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Andante ...

se hace camino al andar


Voces y Trazos
29 Antonio Machado
º

TACONES AL RO JO
Andrés Elías Flórez Brum *
Mi mujer despertó angustiada y bastante molesta.
De inmediato, se levantó y se sentó en el borde de la
cama con la intención de ir, después de las ocho de la
mañana, a la administración del conjunto a entablar la
denuncia.
--¡Cálmate! –le dije— para que nos vamos a ganar ese
problema.
--Es que a ti no te molesta nada. No soporto más ese taconeo en mis oídos.
**
La persona se levantaba faltando un cuarto para las cuatro de la madrugada
y empezaba a taconear por toda la sala y el comedor en el apartamento que
quedaba encima del nuestro. Fuertes pisadas. Tacones que se sentían
taladrar el piso. Acaso, ¿una mujer?...
Nos imaginábamos que se ponía los zapatos antes de entrar al baño. El
grifo del lavamanos se escuchaba como el hilo grueso de una cascada de
agua tibia. A veces el chorro era fuerte, a veces el agua fluía con suavidad.
Pero cuando la persona volvía por la sala y el comedor el taconeo era
insoportable en los oídos de mi mujer.
A mí también me importunaba ese incesante taconeo por toda la casa. Pero
me arropaba pies y cabeza y apaciguaba el ruido de las pisadas que se
colaban por el techo de nuestro apartamento. Me imaginaba unos tacones
bastante altos, puntiagudos, con plataforma en las suelas.
Si era una mujer ninguno de los dos la conocíamos.
--Debe estar loca –dijo mi mujer– para levantarse a estas horas de la
madrugada a taconear por toda la casa antes de bañarse.
--¿Cómo sabes que el taconeo es antes de bañarse? --inquirí.
--Ah, sí, por lo que veo estás enamorado de ella.
--¡Qué voy a estar yo enamorado de esa loca, si nunca la he visto! –
exclamé lascivo.
--Tú eres muy lampuso –dijo mi mujer --a lo mejor la vienes esperando en
el ascensor.

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Ante la situación y lo que sentíamos, me propuse esperarla en el ascensor
de la torre. El edificio tenía tres torres. Y nosotros teníamos el apartamento
en el piso 5 de la torre 3. La mujer del taconeo suponíamos que vivía
soltera en el piso de arriba. Así se daban las cosas, a las cuatro menos
cuarto de la madrugada, sin falta, empezaba a taconear al caminar de un
lugar a otro.
Una mañana me propuse esperarla en la salida del ascensor. Pero no bajó
nadie. Aun, ni las personas que salían presurosas al trabajo. Al segundo
día apareció un señor mayor envuelto en una bufanda roja y con una boina
café de lana. Me saludó de manera afable. Le miré los zapatos. Eran de
goma y no tenían tacones.
--No es el señor del chaleco y la bufanda roja --le dije a mi mujer.
--¡Ah! Conque hace rato que andas detrás de ella. Ya conoces a todo el
mundo en la torre. Hoy voy a la oficina de la administración y le comunico
a la señora Gladys lo que está pasando. Ese taconeo todas las madrugadas
no lo soporto más. Si es la manera de avisarte la hora en que va a salir, se
va a fregar porque no te voy a dejar salir de las sábanas…
Ese martilleo de los zapatos se escuchaba siempre de lunes a viernes. No
obstante, el sábado siguiente, a las cinco en punto, el apartamento se
estremeció con el taconeo de ida y vuelta de la mujer.
--No es propietaria. Es una inquilina. Pero antes de ir a la administración la
voy a retar a la salida del ascensor. O la espero en la puerta de su
apartamento. Hasta le puedo timbrar.
--Mañana es domingo –le dije para que descansara.
--Entonces, la espero el lunes.
--El lunes es festivo.
--¡Bueno!, y… ¿cuál es tu interés para que no le llame la atención…? ¿O es
que estás de remate por ella?
--Te juro que nunca la he visto. Ni parada en la ventana.
No sé cómo se la imaginaba mi mujer. Si en bata de baño yendo y viniendo
por entre los muebles. Yo me la imaginaba, por la hora, en ropa interior de
colores vivos, rojo encendido, casi en llamarada. Los zapatos también en
ese rojo violento y agresivo. La presentía caminando en brassier y en panty
y con los zapatos de tacones altos y delgados y amarradas las hebillas en
los empeines de los pies y parte de las piernas. Yendo y viniendo del
lavamanos del baño hasta la cocina donde preparaba un café tinto o
cerrero.

