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TEMA 1

INTRODUCCIÓN A LOS DERECHOS HUMANOS

1. LOS DERECHOS HUMANOS Y EL TRABAJO SOCIAL

Sin mayores pretensiones de profundización (la cita está tomada de Wikipedia),


el Trabajo Social se define según las Organización de las Naciones Unidas y la
Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social como la profesión "que
promueve el cambio social, la resolución de problemas en las relaciones humanas y el
fortalecimiento y la autonomía del pueblo, para incrementar el bienestar. Mediante la
utilización de teorías sobre comportamiento humano y los sistemas sociales, el Trabajo
Social interviene en los puntos en los que las personas interactúan con su entorno. Los
principios de los Derechos Humanos y la Justicia Social son fundamentales para el
Trabajo Social". Así, los trabajadores sociales se dedican a la resolución de problemas
sociales, buscando el bienestar social y de los individuos, y la implantación de los
derechos humanos. Resulta obvio, por tanto, que estas disciplina y profesión tienen un
vínculo muy estrecho con los derechos humanos, hasta el punto de que en muchas
ocasiones éstos necesitan de aquéllos para su implementación, para hacerlos realidad.
En principio, valga esta simple referencia para justificar esta asignatura en el grado de
Trabajo Social. Pero podríamos ir más allá: no se trata de justificar esta asignatura en el
contexto del trabajo social, sino de asegurar que la justificación del trabajo social se
encuentra en los derechos humanos; más en concreto, en los derechos sociales.
Por otra parte, el Trabajo Social está conectado con la cuestión social. Por “cuestión
social” comienza entendiéndose la “cuestión obrera”, los problemas del proletariado en
la nueva sociedad capitalista cuando media el siglo XIX, pero luego se amplía la
expresión para abarcar a otros perdedores sociales. Frente al individualismo, el
liberalismo y el capitalismo surge también en el siglo XIX una nueva perspectiva, la
social, y con ella el socialismo, la sociología, la justicia social y los derechos sociales.
El trabajo social tiene que ver con esta tendencia. Ya dijimos que para los alumnos de
Trabajo Social tiene importancia hacer especial referencia a estos derechos, los sociales,
una clase de los derechos humanos.

2. SOBRE EL CONCEPTO DE DERECHOS HUMANOS

Los derechos humanos son la gran ideología de nuestros días, entendida por cierto
como la conciencia verdadera del presente y no como falsa conciencia; hasta el punto de
que Bobbio ha podido hablar de el tiempo de los derechos (1991), que sería el tiempo
histórico en el que vivimos, aunque no tanto porque aquéllos se hayan cumplido cuanto
porque constituyen una fe universal. Pero a ese tiempo otros lo han llamada “etapa
desenfrenada de derechos” (Narváez 2015: 20) y, por lo mismo, por la actual primacía
ideológica de esta idea, Lipovetsky ha dicho de nuestra época que es la del crepúsculo
del deber (1996), lo que no deja de ser una crítica a la ideología de los derechos: cuanto
más se iluminan los derechos, más se oscurecen los deberes.
A estas alturas, por tanto, parece que reina cierta ambivalencia en tocante a los
derechos humanos. Por una parte son el culmen de la historia moral de la humanidad,
los principios en que se concreta la justicia, los criterios que nos sirven para enjuiciar la
realidad humana, pero por otra son la ideología que encubre el abuso, el discurso ajeno
a una práctica precisamente inhumana, el lenguaje políticamente correcto, la palabra
rimbombante. Además, parece que los derechos van a morir o ya han muerto de éxito,
precisamente porque la práctica excesiva de traducir todas las necesidades a derechos

