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Esta distinción entre los diferentes tipos de derechos subjetivos se inspira parcialmente en la que el
jurista alemán judío, Georg Jellinek, expuso en su Sistema de los derechos públicos subjetivos, en 1892,
bajo la distinción, respectivamente, de un estatus negativo, positivo y activo del sujeto de tales derechos.
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Estos derechos subjetivos no sólo serían facultades y capacidades sino también exigencias
que el sujeto dirige a los poderes del Estado. La concepción de los derechos subjetivos como
derechos fundamentales sólo es posible cuando quien los exige cuenta con la ayuda de un
mecanismo coactivo preparado para tal fin, o, dicho de otro modo, un ordenamiento estatal.
Como explica Max Weber2 la preservación de los derechos subjetivos es un logro moderno para
el que se tuvo que imponer la idea de igualdad jurídica formal en contra de privilegios
tradicionales y corporativos. Frente a las tesis del Leviatán de Hobbes que, como vimos en el
tema 3, consideraba el mantenimiento de la seguridad como la principal función del Estado,
la concepción moderna basada en la igualdad jurídica, estima que el Estado de Derecho sólo
funciona cuando los derechos subjetivos son previos y están por encima de las leyes estatales, es
decir, cuando se garantizan los derechos fundamentales y civiles, por cuyo contenido normativo
se deben medir las estructuras de poder.
Históricamente esta prioridad de los derechos subjetivos sobre los objetivos es
relativamente nueva, pues, al menos desde los mandamientos bíblicos, las obligaciones
prescriptivas han tenido prioridad sobre los derechos de los individuos, que en muchas
ocasiones son secundarios también con respecto a las normas del gobierno político. Por eso, los
derechos humanos, como derechos subjetivos que adquieren una positivización u objetivación
legal, suponen un acontecimiento excepcional en la historia del derecho y la política, aún más si
se considera que tienen autoridad por encima de los ordenamientos jurídicos de los Estados. Esa
autoridad procedería, como veremos, de su carácter universal, muy diferente al de los derechos
subjetivos particulares, es decir, aquellos que pueden reclamarse dentro de un ordenamiento
jurídico estatal concreto, como por ejemplo el español, articulado y sancionado por la
Constitución.
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Max Weber explica con claridad este proceso en el capítulo primero de la segunda parte de su obra
Economía y sociedad: “Un derecho subjetivo, en el sentido ‘estatal’ de la palabra, está bajo la garantía de
los medios de poder de la autoridad política”. Weber no excluye aquí medios no estatales de coacción
para defender ciertos derechos subjetivos, como por ejemplo, los que se derivan de la creencia en
recompensas y castigos en otro mundo, en el caso de sociedades no secularizadas.
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que se refiere la Declaración Universal de 1948 serían inseparables de los seres humanos y éstos
de ellos. De igual forma la idea de derechos humanos es indisociable de la idea de Humanidad.
En tal caso, de manera implícita se considera que estos derechos se refieren a bienes que se
consideran indispensables para los seres humanos y que, por ello mismo, esos derechos son un
bien en sí mismos.
Veamos otra definición algo más complicada y precisa: «los derechos humanos son
exigencias legítimas de cada hombre destinadas a poder realizarse como persona y vivir de
manera digna dentro de un orden político que los considere como iguales; tales exigencias van
dirigidas en primer lugar a los responsables de este orden, pero también crean la obligación para
cada hombre de contribuir tanto como sea posible a la preservación de esos derechos.» Esta
última definición extraída del libro Filosofía de los derechos humanos, de Ch. Menke y A.
Pollmann citado en la bibliografía contiene más aspectos políticos que la anterior de la
ONU. La relación entre los aspectos ético-morales, jurídicos y políticos de la declaración no es
sencilla. De hecho, hay concepciones que pretender subrayar uno solo de esos aspectos y otras
que engloban unos, por ejemplo, el político y moral, dentro de otro que se considera
fundamental, por ejemplo, la moral.
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- Sólo por su constitución como una declaración positiva de derechos objetivos
fundamentales, obligados a ser respetados por todos los Estados, alguien puede
considerarse sujeto de ellos, es decir, su carácter subjetivo está determinado por su
instauración objetiva.