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Con mi mujer se podría decir que estábamos recién casados. Un año largo
hacía que habíamos adquirido el apartamento. No lo compramos sobre
planos. Sino que pusimos el dedo sobre la hoja de los pocos que quedaban
y nos tocó, por suerte o desdicha, este quinto piso. Ahora, en estos
momentos, con el taconeo diario de la mujer del sexto piso. Desde que nos
mudamos a lo nuestro llegamos con la intención de encargar.
De buscar en las noches, o en las tardes, la manera de concebir. De tener
un hijo. Lo veníamos intentando ahora que estábamos en esta planta. Hasta
que empezamos a despertarnos faltando un cuarto para las cuatro de la
madrugada.
Ahora, justo cuando nos despertaban los tacones, luego de hablar del caso,
hacíamos el amor con más voluptuosidad. Y se nos olvidaba el problema
por un rato largo.
Mientras nos tendíamos o nos acomodábamos, una polvera de la mesa de
noche se cayó. No, no fue una polvera, fue el estuche de las sombras de mi
mujer que estaba en mal puesto. Pero este ruido del estuche de las sombras
se sumó al que venía de arriba y lo consideramos de buena suerte. Algo
vendría en camino. Como el símbolo de una salamandra lenta en la pared
de cal de una casa.
Mi mujer, después del acto, soltó a capela una risotada como si estuviera
en la proyección de una comedia en un cinema. Yo lancé un suspiro feliz
como si el cielo estuviese en la tierra. Aunque estábamos solos, habíamos
ajustado y cerrado con llave la puerta de nuestro cuarto como para que no
se entrometiera la mujer de los tacones. Hubo un celaje de enhorabuena en
ambos y sentimos que los pasos de arriba se iban alejando.
En los intervalos del taconeo se nos ocurrió, a ambos, cambiar la cama de
puesto.
--Apriétale las tuercas de los pernos de los pieceros y cabeceras. Ajustas
las barandas –dijo mi mujer en estas, bastante animada. Cuando la cama
estuvo lista cambió los tendidos y las fundas de las almohadas. Fue a la
sala y puso un poco de música instrumental, piano. Y bajamos las
persianas de las ventanas para recuperar la obscuridad a medida que
empezaba la claridad de la mañana.
--No te vayas a engolosinar de que el amor tiene que ser todas las
mañanitas cuando esa mujer empieza a taconear – me dijo de manera
imperativa.

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Me quedé mirándola y le dije:
--Si yo fuera un pirata y me faltara un ojo y una pata también estuviera
loco por ti… Qué me va a importar esa chica del sexto que ni se deja ver.
--¡Ajá! Bucanero arrepentido. ¡Una chica! Fíjate que es cierto. ¿Para dónde
vas a correr ahora?
Me trajo a la cama una pera y una manzana, peladas, en un plato hondo,
con tenedor y cuchillo de mesa. Ella se tomó, junto a mí, un vaso de avena
en agua. No le gustaban las frutas en ayunas.
En estos días, yo me había preocupado en comprarle ropa íntima. Brasieres
y batas de colores vivos. Hacer que, apenas nos despertaba el ruido de los
tacones, se pusiera estas prendas. Y que también se bajara de la cama y
preparara el ambiente, a pesar de lo que ocurría arriba, para nuestra
ceremonia, nuestro rito.
Antes de Navidad, y antes de que empezara la decoración decembrina, mi
mujer tropezó, de manera casual, con la señora Gladys en la recepción.
Subía de paso para el mezanine de su oficina. Pero…, ni le dijo nada, ni la
siguió a su despacho. Por el contrario, la boca se le llenó de saliva al verle
una bolsa de mangos verdes, biches, que llevaba en las manos.
Se vino corriendo a nuestro apartamento y al entrar saltó frente a mí:
--¡Amor, amor! --exclamó dichosa--¡los mangos biches!, ¡cielo de mi vida,
estoy en cinta!, ¡estoy embarazada! Y nos fuimos en andas, abrazados,
sobre el sofá de la sala.
* Andrés Elías Flórez Brum. Sahagún (Córdoba).
Novelista, cuentista y poeta. Licenciado en
Filología e Idiomas, Especialista y Magíster en
Literatura Hispanoaméricana. Nos dice Carlos
Orlando Pardo al presentarle su libro Cuentos
Antología personal, Ibagué 2022: Andrés Elías ha
sido desde hace varias décadas uno de los mejores
cuentistas colombianos y fue seleccionado por Pijao Editores para varias
de sus colecciones. Ahora presentamos una valiosa antología personal de
su trabajo narrativo donde se demuestra su talento, capacidad de síntesis,
economía del lenguaje y una temática grata para todo tipo de lectores. Se
trata de una aventura subyugante digna de un buen escritor que es grato
encontrar.
** Tacones al Rojo, dibujo de Oswaldo Miranda 2020.

Fanzine Editor: Arturo Neira G May.2023 Nº 29 Pág. 4/4

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