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genera una inflación de éstos que inevitablemente los deprecia, los banaliza, “pues si
todo son derechos, nada es derechos” (Narváez 2015: 36).
Realmente, esa constatación nos lleva a la primera distinción, por lo demás obvia,
que afecta a los derechos humanos, la que distingue entre la teoría y la práctica, entre la
idea y su realización; entre los derechos humanos en los libros y las declaraciones, y los
derechos humanos en acción; entre los derechos en el papel y los derechos reales. No
sólo ocurre que entre uno y otro nivel existe una obvia distancia, sino que no todo uso
teórico de los derechos es correcto, que a veces se produce un abuso del argumento para
justificar lo injustificable. Sin embargo, la crítica de ese abuso se hace precisamente con
o desde los derechos humanos. Véase el caso de la última guerra de Irak.
Ese (ab)uso de los derechos humanos unido a la otra tendencia ya citada a ampliar el
catálogo de ellos ad infinitum, que seguro que los devalúa, sólo indica el gran prestigio
que ha alcanzado la idea, que beneficia todo lo que toca, desde la naturaleza hasta la
paz, desde las nuevas tecnologías hasta el artesanado, desde los animales hasta los
robots. Así, parece que algo sólo es valioso si se traduce al lenguaje de los derechos
humanos.
Por otra parte, los derechos humanos cumplen diversas funciones. En tanto que son
los derechos más básicos (fundamentales o naturales también se les llama), que se
refieren a los objetivos más importantes de los seres humanos, podemos decir que son
bienes en sí mismos y que, por tanto, tienen que ser protegidos por esa sola razón,
aunque no cumplan ninguna función (más que proporcionar una vida digna a quien se le
reconocen y los disfruta). A menudo, además, son instrumentos necesarios para
conseguir otros fines también valiosos; por ejemplo, la libertad de expresión es
necesaria para que existan la democracia y la ciencia, proyectos ambos valiosos: pero
aunque así no fuera, la libertad de expresión seguiría siendo un bien. Los derechos
humanos son bienes en sí mismos, lo que a veces se olvida, por más que estuvieran
llamados a cumplir una función esencial: constituir los límites de la actuación del
Estado. Frente al Estado absoluto surgirá el Estado limitado, cuyos límites son los
derechos humanos. Además, aunque por desgracia exista gran distancia entre la teoría y
la práctica de estos derechos, y aunque también por desgracia a veces se usen de forma
torticera o excesiva la idea o la expresión “derechos humanos”, también es cierto que
valen como criterio fundamental de enjuiciamiento tanto de la política como del
Derecho, de tal forma que habitualmente decimos que un Derecho o una política son
justos cuando reconocen y amparan los derechos humanos. Realmente, “en el mundo
cada vez se extiende más la idea (en la teoría aunque no siempre en la práctica) de que
la justicia consiste en respetar ciertos derechos humanos universales” (Sandel 2015: 30).
Si nos fijamos en la expresión “derechos humanos” estaremos de acuerdo en que
es emotiva, ambigua y vaga. Emotiva, porque genera emociones en los hablantes.
Ambigua y equívoca, porque puede tener diversos significados. Vaga, porque éstos no
están suficientemente delimitados (Atienza 2009: 208 ss).
En cuanto al carácter emotivo del sintagma “derechos humanos”, es obvio que la
carga emocional que transmite es positiva, lo que hace que en muchas ocasiones sea
utilizado de forma retórica, sin contenido, para lograr la adhesión de alguien al discurso
de quien lo utiliza. Tanto ese carácter como el uso que implica ha de prevenirnos contra
la utilización ideológica, interesada, de la expresión.
En cuanto al carácter ambiguo y equívoco de la expresión, fijémonos en las
palabras que utiliza. Con el término “derechos” nos referimos a derechos en un sentido
subjetivo. El término derecho tiene diversas acepciones. Por lo que a nosotros nos
interesa: Derecho objetivo, derecho subjetivo, justicia y ciencia del Derecho. En el caso
de los “derechos humanos”, aunque éstos tienen relación con el Derecho objetivo, con

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la justicia y con la ciencia del Derecho, entendemos que se trata de derechos subjetivos,
expresión que también tiene varias acepciones, aunque podemos entenderla como
facultades o conjuntos de facultades reconocidos por un ordenamiento normativo.
Digo “por un ordenamiento normativo” y no “por un ordenamiento jurídico”, porque
desde hace años la doctrina discute acerca de si los derechos humanos son derechos
jurídicos o morales. Es cierto que la expresión “derechos morales” proviene del inglés y
que en las lenguas latinas el término “derecho” suele referirse al “derecho jurídico”,
pero también que no hay grave dificultad para entender lo que sería un derecho moral,
un derecho no reconocido por un concreto ordenamiento jurídico pero sí por un
ordenamiento moral. De lo contrario no tendría sentido decir, por ejemplo, que “el
ordenamiento jurídico nazi violaba los derechos (humanos) de los judíos”; oración en la
que “los derechos de los judíos” no se refiere a los reconocidos por el ordenamiento
jurídico (pues precisamente nos referimos a aquellos que no reconocía). En tanto que los
derechos humanos son criterios para enjuiciar los Derechos realmente existentes, vale
decir que se trata de derechos morales (o habrá quien diga “naturales” o “racionales”,
etc.) que persiguen ser reconocidos como derechos en el sentido en que los juristas
hablamos de ellos, como facultad o conjunto de facultades protegidos por el
ordenamiento jurídico.
Por otra parte, el término “humano” se refiere a los miembros de la especie homo
sapiens. Así todo, la palabra resulta problemática en muchos sentidos: ¿cuándo un ser
comienza a y deja de ser humano? Surgen así los debates sobre el aborto y la eutanasia.
¿Se trata únicamente de individuos humanos o cabe aplicar también estos derechos a las
colectividades? Aparece entonces la cuestión de los diversos colectivos, de las familias
y de los pueblos. ¿Y el caso de las generaciones futuras? Se presenta entonces el
problema del uso que hagamos del planeta y el posible perjuicio que causemos a los
derechos de las generaciones que están por venir. ¿No cabe elaborar un concepto
semejante pero aplicado a los animales más evolucionados? Aparece entonces la
cuestión de los derechos de los animales o de ciertos animales.
Esta problemática apuntada nos lleva al carácter vago, la vaguedad, del sintagma
“derechos humanos”, con lo que queremos decir que no hay completa certeza en lo
tocante a los rasgos que definen los derechos humanos. Por supuesto, hay casos claros
de derechos humanos, pero también una gran zona de incertidumbre. Se ha dicho que
los rasgos propios de estos derechos son la universalidad, el carácter inalienable, el
carácter absoluto y la individualidad. En cuanto a la universalidad, hay muchos
derechos que sólo se reconocen a los ciudadanos pero no a los extranjeros. En cuanto a
la inalienabilidad, hay derechos a los que se puede renunciar (o, al menos, se puede
renunciar a su ejercicio) y precisamente el caso del derecho a la vida es una de los más
discutidos. En cuanto al carácter absoluto de los derechos, si así fueran entonces no
cabría resolver los casos de conflictos entre unos y otros. . En cuanto a la individualidad
ya hemos indicado que se habla de derechos de colectivos, como el derecho a la
autodeterminación de los pueblos.
Otro problema que plantean los derechos humanos hace referencia a la expresión
que se ha de utilizar para designarlos, pues se han usado diversos rótulos (Pérez Luño
1990: 30 ss). Así, comenzó hablándose de derechos naturales, pero esta locución era
dependiente de una doctrina jurídica, la del Derecho natural, que hoy día no es aceptada
por muchos juristas, aunque a mi juicio los derechos humanos cumplen en el presente la
función que cumplió en el pasado el Derecho natural. Incluso si se aceptara, ya dijo
Thomas Payne que no todos los derechos humanos serían naturales: por una parte
estarían los derechos naturales que corresponderían al ser humano por el simple hecho

