dejar de jugar con el fuego y conseguir un trabajo
de adulto, Daniels? —preguntó Ethan mientras su hijo corría hacia el
aula de Liam.
Liam colgó su mochila en su cubículo y se quitó la chaqueta de
Incendio Forestales Legacy.
Demándenme, me gustaba que tuviéramos chaquetas a juego.
—Justo cuando te des cuenta de que hay más cosas en la vida que
el dinero, Coulter. —James me pasó la mano por la barba y yo hice unos
cuantos ruidos de monstruo para sacarle una risita.
—Bien. Bienvenido a casa y demás. Escuché que de alguna manera
terminaste con Harper Anders. No estoy seguro de cómo lo lograste en
menos de una semana. ¿Qué hiciste? ¿Un matrimonio forzado? —Levantó
las cejas, y entendí muy bien lo que quería decir—. No es que te culpe.
Liam colocó su mano en la mía, amortiguando mi necesidad
instantánea de hacer papilla a Coulter. Hace unos años, lo habría hecho,
sin importar las consecuencias.
—¿Cómo está Kim? —pregunté con insistencia. Coulter se casó con
la reina del baile de nuestra clase en una ráfaga de emoción pueblerina,
pero yo sabía que se le encontraba la mayoría de las noches en Wicked,
el bar local. Y no estaba solo.
—Bien, gracias. —Sus ojos se entrecerraron—. Que tengas un buen
día y todo eso. —Asintió en nuestra dirección y se alejó.
Definitivamente este era un aspecto de Legacy que había dejado
atrás con gusto.
—Ese es el padre de Blake. —Liam colgó su chaqueta con cuidado.
Eso era una cosa de tener un niño que no había tenido mucho en su vida;
hombre, cuidaba lo que tenía.
—¿Sí? Fui a la escuela con él. ¿Blake es amable? —Hablando de
un nombre que fue prácticamente inventado para ser impreso en una
carta de aceptación de Harvard.
—No. Es un poco malcriado y cruel. —Se encogió de hombros.
Imagínense.
—¡Liam, cariño, vamos, llegarás tarde! —dijo Harper al entrar en la
clase. Le pasó la mano por el pelo y él se inclinó un poco. Puede que ese
niño no quiera depender de nadie, pero, hombre, tenía una gran debilidad
por Harper.
Éramos bastante parecidos en ese sentido.
—¡Adiós, Knox! —dijo Liam en voz alta y se apresuró a ir a su
escritorio.
—¿Cómo estuvo la mañana? —preguntó Harper, saliendo conmigo
del aula. No sé cómo una maestra de preescolar se las arreglaba para
lucir sexy tan tapada como se encontraba, pero lo hacía. Por otra parte,
es probable que Harper me pareciera atractiva con un saco de papas, ya
no digamos con unos pantalones negros que abrazaban sus curvas y un
top de punto rosa que parecía haber sido cosido pensando en su cuerpo.
Alzó a James y le besó la frente—. Mmm, huele bien.
—Le eché un poco de colonia —bromeé—. Nada escandaloso, solo
un poco de Axe. No estaba preparado para Old Spice.
—Ja, ja. Muy gracioso. Siempre huele bien. —Volvió a olfatear la
cabeza del hombrecito, cerrando los ojos en señal de felicidad. Aunque
nunca me imaginé con niños, Harper estaba en su elemento, y le quedaba
bien.
—La mañana fue genial, gracias a que encontré mi café favorito. —
Mi voz bajó un poco.
Su sonrisa fue instantánea y un poco tímida. —Me alegro mucho
de que te gustara. Pensé que podrías necesitar un pequeño estímulo.
—Fue una gran sorpresa. Perfecto. —Igual que ella. Su pelo estaba
suelto y actualmente en posesión de James—. Gracias.
Sus mejillas se sonrojaron y se aclaró la garganta. —Entonces, ¿te
metiste con Ethan? Te vi hablando con él.
—Ese tipo me odia. Siempre lo ha hecho. —Me metí las manos en
los bolsillos.
—Te acostaste con su novia antes del partido de bienvenida. —Ella
arqueó una ceja en mi dirección.
—Oye, se habían dado un tiempo, y ella se encontraba más que
dispuesta. Créeme. —Me encogí de hombros. No era mi culpa que Coulter
no pudiera mantener a su mujer feliz.
Se burló. —No tengo ninguna duda. Pero sé amable. Esta ya no es
tu caja de arena; es la de Liam, y ya le cuesta bastante encajar.
Se me pusieron los pelos de punta.
—¿Qué quieres decir? —Eché un vistazo por encima de su hombro
y vi a Liam sentado solo en su mesa, organizando los lápices mientras
sus compañeros se reunían cerca de Blake.
—O sea, los niños son niños. Liam no siempre tuvo mochilas
nuevas, o zapatos nuevos, o las cosas que algunos de esos niños valoran.
No siempre le dan la bienvenida. —Siguió mi mirada y suspiró—. Los
niños pueden ser idiotas.
—Da igual, mi chico es mucho más genial que ese aspirante a
modelo de Gap que está allí lamiendo la pizarra. —Señalé con la cabeza
a Blake.
Sus ojos se abrieron momentáneamente y luego ahogó una risa,
besando a James de nuevo. —Vale, salgan de aquí. —Me lo devolvió—.
Gracias por ocuparte esta mañana para que pudiera salir temprano a la
reunión de personal.
—Gracias por casarte conmigo —dije con una sonrisa descarada.
Mierda, estaba coqueteando.
Ella parpadeó. —Adiós, Knox. Te veré en casa. —Se volvió hacia su
clase y yo me moví rápidamente, sacando la incómoda caja de dulces del
bolsillo de mi chaqueta y poniéndola en su mano—. ¡Bottlecaps3! —Su
sonrisa iluminó el maldito mundo.
—Nos vemos en casa, señora Daniels —dije por encima del hombro.
Ese era oficialmente mi apodo favorito para ella. De todos—. Vamos a
llevarte a casa de Cherry, hombrecito.
James soltó un chillido mientras le hacía una pedorreta en el cuello
y lo sacaba del preescolar.
No era una mala manera de empezar el día.

***

El lunes fue una mierda.


—¿Qué quieres decir con que aún no ha llegado? —Menos mal que
el despacho de Bash estaba insonorizado porque los demás miembros del
equipo no necesitaban oír esta mierda.
Bash se ató las zapatillas. —O sea, me dijo que le debía a su antiguo
equipo un día más y se lo va a dar. Ya viene.
—Ya estamos en el segundo día de mayo. Será mejor que aparezca,
porque aceptó ser nuestro superintendente, y si no aparece, todo nuestro
estatuto con la ciudad se irá a la mierda. —Todo nuestro trabajo, el
dinero, los ruegos al ayuntamiento, todo sería en vano si Spencer Cohen
no se presentaba.
Era el único miembro superviviente de los Legacy Hotshots
originales.
—Vendrá. Compró una casa y todo. Vendrá.
Me pasé las manos por la cabeza y las apoyé encima, entrelazando
los dedos. —No es que pueda culpar al tipo. Sé que es muy doloroso para
él volver aquí y ponerse este parche.
—Sí, pero no podemos hacerlo sin él, y lo sabe. Ninguno de
nosotros tiene la experiencia para ser superintendente. Vendrá.
—¿Por el parche?
—No. Porque lo último que le dijo a mi padre fue la promesa de
sacarme de la montaña. De mantenerme a salvo. Es imposible que no
aparezca ahora que volvemos.
Qué jodido sentimiento de culpa. Spencer manejó el camión con
Bash pateando y gritando que no dejaran a su padre, y habían vivido.

3
Dulces de tableta hechos para parecerse a tapas de botellas de refresco de metal en
sabores de uva, cola, naranja, cerveza de raíz y cereza.
Todos los demás miembros del equipo se encontraban en sus
refugios de despliegue, dispuestos en su sitio tal y como practicaron
cientos de veces.
—Supongo que será mejor que salgamos —dije.
Unos minutos más tarde, nos encontramos en la cabecera de la
gran sala, donde esperaban todos los miembros del nuevo equipo Legacy
menos uno.
La mayoría eran bomberos forestales experimentados. Los demás...
pues, teníamos que ponerlos en forma y prepararlos para la certificación.
—Me alegra ver que todos han llegado hoy —dijo Bash, subiendo la
cremallera de su chaqueta polar—. La mayoría de ustedes me conocen.
Para los que no, soy Sebastián Vargas, y este es Knox Daniels. Spencer
Cohen será nuestro superintendente, pero Knox va a estar a cargo de
mantenerlos en forma a todos.
¿Qué mierda?
Estoy seguro de que mi cara lo decía todo mientras Bash me daba
una palmada en la espalda.
—¿Dices que no eres el imbécil más en forma de aquí? —preguntó
con algo más que un reto en su tono.
—Bueno. Sí. Por supuesto que sí. —Claro que sí. Corría todos los
días, levantaba pesas por la noche y comía como un anuncio de una
tienda de productos saludables la mayor parte del tiempo. Últimamente,
hice sesiones extra en el gimnasio de mi casa, pero eso era sinceramente
para mantener mis manos ocupadas y lejos de Harper.
—Entonces son tuyos. —Bash me dejó de pie a la cabeza de la
multitud.
Todos me miraron con caras expectantes y me aclaré la garganta.
—Bien. Bueno. —¿Qué iba a hacer con ellos? Diecisiete caras me miraban
como si debiera saber qué demonios hacía. A diez de ellos los conocía de
toda la vida, pero los otros siete eran prácticamente desconocidos. Se me
ocurrió una idea—. Para aquellos que son de aquí, bienvenidos a casa.
Para los novatos, haremos un pequeño recorrido. A pie. Espero que estén
hidratados.
Corrimos.
Me decidí por el camino desgastado que sube a Legacy Mountain,
manteniéndonos muy por debajo de la línea de árboles. Mis pulmones
ardieron durante el primer kilómetro y medio, pero después se adaptaron
como de costumbre. Últimamente me había mimado demasiado en la
cinta de correr. Simplemente, no podía simular estos giros rocosos y los
dramáticos cambios de elevación.
A los tres kilómetros, Bash trotó junto a mí, mirándome mal.
—Me arrepiento de haberte dado este puesto.
—Solo porque estás demasiado fuera de forma para seguir el ritmo.
Emerson te volvió blando. —Mi respiración era uniforme y constante,
pero muchos de los chicos detrás de nosotros no podían decir lo mismo.
Todos los novatos habían estado aquí durante una semana, por lo que
tuvieron un poco de tiempo para adaptarse a la altitud, pero sabía que
tendría que reducir la velocidad antes de que uno o más de ellos cayeran
por el mal de altura. Necesitaría un mes entero para que se aclimataran.
—¿Qué, y Harper no te ha ablandado? ¿O no vi un pastelito en tu
escritorio con una nota que decía “buena suerte hoy”?
—No te metas en mi oficina, y más vale que no hayas tocado mi
pastelito. —Lo mataría si esa dulzura no estuviera allí cuando volviera.
—¿Qué es eso que escuché sobre pastelitos? —preguntó Ryker,
acercándose a mi derecha.
—Su mujer le trajo un pequeño regalo de primer día —bromeó
Bash.
—Odio cuando la llamas así —murmuró.
—Bueno, es su mujer —replicó Bash.
—Espera. —Su cabeza se movió en mi dirección—. ¿Harper te trajo
un pastelito y no me dejó uno? ¿Qué demonios? —Parecía cabizbajo.
Mantuve la boca cerrada. Harper era un tema delicado entre los
dos y no tenía la seguridad de que hubiéramos encontrado un terreno
común para declarar una tregua.
—Sigue enfadada contigo —le dijo Bash.
—Me lo imaginaba. Puede estar todo lo molesta que quiera, yo solo
pienso en lo mejor para ella —respondió Ryker como el imbécil egoísta
que era.
—Mentira —murmuré mientras doblábamos otra curva.
—¿Perdón? —espetó Ryker.
—Aquí vamos, carajo. —Bash nos envió a ambos una mirada severa
que ignoramos.
Miré hacia atrás y noté que nos encontrábamos a unos tres metros
delante de los siguientes chicos, Bishop y River Maldonado, que estaban
perdidos en su propia conversación.
—Mira, Ry, entiendo por qué no la quieres conmigo. Pero tienes que
dejar de lado la idea de que puedes controlarla. Es una mujer adulta.
—Soy muy consciente de lo que es. Y por supuesto que no la quiero
contigo, pero tampoco quiero que me odie. Es mi hermana, lo cual no es
algo que ninguno de ustedes entendería. Ella es mi responsabilidad.
Resoplé. La idea de que Harper pensara en sí misma como una
responsabilidad era risible. Era más adulta que nosotros tres juntos.
—Técnicamente, es responsabilidad de Knox. Legalmente y todo
eso —intervino Bash con una sonrisa y una rápida mirada hacia mí.
—Ella no es nada de Knox —espetó Ryker.
Mis manos se cerraron en puños. —Y me voy de aquí. Bash, hazme
un favor y detente en esa pequeña arboleda justo antes del descenso.
Quiero comprobar si hay rezagados. —Mantuve mi atención únicamente
en Bash porque me hallaba listo para pelear con Ryker.
Normalmente era el más relajado en nuestra amistad, así que ¿por
qué era un imbécil tan inflexible cuando se trataba de Harper?
—Hecho —respondió, y me di la vuelta, volviendo por el camino que
recorrimos. Pasé por delante de los hermanos Maldonado con una
inclinación de cabeza, observando que seguían el ritmo sin problemas.
Por otra parte, llevaban meses en casa, así que se encontraban más que
adaptados. Además, Bishop vivía prácticamente en el gimnasio y llevaba
consigo a su hermano pequeño.
Indigo Marshall era la siguiente en la fila, corriendo con pasos
seguros mientras su cola de caballo negra y trenzada se balanceaba
detrás de ella. Sus característicos ojos azul oscuro se ocultaban tras sus
gafas de sol.
—¿Cómo te va, Indie? —Me puse a su lado.
—Lo haces muy fácil para nosotros —comentó, mirándome por
encima de sus gafas—. Sé que ustedes pueden correr el doble de rápido.
Ella podía correr más que todos nosotros.
—¿Pero puede el resto? —pregunté, señalando la parte de atrás de
la fila—. Hay dos novatos detrás de ustedes, más siete trasladados que
vinieron de baja altitud. No todos están acostumbrados a correr a la
misma altura.
—Su falta de entrenamiento es culpa de ellos. ¿Vamos a poder
capacitarlos? Sabes que me encanta la idea de llevar el parche de mi
padre, pero renuncié a mi puesto en mi equipo de Montana por esto, así
que lo apuesto todo a que ustedes nos hagan despegar.
Sin presión, ni nada.
—Lo haremos si estás dispuesta a dar un paso adelante y ayudar.
Estuviste en ese equipo durante, ¿qué? ¿Dos años? —El camino de grava
crujía bajo mis pies mientras subíamos con paso firme.
—Tres. Y no me malinterpretes, preferiría estar aquí. Ayudaré en
todo lo que pueda. Sé que no soy la bombera más experimentada, y que
no soy exactamente alguien a quien los chicos vayan a tomar en serio…
—¿Porque eres una chica?
Asintió, con la boca tensa.
—Eso es un montón de mierda, Indie. Eres joven. ¿Cuántos?
Veintitrés años, ¿no?
—Sí. Acabo de cumplir años en febrero.
Giramos en la bifurcación del camino, dirigiéndonos más arriba en
la montaña.
—Tampoco eres la más joven aquí. Ninguno de estos tipos te
molestará porque eres mujer o los echaré. ¿Entiendes? Diablos, estás
superando a la mayoría de ellos. Hablando de eso, tengo que revisar a los
demás.
Ella asintió de nuevo, y seguí corriendo. Derek Chandler corría seis
metros detrás de Indie y en ese momento le miraba el culo. El chico tenía
diecinueve años y era la viva imagen de su padre, que probablemente le
habría dado un golpe en la nuca si hubiera visto la forma en que miraba
a su compañera de equipo.
Supongo que ese era mi trabajo ahora.
Lawson Woods también se dio cuenta. Era otro hijo Legacy, solo un
par de años más joven que yo. Se graduó con Harper, si no recuerdo mal,
y había sido lo suficientemente inteligente como para no tocarla.
—Será mejor que mantengas los ojos en el sendero, el combustible
o el cielo, chico, porque si los pones en el culo de Indie una vez más, te
los sacaré de la cabeza. ¿Entendido? —Lawson prácticamente le gruñó al
chico mientras lo pasaba por la izquierda.
—Sí, señor. —Derek palideció cuando lo pasé corriendo.
Le hice un gesto de agradecimiento a Lawson y él me lo devolvió,
mirando a Derek.
Los trasladados seguían el ritmo, y les recordé que debían beber
agua mientras los adelantaba. Chance lideraba el grupo, con la misma
sonrisa arrogante que usó con Harper.
Imbécil.
Esperen. Dónde estaban... Bueno, mierda.
Al menos cuatrocientos metros atrás, Braxton Rose se encontraba
corriendo con su hermana, Taylor. Más o menos. Aceleré el ritmo para
llegar a ellos.
—Puedes hacerlo —le dijo con el mismo tono de hermano mayor
que Ryker usaba con Harper.
—No. Estoy. Segura. —Sus palabras fueron puntuadas con
respiraciones entrecortadas. La chica se esforzaba, y su cara estaba roja
por el esfuerzo.
—Solo inhala por la nariz, exhala por la boca y esfuérzate. Sigue
moviéndote —le instó.
—¡Mi nariz no es el maldito problema, Brax! Estoy fuera de forma.
¿No te has dado cuenta? —Ella dejó de correr y comenzó a caminar, con
el pecho agitado mientras luchaba por recuperar el aliento.
—No te detengas, Taylor —suplicó Braxton. Sus ojos marrones se
abrieron de par en par al verme—. Knox, puedo ponerla al día, lo prometo.
Bajé la velocidad para caminar junto a Taylor, que se esforzaba por
respirar, pero seguía subiendo la colina. Tenía dieciocho años, nuestro
legado más joven, y si no se hubiera apuntado, no tendríamos equipo.
Necesitábamos a todos los legados que quedaban.
—Brax, ¿por qué no corres más adelante? Los trasladados están a
unos cuatrocientos metros, y Lawson un poco más adelante. Yo me
encargaré de Taylor.
—No voy a dejarla. —Sacudió la cabeza.
Genial, era Ryker Junior.
—Sí vas a dejarla. Ahora. Sube a esa montaña y únete al equipo.
No sacaré a Taylor, y lo sabes. Ve. —Señalé hacia la montaña.
—Estoy bien —le dijo Taylor, agachándose ligeramente—. Por favor,
vete.
Hizo una mueca, pero lo hizo, echándose a correr para alcanzar a
los demás.
—Me ofrecí como voluntaria. Para que él… volviera —me dijo con
la respiración entrecortada—. Sabía que lo… necesitarían. Por los
números.
—Lo necesitamos. También te necesitamos a ti. Pon las manos
sobre la cabeza. —Hice lo mismo—. Así.
Lo hizo, y el sonido que soltó fue demasiado autodespectivo para
ser una risa. —Sí, vale. ¿Qué parte de esto —Señaló su cuerpo mientras
recuperaba el aliento— necesitas? Fui criada por un bombero hotshot y
mi hermano es un tipo de construcción... o lo era hasta que lo convencí
de que volviera a unirse a ustedes. Sé que hay que estar en forma. Ambos
sabemos que te frenaré. Seré la razón por la que fracasemos. —El viento
se levantó y le trajo un mechón de pelo rojo a la cara. Se lo apartó con un
gemido—. Hasta mi pelo está sudando.
Tenía un aspecto triste, pero ignoré la puñalada de culpabilidad en
mi conciencia por haberle hecho esto. Teníamos que conseguir que todos
los miembros estuvieran capacitados, y si eso significaba correr por la
montaña todos los días, lo haríamos.
—¿Terminaste? —pregunté encogiéndome de hombros.
—¿Qué? —Parpadeó, con los brazos caídos a los lados.
—Te pregunté si ya terminaste con tus delirios de fracasar. —Saqué
mi botella de agua del cinturón y se la entregué, notando que la suya
estaba vacía.
—No puedo tomarla. Te quedarás sin nada.
La empujé hacia ella. —Si te caes por deshidratación, nos faltará
un miembro del equipo. No te equivoques, Taylor Rose, eres un miembro
de este equipo.
Tomó un trago y me la devolvió. —Gracias.
—¿Quieres hacer esto? No me refiero a si quieres que Braxton haga
esto, o si te necesitamos por la regla del sesenta por ciento. Quiero decir,
¿quieres ser un bombero hotshot?
Ella asintió, observando el camino que se elevaba por encima de
nosotros mientras tomábamos la parte más empinada del sendero paso
a paso.
—Tendrás que hablar más alto, sobre todo con esos tipos de ahí
arriba. —Señalé el sendero, donde ya no podíamos ver al resto del equipo.
—Sí, lo sé. —Asintió de nuevo—. De verdad que sí. Me encanta la
ciencia, la forma en que el fuego se mueve con el viento y el combustible.
Me encanta la idea de superarlo, de utilizar el propio fuego para quemarlo
y controlarlo. Salvar pueblos y hogares porque los nuestros se quemaron.
Supongo que quiero salvar a un niño de que termine como yo. —Se
encogió de hombros, sin dejar de mirar el camino.
—Lo entiendo. Es la misma razón por la que acepté acoger a Liam
y James. Tampoco quería que crecieran como yo. No es que no haya
tenido un gran padre, y una fantástica abuela, pero entiendo lo de querer
proteger a otra persona.
Caminamos en silencio durante unos cien metros mientras su
respiración se estabilizaba. —Emerson... tuvo que pedir pantalones XL
para mí. —Tiró de la tela caqui de sus caderas—. Es la talla más grande
que hacen.
—Y si no lo hicieran, habríamos mandado hacer unos a medida. No
te perderemos por una talla de ropa, Taylor. Además, sabes que se trata
de fuerza y resistencia. Y lo lograste tres kilómetros, cuesta arriba, antes
de caminar. Es una hazaña increíble. Tienes que concentrarte en eso.
¿Estás en forma para la certificación? Probablemente no.
Sus hombros cayeron.
—Espera. Algunos de esos tipos de ahí arriba tampoco lo están. No
estás sola. Tenemos meses, Taylor. Meses para prepararte, y ya te luciste
haciéndolo sola. La próxima semana, serán cinco kilómetros. ¿La semana
siguiente? Seis. No. Estás. Sola. Tienes a todo el equipo para ayudarte.
La única pregunta es: ¿quieres llegar hasta allí?
Asintió, con la cabeza hacia abajo mientras doblábamos la última
esquina, donde el trayecto se nivelaba a mitad de camino hacia la línea
de árboles. Nos hallábamos probablemente a unos tres mil metros o algo
así.
—Y lo lograrás. ¿Sabes cómo estoy seguro? —Sonreí.
—No.
—Mira adelante. —Señalé hacia donde el resto esperaba, todos
descansando en la arboleda en la que le pedí a Bash que se detuviera.
—¿De acuerdo? —Siguió mi línea de visión.
—Uno, tu equipo te está esperando. No te dejaron atrás. Dos, no
dejaste de moverte. Tal vez no corriste todo el camino, pero seguro que
no te detuviste. No abandonaste. Te exigiste y cubriste la misma distancia
que ellos. —Eso me dijo todo lo que necesitaba saber.
Tragó saliva. —Van a pensar que no pertenezco a este lugar —me
susurró mientras caminábamos hacia donde se hallaban los trasladados,
la mayoría llevándose las manos a la cabeza al igual que Taylor. Uno de
los chicos estaba vomitando a un lado.
—Tú perteneces aquí más que ellos. No lo olvides nunca. Eres una
Rose. Este equipo está en tu sangre. Ahora, antes de que subamos donde
todos puedan escuchar... puedo ayudarte, pero probablemente no soy la
mejor persona para el trabajo. ¿Qué te parece si trabajas con Indie?
—¿Indigo Marshall? —Se frenó y me lanzó una mirada más que
escéptica.
—Sí. Es nuestra única otra mujer, ya que Emerson ocupa el puesto
de gerente. También es una de las mejores de aquí, y será capaz de decirte
exactamente lo que vas a necesitar para capacitarte.
—Es aterradora —susurró Taylor; sus ojos se abrieron de par en
par en tanto miraba a Indie estirarse junto a uno de los árboles.
—Es feroz. —Ladeé la cabeza—. Y bien, un poco aterradora. Pero
tengo la sensación de que te sentirías más cómoda trabajando con ella
que, por ejemplo, con Chandler, el de allí.
—Es un idiota —soltó—. Cualquiera menos él. Ha sido un imbécil
desde el jardín de infancia.
Archivé esa información. —¿Ves? Indie es tu mejor opción.
Braxton nos vio y se levantó de su asiento contra un árbol.
—Además, no habría un hermano mayor autoritario —añadí.
—Esa podría ser la mejor razón. —Una sonrisa curvó sus labios.
—Le diré a Indie que puede que necesites un poco de ayuda —dije
en voz baja mientras Braxton se acercaba. Luego los dejé a los dos y me
dirigí hacia donde Bash y Ryker esperaban con el resto de los legados.
Había dos grupos claramente definidos aquí arriba: los transferidos
y los legados. Eso es un problema.
—¿Estará bien? —preguntó Ryker, señalando a Taylor.
—Sí.
Después de reunir al equipo, tomamos un sendero estrecho pero
muy trillado que descendía por la ladera de la montaña hasta una zona
llana de tierra desnuda. Los árboles que había aquí eran árboles jóvenes
o cadáveres, con la excepción de uno o dos pinos afortunados, pero
incluso esos llevaban las cicatrices de haber sido chamuscados.
Conduje al equipo hasta el centro del pequeño claro, y luego me
enfrenté a ellos.
—Bash, Ryker, Indie, Lawson, River, Bishop, Derek, Braxton y
Taylor, vengan aquí.
Los trasferidos cambiaron su peso de un lado a otro, viendo cómo
los legados se movían para colocarse detrás de mí.
Miré por encima de los trasferidos. —Todos los que están conmigo
tienen un derecho de sangre a estar en este equipo. —Miré a Taylor—. Y
sé que han oído las historias y leído los informes, pero verlo es diferente.
Hace casi once años, el incendio de Legacy Mountain comenzó en la parte
posterior de este pico. El escuadrón cavó una brecha, pero los vientos
cambiaron. —Miré a Bash.
Asintió con la cabeza y tomó el relevo.
—Los informes meteorológicos indicaban que los vientos se harían
más fuerte, pero nadie previó las ráfagas de ciento diez kilómetros por
hora ni el cambio de dirección. La brecha aguantó al principio, dio tiempo
a la ciudad para evacuar. Pero cuando llegaron esas ráfagas... —Sacudió
la cabeza—. El fuego saltó sobre las copas de los árboles. Fue lo más
aterrador y devastador que he visto nunca. —Su mandíbula se tensó, y
supe que eso era lo máximo que iba a decir. Demonios, era casi más de
lo que había dicho sobre ese día.
A diferencia del resto de nosotros, él estuvo allí, buscando a su
padre para ver si había algo que pudiera hacer para ayudar.
Un momento de silencio involuntario fue roto por el sonido de
alguien saliendo de la arboleda detrás de nosotros.
Spencer.
Parecía cualquier cosa menos feliz de vernos.
—Nos quedamos sin combustible —dijo, pasándose la mano por la
barba recortada. El tipo solo tenía treinta y dos años (solo cinco más que
yo), pero cargaba con un cansancio, como si su alma hubiera envejecido
mucho más rápido que su cuerpo—. Estábamos en plena sequía, y los
árboles se encendieron como fósforos. El hijo de Vargas llegó en coche y
encontró al escuadrón. —Se detuvo, situándose entre Bash y yo, pero sin
mirarnos a ninguno de los dos—. Hubo una buena cantidad de gritos
entre padre e hijo, y Vargas me dijo que sacara a Bash de la montaña.
Estábamos allí —señaló hacia el sendero del que acabábamos de salir—
bajando a la cresta sur para cavar otra brecha con la esperanza de que
pudieran detener el fuego allí, pero el fuego salió a su encuentro.
Su mandíbula se tensó y curvó la visera de su gorra de béisbol
mientras se aclaraba la garganta.
—Aquí —señaló la pequeña zona del claro que ocupábamos— es
donde desplegaron sus refugios. Aquí es donde hallaron a los dieciocho.
—Se quedó en silencio.
Subí aquí cientos de veces. Era el lugar donde me sentía más en
paz en los días en que le echaba demasiado de menos como para respirar
plenamente, donde Harper me encontró dos días después del funeral,
donde se sentó en silencio durante horas a mi lado en un árbol caído y
quemado porque no había estado preparado para marcharme, para
dejarlo marchar.
Este era el lugar al que llegué aquella noche de hace siete años
después de darme cuenta de que, aunque ella nunca sería mía —no
realmente—, yo siempre sería suyo.
—Están todos enterrados juntos más adelante en Aspen Grove. —
Mi voz sonó mucho más fuerte de lo que sentía—. Pero aquí es donde más
los siento. Quería que lo vieran —le dije a los trasferidos—. Que estén
aquí y comprendan lo que perdimos ese día, y por qué tenemos que
reconstruirlo. Esto no es solo un trabajo para nosotros. Es cierto que
somos un legado, que este es nuestro hogar, pero ahora también es el
suyo. A partir de ahora, somos un solo escuadrón. Ya sea que estén aquí
por sangre o por elección, ahora todos somos Legacy.
El silencio se prolongó, solo roto por el suave silbido del viento entre
los árboles y el piar de los pájaros.
—Buen discurso —murmuró Bash.
—Fue lo mejor que se me ocurrió con poca antelación, después de
que me echaras encima todo el trabajo de entrenamiento —susurré en
respuesta.
—Yo le daría un ocho —añadió Ryker—. Pero diez con la dramática
entrada de Spencer.
—Por el amor de Dios —murmuró Spencer, poniendo los ojos en
blanco—. Para cualquiera que no haya sido un dolor en el trasero desde
que nació, soy Spencer Cohen. Sí, soy el único miembro superviviente del
escuadrón Legacy original, y su nuevo superintendente. Espero que estén
escuchando, porque es la única vez que voy a contar esa historia. El fuego
es todo lo que conozco, y maldita sea, me conoce bien. Escuchen, hagan
lo que les digo, cuiden siempre a sus hermanos —envió una mirada hacia
Indie y Taylor— y hermanas, y los traeré a casa vivos. —Miró entre las
agrupaciones y entrecerró los ojos—. Ahora, que cada transferido elija un
legado, el que quiera, siempre que no sea yo. Cenarán con ellos durante
la próxima semana. Lo iremos intercambiando hasta que todos se hagan
buenos amigos.
Me crucé de brazos y observé cómo cada uno de los transferidos
elegía un legado. Bien, esto debería ayudar a la cohesión del equipo y a
construir... Oh, demonios, no.
Chance me sonrió.
—¿En serio? —pregunté.
—Entonces, ¿cuáles son las flores favoritas de tu esposa? No me
gustaría aparecer con las manos vacías. —Ese pequeño brillo en sus ojos
haría que le patearan el culo.
Conocía su tipo. No se trataba de Harper tanto como de afectarme
y tratar de establecer el dominio que él no tenía.
—Oh, ella es una gran fanática de las azucenas de “no es asunto
tuyo”. La cena es a las siete, el postre lo llevas tú, y si te atreves a sonreírle
a Harper, te mataré a base de carreras cada mañana hasta que desees
no haberla visto nunca.
—Sí, eso nunca sucederá —dijo con una risa a la vez que se fue a
unirse a los otros miembros del escuadrón caminando hacia el sendero—
. Lo de desear no haberla visto nunca —respondió con un guiño.
Sí, estaba deseando que le patearan el culo.
—¿Problemas con el novato? —me preguntó Ryker, dándome una
palmada en la espalda.
—La otra noche coqueteó con Harper en la cena.
—Dile que no tiene ninguna oportunidad. —Envió una mirada en
dirección a Chance. Era agradable tener ese odio enfocado en otra parte,
aunque fuera por un minuto.
—Ya está hecho.
—Al menos eso es algo en lo que estamos de acuerdo. —Esa mirada
se volvió hacia mí mientras se alejaba, susurrando—: Tampoco es que
tengas una oportunidad.
Bueno, hasta aquí llegó ese minuto. Al menos no divulgaba que
nuestro matrimonio era falso, pero eso era probablemente porque estaba
prendado de Liam y James.
—¿Qué diablos hiciste para enojar a Anders? —preguntó Spencer
mientras subía a mi lado por la colina hacia el sendero. El terreno era
empinado, el granito descompuesto resbalaba ligeramente bajo mis
zapatos mientras subíamos la pendiente.
—Me casé con su hermana.
—¿Con Harper? No me jodas, ¿en serio? —Sus cejas se levantaron
con sorpresa.
—¿Por qué tan sorprendido? Todos los demás parecen pensar que
era inevitable. —Todos menos Ryker.
—Volviste a la ciudad hace un instante, ¿y ahora estás casado?
Creo que es una reacción bastante justa estar sorprendido. —Llegamos
al sendero y nos giramos para mirar hacia atrás en el claro mientras el
resto del equipo pasaba, bajando la montaña.
—Hablando de volver al pueblo, ¿qué fue lo que te hizo salir de los
árboles allá atrás? Creí que le habías dicho a Bash que le debías un día
más a tu antiguo escuadrón antes de aparecer.
Cruzó los brazos sobre el pecho, sus ojos escudriñando el claro
ahora vacío. —Le debía a mi escuadrón un día más. Solo que no el que
Bash supuso, y no esperaba exactamente que ustedes trajeran a todos
hasta aquí. —El sonido que hizo fue demasiado pesado para ser llamado
un suspiro—. No he estado aquí desde que sucedió. El último recuerdo
que tengo es de ellos vivos y respirando, bromeando y trabajando. No
quería reemplazar eso con terreno carbonizado y marcas de quemaduras.
—Entendible. —El suelo había estado negro cuando subí después
del funeral, los lugares donde se desplegaron los refugios se hallaban
claramente definidos. Pasé horas preguntándome qué marca había sido
mi padre. Cuáles habían sido sus últimos pensamientos mientras las
llamas lo convertían en combustible para el fuego contra el que se pasó
luchando toda su vida. Pero la hierba había crecido sobre los restos
mutilados de la arboleda a medida que el proceso de curación se iba
imponiendo—. Se ve... mejor ahora. Once años es un buen tiempo para
que un bosque comience a recuperarse.
—¿Y un hombre? —preguntó, observando cómo la brisa mecía las
ramas de los álamos. Spencer había estado notoriamente callado después
del incendio. No concedió entrevistas, no posó para las cámaras ni
escribió sus memorias. Evitaba los medios de comunicación como la
peste y buscaba los incendios con una ferocidad que casi podría
calificarse de deseo de muerte.
—Creo que es un buen momento para que un hombre empiece a
recuperarse también. —Le di una palmada en el hombro mientras la cara
de Harper se cruzaba en mi mente, riendo con Liam mientras llevaba a
James en su cadera en la cocina. Tal vez había esperanza para que todos
encontráramos un poco de felicidad—. Tómate tu día, superintendente.
Pero no olvides que hay todo un nuevo equipo Legacy que te necesita.
Incluido yo.
Lo dejé parado al borde del sendero y me uní a mi escuadrón. Todos
nos hallábamos atormentados por nuestros padres, nuestros fantasmas
personales, pero la situación de Spencer era peor.
Él era uno.
Traducido por Pame .R. & Jadasa
Corregido por Umiangel

