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IsabelVal

Filosofía del Lenguaje II

1º Grado en Filosofía

Facultad de Filosofía
Universidad de Salamanca

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Capítulo VI
ACERCA DE LOS NOMBRES DE LAS SUSTANCIAS

2. La esencia de cada clase de sustancia es nuestra idea abstracta a la que se aneja el


nombre
La medida y el límite de cada clase o especie, por donde se constituye en esa clase
particular y se distingue de las otras, es lo que llamamos su esencia, que no es nada más
que la idea abstracta a la que va anejo el nombre, de manera que todo lo que esté
contenido en esa idea es lo esencial a esa clase. Esta, aunque sea toda la esencia de las
sustancias naturales que nosotros conocemos, o por la que las distinguimos en clases,
sin embargo, la denomino con un nombre peculiar, la esencia nominal, para distinguirla
de la constitución real de las sustancias, de la que dependen esta esencia nominal y
todas las propiedades de esa clase, la cual puede ser llamada, corno se ha dicho, la

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esencia real. Por ejemplo, la esencia nominal del oro es esa idea compleja que significa
la palabra oro, a saber: un cuerpo amarillo, de un cierto peso, maleable, fusible y fijo.
Pero la esencia real es la constitución de las partes insensibles de ese cuerpo, de la que
esas cualidades y todas las demás propiedades del oro dependen. Queda patente que se
trata de dos cosas diferentes, aun cuando ambas reciban el nombre de esencias.

4. Nada es esencial para los individuos


Que la esencia, en el uso normal de la palabra, se relaciona a las clases, y que se la
considera en los seres particulares no más allá que en cuanto ordenados en clases, se
deduce de lo siguiente: quitemos las ideas abstractas tan sólo por las que clasificamos a
los individuos, y por las que los agrupamos bajo nombres comunes, y entonces el
pensamiento de algo que les sea esencial se desvanece inmediatamente: no tenemos
ninguna noción. Es necesario para mí ser como soy; Dios y la naturaleza me han hecho
así; pero no hay nada que yo tenga que sea esencia a mí. Un accidente o una
enfermedad pueden alterar mucho mi color o aspecto; una fiebre o caída me pueden
privar de la razón, de la memoria o de ambas; y una apoplejía me puede dejar sin
sentidos, sin entendimiento o sin vida. Otras criaturas de mi forma pueden haber sido
hechas con más y mejores, o con menos y peores cualidades que yo; y otras pueden
tener razón y sensación en una forma y en un cuerpo muy diferentes del mío. Nada de
todo esto es esencial para uno u otro, ni para ningún individuo, hasta que la mente lo
refiere a alguna clase o especie de cosas, y entonces, en ese momento, de acuerdo con la
idea abstracta de esa clase, se descubre que algo es esencial. Examine cualquiera sus
propios pensamientos, y podrá encontrar que tan pronto como suponga o hable de lo
esencial, la consideración de alguna especie o de alguna idea compleja significada por
algún nombre general le vendrá a su mente; y es en este sentido en el que se dice que
esta o aquella cualidad es esencial. Así que si se pregunta para más o para cualquier otro
ser corpóreo particular, estar dotado de razón, contestaré que no; no más necesariamente
que es esencial para esta cosa blanca en la que escribo el tener palabras escritas en ella.
Pero si se ha de incluir ese ser particular en la clase hombre, y ha de llevar el nombre de
hombre, entonces la razón resulta esencial para él, suponiendo que la razón sea una
parte de la idea compleja que significa el nombre de hombre; de la misma manera que
es esencial para esta cosa sobre la que escribo el contener palabras, si la quiero dar el
nombre de tratado e incluirlo dentro de esa especie. Así que lo esencial y lo no esencial
se refiere solamente a nuestras ideas abstractas y a los nombres que a éstas se les
anexan, lo cual no significa otra cosa que esto: que cualquier cosa particular que no

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conlleve esas cualidades que están contenidas en la idea abstracta que significa
cualquier término general, no puede ser clasificada dentro de esa especie, ni ser llamada
por ese nombre, desde el momento en que esa idea abstracta es la misma esencia de esa
especie.

