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Maria Fernanda Moneda dos Santos

Universidad de Salamanca
Máster en Estudios Avanzados e Investigación en Historia (Poderes, Saberes e Identidades)
Profesor: Isaac Martín Nieto
Asignatura: Nuevas tendencias historiográficas
Nuevas tendencias historiográficas
El presente ensayo se propone a discutir las lecturas realizadas para la asignatura
Nuevas Tendencias Historiográficas, impartida por el profesor Isaac Martín Nieto como parte
del programa del Máster en Estudios Avanzados e Investigación en Historia (Poderes,
Saberes e Identidades), ofrecido por la Universidad de Salamanca. La presentación de los
textos se dará en el orden del programa de la asignatura, por lo que empezaremos por la obra
de Edward Carr.
Carr fue un historiador británico que se dedicó al estudio de la historia y del
historiador, su obra a ser analizada en este ensayo se titula “¿Qué es la historia?”.
Empezaremos por el capítulo “El historiador y los hechos”, en el cual el historiador plantea la
cuestión que titula su trabajo afirmando que cuando pensamos en esta pregunta, nuestra
respuesta estará sujeta a nuestra posición en el tiempo. Así, analizará los cambios en la idea
de historia a lo largo del tiempo.
En el siglo XIX y durante tres generaciones, los historiadores estuvieron aferrados a la
idea de “hechos”, teniendo como eje principal del oficio del historiador su transmisión. Este
culto al hecho estuvo sostenido por positivistas y empiristas, construyendo una historiografía
que separa los hechos de sus interpretaciones. Según Carr, esta lapidación del hecho,
apartándolo de las conclusiones e impresiones, es el llamado “sentido común” de la historia.
Sin embargo, si mantenemos la idea de hechos, ¿cómo definiríamos un hecho
histórico? El autor es incisivo: es el historiador el responsable por seleccionar los hechos y
transformarlos en históricos, no existen hechos históricos objetivos e independientes de la
interpretación del historiador. Este proceso por el cual un hecho cualquiera del pasado se
vuelve un hecho histórico depende de un problema de interpretación propuesto por un
historiador y apoyado por otros. Con todo, Carr advierte que los hechos a los cuales los
historiadores tienen acceso ya fueron pre-elegidos, como por ejemplo el hecho de que las
sociedades medievales daban gran importancia a la religión - los historiadores tienen acceso a
esa información porque hubo personas que creían en estas ideas.
Esta idea la sintetiza Barraclough: “aunque basada en los hechos, no es, en puridad,
en absoluto fáctica, sino más bien una serie de juicios permitidos”. La convicción en los
hechos del siglo XIX es acompañada por una creencia en los documentos, una sumisión del
historiador a los datos registrados, sin embargo, el autor defiende que los documentos no nos
dicen nada además de lo que piensa su redactor, o lo que él cree que ha ocurrido, o lo que él
quiere que pensemos que ha ocurrido. Es decir, el documento no es una verdad a la cual nos
sometemos, sino un registro que debe ser interpretado y trabajado por el historiador.
Dicha confianza en los hechos y documentos, revelando una indiferencia en relación a
la filosofía de la historia es característica del siglo XIX, señala Carr, se dan a partir de una
creencia en la armonía del mundo, muy similar a la doctrina económica del laissez-faire. Los
historiadores de ese momento creían en el hecho como una demostración de un progreso
benéfico, sin pensar en la filosofía. Sin embargo, ya no se puede escapar de la filosofía para
contestar la pregunta “¿Qué es la historia?“.
Muchos intelectuales contribuyeron al desarrollo de la filosofía de la historia, como
Dilthey, Croce, Collingwood. A partir de la filosofía se hacen avances en la idea de historia y
del oficio del historiador, como él se relaciona con los hechos históricos, el pasado y el
presente. Carr concluye este capítulo afirmando que la historia “es un proceso contínuo de
interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre pasado y presente”.
En el tercer capítulo “Historia, ciencia y moralidad”, Edward Carr pone en discusión
la historia como ciencia, recobrando los aspectos metodológicos de la historia. La concepción
del estudio de la sociedad por las ciencias, es decir, la labor de las ciencias sociales, se
desarrolló durante el siglo XIX, sin embargo el debate de la clasificación de la historia como
ciencia o no supera los años 1960.