Harper
—¿Qué quieres decir con que no están aquí? —La cara de mamá
decayó—. Les compré juguetes y libros para colorear, y tenía muchas
ganas de pasar un rato con ellos. —Sus hombros se hundieron, haciendo
susurrar su blusa de seda color crema. Tenía el cabello recogido en un
moño simple, y completó sus accesorios con una sola hebra de perlas
negras. Era perfecto para el club de campo al que pertenecía en Crested
Butte, donde vivía ahora.
Evité su almuerzo durante semanas, y ahora era el momento de
enfrentar las consecuencias un sábado por la mañana.
—Creímos que era mejor dejarlos con una niñera para el almuerzo
—le expliqué en el vestíbulo del club mientras me quitaba un poco de
tierra del brazo—. La hermana pequeña de Avery, Adeline, está certificada
y Elliot hizo todas las verificaciones, por lo que está en casa con los niños.
Mamá usó su uña, raspando algo en la tela verde claro de mi suéter
de ballet, que combinaba muy bien con la falda lápiz negra y las botas
ecuestres negras que elegí para el almuerzo. Debatí sobre tacones, pero
me cambié por si acaso nos veíamos obligados a huir de mi madre.
—Solo quería conocerlos un poco mejor. Después de todo, van a
ser familia.
—Mamá, basta. Eso es... —Bajé la mirada a la mancha blanquecina
y suspiré. James dejó su marca—. Eso es vómito. Tienes que recordar
que solo somos sus padres adoptivos. No son nuestros. No tenemos voz
en lo que les sucede. En este momento, Elliot todavía está localizando a
su padre.
—¿Así que no te los vas a quedar? —Su mano voló a su pecho.
—No es nuestra elección. Nada de lo que suceda con su futuro es
nuestra elección. Solo tenemos que cuidar de ellos por ahora. El objetivo
es reunirlos con su padre. —Donde demonios sea que estuviera.
—Bueno, hubiera sido bueno tenerlos para el almuerzo. Podrían
haber ido a nadar o algo así. —Señaló hacia la ventana con vista a la
piscina.
Apenas hacía veinte grados afuera, definitivamente no era clima de
piscina, pero sabía que ella tenía buenas intenciones, así que solo asentí
y recé para que Knox terminara de estacionar la camioneta pronto.
—Hace demasiado frío para nadar, mamá —dijo Ryker por encima
de mi hombro derecho. Pasó a mi lado con un rápido apretón de mi brazo
antes de ir con nuestra madre.
Teniendo en cuenta que apenas le había dirigido una palabra en
las últimas dos semanas, esto se pondría interesante.
—Hola, cariño —respondió ella en tanto él la besaba en la mejilla—
. Estoy tan contenta de que pudieras venir. ¡Vaya! ¡Knox! ¡Genial, ahora
toda la familia está aquí! O lo estaría si hubieran traído a esos chicos. —
Chasqueó la lengua antes de volverse hacia la anfitriona.
Knox se ajustó la corbata azul brillante y se bajó los puños de la
camisa hasta la muñeca al mismo tiempo que movía los hombros en la
chaqueta del traje. Todo mi cuerpo se tensó. Maldita sea, el hombre era
hermoso. Se afeitó su barba habitual, dejando nada más que una piel
suave y palpable. Mis dedos se cerraron en mis palmas.
Al diablo con la frustración sexual, estaba al nivel de agonía sexual.
Caminó por el pasillo en nada más que una toalla esta mañana cuando
escuchó llorar a James, y yo había estado en un estupor babeante desde
entonces.
¿La definición de ironía? Yo estaba casada con el hombre. Casada
y, sin embargo, ni siquiera podía disfrutar de la luna de miel.
Su garganta se movió, atrayendo toda mi atención. ¿Cómo podría
un cuello ser tan sexy? Era perfecto para pasarle mi lengua. Apuesto a
que sabe mejor que un caramelo. Pasando mi pulgar por el interior de mi
anillo de bodas, yo…
—Espera, ¿qué? —Parpadeé cuando Knox agitó su mano frente a
mi cara.
—Tierra a Harper. Nuestra mesa está lista. ¿Estás bien? —Tomó
mis brazos suavemente, acariciando mis bíceps con sus pulgares—.
¿Anoche dormiste lo suficiente?
—Sí, solo pensaba en el postre —mentí. Mas o menos. Tal vez si me
acostaba desnuda en la isla de nuestra cocina, él se derrumbaría y...
—Vamos, ustedes dos —respondió Ryker, ya siguiendo a mamá y
la anfitriona.
—En serio, pareces distraída. —La frente de Knox se arrugó.
Distraída por unos profundos ojos marrones y labios curvos, desde
luego.
—Tenemos que ir —logré decir con una sonrisa tensa—. Están
esperando.
—Que esperen. ¿Estás bien?
Uf, ¿por qué tenía que ser tan malditamente considerado todo el
tiempo? ¿Por qué no podía ser un idiota como lo era con todos los demás?
Incluso después de que compartimos ese beso en la noche del baile de
graduación, nunca fue cruel, solo distante. Hacía imposible odiarlo.
—Estoy bien —prometí—. Si sobrevives al almuerzo, tengo un
regalo para ti en el auto.
—¿Me trajiste un regalo? —Sus ojos se iluminaron como Liam con
un juguete nuevo.
Luché contra mi sonrisa. —No te emociones demasiado. Ni siquiera
estoy segura de que sea algo que quieras. —Casi se lo había dado en el
camino, pero no quería comenzar con la mañana incómoda.
—Me encantará. Lo prometo. —Sus labios se curvaron.
Esa sonrisa. Envió electricidad a mis muslos, diciéndoles que se
separaran y se deshicieran de las bragas mientras lo hacían. No era solo
que fuera hermoso, eso era solamente genética. Knox lo decía en serio: le
encantaría lo que le diera. Debajo de todos esos metros de músculo, la
mente ingeniosa y unos ojos bonitos, se encontraba el flaco niño de diez
años que conocía, que solo quería ser amado y aún no se daba cuenta de
que siempre había sido amado.
Por mí.
—¿Puedo enseñarles su mesa? El resto de su grupo ya está sentado
—preguntó la anfitriona de esa forma educada y distante propia de los
pueblos turísticos como este, donde era imposible conocer a todos.
—Sí, gracias —respondí. Su mano encontró mi espalda baja en
tanto caminábamos a través del comedor completamente ocupado, y casi
salgo corriendo solo para romper el contacto. Era demasiado. Quería esa
mano sobre mi piel desnuda.
Una mañana sin los niños y yo estaba de vuelta a los dieciocho
años, atacándolo en el tocador de mamá. Apenas pasé un mes de vivir
con Knox y estaba lista para salir corriendo. ¿Cómo iba a sobrevivir... por
el tiempo que esto fuera a durar?
—Por supuesto que no —reprendió mamá a Ryker—. Deja que tu
hermana se siente al lado de su esposo.
No me perdí la mirada que mi hermano envió en dirección a Knox.
La mitad de mí se sentía culpable por lo que esto le hacía a su amistad,
y la otra mitad quería golpear a Ryker en la nuca y recordarle que esto
no era asunto suyo.
Tomamos nuestros asientos, Knox sentado frente a Ryker en la
mesa cuadrada, y llegamos a la mitad del almuerzo antes de que mamá
comenzara.
—Entonces, estaba pensando, si julio es demasiado pronto, ¿tal vez
podríamos hacerlo en septiembre?
Mi mimosa se atascó en mi garganta y comencé a toser, tratando
desesperadamente de mantener los labios cerrados para no vomitar un
líquido anaranjado sobre el mantel inmaculado.
—¿Para qué? —preguntó Ryker.
—Harper, ¿estás bien? —cuestionó al mismo tiempo Knox.
Asentí, logrando tragar el alcohol aguado y deseando de inmediato
que fuera vodka puro.
—Su boda, por supuesto —dijo mamá con una sonrisa digna de un
concurso—. Estoy tan emocionada de poner esto en marcha con ustedes.
Por supuesto, el pastor Hopkins dijo que oficiaría, y tenemos acceso a la
capilla cuando quieran.
—Eh, señora Anders… —comenzó Knox suavemente.
—Sé que es un buen viaje de cuarenta minutos, pero pensé en tener
la recepción aquí, si les gusta a los dos —lo interrumpió—. Tiene mucho
espacio, y estoy segura de que podríamos ver si podemos alquilar la
cabaña, ya que sería fuera de temporada. Nadie quiere que los invitados
beban y conduzcan.
Bebí el resto de mi mimosa y busqué a la mesera con mis ojos para
poder rogar por otra o dos.
—¿Su qué? —espetó Ryker.
Knox le dio una sacudida casi imperceptible con la cabeza.
—¡Su boda! —respondió mamá con el mismo tono—. De verdad,
Ryker, ¿te parece bien que tu hermana, tu hermanita, se haya casado en
una ceremonia apresurada en el juzgado con unos pocos trabajadores
sociales y su exnovio como testigos?
Mi mano encontró la de Knox debajo de la mesa, y envolvió sus
dedos alrededor de los míos, de alguna manera tranquilo cuando yo me
hallaba lista para salir corriendo.
—¡Por supuesto que no! —siseó mi hermano.
—Aquí vamos —murmuré, y Knox apretó mi mano.
—¡Exacto! Entonces, nos aseguraremos de que se casen como es
debido. Todo el pueblo ha esperado a que ellos dos graben sus nombres
en la pared…
—Mátame ahora —le susurré a Knox, girando mi cabeza hacia él.
Esa pared era muchísimo más permanente que el anillo en mi dedo. Cerré
los ojos con fuerza.
—Y me niego a creer que esa fue su verdadera boda si ni siquiera
estuve en la misma habitación —terminó mamá.
—Tranquila. —Knox se inclinó hacia delante y me dio un beso en
la frente.
—No era de… Oh no, no la beses —gruñó Ryker.
Knox se volvió bruscamente. —Ya me cansé, Ry. Alégrate de que tu
mamá esté sentada aquí.
Llamé la atención de nuestra mesera y levanté mi vaso vacío.
—Te daré lo que quieras si me traes otro de estos. —No había
suficiente alcohol en el mundo para esto. Había planeado tratar con
mamá, aclarando con delicadeza, pero con firmeza que este matrimonio
solo era una formalidad, mientras suplicaba discreción, pero no me di
cuenta de que tendría que ocuparme de Ryker al mismo tiempo.
—Ryker, ¿qué te ocurre? —preguntó mamá—. Por supuesto que
Knox va a besar a su esposa. Espero que haya más de eso —me dijo con
un guiño.
El calor inundó mis mejillas.
—Ni una j… —Knox respiró hondo y acaricié el costado de su mano
con mis dedos—. Ni una palabra, Ry. Lo digo en serio.
Esto se había salido de control.
—Mamá, sabes que solo nos casamos por los niños, ¿verdad? —
dije con una sonrisa temblorosa.
—Por supuesto que sí. Creo que lo que hicieron fue muy honorable.
Renunciar a la boda de tus sueños para asegurarte de que esos niños no
se separen... —Negó con la cabeza y sus ojos adquirieron ese brillo lloroso
que evitamos a toda costa—. Estoy tan orgullosa de ustedes. Quiero decir,
siempre supe que terminaríamos aquí. No es que no pudiéramos ver la
forma en que se miraban, ¿verdad, Ryker?
Se quedó boquiabierto, al igual que Knox.
—Oh, por favor. —Dio un sorbo a su mimosa—. No soy idiota. Me
alegro de que finalmente dejaran de bailar el uno alrededor del otro y se
lanzaran. Un paso muy repentino, pero al menos ahora pueden aliviar
toda esa tensión sexual que los envuelve a los dos con más fuerza que los
tornados. En serio.
—Mi madre acaba de decir tensión sexual —susurré a la vez que
ordenaba otra mimosa.
—¿Me mirabas? —respondió Knox, con su atención fija en mí.
Lentamente, me volví para encontrarme con su mirada. No estaba
bromeando ni burlándose de mí. Había un sincero desconcierto en sus
ojos. —¿Tú me mirabas? —respondí.
—¿En serio, niños? —Mamá suspiró—. Siempre lo mismo. Ustedes
dos. No puedo creer que hayan tardado tanto en darse cuenta de todo.
—Y esa es mi señal para irme. —Ryker se puso de pie—. Mamá,
muchas gracias por invitarme. Iré mañana para arreglar ese fregadero,
así que haz una lista y lo arreglaré todo de una vez. —Se inclinó y la besó
en la mejilla.
—¿Estás seguro de que tienes que ir? —preguntó ella; dos líneas le
aparecieron entre sus cejas.
—Mucho. —Me miró—. Harpy, ten cuidado, ¿de acuerdo?
Asentí. —Te quiero, Ryker.
Sus labios se aplanaron, pero asintió. —Yo también te quiero. No
puedo contigo en este momento —dijo a Knox y se alejó, dejándonos a los
tres sentados en la mesa.
Knox echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
—No te preocupes por él. Es difícil perder a tu mejor amigo por tu
hermana. Una vez que se dé cuenta de que nada cambiará entre ustedes,
estará bien —nos aseguró mi madre.
El problema era que todo había cambiado, y si iban cuesta abajo
más rápido, se llevarían a todo el grupo con ellos. Si alguno de ellos se
alejara, el escuadrón no tendría el legado del sesenta por ciento necesario
para satisfacer al ayuntamiento.
Tuvimos una pequeña conversación durante el resto del almuerzo,
evitamos la charla de la boda como la peste, y cuando Knox trató de pagar
la cuenta, la camarera nos dijo que Ryker se le había adelantado.
Hombre, amaba a ese idiota. Bueno, ambos idiotas.
—Así que me mirabas, ¿eh? —Ya casi estábamos en casa cuando
Knox habló, sacándome de mi interminable ciclo de pensamientos que en
su mayoría eran sobre él.
Puse los ojos en blanco cuando vi que su sonrisa tenía un kilómetro
de ancho. Vale, ya había terminado de ser particularmente distante y
había vuelto a coquetear. Podía manejar la coquetería.
—Cállate. Tú también me mirabas.
—Todos los días —dijo en voz baja. Me dedicó una mirada antes de
volver a poner los ojos en la sinuosa carretera de montaña—. Vivía por
los momentos en que te veía. Nunca pude explicarlo, sobre todo cuando
era más joven, pero el solo hecho de tenerte en la habitación provocaba
está loca oleada de emociones. Algo así como un caleidoscopio, siempre
fueron diferentes, pero sentía, y en ese entonces, no sentía mucho. Ryker
me mantuvo cuerdo, pero tú me hacías… sentir.
Mi pulso saltó. —¿Qué sentías? —pregunté, audaz solo porque él
mantuvo sus ojos en el camino.
Se pasó la lengua por el labio inferior. —Feliz. Me hacías feliz, y
luego en paz, luego vivo. No importaba lo mal que se pusiera todo cuando
mi madre se fue, tú eras un punto brillante de color, como un lirio que
mira las estrellas en medio de un campo muerto. Fue lo mismo cuando
murió papá.
—¿Como una amiga? —pregunté en voz baja.
—No. —Sus manos apretaron el volante a medida que tomaba el
camino que nos llevaría a Legacy—. Quiero decir, claro, cuando éramos
niños, pero luego…
—¿Qué más había? —Bajé la voz, como si hablara demasiado alto,
se daría cuenta de lo que le preguntaba y no contestaría.
—No me preguntes eso. —Sacudió la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque hay cosas que no puedo decirte y mantener… —Se volvió
hacia nuestra pequeña subdivisión—. Mantener las cosas como están.
Mantener mi palabra.
Su palabra. ¿A Ryker? ¿Mi hermano era tan grande que incluso
cabía entre nosotros cuando no se encontraba en el vehículo o en el
vecindario?
Llegamos al camino de entrada y Knox apagó el motor.
—Espera —solté cuando alcanzó la manija—. Quería darte tu
regalo. —Si no le gustaba, preferiría saberlo ahora, cuando no tuviera
que actuar tan alegre para los niños.
Se volvió hacia mí mientras yo sacaba la cajita de mi bolso. El
terciopelo era suave bajo mis dedos cuando abrí la tapa y saqué el metal
duro y liso, encerrándolo en mi puño.
Luego me volví hacia él, agradecida de que la consola estuviera
bajada entre nosotros, separando los asientos del banco. Hazlo.
—Está bien, entonces sé que tenemos que hacer esto públicamente
por el bien de los niños, y eso ha sido difícil para ti, especialmente con la
tensión entre Ry y tú. —Suspiré y miré mi puño cerrado—. Y pensé que
esto ayudaría con toda la parte pública.
Sin mirar su expresión, tomé su mano y dejé caer el regalo en su
palma.
La banda de platino era del mismo tono que la mía, pero ahí se
acababa la similitud. Su anillo era liso, ancho y biselado solo por la cresta
recorría el centro de la banda, lo que lo hacía dimensional pero sencillo.
Discreto.
Su puño se cerró alrededor de la banda. —¿Me compraste un
anillo?
Su voz ronca finalmente atrajo mis ojos a los suyos. —Estamos
casados —dije encogiéndome de hombros.
Su puño se apretó aún más. —Sí.
—Pensé que si queríamos que fuera creíble, deberías tener uno. —
Los nervios se apoderaron de mí, y jugueteé con mi cabello, metiéndolo
detrás de mis orejas—. Léelo —le alenté.
Su puño se abrió instantáneamente y levantó el anillo entre sus
dedos, entrecerrando los ojos para leer la inscripción.
—Tan necesario como el aire.
Eso es lo que él era para mí, lo que siempre había sido.
El latido de mi corazón se aceleró al galope. —¿Te gusta?
—¿Me lo pondrás? —Bajó el tono de su voz.
Me temblaban los dedos cuando le quité el anillo y apunté a su
mano izquierda. El metal se sentía tibio por su mano, y se deslizó con
facilidad, solo necesitó de un pequeño empujón para superar el segundo
nudillo. Entonces estaba en su lugar.
Mi anillo se encontraba en la mano de Knox, el platino contrastaba
con su piel bronceada, un letrero de neón gigante y parpadeante que les
decía a todos que era mío.
—Debería ser del tamaño correcto. Tu abuela me ayudó con eso —
balbuceé cuando se sentó en silencio, mirando fijamente el anillo—. Pero
si no es así, entonces podemos devolverlo o conseguirte uno de esos de
silicona; probablemente sean más seguros en el campo, ¿verdad? O, ya
sabes, no tienes que usar uno. No es que todos en esta ciudad no sepan
que estamos casados y no tengan una opinión al respecto. —Vale, era el
momento de salir de esta camioneta antes que me volviera totalmente
idiota.
—Como si el deseo te quemara vivo —dijo en voz baja, girando el
anillo en su dedo.
Recordó.
Inhalé bruscamente. —¿Qué? —logré preguntar finalmente en un
susurro.
—Me preguntaste si siempre se sentía así un beso. Tan necesario
como el aire. —Nuestras miradas se encontraron—. Luego dijiste, como si
fueras a morir si paras. Como si el deseo te quemara vivo.
Mi boca se abrió. —Tú... ¿recuerdas las palabras exactas?
Sonrió, y fue lo más triste y hermoso que había visto.
—Lo recuerdo todo, Harper. El color de tu vestido, la sensación de
tu cabello en mis manos, lo suaves que eran tus labios. Recuerdo la
sensación de tenerte contra mí cuando te apoyé contra el tocador y lo
mucho que deseaba más, a pesar de que no eras mía. Aún sueño con eso,
así de bien lo recuerdo.
Mis terminaciones nerviosas se dispararon con electricidad a cada
palabra que pronunciaba, hasta que tuve la certeza de que iba a arder
físicamente si no me bajaba. Lo deseaba demasiado, lo amaba más allá
de cualquier forma de medida y necesitaba... aire. Ya. Busqué la puerta
y sentí que Knox agarró suavemente mi otra muñeca.
—La única vez que me he sentido así, es cuando te besé.
—Knox —susurré.
—A la mierda con todo. —Estiró, y fui, nuestras bocas chocaron.
Su lengua pasó por mis labios y gemí cuando mis dedos se enterraron en
su cabello. Sí, gracias, Dios, sí. Agarró mi cintura y me levantó sobre la
consola, sin romper el beso. Mi falda se deslizó por mis muslos cuando
me senté a horcajadas sobre él en el asiento del conductor.
El beso era voraz, desesperado, y me envió tan rápido a la tierra de
la lujuria que me encontraba lista para tomarlo de cualquier manera que
pudiera. En la camioneta. Contra la puerta del garaje. En el porche.
Donde quisiera, cuando quisiera.
Santo cielo, él podía besar. Recorrió las curvas de mi boca como si
estuviera descubriéndolo todo de nuevo, deslizando su lengua a lo largo
de la mía, después chupando la mía más allá de sus labios para hacer lo
mismo. Tomó lo suficiente para marearme, luego retrocedió hasta que
exigí más.
Su teléfono sonó una vez, luego dos, pero no contestó. Solo hubo
un dulce silencio y el sonido de la tecnología golpeando el suelo.
Sabía igual al jugo de naranja dulce que tomó en el almuerzo. Mordí
su labio suavemente y él gimió, moviendo una mano hacia mi nuca y
deslizando la otra hacia mi trasero, apretando. —Dios, Harper —gimió.
El sonido de mi nombre en sus labios era afrodisíaco.
—Dilo otra vez —rogué contra su boca.
—Harper —se obligó a decirlo.
Luego me besó profundo y fuerte, enredando nuestras lenguas,
hasta que el momento se convirtió en la eternidad en la que existí. No
había nada fuera de este beso, nada antes y nada después.
Viviría cada segundo que me diera.
Rompió nuestro beso y casi grité de frustración, pero luego tiró de
mi cabello suavemente, exponiendo mi cuello a sus labios.
Mis muslos se apretaron con cada beso que le dio a la piel delicada,
y supe que lo sintió porque su agarre se apretó en mi trasero de la misma
manera. Gemí cuando su boca alcanzó el alto y recto escote de mi suéter.
—Ropa estúpida —murmuré.
Él se rio, y el sonido fue tan malditamente sexy que todos los
músculos de mi centro se contrajeron.
Besé su mandíbula, pasando mi lengua por su cuello, y dejó de
reír. Su piel era suave y olía divino: a colonia y a Knox. Cada vez que se
quedaba sin aliento, me hacía más audaz, hasta que le quité la corbata y
desabroché los tres botones superiores de su camisa.
Sus manos se deslizaron por mis muslos, debajo de mi falda, hasta
encontrar la suave piel de mi trasero, y sus dedos rozaron las tiras de mi
tanga. Anotación lograda por no usar los de cobertura total que consideré
esta mañana.
—Mierda —gimió a la vez que yo me balanceaba hacia adelante,
encontrándolo duro debajo de mis caderas.
—Me deseas. —Fue más una revelación que una declaración.
Una de sus manos acunó mi mejilla con ternura, en contraste con
la otra que tenía un firme agarre debajo de mi falda.
—Siempre te he deseado. Siempre te desearé. Estás en mis putos
huesos, Harper. Desearte es parte de lo que soy. —No me dio la
oportunidad de responder con nada más que mi lengua cuando fusionó
nuestras bocas.
Lo besé con todo lo que tenía, esperando que entendiera lo que eso
significaba para mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas, las emociones
buscaban un lugar para escapar, pero parpadeé para contenerlas. No era
posible que fuera a ser esa chica sollozante e histérica estereotipada si
esta era la única vez que podía tocarlo.
Agradecida de que las ventanas estuvieran polarizadas, tomé su
mano y la llevé a mi pecho. Apartó su boca de la mía, lo suficiente para
ver el contraste de su mano, su anillo de bodas, contra mi suéter verde.
Luego acarició mi pezón con el pulgar y se tensó, presionando
contra la tela.
—Joder. Quiero… —Se pasó la lengua por el labio inferior mientras
su mirada iba a ambos lados de nosotros.
Levanté el compartimiento para que el asiento delantero fuera un
banco de cuero largo y suave.
Sus ojos parecían aún más oscuros, más profundos cuando arqueó
una ceja. Con un movimiento suave, me volteó. Mi espalda golpeó el cuero
y se elevó por encima de mí.
—Tenemos una casa entera, y quieres que lo hagamos en el auto
como si fuéramos adolescentes —murmuró contra mi cuello.
—Tendríamos que habernos besado en el auto cuando éramos
adolescentes —respondí.
Sacudió la cabeza lentamente. —Te habría presionado demasiado
rápido. Era demasiado joven, estaba muy desesperado por ponerte las
manos encima. —Levantó mi suéter justo por encima de la seda de mi
sostén y siseó—: Maldita sea. Sigo desesperado. —Bajó una de las copas
y cubrió mi pezón expuesto con su boca.
—¡Knox! —Mi espalda se arqueó cuando su lengua lamió y lamió
antes de chupar la piel erizada. Maldita boca mágica.
Mis caderas se balancearon por su propia voluntad, y él se agachó
entre mis muslos abiertos. Tenía una rodilla doblada contra el respaldo
del asiento y el otro pie apoyado en el piso de la camioneta, usándolo
como palanca cuando me movía contra él, buscando fricción, presión,
cualquier cosa que calmara el dolor en espiral en la parte baja de mi
estómago.
—Por favor —le supliqué. La cruda necesidad que corría por mis
venas desde que lo vi sin camisa esta mañana se disparó a ser casi
dolorosa.
Soltó mi pecho y dirigió su atención al otro, haciéndome retorcer
hasta que su erección se instaló exactamente donde la necesitaba. Gimió
cuando me mecí contra él, buscando alivio y encontrando un fuego aún
más caliente en su lugar.
—Mierda. Harper. Tú. Dios. Para. —Cada palabra salió como si
fuera una lucha decirlo.
Sus manos se movieron a mis caderas, sujetándolas todavía contra
el asiento.
—No quiero parar. —No podía. En cualquier momento, su estúpida
promesa a mi hermano interferirá entre nosotros y esto terminaría. No
esperaría otros siete años para tocarlo. Mis labios encontraron los suyos
y, después de un largo y embriagador beso, succioné su labio inferior y
lo solté con un movimiento rápido de la lengua—. No me hagas rogar.
Porque lo haría, descaradamente. No había nada que no haría por
Knox.
Vi el momento en que tomó la decisión, sentí que sus músculos
cedieron, la forma en que estiró de mis caderas más cerca de las suyas
en lugar de mantenerme a distancia.
—No ruegues —me dijo en tanto se movía y deslizaba sus manos
por la parte interna de mis muslos—. Tan suave. —Su pulgar recorrió la
unión de mis muslos, presionando apenas la fina seda—. Tan mojada que
puedo verlo. Joder, Harper, tú también me deseas.
—Siempre. —Pasé mis manos por su cabello, necesitando tocarlo
de cualquier manera que pudiera. Me hallaba tan lejos de desearlo que
existía en un planeta diferente. Yo era un charco de necesidad esencial y
urgente.
Su pulgar se deslizó debajo de la tela, acariciando mi centro hasta
que se arremolinó alrededor de mi clítoris. Mis muslos se cerraron y grité,
la sensación era abrumadora pero no suficiente.
Cuando abrí los ojos, lo encontré mirándome, esos ojos oscuros
midiendo mis reacciones y moviendo su pulgar en consecuencia, pero
nunca tocándome donde lo necesitaba.
—Estás muy excitada, ¿lo sabías? —Bajó su boca a la mía, rozando
un beso en mis labios—. ¿Me quemarías vivo si me hundiera dentro de ti
ahora mismo?
Tan solo la imagen, imaginar a Knox desnudo, penetrándome, fue
casi suficiente para que me corriera. Todo mi cuerpo se sacudió, mis uñas
arañaron su cuello.
—Sí, apuesto a que lo harías. A que incendiaríamos el mundo
entero, pero me conformaré con verte arder. —Por fin acarició mi clítoris
y gemí.
Cubrió el sonido con su boca, besándome con una nueva sensación
de urgencia en tanto su pulgar me acariciaba más fuerte, llevándome tan
al límite que pensé que podría morir por la tensión.
Mis músculos se tensaron y me balanceé contra su mano.
—Yo —jadeé cuando presionó ligeramente—, necesito…
Deslizó uno de sus dedos dentro de mí y gemí. Sabía exactamente
lo que necesitaba sin que tuviera que decírselo. Un segundo dedo se unió,
acariciando profundamente, enviando increíbles ráfagas de placer por
cada nervio de mi cuerpo cuando curvaba esos dedos en mi interior. Lo
sentí en los dedos de mis pies, en mis dedos, incluso en mis labios antes
de que se enrollara con fuerza dentro de mi vientre.
Había un salvajismo en sus ojos, un hambre apenas reprimida que
ansiaba dejar escapar, para volverlo tan fuera de control como yo ya me
sentía. Bajó la mirada, observando a sus dedos deslizarse dentro y fuera
de mí, y caí en espiral hasta el borde, mi cuerpo se tensó de placer.
—Estás tan malditamente estrecha, Harper. Dios, puedo sentir que
te corres. Arde para mí, nena. —Su boca cubrió la mía, mientras caía por
el borde del acantilado más alto que había alcanzado.
Mi cuerpo se arqueó contra el suyo, latía alrededor de sus dedos a
medida que el placer candente se apoderaba de mí en oleadas, cada una
más fuerte que la anterior mientras sacaba cada gramo de felicidad que
tenía en mi interior, y cuando pensé que se acabó, usó su pulgar para
hacer provocar nuevamente una serie de réplicas que me dejaron inerte
cuando finalmente se acabaron.
Nuestros ojos se cruzaron mientras nuestras frentes se apoyaban
la una en la otra, con nuestras respiraciones entrecortadas, su cuerpo
imposiblemente duro, rígido sobre mí. Me sentía como arcilla trabajada,
suave y lista para ser moldeada como él quisiera.
Mis manos se trasladaron a su rostro cuando se alejó un poco,
flexionando su mandíbula.
—Tan necesario como el aire —le dije entre jadeos—. Así es como
se siente entre nosotros. —Mis manos acariciaron su pecho y su delgada
cintura. Solo se necesitaría una cremallera y un tirón, y él podría estar
dentro de mí de verdad. Yo podría hacer que ardiera con la misma
intensidad.
Detuvo mis manos con las suyas y sacudió la cabeza, los músculos
de sus mejillas se tensaron antes de encontrar las palabras. —No. No te
voy a follar en mi camioneta.
—No importa dónde me folles.
—Esa boca. —Eso me ganó una sonrisa tensa y temblorosa—. Me
importa, y la primera vez que me deslice dentro de ti y cumpla todas las
fantasías que he tenido no será fuera de nuestra casa a plena luz del día.
Será en una cama. Una muy grande. Mi cama, preferiblemente. Y voy a
tener horas para hacerte correr una y otra vez. Eso no sucederá hasta
que tengamos esto, lo que somos juntos, resuelto, porque me niego a
sentir nada más que a ti. Solo tú, Harper. Sin culpas, sin mentiras, solo
lo que somos juntos. No. Follaremos. En. La. Camioneta.
Lo que somos juntos. Si mi corazón hubiera podido llegar al clímax,
lo habría hecho. ¿Estaba diciendo que había una oportunidad real para
nosotros? ¿Que seamos más que una formalidad?
Un zumbido me tomó por sorpresa.
—¿Es en serio? —Se inclinó y recogió su teléfono del suelo—. River
ha llamado tres veces —me dijo antes de contestar—: ¿Qué quieres?
Inmediatamente se tensó, mirando por encima de mi cabeza y por
la ventana a medida que la voz apagada de River llegaba a través del
teléfono.
De repente, me di cuenta con torpeza de lo casi desnuda que me
encontraba.
—Bueno, joder. Sí. Bueno. Dame quince.
Se iba. La decepción sabía más que un poco amarga en mi lengua.
No es como si esperara que me cargara escaleras arriba y cumpliera esa
promesa de horas y horas en este momento, pero salir corriendo era más
o menos lo contrario de lo que buscaba.
Terminó la llamada y luego ajustó con ternura mi sostén de modo
que mis senos cayeron dentro de las copas.
—Te vas —dije lentamente.
Sus manos tiraron de mi suéter hacia abajo para cubrir mi torso y
asintió. —Sí. Spencer activó la lista de alerta. Esa fue la primera llamada
que ignoré. Feliz sábado. —Levantó mis caderas y las mantuve elevadas
en tanto alisaba mi falda sobre mis muslos.
—¿Y River?
—Bueno, Adeline lo llamó cuando nos vio detenernos, pensando
que necesitaría que la llevara a casa.
—Oh. Dios. Mío. —La primera vez que me besaba en un auto, y ni
siquiera quería pensar a dónde se dirigía esto.
—Sí, está estacionado al final del camino de entrada. —Suspiró y
se movió hacia atrás, ayudándome a sentarme.
—Menos mal que es un camino largo. —Nos miramos a los ojos y
empezamos a reír. ¿Qué más podíamos hacer?—. ¿Ahora qué?
Su rostro cayó un poco, aplastando gran parte de la esperanza que
se instaló en mi pecho.
—Ahora llevamos a Adeline a casa e iré a la sede del club. Todo lo
demás... lo resolveremos. —Acarició mi mejilla y miró su mano—. Gracias
por mi regalo. Nunca he tenido algo tan perfecto.
Probando mi nueva libertad, me incliné y lo besé, dejando que mis
labios se demoraran por un segundo. —Recuérdame que te compre cosas
más a menudo.
—¿Lista para hacer el paseo de la vergüenza conmigo? —Abrió la
manija de la puerta.
—En cualquier momento, en cualquier lugar.
Traducido por Umiangel
Corregido por Julie

Knox
Media hora más tarde, entré en la sede del club para encontrar a
todos los demás miembros de nuestro equipo recostados en los sofás de
la gran sala. Gracias a Dios, mi pene finalmente se dio cuenta de que la
hora de jugar había terminado, pero mi cerebro no entendió el mensaje.
Besé a Harper. Toqué a Harper. Mi lengua estuvo en su boca, mis
dedos dentro de su dulce cuerpecito, y ella me dio un atisbo del cielo.
Fuimos tan explosivos como sabía que seríamos hace siete años, y no
sabía si me sentía reivindicado o aterrorizado.
Todo lo que le dije era la verdad. Ella se encontraba en mis huesos,
en mi alma, en cada jodida parte de mí. Eso no significaba que fuera
digno de ella, o incluso adecuado, era simplemente un hecho, y ahora lo
sabía.
—Tardaste bastante —gritó Bash.
Eché un vistazo al reloj. —Tenemos una hora de margen, y estoy a
diez minutos de eso, así que vete a la mierda. Voy por una bebida. —Le
dije esa última parte a Spencer, quien asintió con la cabeza desde detrás
de su portapapeles.
Ryker se hallaba en la cocina y lo ignoré descaradamente, abrí la
puerta del refrigerador y examiné el contenido. Saqué una botella de agua
y cerré la puerta, girando la tapa antes de enfrentar a mi mejor amigo.
Aún podía saborear a Harper en mi boca, dulce y más embriagador
que cualquier alcohol que hubiera consumido. Mi camisa olía a su
perfume, mis dedos aún se sentían calientes con el recuerdo de estar
dentro de ella.
Yo era más que un amigo de mierda.
También usaba el anillo de bodas de Harper, y maldita sea, lo
quería.
Bebiendo la mitad de la botella, me giré para ver a Ryker apoyado
contra la pared, mirándome con los ojos entrecerrados.
—¿Qué? —espeté, dejando la botella en la encimera.
—Más vale que no sean las marcas de las uñas de mi hermana las
que tienes en la puta nuca. —Su tono era bajo, firme y lleno de amenaza.
Ya me harté de él.
—¿Preferirías que fueran de otra persona? —Me arremangué las
mangas de la camisa, deseando haberme tomado el tiempo para quitarme
la ropa de vestir como él. Esta mierda era incómoda.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Estuviste casado con ella por menos
de un mes y la estás engañando? —rugió, dando un paso hacia el lado
opuesto de la isla de acero inoxidable.
—Tranquilo, chicos. —Bash llenó la entrada.
Extendí mi mano para disuadirlo. Esto era entre Ryker y yo.
—Claro que no, no la estoy engañando. Yo nunca haría eso. ¿Tienes
alguna idea de lo que ella significa para mí?
—¿Además de la satisfacción de ganar una persecución en la que
estuviste durante años?
Mis manos se apretaron sobre el frío acero de la isla. —Ella no es
una maldita persecución.
—Díselo a las innumerables mujeres con las que follaste. ¿Acaso
olvidas que te conozco mejor que nadie en el planeta?
—No, paren —escuché decir a Spencer, y eché un vistazo para ver
que tanto él como Bash estaban de espaldas a nosotros, protegiéndonos
de miradas indiscretas, pero no de oídos indiscretos.
—Eres mi mejor amigo, Ryker. No quiero lastimarte. No quiero
romper mi promesa, pero ahora mismo, ya no eres mi primera prioridad.
Harper lo es. —Ni siquiera sabía cuándo cambió, pero lo hizo.
—¡Ella es mi única prioridad! ¿Crees que no sé lo que siente por ti?
¿El estúpido enamoramiento que no muere nunca? ¿El que arruina todas
las relaciones que intenta tener? Eres incorrecto para ella en todos los
sentidos. No quieres algo estable, y ella quiere una familia y un maldito
columpio en el patio trasero. Tuvo dos novios serios, y tú saltas de chica
en chica como una bola de pinball en la máquina. Arriesgas tu vida cada
vez que acudes a un llamado, y ella no debería atender una llamada
telefónica como esa.
—¿Qué es exactamente lo que rechazas de mí? ¿El hecho de que
soy un mujeriego o que soy un bombero como tú? —Crucé los brazos
sobre mi pecho.
—Sí a todo. —Sus palmas se estrellaron contra la isla.
Bueno, mierda, eso dolió.
—Entonces, soy lo suficientemente bueno para ser tu mejor amigo,
pero no lo suficientemente bueno para estar con tu hermana. —Porque a
eso se reducía cada vez.
—¡Exacto!
Bash se giró. —Vete a la mierda, Ryker, fuiste demasiado lejos.
—Esto no te involucra a ti, Bash, a menos que quieras que se folle
a tu hermana.
—No tengo hermana, idiota.
—Exacto. Ninguno de ustedes tiene. He sido responsable de Harper
desde el día en que nació, desde que mi papá la puso en mis brazos y dijo
que era mi responsabilidad protegerla, y no voy a dejar de hacerlo porque
resulta que eres mi amigo.
—Sí, bueno, vale, porque ya no somos amigos. —No me di cuenta
de lo verdaderas que eran las palabras hasta que ya las dije.
Parpadeó, sus rasgos se quedaron completamente en blanco.
—Knox —advirtió Bash en voz baja.
—Quieres poner límites como esos, entonces que así sea. Porque
me cansé de poner tu felicidad por encima de la de Harper, y tú también
deberías hacerlo. Nunca te mentí, Ryker. Ni una sola vez en toda nuestra
vida. Me conoces. Sabes todo sobre mí, incluso lo que sentía por Harper
la noche que la pusiste en la lista. No puedes confiar en mí para sentar
la cabeza lo suficiente como para retomar este equipo contigo, confiar en
mí lo suficiente como para salvarte el culo en un incendio, pero después
decirme que no valgo cuando se trata de Harper. Eso no es justo.
—¿Son esas sus marcas de uñas? —preguntó de nuevo.
—Déjalo pasar antes de que nos pongas en un territorio del que no
podamos volver.
—¿Cómo te sentirías si fuera tras tu chica en la lista, Knox? Si se
intercambiaran los lugares, ¿cómo lo manejarías?
—Si crees que mi abuela va a dejar que la folles, siéntete libre de
intentarlo, pero tiene estándares bastante altos.
Spencer se giró, coincidiendo con Bash. Por el rabillo del ojo, vi a
Bash sacudir la cabeza para mantener a Spencer callado.
—¿Son esas sus marcas de uñas? —Él hervía.
—¡Ya sabes la maldita respuesta! Sí, son de ella.
Voló a través de la isla, pero este no era el tribunal. Esta vez, esperé
el asalto. Cuando se deslizó para aterrizar de pie, esquivé el golpe que
lanzó. Ryker era un gran imbécil, pero yo era más rápido. Barrí sus pies
con mi pierna derecha y lo derribé. Su espalda golpeó el piso de baldosas,
y luchó por un segundo para llevar aire a sus pulmones.
Le sirvió bien para sacarle el aire. Tal vez le desinflaría un poco la
cabeza.
Con mi mano en su pecho, me incliné sobre el chico que se suponía
era mi mejor amigo.
—Nunca te mentiré, así que no hagas preguntas cuya respuesta no
quieras saber. ¿Crees que todas sus relaciones salen mal por mi culpa?
¿Crees que soy un mujeriego? Adivina qué, imbécil, tienen que ver uno
con el otro. Sellaste nuestros destinos en el momento en que me diste ese
ultimátum.
Me miró, todavía aspirando aire en pequeñas cantidades.
—Sí es cierto. Tú eres el egoísta aquí, Ry. Ella no puede tener una
buena relación por la misma razón que yo nunca parezco durar más de
un par de meses con una chica. Porque sé que Harper es la única con la
que podría siquiera intentar comprometerme, así que, ¿por qué diablos
torturaría a otra mujer y alargaría algo que no durará? Así que lo termino
y me mantengo jodidamente alejado de tu hermana porque eso es lo que
tú exigiste, y tú y Bash son los únicos hermanos que tengo, y que me
maldigan si perderé a la única familia que me queda. ¿Quieres saber por
qué tu hermana no es feliz? Mírate en el puto espejo.
Sacudió la cabeza, respirando uniformemente.
—Lo siento por no ser suficientemente bueno para Harper. Tienes
razón sobre eso. No merezco una sola palabra de sus labios. Pero nadie
en esta Tierra es lo suficientemente bueno para ella.
—¡Es mi hermana! —logró gruñir.
—¡Es mi esposa!
Eso nos detuvo a los dos. Nunca lo había dicho así, nunca le eché
en cara que fui en contra del pacto que hicimos años atrás. Nunca me
permitiría sentir ese deseo de posesividad que viene con el título de
esposo.
—Es mi esposa —dije de nuevo, más suave—. Y eso la convierte en
mi familia. Ella y esos chicos. Ellos son a los que les debo mi lealtad. Eres
mi mejor amigo, y sí, quiero tu bendición para ver hacia dónde se dirige
este asunto con Harper, pero no la necesito. Ella tampoco, créeme. Deja
de actuar como si fueras su padre, o como si fueras el único que perdió
a su padre en esa montaña. Harper ya no es tu responsabilidad, es mía.
Me puse de pie lentamente, listo para que me atacara de nuevo,
pero él simplemente apoyó la cabeza en las baldosas y cerró los ojos, con
los músculos aflojados por la derrota.
—¿La amas?
—¿Qué? —Un tornillo se apoderó de mi pecho.
—Que si la amas —repitió.
¿De verdad? Nunca amé a nadie que yo conociera. Mi abuela, claro.
Mi papá, absolutamente. ¿Pero románticamente? Ni siquiera sabía cómo
se sentía eso. Quería a Harper. La necesitaba ¿Pero la amaba?
—Yo… —Mi frente se arrugó—. ¿No sé?
Ryker dejó escapar un suspiro. —Bueno, te aseguro que lo sabrías
si la amaras, así que no la amas. Pero yo sí. Puede que estés casado con
ella, pero sigues siendo lo peor para ella, Knox. Eso no va a cambiar solo
porque no te guste escucharlo. Se va a desvivir tratando de mantenerte
feliz, algo que no sabes cómo serlo. La arruinarás porque no eres capaz
de amar a alguien como ella. Ahora, ¿quién es el egoísta?
Me tragué mi primer impulso, que fue decirle que se equivocaba…
porque no era verdad. No sabía cómo ser feliz, cómo estar en una relación
sana y estable, cómo darle mi corazón a una mujer y luego confiar en que
no se marchará como mamá. Solo sabía que si tenía la oportunidad de
algo parecido al amor, Harper era la única razón.
Bash y Spencer se separaron cuando pasé junto a ellos. Cuando
llegué a la sala, nadie me miraba. Tampoco miraron a Ryker cuando se
unió a nosotros, eligiendo el lado opuesto de la sala al que yo estaba.
Spencer se aclaró la garganta. —De acuerdo, bueno, se me ocurrió
que caváramos brechas durante unas horas, pero no estoy seguro de que
deba repartir motosierras y hachas hoy, por temor a que el escuadrón no
regrese con vida. Entonces, ¿qué tal si hacemos algunos simulacros de
refugio? Vístanse todos y reúnanse conmigo en el gimnasio con sus
mochilas.
Tres horas más tarde, mi ira aún hervía a fuego lento, pero la
actividad física agotó mi necesidad de golpear a Ryker. Además, no quería
molestar a Harper.
Hicimos simulacros de despliegue de refugios, enseñando a los
novatos cómo meterse de manera efectiva bajo sus refugios protectores
en caso de que nos atacara un incendio como pasó con nuestros padres.
Me di cuenta con más que un poco de orgullo que Indie tomó a Taylor
bajo su protección, ayudándola a instalarse.
Salimos de la sede del club después de que Spencer nos dijo que
regresáramos temprano el lunes por la mañana, cuando pasaríamos el
día haciendo brechas cortafuego. La temporada de incendios se acercaba
rápidamente y, aunque la mayoría no éramos novatos, necesitábamos
trabajar como un equipo sólido.
Conduje a casa sin música, dejando que mis pensamientos
llenaran el silencio.
¿Había arruinado nuestra amistad? ¿Sentiría lo mismo si tuviera
una hermana? ¿Estaba siendo un hermano mayor protector o un idiota?
Me dolía el corazón, la ira dio paso al dolor de perder potencialmente a
Ryker. Mi vida no sería la misma sin él, pero ya me cansé de poner su
ultimátum por encima de Harper.
Me detuve en el camino de entrada y pulsé el botón de la puerta
automática del garaje, después me reí, cerrándolo de nuevo cuando vi la
bicicleta nueva de Liam y algunos otros juguetes ocupando mi lugar.
Unos faros aparecieron detrás de mí cuando salí de mi camioneta, y por
el tamaño y la forma del vehículo... sí, era Ryker.
Fantástico.
Harper salió por la puerta principal con James en su cadera,
sonriente. —¡Hola, estás en casa! —Su rostro se contrajo cuando Ryker
estacionó su camioneta, pero no apagó el motor.
Se bajó y caminó hasta donde me encontraba de pie como una
barrera entre él y Harper.
—¿Ry? —preguntó Harper.
—Solo necesito un segundo con él —le dijo.
—Está bien. —Le mostré lo que esperaba que fuera una sonrisa
tranquilizadora. Ella asintió lentamente, pero su boca era una línea recta
mientras se dirigía al interior, cerrando la puerta detrás de ella—. ¿Que
necesitas? Porque no sé cuánto más pueda soportar hoy.
Metió los pulgares en los bolsillos y suspiró. —Pensaré en lo que
dijiste.
—¿Qué? —Me habría sorprendido menos si hubiera anunciado que
se mudaría a China.
—Diste algunos puntos bastante válidos. —Finalmente me miró y
se encogió de hombros—. No sé qué sucederá, o dónde tendré la cabeza,
pero pensaré en lo que dijiste.
—¿Y dejarás de matarme a golpes? —insistí.
—Quizás. —Me dio una media sonrisita—. Dile a mi hermana que
la amo. Te veo el lunes.
Se hallaba a medio camino de su camioneta cuando me decidí a
hablarle
—Invitamos a Chance a cenar mañana. No pudo asistir esta noche.
¿Por qué no vienes tú también? Sé que le encantaría verte. Además, me
impediría matarlo.
Acepta la ofrenda de paz.
Hizo una pausa durante tanto tiempo que casi perdí la esperanza,
sin darme la vuelta.
—Traeré filetes.
El alivio me golpeó con tal fuerza que casi caigo de rodillas. —Suena
bien. Nos vemos a las cinco.
Levantó la mano en un gesto y caminó el resto del camino hasta su
camioneta. Lo vi salir de la entrada con una extraña mezcla de tristeza y
esperanza luchando por la prioridad en mi cabeza.
Elegí la esperanza y entré para ver a mi esposa.
Traducido por AnnyR' & Gesi
Corregido por Julie

Harper
—¡Harper! ¡Ven rápido!
Dejé caer la fuente de brownies en la encimera y arrojé los guantes
de horno en la isla mientras salía corriendo de la cocina a la gran sala.
—¿Qué ocurre? —Patiné hasta detenerme en la madera dura.
—¡Mira! —dijo Knox, con el teléfono en su cara mientras grababa
un video.
Seguí su línea de visión y me reí. James se había levantado para
ponerse de pie y sonreía como un loco mientras golpeaba la mesa de café
con las manos.
—¡No puede ser! —Manteniendo mis pasos suaves, caminé sobre la
alfombra, con miedo de asustarlo.
—¡Está de pie! —Liam apareció detrás de mí y corrió hacia su
hermano—. ¿Eres un niño grande? ¡Estás parado como uno!
James rebotó con una risa completamente contagiosa, antes de
caer sobre su trasero con un fuerte golpe. Juntó las manos y se arrastró
de nuevo, esforzándose por ponerse de pie.
—Él es increíble, ¿verdad? Eso tiene que ser una especie de récord
mundial. Sé que está destinado a los Juegos Olímpicos —comentó Knox,
metiendo su teléfono en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Llevaba la
camiseta de manga larga subida hasta los codos, dejando al descubierto
la piel bronceada de los antebrazos. ¿Cómo era posible que ayer me
hubiera visto prácticamente desnuda y yo siguiera babeando por los
antebrazos?
—No estoy segura de que tengan un evento para bebés, pero si lo
tienen, James definitivamente es un contendiente —respondí.
Se acercó, con una mirada en sus ojos que no podía definir, pero
me gustó. Era la misma que tuvo desde que llegó a casa anoche. Antes
de que tuviéramos la oportunidad de hablar, tuvo que salir corriendo de
nuevo en busca de una tubería rota en el Chatterbox, y yo estaba dormida
cuando regresó.
—Tienes chocolate en la cara. —Rozó un dedo en la comisura de
mi boca.
—Me gusta la mezcla de brownie —le respondí encogiéndome de
hombros.
—Me gustas tú —susurró antes de agachar la cabeza y limpiar el
chocolate de mi cara con su boca.
Bum, estaba drogada, mi corazón latía de la manera que pensé que
solo sucedía en las comedias románticas de adolescentes. Besó mis labios
a continuación, un suave roce de labios que me dejó inclinada por más.
—¿Podemos hablar?
Mis ojos se abrieron. —¿Esto tiene que ver contigo y mi hermano
anoche?
Asintió.
Miré para ver que Liam y James estaban felices en medio de la sala
de estar y volví a la cocina con Knox, donde podíamos ver si los niños se
metían en problemas, o si James decidía echarse a correr o algo así.
Era una locura lo rápido que se desarrollaba, y solo lo habíamos
tenido poco más de un mes. ¿Qué estaría haciendo dentro de un mes?
¿O dos? ¿Tres? ¿Aún seguirían aquí? La sensación de felicidad que me
producía Knox se desplomó al pensar en su marcha.
—Está bien, ¿qué pasa? —Salté sobre la encimera de espaldas a
los chicos.
Puso las manos en mis rodillas, y se separaron un poco, como si
mi cuerpo reconociera de lo que era capaz el hombre y estuviera más que
dispuesto a una segunda ronda.
Definitivamente lo estaba.
—Está bien, entonces ayer…
—¿Qué parte de ayer? ¿La parte en la que mi madre no aceptó que
no estemos casados en el verdadero sentido de la palabra? ¿La parte en
que Ryker salió furioso? —Bajé la voz para que los niños no escucharan—
. ¿La parte en la que me diste el mejor orgasmo de mi vida?
Su agarre se hizo más fuerte, y la forma en que sus ojos se posaron
en mis labios me hizo zumbar en el estómago. —Más o menos todo, pero
sobre todo la forma en que Ryker y yo discutimos en el trabajo y dijimos
algunas cosas que probablemente no deberíamos haber dicho.
—Bueno. —Mierda. Ryker me estaba volviendo loca con su mierda
superprotectora, pero era mi hermano. Eso era sagrado sin importar
cuánto amaba a Knox.
—Vio algunas marcas de uñas en mi nuca y sumó dos más dos. —
No mostró arrepentimiento en sus ojos, lo cual fue un gran alivio.
—Bueno, mierda. Lo lamento.
—Yo no. —Sus manos se deslizaron por mis muslos, acercándome
para que mis rodillas flanquearan sus caderas—. No me arrepiento de
una nada de lo que sucedió ayer. ¿Tú sí?
Se me cortó el aliento. —No, claro que no. He estado tratando de
ponerte las manos encima desde que tenía dieciséis años… aunque aún
no lo he conseguido. No me sonrías así, no cuando tenemos niños en la
otra habitación y compañía que viene en una hora. —Lo que incluía a
Bash, Emerson, Ryker y el chico nuevo.
Miró por encima de mi hombro, sin duda comprobando a los niños.
—Entonces, después de que tuvimos… un momento en el trabajo, no te
preocupes, no hubo sangre, vino a decir que estaba pensando en lo que
le dije.
—¿Qué fue…?
—Mucho.
—Entiendo. —Mucho era un código de hermanos que quería decir:
no voy a decírtelo, y no me molestó. Eran mejores amigos, y si quería una
posibilidad de estar con Knox, tenía que asegurarme de no costarles ese
vínculo.
—Así que por mucho que no quiera nada más que llevarte arriba,
desnudarte y hacer que te corras de doce formas diferentes para empezar,
no puedo. —Su agarre se hizo más fuerte sobre mí.
—De acuerdo. —Mil razones diferentes pasaron por mi cabeza, y
ninguna de ellas llegó a la conclusión de que realmente lo era.
Tal vez no se arrepintió de lo que pasó ayer, pero tampoco buscaba
repetirlo. Es la noche de graduación otra vez. Como de costumbre, caí en
la trampa de Knox, atraída por los besos y la mínima posibilidad de que
fuera mío. Incluso casado, pertenecía a mi hermano.
Piensa en los chicos. Eran la razón por la que estábamos haciendo
esto. Querer a Knox era desafortunado, pero no era como si nunca lo
hubiera querido. Simplemente estábamos volviendo al status quo, pero
no estaba segura de ser capaz.
—Harper.
—¿Sí? —Usando mis manos, empujé hacia atrás para que nuestros
cuerpos no estuvieran tan cerca, pero no podía cerrar mis rodillas con él
entre ellas.
—No es porque no quiera. —Puso esos ojos en mí, tan líquidos y
suaves como para ahogarse en ellos.
El problema era que me había estado ahogando tanto tiempo que
temía que la muerte fuera inminente por falta de oxígeno y demasiados
disparos en el corazón.
—Sí, vale. Entiendo. Tengo que ir a cambiarme muy rápido, si te
mueves.
—No. No hasta que lo entiendas.
Miré deliberadamente sus manos, que seguían en mis muslos, y
luego lo miré con una ceja arqueada.
Las levantó y dio un paso atrás, dejándome suficiente espacio para
bajar, lo cual hice.
—¡Harper!
Pasé junto a él, parpadeando para contener las lágrimas de mi
propia estupidez.
—No hemos terminado —dijo, viniendo detrás de mí.
Subí los primeros tres escalones y me volví, poniéndome a la altura
de sus ojos. —Déjame aclararlo. Me deseas. Siempre me has deseado. No
tuviste problema en besarme ayer, ni hoy, pero por una conversación que
tuviste con mi hermano, no volverá a pasar, pero no es porque no me
desees.
—Sí. No. Más o menos. —Sacudió la cabeza.
—Entonces creo que nuestra conversación ha terminado. Me voy a
cambiar a algo limpio. Si te parece bien, o podrías llamar a Ryker y pedirle
permiso. —Sin esperar su respuesta, subí las escaleras, a la habitación
de invitados que estaba al otro lado del pasillo de la de Knox.
Malditos hombres estúpidos.
Cerré la puerta un poco más fuerte de lo necesario y me quité la
blusa. La tiré al cesto, y mis pantalones de yoga salieron a continuación,
uniéndose a lo anterior. Nunca fui muy ordenada.
—Harper. —Knox llamó a la puerta—. Voy a entrar.
—Da igual —dije, rebuscando entre mis cosas que colgaban en el
vestidor. Lo escuché abrir y cerrar la puerta.
Azul… verde… ¿Importaba siquiera el color de la blusa que llevaba?
Tal vez dejaría que Ryker y Knox decidieran, ya que les gustaba tomar
mis decisiones por mí.
La blusa morada con la capa de encaje estaría bien.
—Te habría seguido más rápido, pero tuve que poner a James en
su prisión.
Me negué a reír, pero se me escapó un resoplido. —Es un corralito.
—Tú le dices corralito, yo le digo prisión de bebés. ¿Podrías venir
aquí y hablar conmigo?
—Por supuesto. —Salí del armario y tiré la blusa sobre la cama al
lado de donde estaba sentado Knox.
Se quedó boquiabierto cuando pasé por delante en ropa interior.
—Mierda, Harper. —Mi nombre salió como un gemido.
—¿Qué? No es que no lo hayas visto ayer, y tú eres el que insiste
en que hablemos. Además, dado que no lo volverás a tocar, ¿a quién le
importa realmente? —Me encogí de hombros, luego abrí el cajón de la
cómoda que contenía mis vaqueros.
Elegí el par más suave y cerré el cajón.
—No dije que nunca te tocaría —argumentó con voz estrangulada.
Me giré para verlo agarrando puñados del edredón verde menta en
mi cama matrimonial. —¿Sabes qué? No me importa. Estoy tan harta de
sentir que tengo que perseguirte. Es agotador, sinceramente.
—Porque quieres que te toque. —Una leve sonrisa le levantó las
comisuras.
—¡Sabes que sí quiero! —espeté.
Estaba fuera de la cama antes de que pudiera parpadear, y me
encontré de espaldas contra la pared con Knox apretado contra mi frente.
Mis vaqueros cayeron al suelo y mi cuerpo se derritió, como siempre que
él estaba cerca.
—¿Qué? —Lo miré, tratando de ignorar como chisporroteaban mis
terminaciones nerviosas y cómo se endurecieron mis traidores pezones.
—No tienes que perseguirme. Me atrapaste hace siete años, aunque
no lo sabías. Demonios, me atrapaste cuando tenía diez años. Siempre
has sido la única persona con la que podría verme teniendo una vida.
—No tiene ningún sentido lo que dices, Knoxville. Si quieres a
alguien, si amas a alguien, no dejas que se vaya. Luchas por ello. Tú
luchas por ellos.
—En tu mundo, tal vez. En el mío, la gente se va. Se van y nunca
regresan, ni siquiera cuando muere tu papá.
—No soy tu mamá. —Me dolía el corazón por él, por su incapacidad
para confiar, sin importar cuánto tiempo hacía que me conocía, cuántas
veces había estado a su lado.
—Lo sé. No eres como ella. Eres honesta, amable y fuerte. Dios,
eres la mujer más fuerte que conozco. Hay tan poca gente en este mundo
que yo…
Amo. Dilo. Sabía que él era capaz. Lo mostraba de todas las formas
posibles a las personas que le importaban, lo definiera así o no.
—…considero como mía. Y no puedo permitirme perder a nadie. No
a ti, y tampoco… —Suspiró.
—A Ryker —susurré.
Asintió. —Además de la abuela, él y Bash eran todo lo que tenía. Y
tú, por supuesto.
—Y yo —repetí.
—Siempre tú. Pero no puedo simplemente darle la espalda cuando
piensa que violé nuestro voto más sagrado. Eres su nombre en esa lista.
—¿Qué lista? —Mis ojos se entrecerraron.
—Una en la que podemos elegir a una chica con la que los otros
dos no pueden acostarse. —Su frente se arrugó—. Lo cual, cuando lo digo
en voz alta, suena bastante estúpido.
—Prueba prehistórico —espeté.
—Sí, de acuerdo, éramos adolescentes, y creo que Bash solo quería
asegurarse de que no nos acercáramos a Emerson.
—¿Así que la lamió como uno de mis niños en edad preescolar con
un bocadillo que no quiere compartir?
Sus ojos se arrastraron desde los míos, más allá de mis labios,
hasta la elevación de mis pechos. —Algo así.
—Y dices que Ryker… ¿qué? ¿Me lamió? Porque eso es asqueroso.
—Asqueroso y exasperante.
—No exactamente. La noche de la graduación, después de que nos
besáramos, Ryker vio la forma en que te miraba, lo difícil que era para mí
verte con ese otro chico. Justo antes de que salieras por la puerta con él,
Ry te puso en la lista. Sabía que era la única forma de garantizarle que
no iría a por ti.
Se me revolvió el estómago.
—¿Por qué haría eso? —susurré. ¿Cómo podía ser tan cruel con
Knox? ¿Conmigo?
—Porque sabía que yo no era lo suficientemente bueno para ti.
Demonios, todavía no lo soy.
—Knox…
—Solo escúchame. Fuiste tú quien me pidió que te dejara entrar.
—Hizo una mueca—. Hay algo roto dentro de mí, algo que no me deja…
—Comprometerte —proporcioné.
Asintió. —Algo parecido. Entonces lo supo, que tarde o temprano
te arruinaría como lo hago con todos los demás, e incluso si lograba no
hacerlo, sabía que quería ser un hotshot. No lo hizo para lastimarte, lo
hizo para protegerte de mí. Porque esto —estiró su mano en el hueco de
mi espalda baja y me acercó más—, esta atracción, nuestra química, es
bastante obvia. Nunca me di cuenta de que todos los demás lo sabían
hasta que volví. Él sabía lo cerca que estaba de golpear a Vic en la cara
cada vez que lo veía ese verano, lo insoportable que era saber que te había
tocado. Ry lo supo sin que tuviera que decir ni una palabra.
Enlacé mis brazos alrededor de su cuello, pasando mis dedos por
la espalda donde mis uñas habían estropeado su piel perfecta.
—Nunca dejé que Vic me tocara.
Sus ojos se abrieron. —¿Qué?
—¿Cómo podría, cuando todo en lo que podía pensar era en ti?
Dios, prácticamente arruinaste mi vida sexual durante años. Todos los
años, si te soy sincera. No entendía por qué no sentía la misma urgencia
cuando alguien me besaba. ¿Por qué era bueno, pero no… —Me levanté
contra él, frotándole mis senos cubiertos de encaje contra su pecho y
acariciando su creciente dureza con mi vientre—…era esto. Pensé que lo
inventé, que lo glorifiqué en mi memoria.
—Pero no lo hiciste. —Su mano se deslizó hacia abajo para acunar
mi trasero sobre mis bragas de encaje—. Somos así de buenos juntos.
Asentí.
—Me arruinaste para cualquier otra persona con ese beso. —Rozó
su boca con la mía.
—¿Y qué hacemos? ¿Permitir que Ryker nos mantenga separados
otros siete años? Eso es suponiendo que quieras... no estar separados.
—Sutil, Harper. Super sutil.
Sus labios se levantaron en las comisuras. —Estamos casados,
¿sabes?
—Sí, eso oí. Aparentemente, es el último chisme de la ciudad.
—No digo siete años. Ni siquiera siete meses. Solo te pido que le
demos la oportunidad de entrar en razón. Si no lo hace, es cosa suya. No
me alejaré de ti. —Me besó suavemente—. No digo que no vaya a besarte.
—Sus manos me agarraron el trasero y me levantaron en una exhibición
increíblemente sensual de fuerza. Enganché mis piernas en su cintura
en tanto me recostaba contra la pared—. No digo que no vaya a tocarte.
—Una de esas manos se deslizó desde mi culo hasta entre mis muslos,
enviando oleadas de necesidad directamente a través de mí—. Te haré
acabar tantas veces como quieras, Harper. Dios, no se me ocurre nada
mejor.
—A mí sí. —Me retorcí, lo que movió su mano y meció mis caderas
contra su erección.
—Sí, eso. —Apoyó su frente en la mía—. Solo dame un poco de
tiempo para no perder a mi mejor amigo a causa de lo que siento por su
hermana.
Estaba indefensa ante esa admisión. Podría haberme pedido que
esperara diez años y lo habría hecho, ese era el poder que Knox tenía
sobre mí. —¿Y si nunca entra en razón?
—Entonces él no es quién sé que es, y eso no va a impedirme,
impedirnos, ver a dónde nos lleva esto.
Lo decía en serio. Lo vi en su mirada, lo sentí en la forma que me
sostuvo. Pero no significaba que no fuera a decidir algo diferente cuando
Ryker hiciera valer su poder.
—Me asustas —admití—. Esto es lo que siempre he querido, y si
dices que estás dispuesto a intentarlo y luego cambias de opinión, no
estoy segura de poder soportarlo.
Me besó con suavidad. —Entonces solo tendré que seguir dándote
razones para que creas en mí. Puedo hacerlo. No te daré la oportunidad
de que dudes de mí, nunca. —Me bajó y retrocedió—. Ahora, por favor,
ponte algo de ropa antes de que dude de mi propio control.
—Una pregunta, primero. ¿Quién era tu chica para la lista? —Traté
de no dejar que los celos se filtraran en mi voz, pero fue un fracaso épico.
Una sonrisa lenta le cubrió el rostro. —Es hermosa, por dentro y
por fuera. Leal, trabajadora, dura como el acero y una de las mujeres más
fenomenales que he conocido en mi vida. —Hizo una pausa e incliné la
cabeza a un lado con exasperación—. Y es la única otra mujer que usó
ese anillo. —Señaló mi mano izquierda y se fue, dejándome mirando la
puerta cerrada.
Su abuela.
Eché la cabeza hacia atrás y suspiré en dirección al techo. Ay, en
vez de proteger mi corazón, ahora lo amaba aún más.
Vistiéndome con rapidez, bajé las escaleras para preparar la cena
y casi fui atropellada en el pasillo por Liam cuando pasó corriendo a mi
lado con una especie de chaleco. —¡Me va a atrapar! —chilló.
—¡Seguro que lo haré! —Knox salió corriendo de la oficina con una
talla más grande de la misma prenda y con una pistola de plástico. Se
detuvo para besarme y luego fue tras el niño.
En tanto lo escuchaba quejarse de que Liam lo había matado con
un tiro en el pecho, comprobé a James y me alegré al ver que no llevaba
un chaleco de láser.
Dos horas después, los niños ya estaban en la cama y los adultos
limpiaban el desorden de la cena. Había ido bien, considerando que Ryker
apenas había hablado y pasó la mayor parte del tiempo viendo cómo nos
mirábamos con Knox.
Hablando de incómodo.
—Podría acostumbrarme a esto. —Emerson tomó un sorbo de su
vino y observó desde la sala de estar cómo los muchachos cargaban el
lavavajillas. Incluso Chance estaba ayudando.
—Desde luego califica como porno. —Sobre todo con las mangas de
Knox arremangadas de esa forma.
—¿Cómo van las cosas en esa área? —consultó, levantando las
cejas.
Lo observaba y simple y llanamente lo quería. ¿Qué era eso de estar
tan cerca de lo que quería pero tan lejos de tenerlo que te desesperaba?
Nunca había estado así por un chico. —Es un poco como estar en una
panadería con tu postre favorito, pero está resguardado tras una ventana,
por lo que puedes mirarlo, pero eso es todo. Y estás atrapada allí. Para
siempre. Y el postre está desnudo. Y es Knox.
—Auch.
—Oh, y quizás puedes llegar a lamerlo, probarlo un poco, y es tan
malditamente bueno. Quiero decir… terriblemente bueno. Y lo único que
quieres hacer es comerte el jodido postre, pero no puedes. Porque tu
hermano cerró la vitrina y no entiendes por qué simplemente no te da la
maldita llave.
Su mirada de reojo se convirtió en un giro completo de cabeza, de
frente y con los ojos bien abiertos. —Así que, está yendo bien, ¿entonces?
—¿Alguna vez quisiste saltar encima de Bash? Como, ¿derribarlo,
arrancarle la ropa y subírtele? Porque en serio me siendo como una mujer
cachonda y desesperada que está a punto de volverse loca a causa del
sexo. Sexo, Emerson. Quiero. Tener. Sexo.
—De acuerdo, bueno, sí, sobre todo cuando estábamos en la fase
de lo haremos, no lo haremos. Fue duro. —Miró a su prometido con una
expresión soñadora que envidié rotundamente. Sin embargo, siempre
había sido de esa forma.
—¿Qué hiciste al respecto?
—Básicamente lo encerré en su oficina e hice eso. Pero a pesar de
lo complicado que éramos con Bash, Knox y tú se llevan el pastel.
—Quiero el pastel.
El susodicho me guiñó un ojo y regresó a su conversación con mi
hermano. Al menos estaban hablando.
—Puedo verlo. —Hizo su mejor intento por no sonreír, pero falló.
—No te rías de mí.
—No me río, lo prometo. Solo pensaba en cuando Bash llegó a casa
y dijiste que no podría conformarme con menos que el tipo de química
de… eh, ¿cuáles fueron tus palabras? La necesidad de quitarle la ropa a
alguien con rasgones y mordidas, creo. Ahora lo tienes.
—¿Y si él no quiere el pastel? —Mi tono bajó a un susurro.
—Créeme que lo quiere. Lo ha querido desde que comenzaste a
llenar tus vaqueros. Ese nunca ha sido el problema.
—¿Te oí decir que querías un poco de pastel, Harper? —preguntó
Chance al entrar en la sala—. Puedo ir a comprarte un poco.
—Solo si quieres que Knox te patee el trasero desde aquí hasta la
frontera de Utah —respondió Emerson, luego se echó a reír.
—¿Qué fue eso? —Llegó Knox y miró al hombre de una forma que
lo envió al otro lado de la habitación.
—Mencionaron que querían pastel, por lo que me ofrecí a comprar
un poco. —Se encogió de hombros.
Emerson se rio aún más fuerte.
—¡Basta! —le dije, pero casi estaba llorando.
—Oh, vamos, Chance te está ofreciendo pastel. ¿No quieres un
poco? Apuesto a que es muy bueno. —Logró decir con una expresión
seria.
—No quiero su pastel —murmuré.
Knox me miró con los ojos entrecerrados.
—Quiero su pastel —dije en voz baja, pero me oyó.
Algo debe haberse asimilado, porque se giró inmediatamente hacia
el hombre. —Nunca más vuelvas a ofrecerle pastel a mi esposa. Nunca.
O nunca volverás a comer pastel con alguien.
—Maldición, ustedes son tan raros. Los veré mañana en el trabajo.
Harper, muchas gracias por invitarme a cenar. Tus brownies son muy
ricos.
—También hace un pastel fantástico. —Emerson se rio.
—¡Sin pastel! —le espetó Knox a Chance, quien levantó las manos
y retrocedió, casi corriendo hasta la puerta—. Bash, ven aquí y llévate a
tu prometida a casa. Creo que bebió demasiado vino.
—Oh, por favor, Knox. No eres divertido. Antes lo eras. Solo trato
de conseguirle un poco de postre a tu esposa. Dios. —Me miró—. ¿Cuánto
vino bebí?
—Creo que toda una botella.
—¿En serio? Vaya. Sí, no más. —Dejó su copa en la mesa auxiliar—
. ¡Sebastian Vargas!
—¿Emerson? —respondió, entrando en la sala.
—Llévame a casa. Quiero pastel. —Le lanzó una mirada a Knox—.
Uno de nosotros debería comer pastel, ¿no crees?
—Por el amor de Dios —dijo, mirando al techo.
—Em, no tenemos pastel en casa. ¿Querías que me detuviera en la
tienda? —ofreció, poniéndola de pie—. Creo que lo más parecido son las
Pop-Tarts que compraste la semana pasada.
—Créeme que tienes el pastel que está buscando —le dije—. Solo
llévala a casa.
—Sí, de acuerdo. —Se acercó y la alzó, colocándola sobre su
hombro—. Vamos a casa.
—¡Buenas noches! —La saludé con la mano en tanto intentaba
erguirse.
—¡Consigue el pastel! —gritó, riéndose.
No podía esperar a contárselo por la mañana.
Knox se inclinó sobre mí, colocando un brazo a cada lado del sillón
en el que me encontraba. —Entonces, ¿aparentemente estás de humor
para el postre? —Su voz me raspó como el papel de lija más fino de todos,
suave pero lo suficientemente áspero como para alterarme.
—Sí, por favor.
—No vas a comer ninguno de Chance, eso es malditamente seguro.
Mis dedos se enredaron en la apertura de su camisa abotonada.
—No quiero el de Chance.
—Me estás matando, ¿lo sabes? —Gimió.
—Bien.
Sonrió, y lo sentí en cada célula de mi cuerpo.
Alguien se aclaró la garganta, provocando que se pusiera rígido.
—Me olvidé completamente de que él estaba aquí.
—Yo no —dijo Ryker—. Harpy, ¿me acompañas hasta mi coche?
Knox me ayudó a ponerme de pie y me acerqué a mi hermano, que
estaba convenientemente mirando a cualquier parte menos a nosotros.
—Vamos, hermano mayor. —Enganché mi brazo al suyo y fuimos
hasta su camioneta—. De acuerdo, dámelo.
—¿Darte qué? —preguntó justo fuera de la puerta principal.
—El sermón que has preparado sobre lo malo que es Knox para mí,
cómo no quieres que esté con un bombero y cómo solo me lastimará. —
Me crucé de brazos para protegerme del frío de principios de mayo.
Se frotó el rostro con ambas manos. —Ya sabes todo eso, por lo que
no necesitas que te lo diga.
—Entonces, ¿qué más tienes en tu arsenal anti-Knox?
—Nada. Es mi mejor amigo. Es un gran tipo. Inteligente, valiente,
leal hasta la médula, lo que quieras.
—¿De acuerdo?
—También es muy imprudente durante los incendios, intrépido,
desapegado y emocionalmente inaccesible con todas las mujeres con las
que ha intentado tener una relación. Su madre le jodió la cabeza, Harpy.
Ese es el tipo de daño que quizás no puedes deshacer.
—Tal vez quiero intentarlo. Quizás necesita que alguien lo intente,
que le pruebe que es posible quedarse incluso cuando es más fácil irse.
—¿En serio quieres pasar toda tu vida pagando por los pecados de
otra mujer? Incluso si lo logras, es un bombero. Siempre me dijiste que
no deseabas eso. Querías un tipo con un trabajo de oficina, ¿recuerdas?
Es por eso que terminaste con el tramposo de Dicky.
—Richard —lo corregí—. Sí, lo dije, pero fue cuando tenía dieciséis
años. ¿Me estás diciendo que has cargado eso contigo desde entonces?
¿Que estás haciendo que nos sintamos infelices por algo que dije cuando
ni siquiera podía estacionar en paralelo?
—Aún no puedes estacionar en paralelo.
—Deja de bromear, Ry. Lo amo. Siempre lo he amado.
Me tomó por los hombros como si nuevamente fuéramos niños.
—¿Qué sucede cuando no pueda sentir lo mismo por ti? —No había
maldad en sus ojos, solo una profunda tristeza—. Lo he conocido toda mi
vida. No te lo estoy advirtiendo porque quiera ser un imbécil o controlarte
la vida. Solo quiero que seas feliz, amada y adorada. Knox probablemente
puede darte la mayor parte de todo eso, pero ¿a largo plazo? ¿Qué harás
cuando no sea capaz de devolver todo ese amor en tu corazón?
Inhalé entrecortadamente. No estaba siendo malo ni sarcástico. Le
preocupaba genuinamente, y como la persona que posiblemente conocía
mejor a Knox, tenía que darle el beneficio de pensar bien mi respuesta.
Era la misma discusión que había tenido conmigo misma cuando
el administrador de mi edificio me llamó para decirme que por fin había
terminado la reconstrucción de los daños causados por la inundación en
mi apartamento. Podía irme, era lo bastante grande como para llevarme
a los niños, pero no quería. Quería quedarme aquí y luchar por lo que
tenía con Knox.
—Entonces supongo que tendré que amar lo suficiente por los dos
hasta que ya no me deje seguir haciéndolo. Y sí, puede que salga herida,
pero me estoy metiendo en esto con los ojos bien abiertos. Lo conozco. Sé
cómo es, lo que hace. Sé que, a pesar de que no cree que pueda amar,
puede hacerlo. Ya lo hace. Ama a su abuela. Los ama a ti y a Bash. Si no
me ama, entonces eso tendrá que estar bien, porque lo único peor que
perderlo sería nunca tenerlo en primer lugar.
Me estudió un momento, entonces me jaló en un abrazo. —Te amo
mucho, Harpy. Solo quiero que sepas que te mereces estar con alguien
que ame tan intensamente como tú lo haces.
Asentí. —Lo sé. —Y es Knox.
—La temporada de incendios comienza oficialmente la semana que
viene. Aún estamos en el nivel B hasta que nos certifiquen, pero de todos
modos sigue siendo peligroso.
—Lo sé. —Lo abracé—. Pero también sé que eres bueno en lo que
haces, al igual que Knox.
—También lo era papá, y ya ves cómo está mamá ahora.
—Lo sé. —Esta vez, mi respuesta fue un susurro—. Te prometo que
tendré cuidado con Knox siempre y cuando tú también lo tengas, ¿de
acuerdo? Tráemelo a casa.
Me besó la cima de la cabeza. —Aún no estoy seguro sobre esto.
—Yo sí.
Me soltó y, después de que sus faros traseros se desvanecieran de
nuestro camino de entrada, regresé a la casa.
—Bueno, eso fue divertido.
—Mira quién se despertó con antojo de brownie —dijo Knox desde
donde estaba sentado en la isla de la cocina con Liam, con una cuchara
sumergida en el postre.
Sacudí la cabeza al revolverle el cabello al niño. Entonces tomé mi
propio brownie y me senté junto a mis chicos en tanto Liam se reía. Bien
podría disfrutar del único postre que recibiría por la noche.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Creo que puede estarlo. —Y por primera vez, lo creí.
Traducido por Lauu LR & Umiangel
Corregido por Julie

