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4. EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN.

CARACTERÍSTICAS Y

FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA CANOVISTA

El final de la experiencia democrática que supuso el Sexenio Revolucionario (1868-


1874) dará paso a una etapa de la Historia de España, la que será como conocida como
la Restauración. Llamamos así al largo periodo de la España contemporánea que se
extiende desde 1874 hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. La
Restauración será una época de estabilidad constitucional, de modernización económica y
de alejamiento del ejército de la vida política, pero también lo fue de dominio de la
burguesía oligárquica, de caciquismo, de falseamiento electoral, etc.
En el periodo que transcurrió entre 1833 y 1868 se había producido en España la
implantación del liberalismo, etapa durante la cual se transformó la estructura del Estado,
dando paso a una monarquía constitucional y parlamentaria. El deterioro de la monarquía de
Isabel II dio paso en 1868 al llamado Sexenio Revolucionario. Durante este periodo, las
fuerzas burguesas, con el apoyo de los sectores populares, iniciaron una experiencia de
gobierno democrático que, bajo la forma de monarquía (Amadeo I) o de república, diera
satisfacción a los intereses de los diferentes grupos sociales.
Desde febrero de 1873 a diciembre de 1874 se mantuvo la I República. El problema carlista,
la guerra en Cuba, los alzamientos cantonalistas, la crisis de gobierno (Pi i Margall,
Salmerón y Castelar) y la oposición del resto de grupos políticos provocaron el final de la
corta experiencia republicana, en medio del caos. En 1874, el pronunciamiento militar de
Martínez Campos en Sagunto, proclamaba rey de España a Alfonso XII y con ello,
facilitaba el regreso al trono de la dinastía de los Borbones.
El sistema político de la Restauración será ideado por el malagueño Antonio Cánovas del
Castillo, quien creía en la existencia de unas “verdades básicas” indiscutibles, porque
formaban parte de la propia Historia, entre las que destacaban la “monarquía legítima”, la
propiedad privada, el catolicismo, la unidad de España o la defensa del conservadurismo.
Además, la Restauración pretendía superar algunos de los problemas endémicos del
liberalismo precedente: el carácter partidista y excluyente de los moderados durante el
reinado de Isabel II, el intervencionismo de los militares en la vida política y la
proliferación de enfrentamientos civiles.
Para lograr su objetivo, Cánovas hará uso de una serie de pilares básicos sobre los que se
apoyará su sistema, como la Corona, los partidos dinásticos, la Iglesia y el Ejército. La
monarquía se consideraba una institución incuestionable y permanente que se hallaba por
encima de cualquier decisión política. Su papel era ejercer como árbitro en la vida política y
garantizar el buen entendimiento y la alternancia en el poder entre los partidos políticos. El
poder debía ser compartido de forma alternativa (a la manera inglesa que tanto admiraba
Cánovas) entre los dos grandes partidos dinásticos, el conservador y el liberal, que
renunciaban a los golpes de fuerza (pronunciamientos) como mecanismo para acceder al
gobierno. Otro pilar básico era el Ejército al que se quería alejar definitivamente de la
intromisión en la vida política como había ocurrido durante todo el S. XIX, imponiendo el
poder civil sobre el militar.
Para afianzar el sistema, las bases del mismo quedaron fijadas en la Constitución de 1876,
de carácter moderado e inspirada en parte en la de 1845. La Constitución establecía la
soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, institución que estaba al margen de
cualquier decisión política. Reconocía a la Corona como uno de los pilares del nuevo
régimen y se le otorgaba el derecho de veto, la potestad legislativa compartida con las
Cortes y el nombramiento de ministros. Las Cortes se organizaron en dos cámaras: el
Congreso de los Diputados y el Senado. Se proclamó la confesionalidad católica del Estado
y, en consecuencia, se restableció el presupuesto de culto y clero. La declaración de
derechos era amplia, pero se remitían a leyes ordinarias posteriores (como la Ley Electoral)
que tendieron a restringirlos. Este nuevo texto constitucional dotará al país de cierta
estabilidad tras décadas de conflictos, guerras civiles y revoluciones, certificado en su
larguísima vigencia, pero también supondrá el monopolio del poder por parte de las clases
superiores, la marginación de otras, permitirá el abuso de las prácticas caciquiles y se verá
incapaz de asimilar dentro del sistema a fuerzas externas al mismo, como el movimiento
obrero, los republicanos o los regionalismos.
En principio, la Restauración va a traer el fin de los conflictos bélicos y por lo tanto la
estabilidad al régimen. Algunos representantes del carlismo reconocieron a Alfonso XII.
Consecuencia inmediata de la derrota carlista fue la abolición definitiva del régimen foral,
