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8.1.

El establecimiento de Alfonso XII como rey, y el


funcionamiento del sistema canovista; la Restauración
El fracaso de la fórmula republicana había despertado el deseo de restaurar la
monarquía sobre nuevas bases políticas que dieran orden y estabilidad al país.

El artífice de la Restauración borbónica es Cánovas del Castillo, quien


preparó la vuelta de Alfonso, hijo de Isabel II, con intención de que esta restauración
se produjera como resultado de un estado de opinión y no mediante un nuevo
pronunciamiento militar. En el Manifiesto de Sandhurst, firmado por el príncipe
Alfonso, se compromete a respetar el constitucionalismo, el liberalismo y la religión
católica. Sin embargo, los militares se adelantaron, pues el general Martínez Campos
protagonizó el pronunciamiento de Sagunto (Valencia) en diciembre de 1874,
proclamando rey de España a Alfonso XII.

Entre 1875 y 1902 debemos distinguir dos fases: el reinado de Alfonso XII,
interrumpido por su temprana muerte a los 28 años por tuberculosis, y la regencia de
María Cristina de Habsburgo, su viuda, que asumió el poder hasta la mayoría de edad
del futuro Alfonso XIII, del que estaba embarazada a la muerte de su esposo.

Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) el gobierno lo ejerció


básicamente el Partido Conservador, salvo de 1881 a 1884 en que, con el primer
gobierno del Partido Liberal, se inició la práctica del turno de partidos.

El gran protagonista fue Antonio Cánovas del Castillo. Los mayores éxitos
políticos fueron acabar con la guerra carlista y con la guerra en Cuba, heredadas del
periodo anterior; incluso se disfrutó de una buena situación económica internacional
que favoreció la consolidación del capitalismo español.

El gobierno del Partido Conservador se caracterizó por sus medidas restrictivas


sobre los derechos establecidos en la Constitución, y por la centralización
administrativa (eliminación de fueros vascos, escasa autonomía del poder local, etc.).

El Partido Liberal restableció libertades (ley de prensa de 1883) y se preocupó por


la mejoría de las condiciones sociales de las clases trabajadoras, aunque sin medidas
concretas.

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La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) entró en su fase final por el desgaste
militar de los carlistas, la nueva situación política que recuperó a muchos
monárquicos para el bando alfonsino, y la mayor capacidad del nuevo gobierno. Se
sucedieron varias ofensivas ocupando el Maestrazgo, controlando Cataluña tras la
ocupación de Seo de Urgel (agosto de 1875) y culminando la guerra en el norte con la
ocupación de Montejurra y la entrada en Estella (febrero de 1876). El pretendiente
Carlos VII se exilió en Francia.

Durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena (1885-


1902) el Partido Liberal de Sagasta realizó una intensa labor legislativa más
progresistas y liberalizadoras, siguiendo los nuevos postulados del liberalismo
económico y político: ley de juicios con jurado, ley electoral con sufragio universal
masculino, aprobación del Código de Comercio y del Código Civil, ley de asociaciones,
abolición de la esclavitud en Cuba, etc. Por otra parte, se opusieron a la autonomía de
Cuba, y al reconocimiento de particularismos regionales.

La vuelta al poder de los conservadores en la década de 1890 supuso el retorno a


políticas económicas proteccionistas y se prestó escasa atención a los problemas
sociales, recrudeciendo medidas represivas contra brotes de agitación sociales. En
1897 el sistema político sufrió un duro golpe cuando el entonces jefe de gobierno,
Cánovas, murió víctima de un atentado anarquista. Sin embargo, la verdadera crisis
se produciría con la pérdida de las últimas colonias en el año 1898.

Con el sistema canovista, Antonio Cánovas aspiraba a construir un sistema


político estable que superara la confusión y el desorden que habían caracterizado la
mayor parte del siglo XIX. Pretendía acabar con la intervención de los militares en la
política y con las revueltas civiles. Para conseguirlo se inspiró en el modelo inglés,
cuya estabilidad consistía en la alternancia de dos grandes partidos políticos, y en la
consolidación de dos instituciones fundamentales complementarias entre sí,
Monarquía y Parlamento, mediante un equilibrio de poderes.

Los pilares básicos del sistema canovista eran la Corona, los partidos dinásticos y
el ejército. La monarquía debía ejercer como árbitro en la vida política y garantizar
el entendimiento entre los partidos políticos.