Knox
Ocho de junio. Tres semanas después del comienzo oficial de la
temporada de incendios, y seguíamos esperando nuestra clasificación
inicial. No es que los incendios le hicieran caso a ningún calendario ni
comprobaran si su aparición sería conveniente. Los incendios llegaban
cuando les daba la gana y devoraban todo lo que encontraban a su paso,
hasta que se quedaban sin combustible o se topaban con nosotros.
Y no estábamos ni mucho menos preparados.
Habíamos conseguido que los novatos estuvieran cualificados en la
mayoría de los cursos y nos habíamos asegurado de que los bomberos
experimentados también estuvieran al día en los suyos. Habíamos hecho
la lista de control de movilización, e incluso la revisión de la preparación
fue realizada por otro escuadrón de Colorado. Todo un torbellino de
formación y papeleo.
—Bash, quítate de mi sitio —ordenó Emerson al entrar en la sala
de conferencias con una taza de café, un montón de carpetas y una
mirada seria.
—Esperaba que te sentaras en mi regazo —dijo con una sonrisa.
Ella enarcó una ceja y él se apartó del extremo de la mesa. Puede
que le permitiera salirse con la suya en casa, pero como jefa de nuestro
equipo, no aguantaba sus idioteces en la oficina. Bueno, a menos que la
puerta de la oficina de Bash estuviera cerrada, en cuyo caso no llamaba
a menos que el edificio estuviera en llamas.
Spencer se sentó a la cabecera de nuestra mesa, con Ryker, Bash
y yo a un lado, y Miles McCoy y Bishop Maldonado al otro.
—¿Quieres empezar, Spence? —Emerson nos entregó a todos los
expedientes y dejó el resto de la pila en su asiento, ahora vacío.
—Por supuesto —contestó, abriendo su expediente. Todos hicimos
lo mismo.
—De acuerdo. —Se acercó a la pizarra en falda y tacones.
Bash nunca podría soportar ponerla en peligro, de la misma forma
que tanto Ryker como yo le habíamos dicho a Harper que de ninguna
manera se presentaría voluntaria. Joder, la sola idea de que se pusiera
en medio de un incendio forestal me daba náuseas.
—La clasificación volvió esta mañana, y nos tienen como Tipo Dos
después de la revisión de la semana pasada.
Una serie de gruñidos de descontento se levantaron de la mesa.
—Chicos, pueden enojarse todo lo que quieran, pero hasta que no
puedan cavar seiscientos metros de brechas por hora, no van ni a rozar
el Tipo Uno —respondió Emerson encogiéndose de hombros—. De todas
formas, sabíamos que no íbamos a calificar como Tipo Uno hasta el final
de la temporada. No es que tengamos estadísticas de incidentes que
darles, porque todavía no hemos estado en un incendio. Eso era solo
preliminar. Tranquilos.
Se me escapó un leve bufido. Cielos, la adoraba. No tenía pelos en
la lengua, era muy lista y había estado al lado de Bash pasara lo que
pasara.
—¿Pensamientos? —preguntó Spencer, reclinándose en su asiento
y echándonos un vistazo.
Esto era una prueba, y todos lo sabíamos.
—No estamos divididos en escuadrones eficientes. —Miré la lista
de nombres en la pizarra—. El problema es que aún estamos tanteando,
y tenemos dos auténticos novatos. Tres, si contamos que Rose viene de
estructura. Nunca ha cavado brechas cortafuegos.
Esta vez los gruñidos fueron afirmativos.
—De acuerdo —dijo Bishop, su tono bajo como siempre. El tipo no
hablaba mucho, pero era el segundo bombero con más experiencia que
teníamos después de Spencer, y sabía lo que hacía—. Vamos a tener que
dividirnos en tres escuadrones. Dos habría sido preferible como primer
año, pero necesitamos tener un novato en cada escuadrón, no solo para
cubrir sus segmentos sino para entrenarlos. Sé que Braxton quiere vigilar
a su hermana, pero eso no le hace ningún bien ni a él, ni a ella, ni a
nosotros.
—Va a luchar como un loco —opinó Ryker—. Si Harper estuviera
en nuestro escuadrón, sobre todo como primer año, de ninguna manera
la querría en otro sitio. La querría a mi lado, donde pudiera vigilarla. —
Su mirada se cruzó con la mía antes de apartar rápidamente la vista.
—Lo que significa que no estarías haciendo las brechas tan
eficientemente —contraatacó Bishop.
Todos asintieron.
Spencer suspiró y se frotó la barba. —Vale, estoy de acuerdo con
Bishop. Tres va a ser el camino a seguir, al menos hasta que tengamos a
los novatos entrenados. Knox, ¿cómo vamos de requisitos físicos?
Abrí mi cuaderno y lo puse encima del expediente de Emerson.
—Todos los legados están al día...
—¿Había alguna duda? —interrumpió Bash con una sonrisa.
—Y también los transferidos.
—Claro que sí —dijo Miles asintiendo con la cabeza. Como bombero
más veterano de aquel grupo, asumió un papel que todos apreciábamos
mientras trabajábamos para integrar a todo el mundo.
—Por lo tanto, nuestro problema se deriva de los novatos. Derek
Chandler es rápido en la carrera...
—Es un atleta estrella —suministró Ryker.
—Pero sus flexiones están muy por debajo del mínimo.
—¿Y Taylor? —preguntó Spencer, y la mesa se quedó en silencio
mientras yo buscaba su nombre en mi libro.
—Está mejorando. Su carrera de un kilómetro y medio está en doce
minutos, lo que no podía hacer el mes pasado, y está trotando por el
sendero con el equipo y no se cae.
—¿Cómo vamos a manejar eso? —me preguntó.
—La tengo entrenando con Indie, y ha avanzado mucho. Está
bastante bien con sus abdominales, y sus flexiones se están acercando a
un buen rango, mejor que las de Derek.
Un estruendo de risas sonó desde la mesa.
—Tenemos hasta el ocho de septiembre —dijo Emerson, ojeando
su agenda—. Es cuando llega el equipo de certificación del IHC. Me
sorprende que hayan accedido a venir, teniendo en cuenta que ni siquiera
tendremos una temporada completa a nuestras espaldas.
—Somos Legacy —respondió Spencer, con voz ronca—. Nadie va a
negar a Legacy la oportunidad de ascender. Sus padres pagaron por esa
oportunidad, pero eso no significa que no podamos echarla a perder. No
la arruinen.
Sin presiones ni nada.
—De acuerdo. —Tamborileé con los dedos sobre la página de Taylor
en mi carpeta de preparación—. Entonces la pondremos a punto para
entonces. No tenemos elección. Si perdemos a Taylor, quedaremos por
debajo del mínimo del sesenta por ciento y el ayuntamiento revocará
nuestros estatutos. No significa que no podamos certificarnos como otra
cosa, pero si queremos los parches de nuestros padres, prepararla es un
esfuerzo de equipo. Si escucho a alguien decirle mierda a ella, o a sus
espaldas, yo mismo lo echaré de la montaña.
—De acuerdo. —Spencer se inclinó hacia adelante, pasando por el
archivo de informes—. Todo se ve bien hasta ahora, planos, vehículos,
instalaciones; Bash, tú, Ryker y Knox prepararon unas instalaciones
increíbles.
Los tres asentimos entre nosotros y después a Spencer, y una
pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Bash sonrió de oreja a oreja.
Construir Legacy, SRL fue un trabajo de amor y mucho sudor. Habían
pasado más de dieciocho meses de diseño, construcción y compras antes
de que nos dirigiéramos a la ciudad para pedir el nombre de Legacy.
—Bien, que vengan Taylor y Braxton —le dijo Spencer a Bishop.
Bishop se levantó, el puto gigante que era, y salió acechando.
Unos minutos más tarde, Taylor y Braxton Rose entraron y se
colocaron al final de la mesa, ambos sudando.
—Siento haber tardado tanto. Estaba en la cinta de correr —se
disculpó Taylor, con los ojos puestos en la mesa.
—Taylor. —La voz de Spencer exigió su atención, y ella se la dio—.
No te disculpes por dejarte la piel por este equipo. Nunca. Ojalá la mitad
de estos chicos tuvieran tu ética de trabajo.
Ella asintió rápidamente, pero miró de nuevo a la mesa. Íbamos a
tener que encontrar una manera de sacar a esa chica de su caparazón.
—¿Qué podemos hacer por ustedes? —preguntó Braxton.
—Vamos a dividir el escuadrón en tres —anunció Spencer—.
Tenemos que trabajar mejor en grupos más pequeños y aumentar
nuestro tiempo de brechas cortafuegos. No estamos haciendo suficientes
cadenas en una hora.
—Vale —dijo Braxton—. ¿Cuántos metros más necesitamos?
—Cadenas, Estructura —dijo Bash con una sonrisa—. Aprende la
jerga. Veinte metros a una cadena, treinta cadenas por hora en la hierba,
seis cadenas por hora en la maleza.
Braxton puso los ojos en blanco. —Maldito terreno salvaje.
—¡Bienvenido a la lucha contra el fuego real, hijo! —Miles se rió,
trayendo el resto de la mesa con él.
—La cuestión es que los vamos a dividir a Taylor y a ti en diferentes
escuadrones —les informó Spencer, fresco como una lechuga.
—¿Qué? No. Imposible, carajo. —Braxton palideció.
—¿En serio? —respondió Taylor al mismo tiempo, con los ojos más
brillantes que nunca.
Brax giró la cabeza hacia su hermana pequeña. —¿Quieres que nos
separemos? Me hiciste regresar aquí, ¿y ahora quieres estar en un
escuadrón diferente? No. Mamá se revolcaría en su...
—¿En la tumba? —espetó Taylor, cruzándose de brazos.
Bueno, esto se acaba de poner interesante.
—Taylor —advirtió Braxton.
—¿Adivina qué, Brax? Mamá era un bombero hotshot. No papá. Lo
hizo por su cuenta, sin un marido o un hermano revoloteando sobre ella
durante cada entrenamiento, cada prueba de calificación, cada vez que
necesitaba correr. ¿Qué he desayunado?
—Un batido de proteínas con plátano —respondió—. Lo sé porque
te lo preparé.
—Exacto. Estás rondando. Eres un bombero experimentado, Brax.
Quizá no en incendios forestales, pero sabes lo que haces. Necesitan que
vayas a hacerlo, no que revolotees sobre mí para ver si agarro bien mi
hacha.
Retrocedió un paso. —¿De verdad quieres estar en diferentes
escuadrones? Porque yo, ¿qué... te asfixio? —Sus ojos se abrieron de par
en par.
—No me asfixias, solo haces que sea muy difícil ser algo más que
tu hermanita regordeta.
Mierda, podría haber caído un alfiler en la sala de conferencias y lo
habríamos oído. Miré a Spencer, preguntándome si deberíamos dejar que
los hermanos tuvieran algo de intimidad, pero me hizo un movimiento de
cabeza sutil. Supongo que quería ver cómo interactuaban bajo el fuego.
Literalmente.
—Tú no eres... gordita —replicó Braxton.
De acuerdo.
—¡Entonces deja de tratarme como si lo fuera! Como si no pudiera
subir la colina sin que me marcaras el ritmo. Como si no pudiera cavar
una brecha sin que me preguntes si necesito un descanso. Sin vigilar
para asegurarme de que estoy bajo mi refugio antes de que despliegues
el tuyo cuando estamos en un simulacro. Tienes que dejarme hacer esto
sola, Brax, o no voy a saber que puedo.
Su mandíbula se flexionó.
Ryker se inclinó hacia delante.
—Eres mi hermana pequeña. No podría sobrevivir si te pasara algo
y no hiciera todo lo posible por salvarte. Para ayudarte.
Ryker asintió.
—Y lo entiendo. Siento lo mismo por ti. Pero tienes que dejarme
cometer algunos errores y crecer, o nunca seré capaz de hacer esto sola.
¿Es eso lo que quieres? ¿Que dependa totalmente de ti?
Ryker frunció el ceño. Interesante.
—No, no quiero... —Miró alrededor de la mesa y luego sacudió la
cabeza.
—Algún día te casarás y tendrás hijos, tu propia familia. No vas a
tener tiempo para supervisar mi desayuno, ¿y sabes qué? Vas a estar
agradecido de que no esté indefensa. Que puedo tener éxito, para que tú
también puedas. Pero tienes que dejarme, Brax.
Tragó saliva y estudió la cara de su hermana durante un larguísimo
minuto. Fue un once en la escala de incomodidad para los que estábamos
mirando.
Al final, Brax asintió. —De acuerdo. Mismo escuadrón. Diferentes
equipos. Puedo vivir con eso. —Se volvió hacia Spencer—. Hazlo.
Luego salió de la sala de conferencias, la puerta se cerró con
suavidad detrás de él.
—Siento mucho que hayan tenido que ver eso —dijo Taylor en voz
baja. Sus ojos nos miraron a todos antes de encontrarse con los de
Spencer—. Gracias.
—Estamos orgullosos de tenerte, Taylor.
Asintió con una media sonrisa forzada y salió de la sala de
conferencias.
Ryker se hundió en su asiento y compartimos una mirada.
Había pasado un mes desde que me dijo que estaba pensando en
mi relación con Harper.
Un. Jodido. Mes.
Lo estaba intentando (Dios, sí lo intentaba), pero mi paciencia era
escasa, mi pene estaba constantemente duro y mi vida, por lo demás,
perfecta. Vivir con Harper era todo lo que nunca había sabido que me
faltaba. Ella hacía que mi casa fuera cálida de una forma que me hacía
estar ansioso por llegar por la noche. Los chicos prosperaban y, por
primera vez en mi vida, vi un futuro que quería. Un futuro por el que
lucharía.
Pero ese futuro también tenía que incluir a Ryker, no solo como mi
mejor amigo, sino como el hermano de Harper, y básicamente estaba
esperando a que yo lo jodiera todo. No es que no lo hubiera hecho en el
pasado. Había visto en primera fila a todas las chicas a las que había
abandonado, todas las relaciones que había dejado en cuanto una chica
se apegaba. Lo que él no entendía era que ninguna de esas mujeres era
Harper.
Era imposible alejarse de Harper.
—Ahora que está decidido —dijo Spencer—, todo el mundo excepto
Bishop fuera. Voy a dividirnos en tres escuadrones.
Una sonrisa se dibujó en mi cara mientras salíamos. Bishop sería
un superintendente adjunto increíble.
Nos dirigimos a la cocina.
—Spencer sería un idiota si no eligiera a Bishop —dijo Bash en
tanto hurgaba en la nevera.
—Estoy de acuerdo. Es el mejor de todos. Y el más sensato. —Ryker
me señaló al otro lado de la isla—. ¿Vas a compartir?
—¿Vas a dejarme salir con Harper? —Le tendí el segundo pastelito
de café que Harper me había enviado esta mañana.
—No.
Me burlé y le di un mordisco gigante al segundo pastelito, luego lo
puse al lado del primero ya masticado. Él resopló mientras yo tragaba.
—Entonces supongo que es bueno que ya esté casado con ella, ¿no?
Negó con la cabeza, pero había un atisbo de sonrisa que indicaba
que por fin estaba recapacitando.
Y menos mal, porque estuve a punto de mandarlo a la mierda y
dejar que se las arreglara con las consecuencias. Si tuviera más familia
que Bash y Ry, ya lo habría hecho.
Spencer nos llamó a todos a la sala después de aproximadamente
una hora, y nos reunimos en los grandes sofás de cuero.
—Escuchen. Vamos a armar tres escuadrones. Para contarles el
desglose, me gustaría presentarles a su nuevo superintendente adjunto:
Bishop Maldonado. Este tipo tiene una década de lucha contra incendios
forestales en su haber, ocho de ellos siendo un hotshot. También es un
hijo de puta que da miedo, así que me imagino que quizá le escucharían.
Se escuchó una estridente ronda de aplausos y Bishop se limitó a
asentir e hizo un gesto para que nos acomodáramos.
—Sí, sí. Es un honor. No los defraudaré. Todo eso. —Luego se lanzó
a la distribución. Miles McCoy y Ward Hammond, ambos transferidos de
California, serían nuestros bomberos veteranos y buenos muchachos por
el tiempo que pasé con ambos. Aplausos por todas partes.
Entonces anunció a los tres líderes de escuadrón.
—Sebastián Vargas, Ryker Anders y Knox Daniels.
Un zumbido distante llenó mi cabeza. Fui bombero desde que me
gradué de la universidad hace cinco años. Conocía el fuego. Sabía cómo
y cuándo colocar los más pequeños para apagar los más grandes. Pero
nunca había sido un líder.
A medida que desglosaban los nombres de cada escuadrón, el
zumbido solo se hizo más fuerte. Sería responsable de la vida de otras
cinco personas.
Ocho si contaba a Harper, Liam y James, la pequeña familia que
formamos a través del papeleo y las buenas intenciones.
Demonios, he sido padre durante dos meses y los dos niños todavía
estaban vivos.
Yo podía hacer esto.
Yo haría esto

***

—Daniels. —Cinco días después, contesté el teléfono con la voz


aturdida y la cabeza nublada.
—Soy Spencer. Tenemos un incendio cerca de Pagosa. Tienes una
hora, llegó el momento.
Escuché atentamente los detalles.
—Sí, allí estaré —dije cuando terminó. Por lo general, era entonces
cuando la adrenalina me golpeaba, la prisa por salir y ponerme en
marcha. En cambio, una sensación más profunda y pesada se instaló en
mi estómago. Colgué, encendí la luz y balanceé los pies sobre la cama
mientras el reloj marcaba las cuatro y veinticinco de la madrugada. Luego
giré el cuello y busqué entre mis contactos, llamando a cada uno de los
miembros de mi escuadrón para informarles.
Seis minutos después de que comencé, todos fueron notificados. Al
menos todos habían respondido, así que no tendría que localizarlos.
Me duché rápidamente, me lavé los dientes y me vestí en quince
minutos. Entonces llamé suavemente a la puerta de Harper, sabiendo
que se encontraba dormida, y abrí la puerta. La luz caía sobre donde ella
dormía, acurrucada de costado.
Odiaba que durmiera aquí, que no pudiera rodearla con mis brazos
mientras nos quedábamos dormidos, que no pudiera despertarme con su
piel caliente bajo mis manos, que era exactamente la razón por la que no
dormíamos en la misma habitación.
Mi autocontrol era excelente, pero no era un santo.
—¿Harper? —pregunté en voz baja, caminando hacia la cama. Me
agaché para quedar a la altura de los ojos y acaricié con mis dedos su
suave mejilla. Tenía el cabello retirado de su rostro en un moño suelto,
dejando al descubierto la línea de su cuello. Mi pecho se apretó. Dios, ella
era hermosa—. Harper, cariño. Despierta.
—¿Hmmmm? —La piel entre sus cejas se arrugó, y después sus
pestañas se abrieron, mientras parpadeaba para despertarse—. ¿Knox?
—Se inclinó hacia mi toque.
—Oye, tenemos un incendio en el sur de Pagosa. Nos llamaron.
Se levantó de un salto, dejando que las sábanas cayeran hasta su
cintura. Gracias al Señor misericordioso que dormía con una camiseta
sin mangas. —¿Ahora?
—Tengo que estar allá dentro de una hora. Voy a revisar mi equipo
y luego me iré. Tú duerme. —Presioné un beso en su frente—. Te avisaré
cuando regrese.
—Al diablo con eso —dijo, tirando las sábanas por completo—. Ve
a buscar tu equipo, prepararé café. No me volveré a dormir, idiota. No si
te vas a un incendio.
Sonreí como un tonto enamorado. Porque yo era uno. Sobre todo
si pensaba en la palabra enamorado.
—Deja de sonreír y ve por tu equipo. —Me golpeó el estómago—.
Vamos.
Bajé las escaleras y me dirigí al trastero que mandé a construir solo
por este motivo. Luego deshice mi mochila, asegurándome de que tenía
todo lo que necesitaba. Si viviera solo, habría confiado en que siguiera
cargada de cuando la había abastecido, pero vivir con niños me enseñó
que se meten en cosas en las que nunca piensas.
Como tu mochila de herramientas.
Volví a empacar, puse una batería adicional para el celular y cerré
la habitación con llave al salir. Harper no debería tener que preocuparse
de que los chicos se metieran aquí mientras yo no estaba.
Un dolor punzante se abrió paso por mi pecho mientras caminaba
hacia la cocina. Iba a extrañarlos, no solo a Harper, sino también a los
chicos. El olor a café me recibió cuando puse mi mochila de herramientas
en la encimera. Harper se encontraba allí con su camiseta sin mangas y
sus pantalones cortos, alcanzando una de las tazas de viaje que puse en
el estante superior.
—Ten cuidado. —Me moví para pararme detrás de ella por si acaso.
—Dame un segundo —pidió mientras se ponía de puntillas—. ¡La
tengo! —Levantó la taza negra como un trofeo y la giró cuidadosamente
sobre la encimera lisa.
Mi mirada viajó por la longitud suave y tonificada de sus piernas,
pero mis manos saltaron directamente a sus caderas y agarraron las
curvas, flexionándolas ligeramente.
Ella me sonrió y traté de memorizar todo sobre el momento en tanto
la bajaba de la encimera.
—¿Qué piensas? —me preguntó, tocando la madera dura.
—Este es el momento en el que voy a pensar mientras estoy en el
incendio. —Dejé que mis manos subieran hasta su cintura, trazando la
pendiente suavemente.
—¿No cuando me besaste en el camión? —Su sonrisa se ensanchó.
—Eso también —admití—. Pero esto está mejor. Sigues sonrojada
por la cama, con pijamas y todo, y hay una pequeña línea aquí mismo —
pasé mi dedo por la marca que atravesaba su pómulo—, de tu almohada.
—Entonces, básicamente, ¿soy un desastre?
—Nunca eres un desastre, y solo alguien que vive contigo puede
verte así.
Sonrió, salió de mis brazos y se dirigió a la cafetera. Un segundo
después, el siseo familiar llenó la cocina.
—Dale un segundo —dijo, y luego tomó un sorbo de su propio café
mientras caminaba hacia la isla—. Está bien, sé que te gusta llevar la
bolsa de hidratación, así que te compré los envases de viaje de Gatorade
para tu mochila de herramientas. Hay unas cuantas barritas extra de
proteína de arándanos, bocadillos energéticos y ese gel en el que confían
Ryker y tú.
Me entregó una bolsa Ziploc y miré el contenido, tratando de
encontrar palabras.
—¿Qué ocurre? Te gustan los de arándanos, ¿verdad? No tenían de
limón, y sé que a ti también te gustan, pero tuve que pedirlos. Esperaba
que llegaran aquí antes de que tuvieran un llamado, pero... ¿Knox? ¿Qué
ocurre?
—Empacaste para mí —le dije a la bolsa.
—Bueno, solo algunas cosas que encontré mientras me encontraba
de compras. Vi que no tenías nada en tu sala de preparación. Deberíamos
organizar algo para que sea fácil tomar y llevar en mañanas como esta.
Hablaba como si fuéramos un equipo.
—Oye. —Sus manos cubrieron las mías, y finalmente la miré. Esos
grandes ojos color turquesa me miraron con diversión y un toque de
preocupación—. ¿Estás bien?
—Empacaste para mí —repetí—. Nadie empacó nunca para mí.
—Beneficios de tener una esposa. —Se encogió de hombros—. No
es gran cosa.
Pero lo era. Nadie me había cuidado de esa forma desde que mamá
se fue. La abuela estuvo ocupada enseñándome a ser autosuficiente, y
papá simplemente estaba ocupado. Y, sin embargo, aquí se encontraba
Harper, levantada a las cuatro y media de la mañana, preparándome café
y sirviéndome bocadillos.
Maldita sea, esa sensación había vuelto a mi pecho, ligera y pesada
al mismo tiempo, dulce y aguda como un cliché.
—¿Es lo mismo que preparas para Ryker?
—No. —Su frente se arrugó—. En realidad, nunca lo vi ir a un
incendio. No he despedido a nadie desde... desde papá.
—Bueno, en serio es importante. Gracias. —Mi voz sonaba como si
hubiera fumado durante los últimos catorce años seguidos.
—De nada. ¿Qué tan grave es? —Cruzó los brazos alrededor de sus
costillas.
—Está a dos mil hectáreas. Anoche arrasó una buena parte.
Se estremeció y maldije por dentro. Este momento justo aquí era
exactamente por qué Ryker no me quería con ella.
—Mira, Harper, nunca hice esto antes: dejar a alguien en casa. No
sé cuánto quieres saber, o qué información prefieres que omita para que
puedas dormir mientras no estoy. No conozco las reglas, pero te seguiré
la corriente.
—No hay reglas —respondió ella, levantando la barbilla—. Quiero
saber todo. Puede ser difícil, pero prefiero saberlo. Nunca me dejes en la
incertidumbre.
—Puedo hacer eso. Nos clasificaron como Tipo Dos, así que sabes
que principalmente haremos limpieza y ese tipo de cosas. No te preocupes
demasiado. —Cualquier posición cerca del incendio era peligrosa, y ella
lo sabía, pero con suerte, restarle importancia la haría sentir mejor de
todos modos.
—Por supuesto que me preocuparé —susurró.
La abracé, la atraje hacia mí y apoyé la barbilla en la parte superior
de su cabeza. —Lo sé. Mantendré mi teléfono encendido todo lo posible,
para que puedas enviarme mensajes. Y asegúrate de que los niños sepan
que me he ido a trabajar unos días. No quiero que piensen que los he
abandonado.
—Nunca pensarían eso. —Sus dedos se arrugaron en la gruesa tela
de mi sudadera en mi espalda—. Eres tan bueno con ellos, y te adoran.
Me aseguraré de que sepan que volverás.
La abracé unos segundos más y luego la solté, sabiendo que era el
momento. —¿Me acompañas? —Me colgué mi mochila sobre mi hombro
y agarré mi bolsa de lona.
—Por supuesto. —Deslizó mi taza de viaje en el bolsillo lateral de
mi mochila, tomó mi mano libre y caminó conmigo por el vestíbulo hasta
el garaje.
—¿Tienes todo lo que necesitas? —pregunté, investigando si los
chicos dejaron algo que consideraran vital en mi camioneta.
—Se supone que yo debo preguntarte eso —bromeó.
La miré y sonreí. —Sí, creo que sí. —A continuación la besé, suave
y prolongado, deseando poder embotellar la sensación que me causó para
los días venideros—. Hasta luego, señora Daniels.
Se le desvaneció la sonrisa, pero asintió. —Hasta luego, señor
Daniels.
Me aparté y bajé los pocos escalones hasta el garaje, deteniéndome
para darle al abridor antes de meter las maletas en la parte trasera de la
cabina.
Era solo un incendio, ¿verdad? Como todas las veces que hice las
maletas y me fui con un escuadrón. ¿Papá se había sentido diferente en
esos dos incendios? ¿En el que estaba cuando mamá se fue? ¿Le sonrió
en la cocina y le dio un beso de despedida? ¿Sabía cuando se fue que ella
no estaría allí cuando volviera? ¿Que me dejaría con la abuela en la
cafetería y nunca volvería a casa?
¿Se sintió diferente el día que murió?
El aire fresco de antes del amanecer inundó la habitación a través
de la puerta abierta del garaje y vi a Harper temblar en los escalones.
—Vuelve ahí y caliéntate —sugerí, pero sabía que no se movería.
Era la chica que se quedaba hasta la despedida, la que tenía los brazos
abiertos cuando llegabas a casa. No se iría como mi mamá—. Trata de no
preocuparte, de verdad.
Su boca se tensó, y antes de que me diera cuenta, cruzó el garaje
hacia mis brazos. La levanté con facilidad, curvando mis manos bajo su
culo de forma perfecta, y sus tobillos se cerraron alrededor de mi espalda.
Entonces su boca estuvo sobre la mía en un beso duro, con los
labios cerrados, que le devolví con entusiasmo.
—Siempre me voy a preocupar —dijo con otro beso antes de tomar
mi rostro entre sus manos y mirarme a los ojos—. Llevo enamorada de ti
desde que tenía ocho años, Knoxville, y preocupada por ti durante el
mismo tiempo. Eso no va a cambiar.
El mundo dejó de girar. Mi respiración, mis propios latidos, se
detuvieron cuando sentí que una pieza que no sabía que me faltaba
encajaba en su sitio.
—¿Qué parte? —logré preguntar—. ¿La preocupación?
—Todo —prometió ella—. Te amo.
Cuando mis palabras fallaron, la besé, dándome la vuelta para que
su espalda quedara contra la camioneta, con cuidado de no clavarle la
manija de una puerta en la columna. Entonces dejé ir toda la razón y le
di todo a Harper.
Mi lengua se hundió en su boca y gemí. Nunca daría esto por
sentado: su sabor en mi boca, sus curvas en mis manos. Sus manos me
acariciaron la nuca mientras seguíamos besándonos, sin que ninguno de
los dos quisiera separarse y despedirse.
Volqué todas mis emociones desordenadas y sin clasificar en la
caricia de mis labios, el trazo de mi lengua, esperando que entendiera lo
que yo no sabía cómo decir. Rezando para que supiera lo que significaba
para mí cuando no podía expresarlo con palabras.
Finalmente, nos separamos con un beso más suave y corto, y apoyé
mi frente contra la de ella. Ya era hora de partir.
—Solo dime que volverás a casa. No me lo prometas, sé que no
puedes. Solo dímelo y te creeré —suplicó. Un rayo de pánico atravesó sus
ojos, y mi estómago se hundió al saber que la última persona que vio irse
a un incendio no regresó.
—Te prometo —enfaticé la palabra— que haré todo lo que esté a mi
alcance para regresar a casa contigo, Harper. Créelo. —Cuando se me
escaparon las palabras, sentí su verdad. No había nada que no hiciera
por volver a sentirla entre mis brazos, aunque eso fuera desafiar a la
muerte—. Lo prometo, ¿entiendes?
—Nunca prometes. —Su frente se arrugó.
Tenía razón. No lo hacía. No desde que nuestros padres murieron
y me di cuenta de que no importaban tus mejores intenciones, el destino
era una perra que hacía lo que quería.
—Nunca tuve una razón para hacerlo, nunca te tuve esperando. —
Por favor, espera. Por favor, no me dejes volver a una casa vacía.
—Te estaré esperando —prometió, como si supiera lo mucho que
necesitaba las palabras.
La besé una vez más y la llevé de regreso a los escalones para que
sus pies descalzos no se congelaran en el concreto.
—Cuida a nuestros niños.
—Cuídate.
De alguna manera me las arreglé para alejarme.
Me amaba. Harper Evelyn Anders-Daniels, me amaba. No entendía
por qué. No había hecho nada para merecerlo. Diablos, la había besado
y luego la había ignorado durante casi siete años. Ella era todo lo que yo
no era pero siempre quise ser: abierta, emocionalmente honesta, valiente
y muy confiada. Y me confió su corazón. Sabía que era porque me iba por
un incendio, que ella tenía la mentalidad de “ahora o nunca” debido a
nuestro pasado, pero me lo llevaba igualmente. Ya no podía retractarse.
Ese sentimiento en mi pecho no solo había regresado, abrumaba
mis sentidos, gritándome con una feroz necesidad de ser reconocido…
declarado.
Oh, mierda.
Por primera vez, me pregunté si estaba enamorado de Harper.
Traducido por Julie
Corregido por Danita

Harper
—Hola, cariño, ¿cómo van las cosas en casa?
La voz de Knox llegó a través del teléfono, y me desplomé contra la
pared aliviada. Llevaba casi una semana y media fuera, pues le habían
llamado para que acudiera a otro incendio, este en Utah, en cuanto acabó
el primero. En el esquema de las cosas, nueve días no eran nada, pero
por alguna razón los segundos se habían ralentizado hasta convertirse
en pedacitos de infinito mientras lo esperaba.
—Es tan bueno escuchar tu voz —le dije—. Estamos bien aquí. Los
chicos están durmiendo. Te echan de menos.
—Yo también los echo de menos. Te echo de menos a ti sobre todo.
—Su voz se suavizó—. Siento mucho no haber podido hacer nada más
que enviar mensajes de texto. El servicio es una mierda en medio de la
nada.
—Lo sé, no te preocupes. ¿Vas a venir a casa pronto? —Por favor,
di que sí.
Suspiró, y mi corazón se desplomó.
—Ojalá. Este está terminando, pero están hablando de enviarnos
al norte a continuación. Te avisaré en cuanto lo sepa. —Sonaba tan
cansado como yo.
—Lo entiendo. —Y era verdad. Al menos mi cerebro lo entendía. Mi
corazón pisoteaba con fuerza como un niño de preescolar enojado—. No
quería hablar de esto por teléfono, pero…
—¿Todo bien? —interrumpió, con la voz alterada.
—Estamos bien. Elliot llamó ayer y aún no hay rastro de Nolan.
Tenemos a los chicos desde hace dos meses y medio, y le preocupa la
planificación concurrente. Eso significa que quieren que declaremos si
somos padres preadoptivos. Si no estamos interesados en adoptarlos,
tendrán que empezar a pensar en trasladarlos a una familia que sí lo
esté, para adaptar a los chicos para todos los resultados posibles, por si
acaso nunca encuentran a Nolan. —Se me hizo un nudo en la garganta
y un torrente de emociones me asaltó, igual que cuando Elliot había
sacado el tema.
Amaba a los chicos. Amaba a Knox. Amaba nuestra vida tal y como
era ahora; bueno, tal vez no ahora, pero sí tal y como era cuando él estaba
en casa. ¿Podría ver que eso durara para siempre? Por supuesto. ¿Pero
lo vería Knox?
Lógicamente, nada de esto tenía sentido, pero mi corazón me pedía
a gritos que me aferrara a esta familia que habíamos construido de
alguna manera y la mantuviera unida.
Los segundos pasaron. El sonido de su respiración era la única
razón por la que sabía que continuaba en la línea.
—¿Knox?
—¿Qué quieres hacer? —preguntó despacio.
—No. No voy a ir primero. Solo cambiarás tu respuesta para que
coincida con lo que crees que quiero. ¿Nos sentamos y hablamos cuando
vuelvas? Tenemos tiempo.
Era una gran decisión. Significaba vincularse de forma permanente
a un acuerdo que se había hecho pensando solo en lo temporal. Era la
vida, el amor y la crianza de los hijos, e implicaba cosas de nuestro
matrimonio de las que no habíamos hablado. Diablos, habíamos estado
casados por más de dos meses y aún no habíamos dormido juntos.
¿Cómo de ridículo era eso?
—De acuerdo. Pensemos en ello, luego ambos escribimos nuestros
pensamientos y leemos los del otro al mismo tiempo para que nadie hable
primero —sugirió Knox.
—Eso me gusta. —Así ambos sabríamos la verdad de lo que siente
el otro.
—Bien... —El sonido del escuadrón llamando a Knox llegó a través
del teléfono—. Mierda. Nena, me tengo que ir. Cuida a nuestros chicos.
—Cuídate tú. ¿Knox?
—¿Sí?
—Ten cuidado. Te amo. —Lo dije solo porque podía, porque me
sentí tan bien al darme por fin ese permiso. Porque sabía que él no se
encontraba listo para amarme, pero necesitaba desesperadamente que lo
amara. Porque decirlo me hacía sentir más fuerte, invencible. Entonces
colgué antes de que se sintiera presionado a responder.
Porque no necesitaba que me amara. Al menos, todavía no.
Todavía no.

