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LA RIQUEZA DE LAS IDEAS

Una historia del pensamiento económico

Alessandro Roncaglia

Traducción de Jordi Pascual Escutia


La riqueza de las naciones 177

tía (por lo tanto, fundamentado en un sentimiento que es innato en el


hombre y no le viene impuesto desde fuera), la fuerza motriz de un inte-
rés personal rectamente concebido, un conjunto de normas jurídicas y
costumbres, e instituciones públicas diseñadas entre otras cosas para
garantizar la administración de justicia. Ésta es una visión que se funda-
menta en un sano buen sentido; al mismo tiempo, es fruto de una refi-
nada elaboración teórica que abarca todo el campo de las ciencias socia-
les y comporta, paso a paso, una ajustada selección entre las diferentes
tradiciones culturales y corrientes de pensamiento que contribuyen a la
viveza del «siglo de la Ilustración».

5.4. La riqueza de las naciones


Las contribuciones de Smith, como hemos visto, se refieren a muchos
campos: retórica, filosofía moral, jurisprudencia, economía política. Aquí
concentramos la atención en el último de ellos, al que Smith debe su fama.
Sin embargo, es importante destacar que, como vimos en el apartado ante-
rior, sus reflexiones sobre este tema (y, por lo tanto, el libro que las ilustra,
La riqueza de las naciones) forman parte de una investigación más amplia
sobre el hombre y la sociedad: dos elementos que, como sostenía su maes-
tro Hutcheson, constituyen de hecho un solo objeto de estudio.24
La Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
(Smith, 1776) se subdivide en cinco libros. El primero se refiere a la divi-
sión del trabajo (y, por lo tanto, al progreso tecnológico), la teoría del valor
y la distribución de las rentas; el segundo trata del dinero y la acumulación;
el tercero es una digresión breve y muy sugerente sobre la historia de las ins-
tituciones y la economía desde la caída del Imperio romano; el cuarto ilus-
tra críticamente las doctrinas mercantilistas y los principios fisiocráticos;
finalmente, el quinto se refiere a los gastos e ingresos públicos y, con carác-
ter más general, al papel del Estado en la economía.

24 En La riqueza de las naciones y en otros escritos (especialmente las Lectures on juris-


prudence, Smith, 1977) Smith adopta una teoría de los estadios del desarrollo social —caza,
cría de ganado, agricultura, comercio— análoga a la propuesta, es probable que de forma
independiente, por Turgot, bajo la influencia de la obra de Montesquieu, De l’Esprit des lois
(1748, en particular libro octavo): cf. Meek (1977), pp. 18-32.
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El punto de partida de la reflexión económica de Smith viene repre-


sentado por la división del trabajo. Su objeto es explicar el funcionamien-
to de un sistema económico en el que cada persona está ocupada en una
tarea específica y cada empresa produce una mercancía específica.
La división del trabajo no es un fenómeno nuevo, y Smith no es el
primero en hacer hincapié en él. Schumpeter (1954, p. 56) lo llamó «este
eterno lugar común de la economía»: los autores de la antigua Grecia,
como Jenofonte y Diodoro Sículo, Platón y Aristóteles (cf. más arriba
§ 2.2), ya la habían estudiado, así como los autores del siglo anterior como
William Petty. Smith, sin embargo, es el primero en colocar la división del
trabajo en el centro del análisis aplicado para explicar cuáles son los ele-
mentos que determinan los niveles de vida de un país dado y sus tenden-
cias al progreso o al retroceso.
La tesis de Smith puede sintetizarse como sigue. Ante todo, la «rique-
za de las naciones» se identifica con lo que hoy llamamos renta per cápita,
o en esencia el nivel de vida de los ciudadanos del país que se considera.25
Ésta es una identificación que ahora damos por supuesta, pero que de nin-
guna manera era así cuando Smith la introdujo. En efecto, con ella aban-
donaba la tendencia de los escritores cameralistas y mercantilistas, conse-
jeros del príncipe en las décadas anteriores, a tomar como objetivo la
maximización de la renta nacional total de un país como fuente de poder
económico y, por lo tanto, de poder militar y político (una visión que con-
sideraría a Suiza menos «rica» que la India).
En segundo lugar, recordemos que la renta nacional (Y) es igual a la
cantidad de producto obtenida en promedio por cada trabajador (o pro-

25 Éstas son las primeras líneas de La riqueza de las naciones (Smith, 1776, p. 10; p. 3,
trad. cast.): «El trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas
las cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume el país. Dicho
fondo se integra siempre, o con el producto inmediato del trabajo, o con lo que mediante
dicho producto se compra de otras naciones. De acuerdo con ello, como este producto o lo
que con él se adquiere, guarda una proporción mayor o menor con el número de quienes lo
consumen, la nación estará mejor o peor surtida de las cosas necesarias y convenientes ape-
tecidas». De hecho, la visión de Smith es más amplia: en una sociedad civilizada cuentan la
riqueza material, la libertad, la dignidad individual y las reglas (leyes y normas morales)
compartidas. Una economía floreciente es importante tanto por sí misma cuanto como
requisito previo para el desarrollo de las letras y las artes, y por la función civilizadora que
se atribuye al comercio (la tesis del doux commerce antes mencionada, § 4.1).
La riqueza de las naciones 179

ductividad del trabajo, π), multiplicada por el número de trabajadores


empleados en la producción (L):
Y = π L.
Si dividimos la renta nacional por la población (N), obtenemos la
renta per cápita; en consecuencia, la renta per cápita es igual a la produc-
tividad del trabajo multiplicada por la proporción de trabajadores activos
sobre el total de la población. En otros términos: de Y = π L, dividiendo
por N, obtenemos
Y/N = π L/N.
Es decir, el nivel de vida de la población depende de dos factores: la
proporción de ciudadanos empleados en un trabajo productivo y la pro-
ductividad de su trabajo.
Aquí entra en juego la división del trabajo. De hecho, según Smith, la
productividad del trabajo depende principalmente del nivel alcanzado por la
división del trabajo. A su vez, éste depende de la dimensión de los mercados.
Examinemos más detenidamente estas dos tesis. La primera —el efec-
to positivo de la división del trabajo sobre la productividad— lo ilustra
Smith (1776, pp. 14-15; p. 8, trad. cast.) con el conocido ejemplo de la
fábrica de alfileres, que está tomado de la voz Épingle en la Encyclopédie
editada por d’Alembert y Diderot.26 Smith identifica tres circunstancias

