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nombres iniciáticos*
RENÉ GUÉNON
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Nombres profanos y nombres iniciáticos
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Este es el caso sobre todo, en Occidente, de los verdaderos Rosa-Cruz.
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Ahora bien, todo lo que hemos dicho hasta aquí de esta multi-
plicidad de nombres, que representan otras tantas modalidades del ser, se
refiere únicamente a extensiones de la individualidad humana, compren-
didas en su realización integral, es decir, iniciáticamente, en el dominio
de los “pequeños misterios”, como explicaremos a continuación de una
manera más precisa. Cuando el ser pasa a los “misterios mayores”, es
decir, a la realización de los estados supra-individuales, va por esto
mismo más allá del nombre y de la forma, puesto que, como enseña la
doctrina hindú, éstos (nâma-rûpa) son las expresiones respectivas de la
esencia y de la substancia de la individualidad. Un ser semejante, verda-
deramente, ya no tiene nombre, puesto que éste es una limitación de la
que a partir de ahora está liberado; podrá, si hay motivo para ello, tomar
cualquier nombre para manifestarse en el dominio individual, pero ese
nombre no le afectará de ninguna manera y será para él tan “accidental”
como un simple vestido que uno puede abandonar o cambiar a voluntad.
Esta es la explicación de lo que decíamos más arriba: cuando se trata de
organizaciones de este orden, sus miembros no tienen nombre, y, por lo
demás, tampoco ellas lo tienen; en estas condiciones, ¿qué hay todavía
que pueda dar pie a la curiosidad profana? Incluso si acontece que ésta
llega a descubrir algunos nombres, no tendrán más que un valor totalmen-
te convencional; y esto ya se puede producir, muy a menudo, en organi-
zaciones de orden inferior a éste, en las que se emplean, por ejemplo, “fir-
mas colectivas”, que representan, ya sea a estas mismas organizaciones
en su conjunto, ya sea funciones consideradas independientemente de las
individualidades que las cumplen. Todo esto, repitámoslo, resulta de la
naturaleza misma de las cosas de orden iniciático, donde las consideracio-
nes individuales no cuentan para nada, y en absoluto tiene como objetivo
desviar ciertas investigaciones, aunque, de hecho, esto sea una con-
secuencia de ello; pero, ¿cómo podrían suponer los profanos intenciones
distintas a las que ellos mismos pueden tener?
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Esto es, por lo demás, susceptible de una aplicación muy general en todas las civi-
lizaciones tradicionales, por el hecho de que el carácter iniciático está vinculado a los
oficios, de manera que toda obra de arte (o a lo que los modernos llamarían así), del tipo
que sea, participa de él necesariamente en una cierta medida. Sobre esta cuestión, que es
la del sentido superior y tradicional del “anonimato”, ver Le Règne de la Quantité et les
Signes des Temps, cap. IX.
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Por ejemplo, así parece que haya sido, al menos en parte, para las novelas del Santo
Grial; a una cuestión de este tipo es también a la que se remiten, en el fondo, todas las
discusiones a las que ha dado lugar la “personalidad” de Shakespeare, aunque, de hecho,
aquellos que se han entregado a ellas no hayan sabido llevar nunca esta cuestión a su
verdadero terreno, de manera que apenas han hecho más que embrollarla de una manera
casi inextricable.
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Para la exposición completa de aquello de lo que se trata, ver nuestro estudio sobre
Les États multiples de l’être.
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