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de serlo; por otra parte los derechos civiles, propios del hombre no por ser hombre sino
por ser miembro de una concreta sociedad.
Más que de derechos naturales es habitual hablar de derechos fundamentales,
categoría similar a la de derechos humanos, pues lo usual es que derechos
fundamentales se utilice para referirse a los derechos humanos reconocidos por un
ordenamiento jurídico, normalmente en su constitución (y por tanto se trataría de
derechos constitucionales), mientras que la denominación derechos humanos se suele
utilizar en el ámbito de las declaraciones y convenios internacionales.
A veces se usa la expresión ya referida de derechos subjetivos, pero parece claro
que no todos los derechos subjetivos son derechos humanos, pues éstos son los que se
refieren a las cuestiones más básicas (vida, personalidad jurídica, libertad, etc.),
mientras que los subjetivos se refieren a todo tipo de cuestiones.
También se ha identificado con la locución derechos individuales pero, además del
sesgo individualista que parece conferir a los derechos humanos, hoy día se reconocen
como derechos humanos los llamados derechos sociales, que se contrapondrían
precisamente a los individuales.
Otras expresiones que se han utilizado en el ámbito jurídico han sido las de derechos
públicos subjetivos y libertades públicas, pero si bien en el lenguaje ordinario puede
entenderse que tienen un mismo significado, los juristas discuten sobre el sentido
concreto que ha de dárseles, defendiendo muchos la referencia al carácter positivo (al
Derecho positivo) que incorporan estas locuciones.
Pero más allá de las denominaciones, por todo lo visto, resulta complicado elaborar
una definición de derechos humanos o elegir entre las muchas propuestas. Partamos
de la de Pérez Luño (1990: 48), porque en ella se observan la historicidad, los valores en
que se fundan y la normatividad de los mismos: facultades que en cada momento
histórico concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humanas, las
cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel
nacional e internacional.

3. BREVE HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS

La expresión “historia de los derechos humanos” puede entenderse de diversas


formas porque, para empezar, habría que distinguir entre los derechos humanos en la
teoría y en la práctica; entre la idea o las ideas de los derechos humanos y la plasmación
que esas ideas han tenido en la realidad. Así, habría 1) una historia de las ideas, que en
cierta medida es la historia de la filosofía política del mundo moderno, la historia de la
moderna idea de justicia; habría 2) una historia de los textos legales, esto es, del
Derecho de los derechos humanos; y por fin habría 3) una historia de la realidad de
estos derechos, es decir, una historia de la humanidad mirada (y enjuiciada) desde la
perspectiva de los derechos humanos. Evidentemente, la distinción que hago a efectos
expositivos se compadece mal con la historia total de los derechos humanos, en la que
se entremezclan las ideas con las leyes y con la práctica política (y no sólo política).

3.1. Historia de la idea de los derechos humanos. El origen: derechos


humanos y liberalismo

Dado el éxito de los derechos humanos, son aceptados por todas o casi todas las
ideologías políticas, confiriéndoles cada una su particular sesgo. Pero los derechos
humanos también fueron criticados en el pasado; tanto desde cosmovisiones que hoy,
sin embargo, los asumen, como desde otras que los siguen negando. El caso más claro

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de las primeras es el de la Iglesia católica, que tras repudiarlos a lo largo del siglo XIX y
de gran parte del XX, en el presente los defienden. Como apuntaré, los derechos
humanos fueron una creación del pensamiento liberal, pero luego participarían en su
desarrollo el socialismo, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, etc. El socialismo
trajo consigo los derechos sociales; el feminismo, los derechos de la mujer; el
ecologismo, los derechos de la naturaleza (o el derecho del hombre a disfrutar de un
medio ambiente adecuado) y recientemente los derechos de los animales; el pacifismo,
el derecho a la paz, etc., etc.
Parece claro que los derechos humanos no sólo se configuran por esos derechos, por
la plasmación de los mismos en la Declaración Universal de derechos humanos, por
ejemplo, sino también por la perspectiva que se adopte para interpretarlos, siendo
distintas las lecturas que de ellos hacen conservadores, liberales, libertarios, socialistas,
feministas, etc. Por ejemplo, tanto partidarios como detractores de la pena de muerte son
defensores de los derechos humanos, dicen.
Así todo, los derechos humanos nacen vinculados a una ideología política, el
liberalismo. Como veremos, el que se tiene por creador de esta ideología iushumanista,
John Locke, también es el padre del liberalismo. De éste se podría decir que es la
ideología de la libertad, pero semejante definición resultaría escasa. John Gray ha tratado
de apuntar las notas características de la doctrina liberal, aunque seguro que muchos las
discutirían, pues quizás valgan como síntesis pero no para todos los desarrollos históricos
del liberalismo. A su juicio se trata de:
* Una doctrina individualista, es decir, que afirma la primacía moral de la persona
frente a las exigencias de cualquier colectividad social.
* Una doctrina igualitarista, ya que confiere a todos los hombres el mismo estatuto
moral, y niega que pueda predicarse la superioridad moral de unos seres humanos frente a
otros (ya sea por razón de clase, raza, religión, etc.).
* Una doctrina universalista, pues afirma la unidad moral de la especie humana,
mientras que concede menor importancia a las asociaciones históricas específicas y a las
formas culturales (lo importante es ser hombre o mujer, no ser español, hispano-parlante o
católico).
* Una doctrina optimista y progresista, pues cree en la capacidad de mejora no sólo
de cualquier ser humano sino de cualquier institución o política.

