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DERECHO CONSTITUCIONAL II
Sesión introductoria. Los poderes del Estado
1. Separación de poderes y organización constitucional
2. La Jefatura del Estado: ¿forma de Estado o de Gobierno?
Lección 1. La Corona
Las formas de gobierno vienen condicionadas por factores políticos decisivos, como
por ejemplo el sistema de partidos, de tal manera que el marco normativo de una
constitución puede variar considerablemente la forma de gobierno.
Además, hay que tener en cuenta que el artículo 1.3 de la CE (la forma política del
estado es una monarquía parlamentaria”, implica que se caracterice como ala forma de
gobierno, pero no se trata de una descripción completa de la misma, porque hay una
gran variedad de monarquías parlamentarias europeas.
El articulo 56.1 (El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y
modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del
Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su
comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las
leyes) es la cabecera de todas las funciones relativas al rey.
Que la constitución se refiera al rey como el jefe del estado significa que es un órgano
estatal, configurado por la propia constitución y, por ende, es uno de los órganos
constitucionales del Estado.
Este carácter de órgano constitucional comporta que el rey ha de tener una función
materialmente autónomo y que en su ejercicio el rey no puede estar subordinado a
ningún otro órgano constitucional, porque todos ellos derivan su existencia y poderes
directamente de la Constitución y, por tanto, están situados en una posición de paridad
jurídica. Por otro lado, aunque sea jurídicamente igual a los demás órganos
constitucionales, al rey, como jefe del Estado, le corresponde una posición de mayor
dignidad formal, honorifica y protocolaria.
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Además, el artículo 56.1 afirma que el rey es símbolo de unidad y permanencia, lo que
deriva de su condición de jefe de estado, personifica una institución.
Del rey dice también el artículo 56.1 que arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones. Lo que comporta, una exigencia de neutralidad política.
El artículo 62.g de la CE: (corresponde al rey) Ser informado de los asuntos de Estado y
presidir, a estos efectos, las sesiones del Consejo de Ministros, cuando lo estime oportuno, a
petición del Presidente del Gobierno, reconoce el derecho del rey a ser informado de los
asuntos del Estado, de donde se deriva también su facultad para presidir, a estos
efectos, las sesiones del Consejo de Ministros, cuando lo estime oportuno, a petición
del Presidente del Gobierno. Además, en relación con este artículo, el artículo 13 del
RD 434/1988 de 6 de mayo, dispone que los departamentos de la administración del
Estado proporcionarán a la casa real los informes, dictámenes y asesoramiento de
cualquier naturaleza que la casa solicite.
La función arbitral del Rey está reconocida en el artículo 56.1 de la CE, caracterizado
por la neutralidad política del árbitro y por la menor extensión de sus poderes
arbitrales, se trata de un arbitraje al servicio del buen funcionamiento de una forma de
gobierno parlamentaria, que únicamente precisa de la intervención de un poder neutral
cuando no sea capaz de autorregularse. La principal facultad de significado arbitral
que la Constitución confía al Rey e la de proponer candidato al presidente del
Gobierno (artículo 62.d: Proponer el candidato a Presidente de Gobierno y, en su caso,
nombrarlo, así como poner fin a sus funciones en los términos previstos en la Constitución)
Por lo que se refiere al poder de disolución de las cortes generales, hay que distinguir
el supuesto de disolución funcional, al que hace referencia el artículo 99.5 de la CE (Si
transcurrido el plazo de dos meses, a partir de la primera votación de investidura, ningún
candidato hubiere obtenido la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y
convocará nuevas elecciones con el refrendo del Presidente del Congreso.)
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Así mismo, en cuanto al art 56.1 (El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y
permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más
alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las
naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la
Constitución y las leyes) y la función arbitral, esta también puede producirse mediante
mensajes públicos del rey que, aunque no estén expresamente contemplados en la
constitución, lo están implícitamente porque hemos de interpretar que, como todos los
poderes públicos, el rey cuenta con poder de exteriorización. Ahora bien, hay que
reconocer que si las instituciones se regulan correctamente no será precisa la
intervención arbitraria del rey, por tanto, en la mayor parte de los casos, los discursos o
mensajes del rey tendrán significado ceremonial, simbólico o internacional.
Este mismo artículo, el 56.1, atribuye al rey la “más alta representación del Estado
español en las relaciones internacionales, especialmente en las naciones de comunidad
histórica”. De ahí se entiende que el rey sea el principal representante del Estado a
nivel internacional, que se concreta en la constitución mediante los siguientes poderes
del monarca:
Legislación activa y pasiva (art 63.1 de la CE: El Rey acredita a los embajadores y
otros representantes diplomáticos. Los representantes extranjeros en España están
acreditados ante él)
Manifestar el consentimiento del Estado para obligarse por medio de tratados
(art 63.2: al Rey corresponde manifestar el consentimiento del Estado para obligarse
internacionalmente por medio de tratados, de conformidad con la Constitución y las
leyes)
Declarar la guerra y hacer la paz (art 63.3: al Rey corresponde, previa autorización
de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz)
Son poderes todos ellos que no están al servicio de la política exterior del rey, sino de la
política exterior del Estado, que el gobierno ha de dirigir conforme al artículo 97 de la
CE: el Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la
defensa del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la
Constitución y las leyes.
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Finalmente, hay que hacer referencia a la función del rey como garante de la
constitución, que se refleja en la fórmula del juramento que debe prestar al ser
proclamado ante las cortes generales de “guardar y hacer guardar la constitución” (art
61.1 CE: el Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar
fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los
derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas)
Por ende, podemos finalizar este apartado general sobre la corona con una
simplificación de la idea de rey: la jefatura del rey es una jefatura de carácter civil
porque corresponde al rey como jefe del Estado, y su ejercicio está regulado por
normas constitucionales.
EL REFRENDO
Con lo que respecta a los actos del rey, hay una necesidad de que dichos actos sean
refrendados siempre por otro órgano constitucional, ya que sin refrendo no hay acto
valido, puesto que el rey no es persona, es símbolo. Así: “de los actos del rey serán
responsables aquellos que los refrenden” afirma el art 64.2 de la CE. (De los actos del
Rey serán responsables las personas que los refrenden). El refrendo acredita la legalidad de
la actuación del jefe del Estado y también su oportunidad.
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OBJETO DEL REFRENDO: el objeto del refrendo son los actos que el rey realiza como
titular de la jefatura del Estado, exceptuando por consiguiente los concernientes a su
vida privada, como podría tratarse de la administración de su patrimonio, pero no
algunos otros como la elección matrimonial. La forma típica del refrendo es la
contrafirma de los actos del jefe del Estado por parte del refrendante, pero hay otras
formas, ya que existe el refrendo tácito y el refrendo presunto.
Para algunos autores, el refrendo es una técnica que desplaza la decisión hacia el
refrendante, vaciando de contenido decisorio a las competencias del rey. Sin embargo,
hay quienes, por el contrario, opinan que el refrendo es un acto complejo, integrado
por dos voluntades concurrentes igualmente necesarias.
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1. Preferencia de las líneas anteriores a las posteriores. Debe entenderse que, según
el CC, las personas de diferentes generaciones forman una línea directa, si
descienden de otras y colateral si no descienden unas de otras, pero sí de un
tronco común (art 916: la serie de grados forma la línea, que puede ser directa o
colateral. Se llama directa a la constituida por la serie de grados entre personas que
descienden unas de otras, y colateral la constituida por la serie de grados entre personas
que no descienden unas de otras, pero que proceden de un tronco común).En este caso,
serán directas las líneas que desciendan del Rey J.C y colaterales las que
desciendan de sus parientes colaterales y que formen parte de la dinastía, es decir,
que no hayan perdido los derechos sucesorios o que no hayan renunciado a ellos.
La posible descendencia colateral ha de admitirse por el hecho de que la CE no
establece que la Corona sea hereditaria en los descendientes del RJC, sino en sus
sucesores. Por consiguiente, la prioridad de las líneas directas sobre las colaterales
y, dentro de esto, el pariente más cercano al rey o su sucesor directo, es decir, su
descendiente.
2. La preferencia dentro de una misma línea del grado más próximo al más remoto,
lo que significa prioridad de las generaciones anteriores sobre las más jóvenes.
3. La preferencia en el mismo grado del varón sobre la mujer. Esto es una excepción
al principio de igualdad jurídica de los sexos, del art 14 de la CE Los españoles son
iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de
nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia
personal o social. Ahora bien, esto no impide que reinen mujeres.
4. La preferencia en el mismo sexo de la persona de más edad sobre la de menos.
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Las cortes generales son el órgano central y más definitorio de la forma de gobierno
definida por la Constitución. Son el componente más esencial de la propia Forma del
Estado definida en el artículo 1.2 de la CE, porque el parlamento es indisoluble e
insustituible en la democracia, hasta el punto de que no hay estado democrático sin
parlamento. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del
Estado
Integran los artículos 23 de la CE, 68, 69 y 70, relativos a las elecciones al Congreso y al
Senado, el art 240, sobre las elecciones municipales y el 152 sobre las elecciones de las
asambleas de las CCAA.
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Se alude con este término a los elementos del Derecho electoral que condicionan
el comportamiento electoral y sus resultados, en otras palabras, las normas que
estructuran la opinión de los electores y conversión de votos en escaños.
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La convocatoria de las elecciones a las Cortes Generales es una facultad del Jefe
del Estado (art 62.b CE)
El nombramiento de los representantes y administradores de los partidos y de
las candidaturas
La presentación y proclamación de candidatos, queda reservado este derecho
por la ley a los partidos políticos y federaciones inscritas en el registro
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en los casos en los que los electores no se hallen en la localidad donde les
corresponda ejercer su derecho a voto.
2. El escrutinio y la proclamación de electos componen la fase final del
procedimiento electoral. El escrutinio se desarrolla escalonadamente en dos
momentos sucesivos, en primer lugar, el escrutinio en las mesas electorales y,
después, el escrutinio general en la Junta Electoral de la circunscripción, que
tiene lugar después de la votación y se realiza por cada Mesa Electoral en sesión
pública, extrayendo el presidente los sobres de la una correspondiente y
leyendo en voz alta la denominación de la candidatura en el art 95.4.
El escrutinio general tiene lugar también en sesión pública, el tercer día
siguiente al de la votación.
LAS GARANTÍAS JURISDICCIONALES DEL DERECHO ELECTORAL
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La LOREG configura un sistema de control de los gastos que consiste en una serie de
requisitos organizativos y formales y de limitaciones cuantitativas.
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Por otro lado, las Cortes Generales son uno de los escenarios fundamentales del
sistema democrático. La importancia de las cortes generales proviene de las propias
características del sistema democrático. La negociación, la conciliación y la búsqueda
de fórmulas de transacción es una de ellas.
Uno de los límites a las cortes generales es, en primer lugar, el propio ordenamiento
constitucional, que recoge principios que limitan la actuación del Parlamento. El
primero de ellos es el de la soberanía popular: en España, la soberanía reside en el
pueblo (art 1.2 de la CE) y no en las cortes generales. La soberanía nacional reside en el
pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
La constitución, por otra parte, limita a las cortes generales en la utilización de dicha
potestad legislativa, al obligarles a respetar, en todo caso, el contenido esencia de dicha
potestad legislativa, al obligarles a respetar, en todo caso, el contenido esencial de los
derechos fundamentales constitucionalmente reconocidos, art 53.1 de la CE. Los
derechos y libertades reconocidos en el Capítulo Segundo del presente Título vinculan a todos
los poderes públicos. Sólo por ley, que en todo caso deberá respetar su contenido esencial, podrá
regularse el ejercicio de tales derechos y libertades, que se tutelarán de acuerdo con lo previsto
en el artículo 161, 1, a).
Por último, las características del Estado moderno o el Estado social y democrático de
Derecho, suponen también condicionantes para la actividad de las Cortes Generales. La
complejidad, política, económica y social, de las sociedades actuales, la rapidez con que
han de ser adoptadas, no pocas decisiones relevantes. Todo ello se ha traducido en una
tendencia a la asunción por el ejecutivo de facultades cada vez mayores, y en técnicas
que ofrecen al gobierno mayores perspectivas de estabilidad y una menor dependencia
con respecto del parlamento.
COMPOSICIÓN. EL BICAMERALISMO.
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interferencias. Por lo general, estas garantías guardan relación con sus luchas
entre poderes propias de la formación del Estado de Derecho. Su finalidad fue
garantizar plenamente la libre actuación de las Cámaras, de ahí que algunas de
ellas puedan parecer injustificadas en la situación actual, en la que la existencia
de un Poder Judicial independiente es la mayor garantía contra toda posible
arbitrariedad.
Precisamente por su parcial inadecuación a la realidad actual, las prerrogativas
parlamentarias ofrecen una imagen de privilegio, pese a que no se trata de
privilegio alguno por el hecho de que no están previstas como beneficio del
parlamentario, sino como instrumentos que garantizan la libre formación de la
voluntad de las cámaras. Por esta misma razón, no son derechos de los
parlamentarios, sino normas jurídicas que deben ser aplicadas de oficio.
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La facultad de iniciativa legislativa, esto es, de promover la elaboración de una ley por
parte de las Cámaras parlamentarias, reviste una notable trascendencia, puesto que
abre paso al ejercicio de la función legislativa, de importancia central para el
funcionamiento del Estado. Debe tenerse en cuenta que, pese a su importancia, la
facultad de iniciativa legislativa no forma parte propiamente del núcleo básico de la
función legislativa, entendida en sentido estricto como la capacidad de elaborar y
aprobar una ley, sino que constituye únicamente una fase preliminar que abre paso a
dicha función.
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las materias de las que está excluida, remitiéndose para las formas de ejercicio y
requisitos a una ley orgánica.
La ley prevé que la iniciativa debe ser impulsada por una comisión promotora, la cual
debe encargarse de presentar a la Mesa del Congreso de los Diputados un texto
articulado, que ha de ser objeto de examen de admisibilidad por parte de la Mesa de la
Cámara. Dicho examen se proyecta tanto sobre el cumplimiento de los requisitos
formales como sobre los de carácter sustantivo.
El art. 87.3 de la CE excluye expresamente las materias propias de ley orgánica, las
tributarias, las de carácter internacional y la relativa a la prerrogativa de gracia; la ley
añade otras materias, resultantes de la reserva constitucional en favor del Gobierno de
la iniciativa legislativa en las mismas: la iniciativa popular no podrá versar sobre
proyectos de planificación económica (reservados al Gobierno por el art. 131 de la CE)
ni sobre los Presupuestos generales del Estado (encomendados a la iniciativa
gubernamental por el art. 134.1 de la CE) , la iniciativa puede ser rechazada si se
encuentra en tramitación un proyecto o proposición de ley sobre el mismo objeto, si es
reproducción de otra iniciativa popular de contenido análogo presentada durante la
misma legislatura, o si la proposición versa sobre materias manifiestamente distintas y
carentes de homogeneidad entre sí (art. 5 LORIP). Contra la resolución de la Mesa del
Congreso cabe recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, expresamente
previsto en la propia Ley Orgánica de Iniciativa Popular.
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La discusión por una Cámara de un texto legal se desarrolla en varias fases, que en el
procedimiento ordinario son la de presentación de enmiendas, el estudio de las mismas
por parte de una ponencia que elabora un informe y la discusión y votación de dicho
informe y de las enmiendas por la comisión, que aprueba un dictamen que es sometido
a discusión en el Pleno de la Cámara. El informe de la ponencia sirve de eje de la
discusión en la comisión, así como el dictamen aprobado por la comisión desempeña
ese papel en la posterior lectura de Pleno. Los plazos de las diversas fases vienen
determinados, salvo excepciones en que lo hace la propia Constitución, en los
reglamentos de las Cámaras.
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pronuncie sobre las enmiendas, aceptándolas o no por mayoría simple). Si el Senado no veta ni
modifica el texto enviado por el Congreso, el mismo queda ya preparado para su
sometimiento a la sanción real.
Una vez finalizada la tramitación parlamentaria y fijado ya, por consiguiente, el texto
de la ley, ésta debe todavía cumplir otros requisitos antes de su entrada en vigor. Tales
requisitos son la sanción y la promulgación por parte del Monarca y, finalmente, su
publicación en el Boletín Oficial del Estado.
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El Rey tiene un mínimo control formal y externo de las leyes. Así, podría negarse a
sancionar y promulgar leyes a las que les faltasen elementos esenciales externos
constitucionalmente requeridos y perceptibles prima facie, como su aprobación por
ambas Cámaras de las Cortes.
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consideración (art. 148.1 RC). Sin embargo, se trata sólo de una presunción de
principio, ya que el Pleno puede recabar para sí en todo caso la discusión y votación
final de proyectos y proposiciones (art. 149.1 RC). El Reglamento del Congreso también
excluye la potestad legislativa plena de las comisiones para el supuesto de que el Pleno
del Senado haya vetado o enmendado el texto en discusión (art. 149.2 RC). Por lo
demás, la tramitación que se sigue en la comisión es la misma que en el procedimiento
común.
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La adquisición de la capacidad para decidir sobre los fondos de los que podía disponer
el poder ejecutivo y el control de sus gastos determinó la definitiva supremacía del
Parlamento como representante del titular de la soberanía. La evolución condujo más
adelante a desglosar la potestad tributaria de la presupuestaria, en la medida en que
exigencias técnicas y de seguridad jurídica requerían la estabilidad de los impuestos a
que quedaban sometidos los ciudadanos, mientras que razones políticas seguían
abonando por la anualidad del control del gasto de los poderes públicos, dependiente
básicamente del ejecutivo.
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perspectiva financiera estable y con déficit controlado y reducido. El nuevo texto del
artículo 135 impone ahora a todas las Administraciones Públicas el respeto al principio
de «estabilidad presupuestaria» (apartado 1), lo que lleva a imponer la prohibición de
que el Estado y las Comunidades Autónomas incurran en un «déficit estructural que
supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados
miembros» (apartado 2). Asimismo, se establece que por medio de ley orgánica se ha
de fijar el déficit estructural máximo al Estado y a las Comunidades Autónomas en
relación con su producto interior bruto. A las Administraciones locales se les impone,
con más rigor, un equilibrio presupuestario
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5. Otras funciones.
Por tanto, en términos generales puede decirse que el Gobierno debe contar con la
confianza parlamentaria expresada en la votación de investidura; debe, también, para
mantenerse en ejercicio, conservar dicha confianza y está además sometido al control
de las Cámaras. Dentro de ese esquema general la sistemática constitucional española
presenta algunos rasgos que es preciso destacar, y que, por lo demás, son comunes a
algunos otros sistemas parlamentarios. El primer rasgo específico es que, como se
analizará con detalle en la lección 26, no es propiamente el Gobierno, sino su
Presidente, quien mantiene la relación fiduciaria con el Parlamento. Por otro lado, la
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responsabilidad política es remover al Gobierno y sustituirlo por otro. Ello explica que
la Constitución atribuya la función de control a ambas Cámaras.
a) Información y control
La previsión genérica del art. 66.2 de la CE de que las Cortes Generales controlen la
acción del Gobierno es desarrollada más específicamente tanto en otros preceptos
constitucionales como, sobre todo, en los Reglamentos de las Cámaras.
En primer lugar, la Constitución prevé que las Cámaras y sus Comisiones puedan
recabar del Gobierno y sus Departamentos la información y documentación que
precisen (art. 109 CE). El reglamento del Congreso (art. 7 RC) precisa que se trata de un
derecho que puede ejercer el parlamentario individual. El Tribunal Constitucional ha
considerado que ese derecho se integra dentro del reconocido en el artículo 23.2 CE
(STC 208/2003, caso Comparecencia del Presidente del CGPJ).