26 La voz Épingle (escrita por Alexandre Deleyre, conocido como traductor de Fran-
cis Bacon) se incluyó en el quinto volumen (1755) de la Encyclopédie, publicada entre 1751
y 1772, y fue mencionada (con referencia errónea a la aguja, aiguille) en el manifiesto pro-
gramático de la obra, el Discours préliminaire de d’Alembert (1751, p. 141). Sin embargo,
la importancia de la división del trabajo ya había sido reconocida por los escritores griegos
(cf. más arriba § 2.2) y, en época más próxima a Smith, por autores como William Petty,
que utiliza como ejemplos la fabricación de vestidos, barcos y relojes (Petty, 1690, pp. 260-
261, y 1899 [1682], p. 473), y el anónimo autor de las Considerations on the East India
trade [Consideraciones sobre el comercio de las Indias Orientales], que utiliza los mismos
ejemplos (Anónimo, 1701, pp. 590-592). El ejemplo de los alfileres le podría haber pare-
cido sugestivo a Smith a causa de la posibilidad, para él y para los lectores que hubiera entre
sus conciudadanos, de una comparación directa con las condiciones en las que los mari-
neros escoceses producían los clavos para sus barcos, como parte subsidiaria de sus activi-
dades de pesca y contrabando (con el resultado de una baja productividad y de una mala
calidad del producto). El ejemplo de la aguja fue utilizado por un autor musulmán medie-
val, Algazel (1058-1111): cf. Hosseini (1998), p. 673.
180 Adam Smith

que relacionan la productividad con la división del trabajo: la mejora de la


destreza del trabajador, cuando realiza con regularidad una tarea específi-
ca en lugar de una multiplicidad de tareas; el ahorro en el tiempo de tra-
bajo que habitualmente se pierde cuando se desplaza de una tarea a otra;
y el progreso técnico inducido por la posibilidad de concentrar la atención
en una tarea específica.27
Consideremos ahora la segunda tesis, la relación entre crecimiento del
mercado y desarrollo de la división del trabajo.28 Recordemos que, cuando
una empresa se expansiona a fin de introducir mejoras en la división del tra-
bajo dentro de ella, tiene que colocar en el mercado una mayor producción,
tanto por el aumento en el número de trabajadores empleados como por el
aumento de su productividad. En el ejemplo de la fábrica de alfileres de
Smith, un trabajador que lo hace todo produce unos diez alfileres diarios,
mientras que una pequeña fábrica con diez trabajadores produce unos
50 000 alfileres diarios. La producción en su conjunto ha aumentado cinco
mil veces, a consecuencia de un aumento decuplicado en el número de tra-
bajadores y a un aumento cinco veces centuplicado de su productividad.
Por lo tanto, el mercado debe también crecer cinco mil veces, a fin de
absorber la producción de la pequeña fábrica, comparada con la dimensión
del mercado suficiente para un solo trabajador que produjera alfileres. Está
claro, por lo tanto, que la dimensión del mercado constituye la restricción
principal para el desarrollo de la división del trabajo. De ahí el liberalismo
económico de Smith: todo aquello que sea un obstáculo para el comercio
constituye también un obstáculo para la división del trabajo, y, por lo
tanto, para aumentar la productividad y el bienestar de los ciudadanos, o,
en otras palabras, para la riqueza de las naciones.

27 Cf. Smith (1776), pp. 17-20; pp. 11-13, trad. cast.


28 La conexión smithiana entre la dimensión del mercado y la división del trabajo ha
sido interpretada a menudo en términos de la teoría marginalista tradicional de la empre-
sa, que se basa en las curvas de costes en forma de U (cf. más adelante cap. 13), como una
tesis que se refiere a los rendimientos crecientes a escala. Cf., por ejemplo, Stigler (1951).
Sin embargo, en el contexto de la teoría marginalista, los rendimientos a escala se refieren
a comparaciones estáticas entre alternativas igualmente disponibles para el empresario en
un instante dado del tiempo, mientras que en el marco smithiano la división del trabajo
(dicho de modo más explícito, el cambio tecnológico) y la expansión del mercado son pro-
cesos que tienen lugar en el tiempo.
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Evidentemente, al analizar una economía de mercado basada en la


división del trabajo no podemos detenernos en una noción agregada como
la de la riqueza de las naciones. En efecto, hay tres aspectos relacionados,
aunque distintos, en la división del trabajo: la división microeconómica
del trabajo entre los diferentes trabajadores de una misma planta;29 la divi-
sión social, entre diferentes puestos de trabajo y profesiones; y la división
macroeconómica, entre empresas y sectores que producen diferentes mer-
cancías o grupos de ellas.30 Por lo tanto, es necesario considerar tanto la
estratificación social de tal sistema económico como las relaciones que se
establecen entre los diferentes sectores productivos. En estos aspectos
Smith va bastante más allá del pensamiento económico anterior, aunque
toma una serie de elementos de él.
Los «aritméticos políticos» King y Davenant habían ilustrado la situa-
ción económica de Inglaterra utilizando una división de la economía nacio-
nal en áreas geográficas: una elección que podemos comprender para una
época en la que el comercio tropezaba con la dificultad de los transportes.
En cambio, más tarde prosperó el criterio de dividir la sociedad en clases
sociales y sectores productivos. Después de Cantillon y Quesnay, Smith
consideró una sociedad dividida en tres clases. Su tripartición —trabajado-

