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Ahora bien, las partes que intervienen en el acto fiduciario son el fideicomitente o
fiduciante, el fiduciario, el beneficiario y en casos particulares el fideicomisario. Tal
distinción, nos remite a hablar específicamente del fiduciario como el sujeto receptor
del dominio transmitido temporalmente por el fiduciante, el cual se desprende del
dominio en favor del mencionado fiduciario, y por su parte el fideicomisario es el
tercero que recibirá el dominio, una vez cumplida la condición o vencido el plazo
estipulado en el contrato fuente.
Sobre el modo de adquisición del dominio fiduciario, este tendrá lugar por acto entre
vivos y, en forma derivada, dada la concurrencia del título y el modo. Estos dos
elementos están configurados por el negocio fiduciario, el cual contiene la modalidad
resolutoria que obliga al fiduciario a retransmitir el dominio perfecto de la cosa al
fideicomisario una vez verificada, y la tradición de los bienes fideicomitidos, los cuales
cabe aclarar, se encuentran en un patrimonio separado. La ley establece que en caso de
transmisión fiduciaria de inmuebles esta sea oponible a terceros, la misma deberá ser
inscripta en el Registro de la Propiedad Inmueble, lo mismo ocurre en los casos de
muebles registrables, como el caso de los automotores debiendo ser inscripto en el
Registro de la Propiedad Automotor.
Como fue mencionado anteriormente, este dominio está sujeto a un plazo o una
condición resolutoria, no obstante, esto posee un límite máximo de 30 años, con una
salvedad en casos de que el beneficiario fuera incapaz o con capacidad restringida,
donde podrá durar hasta el cese de la incapacidad o restricción, o hasta la muerte.
El dueño fiduciario puede enajenar o gravar la cosa, dada la tenencia del ius abutendi
que le confiere el derecho de dominio; no obstante, posee limitaciones, impuestas por el
propietario, hasta incluso la prohibición de enajenar, las cuales deben ser inscriptas en
los registros correspondientes a las cosas registrables. En este sentido, surgen diferentes
restricciones a los actos de disposición fiduciaria, en primer lugar, los fines del
fideicomiso; en segundo lugar el consentimiento necesario del fiduciante, beneficiario o
fideicomisario, según lo establecido en el contrato; y finalmente, en tercer lugar, la
prohibición de enajenar si fue pactada; Cabe destacar la imposibilidad de transmitir su
derecho por causa de muerte, ya que de acuerdo a los arts. 1678 y 1679, si fallece el
fiduciario, la cosa fideicomitida no pasa a sus herederos, sino al fiduciario sustituto
designado.
Dada la condición de dueño del fiduciario, éste tiene derecho a los frutos, los que
ingresaron en el patrimonio especial (patrimonio separado), pudiendo adquirir la
propiedad fiduciaria de los frutos, productos y otros bienes que adquiera con los frutos
de los bienes fideicomitidos, ello si no se haya pactado lo contrario. Tales circunstancias
deben ser constatadas en el título y en el Registro correspondiente al caso. Existe la
posibilidad de que el fiduciario enajene la cosa y como resultado de ello ingrese al
patrimonio especial el valor de la misma (precio), y en tal caso, se concluye el dominio
fiduciario como derecho real sobre la cosa, ya que esta era el objeto y resultó
transmitida; misma situación ocurre en casos de destrucción de la cosa o de
expropiación la misma, donde el fiduciario recibirá a cambio una indemnización
pertinente. En estos casos, excepto estipulación en contrario, el fiduciario adquiere la
propiedad fiduciaria de los frutos y productos de los bienes fideicomitidos y de los
bienes que adquiera con esos frutos o productos, o mediante subrogación real respecto
de todos esos bienes, dejando constancia de ello en el título para la adquisición y en los
registros correspondientes. En caso de no cumplir con la subrogación real, dada la
existencia del patrimonio especial o separado, el fiduciario que retuviera el dinero
violaría la prohibición de adquirir para sí las cosas fideicomitidas estipulada en el art.
1676 CCyCN. Respecto de las acciones que posee el fiduciario, este puede ejercer
acciones posesorias y reales en caso de sufrir un ataque a su derecho de propiedad, y
además “puede intentar la acción de deslinde en caso de hallarse los límites del terreno
confundidos con los de un terreno colindante” (Kiper C.; 2016; Manual de Derechos
Reales).
