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SCHOPENHAUER Y NIETZCHE
1. Introducción
Para entender esta posición resulta conveniente atenernos a la distinción entre los
fenoménico y lo nouménico kantiano. Lo fenoménico no es sino el modo en que lo
nouménico se nos aparece, y lo único que podemos conocer, en cuanto que nuestro
conocimiento está mediado por las intuiciones puras del espacio y el tiempo, de las cuales
no podemos desligarnos, pero que, por otro lado, son las formas a priori de nuestra
sensibilidad gracias a las cuales podemos conocer. Lo nouménico, por otra parte, es lo
1
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA; traducción,
introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición; párrafo 298; págs. 308 y 309.
2
En un escrito autobiográfico de su juventud, a sus 17 años de edad, afirma lo siguiente: «Fui atenazado
por la miseria de la vida, como Buda lo había sido en su juventud cuando vio la enfermedad, la vejez, el
dolor y la muerte en todos los lados. La verdad es que este mundo no podría haber sido la obra de un Ser
de total amor, sino más bien la de un demonio, quien trajo criaturas a la existencia con el fin de deleitarse
con sus sentimientos». (ver vídeo “FILOSOFÍA – Schopenhauer” en The School of Life, incluido en la
bibliografía).
que Kant llama “cosa en sí”, lo cual nos resulta inaprehensible, en la medida en que no
podemos desprendernos de estas formas a priori de la sensibilidad, dado que son la
condición de posibilidad del conocimiento humano. En este sentido, lo fenoménico
kantiano, traducido al lenguaje schopenhaueriano, serían estos modos diferentes de
objetivación de la Voluntad, esto es, las diferentes manifestaciones o representaciones de
la Voluntad: «La solución dada por Schopenhauer al dualismo básico kantiano consistía
en interpretar la cosa en sí, o mundo noumenal, como la objetivación o expresión de esa
voluntad primaria»3. Es, por tanto, una y la misma la voluntad indivisa que está presente
en el número infinito de los seres espacio-temporales, como la esencia única que en ellos
se manifiesta; las aparentes diferencias (lo que hemos llamado “diferentes grados de
objetivación”) no son sino meras ilusiones, son diferentes, pero desde el punto de vista
de la representación de la voluntad: son diferencias simplemente aparentes, fenoménicas,
y no nouménicas, ya que en tanto que principio rector que impregna toda existencia, todo
se halla bajo la sotana de la Voluntad.
Todo lo que somos es cuerpo, «todo parte y todo acaba en el cuerpo», dice
Schopenhauer. Cuerpo y Voluntad son dos cosas aparentemente distintas, pero en
realidad son lo mismo, lo que cambia es el modo de percepción que tenemos del cuerpo:
como fenómeno, semejante al resto de cuerpos, o sea, fenómenos (o dicho de otra manera,
como representación u objetivación de la voluntad) y como “noúmeno”, o dicho por él:
«como representación intuitiva […] en la medida en que se me hace consciente de una
forma realmente distinta y no comparable con ninguna otra»4 (o sea, cuerpo como
voluntad, en tanto que todo es voluntad, pues como decíamos, la voluntad es una y la
misma en todos los seres; la intuición a la que llegamos por la vía de la introspección, por
la vía del entendimiento). Si lo anterior no ha quedado bien comprendido, quizá se
esclarezca mejor con los dos siguientes párrafos extraídos de La estética como ideología,
de Terry Eagleton y de Historia de la estética, de Sergio Givone, respectivamente:
3
Monroe C. BEARDSLEY, John HOSPERS: Estética. Historia y fundamentos; Ediciones Cátedra, S. A.;
Madrid; traducción de Román de la calle; Cuarta edición; pág. 68.
4
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA; traducción,
introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición; párrafo 123; pág. 155.
voluntad]. Así, reescribiendo el célebre dualismo kantiano, el cuerpo que
vivimos íntimamente es la voluntad, mientras que el cuerpo como objeto,
entre otros, es la representación. El sujeto humano, por ello, vive una
especial doble relación con su propio cuerpo, a la vez noúmeno y
fenómeno; la carne es la sombría frontera en la que la voluntad y la
representación, el dentro y el afuera, se unen de manera misteriosa e
impensable, lo que convierte a los seres humanos en una especie de enigma
filosófico andante. Existe un abismo infranqueable entre nuestra presencia
inmediata de nosotros mismos y nuestro conocimiento representativo
indirecto de todo lo demás.5
5
EAGLETON, Terry: La Estética como ideología. Ed. Trotta; Presentación por Ramón del Castillo Santos
y Jorge Cano Cuenca; traducción de Germán Cano y Jorge Cano Cuenca; Madrid; pág. 236.
