Está en la página 1de 10

EL CASTILLO EMBRUJADO

Me llamo Carlos López, el chico que vive enfrente de su mejor amigo,


Joaquín Martínez. Soy extrovertido, pero Joaco es totalmente lo contrario,
tímido. A pesar de eso nos entendemos perfectamente. La razón por la que
nos llevamos bien es porque a los dos nos gusta mucho la lectura, más que
nada los cuentos terroríficos.
Eran las vacaciones de verano y Joaco había viajado a Miami. En cambio yo
había investigado en internet un lugar en donde se encontraba algo
terrorífico, algo en lo que olía a gato encerrado. Les dije a mis padres que
había encontrado un lugar “precioso” donde viajar por las vacaciones.
Luego de insistir logré convencerlos. Empaque todo y fui rumbo al
aeropuerto, solo.
Luego de llegar a Rumania me hospede en un hotel frente a un castillo que
parecía embrujado.  Al día siguiente decidí ir a visitarlo. El castillo por
dentro era más feo de lo que parecía. Estaba hecho de piedra musgosa,
había esqueletos derrumbados por el suelo. Había tantas habitaciones que
no sabías ni por cual empezar. Llegué a recorrer la mitad del castillo, pero
me dio intriga por saber que había en la última habitación. Apenas entre me
dio un escalofrío por todo el cuerpo y me fui corriendo al hotel.
Al despertar escuché rumores de los vecinos diciendo que luego de
haberme ido la noche anterior del castillo se habían escuchado ruidos
extraños. Me asuste tanto que decidí volver a mi hogar, pero había algo que
me lo impedía. Sentí que me estaba olvidando algo allí, pero no estaba
seguro de que era, por eso decidí quedarme. Al día siguiente decidí volver al
castillo esperando encontrar una solución pero…
UNA NOCHE, NO TAN SOLO…
Yo tenía nada más que 12 años, media 1,40 m, usaba anteojos, me había
teñido de rojo el pelo y le tenía miedo a todo: vampiros, fantasmas, y,
aunque creía que no existían, me aterrorizaba pensar en ellos. Los chicos
del colegio se burlaban de mí y ninguna de las chicas me quería, todos
decían que exageraba y que era un miedoso, hasta mi papá me lo decía…
Estaba muy feliz cuando Diego me invitó a su casa, fui a decirle
inmediatamente a mi mamá. No me presto mucha atención porque estaba
hablando por teléfono, así que me dijo que sí. Fui en bici hasta allí y fue
justo él quien me abrió la puerta, hacía mucho que no nos veíamos, ya lo
estaba extrañando. Entré, saludé a toda la familia y nos pusimos a jugar a la
pelota. Se nos hizo de noche así que me dejaron quedarme a dormir.
Todavía jugábamos un poco a la play, pero llegó el momento en que nos
cepillamos los dientes, charlamos un poco, hasta que nos
dormimos.                        
En el medio de la noche me desperté porque escuché unos ruidos extraños,
cuando voltee a decirle algo a Diego, no estaba en su cama. Bajé a la cocina
porque la luz estaba prendida, él tampoco estaba allí. Se ve que se habían
olvidado de apagarla. Fui al cuarto de sus papás pero no encontré ni a
Diego, ni a los padres, no estaban por ninguna parte!! También les había
gritado, pero nadie me respondió. Fue entonces cuando me di cuenta de
que estaba SOLO. Estaba sentado en el living y vi que había algo detrás del
sofá, así que fui a fijarme que había…

 
LA VISITA INESPERADA
Mi hermano Elliot y yo,  acabamos de mudarnos  a Londres. Luego de vivir
por mucho tiempo en un pequeño pueblito de España llamado El
Infierno, nos parecía raro mudarnos de un pueblito muy chico a una ciudad
nublada, oscura y húmeda.
La casa a la que nos mudamos era muy linda, no como la de al lado, que
parecía abandonada, rota, sucia… (Éramos las únicas casas del barrio
porque apenas se estaba construyendo). Una de esas noches mi hermano y
yo escuchamos un grito de las casa de al lado. Fuimos a averiguar  porque a
nosotros éramos muy curiosos
Antes de salir de nuestra casa a oscuras acordamos una cosa. No salimos de
casa si no encontramos de quien fue ese grito. Rato más tarde, salimos.
Teníamos un poco de miedo porque no sabíamos que podía pasar…
Cuando entramos a la casa de al lado,  estaba muy sucia y la puerta chillaba
de un modo en el que te dejaba los pelos de punta cada vez que pasabas
por ahí. En fin arrancamos. Caminamos unos pasos y escuchamos otro grito.
Retumbó toda la casa. Seguimos caminando, de repente vimos manchas de
pasos. Quisimos seguirlas, pero… en un momento se terminaron. Cerca de
donde estábamos, escuchábamos crujidos pero al estar completamente
oscuro no veíamos nada...

