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TEMA 1.

LA CORONA

I. INTRODUCCIÓN: LA MONARQUÍA PARLAMENTARIA

El artículo 1 CE, después de proclamar en su punto 2 que “La soberanía nacional reside en el
pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, establece en el punto 3 que “La forma
política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.

Pese a la dicción literal del artículo 1.3 CE, evidentemente la Monarquía parlamentaria no es
una forma de Estado, sino una forma de Gobierno, y dicho precepto encierra dos enunciados
perfectamente discernibles: (i) uno de carácter político: la forma política del Estado español es
la Monarquía; (ii) y otro de carácter jurídico: la Monarquía española es una Monarquía
parlamentaria.

Desde un punto de vista doctrinal, la Monarquía parlamentaria sólo implica la separación del
Rey de las funciones gubernamentales, y la responsabilidad del Gobierno ante el Parlamento.
Pero otras pautas estructurales o procedimentales de esta forma de Gobierno, como son la
naturaleza unicameral o bicameral del Parlamento, o las reglas para la disolución de las
Cámaras, o para la formación o censura del Gobierno, no vienen predeterminadas por esa
definición, existiendo, de hecho, a este respecto, una variedad de soluciones en el panorama
comparado de las Monarquías parlamentarias europeas.

La Monarquía representa un vínculo de continuidad y unidad del orden político y del pueblo que
reina. Sus defensores presentan como ventajas de esta forma de gobierno:

1ª. La imparcialidad, pues el Rey está por encima de los partidos y grupos, a quienes no les debe
su poder y por lo que puede actuar respecto a ellos con independencia y neutralidad;

2ª. La continuidad, pues el poder se transmite sin vicios, según un orden predeterminado, lo que
implica que la transmisión hereditaria sea consustancial a la Monarquía, como lo demuestra el
hecho de que las monarquías electivas (Ej. Monarquía visigoda) desaparecieron del horizonte
político hace siglos.

La CE regula la institución de la Corona en su Título II. De la Corona, artículos 56 a 65.

II. FUNCIONES DEL REY

2.1. Análisis del artículo 56 CE

En la Monarquía parlamentaria el Rey no ostenta la jefatura del Poder Ejecutivo, sino la jefatura
del Estado y la representación de la unidad nacional, atribuyéndose en el funcionamiento de las
instituciones una misión arbitral y moderadora, que se condensa en la clásica fórmula, acuñada
por el historiador y político francés del siglo XIX Thiers, “El Rey reina pero no gobierna”.

A esta idea responde e artículo 56 CE cuando establece en su punto 1 que “El Rey es el Jefe del
Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones
internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las
funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”.

De este precepto podemos extraer las siguientes consecuencias:


1ª. Que la CE se refiera al Rey como Jefe del Estado significa, ante todo, que es un órgano
estatal, uno de los órganos constitucionales del Estado, lo cual comporta que en su ejercicio el
Rey no puede estar subordinado a ningún otro órgano constitucional, porque todos ellos derivan
su existencia y poderes directamente de la Constitución. Por otro lado, aunque sea jurídicamente
igual a los demás órganos constitucionales, al Rey, como Jefe del Estado, le corresponde una
posición de mayor dignidad formal, honorífica y protocolaria, como demuestra el hecho de que
la CE se ocupe de la Corona antes que de los demás poderes del Estado.

2ª. Que la CE afirme que el Rey es símbolo de la unidad y permanencia del Estado implica que
la magistratura del Rey trasciende de la que es inherente a la Jefatura del Estado, porque el Rey
lo es por personificar una institución, la Corona, estrechamente vinculada a la historia secular de
España, y que por ello simboliza mejor que ninguna su continuidad.

3ª. Que la CE señale que el Rey “arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones” comporta, en primer término, una exigencia de neutralidad política, sin la cual la
moderación y el arbitraje de la Corona se desnaturalizarían. Walter Bagehot acuñó la famosa
frase según la cual, en el ejercicio de su función arbitral y moderadora, el monarca
parlamentario tiene las facultades de “advertir, animar y ser consultado”. Francisco Tomás y
Valiente amplió y puso al día esta fórmula clásica añadiendo otros verbos en una lista, según él,
no cerrada: “escuchar, consultar, informarse (…), recomendar, sugerir, instar, aconsejar,
moderar”, siempre que sean conjugados, dice, “con discreción y prudencia”.