29 El ejemplo de los alfileres se refiere evidentemente a la división microeconómica


del trabajo, a saber, la división del trabajo en una unidad productiva individual (o empre-
sa). Por lo tanto, la expansión del mercado puede consistir no sólo en un aumento de la
cantidad del producto demandado por los compradores en su conjunto, sino también en
un aumento en la cuota de mercado de la empresa individual a través de un proceso de
concentración industrial. Sin embargo, tal proceso implica una creciente eficiencia del
mercado. Por ejemplo, el número de empresas que producen alfileres en Gran Bretaña
puede disminuir si la logística de los transportes hace posible que los productos de cual-
quier empresa lleguen a las áreas distantes del país. En cualquier caso, está claro que Smith,
aunque no lo excluya, no se refiere tanto a la expansión del mercado de la empresa indivi-
dual cuanto al mercado de un producto en su conjunto. (Sólo dentro de la teoría margi-
nalista del equilibrio de la empresa los rendimientos crecientes, concebidos en términos
estáticos, entran en contradicción con el supuesto de competencia; sobre este punto cf. más
adelante § 13.3 y 16.4; aquí nos limitamos a destacar la naturaleza dinámica, no estática,
del análisis smithiano de la división del trabajo, y la ausencia en él de la noción margina-
lista de equilibrio.)
30 Aunque Smith no trató explícitamente esta relación (ni distinguió explícitamente
estos diferentes aspectos de la división del trabajo), está claro que la división macroeconó-
mica del trabajo procede de la división microeconómica, a través de la externalización de
algunas áreas de la actividad de una empresa que dan lugar a nuevas empresas y nuevas
ramas de la actividad. Cf. Corsi (1991).
182 Adam Smith

res, capitalistas y terratenientes (con las tres clases correspondientes de ren-


tas: salario, beneficio y renta de la tierra)— es diferente de la de sus prede-
cesores (trabajadores agrícolas y granjeros, artesanos, nobleza y clero). Esta
última clasificación refleja una sociedad en transición del feudalismo al
capitalismo, mientras que la clasificación de Smith refleja una sociedad
capitalista (aunque hoy en día los terratenientes han perdido prácticamen-
te toda su importancia, mientras que las clases medias se han expansiona-
do). Así, también en este aspecto Smith señala el ascenso del esquema con-
ceptual que ha caracterizado a la ciencia económica posterior.
La noción del tipo de beneficio, aunque no era nueva (ya había sido
utilizada por Turgot y otros), asume definitivamente un papel central: la
conveniencia de líneas alternativas de actividad es valorada considerando
la proporción entre los beneficios y el valor de los adelantos de capital, más
que la diferencia entre ingresos y costes.
A causa de las diferencias del poder de negociación entre capitalistas
y trabajadores,31 podemos suponer que estos últimos reciben un salario
estrictamente suficiente para mantenerlos a ellos y a sus familias. Los
ingresos de los capitalistas y terratenientes, a saber, los beneficios y las ren-

31 «Los salarios del trabajo dependen generalmente, por doquier, del contrato concer-
tado por lo común entre estas dos partes, y cuyos intereses difícilmente coinciden. El ope-
rario desea sacar lo más posible, y los patronos dar lo menos que puedan. Los obreros están
siempre dispuestos a concertarse para elevar los salarios, y los patronos, para rebajarlos.
Sin embargo, no es difícil de prever cuál de las dos partes saldrá gananciosa en la
disputa, en la mayor parte de los casos, y podrá forzar a la otra a contentarse con sus térmi-
nos. Los patronos, siendo menos en número, se pueden poner de acuerdo más fácilmente,
además de que las leyes autorizan sus asociaciones o, por lo menos, no las prohíben, mien-
tras que, en el caso de los trabajadores, las desautorizan. No encontramos leyes del Parla-
mento que prohíban los acuerdos para rebajar el precio de la obra; pero sí muchas que pro-
híben esas estipulaciones para elevarlo. En disputas de esa índole los patronos pueden resistir
mucho más tiempo. […] A largo plazo, tanto el trabajador como el patrono se necesitan
mutuamente; pero con distinta urgencia». (Smith, 1776, pp. 83-84; p. 65, trad. cast.)
Debe observarse que Smith sostiene la tesis de que el salario tiende al mínimo de
subsistencia (para el consumo necesario del trabajador y de su familia) con argumentos de
tipo histórico-institucional; cambios como la legalización de los sindicatos y el derecho a
la huelga modifican la situación y hacen posible que los salarios suban, incluso mucho, por
encima del nivel de subsistencia, pero no restan validez al enfoque smithiano de la distri-
bución, visto como un problema de poder relativo de negociación. Lo mismo puede decir-
se de la «ley de bronce de los salarios», basada en el principio maltusiano de la población,
que se tratará más adelante (§ 6.2).
La riqueza de las naciones 183

tas, pueden considerarse, pues, iguales en su totalidad al excedente obte-


nido en la economía.
En el proceso de desarrollo, añade Smith, aumentan las rentas, mien-
tras que el tipo de beneficio tiende a disminuir debido a la «competencia
de los capitales». En consecuencia, el interés de los terratenientes con-
cuerda en este aspecto con el interés general de la sociedad, mientras que
ocurre lo contrario para los capitalistas.32
El excedente —una noción que Smith toma de Petty, Cantillon y
Quesnay— es igual a aquella parte del producto que excede a lo que es
necesario para reconstituir el stock inicial de medios de producción y
medios de subsistencia para los trabajadores empleados en el proceso pro-
ductivo. Esta noción es el núcleo de la representación clásica del funcio-
namiento de la economía como «producción de mercancías por medio de
mercancías». Período tras período, las empresas del sistema económico uti-
lizan el stock inicial de medios de producción (y los trabajadores utilizan
el stock inicial de medios de subsistencia) en el curso del proceso produc-
tivo, al final del cual obtienen un producto que se usa ante todo para
reconstituir el stock inicial, a fin de poder repetir el ciclo productivo; lo
que resta después de esto, es decir, el excedente, puede utilizarse para
aumentar el stock de medios de producción y de subsistencia, aumentan-
do el número de trabajadores empleados en el proceso productivo y, por
lo tanto, el producto, o para un consumo «improductivo» (que incluye en
el consumo de lujo también el consumo de subsistencia de los parados o
de aquellos cuyo trabajo no da resultados concretos, esto es, no origina
mercancías que puedan venderse en el mercado).
Smith atribuye una notable importancia al proceso de acumulación,
o, en otras palabras, a la utilización productiva del excedente. La acumu-
lación consiste no sólo en invertir en nuevos medios de producción, sino
también en el aumento del número de trabajadores empleados, y, de este