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b) Las preguntas
Los medios más característicos del control parlamentario son, sin embargo, las
preguntas e interpelaciones. Tienen una larga tradición en algunos sistemas
extranjeros, como ocurre con el question time británico, y están expresamente previstas
en la Constitución. Ésta —art. 111— llega, para asegurar el ejercicio del control
parlamentario, a imponer que en el orden del día de cada Pleno de las Cámaras se
reserve un tiempo mínimo para preguntas e interpelaciones. El Reglamento del
Congreso cumple este mandato —art. 191— estableciendo una regla general de dos
horas semanales para la evacuación de preguntas e interpelaciones. La práctica actual,
sin embargo, es más generosa, y los Plenos ordinarios de las Cámaras dedican una
tarde entera —la del martes en el Senado; la del miércoles, en el Congreso— a la
evacuación de preguntas e interpelaciones. Las preguntas se caracterizan porque tienen
un objeto concreto y determinado: un hecho, una situación o una información, según el
Reglamento del Congreso (art. 188.1). Pueden ser de tres clases. Así, hay preguntas
para las que se solicita respuesta por escrito. En tal caso, el Gobierno debe contestar la
pregunta en un plazo de veinte días, aunque es susceptible de ampliación; si así no lo
hace, la pregunta «escrita» se transforma en pregunta oral en Comisión. Estas, como su
nombre indica, son contestadas normalmente en la Comisión competente y, a
diferencia de las preguntas para respuesta escrita, implican ya un debate, si bien que en
el foro de la Comisión. Por último, las preguntas con respuesta oral en el Pleno son las
que, dentro de una hipotética gradación de intensidad política, ocupan el primer
escalón. Se evacuan ante el Pleno de la Cámara en las sesiones correspondientes al
control parlamentario, y suponen un debate entre el parlamentario que formula la
pregunta y el miembro del Gobierno que la contesta. Al objeto de que el debate sea lo
más vivo posible, el tiempo disponible es muy corto —cada interviniente puede
intervenir durante un máximo de dos minutos y medio— y, sobre todo en el Congreso,
se controla con el máximo rigor (art. 188.3 RC). Las características de las preguntas
orales en Pleno —repercusión en el órgano central de la Cámara, rapidez de
tramitación y debate con el Ejecutivo— y, sobre todo, de su tramitación, hacen de ellas
el instrumento más idóneo para controlar al Gobierno en los asuntos de actualidad que
alcancen repercusión pública, pues su elaboración es muy sencilla —basta con
formular la escueta interrogación— y se pueden presentar, con carácter ordinario,
hasta el lunes anterior al Pleno correspondiente, para ser debatidas el miércoles
siguiente (art. 188 RC y Resolución de la Presidencia del Congreso de 18 de junio de
1996). Aunque las preguntas pueden ser contestadas por cualquiera de los miembros
del Gobierno, el Presidente está comprometido a responder personalmente a algunas
de ellas, que él mismo puede elegir.
c) Las interpelaciones
Las interpelaciones, a su vez, coinciden con las preguntas en ser evacuadas oralmente
en el Pleno de la Cámara, pero se distinguen de ellas por el nivel de concreción: en
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tanto que las preguntas tienen un objeto concreto y específico, las interpelaciones
versan «sobre los motivos o propósitos de la política del Ejecutivo en cuestiones de
política general» (art. 181.1 RC). En consonancia con su mayor globalidad, el tiempo
disponible para las intervenciones es notablemente mayor —diez minutos— su control
más laxo y la viveza del debate menor. Además, mientras que en la pregunta el debate
se circunscribe a preguntante y preguntado, en la interpelación los Grupos
parlamentarios distintos al interpelante pueden fijar posiciones. En fin, la interpelación
puede concluir en una moción que se presenta, para su aprobación, al Pleno de la
Cámara (arts. 180 a 184 RC). Así pues, puede muy bien decirse que las preguntas orales
en Pleno son los instrumentos de control idóneos para cuestiones de gran actualidad o
de interés local, pero con un alcance muy concreto, en tanto que las interpelaciones son
el medio adecuado para debatir sobre algún aspecto más general de la política del
Ejecutivo y son, por ello, más atemporales.
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Investigación tal importancia que se exige para ello una mayoría cualificada
especialmente rigurosa. En España, para que se constituya una Comisión de
Investigación deben concurrir una propuesta del Gobierno, de la Mesa de la Cámara,
de los grupos parlamentarios o de la quinta parte de los Diputados y la posterior
aprobación de tal propuesta por el Pleno de la Cámara. A diferencia de las Comisiones
Permanentes de las Cámaras, las de Investigación son de carácter temporal, y pueden
crearse para «cualquier asunto de interés público» (arts. 52.1 RC y 59 RS).Lo más
característico de estas Comisiones es que pueden requerir que comparezca ante ellas,
para informar, cualquier ciudadano y, por supuesto, cargo público o funcionario,
siendo obligatorio hacerlo e incurriendo en delito de desobediencia grave el que no lo
hiciere (art. 76.2 CE y LO 5/84, de comparecencia ante las Comisiones de Investigación
del Congreso o del Senado o de ambas Cámaras); además, pueden solicitar y obtener,
en determinadas condiciones y respecto de los ciudadanos que hubieran ostentado
funciones públicas, documentos como las declaraciones del IRPF y el Impuesto sobre el
Patrimonio. Las Comisiones de Investigación concluyen su tarea con la elaboración y
aprobación de unas conclusiones que se plasman en un Dictamen que ha de ser
sometido a votación en el Pleno de la Cámara. Si ésta lo aprueba, el Dictamen se
publica en el Boletín Oficial de las Cortes. Las conclusiones de las Comisiones de
Investigación no tienen, por sí mismas, más efectos que los puramente políticos. En
efecto, la propia Constitución previene —art. 76.1— que estas conclusiones «no serán
vinculantes para los Tribunales ni afectarán a las resoluciones judiciales». No obstante,
no cabe duda del notable valor político de un pronunciamiento de la Cámara al
respecto, todo ello con independencia de que, si se estima oportuno, la Mesa puede
remitir las actuaciones al Ministerio Fiscal (art. 52.4 RC).
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política se reconduce a que no se comparten los objetivos políticos del ejecutivo o los
medios utilizados para conseguirlos, o a que no se confía en la capacidad política de los
miembros del Gobierno para alcanzarlos.
En suma, pues, una vez otorgada la confianza al Gobierno —o, más exactamente, a su
Presidente— el Congreso de los Diputados sólo puede retirar dicha confianza a través
de los mecanismos expresamente previstos en la Constitución. Tales mecanismos son
dos: la moción de censura y la cuestión de confianza. La diferencia fundamental entre
uno y otro procedimiento radica en que en el primer caso la iniciativa de la retirada de
confianza tiene origen parlamentario, en tanto que en la cuestión de confianza la
iniciativa es gubernamental.
4. LA MOCIÓN DE CENSURA
a) Concepto
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b) Requisitos
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c) Procedimiento
Por otro lado, el carácter constructivo de la moción de censura, y su faceta, más que de
remoción del Gobierno, de sustitución de un Gobierno por otro, se ponen claramente
de manifiesto en la regulación del debate previo a la decisión parlamentaria. En efecto,
las líneas de fuerza de ese debate se concentran no en la exigencia de la
responsabilidad política del presidente del Gobierno en ejercicio, sino, más bien, en la
investidura de quien aspira a sustituirle en el puesto. En realidad, el protagonista del
debate es el candidato a presidente, y lo es no en su calidad de crítico con el Gobierno
en ejercicio, sino en su condición de aspirante al cargo. Esto es así porque el
Reglamento del Congreso prevé —art. 177.1— que, tras la defensa de la moción de
censura por uno de sus firmantes, intervenga el candidato a presidente exponiendo su
programa. Con ello, la defensa de la moción de censura se relega a un lugar
secundario, desplazándose la atención del debate hacia la personalidad y el programa
del candidato. Esta doble intervención obedece, en primer lugar, a que el carácter
constructivo de la moción exige que la eventual aprobación por el Congreso de la
moción de censura, que lleva aparejado el otorgamiento de la confianza parlamentaria,
se realice sobre la base de un programa; en segundo lugar, responde a la posibilidad de
que el candidato no sea Diputado, como ya ha sucedido en alguna ocasión. En
conclusión, todo este esquema relega al Gobierno censurado y a su presidente a una
posición absolutamente secundaria, que puede llegar, incluso, a su absoluta abstención
de la participación en el debate, hasta el punto que el Reglamento del Congreso no
hace referencia directa alguna al Presidente del Gobierno censurado. De esta suerte, el
diálogo no se establece realmente, como podría pensarse, entre el presidente del
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Gobierno y quien le censura y aspira a sucederle, sino entre este candidato y los grupos
parlamentarios. Todo ello hace de la moción de censura, en cierta forma, además de
una vía de exigencia de la responsabilidad política, un instrumento más, el más
espectacular, del control parlamentario del gobierno. Desde esta perspectiva, la moción
de censura puede saberse de antemano derrotada, y no dirigirse tanto, en realidad, a
exigir la responsabilidad política del Ejecutivo y a sustituirlo por otro como a
denunciar y criticar la gestión del Gobierno en ejercicio ofreciendo una alternativa al
mismo, todo ello con la máxima repercusión pública posible.
Una vez realizado el debate, se produce la votación, que, como se ha visto, no puede
tener lugar sino transcurridos al menos cinco días desde la presentación de la moción.
Si concurren varias mociones de censura, se votarán separadamente — art. 177.3 RC—
por orden de presentación. Sin embargo, si alguna de ellas resultara aprobada, las
restantes no se someterían a votación, puesto que se entiende que el Congreso ya ha
decidido a que candidato otorga su confianza. La votación es —art. 85.2 RC— pública
por llamamiento. Ello se debe a que se entiende que los ciudadanos tienen derecho a
saber a quién otorgan sus representantes la confianza parlamentaria, además de que así
se refuerza el compromiso del parlamentario. Para que la moción de censura prospere
debe obtener la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, esto es, el voto de la
mitad más uno de los que forman la Cámara. (arts. 113.1 y 177.5 RC). Este es otro de los
elementos claramente progubernamentales del diseño constitucional, pues puede muy
bien suceder que un Gobierno que esté en minoría —o que, dicho con otras palabras,
no cuente con el respaldo de la mayoría del Congreso— siga en ejercicio, siempre y
cuando esa mayoría parlamentaria que se le opone, además de haber llegado a un
acuerdo sobre un candidato alternativo, no alcance la mitad más uno de los miembros
de la Cámara. De esta forma, es perfectamente posible que un Gobierno que quede en
minoría en la votación de la moción de censura pueda, sin embargo, continuar en
ejercicio.
d) Efectos
5. LA CUESTIÓN DE CONFIANZA
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a) Concepto
c) Procedimiento
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EL GOBIERNO.
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Esta regulación constitucional, referida tanto a los aspectos estructurales del Gobierno
—composición, formación y cese, estatuto de sus miembros— como a sus funciones, es
muy reducida, y se centra esencialmente en los artículos 97 a 102 de la CE. El carácter
forzosamente esquemático de esta normativa puede considerarse ciertamente
conveniente, pues al referirse únicamente a cuestiones y elementos básicos de la
institución, permite una mayor flexibilidad y elasticidad a la hora de adaptarla a las
necesidades de cada momento. Por otro lado, exige el complemento de otras normas
que llenen los vacíos dejados por los mandatos constitucionales: la misma Constitución
se remite a leyes que completen sus preceptos en lo que se refiere a la composición del
Gobierno (art. 98.1) y al estatuto e incompatibilidades de sus miembros (art. 98.4). Y,
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implicaría una reserva absoluta de ley, sino de acuerdo con la ley. Ello supone una
relativización del papel de la ley en este aspecto: en términos de la STC 60/86 (caso
R.D.- ley de medidas urgentes de reforma administrativa) la fórmula «de acuerdo con
la ley» «no es otra que la de la llamada reserva relativa de ley, que permite compartir la
regulación de una materia entre la ley —o norma con fuerza y valor de ley— y el
reglamento». La norma legal podrá, por tanto, limitarse a establecer prescripciones
básicas, de manera que la normativa reglamentaria, respetando esas prescripciones,
pueda determinar, según las necesidades de cada momento, cuántos y cuáles han de
ser los departamentos ministeriales (y vicepresidencias, si así conviniera).
Este sistema presenta indudables ventajas, ya que es más flexible que la fijación por ley
del número y denominación de ministerios; la fijación por Real Decreto posibilita
adaptar en breve plazo la composición del Gobierno a las necesidades derivadas de la
distribución de tareas gubernamentales, así como a las derivadas del reparto de poder
entre partidos o tendencias políticas inter o intrapartidistas. No obstante, tal
flexibilidad no será aplicable a la creación de categorías de miembros del Gobierno
distintas de Presidente, vicepresidente o ministros. Como se vio, la Constitución
admite la posibilidad de esas categorías (art. 98.1 CE) pero exige que sean establecidas
por ley.
Interpretando conjuntamente los artículos 98.1 in fine y 103.2 de la CE, debe concluirse
que sólo la ley puede crear nuevas categorías de miembros del Gobierno, si bien, una
vez establecidas por ley sus características básicas, podrán fijarse, de acuerdo con la
ley, reglamentariamente aspectos como el número de entes dentro de cada categoría,
su denominación, etc. En todo caso, se trata de supuestos aún no verificados en la
práctica. Aunque se hayan creado en ocasiones categorías diferenciadas de ministerios.
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Éste, está integrado por el Presidente, el o los vicepresidentes y los ministros. Los
secretarios de Estado, que no son miembros del Gobierno, podrán asistir, de acuerdo
con el art. 5.2 de la Ley del Gobierno, a las reuniones del Consejo de Ministros cuando
sean convocados: también podrán ser miembros de las Comisiones Delegadas del
Gobierno (art. 6.1.b LG). Además, también podrán asistir a las reuniones de las
Comisiones Delegadas del Gobierno, cuando sean convocados, «los titulares de
aquellos otros órganos superiores y directivos de la Administración» (art. 6.3 LG).
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miembros, entre los que destaca el papel del Presidente, hacen incompatibles esas
normas con la necesaria celeridad en el funcionamiento gubernamental, con la función
directiva que corresponde al Presidente del Gobierno, y con la unidad de acción hacia
el exterior que deriva de la responsabilidad política colectiva del Gobierno (art. 108 CE)
y que hace impensables los «votos particulares».
La Ley del Gobierno contiene una regulación básica para su funcionamiento, contenida
en sus artículos 17 a 19, pero se remite, para una normación más precisa, a las
disposiciones organizativas internas de funcionamiento y actuación que sean dictadas
por el Presidente del Gobierno o el Consejo de Ministros. Usualmente, esas
disposiciones de detalle se contienen en unas «Instrucciones» aprobadas en Consejo de
Ministros. Pero hay que recordar que éste se rige, no sólo por normas escritas, sino
también por usos y convenciones derivadas de la práctica, como —por ejemplo— la de
que los Consejos de Ministros se celebren con periodicidad semanal. Muchas de estas
convenciones han ido convirtiéndose en preceptos legales o reglamentarios. Así, el
secreto de las reuniones, o la necesidad de levantar acta después de cada sesión, acta en
que deberán incluirse los acuerdos adoptados, han pasado a ser contenido de
mandatos expresos, reglamentarios o legales.
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Resulta relevante, para la actuación ministerial, el papel del gabinete del ministro,
como órgano de apoyo especializado, y vinculado al Jefe del Departamento, claramente
diferenciado de otros órganos del Ministerio (subsecretaría, secretaría general técnica)
con una proyección administrativa. Se trata de un órgano eminentemente político y
técnico, integrado por asesores que gozan de la confianza personal del ministro, y cuyo
régimen se ha regulado formalmente por vía reglamentaria.
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Dentro del ordenamiento español, los miembros del Gobierno disponen de un status
peculiar, que incluye derechos y obligaciones de muy variada índole y que singulariza
su posición en relación con el resto de los ciudadanos. Tales derechos y obligaciones se
proyectan sobre materias muy diversas (penal, procesal, administrativa,
presupuestaria, etc.) y no son objeto de un tratamiento normativo unitario: el núcleo
esencial de su regulación se halla en la Constitución, y el resto en normas de muy
diverso rango, legales o reglamentarias. La Constitución en su artículo 98, se remite a
la ley para la regularización del «estatuto e incompatibilidades de los miembros del
Gobierno», pero en la práctica, ello no se ha traducido en un texto único, dada la
variedad de aspectos a tratar, sino en una serie de disposiciones legales, de índole
procesal, penal y administrativa.
Desde la perspectiva penal, los miembros del Gobierno gozan de una especial
protección. En cuanto se refiere a su actuación conjunta en Consejo de Ministros, el
Código Penal tipifica como delito toda coerción u obstaculización de la libertad de los
ministros reunidos en Consejo, así como las injurias y amenazas al Gobierno. La
protección penal se extiende también a los ministros individualmente considerados, al
tipificar como delito específico el atentar contra un ministro en el ejercicio de sus
funciones.
El status de los miembros del Gobierno tiene también una dimensión procesal, ya que
la Constitución establece un fuero especial para ellos en materia penal. El art. 102 CE
prevé que la responsabilidad criminal del Presidente y los demás miembros del
Gobierno habrá de exigirse ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (102.1). Esta
peculiar situación procesal se ve reforzada por la exigencia de que la acusación por
«traición o por cualquier otro delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de
sus funciones» necesitará un específico acuerdo parlamentario. Sólo podrá ser
planteada por iniciativa de la cuarta parte de los miembros del Congreso, y habrá de
contar con la aprobación del mismo por mayoría absoluta (102.2). Por otro lado, este
status procesal tiene una dimensión negativa: la prerrogativa real de gracia no será
aplicable a supuestos de responsabilidad penal de miembros del Gobierno (102.3). La
especial situación procesal de los miembros del Gobierno resulta tradicionalmente
acentuada además por la legislación ordinaria. La Ley de Enjuiciamiento Criminal, en
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efecto, establece que (entre otros) los miembros del Gobierno dispondrán de un
régimen peculiar para prestar declaración ante órganos judiciales, ya que podrán, bien
informar por escrito, bien prestar declaración en su domicilio o despacho oficial, con lo
que se les dispensa de su comparecencia personal a declarar (arts. 412 y ssgs. LECr).
Finalmente, resulta conveniente hacer referencia a una dimensión del status procesal
de los miembros del Gobierno, común también a otros funcionarios: su derecho y
obligación de guardar secreto (incluso en procedimientos judiciales) sobre materias
cuya divulgación pudiera resultar en grave perjuicio de la seguridad interna o externa
del Estado, o de otros bienes públicos. Sobre todas ellas tienen los funcionarios (y
también los ministros) obligación de guardar secreto, y, en consecuencia, la Ley de
Enjuiciamiento Criminal protege genéricamente tal reserva, al determinar que «no
podrán ser obligados a declarar como testigos los funcionarios públicos, de cualquier
clase que sean, cuando no pudiesen declarar sin violar el secreto que, por razón de sus
cargos, estuviesen obligados a guardar» (art. 417.2). La Ley de Secretos Oficiales, por su
parte, prevé la posibilidad de que se declaren determinadas materias como «materias
clasificadas», bien como materias secretas, bien como materias reservadas En el caso de
los miembros del Gobierno, el deber de secreto se extiende a las deliberaciones del
Consejo de Ministros, según práctica arraigada en el ordenamiento español, y
confirmada en el art. 5.3 de la Ley del Gobierno.
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a) Propuesta
La propuesta del Rey, a partir de tales consultas, conteniendo el nombre del candidato
seleccionado se transmite al Congreso «a través de» su Presidente (art. 99 CE). Se trata
de un acto formal, que debe ser refrendado por el Presidente del Congreso, según
prevé expresamente el art. 64.1 de la Constitución. Tal necesidad de refrendo da lugar,
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periódicamente, a que renazca la polémica sobre si, dado que es el Presidente del
Congreso el responsable de ese acto formal (art. 64.2 CE: «De los actos del Rey serán
responsables las personas que les refrenden») a él le corresponde, en realidad, llenarlo
de contenido, de forma que no sea el Rey quien libremente proponga el candidato, ya
que ha de contar con la voluntad concorde (en cuanto responsable) del Presidente de la
Cámara. En la práctica, ello se traduce en la pregunta de si el Presidente puede negar
su refrendo al Rey, si estima que éste no refleja, en su propuesta, la voluntad expresada
en las urnas. La pregunta, hasta el momento, y previsiblemente en el futuro, se revela
como meramente académica. Ciertamente, si el Presidente niega su refrendo, la
propuesta real no puede tramitarse en el Parlamento. Ello supondría un bloqueo en el
funcionamiento de las instituciones previsto en la Constitución, como también lo
supondría que el Rey no efectuase propuesta alguna o que se negase a firmar los
Decretos expedidos en Consejo de Ministros (art. 62.f) o a sancionar las leyes
elaboradas en las Cortes (art. 62.a). Se trata de situaciones dudosamente posibles que
implican una crisis constitucional, y cuya resolución no puede preverse mediante un
mecanismo específico.
b) La fase de investidura
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Congreso de los Diputados (art. 171.5) exigen la «mayoría absoluta de los miembros
del Congreso», se entiende por ella la que comprende a más de la mitad de los
miembros de la Cámara; en cuanto a quiénes sean éstos, se ha considerado en la
práctica parlamentaria que son aquéllos que ostentan la «condición plena» de
Diputado, esto es, los que hayan cumplido los requisitos del art. 20 del Reglamento
(presentación de credenciales, declaración a efectos de incompatibilidades, prestación
de juramento). Como consecuencia, la cifra base para el cálculo de la mayoría absoluta
no tiene por qué coincidir con el número de miembros del Congreso previsto en la
legislación electoral (350 según la LOREG), ni, por lo mismo, la mayoría absoluta ha de
consistir forzosamente en 176 diputados. La votación, según el art. 85 del Reglamento
del Congreso de los Diputados, será pública, debiendo pronunciarse los diputados
verbalmente sobre su asentimiento, negativa o abstención respecto de la propuesta
efectuada.