4ª. Que la CE atribuya al Rey “la más alta representación del Estado Español en las relaciones
internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica” implica el
reconocimiento de una función simbólica de la Corona, como vínculo histórico con los pueblos
que formaron parte de la Monarquía española y con los cuales la CE manifiesta una especial
vocación de cooperar. Actualmente esa cooperación tiene su mayor expresión institucional en
las “cumbres” periódicas de los Jefes de Estado de la Comunidad Iberoamericana.

5ª. Por último, la referencia genérica a las funciones que le atribuye “expresamente” la
Constitución y las leyes significa para un sector mayoritario de la doctrina constitucional (ej.
López Guerra), que el Rey no dispone de unos poderes implícitos, sino de una lista cerrada de
poderes concretos que debe utilizar para cumplir sus fines simbólico, arbitral y moderador. No
existe, pues, discrecionalidad en el ejercicio de dichos poderes, que se encomiendan al Rey con
el carácter de actos debidos.

2.2. Atribuciones del Rey (artículos 62-63 y 58 CE)

A. Las atribuciones del Rey vienen recogidas fundamentalmente en el artículo 62 CE, que
señala que “Corresponde al Rey:

a) Sancionar y promulgar las leyes” (Vid., art. 91 CE).

Se trata de una función puramente nominal pues, conforme al artículo 91 CE, el Rey está
obligado a sancionar las leyes en el plazo de quince días y a promulgarlas y ordenar su
inmediata publicación.

La sanción o firma del Rey es un acto tan formalmente necesario en el mecanismo de


elaboración de la ley como materialmente superfluo, puesto que la sanción es un acto debido
que no permite al Rey discrecionalidad alguna.
La promulgación, consistente en la comprobación de que el texto que firma el Rey corresponde
al aprobado por las Cortes, se efectúa de manera simultánea a la sanción.

Finalmente, la publicación es el requisito por el que la ley, perfecta desde que es aprobada por
las Cámaras, despliega su fuerza obligatoria como norma jurídica.

b) Convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones en los términos previstos en
la Constitución”. (Vid., artículos 99.5º y 115 CE).

La convocatoria de las Cortes es también un acto debido que, por otra parte, se refiere a la
reunión de las mismas al comienzo de cada Legislatura, pero no a los supuestos de las reuniones
ordinarias, que tienen lugar en virtud de convocatoria del Presidente de cada Cámara.

Tampoco en la disolución de las Cortes cabe admitir poder discrecional del Rey. Aunque algún
sector de la doctrina haya mantenido que el Rey pudiera negarse a la disolución si faltare alguno
de los presupuestos que en cada caso impone la CE, por ejemplo, si estuviera en trámite una
moción de censura, en estos casos el Rey no podría negarse a la firma del decreto de disolución
porque no es un órgano de defensa de la CE para actuar en tal sentido (tal defensa puede tener
su vía adecuada a través de los conflictos entre órganos constitucionales a que se refiere la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional).

Por las mismas razones tiene carácter reglado la función de convocar elecciones, pues el propio
decreto de disolución de las Cortes ha de fijar la fecha en que se celebren aquéllas.

c) Convocar a referéndum en los casos previstos en la Constitución”.

Con carácter general la CE posibilita someter a referéndum consultivo cualquier decisión


política de especial trascendencia (artículo 92). En este caso, la propuesta o iniciativa para su
convocatoria formal por el Rey corresponde al Presidente del Gobierno, previamente autorizado
por el Congreso de los Diputados.

De acuerdo con el artículo 152 CE, el referéndum de ámbito autonómico es obligado para
modificar los Estatutos de Autonomía de las Comunidades Autónomas que accedieron a ella por
la vía prevista en el artículo 151 CE (p. ejemplo Andalucía), si bien otros Estatutos de regiones
que no accedieron a la autonomía política por la vía prevista en el artículo 151 CE han incluido
en reformas relativamente recientes (producidas fundamentalmente a partir de 2006), la
necesidad de tal referéndum.

Por último, la CE también prevé el referéndum para ciertos supuestos de modificación de la


propia CE (artículos 167.3º y 168). Tampoco en este caso cabe actividad discrecional del Rey,
puesto que los artículos citados establecen taxativamente los supuestos en que ha de convocarse.

