Está en la página 1de 7

UNIDAD 4

LA CORONA

I. LA CORONA EN LA CONSTITUCION.
El art. 1.3 de la Constitución (C.E., en adelante) establece que “la forma
política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Por otro lado, el
Título II de la C.E. (“De la Corona”), regula el órgano que encarna la Jefatura del
Estado. Pero no se debe confundir Monarquía con Corona; la Corona es un
órgano estatal diferenciado de los demás y consiste en la Jefatura del Estado, es
decir, es el órgano que encarna la Jefatura del Estado; la Monarquía no es un
órgano, sino una forma de gobierno; es la forma que asume la Jefatura del
Estado.
Tampoco hay que confundir Monarquía y Corona con Rey, pues éste es el
titular de la Corona y Jefe del Estado; el Rey, pues, personifica la Corona como
órgano del Estado que es. Pero veamos cuál es el significado de la Corona.
La expresión “Corona” puede entenderse en dos sentidos:
a) En sentido amplio, la Corona tendría un significado similar a nuestra expresión
“Estado”; el Estado encontraría su personificación en la Corona. Esta concepción
es puramente británica.
b) En sentido estricto, la Corona no es el Estado ni se identifica con él, sino que
es un órgano diferenciado del Estado, al que se le atribuyen unas competencias
propias, específicas y distintas de las del Gobierno, de las Cortes o de los
Tribunales. La Corona consiste, pues, en la jefatura del Estado.
Es en este último sentido como debemos entender la Corona, tal y como
se establece constitucionalmente.
De la regulación constitucional de la Corona cabe destacar tres aspectos
principales y complementarios entre sí: en primer lugar, la definición del Rey
como Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia y suprema
representación del mismo en las relaciones internacionales (art. 56); en segundo
lugar, el Rey, dentro del sistema constitucional, tiene como misión arbitrar y
moderar el funcionamiento regular de las instituciones (art. 56); y, finalmente, el
Rey tiene atribuidas una serie de competencias para que pueda hacer efectiva

1
tanto su naturaleza de Jefe del Estado como la función genérica del arbitrio y
moderación del conjunto institucional del Estado (art. 62).

II. EL ESTATUTO PERSONAL DEL REY. EL REFRENDO.


La titularidad de la Corona supone una serie de consecuencias que afectan
al estatuto personal del Rey, no sólo por la atribución de ciertos títulos y de
determinadas prerrogativas económicas, sino, fundamentalmente por dos rasgos
característicos: la irresponsabilidad y la inviolabilidad.
Por lo que a la atribución de títulos se refiere, la C.E. indica de modo
expreso el de “Rey de España” (art. 56.2), aunque “podrá utilizar los demás que
correspondan a la Corona” según el Derecho histórico.
En cuanto a las prerrogativas económicas, el art. 65.1 establece que “El
Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el
sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma”.
Respecto de la inviolabilidad, constitucionalizada por el art. 56.3, supone
un “status” personal de inmunidad frente a las leyes penales.
Pero quizás la nota más característica sea la irresponsabilidad (art. 56.3),
que viene referida a las funciones ejercidas por el Rey en el desempeño de su
cargo. La irresponsabilidad viene justificada por la exigencia de refrendo de los
actos del Rey, que supone un traspaso de responsabilidad (art. 56.3).
Históricamente, el refrendo fue una simple formalidad que daba fe de un
acto, sin embargo, en la actualidad, en los regímenes parlamentarios, es
fundamentalmente una limitación material del poder del Rey -ya que sin el
refrendo sus actos carecerían de validez- y una forma de desplazar o trasladar
íntegramente la responsabilidad a las personas que los refrenden -que, en
realidad, son los autores materiales del acto-. El refrendo se materializa mediante
la firma del encargado de realizarlo junto a la del Rey. Es, por tanto, un respaldo
de la autoridad que lo realiza al acto del Rey. El refrendo se refiere únicamente a
los actos políticos del Rey, nunca a sus actos como persona privada, por tanto, la
institución del refrendo está íntimamente ligada a la irresponsabilidad del Rey por
los actos que realiza en el ejercicio de sus funciones como Jefe del Estado. El
fundamento de dicha irresponsabilidad se encuentra en la necesidad de una
especial protección a la persona del Jefe del Estado y pretende mantenerle

2
intangible por la representatividad de su figura1. Por último, hay que tener en
cuenta que los actos del Rey son actos complejos. Es decir, que es necesario
siempre el concurso de otro órgano del Estado; concurren, por tanto, dos
voluntades: la del Rey y la del órgano que refrenda. Sin esta concurrencia los
actos del Rey carecen de validez; el refrendo es, por ello, condición necesaria de
validez; si no se da aquél, son nulos de pleno derecho.
El art. 64 C.E. establece las personas que están encargadas de refrendar
los actos del Rey, disponiendo al efecto que los actos del Rey serán siempre
refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros
competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno y la
disolución prevista en el art. 99, serán refrendados por el Presidente del
Congreso.

