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Nombres profanos y

nombres iniciáticos*
RENÉ GUÉNON

Al hablar anteriormente de las diversas clases de secretos de orden


más o menos exterior que pueden existir en algunas organizaciones, ini-
ciáticas o no, hemos mencionado entre otros el secreto que se refiere a los
nombres de sus miembros; y, a primera vista, puede parecer que éste haya
de situarse entre las simples medidas de precaución destinadas a defen-
derse contra los peligros que puedan provenir de enemigos cualesquiera,
sin que haya que buscar en esto una razón más profunda. De hecho, esto
es así sin duda en muchos de los casos, y al menos en aquellos en los que
se trata de organizaciones secretas puramente profanas; pero no obstante,
cuando se trata de organizaciones iniciáticas, puede que en esto haya otra
cosa, y que este secreto, como todo lo demás, revista un carácter verda-
deramente simbólico. Hay tanto más interés en detenerse un poco sobre
este punto, cuanto que la curiosidad por los nombres es una de las mani-
festaciones más ordinarias del “individualismo” moderno, y que, cuando
*
Nota del editor: Capítulo XXVII de Consideraciones sobre la Iniciación,
Editorial Librería Pardes, Barcelona, 2012.

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Nombres profanos y nombres iniciáticos

pretende aplicarse a cosas del dominio iniciático, manifiesta todavía un


grave desconocimiento de las realidades de este orden, y de una desafor-
tunada tendencia a querer llevarlas al nivel de las contingencias profanas.
El “historicismo” de nuestros contemporáneos sólo se satisface si pone
nombre propio a todas las cosas, es decir, si las atribuye a individualida-
des humanas determinadas, según la concepción más restringida que uno
se pueda hacer de ellas, la que tiene vigencia en la vida profana y que no
tiene en cuenta más que la modalidad corporal únicamente. No obstante,
el hecho de que el origen de las organizaciones iniciáticas nunca pueda
ser atribuido a tales individualidades ya debería dar que pensar a este res-
pecto; y, cuando se trata de aquellas del orden más profundo, sus mismos
miembros no pueden ser identificados, no porque disimulen, lo que, por
mucho cuidado que pusieran en ello, no siempre podría ser eficaz, sino
porque, en rigor, no son “personajes” en el sentido en que lo querrían los
historiadores, así que, quienquiera que crea poder nombrarlos, por eso
mismo, estará inevitablemente en el error.1 Antes de entrar en explicacio-
nes más amplias sobre esta cuestión, diremos que algo análogo se encuen-
tra, salvando las distancias, en todos los grados de la escala iniciática,
incluso en los más elementales, de manera que, si una organización ini-
ciática es realmente lo que debe ser, la designación de uno cualquiera de
sus miembros por un nombre profano, incluso si es exacta “materialmen-
te”, siempre estará salpicada de falsedad, más o menos como lo estaría la
confusión entre un actor y un personaje cuyo papel representa, y al que
alguien se obstinara en aplicarle su nombre en todas las circunstancias de
su existencia.

Ya hemos insistido sobre la concepción de la iniciación como un


“segundo nacimiento”; es precisamente por una consecuencia lógica
inmediata de esta concepción por lo que, en numerosas organizaciones,
el iniciado recibe un nombre nuevo, diferente de su nombre profano; y
en esto no hay una simple formalidad, ya que este nombre debe corres-

1
Este es el caso sobre todo, en Occidente, de los verdaderos Rosa-Cruz.

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ponder a una modalidad igualmente diferente de su ser, aquélla cuya


realización se hace posible por la acción de la influencia espiritual
transmitida por la iniciación; se puede observar por otra parte que,
incluso desde el punto de vista exotérico, existe la misma práctica, con
una razón análoga, en ciertas órdenes religiosas. Por consiguiente, ten-
dremos para el mismo ser dos modalidades distintas, una que se mani-
fiesta en el mundo profano, y la otra en el interior de la organización ini-
ciática;2 y, normalmente, cada una de ellas debe tener su propio nombre,
dado que el de una no conviene a la otra, puesto que se sitúan en dos
órdenes realmente diferentes. Se puede ir más lejos: a todo grado de ini-
ciación efectiva corresponde también otra modalidad diferente del ser;
así pues, éste debería recibir un nombre nuevo para cada uno de estos
grados, e, incluso si de hecho este nombre no se le ha dado, no deja de
existir en menor medida, si se puede decir, como expresión característi-
ca de esta modalidad, ya que un nombre no es más que esto en realidad.
Ahora bien, como estas modalidades están jerarquizadas en el ser, suce-
de lo mismo con los nombres que respectivamente las representan; así
pues, un nombre será tanto más verdadero cuanto más profundo sea el
orden de la modalidad a la que corresponde, ya que, por esto mismo,
expresará algo que estará más cerca de la verdadera esencia del ser. Así
pues, contrariamente a la opinión vulgar, es el nombre profano el que,
al estar vinculado a la modalidad más exterior y a la manifestación más
superficial, es el menos verdadero de todos; y así es sobre todo en una
civilización que ha perdido todo carácter tradicional, y donde este nom-
bre no expresa ya casi nada de la naturaleza del ser. En cuanto a lo que
se puede llamar el verdadero nombre del ser humano, el más verdadero
de todos, el nombre que, por lo demás, es propiamente un “número”, en
2
La primera, por lo demás, debe considerarse como si no tuviera más que una exis-
tencia ilusoria en relación con la segunda, no sólo en razón de la diferencia de los grados
de realidad a los que se refieren respectivamente, sino también porque, como hemos
explicado un poco más arriba, el “segundo nacimiento” implica necesariamente la
“muerte” de la individualidad profana, que así ya no puede subsistir más que a título de
simple apariencia exterior.