Todas estas modalidades de referéndum se regulan en la Ley Orgánica 2/1980, de 18 de enero,


sobre regulación de las distintas modalidades de referéndum. La convocatoria, en todos los
casos, corresponde al Rey mediante Real Decreto acordado en Consejo de Ministro y refrendado
por su Presidente.

d) Proponer el candidato a Presidente del Gobierno y, en su caso, nombrarlo, así como poner
fin a sus funciones en los términos previstos en la Constitución” (Vid., artículos 99.1º, 99.3º y
114 CE).
Aunque en el nombramiento y cese del Presidente del Gobierno el Rey carece de cualquier
margen de libertad o discrecionalidad, se ha destacado que sí la tiene en la propuesta de
candidato, que se produce, previa consulta con los representantes designados por los grupos
políticos con representación parlamentaria, en los siguientes casos: después de cada renovación
del Congreso de los Diputados (99 CE), en caso de que el Presidente dimita - al perder una
cuestión de confianza planteada por él al Congreso de los Diputados (112 y 114 CE) o por
cualquier otra causa- o si el Presidente fallece. Sin embargo, el poder de la Corona, si no
formalmente, materialmente se encuentra condicionado por la necesidad de que el candidato
propuesto obtenga la mayoría del Congreso de los Diputados 1.

e) Nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su Presidente” (Vid.,


artículo 100 CE).

En la actualidad los miembros del Gobierno son los Vicepresidentes del Gobierno y los
Ministros.

f) Expedir los decretos acordados en el Consejo de Ministros, conferir empleos civiles y


militares y conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes”.

Se ha suscitado la cuestión de si el Rey puede negarse a firmar algún Decreto acordado por el
Consejo de Ministros. Sin embargo, esta posibilidad ha de descartarse pues la potestad
reglamentaria y la función ejecutiva se atribuyen al Gobierno (artículo 97 CE), y el Rey no
asume responsabilidad alguna por la firma, como luego veremos.

g) Ser informado de los asuntos de Estado y presidir, a estos efectos, las sesiones del Consejo
de Ministros, cuando lo estime oportuno, a petición del Presidente del Gobierno”.

Se trata de funciones ajenas a la inmediata actuación ejecutiva, ligadas a la “auctoritas” que


debe acompañar a la actividad de la Corona.

h) El mando supremo de las Fuerzas Armadas” (Vid., el artículo 3 de la LO 5/2005, de 17 de


noviembre, de la Defensa Nacional: “Corresponden al Rey el mando supremo de las Fuerzas
Armadas y las demás funciones que en materia de defensa le confiere la Constitución y el resto
del ordenamiento jurídico”).

Se trata de uno de los preceptos que más polémica ha suscitado. La mayoría de los autores
consideran el mando de la Fuerzas Armadas como una función honorífica, puesto que
corresponde al Gobierno la dirección de la Administración y la defensa del Estado (artículo 97
CE). Por el contrario, algún autor ha sostenido que la Corona se configura como guardián
último de la Constitución, lo que posibilitaría que, con la finalidad de cumplir los objetivos que
a las Fuerzas Armadas encomienda el artículo 8 CE “garantizar la soberanía e independencia
de España y defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”, el Rey pueda
ejercer su mando efectivo en el caso de que el Gobierno no pueda hacerlo, como sucedió el 23-F
de 1981.

1 Ahora bien, en 2016 el Rey, ante la negativa del candidato más votado, Mariano Rajoy, a ser candidato a la
investidura por no contar con la mayoría en el Congreso necesaria para ser investido Presidente del Gobierno
(mayoría absoluta en primera votación, y simple en segunda y sucesivas votaciones), se vio obligado a proponer a
otro candidato, Pedro Sánchez, que sí se quiso presentar a sabiendas de que no iba a obtener la investidura, con el fin
de que se pusiera en marcha el plazo de dos meses previsto en el artículo 99.5 CE.
Sin embargo, la Constitución no tiene más defensor jurídico que el Tribunal Constitucional, ni
más defensor político que las Cortes Generales, que son las que autorizan que el Gobierno
declare el estado de excepción o declaran el estado de sitio (art. 116 CE), de modo que el Rey
no puede bloquear la acción del Gobierno bajo pretexto de que su actuación es inconstitucional.

i) Ejercer el derecho de gracia con arreglo a la ley, que no podrá autorizar indultos
generales”. (Vid. la Ley de 18 de junio d 1870, de Reglas para el ejercicio de la Gracia de
indulto, modificada por la Ley 1/1988, de 14 de enero, y por la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de
marzo, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal,
que añade a aquella una nueva disposición adicional). (Vid., también, artículo 102.3 CE).