- Filósofos ilustrados como Jeremy Bentham sostenían que ningún derecho podría ser
concedido si no es mediante una legislación (es decir, por un derecho objetivo) y no por
moralidad alguna.
- Autores contemporáneos como John Rawls sitúa los derechos humanos en el territorio
del derecho de gentes, que sólo sería válido en tanto que cada uno de los Estados quiera
comprometer a ellos su propio ordenamiento jurídico.
- Sin embargo, una cuestión central pone en cuestión la primacía de la concepción
jurídica sobre la moral, y es la fundamentación del derecho a tener derechos. La filósofa
Hannah Arendt destacó este aspecto crucial de los derechos humanos para argumentar
por qué desbordan la argumentación jurídica. En cierto modo, tanto el preámbulo de la
Declaración de Derechos Universales del Hombre (https://www.un.org/es/universal-
declaration-human-rights/), que insiste en la dignidad y la conciencia frente a la
barbarie irracional, como su artículo 28, destacan este derecho que engloba desde fuera
el resto de derechos estrictamente jurídicos.
c) Concepción política. Pensadores como Jürgen Habermas, John Rawls o Richard Rorty, con
muy diferentes matices, han defendido en las últimas décadas el carácter eminentemente
político de los derechos humanos. Entre otras razones puede argumentarse que:
- Los derechos humanos no emanan del compromiso moral espontáneo de cada
individuo sino del compromiso de los responsables políticos. Quien se compromete con
ellos es el sujeto político colectivo, no el sujeto moral individual. Es por eso que deben
ser reivindicados por y mediante la política.
- El contenido de los derechos humanos es un orden público en el que todos los hombres
son considerados como iguales.
- Los destinatarios de las obligaciones de los derechos humanos son los actores
responsables del orden político público: no sólo quienes ejercen el poder estatal, sino
también todos aquellos que están amparados por él o tienen una posición privilegiada
en ese orden político.
- El fundamento de los derechos humanos no es ya solo el derecho de cada hombre a
tener derechos en general, sino el derecho de cada hombre a formar parte de una
comunidad política de libre autodeterminación, pues sólo en tal comunidad cada
miembro es respetado como igual. Esta concepción, muy semejante a la idea kantiana
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del derecho cosmopolita, es la que está presente en la segunda de las definiciones que
dimos en el apartado 1.2.
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- Los de la segunda generación serían derechos ante todo sociales, económicos y
culturales, como las prestaciones sociales, sanitarias, educativas, cuya inspiración está
en las reivindicaciones obreras revolucionarias tras la industrialización del XIX.
- Los derechos de tercera generación estarían movidos por la solidaridad hacia colectivos
y minorías amenazadas, nuevas comunidades de riesgo y la protección frente al
deterioro biológico y climático; derechos cuyas exigencias conciernen a bienes puestos
en peligro por la expansión del capitalismo en el siglo XX y, en general las
consecuencias del proceso de globalización.
- Siguiendo esta división, autores posteriores han propuesto identificar nuevos derechos
de cuarta generación que tendrían que ver con el desarrollo tecnológico y su influencia
en la libertad de los individuos y las relaciones entre ellos (por ejemplo, la extensión de
dispositivos de vigilancia y control de los ciudadanos, la intrusión en la vida privada
mediante medios informáticos y digitales, la tecnificación de los procesos biológicos
humanos, etc.)
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humanos en 1953 (con la excepción de Bielorrusia, Kazajistán y Ciudad del Vaticano), y creó el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo seis años después.
El sujeto universal de los derechos humanos queda, pues, protegido en primera instancia no
sólo por un derecho objetivo de aplicación internacional, sino por una red de instrumentos
institucionales semejantes a los de un Estado complejo. De hecho, de manera insólita en el
Derecho internacional, cada sujeto individual, a menudo frente a su propio Estado, puede
solicitar el amparo de un Tribunal de Derechos Humanos en asuntos, por ejemplo, relativos al
Pacto por los derechos civiles y políticos (no así, significativamente, si se trata del Pacto por los
derechos económicos y sociales: éstos se consideran como objetivos de Estado, y no derechos
subjetivos judiciales). Toda la red de instrumentos institucionales supranacionales, en su intento
siempre insuficiente de controlar la observancia y aplicación de los derechos humanos dentro de
los Estados particulares, evidencia el papel dominante de éstos a la hora de decidir sobre su
modo de preservarlos, interpretarlos y aplicarlos. Y evidencia también la tensión entre
universalidad y singularidad nacional que recorre estos derechos desde su declaración y que, a
pesar de los argumentos habituales, no puede reducirse a una cuestión sobre el relativismo de
las diferencias culturales.