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Esta fórmula —que ha sido adoptada también, siguiendo el modelo constitucional, por
diversos Estatutos de Autonomía como el de Canarias (art. 17.2), Aragón (art. 48.3),
Asturias (art. 32), etc.— no supone (como a veces se ha afirmado) una presión a la
Cámara para que facilite el nombramiento de Presidente, o una sanción en caso
contrario, sino más bien un recurso al arbitraje del electorado, encargado así de romper
la situación de inmovilidad institucional que supone el no nombramiento de un
Presidente. Por otra parte, resulta lógico que la disolución afecte a las dos Cámaras,
aún cuando el Senado no participe en la investidura: pues así se dificulta que pueda
producirse un desajuste entre las orientaciones políticas del Congreso y el Senado,
como podría ocurrir si las nuevas elecciones afectasen únicamente al primero.
Una vez realizada con éxito la investidura del candidato a la Presidencia del Gobierno
corresponde al Rey su nombramiento formal (art. 99.3). En este caso, y de acuerdo con
el art. 64 de la CE, se atribuye al Presidente del Congreso el refrendo del
nombramiento. En lo que se refiere al resto de los miembros del Gobierno, la
Constitución atribuye también su nombramiento al Rey (art. 100). Ahora bien, en este
caso, el nombramiento se realiza a propuesta del Presidente del Gobierno, y, dentro de
la norma general del art. 64 de la CE, es refrendado por este último. Los
nombramientos del Presidente y demás miembros del Gobierno se llevan a cabo
mediante Real Decreto. De acuerdo con la práctica seguida hasta el momento, se emite
primeramente el Real Decreto de nombramiento del Presidente (refrendado por el
Presidente del Congreso) y el correlativo de cese del Presidente saliente (refrendado, en
1981, por el Ministro de Justicia de su Gobierno; en 1982 por el Presidente del
Congreso, y a partir de esa fecha, por el mismo Presidente saliente). Los
nombramientos de los integrantes del nuevo Gobierno se realizan también mediante
Reales Decretos refrendados por el Presidente del Gobierno.
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la CE, que, al requerir la aprobación por mayoría absoluta del Congreso, debería
implicar la pérdida de la confianza parlamentaria; pero parece que en tales casos, sería
la fórmula de dimisión la procedente. De la regulación se desprende que los supuestos
de cese gubernamental son tasados. No cabe, pues, que pueda exigirse la
responsabilidad del Gobierno por otros órganos que el Congreso de los Diputados,
mediante la moción de censura o la derrota de la cuestión de confianza, y únicamente
mediante estos concretos procedimientos.
El mismo artículo 101 establece que «el Gobierno cesante continuará en funciones hasta
la toma de posesión del nuevo Gobierno». Se produce en tal caso la situación del
«Gobierno en funciones», que debe suponer, lógicamente —como se prevé
expresamente en la Ley del Gobierno, en su art. 21— una alteración y disminución de
las facultades gubernamentales, en cuanto que es misión del Gobierno en funciones
«estar al cuidado» de los asuntos públicos, en tanto no se nombre un nuevo Gobierno,
sin dificultar o comprometer la actividad de éste en su momento. Por otro lado, la
dimisión o fallecimiento del Presidente del Gobierno, o la derrota de éste en el
planteamiento de una cuestión de confianza suponen que se rompe el vínculo de
confianza que unía al Gobierno y al Congreso, y que debe iniciarse un nuevo
procedimiento de nombramiento de Presidente. Ello implica que el Gobierno, entre
tanto en funciones, no podrá disolver las Cámaras, ni interrumpir ese procedimiento.
Se ha planteado en ocasiones si, con relación a los miembros del Gobierno otros que el
Presidente (vicepresidentes y ministros) puede producirse otra causa de cese: la
exigencia de responsabilidad individual por las Cámaras, o, como se ha denominado,
la «reprobación» por las Cortes (Congreso o Senado). De hecho, y en la práctica, se han
presentado —y admitido a trámite— en diversas ocasiones «mociones de reprobación»
individual de uno o varios ministros, proponiéndose un pronunciamiento negativo de
la Cámara respecto del ministro o ministros en cuestión, por un aspecto determinado
de su gestión. Ahora bien, e independientemente del resultado de tales mociones, lo
cierto es que la Constitución atribuye exclusivamente al Presidente la propuesta de
separación o cese de los miembros del Gobierno (art. 100). En consecuencia, el eventual
pronunciamiento reprobatorio parlamentario no supone, desde una perspectiva
estrictamente constitucional, el cese del ministro afectado: los ministros son
ciertamente responsables (el art. 98.2 CE se refiere a la «responsabilidad directa de
éstos en su gestión») pero tal responsabilidad, sea civil, penal o política, no implica que
el Parlamento tenga potestad para cesarles, ni que el Presidente del Gobierno deba
efectuar su cese como consecuencia de una reprobación parlamentaria, sin perjuicio de
que el Presidente así lo decida por razones de conveniencia política.
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Pero sobre todo, ha de tenerse en cuenta que la investidura parlamentaria recae sobre
el Presidente, y no sobre el Gobierno en su conjunto (art. 99 CE); y que,
consecuentemente, es el Presidente quien tiene la competencia para nombrar y cesar,
libremente, a los miembros del Gobierno (art. 100 CE). Estos, pues, son nombrados en
virtud de la confianza del Presidente, y son responsables políticamente ante él. Se
produce por tanto, una relación entre Presidente y demás miembros del Gobierno que
no puede estimarse igualitaria, y que, como consecuencia, excluye un procedimiento
igualitario de toma de decisiones, similar al previsto para los órganos administrativos
colegiados.
En cualquier caso, ello no implica una relación puramente jerárquica entre Presidente y
ministros. En primer lugar, porque la misma Constitución reserva a éstos, en cuanto
titulares de su departamento, un área propia de gestión: el art. 99.2 se refiere a la
función del Presidente respecto de los ministros «sin perjuicio de la competencia y
responsabilidad directa de éstos en su gestión». Se reconoce así un ámbito de
competencia ministerial, en el que no cabe una injerencia externa. La estructura
jerárquica del departamento ministerial (pues, como dispone el art. 103.1 de la CE, la
Administración responde al principio de jerarquía) termina en el ministro, de modo
que la dirección política del Presidente del Gobierno ha de llevarse a cabo a través de
los ministros, y no prescindiendo de ellos. Por otro lado, no puede olvidarse, como
eventual condicionamiento de hecho, la posibilidad de la existencia de Gobiernos de
coalición, en los que la función directiva del Presidente habrá de acomodarse al
acuerdo o pacto de coalición, y a la presencia de ministros derivada de dicho pacto. Se
trata aún, en todo caso, de una situación inédita en la etapa constitucional actual.
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
no son sólo simple ejecución de normas legales. Ahora bien, ha de tenerse en cuenta
que la enumeración constitucional de las diversas funciones del Gobierno no significa
que éstas sean perfectamente aislables y delimitables entre sí. Por el contrario, se
encuentran estrechamente interrelacionadas, de forma que el ejercicio de una función
supone usualmente, y como instrumento necesario, el ejercicio de otra u otras. Así, la
función ejecutiva requiere la dirección y orientación de la Administración Pública, así
como el ejercicio, en ocasiones, de la función reglamentaria; y lo mismo podría decirse
de la dirección de la política interior y exterior, y de la defensa nacional. El
cumplimiento de las tareas materiales del Gobierno supone, en muchos casos, el
ejercicio simultáneo de actividades directivas, ejecutivas y normativo-reglamentarias,
de manera que las «funciones de Gobierno» se configuran como funciones complejas,
en las que se integran muy varios elementos.
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Los demás poderes participan en esa dirección. Así, la potestad legislativa supone
también una actividad de orientación política, al aprobar normas que fijan objetivos y
habilitan medios para su consecución; por otro lado, la jurisdicción constitucional
puede establecer la interpretación de los principios y mandatos constitucionales,
influyendo así en la orientación del Estado. Pero el amplio mandato constitucional del
art. 97 de la CE viene a reflejar que la función ordinaria y cotidiana de impulso e
iniciativa reside en el órgano gubernamental, correspondiendo a los demás órganos
constitucionales actuar sobre supuestos de hecho creados por el Gobierno, ya para
seguir sus directivas, ya para controlarlas, y, eventualmente, modificarlas o
rechazarlas.
Esta función directiva se traduce, por un lado, en las tareas genéricas que el art. 97
encomienda al Gobierno (dirección de la política interior y exterior, la Administración
civil y militar y la defensa del Estado) y por otro, en las potestades específicas que le
atribuyen otros mandatos constitucionales (iniciativa legislativa, de iniciativa en
materia presupuestaria, de estados de excepción, etc.) que reflejan, para aspectos
concretos, la capacidad directiva del Gobierno.
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La Constitución dispone que el Gobierno «dirige la política interior y exterior» (art. 97.
Por una parte, cabe distinguir actuaciones puramente políticas: reconocimiento de
otros países, participación en operaciones multinacionales de diverso tipo (de ayuda
económica, sanitaria, de pacificación, militares, etc.) intervención en organismos
internacionales, como UNESCO, ONU, realización de contratos intergubernamentales,
etc. La actuación exterior tiene también una dimensión administrativa, en cuanto
implica la dirección de la Administración exterior, las representaciones diplomáticas, y
la tutela de los españoles en el extranjero. Presenta también (y sobre esto nos
extenderemos más ampliamente) una dimensión normativa, por cuanto puede
representar la conclusión de tratados con fuerza normativa interna. Finalmente, la
dirección de la política exterior aparece forzosamente relacionada con la defensa del
Estado, puesto que en el mundo actual la seguridad y la defensa de cada país se
vincula a la creación de sistemas de alianzas y acuerdos internacionales.
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Dentro de las diversas manifestaciones de la acción exterior del Estado, una de ellas
tiene una evidente dimensión normativa: la conclusión de tratados entre Estados. La
Constitución prevé que «los tratados internacionales válidamente celebrados, una vez
publicados oficialmente en España, formarán parte del ordenamiento interno» (art. 96.1
CE). En este respecto, el poder legislativo desempeña un importante papel, ya que es
competencia suya la autorización de determinados tratados (art. 94 CE), autorización
que en los supuestos previstos por el art. 93 de la CE deberá concederse por ley
orgánica. Por otra parte, cualquiera de las Cámaras puede requerir al Tribunal
Constitucional para que se pronuncie sobre la constitucionalidad de tratados
internacionales (art. 95.2).
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– Con respecto a la política exterior, la defensa del Estado tiene, por un lado, una
extensión menor: hay aspectos de la política exterior (protección de nacionales,
emigración, colaboración sanitaria y muchos otros) no relacionados con la defensa.
Pero, por otra parte, la defensa del Estado presenta dimensiones alejadas de la
actividad exterior: así, las relacionadas con la defensa interior del Estado, frente a
enemigos internos del orden constitucional. Aún así, conviene no olvidar que hay
aspectos —política de alianzas— comunes a ambas funciones, defensa y relaciones
exteriores.
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función ejecutiva. La «política militar» o política en relación con las Fuerzas Armadas
es, pues, un elemento de la política de defensa. Pero ésta va más allá de lo meramente
militar, puesto que comprende otro tipo de actuaciones: de relaciones y alianzas
exteriores, de previsión de recursos (económicos, de comunicaciones) y de protección
civil, y defensa frente a enemigos interiores. No cabe pues, reducir la defensa del
Estado a la política militar.
Por lo que se refiere a la Corona, la previsión del art. 97 CE completa el mandato del
art. 62 h) CE, que confiere al Rey «el mando supremo de las Fuerzas Armadas» (ver
lección 21). Tal «mando supremo» habrá de interpretarse a la luz de la necesidad de
refrendo de los actos del Rey (art. 64 CE) y de la dirección gubernamental de la
defensa, de la Administración militar y de la política exterior (art. 97 CE) y por lo tanto,
traducirse en una función simbólica y moderadora, en el sentido de aportación de la
experiencia y conocimientos del Monarca, sin que ello implique un poder de mando
directo. Así ha de interpretarse, por tanto, el conjunto de disposiciones legales
referentes a la participación del Rey en los altos órganos de defensa nacional, como el
Consejo de Defensa Nacional (Ley Orgánica 5/2005, de 17 de noviembre, de la Defensa
Nacional, en adelante LODN, arts. 3 y 8)
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El Gobierno se configura por tanto como el responsable de la defensa del Estado, y así
lo recoge el art. 5 de la LODN: «corresponde al Gobierno determinar la política de
defensa y asegurar su ejecución, así como dirigir la Administración militar y acordar la
participación de las Fuerzas Armadas en misiones fuera del territorio nacional». Ahora
bien, esta atribución necesita de ulteriores especificaciones, dado el carácter complejo
del órgano gubernamental, y del reparto de funciones dentro de él. Sobre todo, y ante
las diversas materias que inciden en la defensa, se plantea la necesidad de una estricta
coordinación, para obtener una efectiva unidad de acción en el exterior.
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Aun cuando, la función del Gobierno va mucho más allá de la mera ejecución de las
leyes, ésta aparece como contenido tradicional de la acción gubernamental, como
prueba el uso universal del término «poder ejecutivo» para designar al Gobierno. Y
ciertamente, una gran parte de las disposiciones legislativas sólo pueden cobrar
realidad si son ejecutadas por el poder gubernativo, que debe llevar a cabo, por sí, o
mediante el aparato administrativo, las actuaciones materiales requeridas: piénsese en
las leyes que organizan la educación, los servicios públicos o la planificación de
sectores como el sanitario o el económico.
El contenido de la función ejecutiva podrá ser tan amplio y diverso como las
disposiciones legales prevean: podrá consistir en actividades de mera autorización, de
inspección, de prestación directa de bienes y servicios, de imposición de sanciones, o
de cualquier otro tipo que la ley establezca; la ley podrá determinar que sus preceptos
se lleven a la práctica directamente por el poder público, o que se sigan fórmulas de
ejecución indirecta, a través de concesionarios privados, en cuyo caso el papel del
«poder ejecutivo» consistirá en el otorgamiento de esa concesión. Igualmente, la ley
podrá fijar con toda precisión los términos en que la ejecución de sus preceptos deberá
llevarse a cabo, de manera que la actuación del ejecutivo será estrictamente reglada, y,
por así decirlo, de aplicación «automática» de la ley o, por el contrario, en otros
supuestos, la ley puede fijar objetivos y criterios de actuación, dejando al poder
ejecutivo un margen de discrecionalidad más o menos amplio para la realización
concreta de los mandatos legales. En todo caso, y en cuanto actividad derivada de las
previsiones de la ley, la función ejecutiva se encuentra estrictamente subordinada a los
mandatos de ésta; la ley habilita al poder ejecutivo para ejercer un conjunto de
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competencias, de manera que en todo caso la acción de este poder deberá tener a la ley
como punto de referencia. Sobre este aspecto se extenderá la lección que sigue.
LA ADMINISTRACION PUBLICA
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Los poderes del Estado precisan de una serie de medios personales y materiales que les
permitan desarrollar las funciones que les vienen constitucionalmente encomendadas.
El instrumento fundamental a través del cual se llevan a cabo esas funciones y que
integra aquellos medios materiales y personales es la Administración Pública. Ésta, en
consecuencia, es una organización compleja que tiene como finalidad gestionar la
acción del Estado sometiéndose a un régimen jurídico particular. A esta idea se refiere
la Constitución cuando afirma que «la Administración Pública sirve con objetividad los
intereses generales…» (art. 103.1).
La propia Constitución sienta las bases de ese régimen jurídico, tanto en lo relativo a la
organización como a la acción administrativas, en los arts. 103 a 107, dentro del Título
IV, cuya rúbrica es «Del Gobierno y la Administración». Antes de entrar a analizar esos
principios constitucionales relativos a la Administración, conviene realizar unas breves
consideraciones sobre su concepto y extensión.
En primer lugar, hay que destacar que la configuración del Estado contemporáneo trae
consigo una gran complejidad tanto en las funciones que debe cumplir, como en sus
formas de actuación. En efecto, en la actualidad el Estado es mucho más complicado de
lo que era su concepción liberal, limitado prácticamente a garantizar las libertades
públicas y ciertos servicios mínimos (defensa, administración de justicia, etc…); la
Constitución impone a los poderes públicos, junto a esas funciones clásicas, otras
muchas que pueden resumirse en lo dispuesto por el art. 9.2: «promover las condiciones
para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y
efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación
de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social». Manifestaciones de
ello se encuentran, entre otras, en los Principios Rectores de la Política Social y
Económica (Cap. III del Título I), que exigen la acción de los poderes públicos para
hacerlos efectivos, o en muchas de las previsiones del Título VII relativo a Economía y
Hacienda, donde, por ejemplo, se establece que «los poderes públicos atenderán a la
modernización y desarrollo de todos los sectores económicos…» (art. 130.1 CE). En
consecuencia, el Estado social y democrático de Derecho precisa de una
Administración Pública compleja y desarrollada para llevar a cabo las funciones que
tiene encomendadas.
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La estructura compleja del Estado, por una parte, junto con las particularidades que
impone el ejercicio de algunas funciones del Estado, por otra, hacen que el concepto de
Administración Pública sea abstracto y que, en la realidad, exista una pluralidad de
Administraciones Públicas.
Junto a ésta, cada una de las Comunidades Autónomas cuenta con su propia
organización administrativa para el desarrollo de las competencias que les
corresponden (Administraciones Autonómicas). Pero, además, la Constitución
reconoce la autonomía de otros entes territoriales para la gestión de sus intereses (art.
137 CE ); pues, bien, cada uno de esos entes provinciales, municipales, insulares, etc …
cuenta, también, con sus respectivos aparatos administrativos (Administraciones
Locales). La organización territorial adoptada por el Estado no sólo determina en
buena medida la existencia de distintas Administraciones Públicas; junto a ello sirve,
asimismo, de estructura para la actuación de esas mismas Administraciones, en
especial de la Administración General del Estado. En efecto, la división territorial en
Comunidades Autónomas y Provincias repercute en la propia organización y
funcionamiento de la Administración del Estado, que toma esas divisiones como base
de su actuación.
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c) Administraciones no territoriales
Ahora bien, la forma y técnicas con las que las Administraciones corporativas e
institucionales se vinculan y relacionan con las Administraciones territoriales varían
mucho en función de múltiples elementos, en especial, de las tareas que cumplen. Así,
por ejemplo, existen determinadas Administraciones sometidas a pocos instrumentos
de tutela y control de Administraciones territoriales y que gozan de una amplia
autonomía; es el caso, por ejemplo, el del Banco de España, el de la Comisión Nacional
del Mercado de Valores, o el del ente público Radio Televisión Española.
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que encarnan los poderes del Estado poseen sus propios aparatos para ejecutar
funciones administrativas; así, las Cortes Generales, el Tribunal Constitucional y el
Consejo General del Poder Judicial poseen un aparato administrativo distinto e
independiente del de la Administración del Estado, sometida al Gobierno. Otro tanto
sucede con el Poder Judicial, que, para el cumplimiento de sus funciones, cuenta con
una Administración (Administración de Justicia) propia e independiente de la
Administración del Estado. Algo similar sucede con otros órganos establecidos en la
Constitución, dada la función que cumplen, presidida también por su independencia;
es el caso del Defensor del Pueblo o del Tribunal de Cuentas. Un ejemplo de
Administración particular, independiente del resto de las Administraciones Públicas,
es el de la Administración Electoral. En efecto, la LOREG configura una
Administración Electoral absolutamente independiente que se justifica por el fin que
debe cumplir: «garantizar… la transparencia y objetividad del proceso electoral» (art.