7. La esencia nominal nos limita las especies


La próxima cosa que es necesario considerar es por cuál de esas esencias son
determinadas las sustancias en clases o especies, y, evidentemente, es por la esencia
nominal. Pues eso sólo, que es la señal de la clase, es lo que el nombre significa. Por

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tanto, resulta imposible que las clases de cosas, que ordenamos bajo nombres generales,
puedan ser determinadas por otra cosa distinta a esa idea cuyo nombre ha sido
designado como signo suyo; y esto es, según hemos venido mostrando, lo que nosotros
llamamos esencia nominal. ¿Por qué decimos que esto es un caballo y ésa una mula, que
esto es un animal y eso una hierba? ¿Cómo sucede que una cosa particular llegue a ser
de esta clase o aquélla, sino porque tiene esa esencia nominal, o, lo que es igual, porque
se conforma a esa idea abstracta a la que va anexo el nombre? Me gustaría que cada uno
reflexionara sobre sus propios pensamientos cuando escuche o emplee alguno de esos
nombres de sustancias, para saber qué clase de esencias significan.
 
8. Cómo formamos la naturaleza de las especies
Y que las especies de las cosas no sean para nosotros sino el ordenarlas bajo nombres,

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según las ideas complejas existentes en nosotros, y no según las esencias precisas,
distintas y reales que hay en las cosas mismas, se deduce de lo siguiente: que
encontramos que muchos de los individuos que han sido clasificados dentro de una
clase, designados por un nombre común, y considerados por eso como de una especie,
tienen, con todo, cualidades que dependen de su constitución real, en las que difieren
tanto entre ellos como con respecto a otros individuos con los que se encuentran
diferencias específicas. Esto, que es fácil de observar para todos los que se relacionan
con los cuerpos naturales, y en especial para los químicos, quienes, con frecuencia, se
convencen de ello por sus tristes experiencias, cuando buscan, la mayor parte de las
veces en vano, en un trozo de azufre, antimonio o vitriolo, las mismas cualidades que
habían encontrado en otros fragmentos. Pues, aunque sean cuerpos de la misma especie,
teniendo la misma esencia nominal bajo el mismo nombre, sin embargo, muestran
muchas veces, después de algunos exámenes, cualidades tan diferentes de un tipo u
otro, como para frustrar las esperanzas y trabajos de los químicos más cuidadosos. Pero
si las cosas se distinguieran en especies, según sus esencias reales, resultaría tan
imposible encontrar propiedades diferentes en dos sustancias individuales de la misma
especie, como lo es encontrar propiedades diferentes en dos círculos o en dos triángulos
equiláteros. La esencia para nosotros es propiamente esto, lo que determina toda
particularidad de esta clase o aquélla, o, lo que es lo mismo, de éste o aquel nombre
general; y ¿qué otra cosa puede ser sino esa idea abstracta a la que está anexado el
nombre; y así, en realidad, no guarda más relación esa esencia con el ser de las cosas
particulares que con sus denominaciones generales?

9. No conocemos la esencia real


Por tanto, nosotros no podemos ordenar y clasificar las cosas y, en consecuencia, darles
denominaciones (que es la finalidad de la clasificación por sus esencias reales desde el
momento en que éstas nos son desconocidas. Nuestras facultades no nos conducen más
allá en el conocimiento y distinción de las sustancias de una colección de aquellas ideas
sensibles que podemos observar en ellas; la cual, aunque se forme con la mayor

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diligencia y exactitud de la que seamos capaces, está, sin embargo, más lejos de la
verdadera constitución interna de la que fluyen esas cualidades, que, como ya dije, lo
está la idea de un campesino del mecanismo interno de aquel famoso reloj de
Estrasburgo […]

14. Dificultades que entraña la suposición de cierto número de esencias reales


Una cruda suposición. Para distinguir los seres sustanciales en especies, de acuerdo con
la suposición habitual de que existen ciertas esencias precisas o formas de las cosas, por
las que todos los individuos existentes se distinguen por naturaleza en especies, son

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necesarias las condiciones siguientes:

15. Primero
Sería necesario estar seguros de que la naturaleza, en la producción de las cosas,
siempre se propone que participen de ciertas esencias ordenadas y establecidas, que
tendrían que ser los modelos de todas las cosas que han de ser producidas. Esto, en el
sentido crudo en que habitualmente se propone, necesitaría de una explicación más
convincente antes de poder consentir en ello totalmente.