5. El problema de la universalidad
a. Validez universal de los derechos humanos. El relato de los derechos humanos nos dice que
con su implantación se establecen instancias y mecanismos en derecho internacional externos,
superiores, a los Estados individuales, de modo que son considerados universalmente válidos y
jurídicamente positivados. De este modo, un solo hombre puede exigirlos a toda una
comunidad. Los derechos humanos aspiran a una validez universal (para todos los
hombres), idéntica (para todos los hombres en el mismo sentido, igualitaria (para todos en la
misma medida), indivisible (sólo conjuntamente), categórica (incondicional)
b. Dificultades para esa validez universal:
- No todos los hombres reconocen en la misma medida la universalidad del hombre
- A los hombres no se les puede imponer el reconocimiento de esa universalidad
- En materia de derechos humanos se debe atender a exigencias respecto a
consideraciones políticas, culturales o religiosas y respecto a Estados o comunidades
particulares, en especial cuando vean cuestionados sus valores más arriesgados.
- Una y otra vez se suspende parcialmente la validez de los derechos humanos en ciertos
ámbitos de actuación estatal (en los Estados occidentales particularmente, y en nombre
de los propios derechos humanos): situaciones “excepcionales” reclamadas por el
Estado so pretexto de defender su orden fundamental.
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- La puesta en cuestión de la universalidad de los derechos humanos no proviene sólo de
comunidades culturales diferentes: también del interior de los propios Estados que
históricamente los desarrollaron en primer lugar.
c. Intentos de respuesta a esas objeciones. Estas objeciones, como se ve, pueden clasificarse en
dos tipos: las que obedecen a las peculiaridades nacionales, sociales y culturales, y las que
obedecen a los intereses políticos de los Estados, que consideran que o bien tales derechos no
son indivisibles, es decir, unos (como la seguridad) pueden ser más importantes que otros (como
la libertad), o también quienes por intereses económicos consideran los derechos políticos
individuales más importantes que los sociales colectivos.
Más adelante se desarrollarán estas objeciones y dificultades en el marco de la crítica
contemporánea a los derechos humanos. Ahora conviene destacar dos aspectos que matizan y
explican la pretensión de universalidad en los derechos humanos:
i) Ubicuidad y minimalismo. Se entiende que el respeto a los hombres y a sus
derechos, ha de darse en todos los ámbitos de la vida humana, no sólo en unos
determinados. Eso significa la obligación de considerar al ser humano en cuanto
que humano en todas las esferas de su vida, excluyendo que en ninguna de ellas (la
política, la económica, la familiar, etc.) pueda ser sometido a la servidumbre y la
opresión. Por otro lado, el alcance de estos derechos pretende ser mínimo, es decir,
reivindicar el mismo reconocimiento de cada hombre en cada ámbito vital, pero no
en todo lo que los hombres quieren, sino sólo desde una perspectiva limitada al
reconocimiento entre ellos.
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Estas matizaciones filosóficas corren el riesgo de quedarse sólo en el plano de la teoría y
de no dar respuesta a lo que la praxis, la forma actual de considerar jurídica y políticamente los
derechos humanos, pone de manifiesto: que los derechos humanos son una serie de derechos
universales morales y jurídicos, superiores a cualquier tipo de doctrina moral o de ordenamiento
jurídico y que, nacidos en un contexto histórico occidental, deben ser observados por todas las
Estados del mundo, de modo que en su nombre puedan establecerse sanciones a los Estados y
los responsables políticos e incluso puedan emprenderse medidas de fuerza incluso bélicas
contra ellos: unas medidas que son administradas por instituciones que en su mayoría se
encuentran en los países más desarrollados y suelen emprenderse contra los países menos
desarrollados.