***

Una semana después, firmé el último cheque de nómina del período


y miré el reloj. Megan se había hecho cargo de mi clase del martes que
compartíamos para que yo pudiera hacer trabajo administrativo, pero ya
había terminado y solo eran las nueve y media de la mañana.
También había enviado un correo electrónico al administrador de
mi edificio preguntando por el subarriendo de mi apartamento. No
éramos un destino turístico importante, pero las ciudades de esquí que
nos rodean sí, así que quizás mi espacio sería una buena fuente de
ingresos en Airbnb o algo así.
—¿Qué hago ahora? —murmuré para mis adentros, abriendo mi
agenda para ver qué más había en mi lista de tareas.
—Tómate el día libre —respondió Clara, inclinándose lo bastante
lejos de su escritorio de recepcionista para mirar hacia mi oficina.
—Tu audición es aterradora.
—Lo digo en serio. Tómate el día libre. Vete a casa y relájate.
Disfruta de un tiempo libre de niños. Haz todas las cosas que las madres
se mueren por hacer pero que no pueden hacer con los pequeños bajo los
pies.
—¿Te refieres a lavar la ropa? ¿Limpiar? —Hombre, la idea de tener
el suelo de la cocina fregado a la perfección sonaba genial. Últimamente
había muchas cosas que no podía hacer, o en cuanto se hacían, tenía
solo cinco minutos para disfrutarlas antes de que los niños destrozaran
algo y estuviéramos en el siguiente desorden. Limpiar mientras ellos se
encontraban en casa era como cepillarse los dientes mientras se comían
galletas Oreo, algo inútil.
—Lo que quieras. Solo consigue un poco de cordura. Cerraré esta
tarde. —Me miró a los ojos, lo que sin duda había intimidado a sus hijos,
que eran mayores que yo.
—De acuerdo —acepté—. Pero si algo cambia, llámame.
—Vete.
Cogí el móvil del cargador y lo metí en el bolso mientras Clara me
empujaba hacia la puerta.
Cuando llegué a la entrada, ya había hecho una lista mental de
todo lo que podía hacer hoy si trabajaba rápido. Lavar la ropa, barrer,
pasar la fregona... La casa iba a estar limpia por si Knox regresaba, en
lugar del desorden en el que se había convertido nuestro salón. Diablos,
incluso podía tener tiempo para hacer la compra por mi cuenta. Le di al
botón para abrir la puerta del garaje...
Knox.
Su camión se encontraba aparcado en su lado del garaje.
Parpadeé. ¿Estaba en casa?
Metí el coche y apagué el motor, rebuscando en mi bolso para
encontrar mi teléfono. Tenía una alerta de mensaje de texto. Mierda, mi
teléfono está en silencio.
Acabo de llegar a casa. No quería decírtelo por si los planes
cambiaban, pero ya estamos aquí. Me aseo y te llevo el almuerzo.
Te he echado de menos.
Había vuelto a casa. Mi corazón voló mientras salía de mi coche,
apenas recordando cerrar la puerta antes de entrar corriendo a la casa,
leyendo el segundo mensaje de texto que había enviado unos minutos
después del primero.
Y no creas nada de lo que te diga Ryker. Me encontraba
perfectamente a salvo y es solo un rasguño.
Un segundo. ¿Qué?
—¡Knox! —Lo llamé por en el recibidor, en la cocina y en la sala de
estar. No hubo respuesta.
¿Lo habían lastimado? El pánico corría por mis venas. Necesitaba
verlo ahora. La urgencia me arañaba, abriendo surcos gigantescos en la
fachada de calma que había mantenido durante los últimos diez días.
Necesitaba sentir los latidos de su corazón, saber que había salido ileso,
necesitaba ver ese rasguño. Después de las pesadillas que había tenido
cada noche que estuvo lejos, mi alma lo exigía.
Me quité los tacones y subí corriendo las escaleras, llamándole de
nuevo por su nombre.
La puerta de su habitación se encontraba abierta, y golpeé el marco
mientras la empujaba un poco más. —¿Knox?
No hubo respuesta. Asomé la cabeza al interior de su habitación.
—Soy yo. Recibí tu...
Oh. Dios. Sí.
Mi mandíbula se aflojó cuando lo vi a través de la puerta abierta
del baño, de pie en la ducha. La mampara de cristal me ofrecía la mejor
vista posible de su musculosa espalda mientras se inclinaba hacia
delante contra la pared de piedra, apoyándose con las manos a la vez que
el agua corría por su cabeza, cuello, espalda y esculpido trasero desde el
cabezal de ducha que había encima de él.
Era tan hermoso, tan perfectamente esculpido.
El calor se apoderó del pánico, calentando cada centímetro de mi
piel.
Quise salir, darle un tiempo a solas para que terminara su ducha,
pero en lugar de retroceder, mis pies me llevaron hacia adelante.
Mis dedos cruzaron el umbral de su enorme cuarto de baño cuando
se dio la vuelta, pasándose las manos por el pelo. —Hola, estoy en casa
—logré decir con voz estrangulada, y enseguida dirigí la mirada al techo—
. Te llamé por tu nombre, pero no respondiste, y solo quería verte. Ya
sabes. Asegurarme de que no habías muerto o algo así.
Conté hasta cinco, y cuando siguió sin responder, miré su cara,
solo a su cara, y lo encontré mirándome fijamente.
Me quedé sin aliento al ver el anhelo en sus ojos, la necesidad y el
calor que reflejaban los míos. Me pareció que hacía años que no lo veía,
en lugar de dieciséis días. Durante unos segundos tensos, nos quedamos
allí, respirando el mismo aire vaporoso, la tensión aumentando hasta que
supe que algo se iba a romper si se liberaba.
Solo recé para que no fuera mi corazón.
Y si lo era, que así fuera. Ya estaba demasiado involucrada para
salir ilesa.
—Harper. —Dijo mi nombre como si yo fuera la liberación de
cualquier infierno en el que hubiera estado, elevando mi pulso al
acelerado zumbido de las alas de un colibrí.
Sus ojos se oscurecieron mientras caminaba hacia él, sin dejar de
mirar los míos cuando abrí la puerta de la ducha y entré, cerrando la
puerta de cristal tras de mí.
—¿Estás bien? —Pasé mis manos por sus mejillas llenas de barba,
sin importarme que el chorro constante de agua caliente empapara mi
vestido azul favorito.
Suspiró, inclinándose hacia mi tacto. —Ahora sí.
—Te he echado de menos. —Mi confesión llegó como un susurro
que apenas escuché por encima del sonido del agua corriente.
Un brillo primitivo, casi depredador, apareció en sus ojos cuando
miró mis labios. Luego mi espalda estuvo contra la pared de piedra y la
boca de Knox sobre la mía. Sabía a su pasta de dientes de menta, el sabor
frío contrastaba con el calor pecaminoso de su lengua cuando se frotaba
contra la mía.
Mis manos subieron por sus brazos, rozando las crestas de sus
músculos hasta llegar a sus hombros. El agua calentó mis manos cuando
se enlazaron detrás de su cuello.
Inclinó un poco la cabeza para besarme más profundamente, y yo
me entregué a Knox con todos mis pensamientos: su boca, sus manos,
los duros planos de su estómago donde nuestros cuerpos se reunían.
Dejé que mis dedos recorrieran los lados de sus costillas y él siseó.
Al separar mi boca de la suya, miré hacia abajo para ver la franja
de una herida en carne viva que se extendía desde justo debajo de su
axila hasta unos pocos centímetros por encima de su cintura. Moretones
manchaban los bordes de la herida, y la mayor parte de su piel había sido
raspada, pero no quemada.
—Knox, ¿qué...? —Mis dedos se posaron sobre las costillas
maltratadas.
—No es nada —interrumpió, rozando sus labios sobre los míos.
—¡Sí es algo!
—Estoy bien, Harper. Es un rasguño. —Las comisuras de su boca
se levantaron en una sonrisa.
—¿Te duele? —Qué pregunta más estúpida. Por supuesto que le
dolía.
—Solo cuando dejas de tocarme. —Cogió mis manos y las volvió a
poner sobre su cuerpo, justo debajo de la herida.
—Knox —susurré—. Estás herido.
—No es nada de lo que preocuparse. —Me besó y me derretí. Sus
dedos cubrieron los míos, trazando las gruesas capas de músculo que
enmarcaban sus abdominales. Era duro por todas partes, tonificado por
sus horas en el gimnasio, su piel resbaladiza y suave al tacto—. ¿Ves?
Estoy bien.
Se hallaba en casa. Era mío. Mis manos abandonaron las suyas
mientras acariciaba la piel intacta de sus caderas, los contornos de su
espalda baja mientras me besaba hasta dejarme sin sentido.
—Te he echado de menos todos los días. —Knox tiró de mi labio
inferior con sus dientes.
Le palmeé el culo.
Aspiró, agarró mis manos con las suyas y las inmovilizó por encima
de mi cabeza. —Compórtate —suplicó contra mi mandíbula—. Estoy
colgando de un hilo, Harper.
—Entonces suéltalo.
Me atacó el cuello con besos de boca abierta, chupando las zonas
que sabía que me harían retorcer. Una de sus manos bajó por mi brazo
hasta mis costillas, bordeando los costados de mi pecho para apretar
ligeramente mi cintura.
—Knox. —Gemí cuando esa mano se deslizó bajo la tela empapada
de mi vestido para recorrer mi muslo.
Su boca volvió a encontrar la mía cuando liberó mis muñecas y
luego tiró del cinturón atado a mi cintura. Su beso tenía un toque que
nunca había sentido antes, no solo hambriento, sino voraz.
Por mí.
Empujé mi vientre hacia delante, sintiéndolo duro y pesado donde
se levantaba contra mí. Entonces lo besé con más fuerza, enredando mis
dedos en su pelo mientras esa tensión familiar se disparaba en mi
interior.
Sus dedos fueron bastante rápidos con los botones mojados de mi
vestido, liberándolos uno a uno hasta que la tela se abrió, revelando el
conjunto de sujetador y bragas de encaje blanco que, por suerte, había
elegido esta mañana.
La mirada hambrienta que me dirigió al recorrer mi cuerpo valió
cada uno de los centavos que me gasté en la lencería. Su respiración se
aceleró y yo me encogí de hombros, dejando que la pesada tela de mi
vestido bajara por mis brazos. Cayó al suelo de piedra con cada una de
mis inhibiciones.
Retrocedió un paso, echando la cabeza hacia atrás para que la
ducha le empapara el pelo al mismo tiempo que su pecho se estremecía
con una respiración entrecortada. Luego abrió los ojos y vi que la fría e
increíblemente sexy determinación que aplicaba a casi todas las facetas
de su vida sustituía a la batalla que solía librar cuando me miraba.
Sus brazos musculosos me rodearon, y sus manos acunaron mi
trasero mientras me levantaba a la altura de los ojos.
—Di que sí —gruñó, y su mirada chocó con la mía.
Era una pregunta formulada como una orden, y sabía que si decía
que no, me bajaría y se marcharía sin rechistar. También sabía que de
ninguna manera iba a decir que no. Llevaba diciendo que sí desde los
dieciocho años, pero él había sido demasiado terco para escucharlo.
Segura en su agarre, llevé las manos a mi espalda y abrí el cierre
de mi sujetador, luego me lo quité mientras sus ojos parecían arder y su
mandíbula se flexionaba.
—Harper —me advirtió mientras me acercaba, gimiendo de alivio
cuando mis pezones endurecidos se encontraron con la piel resbaladiza
de su pecho.
Lo besé en el cuello, rozando con mis labios el punto sensible justo
detrás de su mandíbula apretada, antes de pasar mi lengua por su oreja.
—Sí, Knoxville. Estoy diciendo que sí.
Ajustó su agarre en mi culo, y yo cerré mis tobillos alrededor de su
cintura, con cuidado de no tocar su herida y demasiado consciente de su
erección empujando el encaje entre mis muslos. Dios, me moría de ganas
de mirarlo, de acariciarlo con las manos, con la boca, de sentirlo dentro
de mí.
Mis músculos internos se apretaron de acuerdo.
Bajó de golpe la llave de la ducha, deteniendo el flujo de agua, y
luego me agarró por la nuca y me besó. No fue solo la caricia salvaje que
habíamos compartido antes, sino una seducción pura, lenta y descarada.
El agua goteaba de mi pelo y bajaba por mi espalda en chorros fríos
mientras él me sacaba del baño, drogándome con besos expertos a cada
paso.
Nos bajó a su cama, y yo jadeé cuando la seda de sus sábanas rozó
mi piel con un roce sensual.
—Puede que se arruinen tus sábanas —le advertí mientras se
levantaba sobre mí—. Agua fría, ¿recuerdas?
—No me importa mientras pueda arruinarte a ti —respondió,
arrastrando mis bragas de encaje por mis piernas hasta que las arrojó
por encima de su hombro.
Sabía que me arruinaría, siempre lo había sabido. Después de que
me besara aquella noche, había comparado cada beso con el suyo. Cada
boca. Cada lengua. Cada sonrisa.
—Joder. Harper —gimió mientras miraba hasta saciarse. Dejé las
manos a los lados, ignorando el instinto de cubrir mis imperfecciones
frente a este hombre físicamente exquisito.
Era Knox, y no necesitaba esconderme.
Sus dedos recorrieron desde mi garganta, bajando por el espacio
entre mis pechos, a través del hueco justo debajo de mi caja torácica, y
se estiraron hasta casi abarcar mi cintura. Nunca he sido una chica alta,
siempre he sido la más baja de la habitación, y Knox me hacía sentir no
solo pequeña, sino delicada bajo sus manos.
—Si supieras cuántas veces he fantaseado con esto —admitió
mientras me acariciaba los muslos—. Aun cuando no debería haberlo
hecho. Dios, solo tenías dieciséis años la primera vez que quise besarte.
Y cuando por fin lo hice, me tumbaba en la cama y te imaginaba así, toda
piel suave y curvas.
—¿Y la realidad está a la altura?
Su ceja se alzó ante la pregunta, y una lenta sonrisa se extendió
por su hermoso rostro. —Supera todos los sueños. Eres jodidamente
preciosa, Harper.
Me dio un vuelco el corazón y abrí más los muslos cuando él los
separó para que pudiera arrodillarse entre ellos. Sentí la piel tan caliente
que me pregunté cuánto tardarían esas gotas de agua en chisporrotear y
evaporarse de mí.
Una gota se deslizó por el pecho de Knox, y la seguí con la mirada,
perdiendo el aliento al verle arrodillado desnudo ante mí. Los músculos
de sus abdominales se flexionaban y ondulaban al moverse, y la dura y
completa longitud de él que se elevaba hacia esos abdominales hizo que
volviera a apretar mis músculos.
—¿Qué tal la realidad? —me preguntó con una sonrisa de oreja a
oreja, pillándome mirándole.
—Eres perfecto. —Me senté y me burlé de las líneas de su
estómago.
—Solo en tus ojos.
Le rocé la cabeza de su erección, y él siseó.
—Más tarde —prometió, agarrando mi culo e inclinándome de
vuelta hacia la cama—. Llevo siete putos años imaginando cómo sabes.
Se deslizó por la cama y levantó mis caderas al mismo tiempo.
Gemí cuando lamió una larga línea en mi centro.
Mis manos se agarraron a su pelo cuando me acarició el clítoris, y
la tensión en mi vientre se hizo más fuerte. Y cuando aprendió cada curva
y pliegue de mí con su lengua, perdí todo el sentido de la razón. Me sentía
tan bien, el placer me inundaba, llenaba mis miembros, subía cada vez
más.
—Dulce —murmuró contra mi núcleo, enviando vibraciones justo
a ese punto que estaba listo para deshacerse.
Introdujo su lengua en mi interior y mi espalda se arqueó mientras
gritaba. Me sujetó las caderas con las manos, manteniéndome quieta
mientras se tomaba su tiempo para devorarme, burlándose de mí un
segundo y llevándome al límite al siguiente.
—¡Dios, Knox! —supliqué mientras me volvía loca sin piedad.
—¿Qué necesitas, amor?
La expresión de cariño casi me llevó a un orgasmo total.
—Más.
—¿Así? —Deslizó un dedo dentro de mí, frotando mis paredes hasta
que encontró el punto que me llevó a arquearme por completo.
—¡Sí!
Añadió otro dedo y me lamió el clítoris, arrastrando la lengua por
los sensibles nervios.
Me sentí como un trozo de cristal que se agrietaba en los bordes, a
punto de romperse.
Entonces succionó con sus labios y acarició con sus dedos, y yo
me rompí, gritando su nombre cuando llegué al orgasmo.
Una oleada tras otra me hundió, y Knox me acarició durante las
réplicas, llevándome más alto con una presión de su lengua que me
disparó a otro orgasmo que me suspendió en ese agudo y dulce placer
aún más tiempo.
Mis muslos temblaron cuando se retiró, lamiendo su labio inferior
de una manera que casi me hizo llegar a un tercero.
—Mierda —dije entre jadeos—. Tu lengua es mágica.
Sonrió, deslizándose por mi cuerpo para besarme. Me saboreé y
gemí por su erotismo, levantando las rodillas para que su erección rozara
mi entrada.
Entonces fue él quien gimió cuando su punta se hundió en mí unos
centímetros.
—¿Estás segura? —preguntó, apoyándose en los codos por encima
de mí. Sus ojos buscaron en los míos cualquier señal de que no lo
deseara, pero no encontró ninguna.
—Estoy segura —prometí.
Me penetró otro centímetro y cerró los ojos de golpe. —Te sientes
tan bien, joder. —Entonces sus ojos se abrieron—. Condón.
Asentí, y él se retiró, inclinándose hacia un lado para abrir el cajón
de la mesita de noche. No es que me opusiera a follarlo desnudo; sería la
primera vez para mí, pero no iba a cargarlo con la posibilidad de un
embarazo cuando nuestro futuro no estaba exactamente decidido.
Abrió el preservativo y lo enrolló sobre su erección, después se
acomodó de nuevo entre mis muslos.
Luego me cogió la nuca y me besó, con su lengua girando alrededor
de la mía mientras me penetraba poco a poco, estirando mis paredes
sensibles por el orgasmo con cada centímetro que reclamaba.
—Harper. —Suspiró una vez que estuvo dentro de mí.
Apoyó su frente en la mía por un momento, hasta que moví mis
caderas debajo de él, haciéndole saber que me encontraba bien.
—Joder. No te muevas. Solo un segundo.
Hice girar mis caderas y él gimió, con un sonido largo y grave. Saber
que podía llevarle al límite de su control era embriagador, y me sentí más
que borracha de él.
—Maldita sea. Lo digo en serio. Llevo demasiado tiempo deseando
esto para que se acabe en veinte segundos, que, si sigues así, es más o
menos lo que vas a conseguir. —Me apretó la cadera, clavando los dedos
en mi piel durante un segundo antes de soltarme, como si tuviera miedo
de hacerme daño.
—De acuerdo —acepté, pasando mis manos por su pelo antes de
moverme debajo de él, forzándolo a salir un centímetro solo para traerlo
de vuelta.
—Quiero más. —Los músculos de su cara se tensaron mientras
luchaba por el control.
—Más tarde —prometí, dándome cuenta de lo que lo retenía—. Este
no es el único momento para nosotros, Knox. Después puedes tenerme
de cualquier forma que quieras, tantas veces como quieras. Pero Dios,
por favor, empieza ahora.
Los músculos de sus hombros se relajaron, al igual que la tensión
de su mandíbula.
—De cualquier forma que quiera —repitió.
Lo besé en respuesta, y por fin empezó a moverse dentro de mí. Sus
lentas y seguras embestidas hicieron que el placer recorriera todo mi
cuerpo como las olas en la playa, retrocediendo solo para volver una y
otra vez.
No tardé mucho en rodear sus caderas con mis tobillos, para recibir
sus potentes embistes. Nuestras respiraciones se mezclaban entre besos
y gemidos mientras él aceleraba el ritmo, y sus caderas se balanceaban
contra las mías con una presión tan deliciosa que casi podía saborear la
proximidad del orgasmo.
Como si él hubiera percibido el cambio, la tensión de mis muslos,
deslizó una mano por mi vientre para frotar con su pulgar mi clítoris en
ligeros círculos.
—Justo ahí —susurró contra mi boca—. Quiero sentir cómo acabas
a mi alrededor.
Una presión de ese pulgar y una penetración profunda, y lo hice.
Mi cuerpo se bloqueó, apretándose contra él mientras los bordes de mi
visión se nublaban, cegada por el placer al acabar de nuevo.
—Te amo —susurré durante mi orgasmo.
Me observó con los ojos muy abiertos y me abrazó con más fuerza.
Luego se desprendió de su cuidadosa contención, embistiendo más
rápido y más fuerte hasta que gritó mi nombre en mi cuello.
Lo abracé, acariciando con mis manos su columna vertebral en
tanto palpitaba dentro de mí, con la respiración agitada.
Después de varios segundos, nos hizo rodar hacia un lado,
sujetándome con una mano que abarcaba mi espalda y la otra en la base
de mi cabeza. Entonces me miró con unos ojos tan tiernos que me dolió
el corazón.
—Me equivoqué —dijo con voz suave.
—¿En qué? —Me costó una concentración suprema no tensarme
en sus brazos, no cuestionar lo que acabábamos de hacer, o cómo me
comparaba yo misma con las otras mujeres que se había llevado a la
cama.
Me cogió la mejilla y me pasó el pulgar por la piel.
—Tú eres la que me ha arruinado.
Traducido por Renatte & Gesi
Corregido por Danita

Knox
—¿Vas a decirme qué pasó? —preguntó Harper mientras untaba
pomada antibiótica en la raspadura a lo largo de mis costillas. Estuve
dispuesto a mantenerla en la cama el resto del día, pero ya era casi la
hora de recoger a los niños.
—Se cayó un árbol. —Me encogí de hombros—. No es gran cosa. —
Mierda, dolía muchísimo, pero la pasé mucho peor a través de los años.
Hizo una pausa, luego tomó la gasa que dejó en el tocador del baño.
—Se cayó un árbol —dijo lentamente.
—Se cayó un árbol —repetí mientras ella vendaba la herida. No
podía salir nada bueno de contarle lo que pasó allí. Solo haría que se
preocupara más.
Sus labios se fruncieron, pero solo asintió mientras usaba cinta
médica para asegurar el vendaje. —Listo.
—Gracias. —Le metí el cabello detrás de la oreja, mi estómago se
hundió por la inquietud en sus ojos—. No te preocupes. Se curará en una
semana más o menos.
—Siempre me voy a preocupar.
Y esa era la razón por la que Ryker se volvió loco conmigo ayer.
Cuando vi la punta de pino apenas madura y quemada en dirección a
Chandler, no pensé: solo me moví, empujando al niño fuera del camino y
siendo golpeado por el árbol en el proceso.
Ryker podía irse a la mierda. Chandler estaba vivo y yo lastimado.
Me pareció un resultado bueno considerando que nuestro desempeño
estuvo apenas por encima de una calificación de un “desastre”.
Harper y yo terminamos de vestirnos y nos dirigimos al preescolar
en mi camioneta. La señora Greevy me sorprendió mucho cuando saludó
mientras esperábamos en el semáforo en la calle principal.
—Esa mujer me odia —murmuré, saludándola con la mano y una
sonrisa incómoda.
—Ella te odiaba hace años —corrigió Harper—. No se atrevería a
odiarte ahora, en especial con lo duro que trabajas en el equipo. La gente
madura. —Ella le devolvió el saludo y continuamos nuestro camino
cuando el semáforo se puso en verde.
El sol brilló en mi anillo de bodas cuando doblé la esquina hacia el
preescolar. Qué normal y feliz parecía todo. Esta podría ser tu vida.
Mi corazón dio un vuelco y se aceleró.
Podría volver a casa con Harper después de cada incendio. Dormir
con ella en mis brazos. Despertar con su aroma en mis pulmones y sus
suaves curvas en mis manos. Con ella a mi lado, la idea de una familia
instantánea no era opresiva ni aterradora, era... cálida y bienvenida. ¿Y
los niños? Estaba loco por ellos.
Pero los niños... hombre, los niños eran fáciles de herir, y yo era
cualquier cosa menos una apuesta segura en lo referente a estabilidad.
Harper no dejará que lo arruines.
¿Pero me sentía listo para decir para siempre? ¿Qué pasaría si lo
arruinaba? ¿Y si tenía más de los genes fugitivos de mi madre y menos
de los leales y firmes de mi padre? ¿Qué pasaría si dijera que sí solo para
romper sus corazoncitos en unos meses cuando hiciera algo para enojar
a Harper, lo cual era inevitable, y ella se cansara de mi trasero inestable?
No mentí esta mañana, ella me arruinó. Todo acerca de dormir con
Harper trascendía el sexo a un nivel completamente nuevo que tenía que
ser... hacer el amor. Tal vez estuve dentro de su cuerpo, pero ella estuvo
en mi alma, cada emoción realzaba el acto físico a lo que solo podía
describir como deslumbrante.
Y aterrador.
Nunca habría otra mujer que se comparara con la rubia que estaba
acurrucada a mi lado, la consola de mi camioneta levantada para que
pudiera apoyar su cabeza en mi hombro mientras buscaba a tientas su
teléfono, desplazándose por sus listas de reproducción. Solo estaría ella,
incluso si yo arruinaba esto y se marchaba. Solo estaría ella en mi cabeza,
corazón y sueños.
Esa dulce y cálida presión se expandió en mi pecho hasta casi
quemarme.
Oh, mierda. Amaba a Harper.
Lo sentí en el segundo en que mi corazón se abrió cuando me dijo
que me amaba de nuevo mientras me encontraba dentro de ella, pero no
podía negarlo ahora. Vi la verdad en sus ojos, la forma en que se desnudó
emocionalmente por mí, sin pensar nunca en protegerse del daño que
podíamos causarnos el uno al otro.
Amaba a Harper. El pensamiento se repitió en mi cabeza como el
eco de un cañón, regresando para golpearme desde otro ángulo. Harper,
a quien había deseado durante la mayor parte de una década. Harper,
quien había visto mis peores momentos. Harper, quien era mi esposa
ante la ley porque fue lo bastante valiente como para arriesgarse por los
niños, nuestros niños.
Era intrépida de una manera que me humillaba.
Ajena a la epifanía que me sacudía hasta la médula, ella cambió la
canción que se transmitía desde su teléfono, sacándome de mis
pensamientos.
—Estaba pensando que podríamos invitar a Ryker a cenar.
Ryker. Mierda. Mi estómago se retorció, pero se asentó en seguida.
Él iba a tener que superar su mierda. Pero que no quería que lo superara
justo en la mesa de mi comedor.
—Tal vez queramos esperar uno o dos días. —Mi agarre se hizo más
fuerte en el volante.
Harper ladeó la cabeza hacia mí y esperó a que le explicara.
—Está un poco enojado conmigo en este momento —admití, viendo
sus ojos entrecerrarse en mi visión periférica.
—¿Tiene esto algo que ver con la herida gigante en tu costilla?
—Raspadura —murmuré—. Y tal vez. —Besé el dorso de su mano—
. Son solo cosas de trabajo. —Pero no era así. Ryker no se enojó conmigo
por intervenir y proteger a Chandler. Se enojó porque Harper sufriría las
consecuencias si no calculaba bien, y eso era completamente personal.
Nos detuvimos en el estacionamiento y luego nos tomamos de la
mano mientras caminábamos hacia la escuela con la multitud de otros
padres que recogían a sus hijos. Asentí mientras me saludaban por mi
nombre. Todos parecían felices de que el equipo hubiera regresado de
nuestra primera prueba real.
No es que fuera una prueba real. Trabajar en Tipo Dos después de
años de ser un hotshot fue un gran paso atrás, no tanto en la carga de
trabajo sino en el estado de ánimo. Pero teníamos que demostrar nuestra
valía, así que seguiríamos así.
—Ahí está —dijo Harper, señalando el pasillo donde Liam llenaba
su mochila con dibujos, de espaldas a nosotros.
—Vamos a sorprenderlo. —Nos acercamos a él mientras cerraba la
cremallera de su mochila, y me deslicé detrás de Liam, con una amplia
sonrisa extendiéndose por mi rostro. Lo había extrañado en las semanas
que estuve lejos, y ni siquiera me di cuenta de cuánto hasta este
momento.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Harper, agachándose a su nivel
mientras esperaba.
—¡Le hice un dibujo a Knox! —Se cargó la mochila al hombro y
Harper lo ayudó a pasar el otro brazo por la correa—. Tiene árboles y
fuego, pero no mucho fuego, solo un poco.
—Apuesto a que le encantará —le dijo ella, subiéndole la cremallera
de su chaqueta a pesar de que podía hacerlo él mismo. Ella hacía eso por
las personas que la rodeaban, pequeños gestos que les hacían saber a
todos que los cuidaba.
—¡No puedo esperar para dárselo! —Rebotó un poco.
—Podrías dárselo ahora —sugirió Harper, asintiendo hacia donde
yo me encontraba.
Se dio la vuelta, con el ceño fruncido hasta que me vio. Entonces
sus ojos se abrieron tanto como su sonrisa. —¡Knox! ¡Estás en casa!
Saltó, y lo atrapé, deslizando mis manos por el material resbaladizo
de su cazadora mientras lo levantaba en un abrazo. Me abrazó con fuerza,
su pequeño cuerpo se inclinó alrededor del mío, su cabello olía al champú
de fresa que Harper guardaba en la botella de Iron Man. Respiré hondo,
saboreando la paz absoluta del momento.
—Sí, estoy en casa. —Me encontré con los ojos de Harper, y ella me
dio una sonrisa acuosa.
—Te extrañé —admitió Liam, apretando su agarre hasta casi
estrangularme el cuello.
—Bueno, yo te extrañé más. Créeme. —Y era verdad. Mi corazón se
partió de nuevo, inundando mis sentidos con un sentimiento aún más
dulce, y apreté a Liam en un abrazo de oso como reacción.
También lo amaba, y al Señor Vomitón, quien apoyó su diminuta y
besable cabeza en mi hombro cuando lo recogimos diez minutos después
donde Cherry. No había hecho un solo sonido cuando lo levanté en mis
brazos, solo me miró y luego apoyó la cabeza, derritiéndose en mi pecho.
Maldita sea, amaba a tres personas que no tenía ninguna garantía
de conservar.
Como si sintiera el pensamiento condenatorio, James levantó la
cabeza, dejó caer ambas manos en mis mejillas y comenzó a balbucear,
sus ojos brillaban mientras babeaba durante su soliloquio.
—¿Ah, de verdad? ¿Qué más sucedió mientras yo no estaba? —le
pregunté al salir; su pañalera colgaba de mi hombro y sostenía la mano
de Liam.
Harper se despidió de su amiga y salió tras nosotros, alcanzando
la camioneta mientras yo aseguraba a James con la banda sonora de
Liam contándome cada detalle de las últimas dos semanas. Se abrochó
el cinturón de seguridad en su asiento elevado y no se detuvo ni una vez
para criticar cómo cuidaba a James mientras me ponía al tanto de qué
niños se quedarían para el verano y a quién no vería hasta el jardín de
niños en el otoño.
Mi pequeño cachorro alfa se había vuelto bastante hablador.
Sonreí ante la idea y besé a Harper mientras ella se abrochaba el
cinturón a mi lado. Normal... todo era doméstica, exquisitamente normal,
y era perfecto.

***

—Necesitas más zanahorias —sermoneó Liam a Ryker dos días


después mientras nos sentábamos en el comedor—. Son buenas para tus
ojos. —Miró significativamente el tazón y Ryker se sirvió otra cucharada
de zanahorias en su plato.
Esta noche iba a ser un desastre, pero Harper insistió en invitarlo
a cenar. De verdad, ¿quién diablos era yo para decirle a una hermana
que no podía ver a su hermano? Si todavía seguía enojado conmigo, con
suerte lo mantendría confinado a la sede del club.
En cuanto a mí, mantenía los ojos en mi plato y en esa ligera caída
en el escote de Harper. Y en la larga línea de su cuello y la curva de sus
labios. En definitiva, no pensaba en la forma en que la besé justo antes
de que Ryker tocara el timbre, o el suave gemido de protesta que hizo
cuando me detuve.
No. No pensaba en nada de eso.
—Este es mandón —murmuró Ryker con una sonrisa mientras le
pasaba el tazón a Harper.
—Deberías verlo cuando es brócoli. —Le guiñé un ojo a través de
la mesa a Liam—. Es otra historia.
—El brócoli sabe a pies calientes —explicó Liam, levantando las
cejas hacia mí como si fuera un experto en el tema.
Ryker se rió, reduciendo la tensión en la habitación a la mitad y
recordándome por qué ese sujeto era mi mejor amigo.
—Bueno, traje tarta de postre, si comes todas esas zanahorias y el
pollo que Knox torturó hasta la muerte en la parrilla. —Sus ojos se
dirigieron a Harper—. Quiero decir, si a Harper le parece bien.
—Está bien. Solo come lo que puedas, Liam. —Puso los ojos en
blanco ante su hermano—. Y Knox asa muy bien.
—Que protectora. —Ahogué una risa.
Los ojos de Liam se entrecerraron. —¿Qué tipo de tarta?
—De manzana —respondió Ryker—. La que tiene la parte superior
desmoronada.
Liam asintió pensativo, después comió los bocados de pollo que
Harper cortó para él al mismo tiempo que James hacía un desastre con
sus zanahorias cocidas al vapor. Se untó la verdura aplastada por toda
la cara, y sus puños diminutos tenían el mismo tono de naranja. La hora
del baño iba a ser divertida esta noche.
—Entonces… —Ryker miró entre Harper y yo, frunciendo el ceño
por un momento. Contuve la respiración y oré en silencio para que
eligiera un tema seguro—. ¿Cómo van las clases de acogida?
Mis hombros se hundieron en alivio.
—Bien —respondió Harper—. En su mayoría han sido virtuales, y
casi hemos terminado, ya que hicimos todo al revés con el estudio del
hogar y demás. —Miró a los niños—. Sin embargo, pueden volverse un
poco pesadas. Los temas… —Hizo una mueca.
—Hay mucha información para procesar —mencioné—. Las clases
se enfocan en todos los diferentes grupos de edad, no solo en los niños
pequeños, y algunas de las cosas por las que pasan los niños son… —
Horribles, carajo—. Demasiado.
Los ojos de Ryker se dirigieron hacia los niños y asintió, captando
el mensaje tácito. —¿Y cuándo verán a Elliot?
—Mañana —respondió Harper, su mirada se encontró con la mía
mientras el color subía a sus mejillas.
Los dos teníamos una cita esta noche con respecto a esa misma
reunión. Era hora de averiguar qué demonios íbamos a hacer.
Comíamos en un silencio casi incómodo que solo rompían los
chillidos de excitación de James mientras pulverizaba otra zanahoria.
—Entonces, ¿cómo va el equipo? —preguntó Harper.
Ryker suspiró. —En su mayor parte, creo que nos la arreglamos,
pero aún no hemos congeniado del todo. —Me miró a través de la mesa—
. ¿Qué opinas?
—Creo que tenemos algunos novatos con una mier… —Hice una
mueca—. Tiempos de implementación de refugios horribles, y no estamos
cavando brechas tan efectivas como podríamos. Todavía hay una división
bastante grande entre los de Legacy y los que vienen de fuera.
Ryker asintió. —Pero presiento que tendremos la oportunidad de
resolver esos problemas con la forma en que se ve el clima.
Hacía calor, se sentía seco y nuestra capa de nieve era baja. Si le
agregamos los vientos pronosticados para la próxima semana, había una
alta probabilidad de que no estuviera en casa para ese momento.
—Lo juro, es como si los incendios no pararan de venir este año —
murmuró Harper, apuñalando su pollo—. No hubo una temporada baja
real, incluso antes de que regresaran a Legacy. No tuvieron un descanso.
—Eso es porque no lo tuvimos. —Tomé con el tenedor un bocado
de papas—. Pasamos de un equipo a otro, de un incendio al siguiente.
Diablos, eras de temporada, Ryker, y seguías ahí en abril con tu antiguo
equipo.
—¿Te acuerdas de ese incendio de diciembre en el campo de tiro
delantero? —preguntó Ryker, sacudiendo la cabeza—. La temporada de
incendios solía durar cinco meses y ahora, parece que estamos peleando
todo el año, y tengo que decir que es bastante jodi…
—¡Ryker! —espetó Harper.
—Bastante —corrigió—, agotador.
Eso era algo en lo que ambos podíamos estar de acuerdo.
—Quiero decir, tú también debes estar cansada —continuó Ryker,
la preocupación fruncía sus cejas mientras miraba a Harper—. Se fue por
semanas. —Me apuntó con el tenedor—. Y lo más probable es que nos
vayamos en unos pocos días si los pronósticos se cumplen. Básicamente
estás haciendo esto sola.
Y adiós a los temas seguros.
Harper se encogió de hombros ante su comentario, y esa dulce y
enfermiza sonrisa que le lanzó fue cualquier cosa menos sincera.
—Bueno, sabía en lo que me metía, querido hermano. —Arrugó la
nariz.
Auxilio. Le lancé a Ryker una mirada que lo decía todo. Harper se
lo iba a comer vivo si seguía ese camino.
—¿De verdad? —desafió, recostándose en su asiento—. Me imagino
que es diferente ver a mamá despedirse de papá que ser la que se queda
con los niños ahora.
Debatí patearlo debajo de la mesa.
—No es como si me hubiera derrumbado mientras Knox no estaba.
—Lo miró con una ceja alzada—. Como puedes ver, los niños están vivos
y sanos. Mi negocio está prosperando. La casa aún sigue en pie.
—¡Terminé! —anunció Liam, mostrando su plato como un trofeo.
—Ojalá yo también pudiera hacerlo —murmuré en voz baja, luego
me giré hacia él—. Ve y lleva tu plato a la encimera, hombrecito. Vamos
allí en un segundo. —Después de que naveguemos este campo minado.
—No dije que no pudieras manejarlo —dijo Ryker con suavidad,
pero había mordacidad en su tono—. Es que nunca quise que tuvieras
que hacerlo.
Apreté los dientes y mantuve la boca cerrada. El único problema
de enamorarme de Harper era navegar esta dinámica tan complicada.
Cada instinto me decía que la defendiera, que interviniera en la narrativa
y le dijera a Ryker que se ocupara de sus putas cosas. Pero la experiencia
me había enseñado que Harper tenía garras cuando elegía usarlas y no
necesitaba que me metiera en la relación con su hermano.
—Aunque no estuviera con Knox, lo estaría haciendo sola. —Se
recostó en su silla, mirando hacia la cocina, sin dudas para asegurarse
de que Liam no estuviera escuchando—. Yo fui quien acogió a los niños,
¿recuerdas? Knox fue el que intervino para que pudiéramos mantenerlos
juntos. Si la vida de alguien ha cambiado, es la suya, no la mía.
—No me refería a eso… —comenzó y las puntas de sus orejas se
pusieron rojas.
—No, querías decir, ¿no eres miserable ahora que has elegido la
vida que eligió nuestra madre? ¿Verdad?
Oh, estaba acabado. Dejé mis cubiertos en el plato y renuncié a
fingir que seguía comiendo. James golpeó la parte superior de su silla
alta con ambas manos, encantando ante el sonido que produjo.
—De acuerdo. —Sus hombros se elevaron en un encogimiento
exagerado—. Me atrapaste. Estoy preocupado. Todos en esta mesa saben
que de ahora en adelante se pondrá más caótico ya que nos acercamos a
julio. Y quién sabe cuándo estaremos aquí. Perdóname si me preocupa
que mi hermana vaya a estresarse.
Harper suspiró y sacudió la cabeza.
—Ry, ¿no crees que ya estaba estresada? Siempre estoy nerviosa
cuando tú estás en un incendio. Contengo la respiración hasta que me
dices que has llegado a casa. ¿Consideras renunciar a la extinción de
incendios para que no tenga que estresarme tanto?
Abrió la boca, luego la cerró. —Quiero decir… —Me miró en busca
de ayuda, a lo que negué con la cabeza. Esto era entre ellos—. Claro que
no. Pero soy tu hermano, no tu esposo.
—Al menos admites que es mi esposo. —Le mostró una sonrisa
genuina—. En serio, deja de intentar salvarme de algo que es evidente
que quiero. —Mi pecho se calentó cuando sus ojos se encontraron con
los míos—. ¿Es un poco más difícil cuando Knox está allí? Por supuesto.
¿Me preocupo por ambos? Claro que sí. Pero siempre lo he hecho, aun
cuando ninguno de los dos vivía aquí. —Alejó su mirada de la mía—. Y,
entre nosotros, soy más fuerte que nuestra madre porque crecí sabiendo
lo que podía salir mal. No tengo los ojos vendados, Ryker.
Él flexionó la mandíbula y se me desplomó el estómago ante la
mirada de disculpa que me envió al empezar a hablar: —¿Y ya sabes lo
imprudente que es con su propia seguridad?
—Ryker —advertí.
Harper frunció el ceño. —Todos son imprudentes. ¿De qué hablas?
Su risa fue cualquier cosa menos cómica. —¿Has visto el recuerdo
que trajo a casa del último incendio? —Se estremeció—. No respondas.
No quiero saberlo.
—Si estás hablando de su costilla…
—Eres un idiota —dije al otro lado de la mesa, entonces le di a
James una de mis zanahorias, ya que había asesinado a todas las de su
bandeja.
—Soy sincero —respondió.
—¿De qué está hablando? —demandó Harper.
La mirada de Ryker chocó con la mía y la advertencia tácita que le
envié fue ignorada.
—Despejábamos un área en busca de puntos de acceso y uno de
los chicos no prestaba atención a su entorno. Un árbol carbonizado casi
lo mata, por lo que tu esposo se interpuso entre Chandler y los cientos
de kilos de pino empeñados en convertirlo en un cadáver.
Sacudí la cabeza en su dirección a pesar de sentir la atención de
Harper cambiando hacia mí.
—¿Es cierto? —susurró.
Cerré los ojos y exhalé, luego los abrí para enfrentar a mi esposa.
—Así es como sucedió —dije en voz baja, como si mi tono pudiera cambiar
las palabras—. Chandler tiene diecinueve años y estamos trabajando en
su conocimiento de la situación. Actué antes de pensarlo detenidamente,
pero salió bien. Ambos salimos a salvo.
Contuvo la respiración, entonces me dio una sonrisa temblorosa y
se inclinó sobre la esquina de la mesa, tomando mi rostro entre sus
manos. —Lo salvaste.
—Cualquier otro habría hecho lo mismo. —Ese era el tipo de
mierda que sucedía ahí. Ninguno buscaba elogios, pero se sentía bien
que me sonriera de esa forma, como si fuera digno de su alabanza.
Me besó, suave y rápido, y cuando se alejó, la tomé por la nuca
para atraerla a otro beso. Ya no me importaba lo que pensara Ryker.
Harper era mía y yo era suyo, y eso era lo único que importaba.
Sonrió en mi beso, después se apartó. —Iré a lavar a James.
—Nosotros nos ocuparemos de los platos.
Ryker y yo llevamos las cosas hasta la cocina y comenzamos a
lavarlas en silencio. La silla de James parecía una escena criminal.
—No sabía que él podía comer pollo —dijo, fregando la bandeja en
tanto yo cargaba el lavavajillas.
Toma la rama de olivo.
—Solo tienes que cortárselo bien pequeño —le respondí, metiendo
otro plato.
Suspiró. —Eres bueno en esto. Con los niños.
—Harper hace que sea imposible ser malo —respondí, mirando al
otro lado de la encimera a donde Liam construía una pista de Hot Wheels.
Mantén la paz. Mantén la paz. Mantén la…
A la mierda.
—Tú habrías hecho lo mismo —susurré, colocando los vasos en el
estante superior.
—¿Disculpa? —Se detuvo a mitad del lavado.
Me giré y miré a mi mejor amigo. —¿Ese incendio en Oregon hace
dos veranos? Hiciste lo mismo. Si recuerdo correctamente, Bash me dijo
que acabaste con una conmoción cerebral por la caída de una rama al
cubrirlo.
—Eso fue diferente. —Apartó la mirada.
—¿Cómo es diferente? —Resoplé—. ¿Porque eras tú? ¿Porque era
Bash? Si cualquier otro miembro del escuadrón se hubiera interpuesto
por Chandler, habrías estado orgulloso y seguro que no se lo habrías
contado a su esposa.
—¡Cualquier otro miembro del escuadrón no vuelve a casa con
Harper! —Giró la cabeza hacia la bandeja y empezó a fregar con ímpetu—
. Mira, me pediste que estuviera de acuerdo con lo que sea que suceda
entre ustedes dos, y lo estoy intentando.
—Bien, porque no tienes opinión. —Me encogí de hombros.
Me ignoró descaradamente. —Pero has dejado de ser un miembro
más del escuadrón en el momento en que empezaste con mi hermana,
Knox. Tienes razón. Si hubiera estado allí, habría hecho lo mismo. Habría
empujado a Chandler fuera del camino y dejado que las consecuencias
cayeran donde pudieran. Pero no tengo a alguien esperándome en casa.
Tú sí.
—Jesús, hombre, estaría devastada si algo te sucediera —discutí.
—No es lo mismo y lo sabes. Ambos sabemos que está enamorada
de ti. Hice todo lo posible por mantener su corazón a salvo, pero… —Hizo
un gesto hacia la habitación que nos rodeaba—, aquí estamos. Siempre
ha sido mi trabajo protegerla, y ahora eso significa que también tengo
que protegerte a ti.
—Ry, si empiezo a actuar como otra persona, comienzo a dudar en
un incendio, seré mucho más peligroso para mí y todos a mi alrededor.
—Allí, no podía permitirme pensar en ella cuando las cosas salían mal,
no podía permitirme los segundos que podían perderse ante la indecisión.
—Sí —susurró, dejando caer los hombros—. Lo sé. No significa que
no sea frustrante de ver.
Terminamos con los platos en silencio y la tensión entre los dos
pareció desaparecer, yéndose por el desagüe con los restos de la cena.
Tenía miedo por su hermana.
Lo entendía.
Era lo más cercano a una distensión que conseguiríamos.
Después de la tarta, Ryker se despidió para regresar a su casa.
Harper y yo preparamos a los niños para irse a dormir con lo que se había
convertido en nuestra rutina habitual.
Me apoyé en el marco de la puerta, escuchándola leerle a Liam y
permitiéndome apreciar el momento, la posibilidad de que este pudiera
ser nuestro para siempre. Elliot necesitaba una respuesta mañana, pero
me encontraba tan absorto en el presente que no podía imaginar ningún
otro mañana más allá del que tenía frente a mí.
Amaba a Harper, pero eso no significaba que fuéramos a lograrlo,
que era la razón por la que me lo seguía guardando. Amaba a los niños,
pero no significaba que fuera el tipo correcto para criarlos. Y decirle a ella
cualquiera de esas dos cosas en este momento solo influiría de manera
injusta en lo que eligiera esta noche.
Una vez que las luces estuvieron apagadas, nos dirigimos a la
oficina en el piso inferior, ignorando las pilas de juguetes desechados en
la sala y abandonando la limpieza nocturna que intentábamos mantener.
Se colocó el cabello detrás de las orejas y movió su peso sobre sus
pies descalzos mientras yo sacaba dos de todo: bolígrafos, hojas de papel
y sobres. Se me subió el corazón a la garganta al empujar un juego al
otro lado del escritorio.
—No puedo creer que siquiera estemos pensando en hacer esto —
susurró, tomando el bolígrafo y el papel.
—Es un poco… —No había una palabra adecuada para describirlo.
—¿Repentino? ¿Pronto? ¿Apresurado? ¿Completamente loco? —Me
miró con los ojos muy abiertos.
—Iba a decir intenso, pero supongo que cualquiera de esas también
funciona. —Se me contrajo la garganta. ¿Iba a echarse atrás? No podía
culparla.
—Quiero decir, solo hemos estado juntos por cuánto, ¿un par de
meses? —Se mordió el labio inferior cuando el pánico apareció en su
mirada.
—Casi tres. Depende de cómo lo cuentes. Digo, ¿contamos desde
que llegué a casa? ¿Desde que nos casamos? ¿Desde que nos besamos
en la camioneta? —Me froté la nuca—. Te conozco de toda la vida, por lo
que no es como si fuéramos extraños.
—No somos lo que se diría… estables. —Miró el bolígrafo que tenía
en la mano como si en cualquier momento fuera a convertirse en una
serpiente y morderla.
—¿Quién lo es? —respondí.
Me miró con una ceja arqueada. —Cualquiera que se haya casado
con alguien porque lo ama, para empezar.
Me encogí de hombros. —Nunca me molestó ir en contra de las
normas sociales. —Y te amo.
—Si hacemos esto, les estamos prometiendo a estos niños que nos
mantendremos unidos pase lo que pase.
—No tendrás una oposición de mi parte. —Sacudí la cabeza—.
Nada de esto es normal. Deberían haberlos puestos con padres adoptivos
experimentados. Deberían haberlos puestos en un hogar con padres que
sepan qué diablos hacen y no tengan que buscar en Google todas sus
dudas. Deberían haber estado con una pareja perfecta y comprometida
que esté lista para asumir los desafíos diarios de criar niños, y seamos
sinceros, nosotros somos…
—¿Un desastre? —suministró.
No había forma de discutirlo, por lo que asentí. —Somos… con lo
que terminaron porque quedaron atrapados en una tormenta perfecta. —
Aceptar adoptarlos sería ilógico y más que egoísta. También sería una
apuesta emocional para nosotros, planear nuestro futuro en torno a algo
sobre lo que no tenemos control.
Respiró hondo y asintió.
—Tienes razón. —Su sonrisa fue temblorosa cuando colocó el papel
sobre el escritorio—. ¿Estás listo?
Demonios, no, no estaba listo, pero sabía qué escribiría.
—Hagámoslo.
Nos alejamos para escribir las respuestas en extremos opuestos del
escritorio antes de doblar los papeles y colocarlos en los sobres.
Rodeé la mesa para pararme a su lado, con el sobre en la mano, y
le di un beso en la frente con suavidad. Lo que había en los papeles podría
cambiarlo todo en un santiamén. Se inclinó en mi dirección y su mano
vacía empuñó mi camiseta mientras nos tomábamos un momento para
respirar.
—¿Lista?
Asintió e intercambiamos sobres. —Podríamos haber doblado los
papeles —murmuró—. Estos sobres son un poco dramáticos.
Una sonrisa me jaló los labios a pesar de que mi pecho se sentía
tan apretado como un torno. Abrí la parte superior de su sobre y ella me
agarró la muñeca.
—¿Harper? —Las lágrimas en sus ojos casi me pusieron de rodillas.
—Sea lo que sea que escribiste, no cambiará la forma en que me
siento por ti. —Me soltó con una caricia suave de su pulgar sobre la parte
superior de mi mano—. Pase lo que pase.
—Lo sé. —Intenté tragar más allá de la roca en mi garganta y fallé—
. Es por eso que escribí lo que escribí.
Manteniendo el contacto visual, buscamos a tientas en los sobres,
solo apartando la mirada una vez que habíamos sacado los papeles.
Leí sus palabras.
Luego volví a leerlas, mi pulso acelerándose con cada letra.
Despacio, bajé el papel y me encontré con que ella ya me miraba,
sus labios separados y sus ojos enormes. —¿En serio? —susurró.
—En serio.
—Entonces, ¿vamos a hacerlo? —Una sonrisa lenta se extendió por
su rostro y mi corazón se detuvo en seco. Nunca la había visto más
hermosa ni había estado tan seguro sobre algo en mi vida.
—Vamos a hacerlo.
Estuvo en mis brazos en un santiamén.
Traducido por Pame .R.
Corregido por Julie

Harper
Se me escapó un gemido cuando Knox se deslizó dentro de mí y me
tapó la boca con la mano. Ya habían pasado unas semanas desde que
tomamos la decisión, éramos oficialmente el hogar preadoptivo de los
niños y yo seguía más que oficialmente enamorada de Knox.
—Shhh —susurró con una sonrisa, sin romper el ritmo, lento, duro
y profundo. El sudor se acumulaba en nuestra piel, y mi respiración era
irregular, pero la suya era constante. Este hombre era una máquina
absoluta—. No queremos despertar a nadie.
El metal frío de la secadora roía la parte posterior de mis muslos
con cada embestida, pero no me importó. Era una de esas raras ocasiones
en las que Liam dormía la siesta con James un sábado, y yo estaba más
que feliz de aprovechar la situación y a Knox.
¿La mejor parte de la lavandería? La puerta cerrada.
El placer creció y se agolpó en mi estómago mientras él sustituía
su mano por su boca y me besaba profundamente. Nunca iba a saciarme
de él. Lo había tenido en mi cama, o en la suya, durante semanas, y la
necesidad que sentía por él nunca disminuía, nunca se agotaba. Era
simple causa y efecto: él entraba por la puerta y yo quería treparlo como
a un árbol.
—Te sientes tan bien, carajo —dijo contra mi boca, acercando mi
trasero al borde de la secadora. Luego golpeó un ángulo diferente y creo
que gemí en respuesta. No me salían las palabras. Cada movimiento de
sus caderas se sentía mejor que el anterior. Todo lo que quería era más.
Mis dedos agarraron su cabello en tanto mis tobillos se trababan
en la parte baja de su espalda. Él había tomado la iniciativa, o yo se la
había dado. De cualquier manera, todo lo que podía hacer era aguantar
a medida que me llevaba más alto y más fuerte.
—Knoxville. —Giré mis caderas y le mordisqueé el labio inferior.
Sus ojos se encendieron y se quedó sin aliento. —Me encanta la
forma en que dices mi nombre. —Dejó una mano en mi cadera, tirando
de mí en cada embestida, y con la otra pasó sus dedos por la base de mi
cola de caballo.
—Knoxville —repetí, simplemente llevándolo al límite de su control.
Su pecho retumbó y un gruñido pasó de sus labios a los míos al
mismo tiempo que su ritmo vacilaba y sus caderas se movían más rápido.
Me encantaba cuando montaba este borde entre el control y el caos,
el momento en el que sabía que lo volvía tan salvaje como él a mí. Me
encantaba aún más cuando se rompía el control.
Como ahora mismo.
Cada embiste reverberaba en mí, enviando pequeñas sacudidas de
electricidad por todo mi cuerpo. Juraba que lo sentía en los dedos de los
pies.
—Harper. —Mi nombre salió como una súplica al mismo tiempo
que nos tensábamos el uno contra el otro—. Te quiero conmigo. —Deslizó
sus dedos entre nosotros y me acarició el clítoris. Todo pensamiento
consciente se detuvo. Solo existían sus manos, su cuerpo, su boca en la
mía y la dulce y apretada espiral de felicidad que surgía en mi interior.
Entonces se rompió, el placer era tan dulce que podía saborearlo
mientras me atravesaba en oleadas, llegando a lo más alto junto a mis
gritos. La boca de Knox se tragó el sonido mientras se estremecía contra
mí, encontrando su propia liberación.
Nos quedamos así, pegados mientras bajábamos, con su frente
apoyada en la mía. Nuestra respiración se calmó. Mis muslos dejaron de
temblar.
Me sonrió en el momento que levantó la cabeza, recorriendo mi
cuerpo con su mirada y atrapando el encaje rosa que estaba debajo de
mis pechos. —Ni siquiera te quité el sostén por completo.
Me reí, bajando mi cabeza sobre su hombro. —Todavía llevas tus
calcetines.
—Culpable. —Se deslizó fuera de mí, me agarró las caderas y me
levantó de la secadora, dejándome sobre la pila de ropa que nos habíamos
apurado a desechar momentos antes. Por fortuna, se aferró a mis caderas
cuando mis rodillas amenazaron con ceder—. Tenía demasiada prisa por
estar dentro de ti.
Mis labios se separaron y tiré de su cabeza hacia abajo para darle
otro beso.
Entonces sonó mi teléfono, el sonido fue amortiguado desde algún
lugar en la pila de ropa debajo de nosotros.
Ambos caímos al piso del cuarto de lavado, buscando a tientas a
través de la tela cuando el tono de llamada volvió a sonar. Knox buscó
debajo de la mesa plegable. —Lo encontré.
Hice una mueca ante el identificador de llamadas y de inmediato
deseé tener más ropa puesta cuando me dispuse a contestar.
—Hola, mamá.
Mierda, ¿dónde está mi ropa interior?
—¡Hola, cariño! Estaba aquí en la pastelería y quería saber cuándo
te encontrabas libre para programar una prueba de pastel.
Knox empujó la pequeña tanga de encaje en mi mano y me puse de
pie, poniéndome rápidamente la ropa interior como si mi madre pudiera
verme desnuda o algo así.
—¿Degustación de pasteles? —repetí cuando Knox se deshizo del
condón.
Ese trasero iba a ser mi muerte.
Me atrapó mirándolo y se inclinó, rozando mi sien con sus labios.
—Me tomaré mi tiempo más tarde, lo prometo. Sin calcetines —
susurró.
Cubrí el micrófono del teléfono con una mano y lo señalé con la
otra. Mi madre estaría mortificada si supiera lo que acababa de hacer.
—Sí, Harper. Degustación de pasteles. Lo juro, no has pensado en
esta boda, ¿verdad? —preguntó mamá.
—No vamos a tener una boda, mamá. Ya estamos casados, ¿lo
recuerdas? —Apreté el teléfono entre mi mejilla y mi hombro a medida
que me subía los pantalones cortos por los muslos.
Mi madre suspiró lo suficientemente fuerte como para ser oída en
China. —De verdad, Harper, ¿cuántas veces vamos a darle vueltas a esto?
Ya he hablado con el club y tienen libre la tercera semana de septiembre.
—Ni siquiera sé si Knox estará aquí. —Levanté mis cejas hacia él,
buscando un poco de apoyo. El hecho de que el hombre estuviera casado
conmigo no significaba que quisiera una boda, por inconexo que sonara
en mi cabeza—. Eso todavía está en medio de la temporada de incendios.
Knox de alguna manera se las había arreglado para vestirse en el
tiempo que me tomó tomar mi camiseta. No había nada justo en lo rápido
que los chicos podían volver a ponerse la ropa. Agarró el teléfono y pulsó
el botón del altavoz. —¿Qué es eso que escuché sobre pasteles?
—¡Knox! —Prácticamente podía ver a mi madre sonreír.
—Hola, señora Anders. —Puso el teléfono en la misma secadora en
la que acababa de follarme y me ayudó a volver a ponerme la camiseta.
—Le estaba diciendo a mi hija que tenemos que llevarlos a una
degustación de pasteles. Ah, y me dijo que no sabía si estarías en casa
en septiembre. ¿Preferirías que programáramos algo para octubre? Con
suerte, para entonces la temporada de incendios ya habrá pasado.
Negué con la cabeza y le rogué con los ojos que me ayudara un
poco.
—Podemos hacer que octubre funcione para la boda —dijo con una
sonrisa que le iluminó los ojos.
—¿Qué? —grazné. ¿En serio iba a alentar este comportamiento?
—Octubre suena genial. —Me rodeó la cintura con sus brazos y me
atrajo hacia él—. El pastel suena genial. Lo que quiera Harper me parece
genial.
Mi mandíbula golpeó el suelo.
—¡Perfecto! ¡Será fabuloso! Haré arreglos con la panadería para
esta semana. ¿El miércoles por la noche?
—Suena increíble, y si no estoy aquí, confío en que Harper tomará
la decisión correcta. —Su sonrisa era positivamente vertiginosa.
—Mamá, te amo, pero me tengo que ir. —Recogí el teléfono.
—¡Te amo, adiós!
Terminé la llamada y luego miré a Knox, incrédula.
—¡Deja de alentarla!
Me dio un beso en la boca y luego salió de la lavandería. —Vamos
a tener una boda. ¿Qué daño haría? Tu madre estará contenta y habrá
pastel. En mi opinión, todos salimos ganando.
Caminé tras él. —Porque una boda, una boda grande, llamativa,
con un vestido llamativo, es… —Negué con la cabeza, deteniéndome en
el umbral de la cocina.
—¿Es qué? —Se dio la vuelta y me echó una mirada que ni siquiera
pude comenzar a interpretar—. ¿Es real?
—¡S-sí! —dije tartamudeando.
El hombre tuvo la audacia de reírse. —Señora Daniels, no estoy
seguro de cuánto más real te gustaría que fuera. Ya estamos casados,
¿recuerdas? —Señaló su anillo—. Tenemos dos niños arriba. ¿Qué más
podrías querer para hacerlo más real?
Quería que me amara. Quería sentir que habíamos elegido pasar la
vida juntos en lugar de ir a tientas. Cerré la boca porque era lo último
que iba a decir. Pero tal vez una boda de verdad, con todos nuestros
amigos y familiares, significaría que no todo giraba en torno a los chicos.
Significaría que realmente me quería por mí.
Ladeó la cabeza hacia un lado como si intentara escuchar algo y
luego levantó el dedo. —Tacha eso. Tenemos un niño arriba y otro niño
bajando. —Ya se dirigía a las escaleras cuando miró hacia atrás—. Me
gusta el chocolate, por cierto.
—No hemos terminado con esta conversación —grité detrás de él.
—De vainilla también está bien —respondió a medida que doblaba
la esquina.
Puse los ojos en blanco. Esto no se trataba del pastel.