16. Segundo nacimientos monstruosos


Sería necesario saber si la naturaleza logra siempre esas esencias que se propone en la
producción de las cosas. Los nacimientos anormales y monstruosos, que se han podido

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observar en las diversas clases de animales, nos darán siempre una razón para dudar de
una o de ambas condiciones.

17. Tercero, ¿son los monstruos en realidad una especie distinta?


Se debería determinar si eso que llamamos monstruos son realmente una especie
distinta, de acuerdo con la noción escolástica de la palabra especie, ya que es seguro que
todo lo existente tiene su constitución particular. Y, sin embargo, encontramos que
algunas de esas producciones monstruosas no tienen sino pocas o ninguna de esas
cualidades que se suponen resultan, y acompañan, de la esencia de esa especie de la que
originariamente se derivan y a la cual parecen pertenecer.

18. Cuarto, los hombres pueden carecer de ideas di las esencias reales
Las esencias reales de esas cosas que distinguimos en especies, y a las que damos
nombres una vez que han sido distinguidas de esta manera, debieran ser conocidas;
ergo, deberíamos tener ideas acerca de ellas. Pero desde el momento en que somos
ignorantes con respecto a esos cuatro puntos, las supuestas esencias reales de las cosas
no nos sirven de ayuda para distinguir las sustancias en especies.

19. Quinto, nuestras esencias nominales de las sustancias no son colecciones perfectas
de las propiedades que fluyen de sus esencias reales
La única ayuda imaginable en este caso sería que, una vez que se habían formado ideas
complejas perfectas de las propiedades de las cosas que fluyen de sus diferentes
esencias reales, pudiéramos distinguirlas en especies. Pero esto no puede hacerse, pues,
como ignoramos la esencia real misma, resulta imposible conocer todas esas
propiedades que fluyen de ella, y que tan unidas están a ella, de manera que, faltando
cualquiera de ellas, podamos concluir con certeza que esa esencia no está allí y que, por
tanto, la cosa no es de esa especie. Nunca podremos saber cuál es el número preciso de
propiedades que dependen de la esencia real del oro, faltando una de las cuales, la
esencia real del oro, y, en consecuencia, el oro no estaría allí a no ser que conociéramos

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la esencia real misma del oro, y por ella determináramos su especie. Deseo que se

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entienda que uso la palabra oro para designar un fragmento particular de materia; la
última guinea que ha sido acuñada. Pues si se tomara aquí en su significado ordinario,
por esa idea compleja que yo o cualquier otro llamamos oro, es decir, por la esencia
nominal del oro, sería una jerigonza; tan difícil resulta mostrar los distintos significados
e imperfecciones de las palabras, cuando no tenemos otra cosa que palabras para
hacerlo.

20. Los nombres no dependen de las esencias reales


Por todo lo cual resulta evidente que nuestro distinguir las sustancias en especies por
medio de nombres no se funda en sus esencias reales, y que no podemos pretender
ordenarlas y reducirlas exactamente a especies, de acuerdo con diferencias esenciales
internas.

21. Pero contienen una colección tal de ideas simples como la que nosotros hemos

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hecho que signifiquen los nombres
Pero como, según se ha señalado repetidamente, tenemos necesidad de palabras
generales, aunque no conozcamos las esencias reales de las cosas, todo cuanto podemos
hacer es reunir aquel número de ideas simples cuando, mediante un examen, las
encontramos unidas a las cosas existentes, y formar de este modo una sola idea
compleja. La cual, aunque no sea la esencia real de ninguna sustancia existente, es, sin
embargo, la esencia específica a la que pertenece nuestro nombre, y se puede
intercambiar con él; […]