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La convicción de que los derechos humanos experimentaron un despliegue continuo desde
su formulación ideal filosófica a inicios de la Modernidad hasta su materialización jurídica en el
siglo XX ha sido puesta en cuestión por quienes como la filósofa Hannah Arendt sostienen que
la experiencia del totalitarismo resultó decisiva para urgir a su declaración internacional. En su
obra Los orígenes del totalitarismo, Arendt afirma que el totalitarismo destruyó en buena parte
la fundamentación clásica de los derechos humanos al disolver su estrecha relación con el
Estado. Si durante siglos se apeló al Estado como el mejor garante de los derechos de los
sujetos, este se convirtió en el siglo XX en su mayor amenaza. Con los campos de
concentración y exterminio se perdieron las certezas acerca de la unión entre naturaleza, fe y
razón sobre las que se fundamentaban los derechos humanos tal y como, por ejemplo, expresaba
el preámbulo de la Declaración de Independencia de los EEUU de 1776 3. De modo muy
diferente, el Preámbulo de la Declaración de los Derechos Universales del Hombre de 1948
advierte contra los “actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”. Y frente a
ellos apela a una “inherente” razón y conciencia, cuya naturaleza no puede ya sustentarse en la
comunidad política, aunque sólo sea posible desarrollarla en ella. Lo que en palabras de algunos
filósofos se ha llamado “ruptura de la especie”, no tanto consistió en negar el concepto de
humanidad, como en negar la humanidad común de la humanidad, cambiando, claro,
radicalmente su significado4. Esto es lo que los filósofos como Giorgio Agamben 5 han
considerado la ruptura o incluso el fracaso ético del siglo XX.
La reflexión sobre la ética después de Auschwitz se ha desplegado contra el proyecto
pretendidamente “moral” del nazismo: la justificación y realización del pretendido derecho de
un colectivo específico al asesinato de un pueblo entero, y precisamente de un pueblo cuyos
principales mandatos morales eran el amor y la justicia. Por anteriores y más amplios que
3
Esto es lo que exactamente dice la Declaración norteamericana en su Preámbulo «Sostenemos que estas
verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su
Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan
sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados.»
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Los testimonios de supervivientes de la Shoah y los campos de concentración coinciden en el
sentimiento de haber experimentado en sí mismos el ataque a la idea de comunidad de la especie. Así, el
químico y escritor italiano judío Primo Levi en sus memorias de Auschwitz, tituladas significativamente
Si esto es un hombre habla de la dificultad para soportar haber vivido un tiempo en que «el hombre era
una cosa para el hombre». Otro superviviente de los campos nazis, el escritor francés Robert Antelme
dice en sus memorias, tituladas, también significativamente, La especie humana: «El horror ahí es
oscuridad, falta absoluta de referencias, soledad, opresión incesante, lento aniquilamiento. El resorte de
nuestra lucha no habrá sido más que la reivindicación enloquecida, y casi siempre solitaria por sí misma,
de seguir siendo, hasta el final, hombres. No creemos que los héroes que conocemos, de la historia o de la
literatura (…) se hayan visto obligados a expresar, como única y última reivindicación, un último
sentimiento de pertenencia a la especie. Decir que entonces nos sentíamos impugnados como hombres,
como miembros de la especie (…) es lo que vivimos de forma más inmediata y percibíamos
constantemente. Eso es exactamente lo que desearon los otros.»
5
Véase el libro de Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia, Pre-
textos, 2005
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puedan ser sus argumentos, es frente a esa pretensión y como reacción a su brutal realización
material durante varios años en un proceso criminal industrial, como aún puede entenderse de
manera más inmediata la firme decisión de establecer una declaración objetiva de derechos
subjetivos fundados, como hemos visto que sostenía Hannah Arendt, en el derecho de todos los
sujetos a tener los mismos derechos, y a que, en consecuencia, las estructuras políticas y sus
responsables los promuevan, garanticen y preserven. Ese derecho a tener derechos toma como
base una idea de dignidad que, acuñada ya en los inicios de la Modernidad, cobró su mayor
significado con las guerras del siglo XX.