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el sentido pitagórico y cabalístico de esta palabra, es el que corresponde


a la modalidad central de su individualidad, es decir, a su restauración
en el “estado primordial”, ya que es éste el que constituye la expresión
integral de su esencia individual.

De estas consideraciones resulta que un nombre iniciático no debe


ser conocido en el mundo profano, puesto que representa una modalidad
del ser que no podría manifestarse en éste, de manera que su conocimien-
to caería en cierto modo en el vacío, al no encontrar nada a lo que pudiera
aplicarse realmente. A la inversa, el nombre profano representa una
modalidad de la que el ser debe despojarse cuando entra en el dominio
iniciático, y que, para él, ya no es entonces más que un simple papel que
representa en el exterior; así pues, este nombre no podría valer en este
dominio, ya que con relación a éste lo que expresa es en cierto modo
inexistente. Por lo demás, es evidente que estas razones profundas de la
distinción, y, por así decir, de la separación entre el nombre iniciático y el
nombre profano, al designar “entidades” efectivamente diferentes, pue-
den no ser conscientes en todas partes donde el cambio de nombre se ha
practicado de hecho; puede ocurrir que, como consecuencia de la degene-
ración de algunas organizaciones iniciáticas, se llegue a intentar explicar
por motivos completamente exteriores, presentándolo, por ejemplo, como
una simple medida de prudencia, lo que, en definitiva, tiene más o menos
el mismo valor que las interpretaciones del ritual y del simbolismo en un
sentido moral o político, y no impide en modo alguno que haya habido
algo muy diferente en el origen. Por el contrario, si no se trata más que de
organizaciones profanas, estos mismos motivos exteriores son realmente
válidos, y no habría nada más, a menos que no haya también, en algunos
casos, como ya hemos dicho a propósito de los ritos, el deseo de imitar
los usos de las organizaciones iniciáticas, pero, naturalmente, sin que esto
pueda responder entonces a la menor realidad; y esto muestra todavía una
vez más que apariencias similares pueden, de hecho, recubrir las cosas
más diferentes.

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Ahora bien, todo lo que hemos dicho hasta aquí de esta multi-
plicidad de nombres, que representan otras tantas modalidades del ser, se
refiere únicamente a extensiones de la individualidad humana, compren-
didas en su realización integral, es decir, iniciáticamente, en el dominio
de los “pequeños misterios”, como explicaremos a continuación de una
manera más precisa. Cuando el ser pasa a los “misterios mayores”, es
decir, a la realización de los estados supra-individuales, va por esto
mismo más allá del nombre y de la forma, puesto que, como enseña la
doctrina hindú, éstos (nâma-rûpa) son las expresiones respectivas de la
esencia y de la substancia de la individualidad. Un ser semejante, verda-
deramente, ya no tiene nombre, puesto que éste es una limitación de la
que a partir de ahora está liberado; podrá, si hay motivo para ello, tomar
cualquier nombre para manifestarse en el dominio individual, pero ese
nombre no le afectará de ninguna manera y será para él tan “accidental”
como un simple vestido que uno puede abandonar o cambiar a voluntad.
Esta es la explicación de lo que decíamos más arriba: cuando se trata de
organizaciones de este orden, sus miembros no tienen nombre, y, por lo
demás, tampoco ellas lo tienen; en estas condiciones, ¿qué hay todavía
que pueda dar pie a la curiosidad profana? Incluso si acontece que ésta
llega a descubrir algunos nombres, no tendrán más que un valor totalmen-
te convencional; y esto ya se puede producir, muy a menudo, en organi-
zaciones de orden inferior a éste, en las que se emplean, por ejemplo, “fir-
mas colectivas”, que representan, ya sea a estas mismas organizaciones
en su conjunto, ya sea funciones consideradas independientemente de las
individualidades que las cumplen. Todo esto, repitámoslo, resulta de la
naturaleza misma de las cosas de orden iniciático, donde las consideracio-
nes individuales no cuentan para nada, y en absoluto tiene como objetivo
desviar ciertas investigaciones, aunque, de hecho, esto sea una con-
secuencia de ello; pero, ¿cómo podrían suponer los profanos intenciones
distintas a las que ellos mismos pueden tener?