Aunque se trata de una de las típicas prerrogativas regias, ha de ejercerse con arreglo a la Ley,
esto es, en atención a la política criminal del Gobierno, que es la que justifica en la actualidad la
subsistencia de esta facultad.

j) El Alto Patronazgo de las Reales Academias”.

Esta función se justifica por ser todas las academias a lo largo de la historia de creación real.

B. En el ámbito de las relaciones internacionales, y en consonancia con la representación que


ostenta, señala el artículo 63 CE: “1. El Rey acredita a los embajadores y otros representantes
diplomáticos. Los representantes extranjeros en España están acreditados ante él. 2. Al Rey
corresponde manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente por
medio de tratados, de conformidad con la Constitución y las Leyes. 3. Al Rey corresponde,
previa autorización de las Cortes Generales, declarar y hacer la paz”.

C. Por último, señalar que el artículo 58 CE establece expresamente que “La Reina consorte o
el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la
Regencia”.

III. EL REFRENDO DE LOS ACTOS DEL REY

Señala el artículo 56.3 CE que “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo
64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”. Esta
fórmula, trasunto de la clásica inglesa “the King can do not wrong” (el Rey no puede obrar mal
o no se puede equivocar), hay que entenderla en el contexto de lo que es una Monarquía
parlamentaria, en que la conducta personal reprobable del monarca no tardaría en acarrear el
desprestigio y el fin de la monarquía.

Establece el artículo 64 CE: “1. Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del
Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del
Presidente del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el
Presidente del Congreso. 2. De los actos del Rey serán responsables las personas que los
refrenden”.

El refrendo puede definirse como un mecanismo por el cual el Presidente del Gobierno o los
Ministros competentes, o en su caso el Presidente del Congreso, normalmente mediante la firma
que estampan en un documento emitido por el Jefe del Estado, asumen la responsabilidad por el
mismo. Sólo se exceptúa de la necesidad de refrendo lo dispuesto en el artículo 65 CE:
“1. El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de
su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma. 2. El Rey nombra y releva libremente a los
miembros civiles y militares de su casa”.

La Casa de Su Majestad el Rey es el organismo que, bajo la dependencia directa de Su


Majestad, tiene como misión servirle de apoyo en cuantas actividades se deriven del ejercicio de
sus funciones como Jefe del Estado. Las Cortes Generales aprueban cada año la Ley de
Presupuestos Generales del Estado, en cuya Sección primera se establece para cada ejercicio -a
propuesta del Gobierno- una cantidad global para el organismo "Casa de S.M. el Rey".

Esta asignación presupuestaria no está sujeta al control presupuestario del Tribunal de Cuentas,
aunque en 2014 Felipe VI ha considerado oportuno que las cuentas de la Casa de S.M. sean
sometidas anualmente a un informe de auditoría llevado a cabo por la Intervención General del
Estado que tiene encomendadas, entre otras responsabilidades, funciones de Auditoría del sector
público. Con este fin, la Casa de S.M. el Rey ha suscrito un convenio de colaboración con la
Intervención General del Estado para la realización de informes de auditoría, comenzando con
el ejercicio económico de 2015.

En sus orígenes el refrendo tenía la función de autenticación del acto del Rey, ligada a la
posesión del sello real, pero al compás de la evolución constitucional ha servido para limitar el
poder personal del Jefe del Estado y, finalmente para conjugar la irresponsabilidad de la
Suprema Magistratura con la necesidad política de que haya una persona que responda de los
actos que más interesan al país.

Los problemas que plantea el refrendo son de muy diversa naturaleza:

a) La necesidad de que los actos del Rey sean siempre refrendados, es decir, autorizados o
confirmados por otro órgano constitucional, es una regla tradicional del constitucionalismo, que
trae causa de la exención de responsabilidad del Jefe del Estado en las Monarquías.

Dicha exención significaría en realidad un privilegio incongruente con la naturaleza del


constitucionalismo, que exige una forma de gobierno limitada y responsable, si no estuviera
compensada por la regla que imputa la responsabilidad de lo actuado a los sujetos que cooperan
con el Rey (artículo 64.2 CE).