III. LA SUCESION EN LA CORONA.

La forma de designar al Rey en las Monarquías hereditarias, como la


española, se produce de acuerdo con un orden sucesorio preestablecido. La C.E.
configura un criterio automático de sucesión de forma que en ningún caso pueda
quedar vacante la Corona. Así, el art. 57.1 determina que “La Corona de España
es hereditaria en los sucesores de S.M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo
heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular
de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las
posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo
grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de
menos.”
En líneas generales, pues, el sistema sucesorio se asienta en tres criterios
o principios fundamentales:
1.- El principio de preferencia de la línea recta sobre la colateral.
2.- El principio de preferencia, dentro de la misma línea y grado, de los
varones sobre las mujeres, y en el mismo sexo, de mayor sobre el menor.
3.- El principio de representación, de acuerdo con el cual los hijos del
príncipe heredero premuerto heredan la Corona con preferencia a los demás
hijos del Rey, en cuanto que representan los derechos de su padre premuerto.

1
Esta “intangibilidad” llega a tal extremo que en el Título XXI del Código Penal (Delitos contra la
Constitución), el Capítulo II tipifica los “Delitos contra la Corona” (arts. 485 a 491)

3
Esta fórmula sucesoria se pondrá en marcha en tres supuestos:
1º.- Fallecimiento del Rey.
2º.- Abdicación, que supone el abandono de la Corona por parte del Rey y
en favor de su sucesor.
3º.- Renuncia, que la realiza quien tiene derecho a suceder en la Corona,
pero no ha reinado todavía.

Como hemos expuesto, el sistema sucesorio diseñado en la C.E. opera de


manera automática, para evitar que la Corona quede vacante pero esta extraña
circunstancia podría producirse si se extinguiesen todas las líneas sucesorias. A
fin de evitar que esta situación se produzca, la C.E. introduce una especie de
cláusula de salvaguardia de la Corona al establecer que “extinguidas todas las
líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales proveerán a la sucesión en la
Corona en la forma que más convenga a los intereses de España” (art. 57.3).

El sistema sucesorio de la C.E. se completa con un supuesto de exclusión


de eventuales herederos para “aquellas personas que teniendo derecho ala
sucesión en el trono contrajeren matrimonio contra la expresa prohibición del Rey
y de las Cortes Generales” (art. 57.4).

IV. LA REGENCIA.

La Regencia es una institución con gran arraigo histórico que supone una
Jefatura del Estado interina, provisional y transitoria. El Regente o Regentes
ejercen efectivamente dicha jefatura en dos supuestos:
a) Minoría de edad del Rey (art. 59.1).
b) Inhabilitación del Rey (art. 59.2).

El Regente debe reunir dos requisitos: ser español y mayor de edad. Pero
atendiendo a las personas que pueden desempeñar el cargo de Regente
debemos distinguir dos tipos de Regencia:
1º.- Regencia legítima, que se atribuye a sujetos concretos por mandato
constitucional expreso, atendiendo a razones de parentesco. Dentro de esta clase
de Regencia distinguimos, a su vez, dos supuestos:

4
* Regencia legítima por minoría de edad regia. En este supuesto el
art. 59.1 de la C.E. dispone que ejercerán la Regencia el padre o la madre
del Rey y, en su defecto, el pariente de mayor edad más próximo a
suceder en la Corona, de acuerdo con el orden establecido en la C.E.
* Regencia legítima por inhabilitación del Rey. En este supuesto el
art. 59.2 dispone que ejercerá la regencia el Príncipe heredero de la
Corona, si fuere mayor de edad. En caso de que el Príncipe fuese menor
de edad se procederá de la forma expuesta en el supuesto anterior.

2º.- Regencia parlamentaria, que tiene carácter subsidiario de la anterior,


es decir, que no puede recurrirse a ella más que en el supuesto de que no
hubiere ninguna persona a quien “de iure” correspondiese ejercer la Regencia. A
estos efectos, el art. 59.3 dispone que la Regencia será nombrada por las Cortes
Generales y que se compondrá de una, tres o cinco personas.