Si hay que señalar a un autor como el “creador” de los derechos humanos (el que
tuvo la idea, aunque ya otros, antes, habían expresado ideas parecidas, como Fray
Bartolomé de las Casas en referencia a los nativos americanos); si hay un titular de la
idea ése es John Locke, que en su Segundo Tratado sobre el gobierno civil (1689)
elaboró una teoría política liberal que concluiría en el reconocimiento de los primeros
derechos humanos, que además de ser bienes en sí mismos cumplirían la función
fundamental de ser límites al poder político. Conforme al gusto del momento, Locke
elabora una teoría en la que se justifica el paso del estado de naturaleza a la sociedad
civil.
Los seres humanos vivirían en estado de naturaleza (un estado que existió o que
existe realmente, según Locke), pero éste no es descrito con tan negras tintas como el de
Hobbes, pues tanto puede ser “un estado de paz, buena voluntad, asistencia mutua y
conservación” como “un estado de enemistad, malicia, violencia y mutua destrucción”.
Según Locke, por tanto, el estado de naturaleza, la selva, no es necesariamente un
estado de guerra, pero puede serlo. En esa circunstancia, los hombres están regidos por
una ley no positiva sino natural, por la que nadie debe dañar a nadie “en lo que atañe a
su vida, salud, libertad o posesiones”. En el caso de que alguien atente contra esos

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derechos naturales, el perjudicado tiene derecho a castigar al transgresor, aunque no de
cualquier manera sino de forma razonable. Realmente cualquiera podría castigarlo, pues
el criminal es un peligro para todos y, por tanto, todos están interesados en que sea
castigado.
No hay que escapar necesariamente de la selva, del estado de naturaleza, por tanto, si
bien es verdad que sus posibles consecuencias negativas sólo pueden evitarse
construyendo un estado de sociedad (jurídico), reconociendo una autoridad a la que
cada uno puede acudir para obtener reparación si sus derechos son vulnerados. La
sociedad civil se constituye para salir del estado de naturaleza, pues aunque en él el
hombre es libre, también se trata de una situación de inseguridad en la que sus derechos
pueden encontrarse amenazados: en el estado de naturaleza no hay ley positiva (sí existe
ley natural, pero ésta suele ser insuficiente), tampoco hay jueces públicos e imparciales
con autoridad para resolver los litigios, ni tampoco hay un poder suficiente para
respaldar las sentencias y que se ejecuten. Por eso, los hombres deciden constituir la
sociedad, lo que hacen prestando su consentimiento, dado que implica cierta renuncia a
la libertad, lo que sólo puede justificarse por el consentimiento de quien renuncia.
¿Qué derechos, a los que ahora renuncian, tenían los hombres en el estado de
naturaleza? Por una parte el derecho a hacer todo lo necesario para su conservación; por
otra, el derecho a castigar los crímenes cometidos contra la ley natural. Los
participantes en el contrato social renuncian al primer poder para “regirse por leyes
hechas por la sociedad” y, de forma absoluta, renuncian al segundo, para que sea la
misma sociedad, por medio de sus autoridades, la que castigue las ofensas. Pero eso no
quiere decir que los contratantes renuncien a todos sus derechos; sería absurdo que lo
hicieran pues si constituyen la sociedad civil es para protegerlos, no para esclavizarse.
La protección del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, por tanto, son la
intención de todos los que participan en el contrato social, que crea una autoridad que se
legitima por perseguir esos objetivos y que se deslegitima en caso contrario. Si el
Estado atenta contra o no protege los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad,
entonces surge en los súbditos otro derecho humano, el derecho de resistencia a la
opresión.
No podemos ahora desarrollar la historia entera de la idea de los derechos humanos,
aunque diversos capítulos de ésta aparecerán durante el curso, pero sí apuntar algunas
cuestiones fundamentales referidas a aquella idea. Por una parte, que los derechos
humanos significan una nueva manera de encarar los problemas morales. Esos
problemas, antes, se resolvían apelando a los deberes; ahora, en cambio, apelando a los
derechos. Es una manera diferente de observar la misma realidad, convirtiéndose así el
“no matarás”, por ejemplo, en el “derecho a la vida”; pasando de códigos de deberes a
declaraciones de derechos.
¿Por qué se produce este cambio? Porque los problemas morales y políticos dejan de
mirarse con los ojos de la sociedad y ahora se observan desde la perspectiva del
individuo. Como la democracia, los derechos humanos son un producto del
individualismo: la sociedad deja de verse como un hombre en grande (organicismo) y
pasa a tenerse por una suma de individuos, cada uno de los cuales está dotado de
inteligencia y dignidad, y a cada uno de los cuales le corresponden sus derechos. Desde
el punto de vista de la filosofía política liberal que inspira las nuevas ideas, el
individualismo implica que primero está el individuo, el individuo singular que tiene
valor por sí mismo, y sólo después está el Estado; que “el Estado está hecho para el
individuo y no el individuo para el Estado” (Bobbio 1991: 104-107).