La responsabilidad del refrendante se extiende tanto a la regularidad formal del acto como a su
contenido. En otras palabras el refrendo acredita la legalidad de la actuación del Jefe del Estado
y también su oportunidad.

b) Objeto del refrendo son los actos que el Rey realiza como titular de la Jefatura del Estado,
exceptuándose por consiguiente los correspondientes a su vida privada, como son, por ejemplo,
los actos relativos a la administración de su propio patrimonio.

c) La forma típica del refrendo es la contrafirma de los actos del Jefe del Estado por parte del
refrendante, pero ésta no es la única forma posible, sino que hay también otras, como el
refrendo tácito y el refrendo presunto. El primero consiste en la presencia de los Ministros junto
al Jefe del Estado en sus actividades oficiales (ceremonias, discursos, viajes y entrevistas), que
implica la correspondiente asunción de responsabilidad. Lo segundo es una presunción general
de que el Gobierno cubre con su responsabilidad la actuación del Jefe del Estado, a no ser que
dimita en discrepancia con ello.
d) Por lo que se refiere a la titularidad del poder de refrendo, el artículo 64.1 CE lo atribuye al
Presidente del Gobierno, a los Ministros y al Presidente del Congreso de los Diputados en
relación a la disolución prevista en el artículo 99 CE es la que se decreta cuando el candidato
propuesto no alcanza la mayoría necesaria y no hubiere sido pues investido pasados 2 meses
desde la primera votación de investidura.

El poder de los Ministros viene limitado por su respectiva competencia, de esta manera que les
corresponderá refrendar los Reales Decretos que cada uno haya propuesto al Consejo de
Ministros. El refrendo del Presidente del Congreso sólo es posible en los casos expresamente
previstos en el artículo 99 CE como ya hemos visto.

En todo caso hay que interpretar que la enumeración del artículo 64.1 CE es exhaustiva y, por
consiguiente, ni cabe la delegación del refrendo en otros órganos, ni pueden otras normas de
inferior rango añadir nuevos titulares de esta potestad. Así lo interpretó el Tribunal
Constitucional en dos Sentencias (STC 5/1987 y STC 8/1987, sobre el nombramiento del
Presidente del Gobierno vasco, mediante las cuales se declaró que era inconstitucional el
precepto de una Ley autonómica que atribuía al Presidente del Parlamento Vasco la facultad de
refrendar el nombramiento por el Rey del Lehendakari, y confirmó que dicha competencia
correspondía al Presidente del Gobierno).

e) La naturaleza jurídica del refrendo resulta claramente definida en el artículo 56.3 CE. Se trata
de una condición para la validez de los actos del Rey y su ausencia determina, por consiguiente,
la nulidad de dichos actos.

f) Últimamente se ha planteado -a raíz de la “prohibición” del Gobierno al Rey Felipe VI de no


acudir en septiembre de 2020 a la entrega de despachos a la nueva promoción de jueces salida
de la Escuela Judicial, con sede en Barcelona- un problema añadido y muy preocupante: los
límites del refrendo y el uso fraudulento del mismo por parte del Gobierno.

IV. DESIGNACIÓN

Nuestra Constitución configura la Corona como una Monarquía hereditaria y establece unas
reglas para la sucesión.

Comienza diciendo el artículo 57.1 CE que “La Corona de España es hereditaria en los
sucesores de S.M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica…”.
Esta designación nominativa tiene varias significaciones:

1ª. Guarda semejanza con las declaraciones de otras monarquías europeas, en las que la
restauración monárquica se produjo por decisión de los órganos constituyentes, y en tal sentido
es resultado de una aceptación democrática. Así, el 6 de diciembre de 1978 se celebró en España
el referéndum por el cual se planteaba a los españoles la aprobación o no de la nueva
Constitución española de 1978 aprobada en las Cortes. El resultado final fue la aprobación del
proyecto constituyente, al recibir el apoyo del 88,54 por ciento de los votantes. El Rey la
sancionó el 27 de diciembre de 1978.

2ª. Significa la superación definitiva, al haber sido ratificada la Constitución por referéndum de
la Nación, de la vieja cuestión dinástica (Guerra de Sucesión; Guerras Carlistas, etc.).

3ª. Implica también un deseo de entroncar la monarquía con la forma de gobierno tradicional de
España, superando la vinculación con el régimen anterior. Y es que La Ley de Sucesión en la
Jefatura del Estado (1947), una de las ocho Leyes Fundamentales del Franquismo, se refería a la
cuestión de la sucesión del General Franco, estableciendo que el sucesor sería propuesto por él
mismo, pero que tendría que ser aprobado por las Cortes españolas.