Los dos partidos, Liberal y Conservador, renunciaban a pronunciamientos


militares para acceder al poder; ambos configuraban el Parlamento y se alternaban

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en el gobierno. El Partido Liberal aglutinó a la izquierda moderada burguesa,
progresistas, unionistas y ex republicanos moderados. Su líder fue Práxedes Mateo
Sagasta. El Partido Conservador englobaba a los sectores más conservadores y
tradicionales de la sociedad, excepto a los carlistas; su líder era Cánovas.

El ejército, al que se quería alejar de la vida política, consiguió autonomía en sus


asuntos internos. Sin embargo, fue utilizado como elemento de presión sobre la
población civil.

Las bases del nuevo sistema quedaron fijadas en la Constitución de 1876, tras
la celebración de elecciones a las que no concurrieron ni carlistas ni republicanos.
Esta constitución tenía un carácter moderado y se inspiraba en parte en la
Constitución de 1845. Recogía la defensa de los valores tradicionales (familia,
religión, propiedad) con algún avance democrático. Sus principales características
eran:

- soberanía compartida entre el Rey y las Cortes;


- declaración de derechos muy amplia, similar a la de 1869, pero menos
concreta; estos derechos fueron desarrollados en leyes que tendieron a
restringirlos, sobre todo las libertades de imprenta, expresión, asociación y
reunión;
- el rey mantiene el poder ejecutivo, nombra y cesa a los ministros, tiene derecho
a veto, iniciativa legislativa y es el jefe del Ejército;
- el catolicismo se mantiene como religión oficial del Estado, pero se establece
la libertad religiosa individual;
- se limita el poder de las Cortes, que tienen estructura bicameral, con un Senado
elitista y conservador y un Congreso electivo; la forma de acceso a ambas
cámaras fue variando según las leyes dictadas por el gobierno de turno.

El éxito del sistema estaba en el llamado turnismo, consistente en la alternancia


pacífica en el poder de los dos partidos principales, con cambios de gobiernos
pactados de antemano. Cada partido debía respetar la gestión del otro. Cuando la
oposición consideraba que se habían incumplido las reglas, el rey destituía al
gobierno, disolvía las Cortes y convocaba elecciones, que eran ganadas por el partido
de la oposición.

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Ambos partidos, Liberal y Conservador, tenían su propia red organizada para
asegurarse los resultados electorales cuando les correspondía el turno. Ningún
partido denunciaba al otro por estas irregularidades, pues los dos las practicaban.

El sistema electoral corrupto consistía en la manipulación, el caciquismo y el


encasillado. El proceso electoral lo dirigía el Ministerio de Gobernación mediante el
llamado encasillado. El ministro elaboraba las listas de candidatos de acuerdo con
los dos partidos. Estos se repartían los distritos donde debían ser elegidos sus
candidatos. Estas listas se entregaban a los gobernadores civiles de cada provincia, y
estos a los alcaldes y caciques locales.

El caciquismo consistió en el control del voto de los electores. Personajes de gran


influencia política y económica local o provincial (llamados caciques) presionaban a
los votantes con amenazas y sobornos para que votaran al partido deseado o para que
no votaran. El caciquismo fue habitual en el ámbito rural, donde la población era más
influenciable.

El falseamiento electoral, denominado pucherazo, consistió en distintos


procedimientos de adulteración del proceso, como falsificar las actas electorales,
permitir que una persona votara más de una vez, mantener en el censo electoral a
personas fallecidas, o incluso añadir votos a las urnas antes del recuento. El
pucherazo fue más habitual en las ciudades, donde la presión de los caciques no era
tan evidente.

Las listas de diputados estaban formadas por miembros de la alta burguesía y la


aristocracia, una oligarquía que monopolizaba los cargos políticos y administrativos,
ejerciendo el poder en beneficio de las clases que representaban. El sistema se
consolidó porque favorecía la estabilidad política; al eliminar la oposición, se
alejaba el peligro de la radicalización y se aseguraban los intereses de aristocracia y
terratenientes, de burguesía financiera y colonial, de ejército e Iglesia. Ni las clases
medias ni las capas populares se sintieron representadas por el sistema, de modo que
se distanciaron de los asuntos políticos.

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