3.2. Una referencia a la historia del Derecho de los derechos humanos

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Los derechos humanos comenzaron siendo una teoría (una teoría que afirmaba la
existencia de derechos naturales, no convencionales) y, en ese sentido, pretendía una
validez universal. En el momento en que esas teorías fueron acogidas por un legislador
pasaron a ser Derecho positivo y adquirieron una validez particular, no universal. Por
fin, la DUDH significó que esos derechos, ya positivos, pasaron a tener una validez
universal. En palabras de Norberto Bobbio: “los derechos humanos nacen como
derechos naturales universales, se desarrollan como derechos positivos particulares,
para encontrar al fin su plena realización como derechos positivos universales” (1991:
39 y 68).
Amén de otros antecedentes, cabría distinguir por zonas geográficas entre los (textos
de los) derechos humanos en Inglaterra, Norteamérica y Francia. En Inglaterra, de 1689
es el Bill of Rights, un listado de derechos que se presentan básicamente como límites a
la actuación de la Corona.
En Estados Unidos, Thomas Jefferson fue encargado para redactar la Declaración de
Independencia de Estados Unidos de 1776, en la que además de hacer lo que dice el
título, independizarse de Gran Bretaña, afirmaba con toda rotundidad: “que todos los
hombres han sido creados iguales y que han sido dotados por el Creador con ciertos
derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la persecución de la
felicidad. Que los gobiernos han sido instituidos entre los hombres para asegurar estos
derechos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, que
cuando cualquier forma de gobierno se hace destructiva de estos fines, el pueblo tiene
derecho a alterarla o a abolirla, y a instituir un nuevo gobierno fundado en tales
principios y organizando sus poderes en la forma más idónea posible para llevar a cabo
su seguridad y felicidad”. En un sentido similar, en lo relativo a la ideología que la
inspira, es anterior la Declaración de derechos del buen pueblo de Virginia (1776).
Por fin, la francesa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de
1789, que expone los que llama “derechos naturales, inalienables y sagrados de los
hombres”, que en el artículo dos especifica: la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión. En el mismo artículo dos indica la función que han de cumplir,
orientar a la sociedad, pues la “finalidad de toda asociación política es la conservación
de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre”.
Aprovecho para apuntar una crítica a la Declaración francesa y a los derechos
humanos en general. En 1791, también en Francia, aparecerá la réplica feminista: la
Declaración de derechos de la mujer y de la ciudadana, hecha por Olimpia de Gouges,
que denunciaba así que los derechos del hombre no eran los de la mujer, que se veía
privado de muchos de ellos, entre otros los políticos; que la libertad, igualdad y
fraternidad eran mera quimera pues no incluían a la mitad de la población (Varela 2013:
31-32).
El culmen de la historia del Derecho de los derechos humanos lo constituye la
Declaración Universal de los derechos humanos, de 10 de diciembre de 1948, cuyo
preámbulo dice que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de
todos los miembros de la familia humana”. Los derechos reconocidos en la Declaración
pueden dividirse en relativos a la libertad, derechos procesales y políticos, y derechos
sociales.
La importancia de la Declaración es innegable pues, más allá de su trascendencia
jurídica, nunca en la historia de la humanidad ocurrió algo semejante, que todos los
pueblos, a través de sus Estados respectivos, elaboraron y aceptaron un código moral y
político del que se puede predicar precisamente su carácter universal, el sueño de

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cualquier iusnaturalista; de ahí que se afirme frecuentemente que se trata de la
“conciencia jurídica de la humanidad”. Para reforzar la efectividad de la Declaración, en
1966 se dieron los Pactos Internacionales de Derecho civiles y políticos, y de Derechos
económicos, sociales y culturales.

3.3. Otra referencia a la historia (de la práctica) de los derechos humanos

Realmente no haremos referencia a esta historia, que sería el desarrollo de la


humanidad entera, aunque podríamos fijarnos en cada una de las historias que trajo
consigo la creación o el reconocimiento de uno o varios derechos: la historia del
movimiento obrero, la historia del movimiento feminista, la historia del movimiento
ecologista, la historia del movimiento gay, etc., etc. Aunque también, en negativo,
podríamos reparar en las grandes violaciones de los derechos humanos a lo largo de la
historia de la humanidad.