***

—Aquí tienes —le dije a Liam, entregándole otra rebanada de pizza.


—¡Gracias! —Tomó la de pepperoni y salió corriendo para unirse a
los otros niños en el patio. El rociador se encontraba a tope y los niños
McCoy, Noah y Gavin, ya estaban empapados de correr mil millones de
veces.
—Muchas gracias por invitarnos. —Jessica McCoy miró a los niños
con un suspiro de nostalgia—. Se estaban volviendo locos.
—No hay problema. —Me acomodé en la silla de jardín al lado de
Emerson y Avery. Había pasado la mañana ordenando muebles nuevos y
útiles para mi apartamento, ya que la inundación había arruinado casi
todo. Convertirlo en un acogedor alojamiento vacacional me distrajo un
poco de la ausencia de Knox, pero no del todo.
—Me estoy volviendo loca y soy una adulta con un trabajo a tiempo
completo —comentó Avery, ajustándose el sombrero—. Y solo ha pasado
una semana.
Se elevó un suspiro colectivo.
Los incendios con el calor de finales de julio nunca son fáciles, y
éste no iba a ser menos. Los chicos habían estado en California, en el
mismo incendio, sin servicio de telefonía móvil durante el tiempo
suficiente para que incluso el cónyuge más experimentado se sintiera un
poco inquieto.
—¿Has sabido algo de ellos? —preguntó Jessica a Emerson.
—Spencer llama desde el teléfono satelital todas las noches, pero
eso es todo. —Su nariz se arrugó—. No voy a mentir, cada vez que suena
el teléfono, espero que deje que Bash me dé las noticias, pero no tengo
ninguna ventaja por ser la gerente aquí. Quejumbroso, lo sé. —Se encogió
de hombros.
Miré el monitor de bebé. James seguía dormido, pero tenía un lugar
listo para él en la sombra si alguna vez decidía despertarse y unirse a
nosotros. Debe estar pasando por un crecimiento acelerado, porque el
niño estaba durmiendo su segunda siesta del día.
—Lo entiendo. Mataría por saber de River. —Avery le envió a Em
una sonrisa triste.
—¿Contención? —pregunté.
—Quince por ciento —contestó Jessica—. Está consumiendo acres
como si fueran fósforos.
Liam saludó, habiendo devorado su pizza, y yo le devolví el saludo,
asegurándole que lo estaba mirando mientras corría por el aspersor.
—Nunca lo había visto sonreír tanto. Es como un niño totalmente
diferente —comentó Em, observando a Liam—. Has hecho un trabajo
increíble, Harper.
Una sonrisa tiró de mis labios. —Él es asombroso. Solo lo apoyo.
—Está prosperando mucho —señaló Em—. James también. ¿Sigue
en pie lo del catorce?
—Sí. —Asentí—. Parece un poco tonto organizar una fiesta de
primer cumpleaños, lo sé. No es que vaya a recordarlo, pero es más por
las fotos y el pastel.
Pastel. Como si Knox hubiera sido clarividente, se perdió nuestra
cita de degustación de pasteles la semana pasada. Emerson había ido
conmigo y yo había elegido de chocolate después de mirar detenidamente
su política de reembolso del depósito.
—¡Será divertido celebrarlo! —aseguró Avery—. Además, tal vez los
muchachos estén aquí.
Todas nos reímos de eso.
Mi ojos se desviaron hacia mi celular, como lo hacían cada pocos
minutos, con la esperanza de ver un mensaje de texto o una llamada de
Knox. Sabía que él llamaría cuando pudiera, pero no podía dejar de mirar.
Era una pequeña adicción enfermiza que no me daba ningún beneficio.
—¡Mamá! ¡Ven a correr! —gritó Gavin desde el aspersor.
Jessica inclinó la cabeza hacia un lado y se puso de pie, quitándose
los zapatos. —¿Saben qué? Creo que lo haré. —Se fue, completamente
vestida.
—Parece una excelente idea —estuvo de acuerdo Avery, saltando
de su asiento y corriendo hacia el aspersor.
—Suéltalo —exigió Emerson una vez que estuvieron fuera del
alcance del oído.
—No tengo idea de lo que estás hablando —mentí descaradamente.
—Lo entiendo, tenemos mucho de qué quejarnos ahora que los
muchachos se han ido, pero hay algo... extraño en ti. —Hizo un gesto
hacia mi cara—. ¿Qué te está molestando? ¿Tiene algo que ver con los
niños?
—No. —Negué con la cabeza—. Están bien. Todo está bien.
Entrecerró los ojos. —¿Te estás arrepintiendo de la elección del
pastel de chocolate?
—Arrepintiéndome del pastel —murmuré, luego me estremecí.
Algún día aprendería a mantener la boca cerrada con mi mejor amiga.
Hoy no era ese día.
—Chica. —Me miró por encima de sus gafas de sol—. Te vas a casar
con Knox. Con Knox. ¡El chico del que has estado enamorada desde que
eras una niña! Y no solo una vez, sino dos veces.
—El hombre que he amado —repetí—. Pero no puedo evitar sentir
que Knox fue arrastrado a este tren de alta potencia y nunca tuvo la
oportunidad de frenar. O tal vez tuvo la oportunidad, pero tenía miedo de
que lastimara a los niños.
Se burló. —Confía en mí, ese hombre quiere casarse contigo… otra
vez. Nunca he visto a Knox hacer una sola cosa que no quisiera. Además,
está perdidamente enamorado de ti.
—Eso… —negué con la cabeza—… no es cierto.
Su expresión decayó y la simpatía llenó sus ojos. —No lo dices en
serio. Sabes que te ama.
—Nunca lo ha dicho ni una vez. —Dios, ¿qué tan desesperada
estaba? El tipo me había dado su casa, su apellido (que ni siquiera había
tomado) y todo lo que le había pedido, y ahí estaba yo, quejándome por
unas palabras.
—Estoy bastante segura de que nunca le ha dicho esas palabras a
nadie —dijo Emerson en voz baja—. Excepto tal vez a su abuela. Pero he
visto la forma en que te mira y he oído la forma en que habla de ti en la
sede del club. El hombre te ama.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta y me obligué a asentir,
incluso cuando me dolía el corazón. No era como si no supiera acerca de
sus complejos, pero saberlo y experimentarlo eran dos cosas diferentes.
—Y aunque aún no lo haya dicho, ustedes tienen todo el tiempo del
mundo. Él llegará allí. —Me dio un apretón en la mano—. Llegarán allí,
sobre todo con el vestido que compraste la semana pasada. Me alegro
mucho de que eligieras ese sin tirantes. ¡Te queda fantástico!
Mi teléfono sonó y ambas saltamos.
Knox.
Lo agarré de la mesa auxiliar, mis hombros cayeron cuando vi el
nombre de Elliot en la pantalla. Negué con la cabeza hacia Emerson y
deslicé el dedo para contestar la llamada. —Hola, Elliot.
—¡Hola, Harper!
—Bueno, suenas alegre. ¿Qué te hace llamar un domingo por la
tarde? —Me moví en mi asiento, mirando cómo Liam saltaba sobre el
agua corriente.
—No lo vas a creer.
—Pruébame. —Prácticamente no había nada que me sorprendiera
en estos días, nuestra vida era así de extraña.
—¡Por fin contactamos a Nolan!
Me entumecí y el teléfono se me escapó de la mano.
Traducido por AnnyR’
Corregido por Julie

Knox
—Cariño, ¿puedes repetirlo? —Me tapé un oído con el dedo y me
concentré en el sonido distorsionado de la voz de Harper a través del
teléfono—. Solo tengo una barra de señal.
Llevábamos más de dos semanas en California, sofocados por el
calor de principios de agosto, y éste era el primer lugar al que habíamos
podido subir para tener servicio de telefonía móvil, lo que significaba que
había otros quince tipos ruidosos aquí arriba, todos intentando hacer lo
mismo.
Me giré hacia el sur, frente a kilómetros de naturaleza virgen que
se había salvado del fuego por un cambio en el clima hace cuatro días.
Tenía que admitir que a veces era bastante difícil verlo como algo más
que combustible listo para explotar a la menor provocación.
—Dije que encontraron a Nolan —repitió, con la voz entrecortada.
—Nolan. —Parpadeé y me pasé el dorso de la mano por la frente.
Sucia. Mi mano estaba sucia, mi cara también, mi ropa hacía semanas
que olía a cualquier cosa menos a humo—. Ese es… —Mi estómago
previamente hambriento se volvió nauseabundo.
—El padre de los niños. —Escuché su voz crepitando al final, pero
entendí el punto.
—El padre de… los niños. —Mierda. Esperen, ¿qué significaba eso
para los niños? ¿Y por qué demonios me costaba tanto respirar? Bajé la
vista, medio esperando ver mi pecho abierto o mis entrañas derramadas
por todo el suelo, pero no había nada más que cenizas ya que estábamos
parados en la oscuridad.
—Viene hacia aquí. Al menos lo hacía hace una semana —siguió.
—¿Y ahora? —¿Hace una semana? Giré, enfrentándome a la hilera
de llamas que seguía bajando por la siguiente cresta hacia una brecha
que un equipo de expertos de Washington había excavado hoy. No es que
fuera a ayudar. Vi los informes meteorológicos y no tenía ninguna duda
de que este incendio se desplazaría hacia el oeste en las próximas horas.
Pero ya no era un bombero hotshot, así que mi opinión al respecto
valía una mierda.
—No estoy segura de si él ya está aquí. —Su voz se entrecortó y
escuché el tartamudeo en su respiración, como si estuviera tratando de
controlar sus emociones.
—Harper, cariño. —Maldición. No estaba allí. No podía abrazarla.
Ni siquiera podía hablar de esto con ella considerando la falta de servicio
aquí.
Respiró profundo. —Va a conseguir un apartamento, y una vez que
se haya instalado, Elliot dijo que lo pondrían todo en marcha por su parte
para comenzar el régimen de visitas, puesto que ya tienen una cita en el
juzgado la semana que viene. Es tan rápido... tan rápido.
—Pero no vuelven directamente con él, ¿verdad? —¿Se habrán ido
para cuando yo llegara a casa? El sudor goteaba de mi frente, irritándome
los ojos.
—No. Supongo que porque los dejó cuando Lisa estaba embarazada
o eso, y ahora que están en el sistema, tienen que hacer las diligencias
debidas antes de… —Se le fue la voz.
El silencio era pesado, el peso ahogaba el futuro perfecto y vallado
que había estado imaginando para nuestra familia. No es tu familia. Tiré
de mi cuello, tratando de tomar algo de aire.
Nolan regresaba. Quería a sus hijos. Por supuesto que los quería.
Cualquier hombre en su sano juicio querría a James y Liam. Entonces,
¿por qué no los quiso antes?
—Se supone que debemos estar felices, ¿verdad? —Logré decir.
—Sí —susurró—. Estamos haciendo lo que dijimos que haríamos:
mantener a los niños seguros y juntos hasta que encontráramos a su
padre.
—Entonces por qué me siento… —No había palabras para esto. Era
como si alguien hubiera sujetado un tornillo de banco alrededor de mi
pecho y comenzara los lentos giros que me sacaban el oxígeno de mis
pulmones.
—¿Con ganas de tirar algo? —ofreció Harper y su voz se elevó en
una risa forzada—. Porque así es como me siento. Con ganas de tirar algo
solo para escuchar cómo se rompe.
—Sí. Exactamente. —Cerré los ojos con fuerza y traté de pensar en
los aspectos positivos. Los niños tenían que estar con sus padres—.
¿Liam está feliz?
—Como un niño antes de Navidad —respondió, y esta vez su risita
fue genuina—. Elliot se los dijo cuándo los visitó el miércoles. Ha estado
preguntando todas las mañanas si hoy es el día en que viene su papá.
—Bueno. Eso es bueno. —Forcé una sonrisa, obligando a la fea y
despiadada oleada de celos a pasar a un segundo plano en favor del bien
mayor. Yo no era el padre de Liam. En realidad no—. ¿Te dijo Elliot qué
decirle a Liam si Nolan no aparece?
Harper contuvo el aliento.
—Vamos, tú y yo sabemos que es una posibilidad. —El tipo no tenía
exactamente un gran historial.
—Creo que tendremos que cruzar ese puente cuando lleguemos
allí.
—¿Estás bien? —le pregunté cuando Ryker entró en mi campo de
visión.
—No —admitió suavemente—. Les dijimos que estamos dispuestos
a adoptar a los niños. Los amo, Knox. No quiero perderlos. Y sé que esto
es lo mejor, pero se siente como si la gravedad se hubiera invertido y
estoy luchando, tratando de averiguar donde es arriba. Pero tengo que
poner buena cara para los chicos.
—Estoy seguro que sí, cariño. —Por supuesto. Nunca esperaría
nada menos de ella. Pero estaba pasando por esto sola, lo había estado
pasando durante la última semana sin mí.
—¿Es mi hermana? —preguntó Ryker.
—Sí.
—No te preocupes, Harpy —gritó al teléfono—. ¡Estoy manteniendo
con vida al idiota de tu marido! —Me dedicó una sonrisa.
—Estoy muy bien. Mantente tú con vida —murmuré.
Harper se echó a reír, y el sonido atravesó las confusas e intensas
emociones que me golpeaban por todos lados, y me hizo vislumbrar la luz
del sol. —Dile que lo amo —ordenó.
—Ella te ama —le dije a Ryker.
—Es imposible no amarme —bromeó, dándome una palmada en el
hombro. Su rostro decayó cuando estudió el mío—. ¿Todo bien?
—Sí, te lo contaré en el campamento.
La preocupación brilló en sus ojos, pero asintió y echó a correr
colina abajo.
—Odio siquiera pensar en preguntar esto —comenzó Harper.
Observé el bosque en llamas y la columna gigante de humo que
llenaba el cielo de ceniza y hollín, temiendo el resto de esa pregunta.
—No sé. Ojalá lo supiera.
—Ni siquiera he preguntado —bromeó.
—Cariño, no tienes idea de cuántas veces he preguntado cuándo
volveré a casa contigo. Bash está al tanto y hacie apuestas sobre cuánto
tiempo pasará antes de que Spencer me mate. —Ya había amenazado con
quitarme la cabeza un par de veces. Bien, era un dominado. Extrañaba
a mi esposa.
Suspiró, largo y fuerte. —¿Cómo va la contención? —Maldita sea,
se estaba entrecortando de nuevo.
—Treinta y cinco por ciento, y sabes que solo nos usan para limpiar
por aquí. Es muy frustrante ver a otros escuadrones hacer el trabajo que
se supone que debemos hacer. —Hasta que recibamos la certificación,
nos dedicábamos a la limpieza, eliminando los puntos conflictivos uno
por uno.
—Te extraño. —El anhelo en su voz me atravesó.
—Yo también te extraño. —Miré alrededor de nuestro grupo y vi
que casi todos terminaban sus llamadas, lo cual tenía sentido ya que el
sol se estaba poniendo.
—Mantente a salvo y trae a Ryker a casa vivo si puedes. —Apenas
podía distinguir sus palabras. Salían como fuego de ametralladora.
—Dale un beso a los chicos de mi parte.
—Lo haré —prometió—. Te amo…
La línea se cortó, y mi teléfono emitió un pitido, mostrando el icono
de llamada interrumpida.
Te amo. Las dos palabras que no le había dicho. Siempre estaban
ahí, en la punta de mi lengua, pero un miedo estrangulador y paralizante
mantuvo mi boca cerrada. Esas palabras, más que ninguna otra en todo
nuestro idioma, eran poderosas.
Decirlas equivalía a entregar una parte de ti mismo a alguien más…
alguien que podría irse cuando quisiera. No había ningún contrato allí,
ninguna promesa de que el receptor de esas palabras no se iría. Una vez
dichas, esas palabras eran suyas para hacer lo que quisieran con ellas.
Pero estás casado, pensé mientras bajaba la colina, resbalándome
en los escombros en algunos lugares. ¿No se suponía que eso era más
sagrado que las dos palabras de perdición?
En realidad no, discutió mi otra mitad. Nos habíamos encontrado
en una situación complicada y habíamos dado el salto por el bien de los
niños, no el uno por el otro. Quizá por eso no me oponía a los planes de
octubre de su madre. Tal vez quería a Harper con un vestido blanco.
Quizá quería las flores, el fotógrafo, el pastel. Tal vez los necesitaba para
asegurarme de que no me metía en una relación como la de mis padres,
condenada al fracaso.
Y ahora la razón por la que Harper y yo nos casamos estaba…
Murmuré una maldición y pateé la rama de un árbol quemado en
el borde del campamento cuando Ryker y Bash venían hacia mí.
—¿Qué diablos ocurrió? —preguntó Ryker, con el ceño fruncido—.
¿Harper está bien?
—Está bien —le aseguré con los dientes apretados—. Todo está
bien, carajo.
—Se nota —murmuró Bash, quitándose el casco y sacudiéndose el
cabello.
—Son… los niños.
—¿Están bien? —Ryker dio un paso adelante, el pánico grabado en
las líneas de su rostro. Por mucho que hubiera estado en contra de mi
relación con Harper, el hombre adoraba a los niños.
Les conté la noticia y vi cómo se les decaía los rostros.
—¿Qué carajo? —espetó Ryker.
—Sí —dije en voz baja, tratando de procesarlo todo, sin éxito.
—Entonces, ¿me estás diciendo que el tipo abandonó a su familia
—dijo Bash furioso—, ni siquiera se molestó en volver cuando Lisa murió,
y ahora ha decidido aparecer?
—Sí. —Me las arreglé para asentir.
—¿Puedes decirle que se vaya a la mierda? —espetó Ryker—. ¿En
dónde diablos ha estado durante los últimos cuatro meses mientras tú y
Harper los criaban?
—No creo que sea una opción. —Contento. Se suponía que debía
estar feliz. Nuestro trabajo era reunir familias, ¿no? Entonces, ¿por qué
diablos quería destrozar todos los árboles de este bosque? ¿Por qué me
sentía tan enojado con un hombre que apenas conocía? La rabia y el dolor
inundaron mi organismo, junto con la única emoción que detestaba: la
impotencia. La mierda de todas estas emociones era que no podía hacer
nada—. No tengo derecho a cuestionar dónde ha estado o en qué estaba
pensando. No tengo derecho a determinar si es confiable o si va a salir
corriendo al cabo de una semana. Nada de eso está en nuestras manos.
Y ni siquiera estoy allí. —Mi postura se desinfló—. Ella está lidiando con
todo esto sola.
Ryker cambió su peso, el suelo crujió debajo de él, pero permaneció
en silencio.
Bash nos miró a los dos y me puso la mano en el hombro. —Harper
es fuerte.
—Ella no debería tener que serlo. —Negué con la cabeza y miré a
Ryker—. Lo siento.
Suspiró. —Esto no es tu culpa, hombre. Harper sabía a lo que se
estaba apuntando cuando se llevó a los niños esa primera noche…
—Bueno, si no es Legacy.
Los tres nos giramos para ver a Cameron Patel, el supervisor del
equipo de Washington, caminando hacia nosotros, cuatro de sus amigos
detrás de él, todos tan manchados de hollín como nosotros.
—Mierda —murmuró Ryker, avanzando para que formáramos una
fila.
Bash echó los hombros hacia atrás y se colocó el casco bajo el
brazo.
—Si no es el equipo de Pratt River —dije, sin molestarme en forzar
una sonrisa. Cameron era un imbécil egoísta y lo había sido desde que
servimos en el mismo escuadrón hace seis años.
—¿Están haciendo esto en serio? —preguntó Cameron, señalando
el campamento justo detrás de nosotros, donde nuestros vehículos y el
resto del equipo de Legacy estaban preparando una cena.
—Eso parece. —Mi barbilla se elevó un poco—. ¿Siguen tomando
decisiones de mierda y cavando brechas cortafuegos que no significarán
un carajo en la mañana?
—Por el amor de Dios —murmuró Bash, lo suficientemente bajo
como para que Cameron no pudiera escucharlo—. No busques una pelea.
Cameron enseñó una sonrisa arrogante. —¿Tienes algo que decir
sobre nuestras brechas? —Los otros chicos de su escuadrón dieron un
paso adelante.
—Es bonita a la vista. —Ryker se encogió de hombros—. Pero Knox
está diciendo lo que ambos sabemos. Se está desplazando hacia el oeste,
no hacia el noreste.
Al menos yo no era el único que pensaba eso.
La sonrisa de Cameron cayó. —Bueno, ¿por qué no dejas ese juicio
en manos de los hombres con los parches de hotshot, y ustedes, niños,
siguen limpiando la mierda como el buen equipito que son?
Los chicos a su lado se burlaron en señal de asentimiento.
—Veremos cómo está en la mañana. —Ryker cruzó los brazos sobre
el pecho.
—Que sorpresa que te pusieras de su lado, Anders. —Cameron hizo
un gesto hacia mí—. Viendo que casi ha conseguido que nos maten a los
dos un montón de veces. ¿Seguro que quieres alistarte con él?
Bien. Eso era cierto. Pero habían pasado años.
—¿No te enteraste? —Ryker pasó su brazo sobre mis hombros—.
Es mi cuñado. Me arriesgaré con él.
Se registró el sonido de pasos que se acercaban detrás de nosotros,
pero no aparté los ojos de Cameron. Nunca había sido de los que lanzan
un puñetazo.
—Son unos tontos. —Cameron negó con la cabeza—. Resucitar a
un escuadrón muerto es una tontería. Sus papás murieron como héroes.
Se merecen retirar ese parche, y tratar de ponérselo es mala suerte. No
es de ustedes. Nunca lo fue.
—Nunca me digas lo que mi padre se merecía. —Apreté los puños,
pero los dejé sueltos a los lados.
Sentí una mano en mi hombro un segundo antes de que Spencer
pasara junto a mí, colocándose entre nosotros.
Los ojos de Cameron se desorbitaron.
—Aclaremos una cosa antes de septiembre. Que algo no se haya
hecho nunca no lo convierte en mala suerte. Es mi maldito parche. —Su
voz era baja, apenas un susurro, pero se escuchaba bien—. Mi jodido
escuadrón. —Dio un paso adelante—. Y ellos eran mis jodidos amigos. Tú
no decides cómo los honramos.
El músculo de la mandíbula de Cameron se flexionó, pero dio un
paso atrás. —No quise ofenderte, Cohen.
—Sí, bueno, maldita sea, me ofendiste. —Se dio la vuelta, luego se
detuvo, girando ligeramente hacia atrás—. Y la brecha que cavaron hoy
es una mierda. Veinte dólares a que el fuego se desplaza hacia el oeste
esta noche.
Los ojos de Cameron se entrecerraron.
—No te preocupes, puedes pagar cuando te veamos en septiembre.
—Spencer le dio un solo asentimiento y luego se volvió hacia nosotros,
mirándome fijamente mientras el escuadrón de Pratt River se alejaba—.
¿Estás empeñado en jodernos, Daniels? —preguntó en voz baja—. Porque
enfurecer a Cameron Patel es la primera forma de hacerlo.
—Es un imbécil. —¿Y por qué diablos lo estaríamos viendo en
septiembre?
—Lo es. —Spencer hizo una mueca—. Pero ese imbécil está en el
equipo de certificación.
Hice una mueca.
—Sí, así es. —Spencer me dio un golpe en el hombro al pasar,
dirigiéndose de nuevo hacia el campamento.
—Estaremos bien. —La voz retumbante de Bishop sonó detrás de
nosotros, y todos nos dimos la vuelta, encontrándonos con lo que parecía
todo el equipo Legacy de pie a nuestras espaldas—. Y la brecha que
cavaron es una mierda.
Al menos todos estábamos de acuerdo en eso.
Traducido por Umiangel
Corregido por Julie

Knox
Mis ojos se abrieron de golpe cuando me desperté sobresaltado, con
el corazón acelerado por el sueño del que la alarma del reloj de Harper
acababa de sacarme. El sudor brillaba en mi frente. Todavía podía sentir
el calor abrasador de las llamas, oler mi piel mientras me quemaba los
huesos.
Me encontraba en casa. He estado en casa durante dos días. No
había fuego.
Cinco sentidos. Ahora.
Olfato. Respiré hondo y el sutil aroma del champú de Harper llenó
mis pulmones. Oído. Su maldición murmurada llegó a mis oídos mientras
ella se inclinaba sobre la amplia extensión de la cama vacía, buscando a
tientas su teléfono. Vista. La luz constante de la mañana inundaba
nuestro dormitorio: no había llamas parpadeantes ni nada anaranjado y
humeante. Tacto. Volvió a rodar a mis brazos luego de apagar la alarma,
acurrucó sus curvas contra las mías y se acomodó donde pertenecía: su
culo presionado contra mi pene y la suave piel de su espalda contra mi
pecho desnudo. Gusto. Le di un beso a su hombro. Piel fresca y Harper.
Soportaría mil sueños como ese si eso significaba despertar con ella
en mis brazos.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz aturdida mientras se ponía boca
arriba.
—¿Cómo eres tan hermosa en la mañana? —Tenía la piel sonrojada
por dormir, una línea le surcaba la mejilla desde la almohada, y caí de
lleno en aquellos ojos turquesa. ¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin ella?
Había malgastado los últimos siete años luchando contra lo que había
entre nosotros.
—Mmm. —Sonrió, pero su ceja se arqueó hacia arriba—. Muy dulce
de tu parte decirlo. —Sus dedos recorrieron mi frente—. Estás pegajoso.
¿Tuviste otra pesadilla?
—Solo un sueño. Nada de qué preocuparse. —Levanté la cabeza y
me apoyé en el codo.
—Me parece una pesadilla. —Tomó un lado de mi cara, su pulgar
rozó mi pómulo.
Me encogí de hombros. —Cuando son el statu quo, simplemente se
convierten en sueños. Nada especial. —Nada que algunos años de terapia
no me hubieran ayudado a aprender a afrontar. Eso era lo que ocurría
con un evento de víctimas masivas publicitado. Los terapeutas llegaron
corriendo. A veces me preguntaba qué pasaba con los niños que sufrían
solos, cuya tragedia personal no se publicaba en la portada de todos los
periódicos para el consumo público. ¿Cómo lidiaban con sus sueños?
Harper suspiró y levantó la cabeza para besarme, suave y dulce.
—Sigue así y no dejaremos esta cama. —Me situé encima de ella y
separó los muslos, donde me acomodé por instinto. Maldición, y se quedó
dormida desnuda anoche después de que la mantuve despierta la mayor
parte del tiempo. No había nada entre nosotros más que piel.
—Ese es un pensamiento delicioso. —Su rostro se puso serio—.
Pero tenemos que levantarnos. Elliot estará aquí en una hora.
Todos y cada uno de los pensamientos sobre sexo se desinflaron
como un globo pinchado.
Era el día de la visita.
—Bien. —Mi mandíbula se cerró, y Harper pasó sus dedos por mi
pelo, sus uñas rasparon suavemente mi cuero cabelludo de una manera
que me dieron ganas de ronronear como un gato.
—Todo estará bien, Knox —prometió, pero su sonrisa era falsa.
—Sí. —Asentí.
¿Estará bien para quién?, me pregunté mientras cumplíamos con
las formalidades de la mañana. Realmente no importaba que yo estuviera
aprensivo. Yo era el adulto aquí, y todo el cuerpo de Liam parecía vibrar
con excitación nerviosa mientras devoraba su desayuno. Supongo que
estaría bien, ¿verdad? Pero James engullía Cheerios con doble puño sin
preocuparse de nada porque no sabía lo que sucedía. Ni siquiera conocía
a su padre.
Mierda, ¿estará asustado? ¿Nos buscaría y se sentiría traicionado
cuando no estemos allí?
—No has tocado tu café —señaló Harper, rozando con su mano mi
espalda baja al pasar.
—Tengo un poco de náuseas. —Miré la taza llena que estaba en la
encimera entre mis manos.
—Sí, yo también. —Dejó caer la pañalera sobre el granito y la llenó
con los bocadillos favoritos de Liam y tres biberones de repuesto—. Sigo
recordándome a mí misma que estará supervisado, así que no es como si
pudiera fugarse con ellos.
—¿Cuánto tiempo van a irse? —Enviaba suficientes provisiones
para alimentar a seis de ellos.
—Cuatro horas. —Tamborileó nerviosamente con los dedos y luego
apretó la mano en un puño—. Solo quiero asegurarme de que tengan todo
lo que necesitan. ¿Crees que van a necesitar más bocadillos? ¿Y si les da
hambre? —Tenía el ceño fruncido y le temblaba labio el inferior, ¿y esa
mirada en sus ojos? Era pánico puro, sin falsear.
—La bolsa se ve muy bien. —Froté su espalda con mi mano.
—Son solo cuatro horas —susurró.
—Solo cuatro horas. —¿Pero se convertirán en más?
Miró el reloj. Eran las siete y veinticinco. —Deberían estar en casa
antes del almuerzo. ¿Estarás aquí?
Asentí. —Estaré aquí.
Asintió y apretó los labios en una línea firme, su mirada se dirigió
al borde de la isla donde ambos chicos terminaban el desayuno.
—Y luego dejarás a Liam en la escuela y...
—Y llevaré a James a casa de Cherry —terminé por ella—. No te
preocupes. Tenemos esto cubierto. ¿Estás segura de que no necesitas ir
a la escuela?
Sacudió la cabeza. —Quiero estar aquí, y no doy clases de verano.
Megan sí. Y Clara abre el edificio todos los días, para que no me extrañen
durante la primera hora.
—¿Creen que podamos ir al parque? —nos preguntó Liam entre
cucharadas de cereal—. Solíamos ir al parque cuando él vivía aquí antes.
Apuesto a que todavía sabe dónde está.
—Sinceramente, no estoy segura de lo harán —respondió Harper,
su tono era ligero pero sus ojos caídos—. ¡Pero apuesto a que estará muy
emocionado de verte!
Incluso la forma en que masticaba estaba llena de energía nerviosa.
—Él me reconocerá —dijo con autoridad después de tragar—. No he
crecido demasiado. Y le diré quién es James.
Excelente. Porque el tipo no se molestó en quedarse para ver nacer
a su segundo hijo.
El timbre de la puerta me salvó de mis pensamientos de imbécil.
—Amará a James —prometió Harper y su sonrisa titubeó por una
fracción de segundo. Ella era una bola de preocupación desde que llegué
a casa, desenfocada y flotando sobre todos nosotros, no es que la culpara.
Se encontraba aterrorizada.
Elegí la ira. Era la emoción más segura.
—Yo iré. —Presioné un beso en la sien de Harper y caminé hacia la
puerta, abriéndola como si la Parca estuviera del otro lado—. Elliot.
—Hola, Knox. —Me dio una sonrisa profesional—. ¿Están listos los
chicos?
—Tengo un par de preguntas. —Me paré en la entrada, con una
mano en la manija de la puerta.
—Supuse que las tendrías. —Miró a mi alrededor—. ¿Por qué no
sales?
—Excelente idea. —Salí al porche y cerré la puerta detrás de mí.
Sostenía un pequeño cuaderno de espiral en la mano.
—¿Qué es eso? —Lo señalé.
—Es para las notas de visita. Nolan o el supervisor van a anotar
cualquier cosa importante para que haya una línea de comunicación
clara. —Su mirada evaluadora me recorrió—. Te ves horrible.
—Parezco alguien que se pregunta por qué diablos Nolan tardó
cuatro meses en venir por sus hijos. —Crucé los brazos sobre mi pecho.
—Tres meses, tres semanas y… —Suspiró—. Bien, cuatro meses.
Levanté mis cejas hacia ella con expectativa. Quizás yo no merecía
una explicación, pero James y Liam sí.
—Knox, no puedo contarte todo sobre la vida privada de los padres
—suavizó su voz.
—Y, ¿qué puedes decirme? —Hice un gesto hacia la puerta—. Sé
que esos no son mis hijos, pero…
—Pero se sienten como si lo fueran —terminó, con simpatía en su
tono—. Y no puedo imaginar cómo se debe sentir todo esto después de
que dijeron que estaban dispuestos a adoptar.
—Mierda —le aclaré—. Se siente como la mierda. ¿Ver a Harper
pasar por eso? Aún más mierda. Pero eso no es importante. —Metí las
manos en los bolsillos de mis pantalones de trabajo—. ¿Lo que sienten
esos chicos? Eso es importante, y Liam está rebotando con entusiasmo,
lo que sería genial si pudieras garantizar que este tipo no está a punto de
levantarse y desaparecer de nuevo.
—No puedo prometer eso. —Ella sacudió la cabeza—. Pero puedo
decirte que cambió de opinión en algún momento del último mes. Tal vez
su padre mintió, y Nolan realmente estaba interesado en…
—¿Su paternidad? —Llené el espacio en blanco.
—Sí. Dijo que llamó en cuanto supo que Lisa había muerto. Él
quiere ser su padre.
—Él es su padre —espeté—. Él fue su padre desde el momento en
que Lisa los concibió. ¿Va a empezar a actuar como tal ahora? ¿Y por qué
hizo falta dos semanas para que ocurriera esta visita después de que te
llamó?
Su suspiro era una señal de que se le acababa la paciencia, pero
no me importaba.
—Además de estar en el expediente del juez Stone, a Nolan le tomó
tiempo traer sus cosas aquí, alquilar un lugar y llevarnos allí para
asegurarnos de que sea seguro para los niños.
—¿Y lo es? —Las náuseas en mi estómago se convirtieron en pura
frustración ácida.
—Knox, ¿crees que estaría aquí, lista para llevarlos allí, si no fuera
así? —Elliot se frotó la piel entre las cejas.
—No —admití.
—Exactamente. Mira, la visita es supervisada en su casa, así que
no les va a pasar nada malo.
—Hoy. —Tragué el nudo en mi garganta—. Nada malo les pasará
hoy. Entonces, ¿qué pasará después de hoy? ¿Cuándo se elimine la red
de seguridad de los niños?
—Veremos cómo va esta visita, terminamos todos los controles
legales y luego volvemos a la corte. Si todo va bien, los chicos se irán a
casa.
Apreté los labios para no decir que este era su hogar.
—Y los mantenemos en nuestro radar durante unos seis meses —
finalizó—. Entonces, si sucede algo sospechoso, estaremos atentos. Knox,
se merece la oportunidad de intentarlo.
—Otra vez —murmuré. Porque lo jodió a lo grande la primera vez.
—Otra vez —concedió ella—. Ahora, vayamos por los niños.
Asentí porque eso era todo lo que podía hacer. Elliot no podía ver
el futuro. No podía decirme si Nolan volvería a huir de los niños.
Harper tenía a los chicos listos para cuando terminé de desahogar
mis frustraciones con la pobre Elliot.
—…y tal vez la heladería —dijo Liam mientras agarraba su gorra
de Legacy, que era solo una versión más pequeña de la mía.
—Tal vez —estuvo de acuerdo Harper con una sonrisa practicada y
aprensión en sus ojos, James en su cadera.
Era tan condenadamente buena en esto, en hacer que todo saliera
tan bien como fuera posible para los niños.
Elliot tendió la mano y Liam la tomó sin dudar mientras
caminábamos hacia su auto.
Tomé a James y lo abroché en el asiento del automóvil que trajo
Elliot, asintiendo con aprobación de que todavía miraba hacia atrás.
Mierda, me convertí en el tipo que sabía que los bebés necesitaban
mirar hacia atrás.
Un par de clics y estaba abrochado, Liam a su lado en un asiento
elevado.
—Él también tiene vasitos para sorber —explicó Harper mientras
le entregaba la bolsa de pañales—. Pero todavía se niega a beber leche de
fórmula de cualquier cosa que no sea un biberón, así que los guardé en
el bolsillo lateral.
—Entendido —dijo Elliot mientras colocaba la bolsa en el asiento
del pasajero—. Nos veremos alrededor de las doce y cuarto.
Harper se retorció las manos y me moví a su lado, colocándola bajo
mi brazo mientras Elliot salía del camino de entrada con los niños.
En el momento en que se perdieron de vista, su compostura se
desvaneció y se hundió contra mí.
—Todo estará bien —le prometí, besando la parte superior de su
cabeza.
—Yo solo… —Contuvo el aliento—. Solo espero que esté a la altura
de las expectativas de Liam.
—Ya somos dos.
Traducido por Lau LR
Corregido por Julie

Harper
—No pueden estar pensando seriamente en darle la custodia a este
tipo —se quejó Knox mientras leía las notas de la visita y se paseaba
frente a la mesa del comedor, donde yo estaba ordenando una montaña
de camisetas personalizadas—. Llegó media hora tarde, otra vez, lo que
asustó a Liam porque no iba a aparecer, todavía no tiene una cuna para
que James duerma la siesta, y mucho menos para toda la noche, y le dio
una taza llena de leche. No me extraña que lo vomitara todo. El chico es
intolerante a la lactosa.
Doblé otra camiseta del Escuadrón Hotshot de Legacy y la puse en
la pila de la talla adecuada. El fénix naranja y rojo brillantes destacaban
sobre la tela negra, y había una réplica exacta del parche en el hombro.
—¿No crees que da mala suerte tenerlas hechas tres semanas antes de
la certificación? —pregunté.
Negación. Ahí es donde me gustaba vivir cuando se trataba de toda
la situación de Nolan, y él solo había estado de vuelta en la vida de los
chicos durante dos semanas.
Knox dejó de pasear el tiempo suficiente para mirarme y negó con
la cabeza. —No. Porque es imposible que no pasemos la certificación.
—Hmmm. —Seguí doblando, y él reanudó la caminata. No había
necesidad de decirle que ya sabía lo preocupada que estaba Emerson;
Knox sabía que Em y yo no guardábamos secretos. Taylor Rose se había
estado rompiendo el culo y bajó los kilómetros hasta donde necesitaban,
pero le seguía costando las flexiones, y el equipo de certificación iba a
hacer una reunión virtual para intercambiar registros y evaluaciones la
semana que viene.
Dos semanas después de eso, todo el escuadrón se pondría a
prueba, y que o bien se certifican como un escuadrón hotshot, o estaría
metiendo estas camisas en un depósito.
—Ni siquiera vino a la fiesta de cumpleaños de James el fin de
semana pasado, y sé que lo invitaste —despotricó Knox.
Sonreí al recordar a James aplastando su cara contra el pastel.
¿Cómo había cumplido ya un año? También había empezado a caminar
ayer por la mañana. —Incluso tú puedes admitir que se habría sentido
muy incómodo, teniendo en cuenta que no conocía a nadie aquí.
Levanté las cejas hacia Knox y cogí otra camisa, ladeando la cabeza
cuando me pareció oír movimiento arriba. Los chicos llevaban una hora
abajo, pero Liam se había estado levantando más a menudo, su horario
de sueño era impredecible desde que empezaron las visitas. Cuando solo
hubo silencio, volví a doblar y apilar. No había podido dormir bien desde
que me avisaron que Nolan volvió. Pasaba las horas en vela, mirando al
techo, temiendo que la siguiente llamada fuera que se llevarían a los
niños y odiando lo egoísta que sonaba eso en mi cabeza.
Mis emociones eran un maldito desastre.
—Puede soportar lo incómodo —argumentó Knox, metiendo el bloc
en la bolsa de los pañales para que no lo olvidáramos en la siguiente
visita—. Era la fiesta de cumpleaños de James.
—Le hizo un regalo. —Tenía que defender a Nolan. Era la única
forma de convencerme de que los niños estarían bien si acababan allí.
—¿Te refieres a esa figura de acción que es un peligro de asfixia?
—se burló Knox mientras se ponía a mi lado y agarraba una camiseta
para doblarla.
—Fue una mala elección de regalo, pero él... lo está intentando. —
Casi me atraganto con la última palabra. Intentar mantener una actitud
positiva en todo momento me estaba agotando, pero tenía que equilibrar
el pesimismo de Knox o ambos estaríamos destrozando la situación, y eso
era lo último que necesitaban los chicos.
Me dolía. Me dolía todo. ¿Pensar en el día en que me despertaría y
los niños se habrían ido? El dolor. ¿Prepararlos para cada visita mientras
imaginaba la posibilidad muy real de que finalmente lo haría por última
vez? Dolor. ¿Imaginar la cara de Liam si Nolan se echaba atrás y huía de
nuevo? Dolor. ¿Ver el conflicto en los enormes ojos marrones de Liam
cuando las cosas no eran tan perfectas como su mente de cinco años
imaginaba que serían? Un dolor insoportable.
Todo... apestaba. Era como vivir con una prensa alrededor del
pecho. Cada vez que me adaptaba y me acostumbraba a respirar con un
poco menos de aire, me apretaba más, robándome más oxígeno.
—¿Y la leche? —retó Knox.
Hice una mueca. —Eso fue... —Vale, de acuerdo, eso había sido
atroz, y no me había dado precisamente mucha fe en que Nolan diera un
paso al frente y aprendiera sobre los chicos y lo que necesitaban.
—¿Paternidad de mierda?
—Desafortunado. —Le di un caderazo y seguí doblando—. Dijo que
no se había dado cuenta de que James es intolerante.
—Créeme, lo anoté ese primer día en el cuaderno, y supongo que
el Señor Vomitón no tuvo problema en recordárselo. —Sonrió satisfecho.
—Deja de desear que fracase. —Le lancé una mirada.
—Deja de actuar como si él fuera la mejor opción. —Una punzada
de dolor sonó en su tono.
Dejé la camiseta y le puse la mano en el brazo.
—Si fuera una elección, una especie de batalla entre nosotros y él,
entonces sí, estaría de acuerdo. Pero no lo es. Y si fracasa, los chicos
saldrán heridos.
La mirada de Knox se alejó de la mía. —Ni siquiera podemos luchar
por ellos. No tenemos capacidad legal. Ningún derecho. Nada.
—Y si pudiéramos luchar, iría a la guerra por ellos —susurré, con
el torno de mi pecho apretándose un poco más. No había nada que no
hiciera por ellos, pero éramos total y completamente impotentes, y esa
era la peor sensación de todas. Éramos espectadores cuando se trataba
del futuro de nuestra familia—. Pero no podemos. Es su padre. Y no es
perfecto. Sí, huyó, y ni siquiera puedo empezar a ordenar los
sentimientos que tengo al respecto, los sentimientos que Liam tiene al
respecto. —La ira no hacía justicia a la emoción, pero nunca se trató de
justicia—. Pero no hay antecedentes de abuso, y he leído los estudios,
Knox. El trauma que sufren los niños en este tipo de situaciones es
increíble. —Le acaricié el brazo y él me miró, con el mismo conflicto que
yo sentía en sus ojos—. Si esto fuera una especie de competición en la
que ganara el que tuviera mejores habilidades como padres, entonces
creo que nos lo comeríamos vivo.
—Lo destrozaríamos —murmuró Knox.
Claro que sí. El pensamiento fue seguido inmediatamente por una
ola de culpa.
—Pero los perdedores en ese tipo de escenario son Liam y James.
A largo plazo, lo mejor para ellos es que Nolan se haga cargo, por mucho
que nos duela pensar en su marcha. —No podía ni imaginármelo. Los
chicos se habían convertido en un elemento tan fijo en nuestras vidas en
los últimos cuatro meses y medio que no podía imaginar un futuro en el
que no estuvieran aquí. Se me hizo un nudo en la garganta y respiré
hondo.
Como si percibiera lo cerca que estaba de desmoronarme, Knox
volvió a centrar su atención en las camisetas. —Sabes cuáles son las
normas con éstas, ¿verdad? —bromeó.
Fruncí el ceño. —¿Las normas sobre las camisetas?
—Sí. —Cogió una extragrande y la puso contra el pecho—. Solo
puedes llevarlas si eres un hotshot.
—¿Ah, sí? —Ladeé una ceja y eché un vistazo a las docenas que
había sobre la mesa. Era la última vez que accedía a ayudar a Emerson
con algo así. Mentirosa.
—Hay otra excepción. —Me lanzó una mirada acalorada que hizo
que se me cortara la respiración y me temblaran las rodillas. Luego me
puso la camiseta sobre el pecho. La tela me llegaba a medio muslo.
—¿Y cuál es?
Me agarró de las caderas y me apretó contra él. —Si eres de un
hotshot.
Le rodeé el cuello con los brazos y la camiseta se interpuso entre
nosotros. —¿Estás diciendo que soy tuya?
—Por supuesto, señora Daniels. —Asintió, mordiéndose el labio
inferior mientras sus manos se deslizaban hacia mi culo—. Pero yo
también soy tuyo. Así que estamos en paz.
Mi corazón dio un vuelco cuando bajó la cabeza y me besó. Mis
labios se separaron y él profundizó el beso, su lengua acariciando la mía,
encendiendo cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
Señora Daniels. Todavía no lo era, en realidad no, pero mamá había
seguido adelante con sus planes y todo estaba preparado para la tercera
semana de octubre. Todo lo que se necesitaba era un simple papeleo, y
tal vez realmente sería la señora Daniels.
—Me compré un vestido blanco —dije contra la boca de Knox.
Sentí su sonrisa. —¿De verdad?
—Está en casa de mi madre.
—Puse el depósito en el catering que te gusta —admitió.
Ahora los dos sonreíamos como tontos.
El sonido de unos pasos nos separó y Liam apareció.
—Tengo sed.
—Puedo ayudarte —dije, yendo ya hacia la cocina.
—A veces me pregunto cómo la gente tiene más de un hijo —se
burló Knox, mientras seguía doblando camisetas.
Me giré y caminé un segundo hacia atrás. —Los lavaderos.
***