26. Por eso son muy diversas e inciertas en las ideas de diferentes hombres
Puesto que es evidente que nosotros clasificamos y nombramos las sustancias por sus
esencias nominales y no por sus esencias reales, lo siguiente que debemos considerar es
cómo y por quién se hacen esas esencias. En cuanto a lo último, resulta evidente que las
hace la mente y no la naturaleza, pues si fueran obra de la naturaleza no podrían ser
varias y diferentes en los distintos hombres como la experiencia nos dice que lo son.
Pues si examinamos esto, encontraremos que la esencia nominal de cualquier especie de
sustancia no es la misma en todos los hombres, ni siquiera aquella que nos es más
íntimamente familiar entre todas. […]

31. Las esencias de las especies bajo un mismo nombre son muy diferentes en las
distintas mentes de los hombres
Pero aun cuando esas especies de sustancias son suficientes para la conversación
común, es evidente que la idea compleja, a la que se advierte que se ajustan diversos
individuos, está formada muy diferentemente por los distintos nombres: por algunos con
mayor exactitud, por otros con menos. Para algunos esa idea compleja contiene un
mayor número de cualidades que para otros, así que resulta claro que es según la forme
la mente. El amarillo luminoso significa el oro para los niños; otros añadirá el peso, la
maleabilidad, la fusibilidad; y otros unas cualidades distintas que encuentran unidas a
ese color amarillo de manera tan constante como el peso y la fusibilidad. Porque en
todas esas cualidades y en otras similares, cada una tiene tan legítimo derecho de ser
incluida en la idea compleja de esa sustancia, en la que todas están unidas, como
cualquier otra. Y por eso hombres diferentes, omitiendo o incluyendo diversas ideas
simples que los demás no hacen, según el diverso examen, habilidad u observación
sobre el asunto, tienen diferentes esencias del oro, que deben ser, por eso, obra de ellos
mismos y no de la naturaleza.

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34. Ejemplo en los casuarios
Si yo deseara hablar con alguien de una clase de pájaros que últimamente vi en el
parque de St. james, de unos tres o cuatro pies de altura, con una extraña cubierta entre
las plumas y el pelo, de un color marrón oscuro, sin alas, pero en su lugar dos o tres
pequeñas ramas apuntando hacia abajo como brotes de retama, con unas patas largas y
grandes, con sólo tres garras y sin cola, sería necesario que hiciera toda la descripción
precedente si quisiera que los demás pudieran entenderme. Pero cuando se me ha dicho
que el nombre de este animal es casuario, entonces ya puedo hacer uso de esta palabra

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para significar en mi conversación toda la idea compleja mencionada en aquella
descripción, aunque por esa palabra, que ahora ha llegado a ser un nombre específico
para mí, no sé más acerca de la esencia real o de la constitución de esa clase de animales
de lo que sabía antes; y seguramente conocía tanto sobre la naturaleza de esa especie de
aves antes de saber su nombre, como muchos ingleses sobre la naturaleza de los cisnes
o las garzas, que son nombres específicos y muy conocidos de ciertas aves muy
conocidas en Inglaterra.

35. Los hombres son los que determinan las clases de las sustancias
A partir de lo que se ha dicho, resulta evidente que los hombres hacen las clases de las
cosas. Pues siendo únicamente las esencias diferentes las que hacen las diferentes
especies, es evidente que quienes hacen esas ideas abstractas que son las esencias

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nominales forman de igual manera las especies o clases. Si se pudiera encontrar un
cuerpo que tuviera todas las demás cualidades del oro con excepción de la maleabilidad,
no hay duda de que se suscitarían problemas a la hora de saber si se trataba o no de oro,
y, por tanto, si era de esa especie. Esto únicamente se podría determinar por esa idea
abstracta a la que todo el mundo anexa el nombre de oro, así que sería verdadero ese oro
y pertenecería a esa especie para aquel que no incluyera la maleabilidad en su esencia
nominal, significada por el sonido; y, por el contrario, no sería oro verdadero, ni
pertenecería a esa especie, para quien incluyera la maleabilidad en su idea específica.
¿Y quién, pregunto, es el que hace esas diversas especies, incluso bajo un único y
mismo nombre, sino los hombres que forjan dos ideas abstractas diferentes, que no
tienen exactamente el mismo número de cualidades? No es una mera suposición
imaginar que pueda existir un cuerpo en el que se encuentren todas las cualidades del
oro con excepción de la maleabilidad, ya que es cierto que el oro mismo es tan ávido
(como dicen los propios artífices) algunas veces que no soporta mejor el martillo que el
propio cristal. Y lo que hemos afirmado sobre que incluya, o excluya, la maleabilidad
en la idea compleja el nombre de oro cualquier persona, puede decirse también de su
peso específico, de su fijeza y de otras cualidades semejantes; pues sea lo que fuere lo
incluido u omitido, es siempre la idea compleja, a la que se anexa el nombre, la que
determina la especie; y con que una porción particular de materia responda a esa idea, el
nombre de la especie le pertenecerá verdaderamente, y será de esa especie. Y así,
cuando algo es verdadero oro, es un perfecto metal; por lo que resulta evidente que la
determinación de las especies depende del entendimiento del hombre que se forma esta
o aquella idea compleja.