8.1 LOREG)
Lo que sucede en al ámbito estatal también ocurre, salvando todas las diferencias, en el
ámbito autonómico; las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas o los
órganos de fiscalización similares al Defensor del Pueblo o al Tribunal de Cuentas,
asimismo poseen sus estructuras administrativas propias.
para verlo mejor haremos hincapié en varias cuestiones. Primero, La fórmula del
sometimiento de la Administración a la «ley y al Derecho» significa que está sujeta al
ordenamiento jurídico, tratándose de una concreción de la fórmula general, y más
correcta técnicamente, del art. 9.1 de la CE. Lo importante, pues, es constatar que la
Administración actúa sujeta a todo el sistema de fuentes: Constitución, normas con
fuerza de ley, reglamentos, principios generales del derecho, etc…
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Por un lado, el art. 149.1.18 de la CE establece las reglas generales sobre el régimen
jurídico de las distintas Administraciones Públicas desde el punto de vista de la
organización territorial del Estado. A este tema se hará referencia en la lección 34; baste
aquí señalar que corresponde a los poderes centrales determinar las grandes líneas del
régimen jurídico de las distintas Administraciones, de los funcionarios que en ellas
prestan sus servicios y de sus reglas de actuación. Estas grandes líneas se encuentran
establecidas, fundamentalmente, en la L. 30/92, de 26 de noviembre, de Régimen
Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común.
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precepto porque en éste se hace referencia a principios estructurales de cada una de las
Administraciones Públicas, mientras que la idea de descentralización se proyecta,
básicamente, sobre las relaciones entre distintas Administraciones, y, por tanto, está
implícita en la propia organización «descentralizada» adoptada con el Estado de las
Autonomías, tal y como ya se ha señalado. A pesar de ello, la idea de descentralización
adquiere sentido entendida en un sentido amplio como criterio de acercamiento de la
toma de decisiones y de la actuación administrativa al ciudadano mediante técnicas
jurídicas de distinta naturaleza, en especial la denominada descentralización funcional,
consistente en crear Administraciones especiales para prestar determinados servicios
[art. 3.1.b) LOFAGE].
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4. EL CONTROL DE LA ADMINISTRACIÓN
a) Controles jurisdiccionales
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Por lo que respecta a los órganos de control, éste se lleva a cabo por el orden
contencioso-administrativo, formado por órganos especializados ratione materiae dentro
del Poder Judicial para conocer de las pretensiones que se deduzcan respecto de las
normas y actos de cualquier Administración Pública (art. 24 LOPJ y art. 1 LJCA).
Conviene precisar que, tradicionalmente, se ha reconocido una cierta facultad de
autotutela a la Administración Pública que, en la actualidad, se traduce, entre otras
cosas, en la exigencia legal de agotar los recursos administrativos, interpuestos ante la
propia Administración, antes de acudir a los tribunales (arts. 112 y ss. LPACAP), pero
que no excluye el control de éstos.
En relación con el objeto del control jurisdiccional, todos los actos de las
Administraciones Públicas son susceptibles, en principio, de ser controlados en su
adecuación al ordenamiento jurídico, sin que existan ámbitos de inmunidad exentos de
ese control. Esta idea, sin embargo, debe ser matizada en algunos de sus extremos.
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b) Controles no jurisdiccionales
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c) El Consejo de Estado
Pese a que la Constitución define el Consejo de Estado como órgano consultivo del
Gobierno, su tarea no se limita a asesorar al Ejecutivo estatal, sino también a los
Ejecutivos autonómicos si carecen de órgano consultivo equivalente al Consejo de
Estado dentro de su Comunidad Autónoma (STC 204/92, caso Ley Orgánica del
Consejo de Estado).
El Consejo de Estado está compuesto por tres tipos de Consejeros: permanentes, natos
y electivos, todos ellos presididos por un Presidente. El Presidente, los Consejeros
permanentes (inamovibles) y los Consejeros electivos (mandato de cuatro años) son
nombrados por el Consejo de Ministros, exigiéndose como requisito haber ocupado
puestos de especial responsabilidad o prestigio en el Gobierno o en las
Administraciones Públicas, tales como Ministros, Presidentes de Comunidades
Autónomas, Académicos, Diputados o Senadores, Magistrados del Tribunal
Constitucional, etc… (arts. 7 y 9 LOCE). Los Consejeros natos, en cambio, lo son en
virtud del cargo que ocupan en determinados órganos de las Administraciones
Públicas y, en todo caso, quienes hubieran ocupado la Presidencia del Gobierno (art. 8
LOCE).
d) El Tribunal de Cuentas
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organización y funciones han sido desarrolladas, como prevé el art. 136.4 CE, por la LO
2/82 del Tribunal de Cuentas (LOTCu).
a) La función de fiscalización contable del Tribunal de Cuentas tiene por objeto, por
una parte, el control del sometimiento de la actividad económico-financiera del sector
público a los principios de legalidad, eficiencia y economía. Por otro lado, por
delegación —constitucionalmente impuesta— de las Cortes Generales, le compete el
examen y comprobación de la Cuenta General del Estado, esto es, el control que sobre
el cumplimiento de cada Presupuesto General del Estado efectúa la propia
Administración. Este control deberá ejercerlo en el plazo de seis meses desde que dicha
cuenta se haya rendido. El Tribunal hace público su examen mediante informes y
memorias, que han de publicarse en el Boletín Oficial del Estado (art. 12 LOTCu).
Además, debe presentar anualmente a las Cortes un informe o memoria de toda su
labor de fiscalización contable del Estado y del sector público, con indicación de
cuantas infracciones o responsabilidades haya detectado y en el que se deben incluir
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Dentro del Estado existen algunas instituciones que poseen un régimen jurídico
especial que se justifica por la función que cumplen. Dentro de estas instituciones
destacan, por un lado, las Fuerzas Armadas y, por otro, las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad. En ellas reposa el monopolio de la fuerza legítima atribuido al Estado, lo
que explica en gran medida que su régimen jurídico-administrativo sea muy particular
y que la propia Constitución se haga eco de ello en los arts. 8 y 104, respectivamente.
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Las peculiaridades del régimen jurídico de las Fuerzas Armadas vienen impuestas,
sobre todo, por la estructura fuertemente jerarquizada que el cumplimiento de sus
funciones exige (STC 14/99, caso Brey, por ejemplo). No obstante, esta exigencia no
excluye a las Fuerzas Armadas del sometimiento general al ordenamiento jurídico y al
orden constitucional que ellas mismas deben defender (art. 8 CE); en este sentido, el
art. 34 de las Reales Ordenanzas de las Fuerzas Armadas establece que «cuando las
órdenes entrañen la ejecución de actos que manifiestamente sean contrarios a las leyes
y usos de la guerra o constituyan delito, en particular contra la Constitución, ningún
militar estará obligado a obedecerlas; en todo caso asumirá la grave responsabilidad de
su acción u omisión».
La particular organización que poseen las Fuerzas Armadas se traduce en una serie de
rasgos de su régimen jurídico y del de sus miembros. Así, la Constitución establece la
existencia de una jurisdicción militar, situada fuera del Poder Judicial, que extiende su
competencia al ámbito estrictamente castrense (art. 117.5). Hay que tener presente,
además, que los miembros de las Fuerzas Armadas se encuentran sometidos en el
ejercicio de sus funciones a un régimen penal especial regulado en el Código Penal
Militar. En el ámbito meramente sancionador, en el seno de las Fuerzas Armadas existe
también un régimen disciplinario particular, que incluye, por ejemplo, sanciones
consistentes en la privación de libertad, frente a la prohibición impuesta en este sentido
a la Administración Civil (art. 25.3 CE).
En relación con la estructura de las Fuerzas Armadas hay que destacar que éstas
responden al principio de unidad, estrictamente jerarquizada, y que se traduce en la
existencia de un mando supremo único. Este viene atribuido al Jefe del Estado [art. 62
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En el seno de las Fuerzas Armadas existe una especialización, que encuentra acogida
en la propia Constitución al distinguir los tradicionales tres ejércitos: Ejército de Tierra,
Armada y Ejército del Aire (art. 8).
Desde el punto de vista jerárquico, las particularidades que poseen las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad no las colocan fuera de los cauces ordinarios de funcionamiento
del Estado, ya que, como el propio art. 104 de la CE establece, dependen del Gobierno.
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Desde el punto de vista organizativo, hay que señalar que, puesto que la seguridad
pública no es una materia exclusiva de los poderes centrales del Estado, existen
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de distinto nivel territorial. En el ámbito estatal, la LO
de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, establece la existencia de dos cuerpos
dependientes del Gobierno de la Nación: el Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia
Civil (art. 9). Debe tenerse en cuenta que determinadas unidades de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado pueden adscribirse directamente a órganos judiciales
o del Ministerio Fiscal, constituyendo la denominada «policía judicial» (art. 126 CE).
No obstante, a pesar de esta dependencia funcional, dichas unidades siguen formando
parte de los cuerpos estatales. En segundo lugar, algunas Comunidades Autónomas
han creado policías propias en uso de la habilitación prevista al efecto por el art.
149.1.29 de la CE. Por último, existen también policías locales dentro del ámbito
municipal.
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Esta caracterización como poder del Estado, derivada de la función constitucional que
se realiza, es, precisamente, lo que distingue al poder judicial de la Administración de
justicia: el primero es un poder del Estado, separado de los otros dos e independiente
de ellos; la Administración de justicia, sin embargo, se encuentra funcionalmente
subordinada al poder judicial, en la medida en que consiste en un conjunto de medios
personales y materiales que se ordenan al mejor cumplimiento de los fines de aquel.
Los medios personales se integran con una diversidad de cuerpos de funcionarios al
servicio de la Administración de justicia. Entre ellos figuran los Letrados de la
Administración de Justicia (antiguos secretarios judiciales), el personal administrativo
de la oficina judicial, los médicos forenses y, eventualmente, el personal no
funcionarial (libros V y VI de la LOPJ)
Los medios materiales, por su parte, son todos aquellos precisos para el recto
cumplimiento de las funciones judiciales, y su provisión corresponde al Gobierno o a
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La distinción entre poder judicial y Administración de justicia responde, por otro lado,
a la doble naturaleza de la tarea de impartir justicia. En efecto, el poder judicial es, por
una parte, y sin duda alguna, un poder del Estado; pero la función de administrar
justicia es, también, una actividad prestacional del Estado, un servicio público,
derivado del monopolio estatal del poder jurisdiccional entendido como el poder de
declarar y hacer efectivo el Derecho. En tanto que el poder judicial es plenamente
independiente de los otros dos poderes, la Administración de justicia, como actividad
prestacional, se incardina en la responsabilidad que corresponde al ejecutivo por el
funcionamiento de los servicios públicos en general. Esta faceta de servicio público es,
además, la que justifica la referencia constitucional —art. 119 de la CE— a la gratuidad
de la justicia para cuantos acrediten insuficiencia de medios para litigar, lo que tiene su
reflejo en las diferentes disposiciones procesales al respecto y en la existencia de un
servicio de abogados sostenido con fondos públicos —el conocido como «turno de
oficio»— y destinado a ese menester. Igualmente, es este doble carácter de poder del
Estado y servicio público el que está en la base de la referencia constitucional de que
los daños causados por error judicial y los que sean consecuencia del funcionamiento
anormal de la Administración de justicia darán lugar a una indemnización por parte
del Estado. Esta previsión se plasma actualmente en unos supuestos genéricos —arts.
292 y 293 LOPJ— y otros específicos para el caso de que el error judicial se hubiese
traducido en un periodo de prisión preventiva, siempre que quien hubiese sufrido la
prisión hubiese sido posteriormente absuelto por inexistencia del hecho imputado, o
que se hubiese dictado auto de sobreseimiento por esa misma causa (art. 294 LOPJ).
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potestad de hacer ejecutar lo juzgado, esto es, de hacer efectiva la resolución judicial.
Tal cosa no significa que los jueces y magistrados deban ejecutar per se lo juzgado:
implica que han de tener las facultades precisas para conseguir que efectivamente se
ejecute.
a) La unidad jurisdiccional
Sin perjuicio de que otros órganos ajenos al poder judicial, como el Tribunal
Constitucional o el Tribunal de Cuentas, ejerzan funciones jurisdiccionales, la unidad
jurisdiccional no conoce más excepción que la muy relativa de la jurisdicción militar.
De acuerdo con el dictado constitucional, la regulación de la jurisdicción militar no
podrá realizarse sino por ley y deberá circunscribirse al ámbito estrictamente castrense
y a los supuestos de estado de sitio, de acuerdo con el art. 117.5 de la CE. La Ley
Orgánica del Poder Judicial delimita aún más el ámbito de la jurisdicción militar,
reduciéndolo a los hechos tipificados como delitos militares en el Código Penal Militar
y al estado de sitio —art. 9.2—; por su parte, la Ley Orgánica 4/87, de la competencia y
organización de la jurisdicción militar, señala que esta jurisdicción es «integrante del
poder judicial del Estado», a lo que hay que añadir la existencia en el Tribunal
Supremo de una Sala de lo Militar que es la última instancia en este ámbito. Todo ello
configura un poder judicial único estructurado sobre dos jurisdicciones, una de las
cuales, la militar, se limita al ámbito estrictamente castrense y, en los supuestos de
estado de sitio, a los delitos que se contemplen en la declaración de dicho estado (art.
35 de la Ley Orgánica 4/81, de los Estados de Alarma, Excepción y Sitio).
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b) La totalidad de la jurisdicción
c) La exclusividad jurisdiccional
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d) La responsabilidad
a) La imparcialidad judicial
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poder: es, sobre todo, para garantizar que la aplicación del Derecho y la interpretación
de las normas corresponde a alguien que, por ser distinto y ajeno a quien produce las
normas básicas del ordenamiento y a quien las promueve y ejecuta sus contenidos,
puede resolver con imparcialidad. Lo auténticamente sustantivo en la función
jurisdiccional es la imparcialidad. Ello queda claramente reflejado en la Constitución
cuando, acertadamente, enmarca el ejercicio de la función jurisdiccional «en todo tipo
de procesos», pues el contenido típico del proceso, o dicho en otros términos, el
derecho prototípico de las partes del proceso es, como señala el art. 6.1 del Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales,
el derecho a un «tribunal imparcial».
c) Independencia y legitimidad
Todo ello queda de relieve en la LOPJ, cuando señala en su art. 1 que los jueces y
magistrados están «sometidos únicamente a la Constitución (por tanto, a los principios
y valores que propugna o recoge) y al imperio de la ley; o cuando alude repetidamente
a «los reglamentos», señalando que los jueces y tribunales los aplicarán de
conformidad con la jurisprudencia del Tribunal Constitucional (art. 5.1. LOPJ). La
sumisión a la ley, al tiempo que excluye toda posible injerencia, incluye la obligación
del juzgador de sujetarse, en el razonamiento jurídico que le lleva a resolver un
conflicto, a un sistema de fuentes en el que ocupa un lugar preferente la norma escrita
emanada de quien tenga competencia para ello y, muy singularmente, la norma
emanada del legislador. El juez sólo está sometido a la ley, pero, precisamente por ello,
está sometido a la propia ley. La exclusiva sumisión a la ley tiene, pues, un contenido
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a) La inamovilidad
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b) Limitaciones y prohibiciones
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Esta expresión constitucional ha sido, sin duda, una de las más polémicas hasta que el
Tribunal Constitucional determinó (STC 108/86, caso Ley Orgánica del Poder Judicial
II) que la dicción constitucional no obliga a que los citados doce vocales sean elegidos
por jueces y magistrados, sino entre ellos. Por tanto, el legislador orgánico puede
establecer la fórmula de elección que considere más adecuada. De hecho, varias
fórmulas se han sucedido. En la actualmente vigente, a partir de la L.O. 4/2013, de 28
de junio, de los veinte vocales del CGPJ, que son elegidos a partes iguales por las dos
Cámaras del legislativo, doce vocales han de elegirse entre jueces y magistrados, de
entre candidatos propuestos por las Asociaciones judiciales, o por veinticinco jueces o
magistrados que se encuentren en servicio activo. Además, la designación de estos
doce vocales de origen judicial deberá respetar una determinada proporción entre
Magistrados del Tribunal Supremo y otros Magistrados con diversos niveles de
antigüedad establecidos en la LOPJ (art. 578.3). Los otros ocho deben ser designados
entre juristas de reconocida competencia con más de quince años de ejercicio de su
profesión (arts. 122.3 CE y 567 LOPJ). La imposibilidad de remover a los miembros del
CGPJ antes de la conclusión de su mandato, que dura cinco años, y la prohibición de
que sean reelegidos persiguen eliminar toda posible influencia sobre ellos, con
independencia de su extracción parlamentaria, lógicamente condicionada por la
existencia de mayorías y minorías; por lo demás, la capacidad de actuación de la
mayoría parlamentaria al respecto está considerablemente reducida por el requisito —
en parte exigido por la Constitución, en parte impuesto por la LOPJ— de que sean
elegidos por tres quintos de las Cámaras lo que, verosímilmente, impedirá la
imposición de la voluntad de un solo partido. En fin, el hecho de que el mandato de los
miembros del CGPJ sea de cinco años evita su coincidencia con la legislatura, lo que
relativiza la trascendencia de la fuente parlamentaria de la elección, toda vez que el
CGPJ tendrá que coincidir, en todo caso, con al menos una legislatura distinta de la que
le eligió.
Una vez nombrados, los veinte vocales del CGPJ eligen por mayoría de tres quintos —
esto es, por un mínimo de 12 votos— al Presidente del Tribunal Supremo. La
Constitución remite a la ley los requisitos que éste debe reunir (art. 123.2 CE) y la LOPJ
exige que sea elegido entre miembros de la carrera judicial con la categoría de
Magistrados del Tribunal Supremo, y que reúnan las condiciones exigidas para ser
Presidente de Sala del mismo, o entre juristas de reconocida competencia con más de
veinticinco años de antigüedad en la carrera o en el ejercicio de la profesión (art. 586
LOPJ). El Presidente del Tribunal Supremo preside, a su vez, el CGPJ, y es el único
miembro de éste que puede ser reelegido por una sola vez (art. 123 LOPJ).
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reserva para el órgano de gobierno que crea aquellas funciones cuyo ejercicio puede
repercutir en la independencia judicial.
b) Funciones
Las funciones del CGPJ son de muy diversa índole. Así, participa en la designación de
miembros de otros órganos constitucionales, como el Tribunal Constitucional,
designando dos de sus miembros —arts. 159.1 de la CE—, evacua informes sobre otros
nombramientos, como el del Fiscal General del Estado, aprueba una memoria anual y
emite informes sobre determinados anteproyectos de leyes o de disposiciones
generales (arts. 560, 561 y 563 LOPJ). Pero el núcleo funcional que justifica la existencia
del CGPJ y que, por tanto, constituye el grueso de sus competencias, comprende
aquellas funciones que pueden influir en la independencia judicial, y está reservado el
CGPJ por la propia Constitución. Esta define al CGPJ como órgano de gobierno. Pero
esta atribución de funciones de gobierno se ve complementada con una composición
que es más propia de un órgano deliberante que de uno ejecutivo, puesto que no tiende
a la configuración de un órgano de dirección política —caracterizado, por tanto, por la
unidad de dirección y la responsabilidad solidaria de sus miembros— sino a la de un
órgano de representación, en el que conviven mayoría y minorías. Además, la
definición de la expresión «gobierno» en el ámbito judicial presenta alguna
singularidad. Por una parte, el «gobierno» no puede referirse a las actuaciones de
carácter jurisdiccional, pues ya se vio que en este ámbito está excluida toda instrucción
general o particular; por otro lado, la LOPJ atribuye al Gobierno de la Nación las
competencias relativas a los medios personales en cuanto a quienes no son jueces y
magistrados, así como todas las referentes a los medios materiales, competencias que
pueden ser transferidas a las Comunidades Autónomas. Por tanto, el «gobierno del
CGPJ» queda constreñido, en el terreno personal, a las actuaciones de carácter no
jurisdiccional —esto es, puramente administrativas— respecto de los órganos judiciales
y a las situaciones personales de los titulares de los mismos; y, en el ámbito de los
medios materiales, a la elaboración de una relación circunstanciada de necesidades que
se ha de elevar anualmente al Gobierno a través del Ministerio de Justicia —art. 37.2
LOPJ—. Ambas cosas, y especialmente esta última, suponen una disposición de medios
limitados y una selección entre distintas opciones posibles y, por lo tanto, una
asignación de prioridades.