—¿Tan pronto? —pregunté a Elliot, equilibrando el teléfono entre


la oreja y el hombro. Mis manos se detuvieron sobre el teclado, donde
había estado escribiendo el boletín que enviaba cada mes a los padres de
mis niños de preescolar.
—El juez Stone tiene una vacante y la hemos tomado —contestó.
—Tres días —repetí su cronología y miré el calendario de la pared
de mi despacho, con la vista nublada. Se me cayó el estómago al suelo y
los latidos de mi corazón tartamudeaban mientras la presión de mi pecho
implosionaba. ¿Tres días? Quería meter a los niños en el coche y conducir
tan rápido y tan lejos como mi coche nos permitiera. Quería gritarle a
Elliot que no habían investigado a Nolan lo suficiente como para estar
segura de que no volvería a abandonarlos. Quería gritar que la biología
no importaba, no cuando los amaba tanto que se habían convertido en
parte de mí. Quería quedarme con mis hijos.
Pero no eran míos. No de la única forma que importaba.
Los bordes de mi visión se oscurecieron.
Tienes que respirar.
¿Cómo se suponía que respirara sin aire?
—Tres días —repitió—. El primero de septiembre. Y esta es la
audiencia en la que querremos que estés allí. ¿Estás libre ese día?
Primero de septiembre. Casi cuando cumpliría cinco meses con los
niños. Casi medio año.
—¿Harper? —preguntó Elliot.
Parpadeé rápido y aspiré una bocanada de aire, controlándome.
—Puedo estar allí, pero Knox se ha ido. El escuadrón se fue hace
dos días a ese incendio en la cordillera frontal.
—Oh. —Hubo una pausa—. No pasa nada, solo necesitamos a uno
de ustedes allí, y de todas formas te tenemos apuntada como su principal
tutor adoptivo.
—Desde la primera entrevista —dije lentamente. Dios, parecía que
había pasado tanto tiempo.
—Bien. Entonces, el primero de septiembre, a las diez y media de
la mañana, ¿te parece bien?
No, no estaba bien. Nada estaba bien.
Dejé de agarrar el teléfono y me quedé mirando la foto enmarcada
de los chicos y Knox que había en mi escritorio. Se suponía que esa era
nuestra familia, pero en tres días, ¿y si ya no lo era? ¿Cómo íbamos a
funcionar? —Elliot...
—¿Sí? —Su tono se calmó.
—¿Está listo para esto? ¿Nolan? —Me recosté en mi silla—. Porque
hay un niño al otro lado del pasillo en clase ahora mismo que realmente
necesita que lo esté.
Hubo una pausa, así que al menos supe que pensaba en mi
pregunta.
—No estoy segura de que ningún padre esté nunca preparado —
dijo—. Pero compró un corralito para James. El piso es seguro. Tiene
trabajo y hay comida en la cocina. No hay razón para mantenerlos
separados si no es necesario.
—Claro. Por supuesto. —Me aclaré la garganta—. ¿Y el tutor ad
litem de los niños está de acuerdo? —Esto me parecía mal a muchos
niveles, pero tal vez era porque los amaba mucho.
—Cree que la estabilidad es lo mejor para los niños, y Nolan ha
mostrado toda su intención de quedarse aquí y proporcionarles esa
estabilidad. No los pusieron en acogida por las acciones de Nolan, Harper,
sino porque Lisa murió y no se le pudo encontrar.
—Pero él dijo que no los quería —susurré, dando por fin voz a los
pensamientos de mi cabeza—. ¿Quién en su sano juicio diría alguna vez
que no quería a sus hijos? —¿Y cómo diablos era esa persona merecedora
de recuperar a sus hijos? Era injusto para ellos, pedirles que arriesgaran
su corazón, su confianza, por alguien que ya había demostrado que no
era digno.
Pasó otro latido.
—Eso es lo que dijo el padre de Nolan —aclaró Elliot en voz baja—
. Legalmente, tengo que atenerme a lo que me dijo Nolan, y su primera
comunicación con nosotros fue a finales de julio, diciendo que se había
enterado del fallecimiento de Lisa y que venía a buscar a sus hijos.
—Claro. —Asentí, como si pudiera verme o algo parecido—. Es que
parece tan... repentino.
—Lo sé. Y lo siento mucho, Harper. Sé lo unidos que están Knox y
tú, y lo unidos que están los niños a ustedes. Pero ha pasado un mes
desde que el juez Stone ordenó las visitas, y ha ido tan bien como
podríamos pedir. Ya es hora.
—Tres días —apenas reconocí mi propia voz.
—Tres días —repitió.
—No vas a hacer que Liam elija, ¿verdad? —Agarré el teléfono con
fuerza y el pánico se apoderó de mi garganta—. ¿No vas a ponerle en esa
situación ante el tribunal? —Me había preguntado después de la reunión
de anoche con su tutor ad litem si el regreso de su padre significaba tener
que elegir, y casi me había roto el corazón. Era demasiada presión para
un niño.
—En absoluto. Faith consiguió toda la información que necesitaba
sin poner ese tipo de verborrea.
—Bien. No quiero que se sienta dividido.
Colgamos y me senté en mi escritorio, escuchando los segundos
pasar mientras la pequeña manecilla del reloj hacía su rotación.
¿Cuánto tardarían en pasar tres días? Dios, si pestañeaba, ya
pasaría el primero.
Me temblaban los dedos cuando abrí el teléfono y marqué a Knox.
Como de costumbre, estaban en plena tierra sin servicio, pero al menos
podía dejarle un mensaje de voz e intentar que le llegara un mensaje a
través de Emerson.
—Soy Knox. Deja un mensaje.
Tan rápido y al grano como siempre.
—Hola, soy yo. —Se me hizo un nudo en la garganta y se me quebró
la voz—. Sé que no tienes servicio y sé lo mal que está la cosa ahí fuera
ahora mismo. Pero Elliot acaba de llamar y han adelantado la audiencia
de los chicos una semana, así que es el día primero a las diez y media, y
van a pedir que vuelvan con Nolan. —No podía obligarme a decir casa, no
cuando lo equiparaba con la nuestra—. Sé que ese incendio sigue en
contención cero, e incluso sé que hay pocas o ninguna posibilidad de que
te envíen a casa, pero solo quería que lo supieras. Te amo, Knoxville.
Mantente a salvo.
Tres días.
Traducido por Julie
Corregido por Umiangel

Harper
—Hola, soy yo otra vez. Ni siquiera sé por qué te dejo mensajes
como este ya que sé que no tienes señal. Supongo que echo de menos
hablar contigo. ¿Te das cuenta de que tuvimos a James el cuarenta por
ciento de su vida? Estuve haciendo las cuentas antes porque... Bueno,
supongo que no importa realmente por qué. Hoy tuvieron otra visita y
Nolan volvió a llegar tarde, pero Elliot dijo que tenía algo que ver con su
trabajo.
»Liam llegó a casa llorando, muy enfadado con su padre porque no
conseguía que James dejara de llorar. Luego, se enfadó conmigo porque
él dejó de llorar cuando llegaron a casa, y tardé unos veinte minutos en
que me dijera eso. Qué emociones tan grandes en cuerpos tan pequeños,
¿sabes? En fin, pensé que si Richard, el juez Stone, o quien sea, ordena
que vuelvan a casa de Nolan, quizá deberíamos enviar la cuna de James.
Solo tiene un corralito y, sinceramente, no estoy segura de soportar ver
esas marcas de dientes que le dejó sin llorar si no está aquí, ¿sabes? Será
mejor que cuelgue antes de que me corte el buzón de voz. Te amo.
Cuídate.
Traducido por Gesi
Corregido por Umiangel

Harper
—Hola, soy yo. Emerson dijo que consiguió enviarle un mensaje a
Spencer, pero esa parte del equipo de certificación está contigo, por lo
que no pueden enviarte a casa porque eres el líder del escuadrón. Lo
entiendo. Simplemente desearía que estuvieras aquí. Mañana es la
audiencia y ni siquiera sé cómo sentirme. Esa noche en que dije que me
haría cargo de los niños, nunca lo vi venir, Knox. Nunca vi venir nada de
esto. Ni a ti. Ni a nosotros. Ni la forma en que me siento por ellos. Es
difícil. Te amo tanto, y me gustaría que pudieras abrazarme. Vi que el
incendio tiene un dieciocho por ciento de contención, lo que es genial.
Por favor, mantente a salvo, Knoxville. Te amo.
Traducido por Julie
Corregido por Umiangel

Harper
Me quedé en la puerta del juzgado, me recogí el pelo con una mano
para que el viento dejara de agitarlo, y probé llamar a Knox por última
vez.
Saltó el buzón de voz.
—Hola, soy yo. Me dirijo al tribunal. Te avisaré lo que suceda
cuando salgamos. Te amo. —Colgué y respiré profundo. Luego entré.
Qué diferente parecía este lugar de la última vez que estuve aquí,
o tal vez era porque me casé con Knox. Ahora se sentía... eficiente. Frío.
Elliot me vio y me saludó, acercándose con una sonrisa amable.
—Buenos días.
—Hola. —Agarré mi teléfono con tanta fuerza que pensé que se
doblaría.
—Somos los siguientes. Espérame aquí. —Señaló un conjunto de
bancos de madera—. Y te buscaré cuando sea el momento.
Asentí, tomando asiento.
Los amplios pasillos se encontraban en su mayoría vacíos, lo que
no era raro dado lo pequeño que era nuestro pueblo.
Un destello de color rosa me llamó la atención cuando entró la
abuela de Knox, vestida con unos sencillos pantalones y una chaqueta
de punto. Me quedé con la boca abierta. Nunca la había visto con algo
que no fuera su camisa del restaurante o simplemente algo extravagante.
—No pensaste que te dejaría pasar por esto sola, ¿verdad? —me
preguntó, dejándose caer en el asiento de al lado y colocando su bolso
verde eléctrico en su regazo.
—Gracias. —Respiré entrecortadamente.
—Knox adora a esos chicos. —Me dio unos golpecitos en el hombro,
recordándome a su nieto—. Él también te ama a ti.
No me molesté en corregirla.
—Apuesto a que está escupiendo clavos a Spencer por no dejarle
abandonar el incendio —continuó.
—¿Cómo lo sabes?
Me hizo un gesto con la mano. —Emerson se lo dijo a su madre, y
Marla vino al restaurante esta mañana. Así es como supe que te hallabas
aquí. —Me miró fijamente—. Debiste llamarme, Harper.
—No quería preocuparte. Es una pésima excusa, lo sé. —Además,
a cuanta más gente se lo contaba, más real era todo esto.
—Siempre me preocupo. Ese es mi trabajo.
Mi teléfono zumbó, la notificación me sobresaltó.
Acaba de volver la señal.
Llegaré unas horas tarde, pero estoy en camino.
Sentí que me habían quitado diez mil kilos de encima. Podía
soportar lo que fuera que me deparara la siguiente hora siempre que él
volviera a casa.
Gracias a Dios. No puedo esperar a verte.
Estoy tomando un vuelo a Gunnison. Te enviaré un mensaje
cuando aterricemos.
—¿Harper? —Elliot se acercó—. Es hora de entrar.
—Por supuesto. —Me puse de pie, alisando mi falda con un hábito
nervioso.
—Oh, vas a querer apagar eso antes de que entremos. El juez Stone
es un verdadero idiota cuando se trata de teléfonos, recuérdalo. —Elliot
señaló mi teléfono.
—Es un idiota para muchas cosas —comentó la abuela—. Y yo iré
con ella.
Escribí un mensaje rápido a Knox.
Me dirijo al tribunal. Te amo.
Luego apagué el teléfono y lo metí en el bolso. Mis labios se alzaron
en las comisuras cuando vi el carrito favorito de Liam. Era el camión de
bomberos, por supuesto, y tuve que confiscarlo justo antes de que
entrara en la escuela esta mañana.
—¿Lista? —preguntó la abuela.
—No —respondí con una sonrisa y sacudiendo la cabeza—. Pero
vamos a hacerlo de todos modos.
Elliot nos acompañó y nos sentó en la fila de asientos detrás del
abogado del Departamento de Servicios Sociales del condado, Evan
Baxter. Elliot ocupó el asiento junto a él, y Faith, la tutora ad litem de los
chicos, ocupó la mesa detrás de la suya.
El proceso comenzó de forma imprecisa. Mi atención se centró
únicamente en Nolan Clark.
Era de complexión media y su pelo oscuro se rizaba un poco en las
puntas, igual que el de Liam. También tenían la misma nariz, y tal vez la
misma línea del mentón, pero solo podía ver su perfil desde este ángulo.
Pasaron muchos años desde que nos vimos, y la complexión desgarbada
que recordaba se había rellenado un poco. Parecía sano. Eso era una
buena señal, ¿no?
Richard dijo algo desde el banquillo y Nolan se levantó, dejando su
silla mientras se dirigía al estrado. Hizo el juramento y tomó asiento,
diciendo su nombre cuando se lo pidieron.
—Y solo para que quede acordado, ¿puede señalar a los menores
de los que hablaremos con sus nombres y fechas de nacimiento? —le
preguntó Evan.
Nolan se inclinó hacia el micrófono. —Sí. El cumpleaños de Liam
Nolan Clark es el dieciséis de enero, y James... Theo... Clark... —Su frente
se arrugó—. ¿Creo que el cumpleaños de James es el primero de agosto?
Mi corazón se desplomó, y debí de hacer una mueca, porque la
mano de la abuela se posó rápidamente sobre la mía, apretando en señal
de apoyo.
Ese no era el cumpleaños de James.
Evan ladeó la cabeza, pero no corrigió a Nolan. —¿Puede decirnos
cómo se preparó para conseguir la custodia completa de sus hijos?
¿Cómo diablos no sabía el cumpleaños de James? La incredulidad
y la ira luchaban por el control de mis emociones.
—Claro. —Se movió en su asiento y tiró del cuello de su camisa a
cuadros—. Alquilé un apartamento por tres años, ya que pensé que
mantener a los chicos en su entorno habitual sería bueno para ellos.
Los ocupantes de las mesas de enfrente asintieron con la cabeza.
—Tengo un trabajo en uno de los equipos de construcción de Ryan
Coulter. Paga bien, y dijo que me adaptaría el horario laboral si necesito
recoger a los niños o algo así. —Su mirada se dirigió a la mía y la alejó
rápidamente.
¿Cómo pueden dos personas amar a los mismos niños con tanta
ferocidad y seguir siendo completos extraños?
—Tengo el apartamento preparado y conozco los horarios de los
chicos.
Pero ni siquiera sabía el cumpleaños de James. Knox estaría
furioso.
¿Por qué estás tan obsesionada con eso?
—¿Así que se siente totalmente preparado y comprometido con el
cuidado de los dos menores? —preguntó Evan.
—Sí. —Nolan asintió con entusiasmo.
—¿Y qué le impidió venir justo después de la muerte de la madre
biológica de los niños?
Esa es exactamente mi pregunta.
Nolan tragó saliva y miró nerviosamente a Richard, luego a mí.
—Yo... —Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo—. Dejé a Lisa,
su madre, en un aprieto. Lo sé. Tampoco estoy orgulloso de ello. Y cuando
me enteré de que había muerto... —Sacudió la cabeza—. Supongo que no
sabía si podía ser lo que los chicos necesitaban, ¿sabe? Existía una parte
de mí que pensaba que tal vez se encontraban mejor donde estaban.
La abuela me apretó la mano y me di cuenta de que apretaba con
fuerza la suya y aflojé un poco.
Me daba vergüenza admitirlo, pero una parte de mí pensaba que
los chicos también se hallaban mejor con nosotros. Tal vez al principio
no, pero después de cinco meses... Se adaptaron. Eran amados. Estaban
estables. Eran felices...
No son tuyos.
—Pero me di cuenta de que me necesitaban. Soy su padre. No
quería que pensaran que algo estaba mal con ellos, o que no los quería.
Eso arruina a un niño. Y no es que no haya metido la pata muchas veces
en mi vida, porque lo he hecho, pero no quiero meter la pata con ellos.
Lisa se ha ido, así que soy todo lo que tienen. Y no soy perfecto, pero no
los defraudaré. Nunca más. —Elevó la barbilla y lo vi: una determinación
férrea en su postura, en sus ojos, que me dio una pizca de esperanza de
que tal vez haría lo mejor por ellos.
Respondió a unas cuantas preguntas más de procedimiento, tanto
de Evan como de su propio abogado, y luego se retiró y tomó asiento.
—¿Harper? —dijo Evan suavemente, señalando hacia el estrado—.
¿Le importaría responder algunas preguntas para nosotros?
—Claro. —Mis rodillas temblaron un poco al ponerme de pie. Seguí
su ejemplo, caminando entre las filas de mesas hacia el puesto. No
tropieces. No tropieces. No tropieces.
Tommy Schreiner me tomó juramento y yo subí al pequeño estrado
con barandilla y me senté, alisando mi falda.
Richard me ofreció una sonrisa educada pero tensa. Piensa en él
como el juez, no como tu ex.
—¿Puede decir su nombre completo para el registro? —preguntó
Evan.
—Harper Evelyn Anders. —El sonido amplificado de mi voz a través
de los altavoces me desconcertó por un segundo.
Las cejas de Evan se dispararon. —Lo siento, pensé que era
Daniels.
Mi estómago cayó al suelo. Luego al sótano. Luego al centro de la
propia tierra. Mi mirada voló hacia la abuela, cuyos ojos se abrieron de
par en par, pero me dedicó una sonrisa alentadora. Me lamí los labios
repentinamente secos. ¿Tenía algodón en la boca o estaba a punto de
sufrir un ataque de nervios?
—Estoy casada con Knox Daniels, pero conservé mi apellido —logré
decir finalmente. Por reflejo, miré a Richard, que rápidamente disimuló
su mirada de sorpresa—. Es un poco anticuado suponer que una mujer
adopte el apellido de su marido, ¿no cree?
—Cierto. Sí. Por supuesto. —Evan parpadeó—. Bien, ¿entonces
usted y su marido son los padres adoptivos registrados de James y Liam
Clark?
—Sí.
—¿Y también es la maestra de preescolar de Liam? —Evan debió
de percibir la confusión en mi rostro, no es que no lo supiera ya que su
hija estuvo en mi clase el año pasado, porque rápidamente aclaró la
pregunta—. Esto es solo para el registro.
—Sí, soy la maestra de Liam y, desde el año pasado, también soy
la propietaria de Pequeños Legacies, el preescolar. Tengo a Liam desde
hace dos años, y pasará a la primaria este otoño. —Oh, Dios mío, estaba
balbuceando. Cálmate. No estás en juicio aquí.
—¿Y su marido no puede acompañarnos hoy?
Asentí. —Knox está en un incendio y no pudo llegar a tiempo. —
Habría dado cualquier cosa por ver su cara ahí fuera, sus ojos marrones
manteniéndome firme durante todo esto.
—Y le deseamos un buen regreso. —Evan ojeó una hoja en su
portapapeles—. ¿Cómo manejó Liam la transición del regreso de su
padre?
Miré a Nolan y me quedé momentáneamente helada. Su rostro se
encontraba pálido y un poco verdoso, ¿y esa mirada en sus ojos? ¿La que
me dirigía a mí? Era miedo. Estaba tan nervioso como yo. ¿Era esta la
parte en la que se suponía que debía encontrar una forma de destrozarlo?
¿Encontrar algo que decir que hiciera pensar a Richard que los chicos no
estaban listos para volver a casa todavía?
¿A quién ayudaría eso? Desde luego, a los chicos no.
—Ha tenido tanto sus retos como sus recompensas —respondí con
sinceridad.
—¿Puede explicarlo?
—Liam ha tenido algunos problemas para dormir desde que el
señor Clark comenzó las visitas, pero creo que se debe más a que se
siente inquieto que al regreso de su padre. —La luz captó el diamante de
mi anillo de compromiso y me ardió el pecho. Quería que Knox estuviera
conmigo. Necesitaba que estuviera aquí—. Siempre está muy emocionado
por ir a las visitas.
—¿Y James?
—James tiene un año —dije encogiéndome un poco de hombros—.
Se pone un poco inquieto después de las visitas, pero creo que es porque
se programan durante la hora de la siesta, y de nuevo, la inestabilidad es
un poco dura para los niños. Está conociendo al señor Clark, y creo que
el señor Clark lo está conociendo a él.
Nolan asintió.
Evan hizo otra serie de preguntas sobre el día a día de los chicos,
y entonces el abogado de Nolan se puso en pie, abotonando su americana.
—Señora Anders, me doy cuenta de lo mucho que le importan los
chicos. —Su sonrisa era forzada, educada.
—Gracias. Tanto Knox como yo nos preocupamos mucho por ellos.
—Si no fuera así, no habría dolido tanto.
—De hecho, ustedes aceptaron ser un hogar preadoptivo para ellos,
¿no es así?
—Sí. —Me estremecí—. Lo hicimos. Es decir, sí, cuando Elliot nos
preguntó si estaríamos dispuestos a adoptarlos, dijimos que sí. —No
digas nada errado.
—¿Entonces es justo decir que solo quiere lo mejor para ellos?
—Por supuesto.
—Última pregunta. Si pudiera dar a Liam y James una cosa, ¿qué
sería? ¿Qué les falta en sus vidas ahora mismo?
Mil millones de respuestas revolotearon por mi cerebro.
—Justo en este momento —insistió—. No pensando en el futuro,
sino en el día de hoy.
—Estabilidad —respondí—. Les falta estabilidad. Liam quiere saber
dónde va a apoyar la cabeza por la noche y, lo que es más importante
para él, dónde lo hará James. Quiere saber a qué hora será la cena y cuál
es el plan para mañana. Solo quiere estabilidad. —La cual tenía hasta
que Nolan decidió volver. Que solo recuperaría si Nolan se quedaba o se
iba para siempre.
Me dejaron bajar y volví a mi asiento junto a la abuela, con el
corazón acelerado.
Faith dio su opinión como abogada de los chicos, secundando mi
propia opinión de que necesitaban estabilidad.
Entonces los ojos de Richard se encontraron con los míos al otro
lado de la sala y el aliento se congeló en mis pulmones. Nunca me miró
así, ni siquiera en todo el tiempo que salimos juntos. Estaba dolido. Sabía
cuál sería su veredicto.

***

Cuatro horas. Eso es todo lo que me dieron para empacar cinco


meses de la vida de James y Liam. Inmediato significaba que no habría
una última hora de dormir o de cenar. Ni el último cuento ni la última
excursión al parque.
Los recogí temprano del colegio y de la guardería, así que al menos
tuve esos preciosos momentos mientras llenaba maletas y bolsas de lona
con ropa y juguetes.
Liam coloreaba en el mesón de la cocina y James caminaba
felizmente en su corralito mientras yo sacaba las tazas y los biberones de
los armarios y los colocaba en cajas.
Adormecida. Estaba total y completamente entumecida. Era casi
como si esto le estuviera pasando a otra persona. Como si me hubiera
topado con la historia de alguien y no pudiera conectar con el personaje.
Mis manos se movían, pero no recordaba haberles dado la orden. Me
encontraba en piloto automático. Respiraba y mi corazón latía, pero eso
era solo porque mi cuerpo elegía la supervivencia.
Esto era el estado de shock, ¿verdad? Me cuidé de no examinar
demasiado mi falta de emociones por miedo a que una se escapara de su
jaula y me devorara entera.
Los únicos sonidos provenían de los pocos juguetes que dejé para
que James jugara, y de la narración de Liam sobre cómo le había ido el
día.
Rechacé las ofertas de ayuda de la abuela. Todo en estas horas era
sagrado. Privado. Solo quería a Knox, y como no había mandado ningún
mensaje, solo podía suponer que seguía en el aire.
—Y dijo que solo tendríamos que compartir la habitación durante
un tiempo —contó Liam desde su taburete, con el ceño fruncido por la
concentración en su dibujo. Se tomó la noticia con el mismo estoicismo
con el que se tomaba todo lo demás: demasiado viejo para su edad real.
—Es increíble —respondí automáticamente.
—Y le dije que me gusta compartir con James. No pasa nada. —Se
encogió de hombros y siguió coloreando.
—James tiene suerte de tenerte. —Tomé la pila de baberos del
cajón de la isla y los empaqué.
—Entonces, ¿supongo que ahora viviremos allí? —Dejó de colorear
y me miró con sus solemnes ojos marrones—. ¿Con mi padre?
Ya se lo había dicho, y él preguntó al menos tres veces más. No es
que pudiera culpar al niño por sentir que la respuesta podría cambiar.
—Sí —respondí, forzando una sonrisa—. Y todavía te veré en la
escuela…
—Pronto empiezo la primaria.
—¿No va a ser divertido? —No pensaba en absoluto en el hecho de
que solo lo tendría en clase unos días más mientras le pasaba la mano
por el pelo y miraba el reloj.
¿Solo tenía cinco minutos más? ¿Cómo diablos se redujeron cinco
meses de nuestras vidas a cinco malditos minutos? ¿Y dónde demonios
se hallaba Knox?
El pánico helado me oprimió la garganta y lo empujé hacia abajo,
forzándolo a entrar en la caja donde estaban escondidas todas mis otras
emociones inconvenientes.
—¿Y no volveremos aquí? —preguntó Liam, observando la pila de
equipaje en la base de la escalera.
—No. —Me esforcé por sonar alegre y fracasé estrepitosamente—.
Pero te veré mañana temprano en la escuela, y podrás contarme todo
sobre cómo fue tu primera noche. ¿De acuerdo?
Pareció meditarlo un momento antes de asentir lentamente.
El timbre de la puerta sonó.
Pensé en no contestar, pero abrí la puerta.
El rostro de Elliot estaba lleno de alguna emoción... tal vez de
simpatía... antes de transformarla en una sonrisa mientras volvíamos a
entrar en la cocina. —¿Estás emocionado por volver a casa, Liam?
—A casa. —Se tomó su tiempo con la palabra, como si estuviera
probando su sabor.
—Empezaré a cargar tus cosas. ¿Harper? —Elliot me hizo un gesto
y la seguí hasta la pila de pertenencias de los chicos—. Pensé en darte
un minuto para despedirte.
—Qué considerada.
Ella retrocedió ligeramente. —Harper...
—No lo hagas —susurré—. Ni siquiera han pasado una noche bajo
su techo.
—El juez Stone...
—Sí. Estuve allí —interrumpí—. Pero hicimos las clases. ¿No se
supone que primero pasan los fines de semana o algunas noches?
—Entiendo que esto es difícil para ti —dijo suavemente, con los
ojos llenos de una suave emoción que me revolvió el estómago.
—No tienes ni idea de lo que es esto para mí. —Mantuve la voz baja.
No había palabras para lo que era esto. El infierno ni siquiera comenzaba
a tocarlo—. Ni siquiera le dieron a Knox la oportunidad de despedirse.
Parpadeó. —No es un adiós, Harper. No en un pueblo tan pequeño.
Verás a Liam en la escuela mañana. Y me gustaría que pudieras ver lo
bien que lo estás haciendo, lo mucho que has hecho por estos dos niños.
Sin ti, habrían sido separados en diferentes hogares durante los últimos
cinco meses. Los mantuviste juntos. Estás ayudando a reunir a su
familia.
Nos están destrozando. Porque en algún momento dejaron de ser
ellos, y simplemente se convirtió en un nosotros.
—En serio espero que tú y Knox decidan acoger de nuevo si surge
la necesidad.
Mi mirada se dirigió a la suya. —¿Disculpa?
—Con Liam y James no. Sinceramente, creo que estarán bien, o no
los enviaría a casa. Quiero decir, en caso de que otra familia necesite...
—Deberías cargar sus cosas. —Me di la vuelta antes de que pudiera
terminar y la dejé para que sacara las cosas. No pude ver más allá de los
dos minutos siguientes, y Elliot ya pensaba en otros niños... Yo quería a
mis niños, y ella se los llevaba.
Liam se puso al lado de James y acarició la cabeza de su hermano.
—Está nervioso.
Sabía que no era nada de eso, pero le seguí el juego. —Está bien
estar nervioso, sobre todo cuando hay grandes cambios. —Las palabras
se me atascaron en mi garganta.
—Le preocupa no volver a verte. —Le tembló el labio inferior.
—Me verá —le prometí con los ojos llorosos, sacando a James del
corralito y abrazándolo. Todavía olía al champú para bebés que guardé
en la bolsa Ziploc para que no se derramara en el viaje a casa de Nolan.
—Pero él también está feliz —susurró Liam.
Me dejé caer para estar a la altura de sus ojos. —Espero que esté
súper feliz. Eso es todo lo que quiero para él. Para los dos. —No iba a
sobrevivir a los siguientes minutos. No era físicamente posible sobrevivir
al sufrimiento que amenazaba con inundar cada parte de mi corazón.
Aguanta por ellos.
Los labios de Liam se fruncieron y sus ojos se abrieron, haciendo
que los míos se pusieran llorosos.
—Está bien sentir mucho, Liam. Puedes estar feliz y nervioso al
mismo tiempo. Puedes sentir lo que quieras. ¿Lo entiendes? —Le quité
una lágrima de la mejilla con el pulgar.
—¿Te hemos hecho enfadar? —lloró.
—¿Qué? —La conmoción de sus palabras hizo que se abriera la
cajita en la que había metido mis emociones, y me tambaleé entre el
adormecimiento tranquilo que me invadió desde el tribunal esta mañana
y el caos puro, feo y crudo.
—¿Por eso no vamos a volver nunca aquí?
—No. —Lo atraje hacia delante para abrazarlo, sujetando a los dos
con tanta fuerza que era un milagro que alguno de nosotros pudiera
respirar—. No, Liam. No estoy enojada. Siempre estaré aquí para ustedes
si me necesitan. Son los niños más afortunados porque mucha gente los
ama. Yo los amo. Knox los ama. Su padre los ama, y los está esperando
en su casa para demostrarles lo mucho que los ama. No es un castigo,
cariño. Todo esto es algo bueno. Es lo que querías, ¿recuerdas? Dijiste
que tu padre vendría, y lo hizo. Los está esperando.
—Yo no elegí. —Se moqueó en mi oído—. Te prometo que no elegí.
—Oh, cariño. —Los acuné a ambos, sintiendo que mi compostura
se resquebrajaba, preparándose para romper en una avalancha—. Lo sé,
y me alegro de que no hayas tenido que hacerlo. Lo mejor de ser pequeño
es que no tienes que tomar las grandes decisiones, y lo peor es saber que
no puedes hacerlo. Y sé que no lo entenderás hasta que seas mayor, pero
tienes que saber que todos los que te rodean se esforzaron por tomar las
mejores decisiones para ti.
Se apartó y se limpió la nariz con el hombro de la manga.
Por una vez, no lo corregí. Ese ya no era mi trabajo.
—Te amo —dijo—. Está bien, ¿verdad?
—Por supuesto. —Sonreí, aunque él titubeó en mi visión—. Nunca
puedes tener demasiada gente que te ame.
Asintió con la cabeza y guardé el resto de los juguetes de James en
su bolsa de pañales antes de entregársela a Elliot mientras acompañaba
a los niños hasta el borde del porche.
—Hasta aquí llego —les dije, besando la frente de James—. Te amo,
pequeño. Intenta no vomitar encima de todos, ¿vale? —El aire dejó de
existir cuando lo entregué a los brazos de Elliot, que lo esperaba.
—Vamos a abrocharte en la sillita —dijo, alejándose.
—Yo cuidaré a James —prometió Liam.
Me bajé a su nivel. —No tendrás que hacerlo. —Le aparté el pelo de
los ojos—. Tu padre va a cuidar de los dos. —Por favor, Nolan, no les
falles.
Se lanzó a mis brazos, y yo lo abracé con fuerza.
—Me alegro mucho por ti, Liam —dije entre dientes.
—Te veré mañana. —Me soltó y me obligó a dejar los brazos
inertes—. ¡Y te dejé un dibujo en la encimera! —Saludó con la mano
mientras corría por la acera hacia donde esperaba Elliot.
Ella abrochó el cinturón de Liam mientras yo miraba desde el
porche, y luego volvió a subir a la acera. —Solo quería agradecerte de
nuevo por todo lo que...
Levanté la mano, con la palma hacia ella, deteniéndola antes de
que se acercara. —Hoy no. —Me di la vuelta, entré en la casa y cerré la
puerta tras de mí, escuchando hasta que salió de la calzada.
Entonces se hizo el silencio.
No había nada.
Ni juguetes. Ni risas. Ni abrazos. Ni siquiera Knox. Estaba completa
y totalmente sola.
Me dirigí a trompicones hacia la cocina. Necesitaba a Knox, aunque
solo fuera para escuchar su voz a través del teléfono. Ya tenía que haber
aterrizado, ¿no? ¿Por qué no había llamado?
Abriendo mi bolso, metí la mano y… No.
Mis dedos rodearon el camión de bomberos favorito de Liam. Lo
saqué de mi bolso y el dique de mis emociones estalló. La agonía hundió
sus garras en mi pecho y me desgarró.
Con el camión de bomberos en la mano, me deslicé por el borde del
armario hasta que mi trasero chocó con la madera dura, y entonces oí el
sonido de un animal herido que se lamentaba llenando la habitación y
resonando en las paredes.
¿Dónde se encontraba la felicidad por haberlos reunido? ¿Dónde
estaba la satisfacción de haber hecho lo que nos propusimos? ¿Por qué
se hallaba enterrada bajo montañas de dolor inamovible? Me dolía tanto
que no podía respirar, no podía obligar a mis pulmones a aspirar el aire
más allá de mi cruda y dolorida garganta. No podía dejar de llorar, mis
sollozos me desgarraban con tal fuerza que me hacían temblar.
Tendría que haber cogido el teléfono y haber llamado a Emerson o
a Avery, pero ellas no podían ayudar y no lo entenderían.
La única persona que quería, la única que podía sentir esto
conmigo, no estaba aquí.
Nunca estaba aquí, maldita sea.
Por primera vez en mi vida, había una parte de mí que odiaba a
Knox Daniels.
Traducido por Julie
Corregido por Umiangel

Knox
Era poco más de las cinco cuando entré en Legacy, y el vehículo
que el equipo dejó en el pequeño aeropuerto de Gunnison tenía el tanque
vacío. Maldita sea, tendría que parar a echar gasolina. Solo me molesté
en ducharme en el aeropuerto porque tuve tiempo antes del vuelo, y
seguía oliendo a ceniza y hollín; estaba permanentemente marcado en mi
ropa.
Harper no contestaba al teléfono. Saltó el buzón de voz treinta y
siete veces, y lo único que me decía la abuela era que tenía que ir a casa,
así que manejé lo más rápido que pude.
Entré en la gasolinera de las afueras de la ciudad y deslicé mi
tarjeta de crédito en el lector como si esa fuera la fuente de toda mi
frustración.
Los mensajes de voz de Harper se repitieron durante la hora que
me llevó conducir, y por primera vez desde que murió papá, odié los putos
incendios. Debí estar aquí. Debí tomar su mano mientras entrábamos en
ese juzgado, igual que el día que salimos de él, casados y luchando por
mantener juntos a los niños.
Los niños. Con suerte, todavía estarían despiertos para cuando
llegara a casa.
Estarían en casa. Tenían que estarlo. Era imposible que Harper
dejara que Servicios Sociales sacara a los niños de nuestra casa antes de
que pasaran la noche con Nolan. Me preparé para que las visitas fueran
los fines de semana, sinceramente. No sabía cuántos fines de semana
harían falta para que él mostrara su verdadera cara y abandonara a los
niños cuando la novedad de la paternidad desapareciera.
Metí la boquilla de la gasolina en el depósito y empecé a llenar. ¿Y
por qué demonios pensaba en regalar la cuna de James? Si Nolan Clark
quería una cuna en su casa, podía perfectamente comprar una, como la
que teníamos nosotros.
—Más vale que haya comprado una, maldita sea —murmuré,
apoyándome en el todoterreno salpicado de barro y dando golpecitos con
el pie como si necesitara seguir el ritmo de una banda de música a toda
velocidad.
—¿Knox?
Me giré y vi a Richard Stone llenando su Mercedes.
—Me pareció que eras tú. —Se frotó la nuca—. Mira, quiero que
sepas que no tiene nada que ver con su apellido.
—¿De qué demonios estás hablando? —Mis ojos se entrecerraron.
—Harper. Los niños de Clark. —Levantó las cejas hacia mí, y yo le
devolví la mirada, atando cabos. Él sabría lo que pasó porque estaba allí.
Estuvo en el tribunal—. No fue porque no creyera que no eran una pareja
estable o algo así.
—Explícate. —Me bajé del vehículo.
Me miró como si yo no tuviera ni idea, y en ese momento no pude
discutir con él. —No decidí reunir a la familia Clark porque Harper no
cambió su apellido al tuyo. Eso no entró en mi pensamiento en absoluto,
y no quería que pensaras que sí. O que fue un prejuicio contra Harper...
—Maldita sea, ¿tú qué? —grité, lanzándome hacia él solo para ser
detenido por la manguera de la gasolina.
Levantó las manos y retrocedió dos pasos, luego ladeó la cabeza.
—Oh, mierda. No lo sabes, ¿verdad? ¿No has hablado con Harper?
—¿Le devolviste a mis hijos? —Estaba gritando, y no me importaba
una mierda.
—No eran tus hijos, Knox. —Negó con la cabeza—. Y no te debo
más explicación de la que ya te he dado, pero no había ninguna razón
legal para mantenerlos separados, y elegí lo que pensé que sería mejor
para la estabilidad de los niños a largo plazo.
—¿Le. Diste. A. Mis. Hijos? —Saqué la boquilla del tanque y la metí
de nuevo en su funda en la bomba. Fue mucho menos violento que los
pensamientos que me rondaban por la cabeza de atravesar la cara de
Richard con el puño.
No esperé a que respondiera. En vez de eso, me puse al volante,
arranqué el motor y puse el coche en marcha, sin importarme una mierda
que el depósito estuviera apenas medio lleno. Ni siquiera pasé por la sede
del club para coger mi camión. Me fui directamente a casa.
Tenía que estar jodiendo conmigo, ¿no? No era posible que volviera
a casa para encontrar que James y Liam se habían ido. Richard estaba
siendo fiel a su apodo de imbécil y jugaba conmigo porque yo conseguí
hacer lo único que él no pudo: poner un anillo en el dedo de Harper.
Harper no cambió su apellido al tuyo.
No sabía de qué demonios hablaba.
Rompí el límite de velocidad en algunos lugares, pero me ahorré
cinco minutos de viaje para cuando llegué a la entrada y aparqué.
Dejé la mochila en el asiento trasero y salí, introduciendo el código
del garaje en el panel y esperando a que la puerta se levantara. Todo
parecía igual. La bicicleta de Liam estaba en la esquina, y me asomé al
coche de Harper para ver dos asientos de coche todavía instalados.
Entonces atravesé la puerta del cuarto de lavado. —¡Harper!
No se encontraba en el salón ni en la cocina.
—¡Harper! —Volví a gritar, caminando hacia las escaleras.
—Estás en casa.
Me giré para verla salir del lavadero, con la cabeza abajo y una
cesta llena de ropa en las manos. Pasó junto a mí y entró en la cocina,
dejando la cesta en el mesón entre nosotros.
—¿Qué infiernos pasó? —Me puse a caminar detrás de ella—. ¿Y
por qué demonios no contestaste el teléfono hoy? —Levanté la voz.
—Infierno es una gran palabra para describir el día de hoy. —Sacó
una de mis camisas y la dobló—. Y no contesté porque no llamaste. —No
había ira, ni pena, ni emoción alguna en su tono.
Saqué mi teléfono del bolsillo trasero y le mostré el registro de
llamadas. —¡Te llamé treinta y siete veces!
—¿Sí? —Levantó la vista hacia mí y se me hundió el pecho. Tenía
los ojos hinchados y enrojecidos, y el rimel le dejó largas vetas negras en
las mejillas. Se dirigió robóticamente hacia su bolso y sacó su teléfono—
. Supongo que me olvidé de volver a encenderlo después del juicio. —
Presionó el lateral del aparato y éste se iluminó, encendiéndose.
—No lo encendiste. —Repetí la frase solo para ver si sonaba tan
ridícula cuando la decía. Así fue.
Giró la cabeza lentamente, y había fuego en sus ojos. —Lo siento,
Knox. ¡Estaba un poco ocupada recogiendo todo lo que tienen James y
Liam!
Aparté mis ojos de los suyos e hice un rápido balance del espacio.
—¿Dónde está la sillita alta? ¿Y el corralito?
—Los puse en el sótano porque no soportaba verlos. —Puso su
teléfono en el mesón.
La gravedad se inclinó hacia un lado. ¿Había dicho Richard la
verdad? —Harper, ¿dónde están los niños?
—Están en casa. En casa de Nolan.
—¿Dejaste que se llevaran a nuestros hijos? —solté.
Se echó hacia atrás como si la hubiera golpeado. —¿Si los dejé?
¿Crees que los dejé?
—Mierda —murmuré—. Eso salió mal. —Todo esto, cada parte de
ello estaba mal.
—¿Tú crees? —respondió ella.
—¿De verdad se fueron? —Me quedé mirando a través de la cocina
el espacio vacío al final de la mesa del comedor donde se suponía que se
encontraba la sillita de James—. ¿Así de fácil?
—Así de fácil. —Dobló otra camisa.
—¡Ni siquiera pude despedirme! —Me pasé las manos por el pelo—
. ¿Cómo carajo es eso justo?
—¡Nada de esto es justo! —gritó Harper, arrojando un par de mis
pantalones cortos al mesón—. Le rogué a Elliot que me diera más tiempo
cuando nos encontrábamos en el juzgado, pero la reunificación inmediata
es justamente eso: inmediata.
—Al menos pudiste despedirte de ellos. —La tristeza y la rabia
tiñeron de rojo mi visión. ¿Cómo pudieron simplemente... llevárselos?
—Sí, Knox. Soy yo la que tuvo que asegurarle a Liam que no había
hecho nada malo, que todos en esta situación lo amaban. Soy yo la que
tuvo que empacar todo mientras me mantenía firme. Soy yo la que tuvo
que testificar, la que tuvo que mirar a Nolan a la cara, la que tuvo que
escuchar la decisión de Richard. Yo. ¡No tú, porque no estabas aquí!
Nunca estás aquí. —Extendió los brazos, señalando el espacio vacío de la
casa.
También podría haberse lanzado a la yugular. —¿Me estás diciendo
que esto sucedió porque yo no me encontraba aquí? ¿Que podía evitarlo
de alguna manera? —Tal vez podría haberlo hecho. Tal vez si hubiéramos
presentado un frente unido...
—¡No tuvo nada que ver con nosotros! Nunca tuvo nada que ver. —
Se frotó las mejillas, enjugando unas lágrimas que me destrozaron—.
Nunca fuimos sus padres. Nunca fueron nuestros hijos.
Di un paso atrás. —Nos preguntaron si estaríamos dispuestos a
adoptarlos, ¡y dijimos que sí! Hicimos planes. Reorganizamos toda
nuestra vida para ser sus padres. Les dimos prioridad. Los amamos. ¡Nos
casamos por ellos!
Se estremeció. —Sí. —Asintió con la cabeza, con la expresión más
tensa que nunca había visto—. Y fue un hermoso y caótico sueño, ¿no?
Arriesgamos nuestros corazones porque eso es lo que merecían y nos
dejamos enamorar por ellos, pero la realidad es que nunca tuvimos
derecho a soñar con ellos, y nunca se trató de nosotros. Afrontémoslo.
Tienes razón. Nos casamos por ellos. Sin ellos, nunca me habrías mirado,
y mucho menos te habrías permitido sentir algo por mí. Todo fue por
ellos.
Un segundo. No fue todo por ellos, para mí no. Tal vez los niños
fueron el catalizador, pero me enamoré de Harper por mi cuenta.
Harper no cambió su apellido al tuyo. La bilis subió a mi garganta.
—Te estuve llamando señora Daniels desde abril —logré decir.
Harper apartó la mirada.
—Es verdad, ¿no? —Resoplé—. No llevas mi apellido, ¿verdad?
Negó con la cabeza.
—Vaya. —Qué maldito estúpido pude haber sido al pensar que
Harper Anders, la belleza del baile de Legacy, habría querido mi apellido.
—Knox, fue porque...
—Ahórratelo. Ni siquiera me molesta que no lo hayas aceptado. No
soy tan machista. ¿Pero dejarme creer la mentira de que sí lo hiciste
durante todos estos meses? Fue un golpe bajo. —Mi corazón se rompió
de otra manera. Perder a los chicos lo fracturó, ¿pero no haber tenido
nunca a Harper? Los fragmentos se hicieron polvo.
—Lo siento —susurró, dando un paso en mi dirección—. Mira, tal
vez ambos necesitemos tomarnos un segundo y respirar.
Retrocedí, manteniendo el espacio entre nosotros, y ella se detuvo.
—Respirar no va a ayudar. —Me sentí como si alguien hubiera tomado
un borrador de la pizarra de mi plan de vida y lo hubiera borrado todo de
golpe.
—Tienes razón. —Sus hombros se enderezaron—. Quizá debería
pasar la noche en mi apartamento...
El motor de mi cerebro estalló. —¿Todavía tienes tu apartamento?
—Mierda, ¿ella tuvo un pie fuera de la puerta todo este tiempo?
—Sí —admitió—. Pensé...
—No lo hagas. —No tenía la seguridad de que mi corazón pudiera
soportar la explicación. Ella siempre estuvo planeando irse. Supongo que
era más de un sueño el que se terminaba esta noche—. Tal vez sea mejor
así.
—¿Qué quieres decir? —Sus ojos se abrieron de par en par.
Cualquier lógica que quedara en mi cabeza me gritaba que parara,
que hiciera una pausa, que pensara, pero era como tirar una botella de
agua a un incendio forestal. Si siempre planeó irse, entonces tenía que
dejarla ir.
—Lo construimos todo alrededor de Liam y James, y ahora se han
ido. Ya no hay nada que nos retenga a esto, el uno al otro.
Sus labios se separaron.
—Los dos somos libres. —Sin decir nada más, salí, dejándola de
pie en mi cocina.
El motor continuaba caliente cuando salí de la calzada, con los
nervios a flor de piel y el pecho pesado. ¿Dónde diablos iba a irme? Todos
mis amigos seguían en el incendio, y yo no me hallaba preparado para
ver a la abuela ni para escuchar su relato de lo que pasó hoy.
Me dirigí a la única otra casa que tenía, aparcando frente a la sede
del club. Los coches de todos continuaban aquí, alineados como si los
hubiéramos dejado la semana pasada.
La semana pasada todo había sido... perfecto, y ahora la vida era
una auténtica mierda.
Me eché la mochila al hombro y cerré el vehículo, dirigiéndome a
mi camioneta. Tal vez mañana podría conseguir un vuelo de vuelta con
el equipo, pero esta noche no. El camión emitió un pitido cuando pulsé
el botón de desbloqueo, y arrojé mi mochila en el asiento trasero... y me
quedé helado.
Los asientos del coche seguían aquí, como si estuvieran esperando
a que recogiera a los niños. Otra oleada de dolor... de pena amenazó con
hundirme.
Necesitaba un trago.
Tardé exactamente diecinueve minutos en llegar al Wicked, el único
bar de Legacy, y otros noventa segundos en apoyar el culo en un taburete
y levantar la mano.
—Me preguntaba cuándo te veríamos por aquí, Daniels —se burló
Bobby Atwell con una sonrisa, apoyado en el otro lado de la barra—.
Empezaba a pensar que realmente te habías convertido en un marido de
los suburbios.
—Ja. —No estaba de humor para su mierda, aunque hubiéramos
ido juntos a la escuela—. Una cerveza, por favor.
—Enseguida. —Se giró y la sirvió del barril.
El público habitual estaba en la noche del jueves, al menos quien
yo recordaba que era el público habitual. Incluso Ryan Coulter se hallaba
en la esquina, tomando una cerveza con una rubia que no era su esposa.
Solía frecuentar el Wicked cada vez que llegaba a la ciudad, pero llevaba
cinco meses viviendo aquí y ésta era la primera vez que pasaba por allí.
Giré el anillo de oro en mi mano izquierda. Marido de los suburbios,
en efecto.
Era un marido sin esposa, y un padre sin hijos.
Al menos, cuando mi madre se marchó, mi padre aún me tenía a
mí.
—Gracias —murmuré cuando Bobby deslizó la cerveza entre mis
manos, luego me quedé mirando las burbujas que subían a la cima, las
palabras que Harper y yo nos dijimos resonaban en mi cabeza como un
juego de pinball.
¿Dejaste que se llevaran a nuestros hijos?
¡No estabas aquí! ¡Nunca estás aquí!
No llevas mi apellido, ¿verdad?
Debería pasar la noche en mi apartamento.
Ya no hay nada que nos retenga a esto, el uno al otro.
La cerveza se calentó.
Mis ojos se cerraron mientras una ola de vergüenza me invadía,
superando la ira. Dije cosas horribles. Lo peor de todo era que ni siquiera
me encontraba enfadado con ella. Vale, sí estaba muy enfadado porque
no me dijo que se quedó con su apellido, pero el resto no era culpa suya.
Ella amaba a Liam y a James tanto como yo.
Pero, ¿fueron ellos la única razón por la que me amaba? Mantuvo
su apartamento todo este tiempo, como si supiera que íbamos a fracasar.
Ella sabía que necesitaría un plan de respaldo porque yo la defraudaría.
—Te ves muy solo —me dijo una pelirroja desde mi izquierda,
deslizándose en el taburete y girando en mi dirección.
—Me veo muy casado. —Levanté la mano izquierda, mostrándole
mi anillo.
—No lo contaré si tú no lo cuentas.
—¿En serio? —Mis cejas golpearon el cielo a la vez que mi cabeza
giraba hacia ella.
Me dedicó una sonrisa tímida y se encogió de hombros.
—Nunca está de más preguntar.
El hombre que fui hace seis meses habría aceptado su descarada
oferta. Pero aquel tipo no conocía el tacto de Harper, el amor de Harper.
No sabía que el sexo era simplemente una gratificación física, como comer
o beber, sin la conexión emocional que yo ansiaba, de la que dependía.
Harper se habría vuelto loca con esta mujer si hubiera estado aquí.
Pero no estaba.
Estaba en casa, sola otra vez.
¿Qué mierda hacía yo aquí? No necesitaba un trago. Necesitaba a
Harper.
Deslizando un billete de veinte de mi cartera, asentí con la cabeza
hacia Bobby. —Gracias. —Luego dejé el dinero sobre la barra y me largué
de allí.
La pelea entre Harper y yo había sido solo eso: una pelea. No era
nada que no pudiéramos arreglar o hablar. Solo había que mantener la
cabeza fría, y hoy se habían impuesto las emociones. Al menos eso es lo
que me dije mientras conducía a casa.
Ya practicaba mi disculpa cuando entré en el garaje.
Mi estómago se hundió. Su coche no se encontraba.
—Mierda —murmuré mientras salía de la camioneta y entraba en
la casa. Probablemente fue a casa de Emerson para desahogarse.
Encendí las luces de la cocina y cogí una bebida electrolítica de la
nevera, apoyándome en el mesón mientras desenroscaba la tapa.
Mis manos se congelaron y mi corazón dejó de latir.
—No, Harper —susurré mientras miraba fijamente el mesón. No
necesitaba revisar los cajones de la cómoda o el armario para saber que
estaban vacíos. No cuando Harper había dejado sus anillos y la llave de
la casa en la encimera.
Me había abandonado.
Traducido por AnnyR’
Corregido por Umiangel