39. Cómo se refieren a los nombres los géneros y las especies


Hasta qué punto la formación de especies y géneros está referida a los nombres
generales, y hasta qué punto los nombres generales son necesarios, si no al ser, al menos
para completar una especie, y hacer que pase por tal, se muestra, además de con el
ejemplo anterior del hielo y el agua, con otro muy familiar. Un reloj silencioso y uno

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con campanas son de la misma especie para los que tengan un solo nombre para ambos;
pero quien tenga el nombre watch ( Watch en inglés significa reloj de pulsera o bolsillo,
mientras que clock significa reloj de pared o, en este caso, de campanario) para uno y
clock para el otro, y distinga las ideas complejas a las que pertenecen esos nombres,
tendrá dos especies diferentes. Se podrá decir quizá que el mecanismo interior y la
hechura de ambos son diferentes, y que el relojero tiene una idea clara de ello. Y, sin
embargo, es evidente que constituirán una sola especie para el que sólo tenga un nombre
para ambos. Pues ¿qué se necesita en el mecanismo interior para que se constituya una
nueva especie? Hay algunos relojes que han sido fabricados con cuatro engranajes,

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mientras que otros lo han sido con cinco; pero ¿es esto una diferencia especial para el
artífice? Algunos tienen cuerdas y husos, otros no; algunos tienen el balancín suelto,
otros regulado por un resorte en espiral y otros por cerdas de puerco. ¿Son suficientes
algunas o todas esas circunstancias en conjunto para constituir una diferencia específica
para el artífice, que conoce cada una de esas diferencias y otras diferentes que presentan
los mecanismos dentro de la constitución interna de los relojes? Es totalmente cierto que
cada una de aquéllas presenta una diferencia real con respecto a las demás; pero si es o
no una diferencia esencial, o una diferencia específica, es algo que sola- mente se
refiere a la idea compleja a la que se da el nombre de reloj; en tanto todas éstas se
conformen con la idea que el nombre significa, y ese nombre no sea un nombre
genérico que abarque diferentes especies, no serán esencial o específicamente
diferentes. Pero si alguien quiere hacer divisiones más minuciosas, partir de las

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diferencias que él sabe existen en la estructura interna de los relojes, y a estas ideas
complejas precisas les da nombres que lleguen a perdurar, éstas constituirán nuevas
diferencias distinguir los relojes en esas clases diversas, y entonces el término reloj
será un nombre genérico. Sin embargo, no existirían esas especies diferentes para los
hombres que ignoran el funcionamiento de un reloj, así como sus mecanismos internos,
y que no tiene otra idea de ellos que la de sus formas exteriores y su tamaño, además de
saber que señalan las horas con las manecillas. Pues, para aquellos, todos esos otros
nombres no serían sino términos sinónimos de una misma idea, y no significarían otra
cosa que reloj. justamente lo mismo pienso que acontece con las cosas naturales. Nadie
podrá poner en duda que los engranajes y resortes internos de un hombre racional (si
permite la expresión) sean diferentes a los de un imbécil, lo mismo que existe diferencia
en la formación de un mandril y un imbécil. Pero el que una de esas diferencias o ambas
sean esenciales o específicas, solamente lo podemos saber por su conformidad o
disconformidad con la idea compleja que significa el nombre de hombre; pues
solamente de esa manera se puede determinar si uno o ambos seres son un hombre, o si
ninguno lo son.