El ámbito competencial básico del CGPJ, el núcleo de sus funciones tiene sus
contornos, pues, delimitados por aquellas facultades que, por implicar el ejercicio de la
potestad sancionadora, o por incidir en la situación administrativa del juez o influir
sobre sus expectativas profesionales, pueden envolver una represalia o un
condicionamiento de su actitud en el ejercicio de la función jurisdiccional,
repercutiendo, por tanto, sobre la independencia judicial. De ahí que la Constitución
atribuya al CGPJ las funciones relacionadas con el poder judicial «en materia de
nombramientos, ascensos, inspección y régimen disciplinario.» Como consecuencia de
ello, y del desarrollo llevado a cabo por la Ley Orgánica del Poder Judicial, el CGPJ
ostenta, respecto de jueces y magistrados, la competencia exclusiva en relación con:
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– Por último, el CGPJ ostenta la potestad disciplinaria para las sanciones de mayor
gravedad: es el único órgano competente para imponer a los integrantes del poder
judicial las sanciones de traslado forzoso, suspensión y separación. La LOPJ prevé, a
tales efectos, las faltas —que pueden ser leves, graves o muy graves— y las sanciones
correlativas, que oscilan desde la advertencia a la separación del servicio (arts. 560 y
414 a 427 LOPJ). La competencia para la imposición de las sanciones más graves, el
traslado forzoso y la separación, corresponde al Pleno del CGPJ, y para las demás son
competentes la Comisión Disciplinaria del propio órgano (arts. 569, 604 y 421 LOPJ) o
los demás órganos de gobierno del poder judicial.
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Además del CGPJ, el poder judicial cuenta con otros órganos de gobierno, uni y
pluripersonales, que, en las materias propiamente gubernativas, están subordinados al
mismo. La diferencia es que mientras el CGPJ es un órgano de gobierno ajeno a los
órganos judiciales gobernados —puesto que, en puridad, el CGPJ no es poder judicial,
toda vez que no ejerce función jurisdiccional alguna— los otros órganos mencionados
pertenecen a cada uno de los correspondientes órganos judiciales. Son, por ende,
órganos de gobierno interno, integrados por componentes elegidos por los jueces y
magistrados, y que ostentan competencias de distinta índole, encaminadas a garantizar
el mejor funcionamiento de los órganos judiciales que corresponden.
Por último, la estructura de gobierno del poder judicial se completa, también, con
órganos unipersonales, que son los Presidentes de los Tribunales y Audiencias y los
jueces decanos. Tanto unos como otros ostentan la representación de los
correspondientes órganos judiciales —arts. 161, 164 y 169— y desempeñan en ellos
funciones que, dada la especificidad del Poder Judicial, más que de dirección pueden
denominarse de coordinación (arts. 160 a 170 LOPJ), además de ejercer la potestad
sancionadora —en el caso de los Presidentes— para las faltas leves.
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7. EL MINISTERIO FISCAL
a) Configuración constitucional
Que el Ministerio Fiscal no es parte del poder judicial se deduce de que, según hemos
visto, la Constitución reserva —art. 117.1— a jueces y magistrados la función de
administrar justicia, y a los juzgados y tribunales —art. 117.3— el ejercicio de la
potestad jurisdiccional, todo ello con absoluta exclusividad.. En efecto, es misión del
Ministerio Fiscal —art. 124.1 de la CE— «promover la acción de la justicia en defensa
de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la
Ley», y «promover la acción de la justicia» no puede ser otra cosa que promover la
acción de juzgados y tribunales: promover, por tanto, la acción de alguien ajeno al
Ministerio Fiscal. Así pues, aun cuando el art. 2.1 del Estatuto Orgánico del Ministerio
Fiscal señale que éste se encuentra «integrado con autonomía funcional en el poder
judicial», no cabe sostener que tal integración exista en términos constitucionales.
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nombramiento del Fiscal General a propuesta del Gobierno (arts. 123 CE y 29.1 EOMF)
y su cese al cesar el Gobierno que le hubiera propuesto (art. 31 EOMF) aparecen como
fórmulas para conseguir la necesaria coordinación entre ellos. Y, por otra parte, la no
dependencia del Ministerio Fiscal respecto del Gobierno se ve asegurada por la
inamovilidad del Fiscal General del Estado durante un mandato de cuatro años, salvo
causas tasadas de remoción (art. 31 EOMF).
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c) Funciones
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Los rasgos más importantes del modelo español de justicia constitucional son los
siguientes:
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– Cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados, previa comparecencia ante éste
(art. 16.2 LOTC)
– Cuatro a propuesta del Senado, de entre candidatos presentados por las Asambleas
Legislativas de las Comunidades Autónomas, previa comparecencia ante aquél (art.
16.2 LOTC).
– Dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial. Esta forma de designación
podría hacer pensar, en una primera lectura del art. 159 CE, que, en definitiva, la
composición del Tribunal Constitucional deriva sólo y exclusivamente de la mayoría
parlamentaria existente en cada momento, dado que de ella depende, además del
nombramiento de los ocho Magistrados designados por las Cámaras, la composición
del Gobierno y del Consejo General del Poder Judicial, órganos que designan al resto
de los Magistrados. No obstante, ello no es así.
Por una parte, como el propio art. 159 CE establece, los ocho Magistrados propuestos
por las Cortes han de serlo con una amplia mayoría cualificada: tres quintos de los
miembros de la respectiva Cámara. En el caso de los procedentes del Senado, además,
éste debe elegir de entre candidatos propuestos por las Asambleas de las Comunidades
Autónomas como cámara de representación territorial que es (art. 16.1 LOTC y STC
49/2008, caso Reforma de la LOTC).
Por otra parte, el mandato de los Magistrados del Tribunal Constitucional es de nueve
años; ello supone que su elección no coincida con las legislaturas, de manera que no
cabe establecer una relación automática entre mayoría parlamentaria y composición
del Tribunal Constitucional. Esta falta de relación se ve aún acentuada por un tercer
correctivo introducido por la Constitución en aras de la independencia de la
jurisdicción constitucional: el Tribunal Constitucional no se renueva de manera global.
Por el contrario, aunque el mandato de todos los Magistrados es de nueve años, el
órgano se renueva por terceras partes; dicho de otra manera, cada tres años cuatro
miembros del Tribunal deberían ser renovados, buscando, además la continuidad en el
trabajo de la institución. A estos efectos se considera que los Magistrados designados
por el Congreso forman un tercio, los cuatro designados por el Senado otro tercio, y los
dos designados por el Gobierno, junto con los dos propuestos por el Consejo General
del Poder Judicial, constituyen el último tercio. Sin embargo, resulta ya habitual que las
renovaciones que corresponde realizar al Congreso y al Senado se retrasen en exceso,
lo que desfigura el modelo constitucional de renovación periódica por tercios. El art.
16.5 LOTC, en su última redacción, para hacer frente a los retrasos prevé que deberá
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En primer lugar, los Magistrados del Tribunal Constitucional están sujetos a los
principios de independencia e inamovilidad (art. 159.5 CE). Ello supone la
imposibilidad de que sean cesados de su cargo hasta el cumplimiento del mandato de
nueve años. Las excepciones a estos principios son tasadas y similares a las de los
jueces y Magistrados del Poder Judicial: incompatibilidad, incapacidad, o como
consecuencia de la exigencia de determinada responsabilidad civil o penal (art. 23
LOTC), excepciones que en todo caso debe controlar el Pleno del Tribunal (art. 10.1.l
LOTC).
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En cuarto y último lugar, hay que señalar que los Magistrados del Tribunal
Constitucional, como corolario de su independencia, no pueden ser perseguidos por
las opiniones expresadas en el ejercicio de sus funciones. Por otro lado, cuentan con
fuero especial para la exigencia de responsabilidad penal ya que sólo la Sala de lo
Penal del Tribunal Supremo puede enjuiciarlos.
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– Control del reparto de competencias entre los distintos poderes del Estado a través
de los conflictos de atribuciones entre órganos constitucionales [art. 59.1.c) LOTC].
– Control de las normas forales fiscales de los Territorios Históricos que configuran el
País Vasco (Disp. Adc. 5ª LOTC).
No está muy claro si este último control se trata de una competencia procesal nueva o
de la ampliación del objeto de competencias ya existentes. En todo caso se trata de una
ampliación de la jurisdicción del Tribunal.
115
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Para la adopción de acuerdos en cada uno de los órganos del Tribunal se exige la
presencia, al menos, de dos terceras partes de sus miembros. Las decisiones se adoptan,
a partir de la propuesta del Magistrado ponente, por mayoría, contando el Presidente,
en caso de empate, con voto de calidad (art. 90.1 LOTC). Los Magistrados pueden, si lo
estiman conveniente, manifestar sus discrepancias con la mayoría mediante la
formulación de un voto particular.
116
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
En el estudio de las competencias del Tribunal Constitucional, hay que comenzar por el
control de constitucionalidad de las normas con fuerza de ley, competencia clásica de
la justicia constitucional y que define, en gran medida, cada uno de los modelos
existentes. Una de las características fundamentales del modelo de justicia
constitucional concentrado y, en consecuencia, del sistema español, consiste en la
reserva realizada a favor del Tribunal Constitucional de la posibilidad de declarar la
inconstitucionalidad de las normas con fuerza de ley.
a) El objeto
– Estatutos de Autonomía.
– Leyes orgánicas.
– Leyes ordinarias.
– Decretos-leyes.
117
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
– Decretos Legislativos.
– Tratados internacionales.
– Normas equivalentes a las anteriores categorías que puedan dictarse por las
Comunidades Autónomas: leyes, decretos-ley, decretos legislativos y reglamentos de
sus Asambleas Legislativas.
– Normas fiscales dictadas por los Territorios de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, éstas en
virtud de la Disposición Adicional Quinta LOTC. A pesar del detallado elenco del art.
27.2 de la LOTC, en la práctica han surgido algunos problemas a la hora de determinar
cuál es el alcance objetivo del control de constitucionalidad de las normas con fuerza
de ley. Siguiendo el orden señalado, hay que destacar que se ha descartado, en primer
lugar, que el hecho de que el Estatuto de Autonomía haya sido aprobado en
referéndum lo excluya del control de constitucionalidad (ATC 67/2010, caso Estatuto
de Autonomía de Cataluña). En segundo lugar, aunque no existe duda alguna sobre la
posibilidad de control de los decretos-leyes, desde el punto de vista práctico, dicho
control es en ocasiones difícil de llevar a cabo por razones procesales. Ello porque el
art. 86.2 de la CE exige que, en el plazo de treinta días desde su promulgación, los
decretos leyes se convaliden, se deroguen o se tramiten como proyectos de ley. En estos
dos últimos casos, formalmente el decreto-ley desaparece como tal, siendo difícil por
razones temporales que previamente pueda controlarse su constitucionalidad; no
obstante, el Tribunal Constitucional ha entendido que «el velar por el recto ejercicio de
la potestad de emitir Decretos-leyes dentro del marco constitucional, es algo que no
puede eludirse» (STC 111/1983, caso RUMASA I). En consecuencia, se aceptó la
posibilidad del control de un decreto-ley ya inexistente; otra cosa es la repercusión que
esa inexistencia tiene a la hora de enjuiciar los distintos vicios de inconstitucionalidad
que se denuncien.
118
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Constitucional, éste ha entrado a conocer del asunto. Por ello, existe una zona de
concurrencia en la que tanto el Tribunal Constitucional como los tribunales ordinarios
pueden actuar (STC 166/07, caso Ley de propiedad intelectual).
Sí ha entendido claramente el Tribunal que son normas con valor de ley a efectos de su
impugnación los acuerdos parlamentarios en virtud de los cuales se declaran los
estados de alarma y de excepción dada su capacidad de incidir en regulaciones hechas
con normas legales (ATC 7/2012, caso Huelga de controladores).
119
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
b) El marco de enjuiciamiento
En primer lugar, si, como resulta lógico, una norma preconstitucional debe someterse
materialmente a la Constitución ya que en otro caso se estarían produciendo efectos
contrarios a la Norma Fundamental, no puede decirse lo mismo respecto de los
mandatos formales o de procedimiento. En efecto, no puede pretenderse que al
legislador preconstitucional se le someta a las «formas» y procedimientos establecidos
en un momento posterior en el tiempo (STC 10/2005, caso IAE de Cajas de Ahorro).
Otro de los casos en los que el examen de la constitucionalidad de las leyes exige
acudir a normas distintas de la Constitución es el referente al reparto de competencias
entre el Estado y las Comunidades Autónomas. El sistema de distribución territorial de
poder es muy complejo y, aunque arranca de la Constitución, se perfecciona por los
Estatutos de Autonomía y por otras normas. Este conjunto forma lo que se ha dado en
120
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
2. EL RECURSO DE INCONSTITUCIONALIDAD
a) Legitimación
121
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
La legitimación para recurrir directamente normas con fuerza de ley está muy
restringida, sólo determinados órganos o instancias políticas pueden impugnar este
tipo de normas; se excluye, así, que cualquier persona pueda recurrir normas con
fuerza de ley, aunque, como luego se verá, y con determinados filtros, existen
instrumentos para que se controle la constitucionalidad de una norma con fuerza de
ley a instancias de quien se sienta sujeto pasivo de esa vulneración.
- Por su parte, la legitimación otorgada al Defensor del Pueblo podría pensarse que
debería restringirse al campo de la protección de los derechos fundamentales, única
tarea atribuida por el art. 54 de la CE a dicha institución. Ahora bien, no puede
olvidarse que el concepto mismo de protección de los derechos fundamentales tiene un
amplísimo alcance, por lo que pocas son las normas que directa o indirectamente no
pueden conectarse con dicha tarea (STC 274/00, caso Presupuestos de Canarias para
2007).
122
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
sido objeto de una interpretación evolutiva, de forma que sirve como instrumento no
sólo de reivindicación de competencias que pudieran verse invadidas por normas
estatales con fuerza de ley, sino también de impugnación de preceptos que puedan
incidir indirectamente en esas competencias o, incluso, en intereses de la Comunidad
Autónoma sin dimensión competencial concreta (STC 56/90, caso Ley Orgánica del
Poder Judicial III, por ejemplo). Por último, el silencio del art. 32 LOTC en relación con
la impugnación de normas con fuerza de ley de la Comunidades Autónomas por las
instituciones de estas ha sido interpretado en el sentido de que no cabe ese tipo de
impugnaciones (STC 223/06, caso Veto presupuestario).
b) Plazo
c) Efectos
El art. 164 CE regula los efectos de las sentencias del Tribunal Constitucional, en
general, y de las que declaran la inconstitucionalidad de las normas con fuerza de ley
en concreto. Este precepto se encuentra desarrollado en los arts. 38 y ss. LOTC. De la
compleja regulación sobre la materia, cabe destacar lo siguiente.
123
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
La nulidad implica que ha de considerarse que los preceptos por ella afectados nunca
han formado parte del ordenamiento. Ahora bien, el art. 40 LOTC matiza esta idea al
señalar que la declaración de inconstitucionalidad no permite revisar procesos
fenecidos mediante sentencia con efectos de cosa juzgada en los que se haya hecho
aplicación de la norma inconstitucional salvo en un caso: que esa aplicación haya
supuesto una sanción penal o administrativa que no existiría o se vería reducida como
consecuencia de la nulidad de la norma aplicada.
Hay que señalar, asimismo, que las decisiones del Tribunal Constitucional no pueden
ser recurridas en al ámbito interno y tienen efecto de cosa juzgada. En consecuencia,
resuelto un asunto por el Tribunal, no puede volver a plantearse ante él. Otra cosa es
que problemas similares sí puedan reproducirse ante el Tribunal Constitucional,
permitiéndose así a éste actualizar su doctrina e ir adecuando la interpretación
constitucional al momento histórico.
3. LA CUESTIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
a) Requisitos
Como se desprende el art. 163 de la CE, cualquier órgano judicial puede plantear la
cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional. No obstante, ese
planteamiento no depende de la simple voluntad del titular o titulares del órgano
judicial, sino que deben cumplirse determinados requisitos.
125
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Por último, la duda sobre la constitucionalidad de la norma con fuerza de ley debe
estar suficientemente fundada y motivada por el órgano judicial que eleva la cuestión
ante el Tribunal Constitucional.
b) Procedimiento
La duda sobre la constitucionalidad de una norma con fuerza de ley puede surgir en
cualquier proceso que se siga ante un órgano jurisdiccional, sea cual sea el orden
material o jurisdicción. Al órgano judicial le corresponde controlar que se cumplen los
requisitos legalmente exigidos: aplicabilidad y relevancia de la cuestión para el fallo y
fundamentación suficiente de la duda de constitucionalidad. Si estos requisitos no se
cumplen, el órgano judicial ha de rechazar el planteamiento de la cuestión. El órgano
judicial, al estar vinculado por la Constitución, debe buscar una interpretación de la
norma cuestionada que la haga compatible con la Norma Fundamental; sólo si no
encuentra esa interpretación o si estima que ésta es insatisfactoria, ha de plantear la
cuestión ante el Tribunal Constitucional.
El planteamiento se lleva a cabo mediante auto, y una vez oídas las partes personadas
en el proceso judicial y el Ministerio Fiscal. En dicho auto han de concretarse la norma
cuestionada y los motivos por los que el órgano judicial estima que puede ser contraria
a la Constitución, y justificar en qué medida la decisión del proceso depende de la
constitucionalidad de la norma cuestionada. El planteamiento de la cuestión sólo debe
realizarse una vez concluso el procedimiento y antes de adoptar la resolución
pertinente (art. 35.2 LOTC). La exigencia de esperar a que el correspondiente
procedimiento se encuentre concluso tiene una doble finalidad: por un lado, se trata de
evitar que la cuestión de inconstitucionalidad sea utilizada con fines exclusivamente
dilatorios; por otro, a menudo sólo estando
126
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
los órganos promotores; el rechazo de la cuestión por parte del Tribunal Constitucional
basándose en la falta de relevancia sólo es posible ante supuestos extraordinarios
donde el defecto es absolutamente manifiesto. Respecto de la falta de fundamento, es
posible un mayor margen de actuación del Tribunal Constitucional para poder
rechazar en trámite de admisión aquellas cuestiones que, aunque no sean
manifiestamente arbitrarias, poseen una fundamentación que puede rebatirse
fácilmente salvando la constitucionalidad de la norma. En los casos de inadmisión de
la cuestión, la decisión se adopta mediante auto, oído el Fiscal General del Estado (art.
37.1 LOTC).
Existen en la LOTC dos previsiones que permiten que sea el propio Tribunal
Constitucional el que se plantee la inconstitucionalidad de una norma con fuerza de ley
(de ahí los nombres de «autocuestión» o «cuestión interna de inconstitucionalidad» con
los que se conoce a esta institución); se trata de los arts. 55.2 y 75. quinque.6 de la
LOTC.
Según el art. 55.2 de la LOTC, en aquellos casos en los que el Tribunal, conociendo de
un recurso de amparo, aprecie que la lesión de un derecho fundamental procede de
una norma con fuerza de ley contraria a la Constitución, la Sala, o en su caso la Sección,
debe plantear la posible inconstitucionalidad de la norma con fuerza de ley ante el
Pleno para que éste, si así lo decide, declare la inconstitucionalidad de la norma con
fuerza de ley. Mientras decide el Pleno, el recurso de amparo queda suspenso. Como se
ve, el mecanismo es similar al de las cuestiones de inconstitucionalidad, con la
salvedad de que el órgano que promueve la cuestión es el propio Tribunal
Constitucional.
127
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
parece al anterior por cuanto se trata de que, apreciada una lesión de la autonomía
local imputable a una norma con fuerza de ley, la inconstitucionalidad de ésta debe
declararse en otro procedimiento, que se tramita, también, como las cuestiones de
inconstitucionalidad (art. 75, quinque.6 LOTC). La diferencia básica respecto del otro
supuesto de autocuestión, a parte del motivo en que se funda, está en que en este caso
la autocuestión la suscita el Pleno del Tribunal Constitucional ante sí mismo.
a) Objeto
Tratados internacionales.
Estatutos de Autonomía.
Leyes orgánicas.
No obstante, la LO 4/1985 modificó dicha regulación al derogar el art. 79 de la LOTC,
de forma que, en la actualidad, sólo los tratados internacionales, cuyo texto esté
definitivamente fijado, pero a los que el Estado aún no haya prestado su
consentimiento, son susceptibles de control previo (arts. 95.2 CE y 78 LOTC). La razón
de ser de la reducción del ámbito del control previo radica en el efecto retardatario de
la entrada en vigor de las normas ya aprobadas que tenía la interposición del recurso.