4. LAS GENERACIONES DE LOS DERECHOS HUMANOS

La teoría de las generaciones de los derechos humanos muestra el carácter expansivo


de éstos, que se van extendiendo cada vez más, pareciendo que la aparición de nuevos
derechos humanos resulta un proceso imparable.
El problema que plantea la teoría de las generaciones de los derechos humanos es
que presenta una historia lineal y, por tanto, simplista de éstos (Pisarello 2007: 25, 35-
36), cuando la historia nunca es lineal ni simple; menos aún la de los derechos humanos:
acabamos de distinguir entre una historia de las ideas, una historia del Derecho y una
historia de la práctica, que nunca han llevado el mismo ritmo ni la misma velocidad.
Pero sí es cierto que los derechos humanos han sufrido (o gozado de) un proceso de
multiplicación que ha generado distintos tipos de derechos y que se ha producido por
tres causas: a) porque ha ido aumentando la cantidad de bienes considerados
merecedores de ser tutelados, b) porque ha sido ampliada la titularidad de algunos
típicos derechos a sujetos distintos del hombre, c) porque el hombre mismo no ha sido
ya considerado como ente genérico, u hombre en abstracto, sino que ha sido visto en la
especificidad o en la concreción de sus diversas manera de estar en la sociedad, como
mujer, como viejo, como enfermo, etc.” (Bobbio 1991:114).
Pero ya tenemos que hacer necesariamente referencia a las generaciones aunque,
para empezar, no esté claro cuántas hay. [A partir de aquí, Martínez de Pisón 1997]. Me
referiré a continuación a las tres generaciones que están sin duda acuñadas, aunque
también se suele reconocer que ya existen otras generaciones derivadas de las últimas
revoluciones tecnológicas: informática y robótica (aunque a veces la cuarta generación
también se vincula con los animales no humanos).
La primera generación de derechos humanos agrupa los llamados derechos civiles y
políticos (pero entonces podríamos distinguir entre una primera generación de derechos
civiles y otra segunda de derechos políticos), derechos que se conquistan contra el
Estado absolutista y que se plasman en Declaraciones que ya hemos citado. Por una
parte está el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad en sus distintas
manifestaciones; por otra, los derechos a la justicia y a la participación política. El
Estado que los reconoce y garantiza es el Estado liberal de Derecho, que los protege
pero sin entrometerse en la vida de los individuos; establece un marco jurídico pero se
abstiene en la medida de lo posible de intervenir en la vida social y económica. Aunque
se pueda distinguir entre los derechos y libertades personales, y los derechos políticos o
derechos de participación, todos se caracterizan por 1) ser de titularidad individual,

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pensados para el ciudadano del Estado liberal, 2) fundarse en una filosofía individualista
(la misma que fundamenta la democracia: un hombre, un voto), 3) ser derechos de
autonomía que establecen límites a la actuación del Estado y un ámbito, por tanto, en el
que el individuo es soberano, y 4) ser derechos de libertad, lo que incluye tanto la
libertad negativa, que se refiere a ese ámbito de no interferencia que es acaba de citar,
como la positiva, la libertad de participar en la creación de normas y en el gobierno de
la sociedad.
La segunda generación de derechos humanos engloba los que se conocen como
derechos económicos, sociales y culturales. Surgen al constatar que los derechos de la
primera generación son meramente ideales si no existen determinadas condiciones que
los hagan reales. Como ejemplos de éstos se puede citar el derecho al trabajo y a unas
condiciones de trabajo y un salario dignos, el derecho a la educación, el derecho a la
salud, el derecho a la seguridad social, etc. Se caracterizan por 1) ser derechos de
prestación, 2) fundarse en una filosofía socialista, 3) ser de titularidad individual,
aunque no abstractos, 4) ser derechos de (igual) libertad, y 5) basarse en y potenciar la
solidaridad.
La tercera generación de derechos humanos, aunque no es un elenco cerrado de
derechos, incluye los derechos a la paz, a la autodeterminación de los pueblos, al
desarrollo, al patrimonio cultural de la humanidad, al medioambiente o a la calidad de
vida. Su origen se encuentra en las nuevas necesidades que surgen en las sociedades y
en la humanidad en su conjunto, que no quedan satisfechas con los “viejos” derechos
humanos, pero también han traído la crítica ya referida de quienes creen que significan
una banalización de la idea de los derechos humanos.
Se suele decir que la primera generación de derechos humanos se basa en la libertad,
la segunda en la igualdad y la tercera en la fraternidad.

5. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA TEORÍA DEL ESTADO

[Para este tema, véase el clásico libro de Elías Díaz, Estado de Derecho y sociedad
democrática] Pudiera parecer que la expresión Estado de Derecho es redundante, en el
sentido de que todo Estado es Estado de Derecho. Sin embargo, desde otro punto de
vista podemos decir que no todo Estado es Estado de Derecho, pues éste es una creación
histórica que reúne ciertos requisitos, con lo que cuando faltan éstos seguiremos
encontrándonos ante un Estado, pero que ya no será Estado de Derecho. Difícilmente
cabría hoy imaginar un Estado sin Derecho, sin un sistema de legalidad, pero la
existencia de un orden jurídico no autoriza a hablar sin más de Estado de Derecho.
En principio por Estado de Derecho hemos de entender Estado sometido a
Derecho o, mejor, Estado cuyo poder y actividad vienen regulados y controlados por la
ley. En principio, por tanto, Estado de Derecho e “imperio de la ley” se identifican,
marcando claras distancias tanto del Estado absoluto como del Estado totalitario.
El Estado de Derecho se institucionaliza como tal por vez primera tras la
revolución francesa en los Estados liberales del siglo XIX. No obstante, existen
precedentes más o menos imprecisos tanto en la Antiguedad como en la Edad Media.
Pero sería la revolución francesa, como digo, la que marque el fin del antiguo régimen y
el inicio de la instauración de los regímenes liberales. Sociológicamente significa el
paso de una sociedad estamental a una sociedad clasista. En perspectiva jurídica, con
ella se generaliza la fórmula de lo que después se llamaría Estado de Derecho, que
precisa de la Constitución. Precisamente en la Declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano, de 1.789, el art. 16 establece que la “sociedad en la que la garantía de los
derechos no está asegurada ni la separación de poderes determinada, carece de