 
EL SUSURRO

Estaba empacando mi ropa, cuando uno de mis amigos del barrio me grito por la ventana:

 Che, Cande bajá que vamos a dar una vuelta al barrio.-

Él se llama Benjamín pero todos le decimos Benja es uno de mis mejores amigos del barrio. Es esa clase de
chicos traviesos que no pueden pasar ni cinco minutos sin mandarse una macana y yo soy la típica buena
amiga que se tiene que aguantar los retos por acompañarlo siempre en sus locuras.

Bueno pero rápido porque tengo que terminar de empacar mis cosas.- le dije

 Baje, pase por la cocina, agarré mi buzo y salí de la casa.

 Estoy muy emocionada de mudarme a la nueva casa! Es muy linda, lástima que esta abandonada pero tiene
un jardín enorme y voy a tener mi propio cuarto.-

Pero… vos sabes que tiene esa casa ¿NO?- preguntó Benja.

¡¿No que pasa?!- Pregunte intrigada.

Todo comenzó cuando la pareja Adams se mudó a esa casa, vivían como cualquiera sin ningún inconveniente,
el señor salía a trabajar todas las mañanas y regresaba  a la tarde, su esposa era ama de casa, con lo cual se
quedaba todo el día limpiando la casa y haciendo las compras. Hasta que una noche mientras estaban cenando
escucharon unos ruidos en las habitaciones de arriba, Derek Adams (el señor) subió las escaleras para fijarse
que era lo que estaba ocurriendo, la noche anterior mientras miraba la tele con su esposa sonó el teléfono,
cuando atendieron del otro lado se escuchó una voz deprimida, era la señora de la inmobiliaria quien les había
advertido que no subieran al altillo porque era peligroso, la estructura estaba vieja y no lograría soportar el
peso ni de una persona. Cuando Margaret (la esposa) esperaba sentada en el sillón recordó lo que les había
advertido la señora de la inmobiliaria la noche anterior, entonces, corrió, hacia arriba, al ver que su esposo
estaba subiendo las angostas escaleras de madera le gritó,  pero él ya estaba en el altillo, subió tras él y al ver
que el piso empezó a crujir, se abalanzó sobre él empujándolo hacia las escaleras. El piso cayó haciendo un
ruido estruendoso,

Finalmente llegó el día de la mudanza, estoy un poco asustada por lo que me contó Benja pero yo no creo
mucho  en esas cosas y además mi mamá me dijo que esas cosas no existían. Mis papás, en cambio, están
felices por el cambio y mi hermano igual.

Luego de un largo viaje en auto llegamos a la nueva casa. Corrí rápido hacia arriba para ocupar el mejor cuarto
cuando observé que la alfombra del pasillo tenía manchas rojas que me conducían a una angosta escalera de
madera y fue entonces cuando de repente recordé la historia que me había contado Benjamín, un escalofrío
recorrió mi espalda. Creí escuchar un grito agudo, como de una mujer, cuando de pronto alguien me agarró de
atrás y me tapó la boca. Traté de gritar pero no pude emitir sonido. Caí al piso, me habían soltado, giré para
observar quien era y cuando vi la cara de mi hermano con una sonrisa socarrona…

-¡¿Pero vos sos sonso o te haces?!- le grité

– Bueno tranquilízate, Qué ¿estás asustada por la historia que te contó tu amiguito?- me preguntó con una voz
burlona.

– No, nada que ver, ¡Déjame en paz!- dije molesta y salí corriendo.

Después de desempacar, elegir los cuartos y acomodar todo, pedimos una pizza de muzzarella para cenar. Más
tarde nos fuimos a dormir.
Eran las 12:00 de la noche cuando comencé a escuchar ruidos extraños que provenían del pasillo. Al salir pude
ver una sombra deslizarse por las paredes, al poco de seguirla me di cuenta de que se dirigía al altillo, cuando
llegue allí la luz se cortó, la oscuridad invadió el lugar y la sombra se fundió en ella. Avance tanteando las
paredes cuando… tropecé con uno de los escalones del altillo, de repente mi mano rozó el interruptor de la
luz. La luz se encendió encandilándome. Fue cuando me di cuenta que la luz no se había cortado sino que
alguien o algo la había apagado. Un llanto desgarrador quebró el silencio y el miedo invadió mi cuerpo, mi
corazón no paraba de latir aceleradamente necesitaba seguir adelante y quería descubrir qué era lo que
sucedía en esa casa.