Sin embargo, el control previo de tratados internacionales se justifica en buena medida
por permitir compaginar la supremacía constitucional con la responsabilidad
internacional del Estado, ya que impide contraer con otros sujetos de Derecho
Internacional compromisos que sean contrarios a la Norma Fundamental. Sin embargo,
con posterioridad, como ya se adelantó, La LO 12/2015 ha reintroducido el control
previo de Estatutos de Autonomía y de sus reformas.
El control previo de tratados posee una configuración particular, distinta del resto de
los procesos constitucionales. Ello es así porque su objeto no es, o no tiene porqué ser,
exactamente impugnatorio; más bien es de naturaleza consultiva puesto que de lo que
se trata es de comprobar si existe obstáculo constitucional a la prestación del
consentimiento a un tratado internacional, aunque la decisión sea vinculante. En dicho
juicio, en todo caso, el Tribunal Constitucional, como en el resto de sus competencias,
actúa sometido exclusivamente a la Constitución (DTC 1/1992, caso Tratado de la
Unión Europea).
b) Legitimación
128
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
c) Procedimiento
d) Efectos
129
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
El nuevo art. 79 LOTC regula este procedimiento que responde a los cánones del
control preventivo de constitucionalidad, esto es realizado antes de la entrada en vigor
del proyecto de norma impidiendo dicha entrada en vigor hasta que se lleva a cabo el
control y se subsanan, en su caso, los vicios de constitucionalidad.
El objeto de control son los Estatutos de Autonomía que puedan elaborarse o las
reformas que pretendan realizarse a los ya vigentes.
El momento del control es la aprobación por parte de las Cortes Generales (que, al
aprobarse mediante ley orgánica, las Cortes siempre deben de intervenir —art. 81.1 CE
—) y antes de que producida dicha aprobación prosiga el procedimiento legislativo y
se perfeccione la norma.
El plazo es muy breve: tres días desde que se publique en el Boletín de las Cortes
Generales el texto resultante de la deliberación parlamentaria y, como se decía
previamente, el efecto de la interposición del recurso es la suspensión de
procedimiento, incluida la convocatoria de referéndum de aprobación que, en su caso,
debiera convocarse y deberá demorarse hasta la resolución del recurso.
El apdo. 9 del mismo art. 79 LOTC declara la compatibilidad del control previo con
recursos o cuestiones de inconstitucionalidad que puedan plantearse una vez que el
Estatuto o su reforma hayan entrado en vigor, aunque parece que la interposición de
recursos por idénticos motivos a los que fundaron el recurso previo no tiene mucho
sentido ni material ni procesal.
7. EL RECURSO DE AMPARO
130
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
. a) Objeto
El recurso de amparo, según lo establecido por el art. 53.2 CE, protege de cualquier
acto de los poderes públicos que atente contra los derechos consagrados en los
preceptos siguientes:
– Sección Primera del Capítulo II del Título Primero de la CE, es decir, derechos
fundamentales y libertades públicas de los arts. 15 a 29 de la CE.
Como se ha visto, la lesión que pretende repararse por medio del recurso de amparo
ha de proceder de los poderes públicos ya que las «disposiciones, actos jurídicos,
omisiones o simple vía de hecho de los poderes públicos del Estado, las Comunidades
Autónomas y demás entes públicos de carácter territorial, corporativo o institucional,
así como de sus funcionarios o agentes» pueden dar lugar a un recurso de amparo (art.
41.2 LOTC).
Varias son las cuestiones que este precepto plantea. En primer lugar, hay que señalar
que el concepto de «poder público» ha sido interpretado por el Tribunal Constitucional
de manera flexible, incluyendo en el mismo a entes de naturaleza mixta pública y
privada, según actúe o no con «imperio».
En segundo lugar, sólo existe un tipo de actuación de los poderes públicos exento, en
principio, de control a través del recurso de amparo. Se trata de las leyes, que, como se
indicó previamente, han de ser controladas a través de los recursos y cuestiones de
inconstitucionalidad. Ahora bien, nada impide que mediante la impugnación de actos
de aplicación de las normas con fuerza de ley se pueda ha señalado, el art. 55.2 de la
LOTC establece la posibilidad del planteamiento de la denominada «autocuestión de
inconstitucionalidad». Por otro lado, doctrinalmente se ha suscitado la conveniencia de
abrir paso a la impugnación directa en amparo de normas con fuerza de ley
autoaplicativas, esto es, normas que no precisan de actos de sujeción para desplegar
sus efectos.
131
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
El tercer problema que se suscita en relación con el objeto del recurso de amparo es el
relativo al control de las lesiones de derechos y libertades que no proceden de los
poderes públicos sino de particulares. Estas lesiones han de ser reparadas por los
órganos judiciales; ahora bien. El razonamiento seguido es el siguiente: corresponde a
los jueces y tribunales ordinarios reaccionar contra las vulneraciones de derechos
producidas en las relaciones entre particulares; ahora bien, si dichos jueces y tribunales
no reparan esas vulneraciones, con ello están, a su vez, violando los derechos y
libertades; dado que los órganos judiciales poseen naturaleza jurídico-pública, sus
decisiones sí son impugnables a través del recurso de amparo (art. 44 LOTC). De esta
forma, el Tribunal Constitucional no sólo protege frente a vulneraciones de los poderes
públicos, sino también de los particulares.
b) Procedimiento
Están legitimados para interponer el recurso de amparo (arts. 162.1 CE y 46.1 LOTC):
– El Ministerio Fiscal.
Por lo que respecta al más general de los supuestos de legitimación —el de la persona
que invoque un interés legítimo—, el Tribunal Constitucional ha entendido este
requisito en forma amplia, si bien siempre se ha exigido que quien interpone el recurso
se haya visto afectado de manera más o menos directa por el acto u omisión recurrido.
Junto a ello, el art. 46 de la LOTC exige que quien interpone uno de ellos haya sido
parte en el proceso judicial previo, siempre que ello haya sido posible; este requisito
formal resulta plenamente coherente con el principio de subsidiariedad del recurso de
amparo al que posteriormente se hará referencia.
C) El principio de subsidiariedad
132
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Varios son los requisitos en los que se concreta este carácter subsidiario del recurso de
amparo.
El art. 46.1.b) de la LOTC exige para acudir en amparo «haber sido parte en el proceso
judicial correspondiente». Ello deriva del principio de subsidiariedad ya que quien no
ha cumplido este requisito es porque no ha acudido previamente ante los órganos
judiciales en defensa de sus derechos. La regla general de la subsidiariedad se rompe,
excepcionalmente, y como es lógico, cuando la vía judicial previa no existe. Ello ocurre,
en especial, en los casos en los que la vulneración se imputa a un acto de un órgano
legislativo que carezca de fuerza de ley (art. 42 LOTC). En tales hipótesis, puede
acudirse directamente en amparo ante el Tribunal Constitucional.
D) Plazo
133
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Los arts. 42 y ss. de la LOTC establecen tres supuestos procesales de amparos según la
naturaleza del órgano al que se imputa la lesión. Por otra parte, otras normas han
introducido regulaciones específicas de ciertos casos de recursos de amparo. Aunque el
procedimiento a seguir, en esencia, es el ordinario, existen algunas particularidades en
cada uno de ellos, en especial por lo que al plazo para interposición se refiere,
particularidades que aconsejan su exposición separada.
134
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
– Recursos de amparo electorales (arts. 49. 3 y 4, y 114 LOREG). Estos recursos están
previstos contra las resoluciones de las Juntas Electorales sobre proclamación de
candidatos, y de candidatos electos, respectivamente. Pueden plantearse una vez
agotada la correspondiente vía judicial previa: los llamados recurso contencioso-
electorales. La particularidad de estos recursos de amparo es la brevedad de los plazos
legalmente previstos para su interposición (dos días en el de proclamación de
candidatos y tres días en el de proclamación de electos), tramitación y resolución (tres
días en el primer caso y quince en el segundo). La tramitación de estos recursos de
amparo electorales se encuentra regulada por un Acuerdo del Tribunal Constitucional
de 20 de enero de 2000.
e) Procedimiento
Por otra parte, deben acompañarse una serie de documentos necesarios para la
resolución del recurso:
135
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
– Haber invocado en la vía judicial previa el derecho lesionado tan pronto como hubo
ocasión para ello. – Haber agotado dicha vía judicial previa.
– Justificar «la especial trascendencia constitucional del recurso» (art. 49.1 LOTC). El
procedimiento que se sigue ante el Tribunal Constitucional para la resolución del
recurso de amparo consta de dos fases
Segunda fase: Cumplidas las exigencias legales y valorada la trascendencia del recurso,
la demanda es admitida a trámite( en caso contrario, la demanda se inadmite).
Las causas de inadmisión que permiten rechazar la demanda en esta primera fase las
resume el art. 50 de la LOTC en dos grupos:
En primer lugar [art. 50.1.a) LOTC] que no se cumplan algunos de los requisitos
exigidos en los arts. 41 a 46 y 49 LOTC; que el derecho respecto del que se pretende el
amparo sea susceptible de obtener éste por estar dentro de los que son objeto de
protección, legitimación, agotamiento de la vía judicial previa, invocación del derecho
en esa vía judicial, plazo, representación de Procurador, asistencia de Abogado,
justificación de la trascendencia constitucional del recurso, etc… En el caso de que los
defectos de que adolece la demanda sean subsanables, el Tribunal Constitucional abre
un plazo para esa subsanación (arts. 49.4 y 50.4 LOTC).
136
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Las demandas de amparo que cumplen los requisitos legales y que han sido
consideradas dotadas de trascendencia constitucional, son admitidas a trámite por la
Sección por unanimidad; en caso de que exista mayoría en la Sección pero no
unanimidad, es la Sala la que debe decidir al respecto (art. 50.2 LOTC). La inadmisión
de una demanda se adopta mediante providencia, en la que debe especificarse el
motivo o motivos que justifican la decisión. La providencia no puede recurrirse, salvo
en súplica por el Ministerio Fiscal, recurso que se resuelve mediante Auto (art. 50.3
LOTC).
Una vez admitida a trámite la demanda es el momento a partir del cual empieza el
proceso constitucional propiamente dicho. En éste comparece necesariamente el
Ministerio Fiscal, quien hubiera sido parte en la vía judicial previa, si lo estima
conveniente, y quien se viera favorecido por la resolución impugnada. Examinados los
antecedentes del asunto o actuaciones, las partes personadas realizan sus alegaciones,
después de lo cual, la Sala del Tribunal Constitucional que entienda del caso dicta
sentencia.
137
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
a) Objeto
Según el art. 61.1 de la LOTC, «pueden dar lugar al planteamiento de los conflictos de
competencia las disposiciones, resoluciones y actos emanados de los órganos del
Estado o de los órganos de las Comunidades Autónomas o la omisión de tales
disposiciones, resoluciones o actos». No obstante la amplitud de este precepto, cuando
la competencia controvertida hubiera sido atribuida por una norma con rango de ley,
el conflicto ha de tramitarse como recurso de inconstitucionalidad (art. 67 LOTC).
Existen dos tipos de conflictos de competencia: los positivos y los negativos. Los
primeros(mas habituales) enfrentan al Estado y a la Comunidad Autónoma —o a éstas
entre sí— en relación con el ejercicio de una competencia; los segundos, en cambio los
enfrentan por negar ambas partes ser titulares de la competencia..
138
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
b) Legitimación
C) Procedimiento
El objeto del conflicto no podrá exceder del contenido del requerimiento previo, de
forma que, cuando éste ha existido, ninguna cuestión no planteada allí puede
suscitarse ante el Tribunal Constitucional.
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Una segunda particularidad viene dada por la suspensión automática del acto
recurrido que la impugnación trae consigo durante cinco meses.
a) Objeto
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
b) Legitimación
Los acuerdos de interposición del conflicto deberán adoptarse por mayoría absoluta de
los miembros del Pleno del correspondiente órgano de cada corporación local.
c) Procedimiento
142
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
La LOTC, en el Capítulo III del Título IV, regula la resolución de los conflictos entre
órganos del Estado o conflictos de atribuciones. Esta competencia no está
expresamente prevista por la Constitución, siendo introducida en la LOTC [art. 10.c)]
en virtud de la cláusula del art. 161.1.d) de la CE.
a) Objeto
Como se deriva del propio tenor del art. 10.c) LOTC, el objeto de estos conflictos es
resolver las controversias que, dentro de los poderes del Estado, surgen sobre el
reparto de atribuciones entre ellos. Se trata, pues, de una competencia que escapa de la
organización territorial, centrándose exclusivamente en los poderes del Estado central
y, más en concreto, en los órganos constitucionales que presiden la organización de
esos poderes. El conflicto de atribuciones surge, pues, sólo cuando alguno de esos
órganos constitucionales entiende que otro de ellos ha invadido su esfera de actuación;
no obstante, la STC 234/00 (caso Declaración de urgencia) ha interpretado que su
finalidad no es sólo reivindicar una potestad concreta sino, más genéricamente,
proteger la esfera de actuación de un órgano constitucional frente a la acción de otro.
Para enjuiciar los actos impugnados, el Tribunal Constitucional debe tener presente la
Constitución y las leyes orgánicas atributivas de competencias (art. 73.1 LOTC).
b) Legitimación
143
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
c) Procedimiento
Cualquiera de los órganos previamente citados que considere que otro de ellos ha
adoptado decisiones asumiendo atribuciones que constitucionalmente le corresponde,
mediante acuerdo de su Pleno, se lo hará saber al órgano presuntamente invasor,
solicitado que revoque la decisión o decisiones correspondientes. Si éste último
afirmare de manera expresa o tácita que ha actuado dentro de sus atribuciones,
quedará abierta la vía al planteamiento del conflicto ante el Tribunal Constitucional.
Éste, oídos el órgano requerido y el requirente, y, si lo estima oportuno, el resto de los
órganos constitucionales legitimados para suscitar conflictos de atribuciones, dicta
sentencia determinando a qué órgano corresponde la atribución constitucional
controvertida; asimismo declara la nulidad de los actos viciados de incompetencia.
144
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Tribunal pueda anular el acto o resolución que comporte una invasión de este género
(art. 4.1 LOTC).
Leccion 32
Uno de los temas más importantes y conflictivos que las Cortes Constituyentes
debieron abordar fue el de la organización territorial del Estado, que encontró
respuesta en el Título VIII de la CE. Si definir cuál es la estructura territorial que debe
adoptarse en una constitución es siempre una tarea relevante, en el caso español lo fue
aún más; aunque España es uno de los Estados más antiguos de Europa, ha sido una
constante histórica la ausencia de una solución general y pacíficamente aceptada al
problema de su articulación territorial. La existencia de zonas del territorio nacional
con particularidades históricas, culturales y lingüísticas es un hecho incontestable,
como lo es también el que durante la historia jurídico-política de España no se ha
encontrado una fórmula pacífica de integración. El tradicional centralismo tiene sus
manifestaciones histórico-jurídicas más importantes en los Decretos de Nueva Planta
de Felipe V, dictados durante los primeros años del siglo XVIII, que acabaron con los
elementos más importantes de los regímenes particulares de los territorios de la
Monarquía hispánica, y, ya en la España contemporánea, en la estructura provincial
desarrollada a partir de 1833 sobre el modelo diseñado por Javier de Burgos. Ese
centralismo se vio aún acrecentado durante el régimen del General Franco; este
régimen tuvo como una de sus características la concentración del poder en todas sus
dimensiones, incluida la territorial. En definitiva, las reivindicaciones de autogobierno,
aunque de desigual intensidad, fueron una constante tanto en la transición política
como en el proceso constituyente. A ello hay que añadir una conciencia generalizada
de que, incluso allí donde no existían esas particularidades históricas, razones de tipo
técnico (gestión de los asuntos públicos) y político (acercamiento de los centros de
toma de algunas decisiones al ciudadano) imponían la ruptura con el sistema
centralista, abriendo paso a un proceso de descentralización. No deja de ser
significativo que, ya antes de aprobarse la Constitución, se articulara un primer
proceso de descentralización mediante lo que se dieron en llamar las «preautonomías»,
proceso que, aunque tímido, posteriormente tuvo influencia en la construcción
constitucional del modelo territorial del Estado.
145
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Esta misma idea está detrás del rechazo por parte del Tribunal Constitucional de
cualquier vinculación entre autonomía, soberanía y derecho de autodeterminación,
afirmando que el único sujeto soberano es el pueblo español (SSTC 42/2014, caso
Declaración de soberanía y del derecho a decidir y 259/2015, caso Declaración sobre
proceso de creación de un Estado catalán.
146
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
La segunda idea que debe destacarse en este momento es que la falta de definición
constitucional de la forma territorial del Estado no ha sido sustituida por una
definición posterior. La estructura territorial del Estado no encaja en ninguna de las
categorías tradicionales del Derecho Público, categorías que, por otra parte, tampoco
responden a unos modelos perfectamente delimitados y que, en consecuencia, inducen
a menudo a confusión. El modelo español utiliza técnicas tanto del federalismo
tradicional como del Estado regional, y, si hubiera que intentar concretar el tipo de
autonomía territorial, podría afirmarse que España, constituida en lo que se ha dado en
denominar el «Estado de las Autonomías», es hoy un Estado descentralizado que se
aproxima en su estructura a los Estados federales.
2. LA AUTONOMÍA LOCAL
147
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
b) La autonomía local posee una regulación constitucional mucho más parca que la de
nacionalidades y regiones. La Constitución se limita a fijar algunos principios muy
generales respecto de las autonomías locales, que posteriormente encuentran
desarrollo en la legislación ordinaria.
148
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Vistos los rasgos más significativos de la autonomía local, procede ahora concretar
cuáles son las bases constitucionales de la misma.
Por lo que respecta a las competencias que corresponden a los entes locales, la
Constitución no las precisa. Se trata de una materia que encuentra su regulación en la
legislación ordinaria, tanto estatal como de las Comunidades Autónomas puesto que
éstas tienen asumidas competencias sobre régimen local. La Constitución se limita a
señalar que los entes locales gozan de autonomía «para la gestión de sus respectivos
intereses» (art. 137 CE). La regulación de la materia da contenido a ese principio
general atendiendo a múltiples criterios, al ámbito territorial de cada tipo de ente,
respetando el «derecho de la comunidad local a participar, a través de órganos propios,
en el gobierno y administración de cuantos asuntos le atañen» (STC 27/87, caso
Diputaciones Valencianas). En todo caso, debe recordarse que los entes locales carecen
de competencias legislativas.
Debe indicarse, por otra parte, que España ha ratificado la Carta Europea de la
Autonomía Local, convenio que ofrece contenidos concretos para determinar el alcance
de dicha autonomía y que, en consecuencia, puede y debe servir como guía para
interpretar su alcance interno. La STC 132/2014 (caso Torremontalbo y Uruñuela, ha
resumido el contenido de la autonomía local así: «se configura como una garantía
institucional con un contenido mínimo que el legislador debe respetar y que se
concreta, básicamente, en el derecho de la comunidad local a participar a través de
órganos propios en el gobierno y administración de cuantos asuntos le atañen,
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
d) Organización
a) Municipios. Por lo que respecta a los municipios, tras afirmar que gozarán de
personalidad jurídica propia, el art. 140 de la CE señala como órgano de gobierno y
administración de los mismos a los Ayuntamientos. A su vez, dentro de éstos, prevé la
existencia de un doble régimen jurídico.
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d) Otros entes locales. Por último dentro del terreno organizativo, la Constitución se
limita a reconocer la posibilidad de que existan otros entes locales supramunicipales
distintos de la provincia (art. 141.3), de naturaleza, pues, comarcal, cuya regulación
corresponde a las Comunidades Autónomas (Título IV LBRL); éstas pueden adoptar la
forma de división territorial que estimen conveniente para su gobierno local (caso de
las Veguerías catalanas), coincida o no con los entes territoriales garantizados por la
Constitución, que no pueden eliminar (STC 31/2010, caso Estatuto de Autonomía de
Cataluña). Asimismo, aunque la Constitución no haga referencia al tema, existen entes
locales inframunicipales, que responden, por lo general, a las necesidades
administrativas de núcleos de población separados unos de otros (art. 45 LBRL).
d) Régimen económico
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La concreción de cuáles eran los límites de las distintas nacionalidades y, sobre todo,
regiones, era otro de los problemas con los que se enfrentaba el constituyente. Éste
optó por dejar la cuestión abierta. Dicho de otra manera, la Constitución tampoco
dibujó el mapa autonómico de España; se limitó a ofrecer en el art. 143.1 de la CE una
serie de criterios para determinar cuáles eran esas nacionalidades y regiones:
«provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes,
los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica».