40. Las especies de las cosas artificiales son menos confusas que las naturales
A partir de lo que se ha dicho, podemos ver el motivo por el que, en las especies de las
cosas artificiales, hay generalmente menos confusión e incertidumbre que en las
naturales. Pues siendo las cosas artificiales un producto humano que el artífice se
propuso hacer, y de¡ que, por tanto, tiene una idea conocida, se su- pone que el nombre
de la cosa no significa otra idea, ni implica otra esencia que no pueda ser conocida con
seguridad y fácilmente aprendida. Porque como la idea o la esencia de las diversas
clases de cosas artificiales no consiste, la mayor parte de las veces, en otra cosa que la
forma determinada de las partes sensibles, y algunas veces en un movimiento
dependiente de ellas, lo cual el artífice labra con los materiales que encuentra adecuados
para este fin, no sobrepasa el alcance de nuestras facultades el forjarnos una
determinada idea de ello, y fijar así el significado de los nombres, por los que se

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distinguen las especies de las cosas artificiales, con menos dudas, oscuridad y

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equivocaciones de las que podemos cometer con respecto a las cosas naturales, cuyas
diferencias y operaciones dependen de los mecanismos que sobrepasan el alcance de
nuestros descubrimientos.

48. Las ideas abstractas de las sustancias son siempre imperfectas y, por tanto, diversas
Pero eso no es todo. También quisiera añadir que los nombres de las sustancias no
solamente tendrían, como de hecho tienen, diferentes significados cuando son usados
por hombres distintos, sino que también se sospecharía que era así, lo cual resultaría un
inconveniente bastante considerable para el uso del lenguaje. Pues si se supusiera que
cada cualidad distinta que se descubriera en cualquier materia formaba una parte
necesaria de la idea compleja significada por el nombre común que se le da, se debería
seguir que la misma palabra significa cosas diferentes en hombres distintos, puesto que
no se puede poner en duda que diferentes hombres puedan haber descubierto diversas
cualidades en sustancia de una misma denominación de las que otros nada supieran.

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49. Por tanto, para fijar sus especies nominales, se ha supuesto una esencia real
Para poder evitar esto, los hombres han supuesto una esencia real perteneciente a cada
especie, a partir de la que fluyen esas propiedades, con la intención de que el nombre de
esa especie signifique esa esencia. Pero no teniendo éstos ninguna idea de esa esencia
real en las sustancias, y no significando nada sus palabras, sino las ideas que tienen, lo
que se consigue mediante este intento es poner el nombre o sonido en lugar y
circunstancia de la cosa que tiene esa esencia real, sin llegar a saber qué es esa esencia
real; y esto es lo que hacen los hombres cuando hablan de especies de cosas,
suponiendo que han sido hechas por la naturaleza y distinguidas por esencias reales.

50. La cual suposición no es de ninguna utilidad


Cuando afirmamos que todo el oro es fijo, consideremos que o bien se quiere decir que
la fijeza es una parte de la definición, es decir, parte de la esencia nominal que la
palabra oro significa, de manera que la afirmación «todo el oro es fijo» no contiene
nada que no esté significado en el término oro; o bien se quiere decir que la fijeza, no
siendo parte de la definición del oro, es una propiedad de la sustancia misma, en cuyo
caso resulta evidente que la palabra oro está tomada en lugar de una sustancia, que tiene
la esencia real de una especie de cosas establecida por la naturaleza. Y en este proceso
de sustitución se da una significación tan confusa e incierta que, aunque esta
proposición «el oro es fijo» sea en ese sentido afirmación de algo real, es una verdad
que siempre nos fallará en su aplicación particular, por lo que siempre carecerá de una
utilidad real y de certidumbre. Pues por muy verdadero que sea afirmar que todo oro es
fijo, es decir, todo lo que tenga su esencia real, ¿de qué servirá esto mientras no
sepamos lo que es o no oro en ese sentido? Porque si no conocernos la esencia real del
oro, resulta imposible que podamos saber qué parte de materia tiene esa esencia, y, en
consecuencia, si es o no oro verdadero.

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