6
GIVONE, Sergio: Historia de la estética. Ed. Tecnos; Apéndices de Maurizio Ferraris y Fernando Castro
Flórez; traducción de Mar García Lozano; segunda edición; Madrid; pág. 92.
formas de la representación que la voluntad, que es una y única, aparece como plural y
múltiple. Pero la cosa en sí, como se sustrae a las formas del espacio y el tiempo, también
se sustrae a la individuación y la pluralidad»7.
Así pues, una y la misma voluntad es la que se encuentra presente en todos los seres
fenoménicos como la esencia misma que en ellos se manifiesta. La encontramos
objetivada en cada ser, camuflada bajo el signo de diferentes representaciones, como una
fuerza, como un impulso infinito e inconsciente que nos empuja hacia adelante, con
objetivo de mantenernos vivos, de aferrarnos a nuestra existencia. Habíamos dicho que la
vida, según Schopenhauer, se nos manifiesta a través de un aspecto terrible. La vida es
dolor, sufrimiento, error: un auténtico valle de lágrimas. Es por eso que para paliar el
agosto de una existencia terriblemente angustiosa e impiadosa, anida en todo ser vivo, en
sus diferentes grados siendo el del hombre el más elevado, un principio reactor cuyo fin
es la supervivencia de la especie y al que Schopenhauer llama Wille Zum Leden o
Voluntad de vivir, en español. Sucede entonces que la voluntad es un principio
determinante ante la cual no se puede hacer nada y que en tanto que se haya impreso en
todo ser vivo, nos topamos con ella en todos los momentos de nuestra existencia. Y dado
que la vida es un constante estar sometido a los azares irracionales de la voluntad, de la
cual no podemos desligarnos, en tanto que forma parte de nosotros, en tanto que
7
Consultar siguiente vídeo (Minutos 6:42 – 7:03), link incluido en la bibliografía. ADICTOS A LA
FILOSOFÍA: Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación (Aprende fácil)
8
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA; traducción,
introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición; párrafo 119; pág. 151.
individuos, en tanto que cuerpos, la vida del hombre es sufrimiento, ya que nuestros
deseos siempre se encuentran condicionados por esa voluntad. E igualmente, puesto que
todo deseo se funda en una carencia, «todo deseo es sufrimiento: “Todo querer tiene su
fuente en una carencia, y por tanto en el sufrimiento”. Hendida por la voluntad, la raza
humana está plegada sobre una ausencia central, del mismo modo que un hombre se dobla
por el dolor causado por una úlcera».9 Pero es que, además, el hombre, por su propia
naturaleza, no puede dejar de desear; como diría Descartes (aunque no Schopenhauer,
puesto que se le considera ateo) el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, pues
si bien no puede crear todo lo que es capaz de desear, sí que no puede dejar desear (su
voluntad, desde el punto de vista del deseo, de su capacidad de desear, no es finita sino
infinita, más desde el punto de vista de su capacidad creadora sí que es finita, dado que
el hombre no es omnipotente, no puede crear todo lo que desea). En estos términos lo
refiere Schopenhauer:
Lo “bueno” es que existe en el hombre una forma de hacer la vida más llevadera
para sufrir lo menos posible: aquí entra en juego el ámbito de las representaciones. El
hombre crea representaciones para intentar suavizar la determinación de la naturaleza
sobre él. Por medio de estas representaciones se intenta disimular lo terrible, caótico y
azaroso de la vida. No obstante, estas no son más que meras ilusiones, meros espejismos
detrás de los cuales se oculta la voluntad, la cosa en sí. Haciendo uso de la terminología
budista, lama a estas ilusiones el Velo de Maya, que nos suspende momentáneamente de
la verdad del mundo (como voluntad). Así, por ejemplo, detrás del velo que supone
perseguir una vida plena y feliz, se oculta, a la sombra, ese principio reactor al que
denominamos voluntad de vivir, cuyo objetivo, no es sino paliar el sufrimiento que
9
EAGLETON, Terry: La Estética como ideología. Ed. Trotta; Presentación por Ramón del Castillo Santos
y Jorge Cano Cuenca; traducción de Germán Cano y Jorge Cano Cuenca; Madrid; pág. 227.