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
vez, son de dos tipos. En primer lugar, la Constitución establece las competencias que
corresponden a los poderes centrales del Estado y que, en consecuencia, no pueden ser
asumidas por las Comunidades Autónomas (art. 149 CE). Este precepto sirve, pues,
superado el período inicial de cinco años que se establecía en el art. 148.2 de la CE, para
determinar el marco en el que ha de moverse la asunción de competencias por parte de
las Comunidades Autónomas. Cómo se produce esa asunción de competencias es una
cuestión que se analizará en lecciones posteriores. Debe señalarse ahora, no obstante,
que la Constitución, igual que no reconoce autonomía alguna (sólo derecho a la
autonomía), tampoco atribuye directamente competencia alguna a las Comunidades
Autónomas. La Constitución sólo establece el marco y, en consecuencia, los límites de
las competencias que las Comunidades Autónomas pueden asumir a través de sus
Estatutos de Autonomía y, aunque en menor medida, de otros instrumentos
normativos.
Pero, junto a los límites competenciales establecidos por la Constitución, existen otras
barreras impuestas también por la Norma Fundamental al ejercicio de competencias
por las Comunidades Autónomas. Esos límites derivan directamente de la idea de
unidad, y están formados por aquellos principios generales que articulan unidad del
Estado y autonomía de nacionalidades y regiones. Ahora bien, precisamente por esa
función de articulación, estos principios no sólo limitan la acción de las Comunidades
Autónomas, sino también la de los poderes centrales del Estado. Solidaridad (arts. 2 y
138.1 CE), igualdad de las Comunidades Autónomas (art. 138.2 CE), igualdad de
derechos y obligaciones de los ciudadanos (art. 139.1 CE) y unidad económica (art.
139.2 CE) son los principios más importantes de articulación del Estado de las
Autonomías, y así lo ha sistematizado el Tribunal Constitucional en su STC 247/2007,
caso Estatuto de Autonomía de Valencia; en el próximo apartado se analizará su
contenido.
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
a) Solidaridad
El art. 2 de la CE, tras citar la unidad y la autonomía como principios estructurales del
Estado, añade una referencia a la solidaridad que debe existir entre nacionalidades y
regiones; por su parte, el art. 138.1 de la CE vuelve a referirse a ese principio de
solidaridad, concretando algo su finalidad: velar «por el establecimiento de un
equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español».
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sus pilares en la idea de igualdad. La unidad que el Estado representa tiene que
traducirse, necesariamente, en la igualdad de derechos y obligaciones de todos los
ciudadanos, cualquiera que sea la zona del territorio nacional de donde proceda o
donde se encuentre; el art. 139.1, en definitiva, es una manifestación más, junto con las
de los arts. 9.2 y 14, del valor igualdad.
Ahora bien, también aquí debe indicarse que igualdad y uniformidad absoluta son dos
ideas distintas y que en un Estado descentralizado pretender garantizar una total
uniformidad entre los individuos sería tanto como negar la autonomía. Una cosa es
que la posición jurídica de los individuos deba ser igual y que no puedan sufrir
discriminación alguna, y otra distinta es que el régimen concreto de ejercicio de todos y
cada uno de sus derechos haya de ser idéntico, idea que choca con el principio de
autonomía. Ciertamente, la barrera entre la posición jurídica del individuo y el régimen
concreto de ejercicio de sus derechos no es fácil de trazar en ocasiones; de ahí que ésta
sea una de las materias cuya interpretación por el Tribunal Constitucional resulta más
compleja, como pone de manifiesto su abundante jurisprudencia al respecto (STC
14/98, caso Ley extremeña de caza, por ejemplo).
d) Unidad económica
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
Ahora bien, la existencia del principio de unidad económica no significa que las
Comunidades Autónomas carezcan de competencias en materia económica o que éstas
puedan quedar desvirtuadas mediante la simple invocación de la unidad económica
por parte de los poderes centrales; antes al contrario, muchos de los títulos
competenciales de las Comunidades Autónomas poseen contenido económico. Unidad
económica y política económica de las Comunidades Autónomas no son, pues,
conceptos contrapuestos entre sí; lo que el Estado de las Autonomías exige a través del
principio de unidad económica es que la acción económica de Estado y Comunidades
Autónomas se encuentre articulada para evitar la ruptura de esa unidad, pero
permitiendo políticas propias en su seno.
a) Contenido
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Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
En principio, existe una absoluta libertad para determinar en cada Estatuto estos
extremos básicos de la organización de la Comunidad Autónoma ya que autonomía
supone, entre otras cosas y fundamentalmente, «autoorganización». Ahora bien, el art.
152.1 de la CE impone a las Comunidades Autónomas de vía rápida unas mínimas
exigencias, que, por otra parte, han sido seguidas también por las denominadas
Comunidades Autónomas de vía lenta; estas exigencias mínimas son trasunto, en gran
medida, de la propia organización estatal. En todo caso, la denominación de las
instituciones es libre para el legislador estatutario, siendo el art. 152.1 de la CE en este
punto meramente descriptivo.
Por lo que respecta a la sede de las instituciones, ésta debe fijarse en los Estatutos de
Autonomía; no obstante, algunos Estatutos sólo han concretado la manera en que ha de
determinarse, práctica que ha sido considerada por el Tribunal Constitucional
plenamente acorde con el art. 147.2.c) de la CE (STC 89/84, caso León)
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asumidas dentro del marco establecido en la Constitución y las bases para el traspaso
de los servicios correspondientes a las mismas». El principio dispositivo de la
autonomía de nacionalidades y regiones conduce, entre otras cosas, a que no se
reconozcan competencias a éstas por la Constitución, de manera que deben asumirlas.
En páginas posteriores se estudiará la forma en que se realiza esa asunción; baste, pues,
señalar aquí que el Estatuto de Autonomía es el instrumento fundamental (aunque no
único) para llevar a cabo esa asunción de competencias, y de esa forma «perfilar…el
ámbito de formación y poder propio del Estado», aunque no de atribuir competencias
a éste ((STC 31/2010, caso Estatuto de Autonomía de Cataluña).
En todo caso conviene destacar que, a pesar del carácter dispositivo del principio de
autonomía, la estructura de todos los Estatutos de Autonomía es bastante similar.
El Estatuto de Autonomía es una norma jurídica sui generis puesto que posee una
doble dimensión. Por una parte, es, como establece el art. 147.1 de la CE, «norma
institucional básica de cada Comunidad Autónoma»; ello supone que constituye la
base y fundamento del correspondiente ordenamiento jurídico autonómico, del que
forma parte. Pero, a la vez, el Estatuto de Autonomía forma parte también del
ordenamiento jurídico estatal; así lo establece expresamente el art. 147.1 in fine al
señalar respecto de los Estatutos de Autonomía que «el Estado los reconocerá y
amparará como parte integrante de su ordenamiento jurídico». Esta idea se ve aún
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corroborada por el hecho de que los Estatutos de Autonomía se aprueben por las
Cortes Generales mediante ley orgánica (arts. 146 y 147.3, en relación con el art. 81.1
CE).
En primer lugar, resulta claro que los Estatutos de Autonomía están sometidos a la
Constitución (STC 99/86 —caso Condado de Treviño—, por ejemplo). Por tanto, el
Estatuto de Autonomía no puede vulnerar la Constitución, estando, pues, sometido a
los instrumentos ordinarios de control de constitucionalidad (art. 27.2.a LOTC).
En tercer lugar, los Estatutos de Autonomía, en cuanto norma básica que son de sus
respectivos ordenamientos territoriales, se imponen sobre el resto de las normas que de
éstos forman parte, tanto en los aspectos formales y organizativos, como sustanciales.
Las leyes y demás normas y actos autonómicos deben, pues, respetar el
correspondiente Estatuto, que fija las grandes líneas estructurales del ordenamiento
jurídico de cada Comunidad Autónoma.
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d) El caso de Ceuta y Melilla. Las LLOO 1 y 2/95 han aprobado, respectivamente, los
Estatutos de Autonomía para Ceuta y Melilla. Estos Estatutos han tenido su
fundamento en el art. 144 b) de la CE, que prevé la posibilidad de dotar de autonomía
a territorios que no estén integrados en la organización provincial. En todo caso, hay
que señalar que la autonomía reconocida a estas ciudades es cualitativamente distinta
de la que poseen las Comunidades Autónomas, situándose a caballo entre éstas y la
autonomía de los entes locales. A este respecto resulta significativo, por ejemplo, que
no se reconozca potestad legislativa a estas ciudades. El Tribunal Constitucional ha
confirmado que Ceuta y Melilla no son Comunidades Autónomas (STC 240/06, caso
Suelo de Ceuta).
El resultado final del proceso de construcción del Estado de las Autonomías ha sido
que todo el territorio español se ha organizado en 17 Comunidades Autónomas,
completándose con los regímenes particulares de Ceuta y Melilla como ciudades
autónomas.
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Por otro lado, hay que tener también presente que la reforma de los Estatutos puede ir
más allá de los aspectos competenciales, afectando a cualquier otro de sus contenidos.
De hecho, las primeras reformas estatutarias que se realizaron no afectaron a las
competencias sino a aspectos institucionales: en 1991 se llevó a cabo un proceso
tendente a unificar la fecha de las elecciones autonómicas de las Comunidades de vía
lenta; para ello fue preciso modificar algunos Estatutos de Autonomía puesto que era
necesario permitir la disolución anticipada de las correspondientes Asambleas
Legislativas. Entre 1996 y 1999 se llevó a cabo un proceso de reforma de Estatutos de
Autonomía que, fundamentalmente, trató de mejorar aspectos institucionales de
distintas Comunidades Autónomas.
Mayor intensidad, por último, tienen las reformas de los Estatutos iniciadas a partir de
2006, que han modificado profundamente parte de éstos tanto en aspectos
competenciales como en otros contenidos, derogando y sustituyendo, incluso, alguno
de los Estatutos de Autonomía originarios.
Lección 33
165
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Las Comunidades Autónomas no son, pues, meras creaciones del Derecho o divisiones
artificiales del territorio, sino entidades históricas y culturales con entidad propia. Pero
la garantía de esa entidad requiere la habilitación de una serie de técnicas jurídicas,
imprescindibles para que la voluntad constitucional no quede en una mera expresión
de buenas intenciones. Esas técnicas han venido a incluirse en el Título VIII de la
Constitución, y son esencialmente de dos tipos. Por una parte, la asunción por las
Comunidades Autónomas de un conjunto de poderes o competencias para la
protección y defensa de sus intereses propios (reparto competencial); por otro lado, y
complementariamente, el establecimiento de un sistema institucional propio,
encargado de ejercer esos poderes y competencias (organización de los poderes
autonómicos).
La delimitación del reparto competencial, esto es, de las funciones que van a
corresponder a las Comunidades Autónomas, y las que van a quedar en manos de las
instituciones centrales del Estado aparece así como elemento esencial para la definición
del Estado de las Autonomías. La instrumentación jurídica de ese reparto competencial
ha sido, sin duda, uno de los mayores problemas a resolver, tanto durante el proceso
constituyente, como en la fase de desarrollo y puesta en ejecución de las previsiones
constitucionales. Por ello, no es de extrañar que el modelo del Estado de las
Autonomías sea considerablemente complejo y no pueda contenerse en una o unas
pocas normas; por el contrario, su regulación y estructura es resultado de una amplia
variedad de normas tanto constitucionales como legislativas y reglamentarias, de
decisiones jurisdiccionales, e incluso de convenciones o costumbres constitucionales ya
arraigadas. Como elementos de este conjunto regulador, pueden destacarse, en primer
lugar, las mismas normas constitucionales relativas al reparto de competencias; las
normas de los Estatutos de Autonomía; las leyes estatales relativas a la delegación y
transferencia competencial, y a la fijación de bases; las Sentencias del Tribunal
Constitucional en la resolución de conflictos competenciales, y los Reales Decretos de
transferencias de funciones y servicios. Como se ve, incluso de una enumeración
parcial se desprende la complejidad del tratamiento de esta materia. Conviene a este
respecto, considerar en líneas generales cómo se lleva a cabo el reparto competencial
entre el Estado y las Comunidades Autónomas:
166
Derecho Constitucional II Raquel Martinez Serrano
c) Las competencias de las Comunidades Autónomas serán las que cada una de
ellas asuma en su correspondiente Estatuto (art. 172.2 d) CE).
Por ello, las funciones públicas que se reparten las instancias centrales y las
autonómicas son las de tipo legislativo y ejecutivo. En consecuencia, y en términos
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En todo caso, y teniendo esto en cuenta, de entre las materias enumeradas en el artículo
149.1, hay una serie de ellas que se atribuyen, sin matización alguna a la «competencia
exclusiva» estatal: así «Nacionalidad, inmigración, emigración, extranjería y derecho de
asilo» (149.1.2), «Relaciones internacionales» (149.1.3) entre otras. Resulta esencial, para
determinar el alcance de la competencia exclusiva del Estado en estas materias,
establecer el significado de los términos contenidos en los correspondientes apartados.
En este sentido, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha podido precisar el
contenido de muchas de estas reservas «en exclusiva», en ocasiones prohibiendo que se
interpreten en forma extensiva, para evitar que la reserva al Estado se amplíe
indebidamente. Como ejemplo, el Tribunal Constitucional ha considerado que la
competencia del Estado sobre la materia «relaciones internacionales» no puede
interpretarse en el sentido de que quede íntegramente reservada al Estado cualquier
actividad que tenga alguna proyección fuera de las fronteras de España, sino sólo
aquellas que son protagonizadas por sujetos internacionales (Estados y organizaciones
internacionales) y sometidas al Derecho internacional, como pueden ser las relativas a
la celebración de tratados o a la representación exterior del Estado (STC 165/94, caso
Agencia Vasca en Bruselas).
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b) Por otro lado, junto a la lista de competencias del artículo 149.1 CE, hay una
serie de materias que, sin estar incluidas en esa lista, quedan, no obstante, fuera de la
disponibilidad autonómica, en virtud de otros mandatos constitucionales. Así ocurre,
por ejemplo, respecto de aquellas materias reservadas a ley orgánica, norma ésta que
solamente pueden dictar las Cortes Generales (art. 81 CE). Tal sería el caso del régimen
electoral general, reservado a ley orgánica por el artículo 81 CE, o del estatuto de
jueces, magistrados y personal de la Administración de justicia, para el que el artículo
122.1 CE establece también una reserva de ley orgánica. Por otra parte, la Constitución
encomienda determinadas tareas específicas a las leyes estatales, aun cuando ya no se
trate de leyes orgánicas: tal sería el caso de las leyes de «planificación económica
general» (art. 131.1 CE) o, forzosamente, las referentes al Patrimonio del Estado y al
Patrimonio Nacional (art. 132 CE). Igualmente, la Constitución atribuye en exclusiva al
Estado «la potestad originaria para establecer los tributos mediante ley» (art. 137.1 CE)
aún cuando las Comunidades Autónomas y las corporaciones locales puedan, de
acuerdo con las leyes, establecer sus propios tributos (art. 137.2 CE).
las materias que no se hayan asumido por los Estatutos de Autonomía corresponderá
al Estado». El Tribunal Constitucional ha podido precisar escuetamente el sistema
descrito: «Para determinar si una materia es de la competencia del Estado o de la
Comunidad Autónoma, o si existe un régimen de concurrencia, resulta en principio
decisorio el texto del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Autónoma, a través del
cual se produce la asunción de competencias. Si el examen del Estatuto
correspondiente revela que la materia de que se trate no está incluida en el mismo no
cabe duda que la competencia será estatal, pues así lo dice expresamente el artículo
149.3 de la Constitución» (STC 18/82, caso Registro de Convenios, FJ 1).
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poderes públicos. En este sentido, la nueva ordenación territorial del Estado ha venido
a crear un nuevo nivel ejecutivo: la Administración autonómica, distinta de las ya
existentes, estatal y local. En efecto, en el ámbito autonómico coinciden, por una parte,
la Administración estatal, dirigida, según el artículo 154 de la Constitución, por un
Delegado nombrado por el Gobierno; por otra, la Administración autonómica, dirigida
por el ejecutivo de la Comunidad Autónoma; finalmente, las Administraciones locales
(provincial, insular, o municipal). Ésta es la dimensión en que más se han visto
afectados, al menos cuantitativamente, los poderes públicos, al haberse producido una
redistribución radical de las tareas administrativas.
Finalmente, hay que recordar que, aparte de las competencias reservadas a las
Comunidades Autónomas en sus Estatutos, el Estado, mediante los procedimientos
previstos en el artículo 150 CE, en sus apartados 1 y 2, puede atribuir a las
Comunidades Autónomas competencias adicionales.
En muchas materias resultan competentes tanto las autoridades estatales como las
autonómicas, al distribuirse las diversas funciones públicas sobre esas materias
(legislativa, reglamentaria, administrativa) entre Estado y Comunidades Autónomas.
Por eso, la Constitución y los Estatutos de Autonomía no reservan a los poderes
estatales o autonómicos la totalidad de las funciones públicas sobre esas materias, sino
solamente alguna o algunas de ellas. Se habla así de la existencia de competencias
compartidas, que dan lugar a las mayores dificultades y conflictos a la hora de
determinar la distribución competencial
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Los tipos de competencias compartidas son muy diversos. El supuesto más frecuente
de competencias compartidas es el resultante de la atribución al Estado de la función
legislativa sobre una materia, dejando la posibilidad a las Comunidades Autónomas de
asumir en sus Estatutos otras competencias distintas de la legislativa, como la
reglamentaria o la ejecutiva. Tal sería el caso del apartado a) del artículo 149.1 CE, que
reserva al Estado la legislación sobre propiedad industrial e intelectual, o el 149.1.12
CE, que efectúa tal reserva respecto de la legislación sobre pesos y medidas
En determinados supuestos, la reserva en favor del Estado por los apartados del
artículo 149.1 CE es aún más reducida; no se refiere a toda la función legislativa, sino
sólo a parte de ella, la denominada legislación básica. Por ejemplo, tal sería el caso del
apartado 23 del artículo 149.1 CE, que atribuye al Estado la emisión de la legislación
básica sobre protección del medio ambiente, o del apartado 27 del mismo artículo, que
reserva al estado las normas básicas del régimen de prensa, radio y televisión. Una
variante de este tipo sería la reserva en favor del Estado de «las bases» de un sector (en
lugar de la «legislación básica»). Ejemplos pueden ser la reserva al Estado de las «bases
de la ordenación del crédito» (art. 149.1.11 CE) de las «bases y coordinación general de
la sanidad» (art. 149.1.16 CE). La jurisprudencia constitucional ha venido a identificar,
en cuanto a sus efectos, la reserva de «las bases» con la de «la legislación básica». En
estas ocasiones, la compartición competencial se produce en cuanto, correspondiendo
al Estado la competencia para dictar normas básicas, las Comunidades Autónomas han
asumido la competencia para dictar normas legales de desarrollo.
Esta técnica de compartición nada tiene que ver con las «leyes de bases» de los
artículos 82 y 83 CE, mediante las cuales las Cortes pueden delegar en el Gobierno la
potestad de dictar normas con rango de ley (legislación delegada).
173
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d) Las bases deben tener rango de ley. La importancia que reviste en el ordenamiento
español la competencia estatal para dictar bases o normas básicas ha dado lugar a una
amplia jurisprudencia constitucional destinada a precisar las formas y requisitos con
que las autoridades estatales deben dictar esa normativa. La trascendencia de este tipo
de normas, que enmarcan en muchos aspectos la actividad legislativa y ejecutiva de las
Comunidades Autónomas, y las consiguientes exigencias de certeza y seguridad en su
contenido han llevado a que el Tribunal Constitucional —tras una fase inicial en que
puso el acento en el «carácter material» de las bases (STC 32/81, caso Diputaciones
Catalanas, y 1/82, caso Coeficientes de Cajas de Ahorros)— haya elaborado unos
requisitos formales que deben reunir las normas básicas estatales.
La propia ley básica ha de definirse como tal: esto es, ella misma ha de declarar
expresamente el alcance básico de todas o parte de sus normas, o al menos ha de
permitir inferir esta condición de las mismas sin especial dificultad (STC 69/88, caso
Etiquetaje). La ley ha de definirse, parcial o totalmente, como básica. Se trata, en
palabras del Tribunal Constitucional en la Sentencia Etiquetaje, de permitir a las
Comunidades Autónomas «conocer con la mayor exactitud posible cuál es el marco
normativo al que deben sujetarse en el ejercicio de sus competencias de desarrollo de la
legislación estatal básica».
