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LA CORONA
I. LA CORONA EN LA CONSTITUCION.
El art. 1.3 de la Constitución (C.E., en adelante) establece que “la forma
política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Por otro lado, el
Título II de la C.E. (“De la Corona”), regula el órgano que encarna la Jefatura del
Estado. Pero no se debe confundir Monarquía con Corona; la Corona es un
órgano estatal diferenciado de los demás y consiste en la Jefatura del Estado, es
decir, es el órgano que encarna la Jefatura del Estado; la Monarquía no es un
órgano, sino una forma de gobierno; es la forma que asume la Jefatura del
Estado.
Tampoco hay que confundir Monarquía y Corona con Rey, pues éste es el
titular de la Corona y Jefe del Estado; el Rey, pues, personifica la Corona como
órgano del Estado que es. Pero veamos cuál es el significado de la Corona.
La expresión “Corona” puede entenderse en dos sentidos:
a) En sentido amplio, la Corona tendría un significado similar a nuestra expresión
“Estado”; el Estado encontraría su personificación en la Corona. Esta concepción
es puramente británica.
b) En sentido estricto, la Corona no es el Estado ni se identifica con él, sino que
es un órgano diferenciado del Estado, al que se le atribuyen unas competencias
propias, específicas y distintas de las del Gobierno, de las Cortes o de los
Tribunales. La Corona consiste, pues, en la jefatura del Estado.
Es en este último sentido como debemos entender la Corona, tal y como
se establece constitucionalmente.
De la regulación constitucional de la Corona cabe destacar tres aspectos
principales y complementarios entre sí: en primer lugar, la definición del Rey
como Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia y suprema
representación del mismo en las relaciones internacionales (art. 56); en segundo
lugar, el Rey, dentro del sistema constitucional, tiene como misión arbitrar y
moderar el funcionamiento regular de las instituciones (art. 56); y, finalmente, el
Rey tiene atribuidas una serie de competencias para que pueda hacer efectiva
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tanto su naturaleza de Jefe del Estado como la función genérica del arbitrio y
moderación del conjunto institucional del Estado (art. 62).
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intangible por la representatividad de su figura1. Por último, hay que tener en
cuenta que los actos del Rey son actos complejos. Es decir, que es necesario
siempre el concurso de otro órgano del Estado; concurren, por tanto, dos
voluntades: la del Rey y la del órgano que refrenda. Sin esta concurrencia los
actos del Rey carecen de validez; el refrendo es, por ello, condición necesaria de
validez; si no se da aquél, son nulos de pleno derecho.
El art. 64 C.E. establece las personas que están encargadas de refrendar
los actos del Rey, disponiendo al efecto que los actos del Rey serán siempre
refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros
competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno y la
disolución prevista en el art. 99, serán refrendados por el Presidente del
Congreso.
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Esta “intangibilidad” llega a tal extremo que en el Título XXI del Código Penal (Delitos contra la
Constitución), el Capítulo II tipifica los “Delitos contra la Corona” (arts. 485 a 491)
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Esta fórmula sucesoria se pondrá en marcha en tres supuestos:
1º.- Fallecimiento del Rey.
2º.- Abdicación, que supone el abandono de la Corona por parte del Rey y
en favor de su sucesor.
3º.- Renuncia, que la realiza quien tiene derecho a suceder en la Corona,
pero no ha reinado todavía.
IV. LA REGENCIA.
La Regencia es una institución con gran arraigo histórico que supone una
Jefatura del Estado interina, provisional y transitoria. El Regente o Regentes
ejercen efectivamente dicha jefatura en dos supuestos:
a) Minoría de edad del Rey (art. 59.1).
b) Inhabilitación del Rey (art. 59.2).
El Regente debe reunir dos requisitos: ser español y mayor de edad. Pero
atendiendo a las personas que pueden desempeñar el cargo de Regente
debemos distinguir dos tipos de Regencia:
1º.- Regencia legítima, que se atribuye a sujetos concretos por mandato
constitucional expreso, atendiendo a razones de parentesco. Dentro de esta clase
de Regencia distinguimos, a su vez, dos supuestos:
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* Regencia legítima por minoría de edad regia. En este supuesto el
art. 59.1 de la C.E. dispone que ejercerán la Regencia el padre o la madre
del Rey y, en su defecto, el pariente de mayor edad más próximo a
suceder en la Corona, de acuerdo con el orden establecido en la C.E.
* Regencia legítima por inhabilitación del Rey. En este supuesto el
art. 59.2 dispone que ejercerá la regencia el Príncipe heredero de la
Corona, si fuere mayor de edad. En caso de que el Príncipe fuese menor
de edad se procederá de la forma expuesta en el supuesto anterior.
V. LA TUTELA REGIA.
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c) La Tutela parlamentaria, que en defecto de las dos anteriores habrá de
ser nombrada por las Cortes Generales. En este supuesto, no podrá ser
nombrado Tutor el que ocupe el cargo de Regente.
1ª.- Función simbólica. El art. 56.1 comienza diciendo que “el Rey es el
Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia...”; así, este carácter
simbólico hace del rey el símbolo visible del Estado. La Corona, pues, simboliza:
* La unidad del Estado frente a la división o separación orgánica de los
poderes del mismo.
* La unidad del Estado frente a la división territorial en Comunidades
Autónomas.
* La permanencia de ese Estado por encima de las contingencias políticas
y de los cambios de gobierno y de mayorías parlamentarias.
3ª.- Función arbitral. El art. 56.1 dispone que el Rey arbitra -y modera- el
funcionamiento regular de las instituciones. Ello significa que el Rey posee la
facultad de sugerencia e intercambio de impresiones con los titulares de los
poderes del Estado a fin no de resolver conflictos entre poderes constitucionales -
ya que para eso está el Tribunal Constitucional-, sino para aproximar posiciones
entre dichos poderes.
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Para el desempeño de estas genéricas funciones, la C.E. atribuye al Rey
una serie de competencias específicas. Así, en virtud de su función simbólica, el
Rey posee las siguientes competencias:
* Acreditar a los embajadores y otros representantes diplomáticos (art.
63.1).
* Manifestar el consentimiento del Estado para obligarse
internacionalmente por medio de tratados, de conformidad con la Constitución y
las leyes (art. 63.2).
* Declarar la guerra y hacer la paz, previa autorización de las Cortes
Generales (art. 63.3).
* Ejercer el derecho de gracia (art. 62.i).
* Detentar el mando supremo de las Fuerzas Armadas (art. 62.h).