Harper
—Y entiendo su frustración, señora Daniels… —dijo el proveedor,
con la voz marcada por el fastidio.
—Anders —lo corregí. Era demasiado temprano un martes por la
mañana para este tipo de mierda, sobre todo cuando mi fin de semana
del Día del Trabajo no era más que llorar con una tina de helado.
—Lo lamento, señora Anders, pero dado que fue el señor Daniels
quien hizo el depósito, no puedo cancelar la fecha sin que él llame. Estoy
seguro de que lo entiende.
—Siempre y cuando usted entienda que no habrá ninguna boda,
entonces todo lo que está haciendo es negarse la oportunidad de reservar
otro cliente ese día. —Me froté el puente de la nariz y apoyé los codos en
mi escritorio. Esto fue todo, la última llamada que tenía que hacer para
cancelar la boda que nunca debería haber sido.
La primera llamada, la de mi madre, había sido brutal, y lo peor
fue que se mantuvo muy tranquila con todo el asunto. Toda mi vida se
desintegraba a mi alrededor, y ella se encontraba más que tranquila.
Piensa que esto es solo una disputa que se disipará.
Quizá una vez que solucionara este asunto, mi propio equilibrio
volvería. Después de todo, no era como si no hubiera vivido veintiséis
años de mi vida sin Knox, ¿no es cierto? Mi mirada se desvió hacia la foto
enmarcada de nosotros y los chicos en la esquina de mi escritorio.
Alargué la mano y la puse boca abajo.
El problema de tener a Knox durante esos cinco gloriosos meses es
que había visto mi vida en colores radiantes y ahora volvía al blanco y
negro.
—Puede ser, pero todavía necesito que llame el señor Daniels.
Después de estar de acuerdo en no estar de acuerdo, colgué con el
proveedor y dejé que mi cabeza cayera entre mis manos. Ni siquiera había
visto a Liam todavía esta mañana, y ya eran las nueve y cuarto.
—Debiste tomarte el día libre —dijo Clara desde mi puerta, con
simpatía en sus ojos. Sostenía una botella de agua en las manos.
—¿Para hacer qué? ¿Quedarme en casa y compadecerme de mí? —
Al menos el apartamento se encontraba completamente amueblado, pero
todavía se sentía vacío y mal, como si de alguna manera me hubiera
convertido en un anacronismo en mi propia casa.
Porque ya no es mi casa.
Clara chasqueó la lengua. —Está bien. Si insistes en estar aquí, al
menos hidrátate. Te ves como una mierda. —Dejó el agua en mi escritorio
y se alejó.
—Soy dueña de este lugar, ¿recuerdas? —grité.
—Puede ser, pero soy yo quien lo mantiene en marcha —replicó, ya
de vuelta en su escritorio.
No podía discutir ese punto, así que abrí la botella y bebí la mitad,
aliviando mi garganta reseca y dolorida por los sollozos. Luego saqué mi
iPad y abrí el documento que guardamos para el inventario. Empezaba la
sesión de otoño y ya habían llegado los nuevos materiales que habíamos
pedido, así que al menos podía ser útil e inventariarlo todo.
Salí al pasillo en el mismo momento en que entró Ryker.
—Hola, Harpy.
Mi postura se hundió cuando el alivio me recorrió.
Sus ojos se abrieron un poco antes de que sus pasos devoraran la
distancia entre nosotros, y luego me encontraba contra su pecho, sus
brazos se cerraron a mi alrededor, con la barbilla apoyada en la parte
superior de mi cabeza.
Solté una pequeña risa autocrítica. —No me veo tan mal, ¿verdad?
—Lo siento mucho. —Nos meció un poco, como si fuéramos niños
otra vez—. Por los chicos. Por Knox. Por todo.
Mis ojos se abrieron. —¿Cómo supiste? —No lo había llamado, no
quería preocuparlo ni distraerlo con tanto en juego con respecto a su
certificación. El olor a ceniza me llenó los pulmones, debió haber venido
directamente del incendio. Era casi divertido cómo una vez asocié esa
fragancia ahumada y afilada con la miseria, y ahora estaba… en casa.
—Sabía que Knox se iría del sitio; dividimos su escuadrón entre el
mío y el de Bash, lo que me dijo que algo pasaba con los niños. Cuando
volvíamos a casa, Avery se lo contó a River, y Emerson a Bash, quien…
—Te lo dijo a ti —terminé por él.
Asintió, y el movimiento hizo que su barba se enganchara en mi
pelo. —Ojalá pudiera hacer algo. Alguna forma de mejorarlo. Podría
matarlo por esto.
—Por favor, no te enojes con Knox —susurré—. Mucho de esto es
mi culpa, y nunca me perdonaré si soy la razón por la que pierdes a tu
mejor amigo.
Suspiró. —Es una mierda complicada, Harpy. Él es mi amigo, pero
tú eres mi hermana.
Dios lo amaba, las palabras te lo dije nunca salieron de sus labios.
La puerta se abrió detrás de nosotros, y nos separamos, girándonos
para ver a Nolan acompañando a Liam. Los dos parecían agotados, pero
Nolan parecía completamente extenuado.
Mi mirada recorrió a Liam y respiré por primera vez desde que me
despedí de él después de clase el viernes. Tenía la ropa un poco arrugada
pero limpia, pero sus labios estaban fruncidos, sus cejas tensas debajo
de su gorra de Incendio Forestales Legacy mientras se concentraba en el
lugar por el que caminaba.
—Hola —susurré.
Liam levantó la cabeza y sonrió, echando a correr los cuatro metros
que nos separaban.
Me dejé caer tanto como mi falda me lo permitía y abrí los brazos,
abrazándolo con fuerza. Olía al champú que le di.
—¿Cómo va tu mañana? —pregunté, obligándome a dejarlo ir.
—Llego tarde. —El ceño reapareció cuando me eché hacia atrás,
con mis manos sobre sus hombros.
—Sí. —Sonreí con un encogimiento de hombros—. Nos pasa a la
mayoría.
La atención de Liam se trasladó hacia arriba y se le iluminaron los
ojos. —¡Ryker!
—Hola, hombrecito. —Ryker tocó la visera de la gorra de Liam—.
Bonita gorra.
—¡Gracias! ¡Me la regaló Knox!
Mi corazón se saltó unos latidos.
—Lo supuse. Te queda bien.
Liam sonrió ante el cumplido.
—¿Por qué no vas a colgar tus cosas? —sugerí—. ¡Apuesto a que la
señorita Megan estará emocionada de que hayas llegado!
Liam asintió y se dirigió unos metros hacia su cubículo, sacando
su mochila y colgándola del gancho. —Nos vemos, Harper. ¡Adiós Ryker!
—Saludó a Nolan—. ¡Adiós, papá!
—¡Adiós! —La sonrisa de Nolan salió un poco contorsionada por la
tensión, pero saludó cuando Liam se deslizó por la puerta de su salón de
clases.
Nolan me miró.
Lo miré.
—Y esta sería mi señal para irme de este momento incómodo y
esperar en tu oficina. —Ryker me dio una palmadita en la espalda y me
dejó de pie en el pasillo vacío con el padre de Liam.
—Hola. —Nolan se frotó la nuca y contuvo el aliento, apartando la
mirada de la mía. Tenía los ojos un poco rojos con medias lunas púrpuras
gigantes debajo de ellos, y se pasó la mano por el cabello sin lavar con
nerviosismo. Llevaba la ropa para el trabajo, pero tenía la camisa al revés.
—Hola —respondí. Ryker tenía razón. Esto era muy incómodo.
—Siento que llegara tarde. —Se metió las manos en los bolsillos—.
James vomitó cuando nos preparábamos para salir y tuve que meterlo a
la bañera. Luego me di cuenta de que no tenía suficientes pañales en la
bolsa, así que tuvimos que parar en la tienda y todo se convirtió en un
caos. —Me lanzó una mirada culpable.
Como si tuviera derecho a juzgarlo.
Pero yo había estado exactamente donde él estuvo ese primer mes
con los chicos. En lugar de ira por la tardanza de Liam, sentí... empatía.
No descuidaba a los niños ni preparaba el coche para desaparecer por la
noche. Lo estaba intentando.
Separé los labios para hablar.
—Y sé lo que vas a decir —añadió—. Que no estoy haciendo un
buen trabajo. Que debería tenerlo todo resuelto. Que habrían estado
mejor contigo, y sinceramente, no es nada que no me haya dicho a mí
mismo este fin de semana.
—No iba a decir eso.
—Pero James no duerme, lo que significa que Liam tampoco. Así
que ambos estuvieron despiertos toda la noche. Todas las noches. Y el
supervisor me llamó con una queja por ruido porque Jamie no paraba de
llorar. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Amordazarlo? Y Liam... está
tan enfadado conmigo. Es como si no confiara en mí, como si él fuera el
adulto y yo estuviera fallando. No alimento bien a Jamie. No corto bien
sus sándwiches. No encuentro su camión de bomberos. No tengo un
juego de pistolas láser como Knox. No le cepillo el pelo como tú. No sé
que tiene que ponerse loción después del baño.
Se le encendieron los ojos. —Ni siquiera recuerdo la última vez que
yo me duché porque estoy demasiado ocupado intentando mantener los
dedos de Jamie fuera de los cajones de la cocina o limpiando el desorden
por si acaso Elliot hace una visita sorpresa y cree que no puedo hacerlo,
y estoy tan condenadamente cansado que probablemente podría dormir
de pie en este pasillo. —Murmuró algo y sus hombros cayeron—. Y ahora
acabo de admitir mi completa incompetencia ante el enemigo.
—No soy tu enemiga. —Negué con la cabeza y me adelanté, de modo
que solo había unos pocos metros entre nosotros. Se parecía tanto a
Liam, y aunque Jamie era solo un niño pequeño, podía ver a Nolan en la
forma de sus ojos y la forma obstinada de su barbilla.
—Querías adoptar a los niños, y yo lo arruiné. —Sus hombros
subieron y bajaron—. Yo diría que eso nos pone en lados opuestos.
Pensé en la sonrisa de Liam el día de la primera visita y en lo seguro
que había estado al principio de que su padre vendría a buscarlo.
—Estoy del lado de los chicos —dije por fin—. Y lo que necesitan
eres tú.
Parpadeó y cambió de postura.
—No soy tu enemiga, Nolan —le repetí—. Y he estado tan nerviosa
como tú en este momento, pero fue más fácil para mí porque tuve a Knox
después de esa primera noche. —Y claro, se había ido mucho este verano,
pero había estado ahí cuando más importaba, mientras nos poníamos de
pie. Nolan solo necesitaba poner los pies en ese mismo terreno firme—.
Dales a todos unas semanas para que se adapten a su nueva normalidad.
Es un gran cambio para los tres.
—¿Y hasta entonces? —Algo brilló en sus ojos. ¿Una súplica?
Crucé los brazos sobre mi pecho y pensé. —Hasta entonces, Liam
necesita sentir que James se encuentra seguro. Eso es lo primero que
piensa siempre, incluso tan joven como es. Si tienes dudas sobre Jamie,
pregúntale a Liam. Hará que se sienta útil, y comenzará a confiar en ti
una vez que vea que lo cuidas bien.
—De acuerdo. —Asintió—. ¿Qué otra cosa?
Volví a pensar en su lista de preferencias. —A Liam le gustan los
sándwiches cortados en diagonal. James vomita cada vez que toma
lactosa o, a veces, cuando tiene demasiados gases. Hay algunos videos
buenos en YouTube para ayudarte con eso. —Fruncí el ceño—. El camión
de bomberos se quedó en casa de Knox. Veré qué puedo hacer al respecto.
—La idea de llamar a Knox, de ser la primera en contactarme, me daba
náuseas—. Dile que te muestre cómo le gusta que le cepillen el pelo. La
loción después del baño ayuda a calmarlos a ambos, además estamos en
Colorado, así que su piel se seca muy rápido. En cuanto a dormir, James
probablemente echa de menos su cuna…
—No puedo permitirme una. No hasta el próximo sueldo. —Se le
flexionó la mandíbula—. Gasté todo lo que tenía en mudarme aquí y
preparar el apartamento.
—Déjame ver qué puedo hacer al respecto. —Forcé una sonrisa—.
El sueño vendrá. Y dúchate tan pronto como cierren los ojos. No importa
lo exhausto que estés, te sentirás mejor si puedes desconectar del mundo
durante cinco minutos. Estarás bien. —Respiré profundo—. Y James…
su cumpleaños es el catorce de agosto.
—Lo sé. —Se estremeció—. Bueno, ahora lo sé. No estaba aquí
cuando nació, y es culpa mía, pero estoy aprendiendo lo más rápido que
puedo. Gracias. En serio. No sé de qué otra forma decirlo. —Sus hombros
rodaron hacia adelante.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Siempre puedo recoger a Liam
de la escuela si llegas tarde, o llevarme a Jamie temprano si necesitas
ayuda antes de que abra Cherry. Intenta no verme como la oposición.
Estoy aquí para ayudar. —Las palabras eran afiladas y amargas en mi
lengua, pero ciertas.
Su frente se arrugó. —¿De verdad?
—De verdad. —Asentí.
—¿Pero por qué?
Parpadeé para evitar el escozor en mis ojos. —Porque amo a Liam
y a James. Siempre los amaré. —Tragué el nudo de emoción que obstruía
mi garganta—. Y más que nada, quiero que sean felices. Quiero que
tengas éxito. Tienes que tener éxito.
Tragó saliva y asintió. —Será mejor que me ponga en marcha. Ya
llego tarde. Gracias de nuevo.
—De nada. —Me quedé en el pasillo cuando se fue y mis hombros
se relajaron cuando la puerta se cerró detrás de él.
Escuché pasos detrás de mí y no necesité darme la vuelta para
saber quién era.
—Eres mucho mejor persona que yo —me dijo Ryker, viniendo a
pararse a mi lado—. Todavía estoy furioso de que dejara a esos chicos en
primer lugar, y sé que Knox también lo está.
—Knox está furioso por muchas cosas. —Sobre todo por mis
acciones—. Y yo todavía estoy enojada —admití—. Pero Nolan no puede
hacer nada sobre el pasado. Ya no se puede volver atrás y hacerlo bien.
Todo lo que el hombre puede hacer es avanzar y estar con los chicos. Si
podemos ayudarlo a hacer eso, entonces los chicos ganan. Así de simple.
—Y así de complicado.
—¿Necesitas algo de mí? —preguntó Ryker, envolviendo su brazo
alrededor de mi hombro—. Mi casa siempre está abierta para ti.
Me incliné hacia él. —No, volveré a mi apartamento.
—Entonces, ¿no hay alquiler de vacaciones?
Negué con la cabeza.
—¿Necesitas que le dé una paliza a Knox? Porque esa opción
también está siempre abierta para ti —ofreció como si me estuviera
invitando a almorzar.
—Ni se te ocurra. —Le entrecerré los ojos.
Parpadeó con fingida inocencia. —¿Qué? No es como si no se lo
hubiera advertido. Él te hizo daño, ahora yo le hago daño a él.
—La lógica de los hombres me asombra —murmuré—. Yo soy quien
se fue, Ryker. No Knox. Es posible que él haya incitado la mudanza, pero
no le di exactamente la oportunidad de convencerme de que no lo hiciera.
Frunció el ceño. —Pero lo amas.
Me encogí de hombros. —Sí, pero no estoy segura de que él me ame
a mí. —El corazón se me encogió de nuevo—. Y aunque fuera inmaduro,
hubo una parte de mí que se pasó el fin de semana mirando el teléfono,
en mi puerta, esperando que Knox viniera a por mí. Pero ya lo conoces.
No va detrás de nadie.
Ryker se quejó.
Eché un vistazo por la ventana hacia el aula de Liam y sonreí al
verlo charlando con la niña que se sentaba a su lado. Había recorrido un
largo camino en tan poco tiempo y yo estaba dispuesta a hacer cualquier
cosa para que siguiera avanzando.
Yo también tenía que seguir avanzando.
—Sabes —le dije a mi hermano—, hay algo con lo que puedes
ayudarme.
Traducido por Julie
Corregido por Danita

Knox
El aroma del café llenó la cocina mientras me ataba las botas, y
mis dedos se quedaron helados. Harper. Yo fui quien apretó el botón de
preparación hace un par de minutos, pero ella habría preparado el café
por mí. Por millonésima vez desde el jueves, mi mundo se derrumbó y mi
estómago se tambaleó como si fuera mi cuerpo en caída libre y no solo
mi corazón.
Joder, era difícil respirar sin ella. Todo me recordaba a Harper. Mi
jabón corporal me recordaba a besarla en la ducha. Mis sábanas me
recordaban su piel. Los recuerdos de ella en mi camioneta me hacían
difícil conducir. Se encontraba en cada habitación de esta casa. Era más
suya que mía cuando lo pensaba. Hasta este fin de semana, nunca había
pasado una noche aquí sin ella. Si era sincero, no quería volver a dormir
aquí sin ella.
Detestaba la noche y las horas que pasaba dando vueltas en la
cama, buscándola en las horas que conseguía dormir.
Se había olvidado un único frasco de perfume en el baño, y anoche
me torturé rociándolo en su almohada. Ya había dado el salto de triste a
absolutamente patético.
Entonces agarra el puto teléfono.
¿Y qué le diría? ¿Que lamentaba no haber estado aquí cuando todo
se fue a la mierda? Por supuesto que lo sentía, pero parte de pedir perdón
significaba cambiar, y no podía prometerle que no volvería a pasar porque
sí pasaría. Tendría que dejarla una y otra vez cuando llegara la llamada.
Y por mucho que ambos conociéramos el resultado antes de entrar en
este juego, ninguno de los dos había estado preparado para el verdadero
precio.
Me puse de pie, solo para encontrarme con el pequeño camión de
bomberos que había estado posado en el extremo del mesón desde el
jueves. Una nueva sacudida de dolor me puso nervioso. Esto estaba mal.
Todo. Esta mañana debería haber estado preparando a los niños con
Harper y ayudándola a sentarlos en el coche. Tendría que haber habido
un centenar de sonidos diferentes procedentes de todas las direcciones:
juguetes cantando, niños riendo, alarmas sonando para recordarnos que
era hora de irnos. En lugar de eso, todo se hallaba en silencio.
Iba a tener que vender esta maldita casa.
Todo estaba mal, incluso yo. Llegaba cuatro horas tarde al trabajo,
y sabía que no importaba porque los chicos apenas habían regresado esta
mañana. No habría nadie más, salvo Emerson, y no me apetecía mucho
lo que tuviera que decir sobre lo que había pasado entre Harper y yo.
El timbre de la puerta sonó y mi cabeza se dirigió al vestíbulo.
Harper. Mis pies se movieron sin necesidad de órdenes y prácticamente
fui volando para abrirla.
Mi expresión decayó cuando encontré a Ryker al otro lado.
—Te ves como una mierda. —Me miró de arriba abajo, luego se
abrió paso junto a mí, entrando en la casa.
—Entra —le dije en tono sarcástico, cerrando la puerta con más
fuerza de la necesaria.
—Déjame adivinar. —Se giró y cruzó los brazos sobre el pecho—.
Esperabas que fuera un Anders diferente.
Hice una mueca. —Si estás aquí para darme un puñetazo en la
cara, acaba de una vez. —Extendí los brazos a los lados.
Ryker entrecerró los ojos. —Por muy tentador que sea, lo dejaré
para otro momento. Solo estoy aquí por un camión de bomberos.
Ahora fui yo el que lo miró mal. —¿Para qué demonios quieres el
camión de bomberos de Liam? —Era la última pieza que tenía de él,
además de la bicicleta en el garaje, y no se la iba a entregar a Ryker.
—Lo necesito para completar mi colección de juguetes. —Puso los
ojos en blanco—. ¿Qué te parece? Liam lo quiere. —Se estremeció—.
Resulta que a los chicos les cuesta adaptarse.
—¿Y cómo lo sabes? —Mi pecho se apretó.
—Porque Nolan se lo dijo a Harper esta mañana. —Ladeó la
cabeza—. Te acuerdas de Harper, ¿verdad? ¿Tu esposa? ¿La que dejaste
marchar?
—¿Te refieres a la que mantuvo su apartamento todo el tiempo
como una especie de plan alternativo porque no confiaba en que yo no
arruinara las cosas? —El solo hecho de decirlo me dolió.
Sus cejas tocaron el techo. —¿Crees que dejó el apartamento como
plan alternativo?
Apreté los dientes y conté hasta cinco para tener paciencia.
—¿De verdad quieres tener esta conversación ahora?
—No. Tengo miedo de no dejar de pegarte si empiezo, y mi hermana
me pidió que no te golpeara, así que aquí estamos. —Un músculo se
flexionó en su mandíbula—. Solo estoy aquí por el camión de bomberos.
Él sabía más que yo sobre lo que pasaba con los niños, y el feo
monstruo verde de los celos se levantó por un segundo antes de que la
lógica lo derribara. Ryker sabe lo que está pasando.
—Cuéntame lo que pasó.

***

Siete horas después, llamé a la puerta del apartamento uno doce y


contuve la respiración. Era una mala idea. No había ninguna garantía de
que pudiera contener mi temperamento o suavizar mis palabras y todas
las posibilidades de que estuviera a punto de hacer esto mucho peor.
La puerta se abrió y los ojos de Nolan Clark se abrieron de par en
par al verme.
—Sabes quién soy. —Era una afirmación, no una pregunta.
Asintió. El tipo era un puñado de centímetros más bajo que yo, con
una complexión más delgada y unos ojos desconfiados. Unos ojos que se
parecían demasiado a los de Liam y James como para que lo odiara nada
más verlo.
—Acompáñame hasta mi camión. —No era una oferta—. Solo
tardaremos un par de minutos.
—¿Me das un segundo para poner a Jamie en el corralito?
—Claro. —Respetaba eso.
Cerró la puerta y me apoyé en la pared opuesta del estrecho pasillo.
No había nada que reprocharle al edificio de apartamentos. Casi todo lo
que había en Legacy era de nueva construcción, así que no era que fuera
viejo o sucio.
Era muy duro saber que James y Liam estaban justo detrás de esa
puerta y que yo no tenía ni siquiera el derecho de saludarlos. Era
insoportable pasar de ser una parte fundamental de su mundo a no tener
ni siquiera la condición de espectador.
Nolan abrió la puerta y la cerró rápidamente tras de sí, negándome
incluso un vistazo a los chicos.
Salí y me siguió, el aire fresco del atardecer no hizo nada para
aliviar la tensión entre nosotros.
—Mira, si estás aquí para gritarme o amenazarme, entonces
acabemos con esto —dijo cuando llegamos al camión, con una buena
dosis de inquietud en su rostro.
Solté una carcajada.
Me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Lo siento. Eso es muy parecido a algo que le dije a mi mejor amigo
esta mañana. —Había metido la camioneta en reversa, y mi mano
rondaba el pestillo de la puerta trasera. ¿En serio estaba a punto de hacer
esto?
Por supuesto, porque era algo que Harper habría hecho. Cuando
Ryker me dijo por qué Nolan necesitaba el camión de bomberos, supe que
no era lo único que necesitaba.
—Ya puedo adivinar lo que hice que te hizo enojar. ¿Qué le hiciste
a tu mejor amigo? —preguntó, cruzando los brazos sobre el logotipo de
Construcciones Coulter en su camiseta.
—Le rompí el corazón a su hermana pequeña. —La verdad de las
palabras me cortó como mil cuchillas.
—Auch. —Nolan hizo una mueca.
—Sí, pero no estoy aquí para que nos unamos por nuestras mutuas
cagadas.
—¿Por qué estás aquí?
Porque estoy tratando de ser la persona que Harper merece.
—Porque es lo correcto. —Bajé la puerta trasera, mostrando las
piezas desmontadas de la cuna de Jamie y la bicicleta de Liam—. Porque
odiarte no va a ayudar a Liam ni a Jamie, y los amo más de lo que estoy
enfadado contigo.
—No lo entiendo. —Nolan tragó saliva, mirando de la cuna a mí y
viceversa.
—No puedes permitirte una cuna. Ahora tienes una. Toda la ropa
de cama está dentro del camión. —Señalé con la cabeza la parte trasera.
—Me odias —dijo despacio.
—Odio lo que hiciste —corregí.
Desvió la mirada, pero a su favor trajo sus ojos de vuelta a los míos.
—Porque no volví de inmediato.
—Porque te fuiste en primer lugar. —Mi puño se cerró—. No se
merecían eso.
—No —admitió en voz baja—. No lo merecían. Soy lo bastante
hombre para saber que la cagué.
—¿Eres lo bastante hombre como para quedarte esta vez? —le
espeté—. Sin mentiras. Sin abogados. Sin trabajadores de Servicios
Sociales. Sin jueces. Solo tú y yo, aquí en esta acera. Dime la verdad.
¿Vas a abandonarlos de nuevo?
—Nunca. —Su barbilla se alzó en el aire.
Lo miré fijamente y con atención, tratando de interpretar a este
tipo. Juzgar el carácter era algo que por lo general se me daba bastante
bien, y quería acertar con este tipo por el bien de los chicos. No se inmutó.
No se sonrojó. No miró hacia otro lado. Después de unos momentos de
tensión, asentí.
—De acuerdo entonces.
Se relajó visiblemente.
—Todas las tuercas y los tornillos están ahí, así que debería ser
bastante fácil de montar. ¿Tienes un juego de herramientas? —Saqué las
piezas más grandes.
Sacudió la cabeza. —Todas mis herramientas están en el lugar de
trabajo.
—Todos los padres necesitan un juego de herramientas en casa. —
Sacudí la cabeza y le di las primeras piezas—. Un juego de herramientas
y un montón de pilas doble A. Sus juguetes se las comen como si fueran
caramelos. Tengo una bolsa en la cabina. Puedes tomar prestada la mía.
—¿De verdad? —Cogió los dos lados más largos de la cuna y los
colocó en la hierba junto a la acera.
—De verdad. —Le entregué los extremos más cortos y después el
colchón—. James merece dormir esta noche, y tú también. —Además,
esto era todo lo que tenía para darles.
Descargué la bicicleta, el casco de Liam y el juego de cama de la
cuna, luego alcancé el asiento delantero. Mi mano se enroscó alrededor
del pequeño camión de bomberos mientras cerraba la puerta. —Y esto es
para Liam. —Se lo tendí a Nolan para que lo tomara.
Su frente se arrugó y miró mi gorro. —Liam tiene ese mismo gorro.
Asentí.
—No se lo quita ni para ir a la cama.
—Es de nuestro equipo hotshot. —Respiré con el dolor que parecía
vivir ahora en mi pecho—. Bueno, no exactamente. Estamos en medio de
la certificación, pero deberíamos volver a ser hotshots para la próxima
semana.
—Sí, lo sé. Él habla de ti todo el tiempo. —Una esquina de su boca
se levantó en una media sonrisa triste—. Es un poco difícil competir con
uno de los bomberos hotshots de Legacy. Ese fue siempre mi problema
con su madre. Nunca estuve a la altura de su primer marido.
—Entonces ponte a la altura ahora. —Extendí el camión de
bomberos un poco más.
Estiró la mano y luego la retiró. —¿Por qué no entras y se lo das tú
mismo?
Mi mandíbula se aflojó y mi corazón tropezó con sus propios
latidos. —¿Lo dices en serio?
Asintió despacio al principio, luego más rápido mientras sonreía.
—Sí. Les encantaría verte. —Miró la cuna—. Y sinceramente, me vendría
bien algo de ayuda para armarla.
Mi respuesta fue instantánea.
—No hay problema.

***

Una hora. Eso fue todo lo que tuve con Liam y el Señor Vomitón
antes de que llegara la llamada. Había un incendio a tres horas al norte
de Legacy, y nos habían llamado, no como Tipo Dos.
Ya era hora.
Parece que no hay simulacros de campo para nosotros. El equipo
de certificación iba en el vehículo justo delante de nosotros mientras nos
adentrábamos en una pequeña ciudad que me recordaba demasiado a
Legacy. El cielo era negro, excepto por el ominoso resplandor anaranjado
que delineaba la cresta al oeste. Este incendio sería decisivo.
Había un zumbido palpable de ansiedad y emoción en nuestro
minibús. El equipo se encontraba dividido en dos, la mitad en nuestro
autobús y la otra mitad en el otro, con Bishop y Spencer tomando la
delantera en la camioneta a la cabeza de nuestra caravana. Por suerte
para nosotros, el equipo de certificación iba en otro vehículo, por lo que
no podían tener en cuenta nuestro nerviosismo.
El asiento junto a mí estaba vacío y Ryker se sentó al otro lado del
pasillo, mirándome con indiferencia. Parecía tranquilo y sereno, pero la
forma en que mascaba el chicle me decía que lidiaba con sus propios
nervios.
Retorcí el anillo de platino de mi mano izquierda alrededor del dedo
y me debatí entre enviar un mensaje a Harper de nuevo. Había luchado
contra el impulso al menos una vez cada treinta segundos durante el
viaje. Ella sabría lo del incendio por Ryker. Ya estaría preocupada.
Y las cosas que debían decirse entre nosotros no eran el tipo de
palabras que se decían por mensaje. Había demasiada ambigüedad en el
tono, muchas formas de ser malinterpretado. ¿Pero que el proveedor me
llamara esta tarde, diciéndome que Harper canceló la fecha de nuestra
boda en octubre? Eso lo dice todo.
Aparcamos frente al centro comunitario que se usaba como centro
de mando, y bajamos de los autobuses, estirando la rigidez de nuestros
miembros. El logotipo de Legacy estaba pintado en el lateral de cada uno
de nuestros flamantes vehículos, pero el equipo de certificación había
pegado un imán de “aprendices” justo debajo, recordándome lo que se
hallaba en juego.
—Aprendiz —murmuró Bishop mientras bajaba del camión.
Supongo que no fui el único al que le sirvió el recordatorio.
—Hagan un círculo —ordenó Spencer, y así lo hicimos, dejando a
nuestro superintendente en el centro.
Sabía que se encontraban a unos metros, pero parecía que el
equipo de certificación nos respiraba en la nuca.
—Voy a ir con Bishop a recibir el último informe de la situación —
dijo—. Hay otras dos cuadrillas de Tipo Uno en camino, que sepamos, y
algunas de Tipo Dos, cuando escuché la radio por última vez hace una
hora. El sobrevuelo de las ocho de la noche mostró que se quemaron mil
doscientos acres desde que comenzó esta tarde.
El viento azotó el aparcamiento y todos nos pusimos los gorros.
—Y eso, mi gente, es a lo que nos enfrentamos. El pronóstico no
nos ayudará mañana. Líderes de escuadrón, alimenten a su gente y
acampen en ese gimnasio. —Spencer señaló al otro lado de la carretera—
. Los encontraré una vez que tengamos nuestros planes para la mañana.
Localicé a mis cinco y les hice un gesto para que me siguieran
mientras Bash y Ryker hacían lo mismo.
—¿Estás un poco inquieto? —preguntó Cameron Patel, levantando
una esquina de su boca en una sonrisa.
—¿No deberías estar con Cohen? —pregunté mientras cruzábamos
la calle hacia el gimnasio.
—No. Tenemos chicos con ellos. Pedí el honor de quedarme con tu
equipo para la evaluación. —Sonaba positivamente entusiasmado.
Murmuré una palabrota.
—Tus gallinas van a volver al corral, y no puedo esperar a verlo —
advirtió Cameron.
—¿Quién demonios dice eso? —Ryker se acercó a mi izquierda,
abriéndose paso entre nosotros—. ¿Tienes ochenta años?
—Yo soy el que los está evaluando —dijo Cameron—. Bueno, evalúo
a Daniels.
—Impresionante —dijo Ryker mientras Bash abría las puertas del
gimnasio delante de nosotros—. Entonces, a menos que estés evaluando
cómo Knox sube la cremallera de su saco de dormir, o estés interesado
en subirla con él, ¿qué tal si te retiras? La diversión no empieza hasta
mañana por la mañana, y ya has dado tu opinión.
Cameron levantó las manos como si estuviera arrestado, pero nos
dedicó una sonrisa de oreja a oreja mientras se alejaba hacia los otros
evaluadores.
—Lo tenía controlado —dije, cruzando la entrada del gimnasio. Ya
había cincuenta personas aquí dentro, todas alineando sus sacos de
dormir y llegando a la larga fila de mesas que parecían estar repletas de
comida y bebidas.
—Vete a la mierda y sitúa a tu equipo. —Ya no tenía la fachada fría
y tranquila que había mostrado a Cameron, la que perfeccionó durante
años de escenarios de alta presión. No, me miró de reojo a la vez que
avanzaba.
—Supongo que sigue enojado —comentó Bash, acercándose a mi
lado.
—Me parece una apuesta segura. —Le indiqué a mi equipo dónde
colocar sus bolsas y negué con la cabeza hacia Chance cuando empezó a
instalarse junto a Taylor. Eso no iba a suceder en mi guardia.
—Pero han hablado de ello, ¿verdad? —Bash me dio su mirada de
nada-de-tonterías.
—Si por hablar te refieres a que me dijo que no estaba seguro de
poder dejar de pegarme si empezaba, y que discutimos brevemente lo que
pasa con los chicos, entonces claro que hemos hablado. —Extendí mi
saco de dormir y mi mochila con movimientos rápidos y practicados.
—Así que no tendremos que preocuparnos por la tensión. —Bash
se colocó a mi lado, mirando la posición de Ryker unas filas más allá.
Hice una mueca de dolor.
—Increíble, carajo —bromeó en tono sarcástico.
Spencer volvió con el informe de la situación, y no había cambiado
mucho desde el último. —Duerman un poco —ordenó—. Vamos a ir de
excursión en cuanto salga el sol.
Bash llamó a Emerson.
Ryker llamó a Harper.
No llamé a nadie y me dije que era una decisión tomada para
proteger la vida de mi batería, ya que aquí había más bomberos que
enchufes.
Cuando me dormí, soñé con Harper durante lo que me parecieron
diez minutos antes de que me despertaran.
—¿Ya son las cinco? —murmuré, parpadeando hacia Bash. Ryker
estaba detrás de él, con la mandíbula apretada.
—Cuatro y media —susurró Bash—. Vístete. Tenemos una reunión
fuera.
Me puse la poca ropa que me había quitado, hacía tiempo que
había perfeccionado el hecho de dormir equipado, y me até las botas,
quitándome el sueño de los ojos mientras seguía a Bash y a Ryker a
través de las filas de bomberos dormidos hasta que salimos del gimnasio.
El aire antes del amanecer era fresco, pero llevaba un fuerte olor a
humo. Ese olor era más eficaz que una taza de café para despertarme.
Ese olor significaba la muerte para la gente que sorprendían durmiendo.
Atravesamos el aparcamiento y entramos en un parque infantil
iluminado por las farolas de arriba.
Miré a nuestro alrededor y encontré a Ryker haciendo lo mismo,
pero Bash solo se volvió para mirarnos a los dos. —¿Dónde están todos?
—Ya estamos todos —respondió Bash.
—Pensé que habías dicho que teníamos una reunión. —Ryker
terminó de abotonarse la camisa.
—La reunión es entre nosotros. —Bash nos señaló a los dos—.
Nosotros tres.
—Me vuelvo a la cama —espetó Ryker, girándose hacia el gimnasio.
—Considéralo una reunión de la junta directiva de Legacy, SRL —
replicó Bash.
—Lo dices en serio —murmuré, pasándome los dedos por el pelo
revuelto por el sueño.
—No tenemos una junta, idiota. —Ryker giró hacia nosotros, con
los brazos cruzados—. Somos los miembros directivos.
—Me importa una mierda lo que somos. Ustedes dos van a hablar
—ordenó Bash.
Miré a Ryker. Él me devolvió la mirada.
—Buenos días, Knox —dijo Ryker con una sonrisa sarcástica antes
de mirar a Bash—. Listo, estamos hablando. ¿Contento?
—¡No es una broma! —La voz de Bash se elevó—. ¡Hoy es nuestra
única oportunidad! —Señaló al resplandor anaranjado de la cumbre que
hacía parecer que el sol salía por el oeste—. Todo por lo que hemos
trabajado, los años y el dinero que hemos invertido en esto, todo se
reduce a hoy, y ustedes dos lo van a arruinar para todos si no resuelven
su mierda.
—Nadie sabe... —empezó Ryker.
—¡Todo el mundo lo sabe, maldita sea! —interrumpió Bash—. Me
sorprende que el ayuntamiento no haya hecho una rueda de prensa
cuando Harper sacó sus cosas de tu casa, Knox.
Hice girar el anillo de platino en mi dedo.
—Y todo el mundo nos observa. Desde el consejo que espera que
fallemos, hasta el pueblo que espera que lo representemos, pasando por
el equipo de evaluación que está pendiente de cada paso en falso. Y el
equipo de ahí dentro... —Señaló el gimnasio—. El que luchamos con uñas
y dientes para reunir, todos están pendientes de que ustedes trabajen
juntos y lideren sus escuadrones.
La culpa y la responsabilidad se posaron sobre mis hombros.
—¿De verdad creen que nuestros padres querrían verlos así? —
Bash levantó las cejas como si hubiera dado el golpe de gracia.
—Creo que mi padre le daría una patada en el culo por lo que ha
pasado con Harper —comentó Ryker, encogiéndose de hombros.
—Por el amor de Dios. —Me di vuelta, encarando a mi amigo más
antiguo—. Deberíamos haber resuelto esto ayer.
Entrecerró los ojos. —¿Resolver el hecho de que la culparas de que
los chicos volvieran con Nolan?
Me estremecí. —No fue mi mejor momento.
—Obviamente.
—Ella me dejó, Ryker. Empacó sus cosas y se fue antes de que yo
tuviera la oportunidad de procesar lo que había pasado en el tribunal ese
día. Me fui a ese incendio con una esposa y dos hijos y volví a casa sin
nada.
—La apartaste —acusó.
—¡Lo sé! —grité, y mis manos se cerraron en puños—. ¿No crees
que lo sé? ¿No crees que me arrepiento de cada una de las palabras que
salieron de mi boca esa noche? —Sacudí la cabeza, intentando explicar,
tratando de poner palabras al sufrimiento de los últimos días—. A la hora
de la verdad, ella nunca confió en que me quedara, y diablos, con mi
historial, no puedo culparla. Nunca rescindió el contrato de alquiler de
su apartamento. ¿Qué quieres que haga, Ry?
—Que dejes de darle la razón, idiota. —Se frotó las manos por la
cara—. Esto es justo lo que no quería que pasara...
—Lo sé, pusiste su nombre en la lista...
—¡A la mierda la lista! —espetó—. No quería convertirme en un
intermediario entre ustedes dos, pero son unos malditos hipócritas. Ella
no guardaba una puerta trasera abierta para tu inevitable cagada, Knox.
Estaba trabajando para subalquilar el espacio en las vacaciones y ganar
algo de dinero extra.
—¿Ella qué? —Toda la indignación abandonó mi cuerpo.
—Si te hubieras tomado la molestia de preguntarle, te lo habría
dicho.
Abrí y cerré la boca varias veces, tratando de decir algo que no me
hiciera quedar como un idiota.
Ryker arqueó una ceja.
—No pregunté, porque no quería saber —admití—. Ya le asustaba
la segunda boda, y todo parecía demasiado perfecto para ser real. No
quería arriesgarme a reventar esa burbuja.
—Se reventó.
—No me digas. —Levanté las manos—. No planeé nada de esto,
Ryker. Encontrarla en mi casa, enamorarme de esos chicos, y mucho
menos hacerle daño.
—Sí, lo sé.
—Si pudiera arreglar... —Hice una pausa—. ¿Tú qué?
—Lo sé. —Se encogió de hombros—. No creo que la hayas herido a
propósito, Knox. Creo que hablaste de más, y los niños de jardín de
infancia podrían enseñarte un par de cosas sobre la comunicación y los
sentimientos, pero nunca pensé que lo hicieras a propósito.
—Niños de jardín de infancia —repetí, ignorando la risa sofocada
de Bash.
—Sí. —Ryker asintió—. Creo que cuando todo se fue a la mierda,
se pusieron uno contra el otro en lugar de atravesarlo juntos. Ella no te
dio la oportunidad de procesarlo, y se sintió abandonada. La miraste y
de forma inconsciente viste a tu madre abandonándote.
Bash y yo lo miramos fijamente.
—Eso es... un análisis impresionante para alguien que evita las
relaciones como una ETS —comentó Bash, levantando las cejas.
Ryker miró entre nosotros y puso los ojos en blanco. —Oh, vete a
la mierda. Es psicología básica. Y el hecho de que prefiera no tener una
relación no significa que sea incapaz. Es un trabajo de tiempo completo
verlos a ustedes volverse locos por sus mujeres.
La luz del parque se transformó en un resplandor previo al
amanecer. Era casi la hora de poner en marcha al resto del equipo.
—No sé qué hacer con Harper, Ry. Ella tomó su decisión, y no
puedo prometerle que estaré a su lado la próxima vez que algo vaya mal.
Ninguno de nosotros puede.
Se quedó mirando mi mano izquierda por un momento.
—¿Se te ocurrió que tal vez quería que fueras tras ella?
Fruncí el ceño. —No.
Ahora Bash me miró boquiabierto. —¿En serio?
—En serio. —Asentí una vez—. Nunca ha sido de las que juegan, y
además, ¿qué podría decir para mejorar todo esto?
Ryker parpadeó. —Oh, no sé, ¿tal vez tomar algunas notas de todos
los demás hombres de la historia que han tenido que luchar por su chica?
Miré al único tipo que conocía en una relación: Bash.
Bash se quedó mirándome un segundo y luego se rió. —Dios mío,
no estás bromeando, ¿verdad? Empieza por disculparte. Nada de flores,
si no pensará que solo llevas flores cuando la has cagado.
—Puede que quieras escribir esto —susurró Ryker.
—Cállate —repliqué.
—Dile que te equivocaste. Dile que no volverá a ocurrir y cúmplelo.
—Bash me señaló—. Eso es importante para ellas. Humíllate. Termina
jurando que la amarás hasta el día de tu muerte, y luego espera el juicio.
—Le digo que la... —Apenas me detuve de decir las palabras.
—Que. La. Amas —repitió Bash—. Mierda, tal vez sí necesites un
bolígrafo.
Los ojos de Ryker se entrecerraron. —La amas, ¿verdad? Porque es
seguro que ella sí te ama.
Por supuesto que la amaba. Solo que nunca se lo había dicho.
—Aunque lo haga, creo que merece escuchar esas palabras antes
que tú.
La mandíbula de Ryker cayó al suelo. —¿Nunca le has dicho que
la amas? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Es por eso que dijiste
que te enamoraste de los chicos, pero no dijiste que te enamoraste de
ella? —La rabia inundó sus ojos.
—No tuve que enamorarme de ella este verano, idiota. Eso pasó
hace siete años.
—Tienes que decírselo, amigo. —Ryker me dio una palmada en el
hombro—. Tienes que decírselo, y después tienes que confiar en que te
amará. No siempre tienes que salir a la cornisa tú solo. Esa es la ventaja
de estar con alguien.
Asentí y nos quedamos en silencio mientras el sol empezaba a salir.
—¿Deberíamos darnos un abrazo grupal? —ofreció Bash.
—Joder, no —solté.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, habíamos hecho las maletas
y conducido hasta el punto más alto al que nos podía llevar la carretera
en el bosque nacional.
—Hagan un círculo —nos ordenó Spencer mientras apretaba las
correas de mi mochila.
Bishop sostuvo un mapa contra la superficie rugosa de una roca
cercana y nos reunimos a su alrededor mientras el viento soplaba contra
nosotros. River se acercó y sujetó el otro lado para que la maldita cosa
no se volara.
—Anoche cubrió otros mil acres con estos vientos —nos dijo
Spencer—. Y tenemos dos horas probables para terminar esto. Luego los
vientos vuelven a arreciar hasta esta noche, y el pronóstico es de ráfagas
de ciento doce kilómetros por hora.
—Treinta grados. Madera seca. Vientos de ciento doce kilómetros
por hora —dijo Ryker encogiéndose de hombros—. ¿Qué podría salir mal?
Se oyó una risa seca.
El equipo de evaluación no parecía divertido.
—Vamos a cavar una brecha justo aquí. —Spencer señaló una
línea escarpada en el mapa—. Escuadrón uno, caminarán desde aquí y
cavarán aquí. —Miró a Bash, que asintió—. Escuadrón dos, se separarán
aquí y bajarán para empezar a cavar aquí.
Ryker asintió.
—Escuadrón tres. —Spencer me miró—. Entrarán desde el fondo y
cavarán para unirse al escuadrón dos.
Me incliné para mirar el mapa. —Superintendente, ¿no tendría más
sentido usar el arroyo de ahí?
Negó con la cabeza. —Si el viento cambia, no pueden salir. Están
atrapados. Y no está en la topografía, pero hay una vieja cantera justo
aquí. —Señaló una zona justo debajo de donde quería que empezáramos
a cavar—. Si logramos hacer la brecha al sur de esa cantera y quemarla
antes de que suba esa colina, podremos salvar el pueblo. La cantera nos
da una ventaja.
—¿Y si se dirige hacia el norte? ¿A lo largo de esa cresta? —le
pregunté. Los vientos de la tarde eran difíciles de predecir por aquí. Cavar
una brecha cortafuego allí podría detener la marcha.
—Entonces se comerá algunos acres, pero el pueblo sigue estando
seguro.
Asentí, sin dejar de mirar el arroyo. Claro, era un terreno difícil,
pero si éramos lo suficientemente rápidos...
—Mantengan sus radios encendidas. Estaré con el escuadrón uno,
y Bishop irá con el escuadrón dos. —Me miró—. ¿Lo tienes controlado,
Daniels?
—Yo me encargo —le aseguré.
Nos entregaron mapas mientras nos dividíamos, cada uno de los
cuales tomó los desgastados pero escarpados senderos que nos habían
asignado. Ryker y Bash se dirigieron hacia arriba con sus escuadrones,
y yo guié el mío por el sendero que llevaba a la cantera. Lawson llevaba
la motosierra justo detrás de mí, y cuando eché un vistazo hacia atrás,
respiré aliviado al ver que, mientras River iba en la retaguardia, Taylor
seguía con creces el ritmo mientras bajábamos por el sendero. Braxton
estaría orgulloso.
Al cabo de una hora de caminata, empezamos a subir la cuesta, el
sudor corría por mi espalda, empapando mi camiseta.
—¡Manténganse hidratados! —grité mientras continuábamos por el
bosque. Todo se convertiría en ceniza al anochecer si no lo conseguíamos,
siempre y cuando Spencer hubiera elegido la táctica correcta.
—Puedo ver las ruedas girando en tu cabeza —me dijo Cameron,
pasando a Lawson para caminar detrás de mí.
—Ni siquiera puedes ver mi cara. No ves una mierda —lancé por
encima del hombro.
—Estás pensando que sabes más que Cohen —continuó—. Ese
arroyo parece una barrera natural muy buena, sobre todo si los vientos
no te dan esas preciosas horas que necesitas para quemar.
—Creía que tu papel era observar.
—Creía que tu papel era liderar tu escuadrón. —Levantó las cejas
en forma de pregunta.
El terreno se hizo más escarpado y el sendero se curvó de forma
brusca hacia la derecha, hacia el arroyo, y me detuve, observando mi
entorno. La columna de humo se elevaba por encima de nosotros, todavía
moviéndose hacia el oeste, pero sin ojos en el fuego, no podía saber si se
desplazaba hacia el norte o no.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Cameron.
Revisé mi mapa. Aquí era donde acababa el sendero para nosotros
si seguíamos el plan.
—¿Vas a liderar con tu instinto? ¿O seguir tus órdenes? —insistió
Cameron.
River levantó una ceja al verme.
—¿Va a dirigirse hacia el norte? —le pregunté—. ¿O va a descender
por esta ladera mientras el frente se abre paso esta tarde? —Después de
mí, era el que tenía más experiencia en nuestro equipo.
Estudió el humo y sostuvo el medidor de viento, haciendo una
lectura. Luego sacudió la cabeza. —Es demasiado pronto para adivinar.
—¿Qué va a ser, Daniels? —volvió a preguntar Cameron.
—Nos dirigimos hacia aquí. Cuidado con los pies. —Empecé a subir
la ladera, dejando atrás el camino.
—Vas por la cantera —comentó Cameron—. ¿Contra tu instinto?
—Cállate y observa.
—Si tú lo dices. —Se echó hacia atrás.
—Yo lo digo, carajo —murmuré y subí. Ganamos altura, mis
piernas ardían mientras seguíamos subiendo.
—Habla el escuadrón uno. Hemos llegado a nuestra ubicación y
estamos empezando a cavar —dijo Bash por la radio.
—Entendido, escuadrón uno. Habla el escuadrón dos, estimando
que estamos a cinco minutos. —La voz de Ryker llenó mi dispositivo de
mano.
Desenganché mi radio y pulsé el botón. —Entendido. Habla el
escuadrón tres. Estimando cinco minutos.
Cinco minutos después, llegamos al borde de la cantera, sudorosos
y con la respiración agitada. Eché un vistazo al escuadrón y miré hacia
la cima, donde pude ver al escuadrón de Ryker ya cavando la brecha. Los
vientos nos habían dado un respiro, tal y como predijo Cohen.
—Tómense dos minutos e hidrátense —ordené—. Luego cavamos.
Minutos después, el sonido de la motosierra llenaba el aire en tanto
Lawson cortaba la maleza. Los demás teníamos nuestras hachas Pulaskis
en la mano, en silencio mientras nuestra concentración y sudor se
volcaban en el corte, abriéndonos paso por la cresta hacia Ryker.
Cameron había sacado su maldito cronómetro, midiendo mientras
completábamos cadena tras cadena.
Mi corazón latía con fuerza y mis músculos ardían de dolor
mientras avanzábamos con paso firme por el escarpado terreno.
Ninguno de nosotros se quejó. Fuimos eficientes. Fuimos rápidos.
Fuimos buenos.
Nos parecieron horas, pero nos reunimos con la brecha de Ryker
mientras el fuego lamía la cima de la ladera sobre nosotros. Teníamos
una hora. Tal vez. Menos si los vientos se levantaban antes de lo previsto.
El vigía informó por radio. Los vientos se mantenían. Habíamos
acertado perfectamente con el plan.
Una vez completada la brecha, Spencer dio la orden de encender
los fuegos.
Lo encendimos, y luego nos largamos de allí, bajando hacia la
carretera lo más rápido y seguro posible.
—Está aguantando —dijo River, alcanzándome—. Hay una bonita
línea negra justo donde Spencer quería, y las llamas están subiendo para
encontrarse con el frente que se aproxima.
Miré por encima de mi hombro para comprobarlo y asentí. —Bien.
Nos reunimos con los otros escuadrones y el ambiente ya era más
ligero, aunque el cansancio nos golpeaba. Aún si solo nos limitábamos a
dar forma a la trayectoria del fuego, lo habíamos alejado de la ciudad.
—Interesante elección la que has hecho ahí —observó Cameron
mientras yo terminaba de beber agua. Los vientos se habían levantado
de nuevo, llevando el fuego hacia la cima. Era hora de salir de aquí—.
Siempre pensé que eras de los que confían en sus instintos.
Miré a Spencer, que ya estaba de vuelta en el mapa con Bishop,
hablando por radio. —Elijo confiar en mi superintendente.
Cameron levantó las cejas. —Supongo que pronto sabremos si él
tomó la decisión correcta.
—Supongo que sí.
—¡Marchando! —ordenó Spencer, y empezamos a dirigirnos hacia
los vehículos.
—Oye, Cameron —grité.
Se dio la vuelta a modo de pregunta.
—Todavía nos debes veinte dólares. —Le mostré una sonrisa y subí
al autobús.
Nuestra parte de la evaluación estaba hecha.
Ahora lo único que podíamos hacer era esperar.
Traducido por Gesi
Corregido por Danita