10
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA; traducción,
introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición; párrafo 231; pág. 250.
supone una vida angustiosa; hacerla, como dijimos, llevadera. Asimismo dice que tras el
velo de aquello a lo que denominamos amor, y a lo cual le prestamos tanta atención, no
se oculta sino el puro instinto animal de procreación, de perpetuación de la especie: «Los
seres humanos, por sí mismos, no son sino materializaciones andantes de los instintos
copulatorios de sus progenitores»11.
11
EAGLETON, Terry: La Estética como ideología. Ed. Trotta; Presentación por Ramón del Castillo Santos
y Jorge Cano Cuenca; traducción de Germán Cano y Jorge Cano Cuenca; Madrid; pág. 227.
y sin influjo del conocimiento de la causalidad, esto es, del entendimiento: pues
las notas producen como efecto la impresión estética sin que nos remitamos a la
causa, como ocurre en la intuición. […] Tenemos que ver el arte como la
máxima elevación, el más perfecto desarrollo de todo eso; porque produce lo
mismo que el mundo visible, solo que más concentrado, más perfecto y con
intención y discernimiento, por lo que podemos llamarlo la flor de la vida en el
pleno sentido de la palabra. Si todo el mundo como representación no es más
que la visibilidad de la voluntad, el arte es la explicitación de esa visibilidad,
la camera obscura que muestra los objetos en su pureza y permite abarcados y
reunirlos mejor, el teatro en el teatro, la escena en la escena, como en Hamlet.
El placer de todo lo bello, el consuelo que procura el arte, el entusiasmo del artista
que le hace olvidar las fatigas de la vida, ese privilegio que tiene el genio sobre
los demás y que le compensa del sufrimiento -incrementado en él en proporción
a la claridad de la conciencia- y de la soledad que sufre en medio de una especie
heterogénea, todo eso se debe a que […], el en sí de la vida, la voluntad, la
existencia misma es un continuo sufrimiento tan lamentable como terrible; pero
eso mismo, solo en cuanto representación, intuido de forma pura o
reproducido por el arte, se halla libre de tormentos y ofrece un importante
espectáculo. Este aspecto puramente cognoscible del mundo y su reproducción
en cualquier arte constituye el elemento del artista. A él le fascina contemplar el
espectáculo de la objetivación de la voluntad: se queda parado en él, no se cansa
de contemplarlo y de reproducirlo en su representación, y entretanto él mismo
corre con los costes de la representación de aquel espectáculo, es decir, él mismo
es la voluntad que así se objetiva y permanece en continuo sufrimiento. Aquel
conocimiento puro, profundo y verdadero de la esencia del mundo se convierte
para él en un fin en sí mismo, y en él se queda. Por eso tal conocimiento no se
convierte para él en un aquietador de la voluntad […]; no le redime de la vida
para siempre sino solo por un instante, y para él no constituye todavía el camino
para salir de ella sino un consuelo pasajero en ella; hasta que su fuerza así
incrementada, cansada finalmente del juego, se aferra a la seriedad.12
12
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA; traducción,
introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición; párrafos 315 y 316; págs. 323 y 324.
poniendo de manifiesto la inevitabilidad del sufrimiento, sino afirmar la vida misma en
todas sus aflicciones, expresar la superabundancia de voluntad de poder del artista. El
arte, dice, es un “tónico”, un gran “sí” a la vida». 13 Lo apolíneo representa lo que él
considera se ha vinculado a “lo bello”, “lo bueno”, “lo perfecto” o “lo virtuoso”, que ha
sido impregnado por toda la moralina socrática y ha seguido siendo asfixiada por “lo
bueno” y “la verdad” del cristianismo, en lo que considera, se traduce, en una condena
del cuerpo y de lo que de él se desprende: las pasiones, los apetitos, los deseos, etc.