De aquí viene también, en muchos casos, la dificultad o incluso la


imposibilidad de identificar a los autores de obras que tienen un cierto

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Nombres profanos y nombres iniciáticos

carácter iniciático:3 o son enteramente anónimas, o, lo que es lo mismo,


sólo tienen como firma una marca simbólica o un nombre convencional;
por lo demás, no hay ninguna razón para que sus autores hayan desempe-
ñado en el mundo profano un papel aparente cualquiera. Cuando tales
obras llevan, por el contrario, el nombre de un individuo conocido del que
por otra parte se sabe que ha vivido efectivamente, quizá no hayamos
avanzado mucho más, ya que no es por esto por lo que se sabrá exacta-
mente de quién o de qué se trata: este individuo puede muy bien no haber
sido más que un portavoz, incluso una máscara; en tal caso, su pretendida
obra podrá implicar conocimientos que él nunca habría tenido realmente;
puede no ser más que un iniciado de un grado inferior, o incluso un simple
profano que habrá sido escogido por razones contingentes cualesquiera;4
y entonces, evidentemente, no es el autor lo que importa, sino únicamente
la organización que la ha inspirado.

Por lo demás, incluso en el orden profano, puede uno extrañarse de


la importancia atribuida en nuestros días a la individualidad de un autor y
a todo lo que le afecta de cerca o de lejos; ¿el valor de la obra depende de
alguna manera de estas cosas? Por otro lado, es fácil constatar que la pre-
ocupación de vincular su nombre a una obra cualquiera se encuentra tanto
menos en una civilización cuanto más estrechamente enlazada está ésta a

3
Esto es, por lo demás, susceptible de una aplicación muy general en todas las civi-
lizaciones tradicionales, por el hecho de que el carácter iniciático está vinculado a los
oficios, de manera que toda obra de arte (o a lo que los modernos llamarían así), del tipo
que sea, participa de él necesariamente en una cierta medida. Sobre esta cuestión, que es
la del sentido superior y tradicional del “anonimato”, ver Le Règne de la Quantité et les
Signes des Temps, cap. IX.
4
Por ejemplo, así parece que haya sido, al menos en parte, para las novelas del Santo
Grial; a una cuestión de este tipo es también a la que se remiten, en el fondo, todas las
discusiones a las que ha dado lugar la “personalidad” de Shakespeare, aunque, de hecho,
aquellos que se han entregado a ellas no hayan sabido llevar nunca esta cuestión a su
verdadero terreno, de manera que apenas han hecho más que embrollarla de una manera
casi inextricable.

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los principios tradicionales, para los que, de hecho, el “individualismo”


bajo todas sus formas es verdaderamente su negación misma. Se puede
comprender sin esfuerzo que todo esto tiene sentido, y no queremos insis-
tir más en ello, tanto más cuanto que se trata de cosas sobre las que ya nos
hemos explicado frecuentemente en otras partes; pero no era inútil subra-
yar todavía, en esta ocasión, el papel del espíritu antitradicional, caracte-
rístico de la época moderna, como causa principal de la incomprensión de
las realidades iniciáticas y de la tendencia general a reducirlas a los pun-
tos de vista profanos. Es este espíritu el que, bajo nombres tales como los
de “humanismo” y “racionalismo”, se esfuerza constantemente, desde
hace varios siglos, en llevarlo todo a las proporciones de la individualidad
humana vulgar, queremos decir de la porción restringida que conocen de
ella los profanos, y en negar todo lo que sobrepasa este dominio estrecha-
mente limitado, y por consiguiente, en particular, todo lo que depende de
la iniciación, en el grado que sea. Apenas hay necesidad de señalar que
las consideraciones que acabamos de exponer aquí se basan esencialmen-
te en la doctrina metafísica de los estados múltiples del ser, de la que son
una aplicación directa;5 ¿cómo podría ser comprendida esta doctrina por
aquellos que pretenden hacer del hombre individual, e incluso únicamen-
te de su modalidad corporal, un todo completo y cerrado, un ser que se
basta a sí mismo, en lugar de no ver lo que es en realidad, la manifesta-
ción contingente y transitoria de un ser en un dominio muy particular
entre la multitud indefinida de aquéllos cuyo conjunto constituye la
Existencia universal, y a los cuales corresponden, para este mismo ser,
otras tantas modalidades y estados diferentes, de los que le será posible
tomar consciencia precisamente al seguir la vía que se le abre por la ini-
ciación?

5
Para la exposición completa de aquello de lo que se trata, ver nuestro estudio sobre
Les États multiples de l’être.

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