Dado que se trata de una institución de carácter provisional, la Regencia


cesará en cuanto cese el supuesto que la produjo; es decir, la situación de
Regencia terminará, en caso de minoría de edad regia, por la mayoría de edad
del Rey, y en el supuesto de inhabilitación del Rey, la Regencia finalizará por la
recuperación, muerte o abdicación del Rey inhabilitado.

V. LA TUTELA REGIA.

En el supuesto de minoría de edad regia, junto a la Regencia, presenta


relevancia constitucional la tutela del Rey menor. La C.E. admite, en su art. 60,
tres clases de Tutelas o Tutorías:

a) La Tutela testamentaria, que se produce cuando el Rey difunto hubiese


procedido en su testamento a nombrar tutor del Rey menor. El nombramiento
deberá recaer en una persona mayor de edad y español de nacimiento.
b) La Tutela legítima, que entra en juego en defecto de la testamentaria,
correspondiendo el cargo de tutor en este caso al padre o la madre del Rey
menor de edad, mientras permanezcan viudos.

5
c) La Tutela parlamentaria, que en defecto de las dos anteriores habrá de
ser nombrada por las Cortes Generales. En este supuesto, no podrá ser
nombrado Tutor el que ocupe el cargo de Regente.

El art. 60.2 declara el ejercicio de la tutela incompatible con el de todo


cargo o representación política.

VI. LOS PODERES DE LA CORONA.

Las funciones constitucionales del Rey vienen establecidas en el art. 56.1,


y se concretan en una serie de competencias contenidas en los arts. 62 y 63.
Estas funciones son básicamente tres:

1ª.- Función simbólica. El art. 56.1 comienza diciendo que “el Rey es el
Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia...”; así, este carácter
simbólico hace del rey el símbolo visible del Estado. La Corona, pues, simboliza:
* La unidad del Estado frente a la división o separación orgánica de los
poderes del mismo.
* La unidad del Estado frente a la división territorial en Comunidades
Autónomas.
* La permanencia de ese Estado por encima de las contingencias políticas
y de los cambios de gobierno y de mayorías parlamentarias.

2ª.- Función moderadora. El art. 56.1 establece que el Rey “modera el


funcionamiento regular de las instituciones”. Esta función podría describirse con el
clásico aforismo “el rey reina pero no gobierna”, así, pues, su contenido se limita
a la colaboración del Rey con otros órganos y poderes del Estado, procurando el
correcto funcionamiento de los mecanismos constitucionales.

3ª.- Función arbitral. El art. 56.1 dispone que el Rey arbitra -y modera- el
funcionamiento regular de las instituciones. Ello significa que el Rey posee la
facultad de sugerencia e intercambio de impresiones con los titulares de los
poderes del Estado a fin no de resolver conflictos entre poderes constitucionales -
ya que para eso está el Tribunal Constitucional-, sino para aproximar posiciones
entre dichos poderes.

6
Para el desempeño de estas genéricas funciones, la C.E. atribuye al Rey
una serie de competencias específicas. Así, en virtud de su función simbólica, el
Rey posee las siguientes competencias:
* Acreditar a los embajadores y otros representantes diplomáticos (art.
63.1).
* Manifestar el consentimiento del Estado para obligarse
internacionalmente por medio de tratados, de conformidad con la Constitución y
las leyes (art. 63.2).
* Declarar la guerra y hacer la paz, previa autorización de las Cortes
Generales (art. 63.3).
* Ejercer el derecho de gracia (art. 62.i).
* Detentar el mando supremo de las Fuerzas Armadas (art. 62.h).

En virtud de su función moderadora, el Rey tiene atribuidas las siguientes


competencias específicas:
* Convocatoria de elecciones en los términos previstos por la Constitución
(art. 62.b).
* Convocatoria y disolución de las Cortes Generales (art. 62.b).
* Sanción y promulgación de las leyes (art. 62.a).
* Poner fin a las funciones del Presidente del Gobierno en los términos
previstos constitucionalmente (art. 62.d).
* Nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su
Presidente (art. 62.e).
* Expedir los Decretos acordados en Consejo de Ministros (art. 62.f).

Finalmente, y en virtud de su función arbitral, al Rey se le atribuyen las


siguientes competencias:
* Proponer el candidato o candidata a la Presidencia del Gobierno (art.
62.d).

También podría gustarte