32 Cf. Smith (1776), pp. 264-267; pp. 239-241, trad. cast. Esto no significa que la
actitud de Smith sea favorable a los terratenientes: ellos «desean cosechar donde nunca
sembraron» (ibíd., p. 67; p. 49, trad. cast.), y la renta «es naturalmente un precio de mono-
polio» (ibíd., p. 161; p. 141, trad. cast.). Pero la actitud hacia «aquellos que viven de los
beneficios» es incluso más severa; no sólo su interés se opone al desarrollo económico, sino
que también estriba en «restringir la competencia» (ibíd., p. 267; p. 241, trad. cast.: cf. el
pasaje que se cita más adelante, en nota 63).
184 Adam Smith

modo, en los adelantos en forma de salarios para tales trabajadores, que


consisten en el uso de una parte del excedente como medios de subsisten-
cia para los trabajadores productivos adicionales.
Aquí surge el problema de la distinción entre trabajadores producti-
vos e improductivos. En este aspecto, Smith parece fluctuar entre tres defi-
niciones distintas. Según la primera, el trabajo productivo es aquel traba-
jo que da origen a bienes físicos: esto es, el trabajo en la agricultura y en la
manufactura, pero no el trabajo en el sector de los servicios. La segunda
definición identifica como productivo aquel trabajo que recupera los fon-
dos empleados en la producción y además genera un beneficio. Según la
tercera definición, es productivo aquel trabajo cuyo salario se extrae del
capital, mientras que estamos ante un trabajo improductivo cuando el
salario procede de la renta del dueño, como es el caso de los criados.33
De hecho, no hay necesariamente tres definiciones alternativas. La
última es útil para propósitos ilustrativos, puesto que ayuda al lector a
entender concretamente el razonamiento de Smith, pero como teoría
implicaría un círculo lógicamente vicioso.34 Las dos primeras definiciones
pueden coincidir si suponemos que la agricultura y la manufactura corres-
ponden al campo de acción de las empresas capitalistas. En tal supuesto,
podemos atribuir a Smith un acuerdo logrado entre la tradición que iden-
tifica trabajo productivo con producción de bienes duraderos (a lo largo
de una escala encabezada por los metales preciosos y el comercio exterior,
y que en su parte inferior situaría los medios para obtener aquéllos) y la
visión posterior, que se convertirá en dominante en la obra de Marx, según

33 Para las tres definiciones, cf. Smith (1776), pp. 330-331, 332 y 332-333 (pp. 299-
300, 300-301 y 301-302, trad. cast.), respectivamente. Habría que destacar que a causa de
esta noción de trabajo productivo, la noción de renta nacional de Smith (Y en las ecuacio-
nes anteriores) es más restrictiva que la definición corriente de renta en la moderna conta-
bilidad nacional. Se acercaba más a Smith (a causa de la adopción por Marx de una varian-
te del concepto smithiano de trabajo productivo) la noción de renta nacional adoptada hasta
hace poco en la contabilidad nacional de los países comunistas.
34 Efectivamente, cuando un capitalista contrata a un trabajador, podemos decir que
el gasto en salarios procede de su capital si el trabajador es un trabajador productivo, mien-
tras que procede de su renta si el trabajador es improductivo: la distinción depende de lo
que haga el trabajador, no en el hecho de que el salario venga de una cuenta bancaria espe-
cífica o de otra. (De manera semejante, la adquisición de un coche por parte del empresa-
rio puede clasificarse actualmente como una inversión o como un gasto en consumo, según
el uso que se haga del coche.)
La riqueza de las naciones 185

la cual la distinción entre trabajo productivo e improductivo, en lo que se


refiere a la etapa histórica del capitalismo, corresponde a la distinción
entre lo que permanece dentro y lo que queda fuera del área capitalista de
la economía. En otras palabras, Smith tiene en cuenta la opinión tradicio-
nal, pero al propio tiempo la transforma, tendiendo un puente hacia la
definición marxiana, menos ambigua.35
En cuanto al tema del trabajo productivo, una vez más en la cuestión del
origen del excedente, Smith va más allá de la visión tradicional de una jerar-
quía de sectores productivos. En particular, la idea fisiocrática de que sólo la
agricultura es capaz de generar un excedente es criticada por Smith pocos
años después de la publicación de las principales obras de los fisiócratas.36

35 La identificación del trabajo productivo con el que da origen a bienes materiales


es objeto de crítica por parte de Jean-Baptiste Say (1803), que define los servicios como
«productos inmateriales». Según Say, podemos definir como productiva cualquier actividad
que de origen a valores de uso, a saber, a bienes y servicios que considere útiles el compra-
dor: una visión que cae dentro de la tradición de la teoría subjetiva del valor. (Sobre Say cf.
más adelante § 6.3).
En lo que se refiere al trabajo improductivo, Smith sugiere una distinción entre
trabajos útiles e inútiles (por ejemplo, el médico y el bufón; cf. Smith, 1776, p. 331;
p. 300, trad. cast.). En esencia, podemos considerar como útil aquel trabajo que contribuye
indirectamente al funcionamiento del sistema económico, por ejemplo garantizando la
observancia de los derechos de propiedad; podemos incluir en este campo a los maestros y
a los médicos, que contribuyen a la supervivencia de los trabajadores y al desarrollo de sus
habilidades.
36 Smith (1776), pp. 674-679; pp. 604-605, trad. cast. Aquí Smith también consi-
dera explícitamente tan productivo el trabajo de los comerciantes, al mismo nivel que el de
los trabajadores agrícolas, los artesanos y los manufactureros, y manteniendo esta tesis
recuerda nuevamente los elementos que caracterizan las tres definiciones de trabajo pro-
ductivo que se han ilustrado antes. Sin embargo, el argumento que aquí utiliza Smith se
refiere principalmente al error de considerar improductivos los sectores manufacturero y
mercantil, más que al hecho de que en un sistema de interrelaciones productivas, en el que
los diferentes sectores dependen unos de otros para obtener sus medios de producción, es
absurdo decir que el excedente sólo puede venir de la potencia natural de la tierra, y, por
lo tanto, sólo del sector agrícola. En efecto, la tierra no tiene un papel autónomo en el pro-
ceso productivo, y no produciría nada si no se cultivase, si el trabajo (y, por lo tanto, los
medios de subsistencia) y los medios de producción no hubiesen sido utilizados junto con
ella. Entonces, el producto no puede atribuirse a un solo elemento entre los varios que se
emplean en cualquier proceso productivo singular. Así, dado que los medios de produc-
ción, al menos en parte, proceden de otros sectores (a causa de la división del trabajo, en
la agricultura se utilizan productos manufacturados, y viceversa), no es posible establecer
si el excedente procede de un sector o de otro, sin explicar primero cómo se determinan las
proporciones del cambio. Efectivamente, el excedente es una noción relacionada con el sis-
tema económico en su conjunto, y no con un sector económico en particular.
186 Adam Smith

