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1. Introducción
El derecho, supone la existencia de una sociedad sin la cual carece de sentido siquiera la
posibilidad de pensar todo vínculo entre dos o más personas y, mucho menos, toda
exigencia o reclamo derivado de aquel. Sin embargo, antes de examinar las relaciones que
las personas estructuran en la vida social, corresponde detenerse en el estudio del mismo
ser humano que está en la base constitutiva de la sociedad y que, por lo mismo, da sentido
al derecho.
Hay tres teorías que proponen explicarla. “Las tres coinciden en señalar como primer
significado de la palabra latina persona el de máscara, esto es, indica algo exterior al
hombre, con el que éste se cubre la cabeza y con ello se presenta ante los demás con una
figura o cara exterior, que no es la natural propia”. Esta apreciación no va sin
consecuencias para el plano social y, por extensión, para el jurídico, ya que la “máscara” a
que hace referencia la persona sirve para ocultar la verdadera realidad del enmascarado o
para permitirle desempeñar un papel diverso del que genuinamente es.
Por lo tanto, una cosa es el ser humano y otra, bien distinta, la persona. Si bien resulta de
indudable importancia que “persona tuvo, desde sus orígenes, un sentido social y
relacional: el hombre en un contexto social de relación”, no lo es menos que el contenido
de ese sentido social y relacional ha variado a lo largo de las épocas, cuanto menos a
partir de las diversas concepciones filosóficas y teológicas que gravitaron sobre las
relaciones entre los sujetos.
La persona tanto “es dueña de sus actos ontológicamente, esto es, por la razón es capaz
de dominar el curso de sus actos”, como “de su propio ser, en el sentido de que se auto-
pertenece a sí misma y es radicalmente incapaz de pertenecer a otro ser”. Se trata, en
suma, de un “dominio ontológico” y de un “dominio moral”, todo lo cual necesariamente
repercute en un “dominio jurídico” en la medida en que “el ser y los actos de la persona,
por pertenecerle, son derecho suyo frente a los demás”. Dicho dominio contiene, un triple
desglose: en primer lugar, engendra “el dominio sobre cuánto le constituye (su vida, su
integridad física, su pensamiento, etc.)”; en segundo término, y dado que el ser del hombre
es, además de su naturaleza, historia, su dominio “se extiende a la apertura y tensión a
obtener sus fines propios”; y, por último, “la capacidad de dominio se extiende a aquel
círculo de cosas que encuentra en el Universo y que, por no ser personas, son seres que
no poseen el dominio sobre su propio ser y, en consecuencias, son radicalmente
dominables”, como el caso de los objetos exteriores, como las plantas que sirven de
alimento, las piedras, los animales, etc. Los animales tienen guaridas y nidos, se reparten
el territorio, forman unidades entre progenitores y crías, etc. Sin embargo todo esto es
simple instinto y fuerza.
1. Síntesis conclusiva
Se trata de garantizar ese mínimo haz de exigencias que caracterizan al ser del hombre,
sin lo cual nada de su ulterior desarrollo en el específico contexto social en el que se halla
resulta posible. Por ello, como expresa también la citada Declaración, “todos los derechos
humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí”,
de modo que “la comunidad internacional debe tratar los derechos humanos en forma
global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dándoles a todos el mismo
peso”
Según la Declaración Universal de Derechos Humanos, dice que “todo ser humano tiene
derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”. Esta norma es la
réplica a las concepciones teóricas anteriormente referidas en tanto “el principio de
igualdad significa que el hombre ya no es considerado en razón de su papel social”, esto
es, de su “condición o estado” en un caso, o de su reconocimiento legal, en otro, sino “en
razón de sí mismo”. La persona, en efecto, es; y en tanto que tal es portadora
de bienes propios que la tornan intocable, incomunicable y, de este modo digna,
presentándose ante el derecho como otro que merece un respeto incondicionado.
Son estos atributos, y no lo que las leyes digan o callen, la razón o fundamento de los
derechos “esenciales”, es decir, inherentes, que los estados reconocen, esto es, que no
crean. De ahí, “el principio de igualdad, la sustitución de la mentalidad estamental por la
sociedad igual y la teoría de los derechos humanos exigen que de suyo el concepto de
persona sea atribuido a todo ser humano, cualquiera que sea su condición. En este caso,
el signo de la historia está en la línea del derecho natural”.
1. El derecho infraconstitucional
Según el Código Civil, ambas clases de personas son “todos los entes susceptibles de
adquirir derechos, o contraer obligaciones”; ya que la persona es, pues, un ente (por eso lo
ontológico), de modo que por ya ser, resulta capaz en tanto que tal y no porque la ley lo
diga, de adquirir derechos y obligaciones. Este concepto se profundiza cuando se refiere a
las personas de “existencia visible”, expresa que se trata de “todos los entes que
presentasen signos característicos de humanidad, sin distinción de cualidades o
accidentes”.
9. La tensión entre las teorías del derecho natural y del positivismo jurídico
Las tesis fundamentales del iusnaturalismo jurídico fueron históricamente contestadas por
una filosofía que, a partir de la modernidad, se conoce como positivismo jurídico.
El positivismo jurídico es la corriente de la ciencia jurídica que cree poder resolver todos
los problemas jurídicos que se planteen a base del Derecho positivo, por medios
puramente intelectuales y sin recurrir a criterios de valor, no se gobierna solamente por
principios lógicos, sino, sobre todo, por principios jurídicos. Es el postulado o ficción
consistente en afirmar que la ley o, por lo menos, el orden jurídico forma una
unidad cerrada y completa.