Inmediatamente, pude oír a una mujer susurrar – Necesitas irte esta casa es traicionera. No sigas! Está
endemoniada!-

Sin hacerle caso, subí las escaleras, los peldaños crujían y al pisar el último de ellos se desmoronó haciéndome
un tajo en la pierna, sin aguantar más el dolor, baje rengueando la angosta escalera, al perder el equilibrio me
apoye sobre el mueble de roble, tirando el florero que se hizo trizas contra el piso. Ya no pude recordar más
nada…

Desperté en mi cama sobresaltada y respire aliviada al ver a mi alrededor y descubrir que todo había sido un
sueño.

Me levanté a desayunar y al salir de la habitación sentí un dolor agudo bajo mis pies y al ver hacia abajo logre
contemplar el jarrón destrozado en la alfombra….

La hamaca

Hola me llamo Jorge y les voy a contar la historia de ese 30 de octubre a las 21:30 hs. Todo comenzó cuando
salí de la escuela para dirigirme al campo de mi querida abuela Gertrudis para que me preparara las deliciosas
galletitas de chocolate. Lo único que me molestaba era que me dijera: – está rico nene, aunque yo tenia 15 y
no era ningún nene, yo, iba a saludar a mi nonna. Cuando llegue alli, abri la puerta y comencé a buscar a
Gertru por todas partes y supuse que la abu estaba descansando. Subí al cuarto y la vi durmiendo como yo
supuse, entonces, me dirigí a su cama para avisarle que había llegado pero cuando la destape me encontré con
su cadáver…

Rápidamente llame a la ambulancia. Luego de tres horas la ambulancia aún no había llegado así que me decidí
por enterrarla debajo de la hamaca oxidada que ella había usado durante tanto tiempo. Muy triste decidí
retirarme de su casa e irme a la mía.  Después de mucho tiempo olvidé todo. Yo seguí con mi vida y forme una
familia conformada por mi querida esposa Clara y mi hijo llamado Juan de 9 años de edad. Un dia nos
decidimos por ir a vivir al campo de mi abuela ya que tuvimos que hipotecar nuestra casa por el alto costo de
la misma. Cuando llegamos era la víspera de Halloween.
Nos instalamos muy bien. Luego decidimos ir a pasear a Copito, nuestro perro.  Juan se quedó solo cuidando la
casa. Cuando volvimos nos fuimos a dormir. Eran las 3 de la mañana cuando yo escuche unos ruidos muy
extraños y Copito comenzó a ladrar como loco aunque decidí no prestarle mucha atención y me dormí.

Al día siguiente, Juan madrugo como siempre lo hacía y dijo que encontró unas galletitas de chocolate en la
mesada y se fue a la vieja hamaca a comerlas tranquilamente. Cuando estaba por terminarlas  escuchó unos
golpes debajo de la tierra seguidos por una pregunta impactante  –

-¿Está rico querido?

No respondió y se fue corriendo. Me llamó para contarme lo sucedido. Cuando me entere lo ocurrido se me
heló la sangre. Pense que era un ladrón e inmediatamente llamé a la policía  pero nadie contestó. Entonces,
decidí ir en persona. Antes de irme le deje una carta a mi esposa en la cama, la cual  decía:- amor,  me fui a
resolver unos temitas te amo!

Cuando volví encontré a Juan y a Clara muertos en la cama. En una carta decía:

Esto te pasa por no haber esperado 24 horas antes de enterrarme

Me acordé de mi abuela y escogí enterrarlos en el mismo lugar.

Cuando llegue a la hamaca el ataúd estaba abierto y nadie lo habitaba …

La casa a oscuras

Lucas entró a su nueva casa después del colegio, descargó el morral y se dirigió a la cocina. Allí se encontró con
una joven.

—Hola, debes ser Lucas, me llamo María.

Entonces, María se dirigió a la nevera y le preguntó si deseaba algo de beber. Lucas asintió con la cabeza y se
sentó a la mesa con un libro ya que debía presentar un informe para la clase de lectura. María se acercó a él
extendiéndole un vaso de agua:

—¿Qué lees? —preguntó.