Sinteticemos los puntos tratados hasta ahora. Hemos visto que, según
Smith, la riqueza de las naciones, interpretada como la renta per cápita de
los ciudadanos de un país (Y/N), depende de dos factores: la productivi-
dad de los trabajadores empleados en la producción de mercancías (traba-
jadores productivos), π, y la proporción de trabajadores productivos sobre
la población total, L/N.
Recordemos que la productividad del trabajo depende del estadio
alcanzado en el proceso de creciente división del trabajo, la cual, a su vez,
depende de la renta de los consumidores (esto es, de Y/N) y de las políti-
cas más o menos librecambistas adoptadas por las autoridades públicas,
además de las mejoras del transporte.
Al mismo tiempo, la proporción de trabajadores productivos sobre
el total de la población, L/N, depende del estadio alcanzado en el pro-
ceso de acumulación, a saber, del volumen de medios de producción
disponibles para dar trabajo a nuevos trabajadores productivos, de los
elementos institucionales y de las costumbres, como las leyes sobre la
educación primaria pública para todos, o sobre el trabajo infantil, o las
costumbres relacionadas con las actitudes de las mujeres ante el traba-
jo en una fábrica. A su vez, tales factores institucionales y consuetudi-
narios están influidos por las elecciones políticas de las autoridades
públicas.
Utilizando flechas para indicar las relaciones de causa a efecto,
podemos representar el complejo de relaciones como se hace en la figu-
ra 5.1. Como podemos ver a partir del esquema, la adopción de políti-
cas encaminadas a eliminar los obstáculos al librecambio y a favorecer la
expansión de los mercados puede poner en movimiento una «espiral vir-
tuosa»: la expansión de los mercados favorece una creciente división del
trabajo, y con ella un aumento de la productividad, que a su vez origina
un aumento de la renta per cápita y, en consecuencia, una nueva expan-
sión de los mercados. Al mismo tiempo, estas políticas y otras semejan-
tes favorecen un aumento de la renta per cápita, gracias a su acción a
favor de un aumento en la proporción de trabajadores productivos sobre
el total de la población. Estos mecanismos dinámicos, de tipo acumula-
tivo, constituyen la esencia de la teoría smithiana de la riqueza de las
naciones.
Valor y precios 187

Acumulación

Factores
L/N institucionales
y costumbres

División
Y/N π del trabajo

Dimensión de
los mercados

Mejoras en
transporte y
comunicaciones Políticas
económicas

FIGURA 5.1

5.5. Valor y precios


Una de las distinciones conceptuales decisivas para el desarrollo de la
economía política clásica es la que se refiere al valor de uso y al valor de
cambio. La distinción es perfectamente clara en Adam Smith:

La palabra valor tiene dos significados diferentes, pues a veces expresa la


utilidad de un objeto particular, y, otras, la capacidad de comprar otros bienes,
capacidad que se deriva de la posesión de dinero. Al primero lo podemos lla-
mar «valor en uso», y al segundo, «valor en cambio». Las cosas que tienen un
gran valor en uso tienen comúnmente escaso o ningún valor en cambio, y, por
el contrario, las que tienen un gran valor en cambio no tienen, muchas veces,
188 Adam Smith

sino un pequeño valor en uso, o ninguno. No hay nada más útil que el agua,
pero con ella apenas se puede comprar cosa alguna ni recibir nada a cambio.
Por el contrario, el diamante apenas tiene valor en uso, pero generalmente se
puede adquirir, a cambio de él, una gran cantidad de otros bienes.37

Según Smith y los economistas clásicos en general, el valor de uso es


un requisito previo del valor de cambio: un bien que no tiene uso y que
nadie desea no puede tener un valor de cambio positivo.38 Pero una vez
satisfecha esta condición, el valor de cambio de cualquier mercancía se
determina sobre la base de elementos distintos del valor de uso: como
veremos mejor más adelante, el valor de cambio depende de las condicio-
nes de reproducción del sistema económico, no de la utilidad de la mer-
cancía que se considera. Dicho con mayor precisión, los economistas clá-
sicos no consideran el valor de uso de una mercancía como una cantidad
mensurable. A lo sumo, como Smith en el pasaje antes citado, podemos
hablar de un mayor o menor valor de uso, pero de un modo más bien
genérico, que ciertamente no nos autoriza a pensar en una ordenación
completa de las preferencias de los agentes económicos. En cualquier caso,
el propio Smith rechaza explícitamente la idea de que sea posible explicar
el valor de cambio de dos mercancías sobre la base de su mayor o menor
valor de uso. No obstante, una relación entre las dos nociones basadas en
la representación del valor de uso como una magnitud unidimensional
(como una magnitud mensurable, como en el enfoque de la utilidad car-
dinal, o simplemente como sujeta a comparación, como en el enfoque de
la utilidad ordinal y en la teoría de la preferencia revelada) iba a conver-
tirse en la base de la teoría marginalista del valor.39