7. La idea de Dignidad.
En su Preámbulo, la Declaración de 1948 se abre proclamando que «la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los
derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana». Y seguidamente
afirma que «el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos
de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad». Esos «actos ultrajantes» habrían
afectado directamente a la dignidad humana. En el artículo primero se dice que «todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», donde la dignidad aquí es considerada
como algo distinto aunque inseparable de los derechos. La frase del preámbulo especifica la
importancia ya no de la dignidad sin más, sino de su reconocimiento. Un reconocimiento que no
sólo atañe a los Estados, sino a todos y cada uno de los seres humanos con respecto a los demás.
Por eso mismo su definición resulta tan importante y al mismo tiempo tan difícil, hasta el punto
de que algunos filósofos e historiadores contemporáneos han dudado de la pertinencia del
concepto e incluso lo han considerado un tópico vacío, una vez que se han alterado las
condiciones que le dieron significado en el pasado. Para responder a esta crítica y abordar una
definición conviene comenzar con un breve repaso por la historia de la idea de Dignidad.
7.1. Historia de la idea de Dignidad
- En la Antigüedad griega y romana, la dignitas se refería a ciertas virtudes
personales de excelencia, valor, control de las pasiones, que solían vincularse a la
posición especial de una personalidad en la vida pública, desde los héroes griegos a
los senadores romanos.
- En la teología medieval tiene lugar una generalización del significado, transferido a
la posición especial del hombre dentro del orden divino general, “a imagen y
semejanza de Dios”.
- En la Modernidad, tanto en su primera fase renacentista, con Pico della Mirandola y
su tratado Sobre la dignidad humana, como en su culminación en la Ilustración se
produce una secularización del concepto: el hombre mismo es constituido con las
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facultades de razón y autodeterminación, convirtiéndose en un ser digno de
veneración. En el siglo XVIII, el concepto es reformulado por la filosofía moral y la
filosofía del derecho por autores como Puffendord y Kant, quien la consideraba la
facultad ético-moral de un sujeto para autodeterminarse: elevarse como soberano de
sus propios afectos e inclinaciones. Sin embargo, esta relevancia moral no tuvo en
ese momento una manifestación jurídica y, de hecho, no aparece en las
declaraciones de derechos del siglo XVIII.
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Siguiendo este modelo otras leyes de carácter estatal han incluido la dignidad entre sus principios, tales
como la Ley alemana de derechos fundamentales, que habla de la dignidad como un derecho intangible o
la Constitución española en su artículo 10
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El filósofo Giorgio Agamben en su libro citado Lo que queda de Auschwitz afirma: «Experimentamos
vergüenza [por ejemplo en la desnudez forzada] porque no podemos esconder aquello que quisiéramos
sustraer a la mirada. En la vergüenza el sujeto no tiene otro contenido que la propia desubjetivación, se
convierte en testigo del propio perderse como sujeto. Este doble movimiento de subjetivación y
desubjetivación es la vergüenza», p. 109-110.
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En los años treinta del siglo XX el jurista alemán Carl Schmitt afirmaba que los derechos humanos eran
una coartada moral para justificar la guerra en términos que enfatizaban la distinción moral con el
enemigo. Resulta instructivo recordar que Schmitt en esos mismos años expresó su apoyo al régimen nazi
y no se opondría a su política de guerra.
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individual basada en una concepción moderna y liberal de la subjetividad y la consideración del
capitalismo y la libertad económica como el modo más adecuado de relación entre los seres
humanos9.
El escenario de la globalización, con la ascendencia de nuevos protagonistas políticos y
sociales y sus nuevas reivindicaciones, habría evidenciado el anclaje de la Declaración de
Derechos y el modo de aplicarla, a su origen occidental eurocéntrico y a los intereses
económicos del capitalismo. Tal es la tesis del pensador portugués Boaventura de Sousa Santos,
director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra. En su libro Derechos
humanos, democracia y desarrollo Santos desarrolla una crítica integral del contenido de los
Derechos humanos pero justifica la necesidad de su mantenimiento acomodándolos a las nuevas
exigencias del mundo contemporáneo.
