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-La doctrina sobre el fin, tanto de la vida individual, como del mundo.
-Es la reflexión creyente acerca del misterio de consumación que Dios tiene reservado para la
humanidad y el cosmos.
Para los antiguos pensadores griegos, el mundo no ha tenido comienzo ni tendrá fin, sustenta un
proceso cíclico inacabable.
Por su parte, la visión clásica hindú, entiende todos los existentes como parte del Gran Ser,
Brahman: el que es Todo tiene su ritmo vital, con sus días y noches, siendo el período mayor el
siglo brahmánico, equivalente a 311.040.000.000.000 años nuestros.
— Según la izquierda hegeliana, y aplicado sobre todo a la historia humana: La historia que aquí
se describe es determinista, evolucionando indefectiblemente y desembocando en un paraíso
terrenal.
En cualquier caso, según estas teorías físicas de la historia, el mundo se basta para explicarse a sí
mismo, desde su origen hasta su estadio final, pasando por una etapa de desarrollo.
Arranca de un punto que representa un comienzo absoluto (= creación ex nihilo), se dilata bajo la
constante actuación de Dios (en los kairoi = momentos decisivos de intervención divina), y llegará
a una consumación (= participación de la creación en la Eternidad de Dios).
Por encima de los ciclos del cosmos, la libre actuación de Dios y de los hombres imprime un
rumbo decisivo a la historia, orientándola hacia un telos y convirtiéndola en drama.
En suma, la visión judeo-cristiana percibe que hay un «desde dónde » y un «hacia dónde», y sobre
todo hay un «Quién» que preside la historia. Un Alguien, además, que es Amor.
El esquema judío es más simple: su esperanza en el Día Final o Día del Señor incluye todos los
elementos que cabría anhelar como plenitud: la llegada del Reino de Dios con el Mesías; la
resurrección de los muertos y el juicio universal; la vida inmortal.
Por contraste, la visión cristiana del «fin» está hondamente marcada por el acontecimiento-Cristo.
El Hijo eterno de Dios, naciendo en el tiempo, inaugura la era de salvación y de plenitud.
La tensión entre el «ya» y el «todavía no», caracteriza profundamente el ánimo del creyente, hasta
el punto de constituir un aspecto definitorio del ser cristiano.