37 Smith (1776), pp. 44-45; p. 30, trad. cast. La paradoja del agua y los diamantes
constituye un lugar común en la literatura económica. Galiani, por ejemplo, se refiere a
ella para destacar el papel de la escasez, junto con el de la utilidad, en la determinación de
los valores de cambio (cf. más arriba § 4.8).
38 Para Smith, como para muchos otros autores antes de la «revolución marginalis-
ta», la utilidad tiene un sentido objetivo, como la capacidad de un bien para satisfacer algu-
na necesidad, no en el sentido de valoración subjetiva por parte de uno o más individuos.
Recordemos que estos dos aspectos ya habían sido distinguidos —como virtuositas y com-
placibilitas— por Bernardino de Siena y Antonino de Florencia a principios del siglo XV:
cf. más arriba § 2.5.
39 La idea de una relación entre el valor de uso y el valor de cambio ya estaba pre-
sente en autores anteriores y en la época de Smith. Cf. más arriba § 10.2.
Valor y precios 189

Cuando se refieren al valor de una mercancía, los economistas clá-


sicos quieren decir por lo general valor de cambio. Sin embargo, el pro-
blema del valor puede presentar distintas características, en función de
si: 1) el objetivo es remontarse al primer principio —la «fuente» del
valor; 2) el centro está en el tema práctico del patrón de valor para com-
paraciones intertemporales o comparaciones entre diferentes países;
3) se aborda el problema teórico de la determinación de los valores de
cambio.
Es comprensible que, cualquiera que fuese el problema específico
sometido a consideración, los economistas se centraran inicialmente en
el trabajo. Como hemos visto, las teorías del valor-trabajo ya eran
comunes entre los filósofos del derecho natural; el trabajo reaparece, al
lado de la tierra, entre los elementos que constituyen el contenido en
valor de una mercancía en las teorías de Petty y Cantillon. Como hemos
visto, sin embargo, las teorías del valor-trabajo adquieren distintos sig-
nificados en los diferentes autores. Por una parte, los filósofos del dere-
cho natural conciben los valores-trabajo como un índice del sacrificio
realizado por la gente para obtener la mercancía deseada. Por otra, auto-
res como Petty y Cantillon están más cerca de una teoría de los costes
de la producción física; los valores-trabajo tienen para ellos el significa-
do de una simple cuestión de hecho, debido a los rasgos metafísicos que
caracterizan la idea del trabajo como sacrificio: esto es, los valores-tra-
bajo no son sino una manera simplificada de expresar la dificultad rela-
tiva de producir la mercancía que se considera, en relación con otras
mercancías.
En Smith, ambas características están presentes de forma simultánea
además, la teoría del valor-trabajo se propone como una teoría del trabajo
necesario (trabajo exigido para la producción de la mercancía: trabajo con-
tenido, en la terminología de Marx) y como una teoría del trabajo orde-
nado. Consideremos esto último en primer lugar:

Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las
cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida. Pero una vez establecida la
división del trabajo, es sólo una parte muy pequeña de las mismas la que se
puede procurar con el esfuerzo personal. La mayor parte de ellas se consegui-
rán mediante el trabajo de otras personas, y será rico o pobre, de acuerdo con
la cantidad de trabajo ajeno de que pueda disponer, o se halle en condiciones
de adquirir. En consecuencia, el valor de cualquier bien, para la persona que
190 Adam Smith

lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es


igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por
mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en
cambio de toda clase de bienes.40

Podemos observar que en el pasaje citado Smith no pretende señalar


los factores que determinan los valores de cambio, sino simplemente indi-
car el patrón con el que medirlos, y, entre otras cosas, justifica esta elec-
ción refiriéndose con carácter más general al papel central que el trabajo
desempeña en la economía. Además, el trabajo ordenado constituye un
patrón particularmente adecuado para la comparación entre diferentes
países o diferentes épocas en el mismo país,41 y, por lo tanto, es apropiado
para una teoría «dinámica» de la riqueza de las naciones, como la pro-
puesta por Smith. También podemos observar que, según Smith, el traba-
jo ordenado es una medida adecuada para una sociedad que se basa en la
división del trabajo. De hecho, cuando una sociedad se basa en la división
del trabajo, el intercambio de productos de distintos sectores es sustan-
cialmente un intercambio que pone en relación a los trabajadores de los
diferentes sectores: detrás de cada acto de intercambio hay una relación
recíproca que conecta a los trabajadores de los distintos sectores, integrán-
dolos en un solo sistema económico, en una sola sociedad, en la que toda
persona depende del trabajo de las demás. Sobre la base del tiempo de tra-
bajo podemos, por lo tanto, expresar en términos cuantitativos las relacio-
nes económicas que mantienen unidos a los diferentes productores en una
sociedad basada en la división del trabajo.
Sin embargo, el problema del valor continúa estando abierto, por lo
menos en el sentido que habitualmente tiene en la literatura económica, a
saber, el de la identificación de los factores que determinan el valor de
cambio de las diferentes mercancías. En una sociedad en la que los traba-

40 Smith (1776), p. 47; p. 31, trad. cast.


41 Aún hoy es frecuente el uso de tal patrón: un corte de pelo «ordena» una hora de
trabajo en un país y dos horas de trabajo en otro. La elección del patrón viene aquí moti-
vada no por una necesidad lógica interna a la teoría, sino por el papel particular del hom-
bre, y especialmente del trabajador, a los ojos de los economistas. Observemos también que
en la época de Smith no se disponía de una teoría de los números índices, que podría haber
suministrado un instrumento alternativo de medida de los cambios en las magnitudes eco-
nómicas; además, incluso los números índices proporcionan sólo soluciones aproximadas
para el problema de medición.
Valor y precios 191

jadores no poseen sus medios de producción (esto es, en la que la mayoría


son trabajadores dependientes), el trabajo ordenado proporciona el núme-
ro de horas de trabajo requeridas para ganar un salario igual al precio de
la mercancía. Así, por ejemplo, podemos decir que dos horas de trabajo
«adquieren» (u «ordenan») un kilo de carne. Podemos obtener la cantidad
de trabajo ordenado por una mercancía dada dividiendo su precio por el
tipo de salario, aunque ello presupone claramente el conocimiento del pre-
cio y del tipo de salario.
Una solución al problema de la determinación de los valores de cam-
bio, ya sugerida en el pasaje antes citado, la proporciona la teoría del tra-
bajo necesario, según la cual las proporciones de cambio entre dos mer-
cancías son proporcionales a las cantidades de trabajo necesario para
producirlas. Smith, sin embargo, sólo considera válida esta teoría en una
«sociedad primitiva y ruda».