Para situar este debate el autor expone distintos argumentos comparando el objeto y
las metodologías de estudios de la ciencia y de la historia, desarrollando una argumentación
aportada por ejemplos de las dos hipótesis (la historia como ciencia o no). Así, el autor más
bien expone un estado de la cuestión sobre este debate, así como ha hecho en el primer
capítulo, permitiéndonos comprender las distintas ideas sobre el tema y principalmente
comprender su posición en relación al mismo.
Los métodos utilizados para el estudio de las ciencias se transponen al estudio de la
historia, es decir, a comienzos del siglo XIX prevalece la tradición newtoniana. El
establecimiento de hipótesis sujetas a revisión y evolución, entonces, pasa a valer para la
investigación histórica. El avance de la visión científica sobre el estudio de acontecimientos y
no hechos es acompañada por la historia, el autor afirma que el objeto de estudios de
científicos e historiadores es el mismo: aumentar la comprensión que tiene el hombre de su
entorno y aumentar su dominio sobre él.
La moralidad gana espacio en este debate a partir del juicio de los hechos y personajes
históricos, al historiador le importa, de la vida privada de los personajes, solamente lo que
afecta los hechos históricos. Sin embargo, la cuestión gana otros matices si hablamos del
juicio moral de las acciones públicas de estos personajes. Al historiador cabe condenar la
sociedad esclavista, pero no juzgar moralmente y aisladamente un dueño de esclavo - aquí el
autor hace una crítica al juicio moral del individuo Hitler eximiendo a la sociedad cómplice.
Para Carr, el juicio moral o de valores es inherente a la interpretación del hecho
histórico. Partiendo de la idea de que la historia es un proceso de luchas en el cual un grupo
prevalece sobre otro, los hechos siempre tendrán su lado bueno y malo, el beneficio y el
daño, por lo que el autor afirma que cabría al historiador hacer el juicio moral de los hechos,
si son más malos qué buenos o más buenos que malos. Sin embargo, estos conceptos son
siempre frutos de la estructura conceptual histórica - es decir, están sujetos a los valores de la
sociedad que construye la concepción de bien y mal del historiador. Siendo así, para que el
historiador pudiera tener un juicio moral de los hechos, los conceptos de bueno y malo
tendrían que ser supra-históricos.
El intento de crear este patrón conceptual supra-histórico es en sí mismo antihistórico
y contradice la esencia de la historia. Siendo la historia movimiento, su análisis debe basarse
en la comparación, por lo que los historiadores deben utilizar parámetros comparativos, como
“progresista” y “reaccionario”, y no absolutos.
Del tercer capítulo del libro discutido en clase (que corresponde al segundo capítulo
de la obra), “La sociedad y el individuo”, se aprehende que para Carr el individuo y la
sociedad son inseparables, es la sociedad que transforma el individuo de unidad biológica a
unidad social. Se nota la influencia de Hegel en el pensamiento del autor que entiende la
relación sociedad-individuo como de influencia mutua, es decir, la sociedad da forma al
individuo tanto como el individuo da forma a la sociedad.
Esta discusión “obvia” se vuelve necesaria una vez que el individualismo triunfó
durante el siglo XIX, siendo la base de la filosofía utilitarista. Esa antítesis falsa entre
individuo y sociedad falsea la realidad y el trabajo del historiador, para Carr la historia se da
en ese proceso por el cual los individuos están comprometidos socialmente y el historiador
hace parte de este proceso y analiza la historia también por medio de su interacción con su
sociedad.
Carr afirma que el historiador al establecer un diálogo entre presente y pasado,
establece un diálogo entre la sociedad de hoy y la sociedad de ayer, por lo que solo podemos
entender el pasado a la luz de la sociedad del presente y entender el presente a la luz del
pasado, esta sería la doble función de la historia.
El quinto capítulo del libro “La causación en la historia”, sigue hablando del rol del
historiador y su relación con los hechos, que debe pasar de simplemente constatar una
realidad aparente, y sí buscar las causas. El historiador debería preguntarse continuamente el
"por qué" de los acontecimientos.