Harper
Casi todas las mesas se encontraban ocupadas en el Chatterbox
cuando terminamos un almuerzo tardío. Mi hamburguesa tenía gusto a
aserrín, pero sabía que no era por la cocción, sino por mis nervios, que
no estaban mejorando gracias a que Ryker revisaba su teléfono cada
cinco minutos.
—Ya nos dijeron que llamarán al final del día. —Emerson se inclinó
sobre la pequeña mesa y le quitó el móvil—. Me volverás loca si sigues
mirando.
—Y llamarán a Spencer —agregó Bash, aunque tenía el celular
sobre la mesa y boca arriba en caso de que entrara un mensaje.
Pasaron un día en el incendio que determinaría su calificación, y
luego ayer fueron enviados a casa para esperar el veredicto.
—¿Estás segura de que se reunirían hoy? —le preguntó Ryker a
Emerson, sus papas fritas casi intactas.
—¡Sí! —respondió al mismo tiempo que Bash.
—Perdónenme si estoy un poco nervioso —murmuró.
—¿A qué hora se supone que debemos estar allí? —le preguntó Em
a Bash.
—A las cuatro —respondió, mirando su teléfono.
—¿Estar en dónde? —cuestioné, sumergiendo una papa en salsa
ranchera antes de darle un mordisco.
—La casa de Knox —respondió mi hermano, levantando las cejas
en mi dirección, como si fuera obvio que debía saberlo.
Dejé caer el resto de mi patata. —¿Disculpa?
—Eh. La… celebración. —Emerson tuvo la decencia de sonrojarse
mientras miraba entre los tres—. Todos nos reuniremos en casa de Knox
para esperar la llamada, ¿recuerdas?
—No. —Sacudí la cabeza—. Creo que recordaría haber aceptado
algo así. —No había forma de que pudiera verlo. Todavía no, no mientras
me sintiera tan cruda, tan vulnerable, y mucho menos en un día como
hoy. Cada emoción se intensificó. Para esto habían trabajado años.
Había muchas posibilidades de que enloqueciera y me lanzara a él.
—Bueno, entonces acepta ahora. —Ryker se encogió de hombros.
—¿Desde cuándo estás del lado de Knox? —Lo fulminé con la
mirada.
Me devolvió el gesto. —¿Desde cuándo todo se trata de Knox?
También es mi escuadrón, Harpy, y si nos dan luz verde para ponernos
el parche de papá, entonces creo que querrías estar allí. No por él, sino
por mí.
Bueno, mierda, ahora me sentía culpable.
La abuela entró por las puertas batientes y me saludó, su sonrisa
tan brillante como siempre.
Le devolví el gesto y aparté la mirada con rapidez. Como que
esperaba que me tirara de culo cuando entré, pero me trató como si nada
hubiera pasado. Como si no hubiera empacado toda mi ropa en tiempo
récord y dejado a su nieto, y sus anillos de boda, detrás.
—Tienes que estar allí —instó Ryker, y la súplica descarada en sus
ojos fue más de lo que pude soportar.
—¿Quién dice que me dejará entrar?
Todos me miraron como si fuera la cosa más tonta que hubiera
dicho en toda mi vida.
—Te dejará entrar —dijo Emerson, solo en caso de que hubiera
malinterpretado sus expresiones.
Tanto Ryker como Bash asintieron.
—Yo solo… —Suspiré—. No estoy lista para lidiar con toda esa
situación, ¿de acuerdo? —No me sentía preparada para oírlo disculparse
y alejarse. No estaba lista para el cierre que tan obviamente necesitaba.
Me gustaba mi pequeña porción de negación. Era feliz allí.
Bien, era infeliz, pero, en fin, hablar con Knox significaba que en
realidad habíamos terminado.
—Entonces no le hables. —Ryker volvió a encogerse de hombros.
—¿De verdad crees que es tan fácil? —Incliné la cabeza en su
dirección.
—Creo que eres una adulta capaz de tomar decisiones sin que yo
intervenga. —Se metió una papa en la boca.
—Bueno, sería la primera vez.
Bash y Emerson compartieron una mirada.
Por supuesto que todo era fácil para ellos. Habían grabado sus
nombres en la maldita pared a dos mesas de distancia para que todo
Legacy lo viera. Estaban jodidamente destinados a estar juntos.
—¿Por favor, Harpy? —preguntó Ryker.
Suspiré, luego le hice señas a nuestra mesera.
—¿Puedes, por favor, traerme una margarita? —pregunté.
—¡Claro! —respondió, alegre, feliz y para nada desconsolada como
yo me sentía—. ¿Frozen o sin hielo?
—¿Qué estás haciendo? —susurró Emerson, como si todos en la
mesa no pudieran oírla.
—No me importa siempre y cuando venga con tequila —le dije a la
camarera—. Mucho tequila.
—¡Enseguida! —Se alejó rebotando.
Los tres me miraban fijamente.
—¿Qué? —desafié.
—Nunca bebes a las dos de la tarde —dijo Emerson.
Hice un gesto despreocupado. —Pues no es como si siguiera siendo
mamá, ¿verdad? Hoy no tengo responsabilidades, y si voy a estar en la
misma habitación, borra eso, en la misma casa que Knox, entonces es
imposible que esté sobria. —No sabía si había suficiente alcohol en el
mundo para ayudarme a pasar la noche.
—Entonces, ¿eso significa que vendrás? —preguntó mi hermano,
con una nota de esperanza en el tono.
—Eso significa que iré.
Me bebí tres delicias agridulces antes de irnos.
Con un poco de suerte, sería la gran noche de Ryker, y con un poco
más de suerte, no recordaría nada de ella.
Traducido por Julie & Alessandra Wilde
Corregido por Danita

Knox
La casa se llenó rápidamente al acercarse las cuatro. Dejé la puerta
de entrada abierta mientras el equipo entraba, tanto los solteros como
las familias. Me aparté del camino del servicio de catering mientras daban
los últimos toques a la montaña de comida en el comedor.
No sé qué me ponía más nervioso, si la inminente llamada del
equipo de certificación o los anillos en mi bolsillo.
Eso era mentira. Eran los anillos. Esos pequeños cabrones estaban
poniendo mi estómago en modo de salto mortal completo.
Ella llegaría en cualquier momento. Ryker, Bash y Emerson me
juraron que la convencerían para que apareciera.
—Gracias por hacer esto aquí, Knox —dijo Spencer, estrechando
mi mano al entrar por la puerta—. Se siente un poco más familiar que
recibir las noticias en la sede del club.
—No hay problema. —No mencioné que esta fue la única idea que
se me había ocurrido para traerla aquí. ¿Podría haberme presentado en
su apartamento? Por supuesto. ¿Aparecerme en el preescolar? Seguro.
Pero esta casa... aquí es donde todo sucedió, donde nos convertimos en
nosotros, así que pensé que este era el mejor lugar para recordarle lo
buenos que éramos juntos.
—¿Quieres enseñarme tu oficina? —preguntó.
—Por supuesto. —Lo guié a través de la casa y por el pasillo hasta
la oficina—. Mantendremos a todo el mundo fuera de aquí para que haya
silencio para la llamada telefónica. Después puedes salir y darnos las
buenas noticias cuando estés listo.
Spencer me dedicó una sonrisa estresada.
—Siempre que sean buenas noticias.
—Lo serán —le dije con más confianza de la que sentía—. Es
imposible que todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos trabajado,
haya sido en vano. Serán buenas noticias. —Aquel incendio ya tenía una
contención del treinta por ciento y gran parte se debía a la estrategia de
Spencer de ayer. Había tomado la decisión correcta.
Y yo había tomado la decisión correcta al seguir sus órdenes,
aunque Cameron no estuviera de acuerdo.
La atención de Spencer se fijó en una foto del escuadrón original
de Legacy, y su mandíbula se flexionó un par de veces. —Tu padre estaría
orgulloso de lo que has llegado a ser, Knox. No solo el bombero, sino el
hombre que eres.
—Gracias. —Me las arreglé para sacar la palabra. No importaba
cuántos años habían pasado, el dolor de la pérdida de papá nunca había
disminuido. Se convirtió en una especie de sombra, que se alargaba en
ciertos momentos y rondaba cerca en otros, pero nunca se iba del todo—
. Enviaré a Bishop cuando llegue.
Salí de la oficina y me dirigí a la reunión, que aún no se había
convertido en una fiesta. El reloj dio las cuatro, y con una rápida mirada
hacia el salón y por las ventanas que daban a la terraza de mi izquierda,
pude estimar que la mayoría estábamos aquí.
Emerson se interpuso en mi camino al final del pasillo. Tenía los
labios apretados y la emoción que corría por sus ojos era pura disculpa.
—No vino. —Mi pecho se desinfló.
Hizo una mueca. —Oh, no. Vino, sin duda.
—¿Está aquí? —Miré detrás de la pequeña morena y busqué a mi
esposa en la habitación, pero no encontré nada.
—Sí. —Asintió lentamente.
—¿Qué no me estás diciendo?
—Ella, bueno, um… —Su cara se arrugó por un segundo—. Como
que ya comenzó a celebrar.
—Ya comenzó a celebrar —repetí como un loro.
—Ya sabes. —Emerson se encogió de hombros—. Como cuando vas
a salir por la noche, pero te tomas unas copas antes de salir.
—Em, sé lo que significa. —Volví a escudriñar la habitación y seguí
sin verla.
—Sí. Bueno, tuvo una previa bastante fuerte.
—¿Intentas decirme que mi esposa está borracha? —le pregunté
despacio.
—Tal vez un poco. —Levantó el pulgar y el índice, dejando un
espacio pequeño, y luego lo amplió—. O mucho. Es decir, si fuera una
persona más grande... digamos un defensa de la NFL, entonces no sería
tanto, pero es un poco pequeña, así que...
—Así que está borracha —adiviné.
—Lo siento mucho. Si te hace sentir mejor, solo lo hizo para tener
el valor líquido de verte. —Su nariz se arrugó.
Mi mandíbula se aflojó. —Eso no me hace sentir mejor, Em. —De
hecho, echó por la borda el plan de esta noche.
Entonces Harper apareció ante mí con una enorme sonrisa en su
preciosa cara. Llevaba los pantalones cortos más pequeños del mundo y
un suéter oversize sin hombros que terminaba en las caderas, y llevaba
el pelo suelto por la espalda. Se me trabó la lengua; se veía así de bien.
Luego se balanceó un poco, y el brazo de Ryker se extendió para
estabilizarla.
—Borracha —repetí.
—Era la única manera de que viniera.
Suspiré, pero una sonrisa se dibujó en mis labios. Ni recordaba la
última vez que había visto a Harper soltarse. El momento era una mierda,
pero en cierto modo era apropiado, ya que así era siempre con nosotros.
—Hazme un favor —le dije a Em mientras me deslizaba junto a
ella—. ¿Mandas a Bishop a la oficina cuando llegue? Allí es donde Spence
va a atender la llamada telefónica.
—Claro. —Me dio un pulgar hacia arriba—. Y buena suerte —
señaló a Harper—, con todo eso.
La iba a necesitar.
El sonido de la risa de Harper fue una descarga eléctrica para mi
corazón, desviándolo, disparando el ritmo antes de acomodarse en un
latido constante mientras cruzaba el suelo para llegar a ella.
—Oye, Knox. —Alguien me detuvo—. ¿Dónde están las camisetas?
Queremos estar preparados.
Solo la voz me dijo que era River.
—Clasificadas por tamaño bajo la mesa del comedor —respondí sin
apartar la vista de Harper, acercándome a ella.
Ryker me miró, y luego me envió la misma mirada de disculpa que
Emerson me había lanzado mientras Harper volvía a reírse... de algo que
había dicho Chance, vaya.
—¿Alguien sabe dónde están los vasos de plástico? —exclamó
Avery desde la cocina.
—¡En el estante superior de la despensa! —contestó Harper,
girándose ligeramente.
Nuestras miradas chocaron y se sostuvieron. Esta mujer valía la
pena la lucha, aún si tenía que esperar para defender mi caso, aunque
esperar significara defenderlo una y otra vez.
—Harper —dije en voz baja.
—Knox. —Su sonrisa se borró—. Ryker dijo que no tengo que
hablar contigo si no quiero. —Sus ojos se abrieron de par en par y se tapó
la boca con la mano—. Oh, lo dije en voz alta, ¿no?
—Está bien. —Teniendo en cuenta que casi todas las cabezas del
salón se habían vuelto hacia nosotros, sí, lo dijo en voz muy alta, pero no
me importaba.
—Pero Ryker también cree que sería una buena idea que lo
escucharas —añadió Ryker, apoyándola cuando se balanceó de nuevo.
Gracias a Dios que llevaba unas Vans. Los tacones habrían acabado con
ella.
La cabeza de Harper giró hacia su hermano con exageración.
—Traidor.
—Solo te doy mi sincera opinión.
Harper me devolvió la mirada y me costó todo lo que tenía no
echármela al hombro y sacarla de aquí para hacerla entrar en razón.
Había mil emociones en sus ojos, pero la que no podía soportar era el
dolor, porque sabía que yo lo había causado.
Se apartó del alcance de Ryker y presionó su dedo contra mi pecho,
mirándome con el ceño fruncido. —Me dije que no iba a hablar contigo.
Porque... —Sacudió la cabeza—. Por muchas cosas. ¿Pero sabes qué? Tal
vez lo haga. Todavía no lo he decidido.
—¿Podemos al menos hablar en privado? —No necesitaba que el
resto del equipo fuera testigo de esto.
Su mirada se estrechó. —Bien. Después de que llegue la llamada.
Pero tienes que mantener tus manos para ti, Knoxville, porque no puedo
pensar cuando me tocas.
Luché contra una sonrisa. Había algo que decir de una Harper
borracha y sin filtro.
—Por favor, Dios, tengan esta conversación en privado. —Ryker
gimió.
—Bishop acaba de llegar —nos dijo Bash, deslizándose entre la
multitud con Emerson acurrucada a su lado—. Se fue a la oficina.
—Ahora esperamos. —Ryker miró su reloj mientras Harper se
colocaba a su lado.
Íbamos a hablar.
Un zumbido nervioso llenaba el aire y aumentaba a medida que
pasaban los minutos.
Los chicos y Em hicieron todo lo posible para llenar nuestro
pequeño círculo con charlas banales, pero apenas me di cuenta de lo que
decían, no cuando Harper y yo estábamos encerrados en un concurso de
miradas emocionales.
—Son las cuatro y media —murmuró Bash, moviendo su peso de
un lado a otro con nerviosismo.
—Ya llamarán —dijo Emerson, dedicando su sonrisa más solidaria
a su prometido.
—Sabes que el ayuntamiento está cagado de miedo ahora mismo.
—Ryker pasó su brazo por encima del hombro de Harper, anclándola
cuando volvió a balancearse.
Maldita sea, ese era mi trabajo.
—Hicieron todo lo posible para que ustedes fracasaran. —La
sonrisa de Emerson se desvaneció.
—No vamos a hacerlo. —Mantuve mis ojos en Harper—. El fracaso
nunca ha sido una opción.
Se estremeció, y mi pecho se apretó por el miedo a que nuestra
conversación no fuera como yo quería. Ganar un concurso de miradas
emocionales nunca se había sentido tan mal.
—¡Ya hay noticias! —La voz retumbante de Bishop llenó la casa y
silenció a la multitud—. Vengan todos aquí.
—Es la hora —dijo Bash en voz baja.
Lawson hizo un gesto para que todos salieran a la terraza, y se
juntaron, abarrotando el primer piso de mi casa hasta su máxima
ocupación.
Cerré los ojos y respiré hondo. Ya no se podía hacer nada, así que
¿por qué se me hacía un nudo en el estómago? O bien habían decidido
certificarnos, o no lo habían hecho. La decisión había sido tomada. No se
hallaba en nuestras manos.
Había al menos cuarenta personas y reinaba el silencio.
—Recibí la llamada del equipo de certificación. —Spencer se situó
al borde de la cocina, donde todos podían verlo.
Dejé de respirar.
Una sonrisa lenta y orgullosa se extendió por su rostro.
—¡Bienvenidos de nuevo, Legacy, son todos unos bomberos
hotshots certificados!
Mierda.
El rugido fue ensordecedor cuando nos animamos.
Mi corazón retumbaba y la emoción abrumó todo pensamiento
lógico cuando Ryker, Bash y yo nos sostuvimos el uno al otro, nuestros
brazos alrededor de nuestras espaldas, las cabezas presionadas mientras
gritábamos con alegría.
El trabajo. El sacrificio. Los ruegos que tuvimos que hacer frente al
ayuntamiento. Las mudanzas y el dinero. Las noches sin dormir que
habíamos pasado rastreando cada legado vivo. La formación y las
dudas... todo había merecido la pena.
Éramos los hijos de nuestros padres y nos habían devuelto sus
parches.
Cada persona en esta sala había desempeñado un papel, pero
habíamos sido nosotros tres desde el principio.
—Lo hicimos. —Bash fue el primero en hablar.
—¡Claro que lo hicimos! —gritó Ryker.
—Estarían orgullosos de nosotros. —Mi voz sonaba tensa, el bulto
en mi garganta crecía con cada segundo que pasaba y cada parpadeo de
mis ojos llorosos.
Ambos asintieron y nos separamos.
Alguien, River, me abrazó y me dio una palmada en la espalda
antes de soltarme. Todos los que nos rodeaban saltaban, se abrazaban,
chocaban los cinco y sonreían como si hubieran ganado la lotería.
Bash tenía a Emerson en sus brazos.
Ryker abrazó a Harper, levantándola del suelo.
La alegría se resquebrajó en mi pecho. Era mi esposa. Era la única
mujer a la que amaba, a la que siempre amaría, y todo esto no significaba
nada si no era ella la que me esperaba al volver a casa.
—¡Maldonado! —gritó Spencer.
—¡Aquí! —gritaron River y Bishop, haciendo reír a todos.
Las camisetas volaron a las manos del escuadrón que las esperaba.
—¡Daniels!
Levanté la mano y Bishop envió una camisa volando por el salón.
La atrapé.
A nuestro alrededor, los miembros del equipo se despojaban de
todo lo que habían llevado a la fiesta, dejando las camisas desechadas en
el suelo.
—Bueno, el día de hoy se ha puesto interesante —dijo Emerson con
abierto agradecimiento mientras Bash se desnudaba.
Poniendo los ojos en blanco, hice lo mismo, colocándome la
camiseta del Escuadrón Hotshot de Legacy. Quedó en su sitio y miré el
parche que tenía justo debajo del hombro. Igual que papá.
Me giré y una masa de pelo rubio se lanzó a mis brazos. Harper.
Sus brazos estaban alrededor de mi cuello, su aroma en mis pulmones,
su cuerpo presionado contra el mío mientras la rodeaba con mis brazos
y la levantaba del suelo.
—Ahora es perfecto —dije contra su sien.
—Estoy muy orgullosa de ti. —Me abrazó con más fuerza.
Si pudiera haber congelado cualquier momento y vivir allí durante
una eternidad, habría sido éste.
—Te amo. —Las palabras salieron de mi boca sin preámbulos, sin
gracia, sin ninguno de los discursos practicados y bonitos que había
repasado en mi cabeza todo el día.
Ella tiró la cabeza hacia atrás, con los ojos muy abiertos y vidriosos
por la borrachera. —Knox. No.
—Te amo —repetí, sorprendido de que el mundo no hubiera
estallado en llamas y arenas movedizas solo por pronunciar esas
palabras.
Sacudió la cabeza y empujó mi pecho.
La dejé ir.
Nos miramos el uno al otro por lo que pareció una eternidad, pero
probablemente fue solo la duración de un latido de corazón. El corcho de
un champán sonó en alguna parte. Se repartieron cervezas.
Harper arqueó una ceja y se dio la vuelta, dirigiéndose a los
escalones.
—Buena suerte —gritó Ryker.
Iba a necesitarla. Aparta los ojos de su culo, me dije a mí mismo
mientras la seguía escaleras arriba, pero maldita sea, se encontraba justo
ahí. Mis palmas picaban con la necesidad de sostenerlo, y cuando se
resbaló, sostuve sus caderas, manteniéndola firme.
—Oye. —Agitó un dedo hacia mí—. Dije que no me toques.
—¿Preferirías que te dejara caer?
Su frente se arrugó y sacudió la cabeza antes de subir con rapidez
los últimos escalones.
Miró a la derecha, a nuestro dormitorio, luego giró a la izquierda y
empujó esa puerta.
No estaba preparado para su pequeño grito ahogado, o la punzada
de dolor que me cortó en lo más profundo.
Esta era su habitación, la de Liam y Jamie.
—Se siente todo mal —dijo, sacudiendo la cabeza mientras se
sentaba en la solitaria cama doble—. La habitación sigue aquí, pero la
han vaciado.
No quedaba nada personal de ellos. Era solo un caparazón.
—Sí, así es. —Me senté a su lado, lo bastante lejos para mantener
mis manos quietas como prometí, pero todavía cerca para alcanzarla si
se caía.
—¿Sabes lo que sucede cuando te vuelves responsable durante
cinco meses?
La miré pero no respondí a su pregunta retórica.
—Tu tolerancia al alcohol desaparece —susurró. Su ceño se frunció
mientras giraba su mirada hacia la mía—. He bebido demasiado tequila
como para tener cuidado con lo que te digo.
—Entonces no lo tengas. —Eso también significaba que quizás
hubiera bebido demasiado tequila para que yo la responsabilizara por
cualquier cosa que realmente dijera.
Sopló un mechón de cabello de su cara y luego parpadeó mientras
miraba al otro lado de la habitación. —¿Dónde está la cuna de Jamie? —
Todavía había hoyos en la alfombra de donde había estado.
—Se la di a Nolan.
Su cabeza giró hacia la mía, y debió perder el equilibrio, porque me
agarró del brazo. —¿Se la diste a Nolan?
—Era la cuna de Jamie. —Me volví hacia ella y le acomodé el pelo
detrás de la oreja—. Escuché todos los mensajes de voz que me dejaste,
Harper, y tenías razón. Lo mejor para los chicos era dársela a Nolan. —
Se me oprimió el pecho al pensar en todo lo que había pasado la noche
en que se fue. Ni siquiera sabía por dónde empezar con mi disculpa, o si
ella lo recordaría mañana—. Me enojé tanto esa noche cuando llegué a
casa y descubrí que se habían ido.
Ella retrocedió.
—Y fui tan estúpido al dejar que mis emociones gobernaran. Tan
estúpido por arremeter contra ti de la forma en que lo hice.
Miró alrededor de la habitación, luego se puso de pie. —No puedo
hacer esto aquí.
—Harper —comencé, pero ya había salido de la habitación.
Fui tras ella, siguiéndola a través de nuestra habitación y hasta
nuestro baño. Abrió el grifo y se echó agua fría en la cara.
Le tendí una toalla de mano y la tomó, secándose la cara mientras
se recostaba contra el tocador.
—No me puse tu apellido —confirmó, levantando la mirada para
encontrarse con la mía.
—Sí. Eso fue una mierda.
—Y no fue porque no te amara. —Retorció la toalla en sus manos—
. Ése es nuestro problema, Knox. Nunca he dejado de amarte.
Me acerqué a ella y levantó la mano para detenerme.
—Solo déjame decir esto, porque Dios sabe que me arrepentiré de
todo en la mañana.
Me mató, pero di un paso atrás.
—Y supe, incluso cuando nos apresuramos en esa ceremonia, que
estaba consiguiendo todo lo que siempre había querido, pero tú no. —
Levantó un dedo y mi boca se cerró de golpe—. Te ibas a casar conmigo
porque te veías reflejado en los chicos y te sentías dispuesto a hacer
cualquier cosa, incluso encadenarte a mí, para mantenerlos a salvo. Y
todo era temporal. Eso lo sabíamos.
Apreté la mandíbula, pero me mantuve en silencio.
—Siempre has dicho que no eras capaz de enamorarte. Y claro,
sabía que estabas dañado. Todos lo estamos. No soy ingenua, Knox. Te
conozco de toda la vida. —Sus ojos se cerraron por un segundo y presionó
la toalla contra su mejilla—. Sabía que una vez que conocieras a la mujer
adecuada, sin la cual no podrías vivir, encontrarías una manera de sanar
y te enamorarías. —Una sonrisa se dibujó en sus labios—. Porque tienes
tanto amor para dar. Y también sabía, por mucho que me doliera, que no
sería yo. —Su rostro se arrugó y se llevó mi corazón con él.
—Harper…
—No. —Sacudió la cabeza mientras se pasaba la toalla por las
mejillas—. Entonces, cuando fui a firmar la licencia de matrimonio, tuve
que elegir entre tomar todo lo que pudiera de ti y lanzarme a este… sueño,
o pensar en el dolor que causaría cuando inevitablemente tuviera que
volver a cambiarlo a Anders. Pensando en la mujer a la que algún día le
querrías poner ese apellido, no solo porque querías defender a los niños,
sino porque querías que ella tuviera todo de ti: tu corazón, tu alma y tu
nombre. ¿Y qué tan injusto sería para ti que lo tomara cuando ya me
habías dado tanto? —Sonrió, una sonrisa real, plena, genuina, y todo mi
cuerpo se tensó—. Y luego me llamaste señora Daniels, y me gustó tanto
que no tuve el corazón para decirte la verdad. Nunca creí que estaríamos
casados seis semanas y mucho menos cinco meses.
—Entiendo. —No me gustaba, pero lo entendía.
—Y en cuanto a mi apartamento...
—Ya lo sé. —Me encogí de hombros—. Ryker me lo dijo. Lamento
mucho haber sacado conclusiones precipitadas.
Asintió. —Lamento mucho haber dejado que te casaras conmigo.
—Joder no. Harper, no. —Cerré el espacio entre nosotros y tomé
su rostro entre mis manos—. Por favor, no te arrepientas de eso. Yo no lo
hago.
—Lo llevamos demasiado lejos. Lo llevé demasiado lejos. Y tenías
razón, esa noche cuando dijiste que no había nada más que nos
mantuviera unidos excepto ellos.
—Fui un idiota —susurré.
—Admítelo —exigió—. Solo una vez, di la verdad. Si no fuera por
los chicos, nunca hubiéramos estado juntos. Nunca me habrías besado…
—Te besé mucho antes de que los chicos fueran un factor. —Solo
mirar sus labios me hacía querer volver a hundirme en ella.
—Y mira cómo resultó eso —susurró—. Realmente no hay nada
como besarte, Knox. El mundo entero desaparece cuando tu boca está
sobre la mía.
Gemí y apoyé mi frente en la de ella.
—Es apropiado estar aquí, ¿no? —La toalla revoloteó hasta el suelo
cuando levantó sus manos a mi pecho—. ¿Tú, siguiéndome a un baño?
—Levantó la cara y rozó sus labios con los míos.
—Estás borracha. —Sentí la caricia en cada terminación nerviosa.
—Prefiero el término “un poco tomada”. —Otro roce de su boca.
—Y eso significa que no podemos...
Se levantó, pasó los dedos por mi cabello y me besó, pasando su
lengua por la comisura de mis labios.
—Mierda. —Mis manos cayeron a sus caderas y la levanté hasta el
tocador.
—Bésame, Knox. —Mordisqueó mi labio inferior—. Aunque sea una
última vez.
—No es la última vez. ¿No me escuchaste decir que te a…?
Estrelló su boca contra la mía.
Fallé esta prueba de autocontrol y le devolví el beso. Mi lengua se
hundió profundamente, arremolinándose sobre la de ella, saboreando
tequila, cítricos y algo como mi hogar. Una pizca de su sabor y todas las
buenas intenciones que tenía volaron por la ventana.
Nuestras bocas se fundieron, el beso se profundizó y por un
momento lo olvidé.
Olvidé que ella me había dejado.
Olvidé que necesitaba recuperarla.
Olvidé que estaba demasiado borracha para decir que sí.
Se separó lo suficiente para quitarse el suéter y luego volvió a mí.
Me sentía drogado con endorfinas y Harper, tomando su boca una y otra
vez. Envolvió sus piernas alrededor de mi cintura y meció sus caderas
contra mí.
—Joder, te sientes bien.
—Te deseo —susurró, arrastrando las palabras.
Y no quería nada más que desnudarla y usar mi cuerpo para
recordarle lo que se sentía pertenecer el uno al otro, pero eso no iba a
suceder. Esta noche no. Mi pene no tomaba decisiones por mí, no cuando
se trataba de Harper.
—Yo también te deseo —le prometí, de alguna manera encontrando
la disciplina para levantar la cabeza—. Pero tú, mi amor, estás borracha.
—Estoy diciendo que sí. —Empuñó mi camisa.
—Dilo mañana por la mañana y haremos algo al respecto. —Nunca
iba a ser algo de lo que se arrepintiera por la mañana.
—Todo da vueltas. —Parpadeó rápidamente, luego dejó caer su
cabeza sobre mi hombro.
Hice una mueca. —¿Necesitas que sostenga tu cabello?
Sacudió la cabeza, luego se encogió, encorvando los hombros.
—Deja de dar vueltas.
—Sí. Es la hora de acostarse para ti. —Sus tobillos todavía estaban
enganchados alrededor de mi cintura, así que apoyé una mano en su
espalda y la otra debajo de su increíble trasero—. Agárrate.
Gimió y me di la vuelta despacio antes de llevarla a nuestra cama.
La puse justo donde pertenecía, luego le quité los zapatos y los
calcetines.
—Siempre me ha encantado tu cama —murmuró, quitándose los
pantalones cortos antes de que pudiera detenerla.
—La odio sin ti en ella. —Mierda. Esas piernas largas y sedosas
iban a ser mi muerte. Aparté la mirada mientras se deslizaba bajo las
sábanas.
Su sostén aterrizó en el suelo.
Me merecía la maldita santidad, porque mantuve mis ojos alejados
y me quité la camiseta. —Siéntate un momento.
Se reincorporó hacia arriba y le puse la camiseta, ayudándola a
pasar los brazos por los agujeros. Eso estaba mejor. Bonita y tapada.
Sacó la pierna de debajo de las sábanas y puso un pie en el suelo.
—Deberías volver a la fiesta. Es tu gran noche.
Le aparté el pelo de la cara. —Créeme, Harper. No hay ningún lugar
en el que preferiría estar. No estuve aquí cuando me necesitabas, y sé
que habrá momentos en que volverá a suceder, pero esta noche, estoy
aquí.
—Estoy estúpidamente borracha, Knox. No moribunda. Puedes ir
abajo. Lo siento mucho si esto está arruinando tu noche. —Cada palabra
salió un poco más arrastrada.
—Para ser sincero, traerte de vuelta a nuestra cama era el mejor
escenario para la noche, así que creo que lo estoy haciendo bastante bien.
—Le sonreí, pero ella no me vio.
Ya estaba dormida.
Traducido por ♡ Celaena S. ♡
Corregido por Danita

Harper
La mejor comida del mundo para la resaca era los gofres del
Chatterbox, y tenía una gran pila con chispas de chocolate frente a mí.
—¿En serio te escapaste de él así? —me preguntó Emerson, con la
boca abierta.
—Le doblé la camisa —dije, como si eso lo hiciera mejor—. Fui una
absoluta idiota anoche, Em. Recuerdo que me desahogué con él y luego
intenté saltarle encima. —Se me retorció el vientre de mortificación, o tal
vez eran las náuseas que me habían quedado de la noche anterior. Me
había duchado nada más llegar a casa esta mañana, pero juraba que aún
podía sentir el tequila rezumando por mis poros.
Resulta que tomarse seis chupitos después de cinco meses de
abstinencia no fue tan buena idea.
—¿En serio? —Levantó las cejas.
Asentí. —Y él me rechazó. —Aún no decidía si eso era algo bueno
o no—. Mi memoria se vuelve un poco borrosa una vez que llegamos al
baño, pero recuerdo eso.
Te amo.
Ahora eso, estaba bastante segura de que lo había imaginado en
mi estado de ebriedad.
El mundo había comenzado a dar vueltas y él me había llevado a
la cama. —Em, creo que arruiné su noche.
Se burló. —Créeme, no lo hiciste. Bajó una vez que te dormiste y
pasó un par de horas con nosotros antes de regresar contigo. Y estoy
bastante segura de que los demás miembros del escuadrón mayores de
veintiún años se encontraban mucho más borrachos que tú antes de que
terminara la noche. Nunca había visto tantos tragos en tantos colores
diferentes. Resulta que Indie puede mezclar un buen trago.
—No pareces con resaca.
—Spencer y yo éramos los conductores designados, y además Knox
mantuvo a todos hidratados mientras entregábamos los borrachos a sus
casas. —Sonrió—. Puede que fueras la primera en caer, pero desde luego
no fuiste la última, Harper.
Eso me hizo sentir un poco mejor. Dios, estaba brillante aquí. La
camarera había sido súper dulce y nos sentó contra la pared, lejos de las
ventanas, pero incluso la iluminación del techo me provocaba dolores
punzantes en las sienes. Me merecía cada gramo de miseria.
—No puedo creer que me haya lanzado así sobre él. —Empujé los
gofres a mi boca y gemí por mi propia estupidez, feliz de Me metí los gofres
en la boca y gemí por mi propia estupidez, contenta de que la abuela
estuviera junto al mostrador para que no pudiera oír lo idiota que había
sido.
—Es un buen tipo —dijo Em, comiendo sus panqueques—. Sé lo
mucho que quería recuperarte anoche.
—¿Qué? —Mi tenedor se congeló a medio camino de mi boca—. Es
decir... hablamos de algunas cosas. —Fruncí el ceño, intentando recordar
qué se dijo con exactitud—. Pero pensé que buscaba un cierre. —Negué
con la cabeza.
—Eh. —Ladeó la cabeza hacia un lado—. Por lo que me dijo Bash,
los muchachos lo discutieron justo antes de la evaluación, y Knox dejó
bastante claro que iba a luchar por ti.
—Quieres decir luchar conmigo.
—No. Quiero decir lo que dije. —Una sonrisa se dibujó en su boca—
. Los chicos chismean peor que nosotras, lo juro. Además, anoche era un
hombre con una misión, y esa misión eras tú.
Mastiqué bien mi comida.
Los ojos de Emerson se abrieron cuando miró por encima de mi
hombro.
—Creo que sigue en la misión.
—¿De qué hablas…? —Mis palabras se estancaron cuando miré
detrás de mí y vi a Knox acechando a través del restaurante, su camiseta
doblada en la mano—. Oh, se ve enojado.
—Creo que es una descripción bastante precisa. —Le dedicó una
sonrisa a Knox cuando llegó a nuestra mesa, mirándome con el ceño
fruncido—. ¿Podemos invitarte a desayunar?
Tragué saliva, la intensidad en sus ojos me robó el aliento.
—Ya basta. —Pronunció la palabra como si lo hubiera ofendido de
forma personal.
—¿Ya basta con qué? —Bajé el tenedor.
—Ya basta con esto. —Hizo un gesto entre él y yo.
—No te sigo. —Mierda, ¿estaba a punto de dejarme públicamente?
Él nunca había dejado que sus emociones más suaves se mostraran en
público, ¿pero su ira? Tenía un historial allí.
—Basta de esta mierda en la que te escapas de mí.
La gente nos miraba.
El calor me inundó el rostro. —No me escapé de ti esta mañana —
susurré, esperando que entendiera que la implosión de nuestra relación
no era un deporte para espectadores.
—Cuando me despierto con la cama vacía y una camiseta doblada
en tu almohada, yo diría que eso califica como que huiste. —Levantó
dicha camiseta, como si necesitara aportar evidencias a esta audiencia
pública.
—¿Hubieras preferido que te robara la camiseta? —Levanté una
ceja.
—¡Sí! —gritó.
Todas las cabezas se giraron.
Mátenme ahora.
—Esa es tu camiseta de los hotshots —declaré lo obvio y esperé a
que se diera cuenta.
—¿Y cuál es tu punto? —Levantó la camiseta ofensiva—. Te la puse
anoche.
—Y conozco las reglas de esta ciudad —siseé, moviéndome en mi
asiento—. Solo los hotshots…
—Y las personas que están con los hotshots —interrumpió—, las
usan.
—Exacto. —Me ardían las mejillas y sabía que, si me miraba al
espejo, tendría el color de un tomate cherry.
—Está bien, ¿cómo puedo dejarlo más claro? —Se inclinó hacia mi
espacio—. Hagamos una demostración visual. Brazos arriba.
Se me desencajó la mandíbula.
—Brazos. Arriba —repitió, y el calor en sus ojos me hizo levantar
los brazos.
Hubo una clara oleada de murmullos en el restaurante.
Me puso la camiseta por encima de la cabeza y luego tiró de ella
hacia abajo por encima de la blusa que llevaba puesta, tomándose el
tiempo de levantarme suavemente el pelo del cuello.
—Listo. ¿Lo entiendes?
Bajé los brazos poco a poco, sin palabras.
—Harper, estoy enamorado de ti. —Flexionó la mandíbula.
—¿De verdad dijiste eso anoche?
Asintió secamente.
—Bueno, no pareces muy feliz por ello —susurré.
Se rió con incredulidad. —Me alegré mucho antes de despertarme
y ver que te habías ido. Pero lo entiendo. Si necesitas que te persiga, aquí
estoy. —Extendió los brazos—. Si necesitas ver que no estaba contigo por
conveniencia, o por los niños, o por cualquier excusa que te dijeras a ti
misma cuando te levantaste de nuestra cama esta mañana. Aquí. Estoy.
—Giró en un círculo como si el restaurante fuera el centro del ring y fuera
a por el cinturón.
—¿Qué estás haciendo? —Me encontraba bastante segura de que
Amy Donahue había sacado su teléfono.
Se inclinó hacia mi espacio y me acunó la mejilla con su mano,
bloqueando el resto de la habitación para que solo estuviéramos él y yo.
—Estoy luchando por ti. Y entiendo que es un concepto nuevo, así
que es posible que no lo reconozcas, pero así es como se ve. Tú hablaste
anoche y ahora me toca a mí.
Mis labios se abrieron y mi corazón despegó al galope.
—No soy perfecto. Cometo errores, y he cometido más de lo que me
corresponde cuando se trata de nosotros. Pero me has visto en mi mejor
y peor momento, y, de alguna manera, te las arreglas para amarme de
cualquier manera.
Respiré hondo porque era cierto. No había nada que Knox pudiera
hacer para impedir que mi insensato corazoncito lo amara.
—Todavía me amas —me dijo—. Me has amado desde que éramos
niños, y eso no va a desaparecer porque nos hayamos peleado en el que
posiblemente fue uno de los peores días de nuestras vidas. No dejas de
amarme porque nos desquitamos el uno con el otro en lugar de trabajar
juntos. No te alejas de una historia como la nuestra. Ya lo sé. Traté de
negarlo durante años. No te rindes ante algo así. Vale la pena luchar por
lo que tenemos. —Se bajó hasta que estuvimos a la altura de los ojos—.
Así que peleemos.
—Knox…
—La jodí cuando dije que solo estábamos juntos por los niños, y lo
dije porque estaba enojado, y para liberarte. Los niños nunca fueron la
razón por la que estábamos juntos. Eran la excusa que necesitaba porque
tenía demasiado miedo de perderte como para intentar tenerte.
»Lo arruiné cuando me fui después de la pelea, porque te di la
oportunidad de dudar de esto, de dudar de nosotros. Te di la oportunidad
de huir y, maldita sea, la aprovechaste.
Me estremecí ante sus palabras, pero su toque era suave.
—La cagué cuando no fui tras de ti aquella noche, cuando no te
llevé de vuelta a nuestra casa para que pudiéramos discutirlo.
»Pero el peor error de mi vida fue no decirle a Ryker que se metiera
la lista por el culo la noche que te besé por primera vez. Supe entonces
que eras la única mujer que iba a querer... que iba a amar. Y sí, Harper,
amar. Puede que en ese momento no supiera lo que era, o que me diera
demasiado miedo para admitirlo, pero ahora lo sé, y te estoy confiando
esas palabras de la misma manera que tú me confiaste las tuyas.
Me mordí el labio inferior para evitar que temblara.
—No puedo prometerte que siempre estaré aquí cuando me
necesites. —Su voz se redujo a un susurro—. Pero te prometo que, esté
donde esté, seré tuyo.
Antes de que pudiera responder, se puso de pie y sacó un cuchillo
de su bolsillo, girándose hacia la pared con un movimiento fluido.
Emerson lo miró boquiabierta mientras la mano de él se movía con
movimientos rápidos y eficientes.
No podía pensar, no podía respirar. Solo era capaz de mirarlo fijo
mientras mi corazón latía con un latido imprudente que siempre le había
pertenecido.
Cuando se alejó, su talla estaba al frente y al centro de la pared
para que todo el mundo la viera. KNOX AMA A HARPER.
Mi vista se tambaleó cuando se arrodilló frente a mí. Se metió la
mano en el bolsillo y sacó el anillo de su abuela: mi anillo.
—Knox —susurré.
—La última vez que puse este anillo en tu dedo fue porque tenía
miedo. Miedo de perder a los niños. Miedo de que los separaran. Miedo
de que te fueras de mi casa y nunca miraras atrás si no tenía una razón
para mantenerte allí. —Subió el anillo a mi mano izquierda, deslizándolo
justo sobre la punta de mi dedo anular—. Pero ya no tengo miedo. Ya nos
pasó lo peor, y seguimos de pie. Tú y yo, hemos pasado por todo. Todo
este pueblo se quemó a nuestro alrededor, y lo reconstruimos y volvimos
más fuertes. Tú y yo siempre lo haremos. Esta vez quiero este anillo en
tu dedo porque estoy seguro de que no hay nadie más en el mundo que
pueda amarte como yo, y estoy preparado para pasar el resto de mi vida
demostrándotelo. Pelea conmigo, Harper. Cásate conmigo. —Su sonrisa
me dejó boquiabierta—. Otra vez. Hagámoslo por todas las razones
correctas.
No había duda en sus ojos. Ni nervios. Ni dedos temblorosos.
Este hombre sabía exactamente lo que quería, y era yo.
Me incliné hacia adelante y lo besé, derramando todo lo que sentía
mientras todos en el lugar vitoreaban a nuestro alrededor.
—¿Eso es un sí? —preguntó contra mi boca.
—Eso es un sí, Knoxville —Un sí de todo corazón. Sí a la lucha y al
trabajo, al amor y a las derrotas.
Él sonrió y deslizó el anillo en su lugar.
Cuatro años después
Traducido por Julie
Corregido por Danita

Harper
—Feliz cumpleaños —terminamos de cantar, apiñados alrededor
de la mesa de picnic del parque.
—¡Pide un deseo! —dijo Liam con entusiasmo.
James se inclinó hacia delante y apagó cinco velas.
Todos aplaudimos y él se sentó de nuevo en el banco, sonriendo
por los elogios. Nolan se acercó y apagó las velas todavía humeantes
mientras una docena de ansiosos niños de preescolar comenzaban a
clamar por el pastel.
—Es difícil de creer que vaya a empezar la primaria el mes que
viene —dijo Knox, rodeándome con sus brazos por detrás y apoyando su
cabeza en mi hombro.
—¿Sí, verdad? —Me incliné hacia él—. Me siento como si acabara
de llegar a su primera clase de preescolar la semana pasada.
Knox resopló. —Todavía siento que es solo un bultito a punto de
vomitarme en la espalda.
—Ya no lo hace. —Puse los ojos en blanco.
—Gracias a Dios. No iba a conseguir muchas mujeres con ese
hábito. —Señaló hacia Liam, que repartía el pastel—. Ese va a ser un
rompecorazones. Ya sabe que el camino al corazón de una mujer es a
través de los productos horneados.
Me moví sobre mis pies doloridos, y las manos de Knox se
deslizaron por mi cintura y sobre mi estómago.
—¿Por qué no te recostamos un minuto?
Ladeé una ceja hacia él. —Recostarme un minuto es lo que me trajo
aquí hace siete meses. —Ni siquiera lo habíamos intentado, ya que Ivy
solo tenía un año.
Miré hacia el pino más cercano y sonreí al ver a Ryker sosteniendo
a su sobrina a la sombra.
—No puedo evitar encontrarte irresistible. —Me besó el cuello, se
agachó y me levantó en sus brazos como si no pesara nada—. Y seamos
sinceros, nunca dije que tuvieras que estar acostada. Si no recuerdo mal,
te tenía doblada...
—¡Knoxville! —Lo hice callar con una mano sobre su boca.
Se limitó a sonreír y a morderme los dedos.
Me llevó a la siguiente mesa de picnic y me sentó en el banco,
levantando mis pies sobre sus muslos al mismo tiempo que él se sentaba
perpendicularmente a mí. Entonces me frotó el arco del pie a través de
las sandalias, y gemí de puro placer.
Me empapé de su presencia, sabiendo que tenerlo en casa aunque
fuera una semana en esta época del año era algo que había que saborear.
Aprovechábamos al máximo cada momento que pasábamos juntos, y no
importaba cuántas veces lo llamaran, yo siempre lo esperaba con los
brazos abiertos.
—Oye, Knox, ¿quieres que lancemos el balón de fútbol? —preguntó
Liam, que ya sostenía una pelota Nerf roja y negra mientras se acercaba.
Su nueva gorra de los Hotshot de Legacy ya estaba sucia y rota en varios
lugares, lo que me hizo reír. Aquel chico se dedicaba a romper gorros
como si nada.
Knox me lanzó una mirada y yo asentí. —Ve a divertirte.
Se desenredó con cuidado de su posición como mi reposapiés.
—¿Esta también es una niña? —me preguntó Liam, mirando mi
vientre.
—Sí, seguro que sí —respondí.
—¿Querías un niño? —le preguntó a Knox, con el ceño fruncido.
—Quería a quienquiera que viniera —respondió, sacudiendo el ala
de la gorra de Liam—. Además, no se me ocurre nada mejor que estar
constantemente rodeado de chicas guapas.
Pareció considerarlo y luego se inclinó hasta quedar a centímetros
de mi ombligo. —Hola, pequeña. Soy Liam. Tus padres son geniales, así
que no te estreses.
Knox se rió, y yo no pude evitar sonreír cuando los dos se alejaron
un poco y empezaron a lanzar la pelota de un lado a otro. Todo era
demasiado pintoresco, los niños corriendo con la cara embadurnada de
glaseado, y aún más perfecto por ello.
Memoricé todo lo relacionado con el momento para recordarlo en
una noche en la que Knox no estuviera en casa, cuando los días difíciles
lucharan por superar a los buenos.
Knox sacó su teléfono del bolsillo y contestó, sosteniéndolo entre la
mejilla y el hombro mientras le lanzaba la pelota a Liam. Se me apretó el
pecho. ¿Los estaban llamando? Dirigí mi mirada hacia Ryker, pero seguía
apoyado en el árbol mientras Ivy dormía la siesta sobre su pecho.
Knox le levantó el dedo a Liam y luego caminó hacia mí, con el
teléfono todavía pegado a la oreja.
—¿Es un incendio? —pregunté.
Sacudió la cabeza y dejó el teléfono sobre la mesa, pulsando el
botón del altavoz. —Adelante, Elliot. Harper está aquí.
Oh. Era ese tipo de llamada.
—Hola, Harper.
—Hola, Elliot. ¿Necesitas un poco de ayuda? —Bajé los pies y me
senté con la espalda recta mientras Knox lanzaba su pierna a mi lado,
sentándose a horcajadas en el banco.
—Tengo dos hermanos. Un niño y una niña. De siete y tres años.
Suponemos que se busca cuidado temporal, nada a largo plazo, pero
sabré más el lunes cuando vayamos al juzgado.
Knox y yo nos miramos. Cuando los Pendridge se retiraron como
únicos padres de acogida de nuestra ciudad, hace cuatro años, Knox y
yo nos hicimos cargo. Incluyendo a Liam y James, doce niños habían
pasado por nuestras puertas en los últimos cinco años, aunque ninguno
se había quedado tanto tiempo como los chicos.
—¿Esto es como la última vez, cuando el cuidado temporal se
convirtió en tres meses? —preguntó Knox, con un tono burlón—. ¿O más
bien como la vez anterior cuando fue una semana?
—Sinceramente, no lo sabré hasta el lunes —respondió.
—Danos un segundo —dije.
Knox pulsó el botón de silencio.
—¿Quieres hacerlo? —La preocupación invadió su mirada—. No
puedo garantizar que esté aquí el lunes, y tú estás... —Señaló a nuestra
flamante hija.
—Estoy embarazada, Knox, no me estoy muriendo. —Puse los ojos
en blanco.
—Bien. Solo me aseguraba. —Volvió a quitar el silencio—. Los
acogeremos.
—Me imaginé que lo harían. Gracias, chicos. Los llevaré allí en un
par de horas.
—Suena bien. —Knox colgó y me besó con suavidad—. ¿Aquí
vamos de nuevo?
Sonreí en el beso. —Aquí vamos de nuevo.
Rebecca Yarros es autora bestseller de más de
quince novelas, entre ellas The Things We Leave
Unfinished y The Last Letter.
“Una narradora con talento” (Kirkus), también
ha recibido el Colorado Romance Writer's Award
of Excellence por Eyes Turned Skyward, de su
serie Flight and Glory.
Rebecca adora a los héroes militares y lleva casi
veinte años felizmente casada con el suyo. Es
madre de seis hijos y actualmente sobrevive a la
adolescencia con sus cuatro hijos jugadores de
hockey. Cuando no está escribiendo, se la puede
encontrar en la pista de hockey o tocando la
guitarra mientras se toma un café. Ella y su
familia viven en Colorado con sus tercos
bulldogs ingleses, dos aguerridas chinchillas y
una gata Maine Coon llamada Artemis, que los domina a todos.
Habiendo acogido y luego adoptado a su hija menor, Rebecca es
una apasionada de ayudar a los niños en el sistema de acogida a través
de su organización sin fines de lucro, One October, que cofundó con su
esposo en 2019. Para saber más sobre su misión de mejorar la vida de
los niños en acogida, visita www.oneoctober.org.
Para ponerte al día con sus últimos lanzamientos y sus próximas
novelas, incluida A Little Too Close, visita www.RebeccaYarros.com.

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