En el estado primitivo y rudo de la sociedad, que precede a la acumula-


ción de capital y a la apropiación de la tierra, la única circunstancia que puede
servir de norma para el cambio recíproco de diferentes objetos parece ser la
proporción entre las distintas clases de trabajo que se necesitan para adquirir-
los. […] Es natural que una cosa que generalmente es producto del trabajo de
dos días o de dos horas valga el doble que la que es consecuencia de un día o
de una hora.42

Sin embargo, dice Smith, ya no podemos utilizar el trabajo necesario


para explicar los valores de cambio cuando nos referimos a una sociedad
en la que los trabajadores no poseen los bienes de capital y la tierra que
utilizan en su trabajo. De hecho, el trabajo necesario no tiene en cuenta
las rentas y beneficios que entran en el precio de toda mercancía cuando
capitalistas y terratenientes constituyen clases sociales distintas de la clase
trabajadora.
En tal sociedad, los valores de cambio corresponden a los «precios
naturales», que Smith define en el siguiente pasaje, distinguiéndolos de los

42 Smith (1776), p. 65; p. 47, trad. cast. Debemos destacar que Smith no se refiere a
una sociedad primitiva real, sino a un modelo ideal de sociedad en la que los agentes eco-
nómicos (cazadores y pescadores) adoptan el comportamiento «racional» típico de una
sociedad mercantil, mientras que el carácter primitivo viene dado por la hipótesis abstracta
de ausencia de la división en las clases sociales de trabajadores, capitalistas y terratenientes.
192 Adam Smith

«precios de mercado»: «Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos


que el suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios del trabajo y
los beneficios del capital empleado en obtenerla, prepararla y traerla al
mercado, de acuerdo con sus precios corrientes, aquélla se vende por lo
que se llama su precio natural. […] El precio al que se vende comúnmen-
te la mercancía se llama precio de mercado».43
En otras palabras, el precio de mercado es el precio que podemos
observar mirando los actos reales de intercambio; el precio natural, en
cambio, es el precio teórico que expresa las condiciones de reproducción
del proceso productivo. En una sociedad dividida en clases sociales, los
valores de cambio o «precios naturales» deben cubrir los costes de produc-
ción y garantizar, además, un rendimiento igual al que se obtendría en
otros sectores para el capital invertido en la actividad productiva.
Evidentemente, la referencia a los costes de producción es en sí misma
insuficiente para construir una teoría de los precios, dado que implicaría
un razonamiento lógico circular: si necesitamos acero para producir car-
bón, y carbón para producir acero, no podemos determinar el precio del
carbón si no lo conocemos de antemano. Por esta razón, algunos econo-
mistas, antes y después de Smith, han recurrido a un primer principio
como el trabajo necesario (o trabajo-y-tierra, como en el caso de Petty y
Cantillon), que les permitiera explicar los precios sin tener que explicarlo
a su vez. Sin embargo, como hemos visto, Smith no estaba de acuerdo,
puesto que consideraba el trabajo necesario como un principio explicativo
que sólo era aceptable en una «sociedad primitiva y ruda».
Los valores de cambio siguen siendo un tema abierto en el análisis de
Smith. Algunos intérpretes (por ejemplo, Dobb, 1973, pp. 44 y ss.) han
visto un intento de resolverlo en lo que se ha llamado la «teoría de la suma
de los componentes»: a saber, la idea de que «el precio de cualquier mer-
cancía se resuelve en una u otra de esas partes, o en las tres a un tiempo»,
«renta, trabajo y beneficio».44 En otras palabras, el precio de una mercan-
cía corresponde a los salarios, beneficios y rentas, más los costes soporta-
dos por los medios de producción distintos del trabajo y la tierra; tales cos-

43 Ibíd., p. 72; p. 54, trad. cast.


44 Ibíd., p. 68; p. 50, trad. cast. La inclusión del beneficio en el precio puede conside-
rarse un paso adelante respecto de Petty, Cantillon y Quesnay: cf. O’Donnell (1990), p. 54.
Valor y precios 193

tes, a su vez, se descomponen en salarios, beneficios, rentas y costes de los


medios de producción; así procedemos hacia atrás hasta que los costes de
los medios de producción hayan desaparecido o se hayan hecho insignifi-
cantes. El valor de una mercancía depende, pues, de la tecnología y de los
tipos «naturales» de salario, renta y beneficio.
Sin embargo, en esta teoría parece estar implícita una idea, que iba a
ser criticada por Ricardo, la de que un aumento del tipo de salario produ-
ce un aumento del precio, al tiempo que no modifica el tipo de beneficio.
De hecho, tal crítica sólo se sostiene si suponemos —lo que no hizo
Smith, al menos de modo explícito— que las tres variables distributivas
son independientes entre sí. La teoría de la suma de los componentes, sin
embargo, no constituye una solución adecuada al problema de los valores
de cambio, dado que el residuo de los medios de producción, en general,
no puede reducirse a cero.45 Por lo tanto, la teoría representa más bien una
nueva propuesta, al nivel de una mercancía individual, de un principio de
contabilidad nacional: el valor del producto nacional corresponde al valor
de la renta nacional, esto es, a la suma de las rentas de las diferentes clases
sociales. De hecho, es precisamente este punto el que destacó Smith
(1776, p. 69; p. 51, trad. cast.).
Podemos decir, en conclusión, que Smith no proporciona una teoría
completamente adecuada de los valores de cambio; lo que proporciona
con la teoría del trabajo ordenado es sencillamente una indicación de
cómo medir los precios de las mercancías que parece ser particularmente
útil para una economía basada en la división del trabajo en la que tiene
lugar una evolución tecnológica continua.46 Sólo con Ricardo la teoría del
valor, en su significado moderno de teoría de los precios relativos, se situa-
rá en el centro de la escena.