—“La casa a oscuras”—respondió Lucas, sin interés de continuar la conversación con la nueva empleada
doméstica. Había algo en ella que lo hacía sentir muy incómodo.

—También tuve que leer ese libro en el colegio—respondió María—, pero no me agradan las historias de
fantasmas. Espero que tú tampoco creas en ellos. Me imagino que ya conoces todos los rumores acerca de
esta casa.

—Sí, conozco los rumores de que esta casa está habitada por fantasmas. Pero a diferencia de mi papá, a mí me
tienen sin cuidado. No creo en lo sobrenatural —contestó Lucas de manera tajante, haciendo aún más
evidente su desinterés por continuar la conversación y añadió—: Este lugar está hecho un desastre, ¿puedes
por favor guardar las cosas de los antiguos dueños y desempacar nuestras cajas?

Entonces, María se dirigió hacia la sala y comenzó a desempacar. Lucas continuó leyendo, terminó el informe y
se marchó a su habitación a tomar la siesta. Entredormido, escuchó a María despedirse desde la puerta.

Acercándose la noche, el padre de Lucas llegó a casa después del trabajo. Ambos comenzaron a conversar.

—Hijo, creo que nunca voy a acostumbrarme a este lugar. Los rumores de que aquí habitan fantasmas me
tienen muy preocupado —dijo el padre.
—¡Nada de eso! Papá, eres el único en esta casa que cree en esas cosas. Yo no creo en fantasmas y hasta
María, la nueva empleada doméstica, tampoco cree en ellos.

El padre se llevó la mano a la boca y dijo consternado:

—Hijo, empaca tus cosas de inmediato, ¡debemos irnos!

—Pero ¿por qué papá? —preguntó Lucas sorprendido por la extraña reacción de su padre.

—Porque no contraté a ninguna empleada doméstica.

La estatua del payaso

María Luisa llegó a la casa del doctor Reyes y su esposa a eso de las 7 de la noche. Había sido contratada para
cuidar los dos hijos de la pareja mientras ellos cenaban en un lujoso restaurante de la ciudad.

El doctor Reyes abrió la puerta y le dejó saber que los niños se encontraban dormidos. Igualmente, la señora
Reyes le pidió permanecer en la sala de estar, cerca de la habitación de los niños, en caso de que alguno de
ellos se despertara.

La pareja se despidió y María Luisa se dirigió a la sala y se sentó a jugar en su celular. Al cabo de un rato, se
aburrió y llamó a los padres para saber si era posible ver televisión:

—Por supuesto —respondió el doctor Reyes.

Sin embargo, María Luisa tenía una solicitud final; les preguntó si podía cubrir con una manta la estatua del
payaso que permanecía en una esquina de la sala, porque cada vez que miraba la enorme estatua de ojos
espeluznantes, tenía la sensación de que la estatua se estaba moviendo lentamente.

Por unos cuantos segundos hubo un silencio incómodo. Con voz de terror, el doctor Reyes dijo:

—¡Despierta a los niños y salgan inmediatamente de la casa! NO TENEMOS NINGUNA ESTATUA DE UN


PAYASO.

El encierro

No sabíamos cuánto tiempo más tardarían en venir a abrirnos la puerta. Cada mañana pasaba una monja por
las habitaciones de toda la escuela y con gritos agrios nos sacaba de nuestro sueño y del calor de las sábanas
que era lo único cálido en aquel internado. Entonces, todas las alumnas nos despedíamos de la paz y la
tranquilidad para internarnos en un día lleno de obligaciones y de responsabilidades: éramos los engranajes
fundamentales de aquel sistema, eso creíamos.

Ese miércoles la monja no había aparecido como de costumbre. Ya se había pasado la hora de levantarse,
incluso la del desayuno, y nosotras continuábamos en nuestros dormitorios. Las niñas más inquietas se habían
levantado y daban vueltas por el pequeño recinto, ansiando que llegara la monja para correr hacia el comedor
y zamparse el desayuno que siempre era brevísimo, como todas las comidas del pupilaje. El resto, las que
como yo apreciaban el sabor del sueño y de las sábanas, aprovechaban para quedarse en esa nube cálida y
esponjosa.