“Bueno” y “Malo”, “Bello” y “Feo”, son aquello que acrecienta o merma la vida como
voluntad de poder, considera el alemán. Vivir consiste en afirmar la vida, en autopotenciar
la propia vida. No se trata de buscar algo bueno en lo malo sino de aceptarlo como parte
del transcurso propio de nuestra existencia. Hay que hacer de nuestra vida una obra de
arte, dice Nietzsche: todos somos artistas de nuestras vidas, tenemos que buscar aquello
que es bueno para la vida como voluntad de poder, del mismo modo que el artista debe
de buscar lo que es bueno para su obra de arte; se trata de perfeccionarnos a nosotros
mismos como artistas, de la misma forma que el artista trata de perfeccionar su obra.
13
Monroe C. BEARDSLEY, John HOSPERS: Estética. Historia y fundamentos; Ediciones Cátedra, S. A.;
Madrid; traducción de Román de la calle; Cuarta edición; pág. 69.
Aunque un tanto escabroso, creemos que Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista
de El Perfume de Patrick Süskind, representa a la perfección este espíritu de lo dionisiaco,
y la voluntad de poder nietzscheana; la aceptación de todo aquello que sirva para
acrecentar la vida. Del mismo modo, la ausencia del desprecio al cuerpo, por más feo,
horrible y desagradable que sea. Y eso que fue bastante horrendo, por cierto, no sólo
desde su nacimiento, sino debido también a los achaques de la viruela; no en vano es algo
que se encarga de señalar el autor en todo momento. Aunque si algo merece la pena
destacar de él, es esa voluntad innata de aferrarse a la vida, esa capacidad de sobreponerse
a sus ataques. Un ser al que le acompaña a cada paso la muerte, un ser cuyo grito (y llanto)
de voluntad le sirvió ya para garantizar la propia vida y acrecentarla al momento de su
alumbramiento, gracias a lo cual logró ser salvado de que su madre le asesinara así como
hizo con sus otros hermanos. Esa pequeña, fea y solitaria garrapata «que se encoge y
acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante años y a
kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar
con sus propias fuerzas. […] que podría dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos
milímetros con sus patitas minúsculas y dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabe no
sería ninguna lástima. Pero la garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece
acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la
sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol, sólo entonces abandona su
posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la sangre ajena…»14. Esa garrapata
capaz de extraer hasta los más ínfimos y delicados aromas de cualquier perfume, capaz
de distinguir la materia viva e inerte oculta bajo cualquier fragancia, de separar y juntar
los más sutiles efluvios y aromas, y de embriagar y llevar al éxtasis a todos los que le
rodean, haciéndoles olvidar todo por unos instantes, convirtiéndose en su propio Dios,
infundiendo el más dulce amor sólo con su propia esencia. Un hombre, que digo, una
garrapata convertida en Dios y finalmente ahogada y devorada en su propio aroma.
Sirvan las siguientes líneas para ejemplificar ese espíritu de lo dionisiaco, inspirada
en aquella religiosidad de tipo orgiástica que tiene su origen en Asia. Igualmente, el
Übermensch nietzscheano que es capaz de generar su propio sistema de valores,
identificando como bueno todo lo procedente de su genuina voluntad de poder, todo lo
que esté al servicio de la vida para acrecentarla:
14
SÜSKIND, Patrick: El Perfume. Círculo de Lectores, S.A. trad. Pilar Giralt, pág. 25
La consecuencia fue que la inminente ejecución de uno de los criminales más
aborrecibles de su época se transformó en la mayor bacanal conocida en el mundo
después del siglo segundo antes de la era cristiana: mujeres recatadas se rasgaban
la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban en el suelo
con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos
desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los
pantalones con dedos temblorosos los miembros rígidos como una helada invisible;
caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas
más inverosímiles, anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado,
aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venía. El aire
estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos,
gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos. Era infernal.
BIBLIOGRAFÍA
15
SÜSKIND, Patrick: El Perfume. Círculo de Lectores, S.A. trad. Pilar Giralt, pág. 237.
SCHOPENHAUER, Arthur: El mundo como voluntad y representación I; Ed.: TROTTA;
traducción, introducción y notas de Pilar López de Santa María; segunda edición.
EAGLETON, Terry: La Estética como ideología. Ed. Trotta; Presentación por Ramón del
Castillo Santos y Jorge Cano Cuenca; traducción de Germán Cano y Jorge Cano Cuenca;
Madrid.