45 En sentido estricto, la «reducción completa» sólo es posible cuando no se requiere


ninguna mercancía, ni directa ni indirectamente, para su propia producción: cf. Sraffa
(1960), pp. 34 y ss.
46 Siguiendo unas líneas semejantes, y mostrando la relevancia del problema de medi-
ción en las comparaciones espaciales e intertemporales en el análisis smithiano, se encontra-
ba la propuesta de tomar el grano como patrón de valor: cf. Smith (1776), pp. 55-56; p. 39,
trad. cast. Sylos Labini (1976), ilustrando tal propuesta, observa que en opinión de Smith la
producción de grano se caracteriza por unos costes relativos más o menos estables a lo largo
del tiempo, a diferencia, por una parte, de otros productos agrícolas, caracterizados por cos-
tes crecientes, y, por otra, de las manufacturas, caracterizadas por costes decrecientes.
194 Adam Smith

5.6. Precios naturales y precios de mercado


Como ya hemos visto, la división del trabajo plantea un problema de
coordinación entre los diferentes agentes económicos. Cada empresa pro-
duce una mercancía o grupo de mercancías y, para continuar producien-
do, necesita disponer al menos de una parte de lo que se ha producido a
cambio de los medios de producción exigidos para la continuidad de su
actividad. De modo semejante, los trabajadores obtienen un salario que
necesitan para convertirlo en sus medios de subsistencia.
Según Smith, la economía de mercado en su conjunto funciona de
modo bastante satisfactorio: para cada mercancía, el flujo de producción
que sale de las empresas que la producen se corresponde más o menos con
el flujo de demanda que en condiciones normales procede de los compra-
dores. Los mecanismos del mercado guían la economía de tal modo que
aseguran el bienestar material, que es una condición previa indispensable
para una vida civilizada.
Consideremos el tema con algo más de detalle. Los intercambios entre
los diferentes sectores, necesarios para el funcionamiento continuo de la eco-
nomía, pueden ser coordinados por una autoridad central con un plan para
la distribución del producto global entre los diferentes sectores y las dife-
rentes unidades productivas: tal es el caso en una economía ordenada o pla-
nificada. Por el contrario, en una economía de mercado, los intercambios
tienen lugar libremente, y las decisiones sobre las cantidades que deben pro-
ducirse, venderse o adquirirse, y sobre los intercambios y los precios, están
descentralizadas. Es el mercado el que conecta las unidades productivas que
operan en los diferentes sectores de la economía, de dos modos distintos.
Ante todo, a través de los intercambios del mercado cada unidad producti-
va obtiene de las otras lo que necesita para continuar la actividad de inter-
cambio de su propio producto. En segundo lugar, el mercado une las uni-
dades productivas a través de la competencia que mantienen entre sí; de aquí
se deriva que el mecanismo asegura la coordinación exigida entre las miría-
das de centros de decisión descentralizados, productores y compradores.
Podemos distinguir dos clases de competencia, que Smith tomó en
consideración. La primera es la competencia en el mercado de cada mer-
cancía. Cada comprador busca entre los muchos vendedores presentes en
el mercado al que vende la mercancía deseada al menor precio posible; el
Precios naturales y precios de mercado 195

vendedor que pide un precio demasiado alto se arriesga a no vender su


mercancía. De modo semejante, cada vendedor busca entre los muchos
compradores presentes en el mercado al que esté dispuesto a pagar el pre-
cio más alto para la mercancía en venta; los compradores que ofrezcan un
precio demasiado bajo corren el riesgo de quedarse con las manos vacías.
En condiciones ideales, cuando la competencia entre los vendedores y
entre los compradores no tropieza con obstáculos, el precio de cada mer-
cancía es uno y el mismo para todos los compradores y para todos los ven-
dedores. Ésta es la llamada «ley del precio único», que surge como resulta-
do necesario de la competencia.
Existe una segunda clase de competencia, que Smith llama «compe-
tencia de capitales»: a saber, la competencia entre los capitalistas en busca
del empleo que ofrezca los rendimientos más elevados para su capital.
Cuando los capitalistas son libres para trasladar sus capitales de un sector
a otro, en busca del empleo más fructífero (en términos de Smith, 1776,
p. 73; p. 55, trad. cast., «si hay perfecta libertad»), existe libre competen-
cia: su característica es precisamente la ausencia de obstáculos al libre
movimiento del capital (o, como también se dice, la ausencia de barreras
de entrada en los diferentes sectores de la actividad económica).47
Cuando rige la libre competencia, ningún sector puede ofrecer a los
capitalistas un rendimiento mayor que el que puede obtenerse en otros
sectores durante un largo lapso de tiempo, porque, si fuera así, los nuevos
capitales acudirían a él, con la consecuencia de que la producción aumen-
taría, el precio de mercado disminuiría y con ello también disminuirían los
beneficios y el tipo de rendimiento. Del mismo modo, no es posible que
un sector ofrezca a los capitalistas un rendimiento menor que el que pueda
obtenerse en otros sectores, puesto que, si fuera así, se produciría una fuga
de capitales de ese sector, ocasionando una caída de la producción, con el
consiguiente aumento del precio de mercado y, por lo tanto, de los bene-
ficios y del tipo de rendimiento del sector. Entonces, en condiciones de
«perfecta libertad», esto es, de libre competencia generalizada, el rendi-
miento sobre el capital —el tipo de beneficio— tiende a ser igual en todos
los sectores. De esta manera la «competencia de capitales» une en un solo

47 Para la comparación entre esta noción de competencia y la neoclásica, cf. Sylos


Labini (1976).

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