Su punto de partida es la crítica a lo que considera espejismos ideológicos de los derechos
humanos. Tales “espejismos” o supuestos discutibles de los derechos humanos serían:
- la teleología, o consideración de los derechos humanos exactamente tal y como
están declarados como una necesidad esencial del progreso humano,
- el triunfalismo, o la idea de que no hay ninguna forma mejor de garantizar al
dignidad humana y que, por tanto, habrán de triunfar mundialmente,
- la descontextualización, o el ocultamiento de los intereses a los que respondía su
creación así como al marco económico y político que hace un uso sesgado de ellos,
- el monolitismo, o la insistencia en subrayar su carácter político a escala de las
sociedades democráticas liberales sin reparar en su inadecuación cuando no
oposición a otras reclamaciones políticas individuales y colectivas,
- el antiestatalismo, o su inclinación a disminuir el poder de los Estados, no tanto en
favor de las libertades civiles, sino precisamente en su detrimento, al dejar sin
control alguno a las estructuras de poder no estatales que también pueden actuar y
actúan en contra de los derechos humanos
En este sentido afirma Santos: «Poco a poco, el discurso dominante de los derechos
humanos se ha convertido en el de la dignidad humana ajustado a las políticas liberales, al
desarrollo capitalista y a sus diversas metamorfosis (liberal, socialdemócrata, fordista,
corporativa, estatal, neoliberal, etc.), y también a un colonialismo metamorfoseado
(neocolonialismo, colonialismo interno, racismo, trabajo análogo a la esclavitud, xenofobia,
islamofobia, políticas de inmigración represivas, etc.). Por tanto, debemos tener en cuenta que el
mismo discurso de los derechos humanos ha significado cosas muy diferentes en diversos
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Para una crítica de los críticos de los derechos humanos y una defensa del concepto de dignidad que
estos siguen albergando es muy recomendable el texto del filósofo Jürgen Habermas que figura en los
materiales de UA Cloud: “La idea de dignidad humana y la utopía realista de los derechos humanos”
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contextos históricos y ha legitimado tanto prácticas revolucionarias como
contrarrevolucionarias.»
La crítica insiste en que el uso actual de los Derechos Humanos tiende a aplicar su misma
receta abstracta, neutralizando la potencia de ideologías alternativas y de otros universos
simbólicos que acaban siendo reducidos a sus circunstancias locales, sin ninguna repercusión en
el canon universal de los derechos humanos. Como ejemplos de estas ideologías y universos
simbólicos alternativos, Santos hace referencia a los movimientos indígenas, en particular en
América Latina; los movimientos campesinos de África y Asia, y la insurgencia islámica. Pese a
las enormes diferencias entre ellos tienen en común el hecho de que provienen de referencias
políticas no occidentales y se constituyen como resistencia a la dominación de Occidente.
En este contexto la supervivencia de los derechos humanos como el mejor instrumento para
identificar y combatir las patologías del poder y para garantizar la dignidad humana en toda su
extensión exige repensar y superar en la medida de lo posible las problemáticas tensiones entre:
- lo universal y lo particular como fundamentos de las exigencias de derechos,
- los derechos políticos individuales y los derechos colectivos económicos y sociales
(estos últimos desplazados en buena parte del mundo, incluida Europa),
- entre la igualdad y el reconocimiento de la diferencia
- entre la razón de Estado y la razón de los derechos (la continuidad de los derechos
humanos y las discontinuidades de los regímenes políticos)
En todos los casos se trataría de «articular luchas hasta ahora separadas por un mar de
diferencias y divisiones entre tradiciones de lucha, conjuntos de reivindicaciones, vocabularios
y lenguajes de emancipación, y formas de organización política y de lucha.» No se trata
entonces de acabar con la universalidad en nombre de las diferencias y exigencias de minorías
en riesgo (por ejemplo las comunidades indígenas), sino de reconocer que, en palabras de
Santos, «estas minorías puedan estar luchando en nombre de un futuro no solo para ellos, sino
para todos, pues al defender sus tierras y medios de vida están luchando para que el planeta no
se convierta en un lugar inhabitable en un futuro próximo; de modo que defienden los intereses
de las mayorías aun antes de que esos intereses tengan mayorías que los defiendan.»
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ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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