En 1969 Franco designa a Juan Carlos de Borbón (saltándose el orden sucesorio natural que
correspondía a su padre Juan de Borbón, amparándose precisamente en la ley de sucesión de
1947) como su sucesor a la Jefatura del Estado, con el título de «Príncipe de España». D. Juan
Carlos es proclamado por las Cortes franquistas como sucesor de Franco el 22 de julio de 1969,
jurando «fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del
Reino».

El 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco, se produce la


proclamación de Juan Carlos I como Rey de España, y más tarde es legitimado finalmente en su
derecho dinástico el 14 de mayo de 1977, con la renuncia de su padre Juan de Borbón a sus
derechos en favor suyo.

De haber reinado Juan de Borbón lo habría hecho como Juan III, y diversos sectores
monárquicos propugnan que se le reconozca como Rey a pesar de no haber reinado. Como tal
fue enterrado en 1993 en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial.

Orden sucesorio

Sigue diciendo el artículo 57 CE 1 “…La sucesión en el trono seguirá el orden regular de


primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en
la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y
en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”.

Este párrafo tiene su origen en Las Partidas (1265), de ahí pasa al Ordenamiento de Alcalá de
1348 y posteriormente a la Constitución de 1837, y permanece hasta la de 1876, que es la última
constitución monárquica anterior a la actual de 1978.

Para explicar con un ejemplo el principio de “primogenitura y representación”, éste significa


que si siendo Rey Juan Carlos I el Príncipe Felipe hubiera fallecido, hereda su derecho a la
sucesión al trono su hija primogénita, y no las hermanas de Felipe, las Infantas, pues se entiende
que su primogénito “representa” a su padre.

La preferencia, en el mismo grado, del varón a la mujer es considerada por algunos una
excepción al principio de igualdad jurídica consagrado en el artículo 14 CE, sin más
justificación que la que se deriva de la tradición y del Derecho histórico. De hecho, en 2006 el
Consejo de Estado, a petición del Gobierno, emitió un Informe sobre modificaciones de la
Constitución Española que afecta a, entre otras, a esta preferencia 2.

2 El Informe señala que la conveniencia de reformar el segundo se deriva del progresivo deterioro que ha sufrido en la
conciencia social todo tipo de postergación femenina. Todo ello habría de hacerse, por indicación del Gobierno,
salvaguardando expresamente los derechos del entonces Príncipe de Asturias (ahora Rey) en relación con la sucesión
a la Corona de España, de modo que la eliminación de la preferencia del varón no le hiciera decaer de su posición de
príncipe heredero.

En consecuencia, el texto que proponía el Consejo de Estado no se limitaba a eliminar del artículo 57 el inciso «en el
mismo grado, el varón a la mujer», sino que definía como heredero de Don Juan Carlos I de Borbón a su hijo Don
Felipe, y después a los hijos de éste según orden regular de primogenitura y representación, obviándose la preferencia
de los varones sobre las mujeres en el mismo grado. Obviamente, la referencia a Don Felipe como heredero ya no
Tal reforma, por afectar a la Corona, habría de realizarse por el procedimiento más complejo
previsto en el artículo 168 CE, y de haber tenido el actual Rey un hijo varón habría planteado un
problema añadido: la aplicación retroactiva o no a quien, por haber nacido con anterioridad a su
entrada en vigor y ser varón, habría adquirido ya el derecho a la sucesión, problema que, por el
momento, parece salvado al haber tenido sólo hijas.

El punto 3 señala que “Extinguidas todas las líneas llamadas en derecho, las Cortes Generales
proveerán a la sucesión en la Corona en la forma que más convenga a los intereses de España.

4. Aquellas personas que teniendo derecho a la sucesión en el trono contrajeren matrimonio


contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales, quedarán excluidas en la
sucesión a la Corona por sí y sus descendientes”.