Pasaban las horas, continuábamos allí. Ya todas de pie, vestidas, mirábamos fijamente la puerta. La hora del
almuerzo había pasado y nuestros estómagos chillaban de forma descomunal. Comenzamos a gritar, pidiendo
ayuda de forma desesperada. Nadie vino a socorrernos.
Pasamos así todo un día. Cuando llegó la noche, volvimos a acostarnos, confundidas y muertas de hambre. No
creo que ninguna haya pegado ojo esa noche. A la mañana siguiente la monja pasó por cada habitación a la
hora de siempre y abrió las puertas; cuando le preguntamos qué había ocurrido nos trató como si
estuviéramos desvariando.

La vida afuera seguía tal cual la habíamos dejado; nadie nos había echado de menos ni se había preocupado
porque pasáramos todo un día sin dar señales de vida. Entonces fui consciente de lo poco que valemos las
personas cuando somos contenidas o refugiadas en instituciones.

Al cabo de algunos días, convencidas de que nadie nos daría una respuesta certera y de que cada vez nos
miraban de forma más extraña, decidimos dejar de cuestionar lo acontecido ese día; y aunque nunca nos
explicamos qué fue lo que en verdad ocurrió, continuamos con nuestras vidas como si aquel miércoles no
hubiera existido.

Vecinos extraños

Terminaba el mes de enero cuando una noche, una familia nueva llegó a la casa de la esquina de mi calle.
Después de la mudanza no vimos a nadie entrar o salir de la casa durante semanas, cosa que nos llamó
poderosamente la atención. Sin embargo era evidente, por los movimientos que se observaban, que los
vecinos nuevos estaban allí dentro.

En el barrio todos decían que esto era muy extraño. Comencé a imaginarlos con dientes de vampiros, ya que
las pocas veces que los había visto había sido detrás de la ventana y casi siempre de noche. ¿Raro, no?

En mi cama, a la luz de una linterna, yo me imaginaba cómo eran. ¿Serían ellos espíritus o algo por el estilo?
Estaba tan intrigado que propuse a Berta, mi hermana menor, que me ayudase a investigar.

Buscamos los prismáticos del abuelo y comenzamos a espiarlos con ellos. Así supimos que había un chico de la
edad nuestra en la casa.

Berta trató de convencerme que fuéramos a tocar el timbre pero yo le propuse algo diferente.... vestirnos con
ropa negra e ir por la noche al jardín de la casa para verlos más de cerca.

Fuimos la noche del martes aunque no pudimos verlos porque me pinché con las espinas de un rosal y salí
corriendo. La segunda noche que lo intentamos fue un viernes y tampoco pudimos verlos porque el perro de
Don Tomás, otro vecino, al vernos vestidos de negro no nos reconoció y ladró con tanta fuerza que tuvimos
que correr hacia nuestra casa para que no nos viera nadie.

La tercera vez que lo intentamos fue, como dice el abuelo, la vencida. Nos decidimos a entrar por la puerta
trasera. Mi deseo de saber que pasaba ahí dentro era superior al miedo que me producía entrar en la casa.

- ¡Shhh! Escucha eso Berta- le dije a mi hermana al escuchar unos pasos próximos en el interior.
-¡Vamos!- dijo Berta arrastrándome hacia el interior. Nos escondimos detrás de un sillón del salón pero fue
imposible ocultarnos del todo cuando el hombre entró en el salón nos vio. Nos quedamos petrificados. Mi
corazón parecía querer salirse del pecho. Berta estaba pálida, como un fantasma.

Un chico acompañaba al hombre. ¿Sería su hijo? - me pregunté -

- Señor...esto no es lo que parece. Es que noso...- de repente enmudecí al ver que el chico se acercaba
rápidamente hacia mi. Vi sus dientes de vampiro. Me mordió.
-¡Quiero a mi mamá!- Gritó Berta mientras las lágrimas corrían por su rostro. Y creo que después me desmayé.
Al abrir los ojos, una señora de largos cabellos negros y muy, muy delgada me tenía en sus brazos. Colocaba un
pañuelo mojado sobre mi cabeza.

- Disculpa, mi hijo Jeremías hace unas bromas muy extrañas. Siento que los haya asustado- dijo con voz serena
y dulce la señora- Jeremías y su papá son fotosensibles. Esto significa que no toleran la luz del sol. Es una
enfermedad poco frecuente pero basta con evitar la luz solar para llevar una vida casi normal.
- Yo... lo siento. Es que mi hermana y yo pensábamos que que...- no quise terminar la frase. Mi hermana y yo
nos sentíamos realmente avergonzados por haber invadido la casa de los nuevos vecinos-

Aunque he de reconocer que me quedé más tranquilo al saber que no eran vampiros. Ahora entendía porque
nadie salía de día y por la noche se acercaban a la ventana.