En principio, serán las Cortes Generales, mediante ley, las que deberán establecer lo
que haya de entenderse por básico. Sólo excepcionalmente será posible que el Gobierno
pueda regular por Decreto aspectos básicos de una materia cuando esa regulación
resulte completamente indispensable para garantizar el fin perseguido por la reserva
competencial al Estado.
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depender de los términos que establezca una ley estatal, sin relacionar esa dependencia
con el carácter «básico» de la ley del Estado. Como ejemplos de esa fórmula pueden
citarse:
– El contenido en el art. 152.1 de la CE, que establece que las Comunidades Autónomas
podrán ostentar la competencia para participar en la organización de las
demarcaciones judiciales de su territorio «de conformidad con lo previsto en la Ley
Orgánica del Poder Judicial». Esta competencia ha sido asumida por la totalidad de los
Estatutos de Autonomía.
– El que resulta del art. 157.3 de la CE, que establece que mediante ley orgánica podrá
regularse el ejercicio de las competencias financieras de las Comunidades Autónomas,
las normas para resolver los conflictos que pudieran surgir, y las posibles formas de
colaboración financieras entre las Comunidades Autónomas y el Estado. La actividad
normativa de las Comunidades Autónomas relativa a sus competencias financieras
deberá pues ajustarse a los términos de la ley orgánica de que se trata (en la actualidad,
LO 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las Comunidades Autónomas).
b) En las materias compartidas los Estatutos han tratado de llenar todos los huecos
competenciales disponibles, bien enumerando expresamente las competencias que, al
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no estar reservadas al Estado, podían asumir, bien utilizando las que se han podido
denominar cláusulas sweeping o «de barrido» consistentes en prever que la
Comunidad asume competencia plena en todo aquello que no corresponda al Estado
(cláusulas «sin perjuicio», por ejemplo).
Lección 34
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Las leyes electorales de las Comunidades Autónomas, en todo caso, han adoptado
fórmulas muy similares. La administración electoral se basa en un sistema de Juntas
electorales; en todas las leyes electorales se prevé un sistema de financiación pública de
los candidatos; se prevé igualmente, en todas ellas, la prestación de espacios de
propaganda electoral en los medios de comunicación de titularidad pública (radio,
televisión, especialmente); todas las Comunidades Autónomas han adoptado la
fórmula D’Hondt, empleada en las elecciones al Congreso de los Diputados. Es posible
señalar algunas peculiaridades de los sistemas electorales autonómicos:
a) Composición
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Los Estatutos de Autonomía prevén, como norma general, la duración del mandato de
los representantes, que se establece en cuatro años; ahora bien, apartándose de las
normas de lo que podría denominarse «modelo parlamentario clásico», en una fase
inicial no admitían la posibilidad de una disolución discrecional de las Asambleas por
el Ejecutivo. Sin embargo, tal posibilidad se ha ido introduciendo, bien mediante
normas legislativas, bien, y en forma generalizada, mediante la reforma de los
Estatutos de Autonomía. No obstante, y a diferencia del sistema estatal, en varios
Estatutos (así Madrid, art. 21.3; Castilla-La Mancha, art. 22) se prevé que en el supuesto
de elecciones anticipadas la Asamblea nuevamente elegida deberá durar solamente
hasta el término en que hubiera debido producirse el final «natural» de la Asamblea
disuelta. Por otro lado en concordancia con lo dispuesto en el artículo 42.3 de la
LOREG, y para evitar una continua sucesión de elecciones autonómicas, varios
Estatutos de Autonomía(por ejemplo, Extremadura, art. 34.1; Madrid, art. 10.7; Castilla-
La Mancha, art. 22) han sido reformados para que las correspondientes elecciones
autonómicas se celebren simultáneamente en «el cuarto domingo de mayo cada cuatro
años», independientemente, como se ha señalado, de que se hubiera o no producido
una disolución anticipada de la Asamblea, y como consecuencia, unas elecciones,
también anticipadas, de la misma.
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d) Procedimiento legislativo
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b) Otra peculiaridad —ésta común a todas las Comunidades Autónomas— del proceso
de nombramiento del Presidente, es la que resulta de la acción conjunta de los
preceptos estatutarios y del art. 69.1 CE. Los primeros prevén, sin excepción, que el
nombramiento del Presidente del Consejo de Gobierno será efectuado por el Rey: el
segundo, que los actos de éste serán (con las excepciones que dispone el art. 99 CE)
refrendados por el Presidente del Gobierno o los Ministros competentes. Ello ha
conducido a que sea el Presidente del Gobierno de la Nación el que refrende el
nombramiento real de los Presidentes de las Comunidades Autónomas. El Tribunal
Constitucional se ha pronunciado sobre esta materia, declarando inconstitucional el
art. 4.2 de la Ley de Gobierno vasca, que disponía que el refrendo del nombramiento
del Lehendakari debía llevarlo a cabo el Presidente del Parlamento autonómico (STC
5/87, caso Lehendakari I).
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Esta dualidad entre Presidente y Consejeros refleja —como es también el caso del
Gobierno nacional— un marcado predominio presidencial, que viene ya anunciado en
el art. 152 CE (al Presidente le corresponde «la dirección del Consejo de Gobierno, la
suprema representación de la respectiva comunidad y la ordinaria del Estado en
aquélla») que se proyecta en las disposiciones de los Estatutos de Autonomía y en las
leyes de Gobierno de las Comunidades Autónomas. Y ello en dos vertientes: en las
relaciones con otros órganos de la Comunidad o del Estado y en las relaciones
intragubernamentales.
a) Con respecto a los demás órganos del Estado, el Presidente ostenta «la suprema
representación de la respectiva Comunidad» (fórmula empleada por el art. 152 CE, y
aplicable a todas las Comunidades Autónomas en virtud de sus Estatutos);
complementariamente, ostenta la representación del Estado en la Comunidad
Autónoma. En cuando a las relaciones con la Asamblea autonómica, ha de tenerse en
cuenta que (en forma similar a lo que ocurre en el ámbito estatal) sólo el Presidente, de
entre los miembros del ejecutivo, dispone, en virtud de su elección, de legitimidad
parlamentaria directa. Como peculiaridad debe señalarse que el Estatuto de Castilla-La
Mancha (art. 13.2) prevé que, por ley, se establezca «la limitación de los mandatos del
Presidente».
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Para finalizar valga señalar que la mayoría de las Comunidades Autónomas han
procedido a crear, bajo la denominación de «Consejos Consultivos» órganos de
asesoramiento y consulta del poder ejecutivo, siguiendo el modelo del Consejo de
Estado.
Las variaciones más importantes con respecto al sistema nacional de relaciones entre
Gobierno y legislativo pueden encontrarse en las peculiaridades que reviste la
disolución por el ejecutivo de las Asambleas autonómicas antes del término «natural»
de su mandato. En un nivel más individualizado, se producen algunas desviaciones
del modelo general en la Ley Vasca de Gobierno y en los Estatutos de Valencia y
Castilla-La Mancha. En la primera se prevé la posibilidad de exigencia de
responsabilidad política individual a los Vicepresidentes y consejeros individualmente
considerados (art. 49 LVG) mediante la adopción de una moción de censura, que no
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La Constitución prevé una doble serie de garantías respecto de las entidades locales,
que se engloban, genéricamente bajo el título de garantía institucional, y que
comprenden, por un lado, la protección constitucional de la misma existencia de los
entes locales mencionados en la Constitución, y por otro, la protección de un ámbito
propio de autonomía, tanto organizativo como funcional. Estas garantías son válidas
tanto frente al Estado como a las Comunidades Autónomas, que encuentran así un
límite a su actuación.
La Constitución extiende esta garantía a los municipios (art. 147) y también a las
provincias (art. 141). Ha de tenerse en cuenta que la provincia es una división
territorial que se proyecta no sólo sobre la actuación de las Comunidades Autónomas,
sino también sobre la actuación estatal: el art. 141.1 considera a la provincia como
«división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado». Como
consecuencia, no cabría eliminar la división provincial de los servicios del Estado (por
ejemplo, reestructurando el territorio sobre otras bases) ni tampoco suprimir los
órganos propios de la autonomía provincial: en este sentido, el Tribunal Constitucional
ha tenido oportunidad de pronunciarse reafirmando la garantía constitucional de las
Diputaciones provinciales (STC 32/81, caso Diputaciones Catalanas). Esta última
garantía debe entenderse teniendo en cuenta la existencia de Comunidades Autónomas
uniprovinciales; en éstas, diversos aspectos de la organización provincial se han visto
forzosamente sustituidos por las instituciones autonómicas que han absorbido sus
funciones. Tal sería el caso de las mismas Diputaciones provinciales en las
Comunidades Autónomas uniprovinciales. También ha de entenderse que la garantía
constitucional se extiende, en las Comunidades Autónomas de Canarias y Baleares, a
las islas: «En los archipiélagos, las islas tendrán además su administración propia en
forma de Cabildos o Consejos» (art. 141.4 CE).
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c) Por otro lado, cabe indicar que las Comunidades Autónomas han asumido
competencias sobre un conjunto de materias específicas (salud, transportes, etc.)
respecto de las cuales cabe tanto que la Comunidad Autónoma actúe directamente
mediante sus propios órganos administrativos como que prefiera dar participación a
los entes locales (provincias, municipios, islas, comarcas), llevando a cabo así una
descentralización de segundo grado. Queda, pues, dentro del ámbito competencial de
las Comunidades Autónomas encomendar la gestión de estas materias a entidades
locales, como técnica de distribución interna de competencia, delegando en la
Administración local —Ayuntamientos o Diputaciones— la gestión de competencias
autonómicas, como vía más ágil que la creación de una Administración autonómica
propia. Tales técnicas están previstas, bien en los propios estatutos, bien en leyes
propias de las Comunidades Autónomas. En todo caso, esta redistribución interna de
funciones ha de respetar la autonomía local; la LRBRL establece, como base estatal, un
mínimo de competencias propias de los entes locales, como garantía de su autonomía.
b) Pero esta Disposición Adicional Primera supone también una limitación a los
poderes autonómicos en el caso del País Vasco. En efecto, los territorios forales se han
identificado con provincias concretas (Navarra, Guipúzcoa, Álava, Vizcaya) de manera
que la garantía constitucional se proyecta también en favor de esos territorios
(territorios históricos) y no sólo en favor de la Comunidad Autónoma. Por eso, en el
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Esta ley, que contiene normas referentes a la capacidad tributaria de las CCAA, a su
coordinación con la correspondiente actividad estatal, y también respecto de la
ordenación de la potestad de gasto autonómica, representa, por tanto, un elemento
constitutivo del bloque de la constitucionalidad en materia financiera, y es una de las
leyes a que se refiere el art. 28.1 de la LOTC como canon de constitucionalidad, al
«delimitar las competencias del Estado y de las diferentes Comunidades Autónomas».
Se ha podido, así, hablar de un sistema LOFCA «de financiación de las Comunidades
Autónomas», sistema completado por los Acuerdos entre los principales actores
políticos (Gobierno y oposición) de 31 de julio de 1981, así como por diversos acuerdos
posteriores, relativos a los criterios de financiación de las Comunidades Autónomas.
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privado (157.1.d) y los procedentes de las operaciones de crédito (157.1, e) juegan, por
su propia naturaleza, un papel menor; y, además, los últimos, como garantía de
coordinación con la Hacienda estatal, están sometidos a especiales requisitos, y deben,
en determinados supuestos, ser autorizados por el Estado (art. 14 LOFCA).
Finalmente, otros dos apartados del artículo 157.1 se refieren a fuentes de financiación
que se han revelado de escasa o nula utilidad, posiblemente por los costes políticos que
suponen: el apartado b) que permite la creación por la Comunidad Autónoma de «sus
propios impuestos, tasas y contribuciones especiales»; y el apartado a), segundo inciso,
que posibilita que las Comunidades Autónomas establezcan recargos sobre impuestos
estatales. Se trata de vías para que las CCAA aumenten la presión impositiva, creando
fuentes de ingresos añadidas a los tributos del Estado. El coste de estos mecanismos ha
supuesto que en escasos supuestos se haya acudido a ellos: un ejemplo pudiera ser la
ley 15/84, de 19 de diciembre, de la Comunidad Autónoma de Madrid, que estableció
un recargo del 3 por ciento sobre la cuota líquida del impuesto sobre la renta de las
personas físicas, y que no se llegó a aplicar.
b) Potestad de gasto
Por lo que se refiere a los gastos de las Comunidades Autónomas, la Ley Orgánica de
Financiación contiene también las previsiones básicas de su régimen presupuestario:
los presupuestos han de tener carácter anual, e incluir todos los gastos e ingresos de la
correspondiente Comunidad Autónoma. Establece también que habrían de elaborarse
con criterios homogéneos, para permitir su consolidación con los Presupuestos del
Estado: finalmente, y de acuerdo con el art. 153 d) de la Constitución, los Presupuestos
de las Comunidades Autónomas quedarán bajo el control del Tribunal de Cuentas.
c) El sistema de convenios
Lección 35
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a) Principio de supletoriedad
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Este modelo, aun cuando efectivamente aplicable en muchos casos —al menos en
cuanto que no existe una relación general de jerarquía entre norma autonómica y
norma estatal— no refleja exactamente toda la realidad. La existencia fáctica de una
comunidad de intereses —económicos, sociales, políticos, etc.— que trasciende los
límites de cada Comunidad Autónoma hace necesario dar una especial preferencia a la
garantía de esos intereses globales, y por tanto, a los órganos encargados de actuar tal
garantía. La presencia de intereses suprautonómicos viene a unirse a la necesidad de
llevar a cabo una coordinación e integración de la acción de las diversas Comunidades
Autónomas, dada la inevitable influencia que la acción de cada ente territorial tiene
sobre los demás. Obviamente, son los poderes centrales estatales los apropiados para
tales tareas —vigilancia de intereses comunes, coordinación e integración— y ello les
coloca en una situación específica, que no puede explicarse desde la perspectiva del
dual federalism, sino que supone, en muchos aspectos, una posición de supremacía
respecto de los ordenamientos autonómicos. Habría pues, en muchos casos, una
posición preeminente de los poderes del Estado.
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Cabe señalar tres tipos de relaciones entre los ordenamientos estatal y autonómico:
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La posición constitucional preeminente de los órganos centrales del Estado les permite
alterar el reparto competencial estatutario, en los supuestos constitucionalmente
previstos, ampliando el ámbito competencial de las Comunidades Autónomas, en
forma (al menos teóricamente) unilateral, mediante dos procedimientos: a) la
atribución a las Comunidades Autónomas de potestades legislativas, al margen de los
Estatutos, dentro del marco de la ley estatal; y b) la transferencia o delegación de
funciones estatales (apartados 1 y 2 del art. 150 de la CE)
Por lo que se refiere al apartado 1 del art. 150 de la CE, prevé que la atribución
competencial resultante de los Estatutos de Autonomía puede verse alterada
unilateralmente por el Estado, en beneficio de las Comunidades Autónomas mediante
la atribución a éstas (a una, varias o todas) de competencias legislativas en materias
pertenecientes a la titularidad estatal, esto es, no asumidas por los respectivos Estatutos
de Autonomía. Ahora bien, esta atribución no se configura como total o
incondicionada: se efectuará «en el marco de los principios, bases y directrices fijados
por una ley estatal». La amplitud del precepto deja margen a una variedad de técnicas
de fijación de ese marco, que podría ser meramente principal (principios o directrices
generales) o bien responder a la fórmula bases/ desarrollo.
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La vía formal diseñada por la Constitución para esta transferencia es la ley orgánica
que es revisable o alterable por una ley posterior. Como consecuencia, la «transferencia
o delegación» no puede llevarse a cabo directamente en un Estatuto de Autonomía. Si
así fuese, se impediría la reforma o revocación de esa transferencia o delegación
mediante ley orgánica «normal», ya que los Estatutos de Autonomía han de reformarse
mediante un procedimiento especial, más complicado que el de las leyes orgánicas. La
ampliación de competencias mediante la vía del art. 150.2 requiere, pues, una ley
orgánica ad hoc.
La Constitución prevé que la ley orgánica determinará las formas de control que se
reserva el Estado (art. 150.2) así como que corresponde al Gobierno el control (previo
dictamen del Consejo de Estado) «del ejercicio de funciones delegadas a que se refiere
el apartado 2 del artículo 150» (art. 153.b). Ello ha conducido a distinguir, en teoría, las
funciones objeto de «delegación» (controlables por el Gobierno), de aquéllas objeto de
«transferencias» (que no serían controlables por el ejecutivo estatal). No obstante, en la
práctica adoptada hasta el momento, tal distinción no se ha seguido. En los casos en
que se ha empleado esta posibilidad, se ha reservado expresamente al Gobierno la
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La Ley Orgánica del Consejo de Estado prevé, por su parte, la necesidad de consulta
previa de la Comisión Permanente del Consejo para el «control del ejercicio de
funciones delegadas por el Estado a las Comunidades Autónomas» (art. 22.5 LOCE).
Dentro de las posibilidades de alteración unilateral por parte del Estado del reparto
competencial cabe incluir también las previsiones —éstas de carácter restrictivo de las
competencias autonómicas— del párrafo tercero del artículo 150. Se establece aquí la
facultad estatal de armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades
Autónomas, aun en el caso de materias atribuidas a la competencia de éstas, cuando así
lo exija el interés general.
Esta previsión estuvo a punto de verse realizada en la práctica, al aprobar las Cortes,
en 1982, un Proyecto de Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, que
fue sometido al entonces existente recurso previo de inconstitucionalidad, y que dio
lugar a la sentencia del Tribunal Constitucional 76/83, caso LOAPA. Esta sentencia
contenía diversos pronunciamientos sobre la naturaleza de las leyes de armonización
previstas en el art. 150.3 CE, que vienen a aclarar y precisar las previsiones
constitucionales. De éstas, y de la doctrina constitucional pueden inferirse diversas
características de este tipo de leyes; debe añadirse que éstas son aún inéditas en
nuestro ordenamiento, ya que el Tribunal Constitucional declaró que el proyecto de
LOAPA no tenía carácter armonizador. Las características más importantes para
considerar son las siguientes:
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armonización se configura, por tanto, como una vía excepcional, sólo justificada
cuando no existen vías alternativas (así, las competencias estatales relativas a la
emisión de bases, o la coordinación).
La Constitución establece un sistema sumamente rígido para la aprobación de
las leyes de armonización, exigiendo la apreciación de su necesidad por la
mayoría absoluta de ambas Cámaras; con ello, pretende introducir un nivel de
dificultad superior al exigido para la aprobación de leyes orgánicas. Por otra
parte, la Ley 12/83, del Proceso Autonómico, art. 1, exige que, antes de la
aprobación por el Gobierno de un proyecto de ley de armonización, deberá
oírse a las Comunidades Autónomas.
Finalmente, la armonización podrá referirse tanto a normas ya emitidas, como a
normas eventualmente por emitir (armonización previa). Aun cuando tal
circunstancia no aparece expresamente prevista en la Constitución, ni en la
sentencia LOAPA, resulta deducible de la misma pluralidad de Comunidades
Autónomas: no tendría sentido armonizar disposiciones de algunas
Comunidades Autónomas sin prever que otras Comunidades Autónomas
pudieran dictar disposiciones del mismo tipo, que quedarían, así, fuera de las
técnicas habilitadas para proteger el interés general.
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las correspondientes competencias asumidas por los Estatutos. Así, el apartado 13 del
art. 149.1 atribuye al Estado la «coordinación de la planificación general de la actividad
económica»; el apartado 15 la «coordinación general de la investigación científica y
técnica» el 16, la «coordinación general de la sanidad».
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Más allá de este nivel de colaboración genérica, cabe que se empleen otras formas de
cooperación bi- o multilateral, mediante la formulación de acuerdos o convenios, en
que se prevén acciones conjuntas, aportando cada parte (Estado y Comunidad
Autónoma) sus propios medios y recursos para obtener un fin común. Estos convenios,
de amplitud y duración muy variable, son hoy una característica generalizada de la
práctica del Estado de las Autonomías. Ha de tenerse en cuenta que, al hablar de
cooperación, nos referimos estrictamente al marco ejecutivo o administrativo, y no al
plano legislativo.
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a) Vías ordinarias
b) Conflictos de competencia
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c) El art. 155 de la CE
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