Por otro lado, el positivismo jurídico abona la proposición “no cognotivista”. Ya que según
Nino “la posibilidad de identificar un sistema normativo justo y universalmente válido
(llámese derecho natural o moral ideal) queda descartada sea porque un tal sistema no
existe, o porque no es accesible a la razón”.
1. Aristóteles
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Una persona es digna o excelente en razón de ser portador, por su propia condición de tal,
de ciertos “bienes” o “títulos” que le pertenecen naturalmente, esto es, a partir de la
observación y conocimiento de la naturaleza humana. La esencia como principio de
operación es lo que llamamos naturaleza humana.
El ser o la esencia del hombre no es una realidad concluida, sino que, como se trata de un
ser vital, se halla en permanente desarrollo hasta obtener su consecución plena, lo que
ocurre cuando se alcanza “la naturaleza de la cosa”
La noción de “medida” sin más (ni natural, ni positiva) “no es otra cosa que
el ajustamiento entre lo debido y lo dado; es, en suma, la delimitación del derecho y de la
deuda. Sentado lo anterior, y en relación con las “medidas” naturales, el autor citado
precisa que al implicar lo justo “una relación de igualdad entre cosas (justicia conmutativa)
o entre cosas y personas (justicia distributiva)”, dicha igualdad no puede referirse,
puramente, a la “naturaleza humana” sino, de manera más amplia, a la “naturaleza de las
cosas”. Bajo esta idea de la naturaleza de las cosas, se alude al ajustamiento o igualación
de “dimensiones valorables o medibles”. ”La identidad y la cualidad son
realidades objetivas que se miden y comparan de por sí, que se ajustan naturalmente”
dando lugar, en consecuencia, a una “medida” natural.
La esencia del derecho es la racionalidad; cuando ésta falta no estamos ante el sistema
jurídico de relaciones humanas, sino ante un sistema de fuerza y arbitrariedades que es
algo distinto del derecho y que se aproxima al sistema de fuerzas e instintos del mundo
animal.
El acto voluntario ha de ser justo y, por tanto, debe consultar las exigencias básicas de las
personas en su relación con los demás y con los bienes que los rodean. Esto expuesto
vale tanto para los “derechos” positivos cuanto para las “medidas” de la misma índole.
1. Los “títulos” positivos
De ahí que “el título positivo da origen a un verdadero derecho, hace suya la cosa respecto
de su titular, generando la correspondiente deuda de justicia. Por lo que atañe a la fuerza
del título y de la deuda, no hay distinción entre el derecho natural y el derecho positivo; en
ambos casos, la cosa es igualmente suya en relación al sujeto y le es igualmente debida”.
“La medida positiva representa un ajustamiento” que alude a “todos aquellos casos en los
que no hay por naturaleza una medida determinada, lo que significa que el ajustamiento
depende de factores variables entre los cuales la voluntad elige y el poder decide”.
“La medida positiva está en no pocas ocasiones limitada por una medida natural”, la cual,
si bien deja un margen de indeterminación que puede y debe ser cubierto por la voluntad
humana, tal campo de acción no es absoluto, pues la libertad humana no ampara la
afectación del núcleo natural de títulos y medidas del derecho.
La palabra fuente se puede aludir al origen del derecho, o sea, a las causas que lo han
creado o configurado tal cual es. También se interpreta esta palabra en el sentido
de manifestación del Derecho, es decir, como la expresión visible y concreta del Derecho
mismo. Para otros, fuente significaría la autoridad de la que emana el Derecho.
Las fuentes son en definitiva, el ámbito al que los abogados, jueces, legisladores y juristas
“han acudido históricamente en busca de respuesta para sus dudas”. La tradición histórica
ha reconocido cuatro: leyes, costumbres, jurisprudencia y doctrina.
El ius commune (“derecho común”), se constituye por el derecho “romano” y por el derecho
“canónico”, los cuales, si bien no forman un solo ordenamiento, aparecen recíprocamente
vinculados en una relación que hacía de ambos un sistema único de normas universales.
Los textos del derecho romano se consideran nutridos de buena razón y de equidad en
cuanto no contradigan los preceptos de la religión y los primeros principios de derecho
natural.
1. La codificación
En los Estados modernos se precisó la idea de un solo ordenamiento jurídico por el cual
regirse. De esta forma se presentó de manera sencilla y práctica, ya que al reducirse la
totalidad del derecho a la ley y quedar ésta circunscrita exclusivamente a lo que dicen los
códigos, nada existe fuera de éstos.
Bajo estos presupuestos, el derecho es la ley, por lo que la teoría de las fuentes del
Derecho de la Codificación logra la unidad que la tradición del “Derecho Común” no podía
proporcionar, ni tampoco aspiraba a ello. Nada de esto puede subsistir bajo el orden de la
ilustración, demasiado dependiente de la completa racionalización del derecho y, por ende,
de la verificación lógica de cada uno de sus pasos y de sus resultados.
En este horizonte, las leyes y las costumbres no operan simplemente en el plano lógico-
formal, como parece darse a entender el hecho de clasificarse como fuentes formales, ya
que el órgano no recurre a las fuentes solamente por una necesidad lógica, sino por una
exigencia de otra índole: orientación y criterio de objetividad para determinar el sentido
preciso de un fenómeno de conducta humana.