Mi hermana y yo decidimos no actuar nunca más como detectives y a partir de aquella noche fuimos todos los
días a la casa de nuestros vecinos. Nos hicimos muy amigos de Jeremías, el chico de los dientes de vampiro.
Nos reíamos mucho al recordar ese día.

Le conté a todo el mundo que nuestros nuevos vecinos no eran extraños, sino que que tenían una rara
enfermedad que los hacía sensibles a la luz.

Nadie me creyó la primera vez que conté lo que me había ocurrido, aunque ahora, después de un tiempo,
otros chicos se han animado a venir a jugar la casa de Jeremías, mi amigo el vampiro.

El gran robo

Don Gerardo era un hombre muy rico. Además de tener mucho dinero, Don Gerardo tenía muchos amigos y
familiares. Les quería tanto que compartía con ellos todas sus posesiones y les daba todo el dinero que
necesitaban. Don Gerardo se sentía muy feliz, pues pensaba que nada podía faltarle si tenía el amor y la
amistad de sus seres queridos.

Pero un día todo cambió. Don Gerardo sufrió un robo a gran escala y perdió todo el dinero que tenía. Y eso no
fue todo. El robo vino acompañado de una gran estafa que le hizo perder todas sus propiedades. Don Gerardo
pasó a quedarse sin nada, en la calle. La policía hacía lo que podía, pero los ladrones estafadores no habían
dejado muchas pistas.

Don Gerardo visitó a todos sus amigos, pero ninguno de ellos quiso ayudarle. Con sus familiares no tuvo mejor
suerte. Nadie quiso alojarlo en su casa, pues creían que atraía a la mala suerte, o, al menos, eso le dijeron. Lo
único que consiguió Don Gerardo fue que le dieran algo de dinero para ir tirando.

Un día, mientras Don Gerardo estaba sentado en un parque mirando los árboles del bosque, tuvo una
inspiración. Al mirar al suelo, vio un pequeño árbol que apenas levantaba un palmo del suelo. Luego, Don
Gerardo miró hacia la copa de los árboles más altos.

-Eso es lo que haré -dijo Don Gerardo-. Empezaré de cero, desde el principio, otra vez. Si lo conseguí una vez,
lo conseguiré de nuevo. Me iré a otro lugar, donde nadie me conozca, y buscaré trabajo.

Don Gerardo fue a ver a sus amigos otra vez para pedirles dinero para el viaje. Sorprendentemente, esta vez
todos fueron mucho más generosos, como si la idea de perderle de vista les animara a darle más dinero a ver
si así no volvían a verlo. Lejos de desanimarse, esta idea solo hizo que Don Gerardo se sintiera mucho más
motivado por rehacer su vida.

Don Gerardo se fue lejos y buscó trabajo. No le costó mucho, pues era una persona educada y con buena
presencia, que sabía hablar y se ganaba a la gente fácilmente. Pronto hizo nuevos amigos y consiguió mejorar
su posición. En poco tiempo volvió a ser un hombre pudiente, aunque no tan rico como antes.

-Esta vez no me dedicaré a agasajar a mis amigos con mi dinero, sino a buscar a quienes me robaron y me
estafaron -se dijo a sí mismo Don Gerardo.

Don Gerardo contrató a los mejores detectives del mundo y supervisó personalmente toda la investigación. Así
descubrió un complot que habían montado muchos de sus amigos y algunos familiares para robarle. Justo los
mismos que le habían dado el dinero para que se fuera lejos.

Resuelto el caso, Don Gerardo recuperó casi todo lo que había perdido. Esto, sumado a lo que había ganado, le
convirtió en el hombre más rico del mundo. Sin embargo, Don Gerardo se sentía muy pobre, así que decidió
irse lejos otra vez y vivir humildemente. Así hizo nuevos amigos, a los que ayudó en todo lo que pudo, pero
esta vez en secreto, sin que supieran que él estaba detrás de las ayudas que recibían. Así, viviendo
humildemente pero con grandes amigos, aunque fueran pocos, Don Gerardo se sintió el hombre más rico y
dichoso del mundo, porque estaba seguro que sus amigos lo eran de verdad.

También podría gustarte