Abdicación

El artículo 57.5 de la Constitución Española dispone que “Las abdicaciones y renuncias y


cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se
resolverán por una ley orgánica”. Si bien hasta el momento no se ha elaborado tal ley orgánica,
el mandato del artículo 57 de que el acto regio sea resuelto por una ley orgánica aconsejó que
hacer uso de este instrumento legal idóneo para regular la efectividad de la abdicación de S.M.
Juan Carlos I, dictándose por ello la Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, por la que se hace
efectiva la abdicación de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón

V. CAPACIDAD

El Rey ha de ser mayor de edad y tener la capacidad necesaria para el ejercicio de su autoridad.
Si no poseyese estas condiciones, se ponen en marcha dos instituciones con significado distinto:
la Regencia, para suplir la falta de capacidad en el orden político, y la Tutela, para suplir el
defecto de capacidad civil del Rey.

5.1. La regencia

Señala el artículo 59 CE:

“1. Cuando el Rey fuere menor de edad, el padre o la madre del Rey y, en su defecto, el
pariente mayor de edad más próximo a suceder en la Corona, según el orden establecido en la
Constitución, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia y la ejercerá durante el tiempo de
la minoría de edad del Rey.

2. Si el Rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuere reconocida


por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero
de la Corona, si fuere mayor de edad. Si no lo fuere, se procederá de la manera prevista en el
apartado anterior, hasta que el Príncipe heredero alcance la mayoría de edad.

3. Si no hubiere ninguna persona a quien corresponda la Regencia, esta será nombrada por las
Cortes Generales, y se compondrá de una, tres o cinco personas.

tendría sentido tras la abdicación de Don Juan Carlos I, comunicada por éste al Presidente del Gobierno el 2 de junio
de 2014 y hecha efectiva, en aplicación del artículo 57.5 CE: «las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho
o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica», mediante Ley
Orgánica 3/2014, de 18 de junio.
4. Para ejercer la Regencia es preciso ser español y mayor de edad. 5. La Regencia se ejercerá
por mandato constitucional y siempre en nombre del Rey”.

Cualquiera que sea la causa de la Regencia y la persona que la desempeñe, aquélla se ejercerá
con los mismos poderes que al Rey encomienda la Constitución. Durante la convalecencia por
accidente de esquí del Rey en 1992, se sopesó la posibilidad de que el Príncipe asumiera la
Regencia. Sin embargo, se trata de una magistratura de sustitución, por lo que la Regencia debe
cesar cuando el Rey alcance su mayor edad o cuando cese su incapacidad.

5.2. La Tutela

Dice el artículo 60 CE: “1. Será tutor del Rey menor la persona que en su testamento hubiese
nombrado el Rey difunto, siempre que sea mayor de edad y español de nacimiento; si no lo
hubiese nombrado, será tutor el padre o la madre, mientras permanezcan viudos. En su defecto,
lo nombrarán las Cortes Generales, pero no podrán acumularse los cargos de Regente y de
tutor sino en el padre, madre o ascendientes directos del Rey. 2. El ejercicio de la tutela es
también incompatible con el de todo cargo o representación política”.

VI. PROCLAMACIÓN Y JURAMENTO

Dice el artículo 61 CE:

“1. El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar
fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las Leyes y respetar los
derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas. 2. El Príncipe heredero, al
alcanzar la mayoría de edad, y el Regente o Regentes al hacerse cargo de sus funciones,
prestarán el mismo juramento, así como el de fidelidad al Rey”.

El juramento del Rey establecido en la Constitución es manifestación de la antigua costumbre


de que los Reyes hereditarios, antes de recibir el juramento de fidelidad y obediencia de sus
súbditos, prestasen a su vez juramento de respetar y observar las leyes, fueros, privilegios y
costumbres de su reino, confundiéndose en un solo los actos de proclamación y juramento. Cabe
interpretar el juramento, que expresa la adhesión del Rey al orden de los valores de la
Constitución, es condición de la proclamación, que por lo demás debe entenderse como un acto
debido.

El artículo 56.2 CE señala que “Su título es el de Rey de España y podrá utilizar los demás que
correspondan a la Corona”, y el 57.2 “El Príncipe heredero, desde su nacimiento o desde que
se produzca el hecho que origine el llamamiento, tendrá la dignidad de Príncipe de Asturias y
los demás títulos vinculados tradicionalmente al sucesor de la Corona de España”.

El mismo día en que entró en vigor la Ley Orgánica 3/2014 antes mencionada por la que se hizo
efectiva la abdicación de SM el Rey don Juan Carlos I de la Corona de España (el 19 de junio
de 2014), SM el Rey don Felipe VI fue proclamado ante las Cortes Generales Rey de España.

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