Ahora bien, existe una prohibición estipulada por ley, precisamente en el art. 1676 del
CCyCN, la cual consiste en que el fiduciario no puede adquirir para sí los bienes
fideicomitidos, por lo cual, al extinguirse el fideicomiso, los bienes y cosas que integren
el mismo, serán transmitidos al beneficiario o al fideicomisario, el cual podrá ser a su
vez el mismo fiduciante. En este sentido, atento a lo expuesto aquí y ante las
consideraciones iniciales, el fiduciario es titular de un dominio imperfecto, pero lo que
retransmitirá será el dominio perfecto sobre las cosas. De ello resulta que el
cumplimiento del evento resolutorio importa el cambio de titularidad de pleno derecho,
por lo cual el designado adquiere el dominio sin necesidad de la tradición de la cosa, no
obstante, en casos registrables, se requiere que la readquisición sea inscripta cuando
dicha inscripción sea constitutiva en razón del modo suficiente. De tal manera, en casos
de inmuebles (registración declarativa), muebles no registrables y muebles registrables
de inscripción no constitutiva (como el caso de buques y aeronaves), una vez extinguido
el fideicomiso, se produce un constituto posesorio, en virtud del cual el fiduciario queda
convertido en tenedor a nombre del dueño de la cosa, por lo cual la extinción del
dominio fiduciario sucede al mismo tiempo que la extinción del negocio fiduciario.
Constituto posesorio
Esta figura se encuentra plasmada en el tercer párrafo del art. 1892 CCyCN, y tiene
como efecto el permitir que quien está poseyendo por sí una cosa, transmita la posesión,
pero conserve la cosa en su poder en calidad de tenedor o constituyéndose en poseedor a
nombre del adquirente. El transmitente, pese a mantener la relación material con la cosa,
adquiere la categoría de tenedor, dejando de ser poseedor de la misma. Este instituto se
caracteriza por ser de excepción, y debe ser probado por quien lo invoca, ya que la
interpretación en caso de duda es restrictiva. El ejemplo más claro de ello es, como fue
mencionado anteriormente, el caso de la extinción del dominio fiduciario, ya que quien
es poseedor fiduciario hasta ese momento, se convierte en tenedor automáticamente una
vez que se resuelve el dominio imperfecto por cualquiera de los causales pactadas.
Los efectos de la resolución del dominio fiduciario son hacia a futuro sin afectar el
pasado, siempre y cuando el adquirente sea de buena fe y a título oneroso; esto implica
que los actos efectuados por el dueño fiduciario se mantendrán subsistentes, resultando
en la transmisión de la cosa a terceros y la perdurabilidad de los gravámenes
constituidos sobre ella. Por su parte, existe la posibilidad de que la resolución tenga
efectos retroactivos cuando el tercero sea de mala fe o haya adquirido a título gratuito,
para lo cual debemos detallar las condiciones para tal situación. La mala fe surge
cuando el fiduciario realice actos de disposición que sean contrarios a los fines del
contrato o ajenos al hecho de que sus facultades se encuentren limitadas por una
cláusula contractual.
Traditio Brevi Manu
Este tipo de tradición se encuentra estipulada en el art. 1892 párrafo tercero, donde se
establece precisamente que la tradición “no es necesaria cuando la cosa es tenida a
nombre del propietario, y este por un acto jurídico pasa el dominio de ella al que la
poseía a su nombre, o cuando el que la poseía a nombre del propietario, principia a
poseerla a nombre de otro”. La posesión de las cosas muebles e inmuebles, conforme a
lo expuesto, puede adquirirse concurriendo sólo las voluntades del tradens y del
accipiens, si ser necesaria la realización de actos materiales de alguna de las partes. Los
supuestos de este instituto son los siguientes:
a) Tenedor que pasa a ser poseedor: quien se encuentra en calidad de tenedor de la
cosa, pasa a poseerla, como consecuencia de un acto jurídico en el cual las partes
expresan sus voluntades para que ello ocurra. El ejemplo más claro de ello es el del
locatario que adquiere el dominio del inmueble, pasando de ser tenedor locatario a
poseedor propietario. Esto permite agilizar tiempos y evitar desplazamientos inútiles de
la cosa, ya que, si no se aplicará esta figura, primando el acuerdo de voluntades, el
tenedor tendría que abandonar la cosa, entregándose al poseedor, para que este
nuevamente se la devuelve al primero, a fin de concretar la tradición para la adquisición
de la cosa.
b) Tenedor que, poseyendo una cosa a nombre de una persona, pasa a poseerla
a nombre de otra: el tenedor sigue siendo el mismo sujeto, pero se da una mutación en
la relación posesoria, ya que cambia la persona que posee la cosa. Tomando el ejemplo
del caso anterior, lo que sucedería en este caso es que el locatario seguiría en su misma
situación de tenedor de la cosa, mientras que el propietario del inmueble lo ha vendido a
un tercero, quien adquiere la nueva posesión. Cabe aclarar que para ello es necesario
comunicar fehacientemente al locatario del cambio de poseedor para que posea la cosa a
nombre del nuevo poseedor, no obstante, no resulta necesario su consentimiento para tal
acto.
Registración declarativa y constitutiva
La registración declarativa toma lugar cuando la inscripción se exige solamente a los
efectos de oponer el derecho a terceros interesados, importando una mera publicidad del
derecho real, para hacer conocer a los terceros un derecho real existente, una vez exista
un título suficiente y un modo suficiente.
La registración constitutiva, por su parte, ocurre cuando la inscripción es condición del
nacimiento del derecho real, por lo cual, este no existe ni para las partes ni para los
terceros, si no media la correspondiente inscripción.