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TACONES AL RO JO
Andrés Elías Flórez Brum *
Mi mujer despertó angustiada y bastante molesta.
De inmediato, se levantó y se sentó en el borde de la
cama con la intención de ir, después de las ocho de la
mañana, a la administración del conjunto a entablar la
denuncia.
--¡Cálmate! –le dije— para que nos vamos a ganar ese
problema.
--Es que a ti no te molesta nada. No soporto más ese taconeo en mis oídos.
**
La persona se levantaba faltando un cuarto para las cuatro de la madrugada
y empezaba a taconear por toda la sala y el comedor en el apartamento que
quedaba encima del nuestro. Fuertes pisadas. Tacones que se sentían
taladrar el piso. Acaso, ¿una mujer?...
Nos imaginábamos que se ponía los zapatos antes de entrar al baño. El
grifo del lavamanos se escuchaba como el hilo grueso de una cascada de
agua tibia. A veces el chorro era fuerte, a veces el agua fluía con suavidad.
Pero cuando la persona volvía por la sala y el comedor el taconeo era
insoportable en los oídos de mi mujer.
A mí también me importunaba ese incesante taconeo por toda la casa. Pero
me arropaba pies y cabeza y apaciguaba el ruido de las pisadas que se
colaban por el techo de nuestro apartamento. Me imaginaba unos tacones
bastante altos, puntiagudos, con plataforma en las suelas.
Si era una mujer ninguno de los dos la conocíamos.
--Debe estar loca –dijo mi mujer– para levantarse a estas horas de la
madrugada a taconear por toda la casa antes de bañarse.
--¿Cómo sabes que el taconeo es antes de bañarse? --inquirí.
--Ah, sí, por lo que veo estás enamorado de ella.
--¡Qué voy a estar yo enamorado de esa loca, si nunca la he visto! –
exclamé lascivo.
--Tú eres muy lampuso –dijo mi mujer --a lo mejor la vienes esperando en
el ascensor.