quedando los vascos sujetos al pago de los impuestos y al servicio militar comunes a todo el
Estado. Ahora bien, se estipula un sistema de “conciertos económicos”, concediendo cierta
autonomía fiscal (ellos recaudan los impuestos directamente y luego lo envían a la
administración central).
El final de la guerra carlista (la Tercera y última) permitió el envío de nuevas tropas a Cuba,
donde en un par de años se puso fin al conflicto bélico. En 1878 se firmó la Paz de Zanjón,
que incluía una amplia amnistía, la abolición de la esclavitud y la promesa de reformas
políticas y administrativas, aunque el incumplimiento de estas reformas marcaría el inicio
de nuevos conflictos en 1879 y 1895.
Desde el punto de vista estrictamente político, el sistema político de la Restauración se
basaba en la existencia de dos grandes partidos, el conservador y el liberal, que coincidían
ideológicamente en lo fundamental, pero asumían de manera consensuada dos papeles
complementarios. Ambos partidos confluían en la defensa de la monarquía, la Constitución,
la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. Ambos
eran partidos de minorías, de notables. La extracción social de las fuerzas de ambos partidos
era bastante homogénea y se nutría básicamente de las élites económicas y de la clase media
acomodada.
En cuanto a su actuación política, las diferencias eran mínimas. Los conservadores se
mostraban más proclives al inmovilismo político y a la defensa de la Iglesia y del orden
social, mientras los liberales estaban más inclinados a un reformismo de carácter más
progresista y laico. Pero, en la práctica, la actuación de ambos partidos en el poder no
difería mucho, al existir un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que forzase al
otro partido a abolirla cuando regresase al gobierno. El Partido Conservador se organizó
alrededor de Cánovas del Castillo, mientras que el Partido Liberal tenía como principal
dirigente a Práxedes Mateo Sagasta. Para el ejercicio de gobierno se contemplaba el turno
pacífico o alternancia regular en el poder, cuyo objeto era asegurar la estabilidad
institucional mediante la participación en el poder de las dos familias del liberalismo. El
turno quedaba garantizado mediante la manipulación de las elecciones. Lo normal era que
el partido que ganaba las elecciones recibiera del rey el encargo de gobernar, pero ahora,
cuando el partido que estaba en el poder perdía credibilidad, el rey llamaba al partido de la
oposición a formar gobierno, éste convocaba las elecciones y las ganaba por medio del
fraude electoral.
El control del proceso electoral se ejercía a partir de dos instituciones: el ministro de
Gobernación y los caciques locales. Este ministro era quien elaboraba la lista de los
candidatos que deberían ser elegidos. Los gobernadores civiles transmitían la lista de los
candidatos a los alcaldes y caciques y todo el aparato administrativo se ponía a su servicio
para garantizar su elección. El fraude en los resultados (manipulación) y los mecanismos
caciquiles aseguraban que éstas fuesen siempre favorables al gobierno y por eso había un
turno pacífico. La adulteración del voto se logró mediante el restablecimiento del sufragio
censitario, el trato más favorables a los distritos rurales frente a los urbanos y, sobre todo,
por la manipulación y las trampas electorales. Todo un conjunto de trampas electorales
ayudaba a conseguir este objetivo: es lo que se conoce como “pucherazo”, es decir, la
sistemática adulteración de los resultados electorales. Así, para conseguir la elección del
candidato gubernamental, no se dudaba en falsificar el censo (incluyendo a personas
muertas o impidiendo votar a las vivas), manipular las actas electorales, ejercer la compra
de votos y amenazar al electorado con coacciones de todo tipo (impedir la propaganda de la
oposición e intimidar a sus simpatizantes, etc.).
Además del falseamiento electoral, el sistema se sustentaba en el caciquismo. Los caciques
eran individuos o familias que, por su poder económico o por sus influencias políticas,
controlaban una determinada circunscripción electoral. El caciquismo era más evidente en
las zonas rurales (Andalucía) donde una buena parte de la población estaba supeditada a los
intereses de los caciques, quienes, gracias al control de los ayuntamientos controlaban el
sorteo de las quintas, proporcionaban puestos de trabajo, etc. De este modo, un favor era
igual a un voto. Además, su éxito se basaba también en el fuerte absentismo electoral, sólo
votaba el 20 % del censo electoral.
Como conclusión, decir que este sistema diseñado por Cánovas, será muy criticado a raíz
del conocido “desastre del 98”, cuando la derrota militar ante los EEUU saque a la luz los
errores del mismo y haciendo ver la realidad a la sociedad española. La no resolución de
problemas pasados y de otros de nuevo tipo, harán crecer la oposición y crítica al régimen
canovista, que languidecerá hasta 1931, año definitivo de su caída así como de la monarquía
borbónica con Alfonso XIII.

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