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Constitución”. Lo que significa que lo que sea la Constitución se identifica con un
contenido determinado, es decir, que la Constitución no sólo es norma suprema, sino
norma suprema con un determinado contenido: la garantía de los derechos
fundamentales del hombre y la separación o división de poderes. Además, la
Declaración también proclama la absoluta primacía de la ley, entendida como
“expresión de la voluntad general”, a la vez que se afirma que la soberanía reside en la
nación. Se trata por tanto del imperio de la ley positiva, entendida como norma escrita
emanada de la Asamblea Nacional. El origen del Estado de Derecho se vincula así en su
origen al Estado liberal, pero no hay razón para que se agote en éste.
En cuanto a las características del Estado de Derecho, son las que siguen:
1) El imperio de la ley constituye la nota primaria y fundamental del Estado de
Derecho. Por ley debe entenderse la formalmente creada por el órgano popular
representativo (Parlamento o Asamblea Nacional) como expresión de la voluntad
general. En tanto que expresión de la voluntad general se entiende que la ley está dotada
de racionalidad, racionalidad jurídica que se plasma en el sometimiento de las leyes a la
Constitución. En cualquier caso, ley, racionalidad y Parlamento se confunden de tal
manera que por imperio de la ley se entiende ley parlamentaria, sin que pueda
identificarse con el imperio de cualquier norma jurídica (por ejemplo las de un ejecutivo
incontrolado).
Aunque no sea otro término de una hipotética clasificación del Estado de Derecho, sí
importa destacar que hoy día se habla de Estado constitucional de Derecho, un Estado
en que el “imperio de la ley” ha sido sustituido por el “imperio de la constitución”,
pasando a entenderse que la constitución no es una mera declaración de intenciones sino
una norma directamente aplicable

2) Otra exigencia ineludible es la existencia de un régimen donde los poderes


estén separados, el principio de separación de poderes. Significa esto que la creación
de las leyes corresponde al poder legislativo y que la aplicación de las leyes compete al
ejecutivo y judicial, conforme a la clásica doctrina de Montesquieu, con lo que el
gobierno no podrá legislar, o el legislativo no podrá juzgar, o el judicial no podrá dictar
normas generales. Y todo ello, claro está, sin que separación implique aislamiento pues
también se reconoce la necesaria vinculación entre los poderes del Estado.
Históricamente, el principio de separación de poderes constituye el resultado de
la lucha contra el absolutismo de los reyes en nombre de los derechos del pueblo.Por
tanto, el sentido ideológico de tal principio es el de evitar la concentración del poder en
manos, sobre todo, del ejecutivo, con el fin de lograr el respeto de los derechos de los
ciudadanos. Repárese en que el principio de separación ya lo encontramos en Locke, y
en él estaba claro que su finalidad era proteger los derechos naturales de los hombres
que habían pactado la constitución de la sociedad civil. Aparece así otra vez la idea de
controlar y limitar el poder estatal, ahora por medio de un sistema de pesos y
contrapesos.
3) Como derivado del principio de división de poderes surge el otro principio de
la legalidad de la Administración, que exige el sometimiento de la Administración a
la ley, a la que debe ajustarse en su modo de proceder. La ley es, por tanto, el
fundamento y el marco de la actividad de la Administración.
A diferencia de lo que ocurría en el Estado absolutista, caracterizado por las
absolutas inmunidades de los grandes poderes discrecionales y políticos de la
Administración, en el Estado de Derecho la Administración está fiscalizada
jurídicamente a través de un sistema de recursos contencioso-administrativos atribuidos
a los particulares contra las posibles infracciones legales de la Administración. Similar

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fiscalización jurisdiccional hay que mantener en el Estado de Derecho con respecto a
los poderes normativos de la Administración y esto tanto en relación a los reglamentos
como a las diferentes formas de legislación delegada.
4) Por último, el objetivo de todo Estado de Derecho y de sus instituciones
básicas se centra en la pretensión de lograr garantía y seguridad jurídica para los
derechos fundamentales. Visto desde hoy, el liberalismo clásico no reconoce ni protege
todos los derechos fundamentales que en el momento actual tenemos por tales y, en este
sentido, el paso de un Estado liberal a otro social trae consigo el reconocimiento de
nuevos derechos que el Estado liberal de Derecho no tuvo en cuenta. En cualquier caso,
se observa así la importantísima función que estaban llamados a desempeñar los
derechos humanos: la de limitar la acción del Estado. Frente al Estado absoluto, al
Estado ilimitado, y como consecuencia del miedo al poder, se entiende que sólo un
poder restringido, sometido a límites, es legítimo. Por supuesto, no cualesquiera límites
sino los que indica la razón, lo que significa reconocer, garantizar y asegurar los
derechos humanos. Entonces, en aquel momento histórico, los derechos de libertad: el
Estado tiene que reconocer la libertad de los individuos, garantizarla, es decir,
protegerla frente a los ataques de los demás, y por supuesto no vulnerarla él mismo.

6. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA LIBERTAD

El primer valor, al que surgen vinculados los derechos humanos, por tanto, es la
libertad. Como ya dijimos, los derechos de la primera generación, los civiles y políticos,
son derechos de libertad que implican la no interferencia del Estado en una esfera que
compete al individuo. Salvo que alguien pretenda interferir en la esfera propia de otro
individuo, el Estado no es nadie para exigirle aquello que sólo a él le afecta. Lo expresó
de forma canónica un liberal tan importante como John Stuart Mill, en Sobre la
libertad:

“el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o


colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de uno cualquiera de sus
miembros, es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede,
con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra
su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es
justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no
realizar determinados actos, porque eso sea mejor para él, porque le haría feliz,
porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más justo. Estas son
buenas razones para discutir, razonar y persuadirle, pero no para obligarle o causarle
algún perjuicio si obra de manera difente. Para justificar esto sería preciso pensar que
la conducta de la que se trata de disuadirle produciría un perjuicio a algún otro. La
única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es
la que se refiere a las demás. En la parte que le concierne meramente a él, su
independencia es, de derecho, absoluta”.

Como se observa, es el perjuicio no el que marca sino el que debe marcar el límite
jurídico de la acción humana; es decir, sólo se debe prohibir o castigar aquellas acciones
que perjudican a los demás, no las que sólo nos perjudican a nosotros mismos. El principio
liberal parece claro y, sin embargo, puede plantear problemas insuperables. ¿Ha de
prohibirse el consumo de drogas? ¿Ha de obligarse a usar el cinturón de seguridad? ¿Ha de
prohibirse o permitirse la prostitución? ¿Ha de prohibirse la venta de órganos? ¿Ha de
prohibirse la esclavitud voluntaria? ¿Ha de prohibirse el contrato caníbal? Es éste el
problema de los límites del liberalismo o, lo que es lo mismo, el problema de los límites
del derecho a la libertad.
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[A partir de aquí, Bobbio] Pero realmente la libertad puede entenderse de dos formas
distintas, cada una de las cuales nos sirve para fundamentar los derechos civiles y los
políticos, respectivamente. Por una parte está la libertad negativa o libertad como
ausencia de impedimento o de coacción, la que definió Montesquieu como “el derecho de
hacer aquello que las leyes permiten”. Por otra parte, la libertad positiva o
autodeterminación o autonomía que Hegel (pero valdría también Rousseau o Kant) definió
como “la facultad de no obedecer otra ley que no sea aquella a la que los ciudadanos han
dado su consenso”. “Más que de libertad negativa y positiva quizás sería más apropiado
hablar de libertad de obrar y libertad de querer, entendiendo por la primera ´acción no
impedida y no constreñida´, y por la segunda ´voluntad no heterodeterminada o
autodeterminada”. Si tenemos en cuenta la vieja polémica determinismo/ libertad, es
fácil comprender que de un local donde se pueda fumar se dice que en él hay libertad para
fumar o no (libertad de obrar), aunque los que fumen no suelan ser libres para hacerlo o no
(libertad de querer).

Conducta no prohibida – permitida – derecho – negativa – de obrar

Libertad

Conducta no determinada – posible – poder – positiva – de querer

Esas distinciones reenvían a la clásica de Benjamin Constant, que distinguía entre la


libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. La de los modernos era la
libertad del disfrute privado de algunos bienes fundamentales para la seguridad de la vida y
para el desarrollo de la personalidad humana, como son las libertades personales, de
opinión, de iniciativa económica, de movimiento, de reunión y otras semejantes. En
cambio, la libertad de los antiguos era la de participar en el poder político. La primera le
corresponde a cada individuo en tanto que individuo; la segunda en tanto que miembro de
una colectividad.
La distinción nos lleva a una cuestión fundamental, la de las relaciones entre el
liberalismo y la democracia, que durante tiempo parecieron enfrentados, mientras que
hoy solemos pensar que ambos van unidos: que los regímenes más libres, aquellos en los
que se reconocen y respetan más los derechos humanos, son los liberal-democráticos. En
principio, el liberalismo y la democracia responden a dos cuestiones distintas. El
liberalismo, una teoría del Estado, contesta a la pregunta de qué contenido deben tener las
leyes, mientras que la democracia, una teoría del gobierno, responde al interrogante de
cómo han de elaborarse las leyes. Cabe pensar en una legislación liberal no democrática,
así como en una legislación democrática no liberal (como siempre se recuerda, Hitler fue
elegido democráticamente).
Es cierto que a veces los liberales han acusado a los demócratas de abrir el paso al
despotismo, a la vez que han apuntado el verdadero y grave problema de la tiranía de la
mayoría, que sin duda puede sojuzgar a las minorías o a los individuos; y es cierto que los
demócratas han acusado a los liberales de defender sus intereses particulares
desentendiéndose del bien común. Pero también es verdad que el liberalismo y la
democracia, los derechos civiles y los políticos, tienen una historia común hasta el punto

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de entenderse hoy día que el liberalismo sin la democracia no es real, como no es real la
democracia sin el liberalismo.

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