No obstante, el autor busca reflexionar sobre qué hace el historiador frente a la
necesidad de atribuir una causa a un acontecimiento. De partida es necesario entender que el
historiador trabaja con una serie de causas, no solamente una, de distintas naturalezas -
económicas, políticas, sociales, ideológicas, personales - a partir de esto, el historiador siente
un deber de jerarquizar las causas y definir una más fundamental al acontecimiento. Carr
afirma que el historiador es conocido por las causas que invoca, así, el argumento histórico
gira en torno a la cuestión de prioridad de las causas.
Este movimiento de multiplicar las causas y luego simplificarlas al elegir las más
fundamentales, aunque aparentemente contradictorias, impulsa el avance de la historia como
ciencia. Frente a esto, surgen dos cuestiones sobre la idea de las causas, el determinismo de
Hegel y la casualidad. El autor busca aclarar el debate sobre estos temas, dilucidando los
principales puntos del determinismo y dónde se encuentran los errores de los expertos que
buscan defender la casualidad a costa de la teoría hegeliana y marxista.
El principal eje de oposición a la idea de casualidad, que se opone al determinismo
acusándolo de ignorar el libre albedrío y, por lo tanto, ignorar la responsabilidad de los
actores, es de que es imposible concebir acciones humanas que no tengan una causa, así
como el hombre no existe fuera de la sociedad. Sin embargo, no negar la causa tampoco
quiere decir que no se le atribuya una responsabilidad al actor, la causa y la responsabilidad
moral son categorías distintas. Siendo así, el historiador cree que las acciones humanas
poseen causas y que deben ser averiguadas, sin ignorar el libre albedrío.
El quinto capítulo aborda la historia como progreso. Carr parte de dos puntos de vista
de la historia: el misticismo - en el cual las explicaciones son teológicas o escatológicas - y el
cinismo - en el cual la historia no tiene significado o tiene significados arbitrarios -
rechazando ambas y proponiendo una forma constructiva del pasado.
Como ha hecho en los demás capítulos, el autor hace un recorrido de la cuestión de la
historia a lo largo del tiempo. Las sociedades antiguas de Asia, así como las civilizaciones
clásicas fueron a-históricas, sin pensar en el pasado y en el futuro, poseían una visión más
bien cíclica del tiempo, sin un sentido. El cambio viene con los judios y luego los cristianos
que dotan al proceso histórico de una dirección, pasando a poseer un sentido y un fin.
No obstante, será el racionalismo y la Ilustración los responsables por introducir la
idea de progreso en la historiografía, la historia camina hacia la perfección de la situación
humana en la tierra. Buscando detenerse en los elementos implícitos del término “progreso”,
Carr empieza por diferenciarlo del término “evolución”.
Mientras la evolución está vinculada con la naturaleza, el progreso está vinculado al
mundo social, a la acción entre las personas. La evolución entonces es algo biológico y el
progreso se configura como algo social, que se puede aprehender. Siendo así, la escala de
tiempo de la evolución es mucho más larga, la biología humana no ha cambiado en miles de
años, el progreso, por su vez, se nota por el avance social debido a la acumulación de
conocimientos pasados de generación a generación. Este tipo de progreso es constituyente de
la historia.
El autor refuta la idea de un comienzo y un fin del progreso o de la historia en
general, la historia para él es una ciencia progresiva, la historia se va desarrollando; además
el progreso, como lo define Carr, no es sin interrupciones, puede haber pasos atrás. Sin
embargo, defiende que la idea de lo que es un progreso y un paso atrás es variable en el
tiempo y lugar - es decir, las civilizaciones no disfrutan de los mismos progresos y regresos.
De esta manera, el autor afirma que es el historiador el interpretador de lo que es progreso, no
son los actores de la historia que lo deciden.
Carr continúa con la objetividad en la historia, no hay separación clara entre sujeto y
objeto, la objetividad es relacional del hecho y de la interpretación de este, no es absoluto, el
estándar de significancia tiene que ser definido antes y será el estándar de la objetividad,
estos estándares pueden y deben cambiar con el tiempo, una vez que las sociedades se
modifican y evolucionan, se modifican las maneras de ver al pasado. Lo que Carr está
diciendo aquí, es una versión más larga del proverbio: “Tempora mutantur, nos et mutamur in
illis” - los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos.
El capítulo sigue con la vista del futuro y dice que necesariamente hay que tener en
cuenta el futuro cuando interpretamos el pasado. El futuro y el pasado siempre están
relacionados. Eso, para la objetividad, quiere decir, que el historiador tiene que ser, primero,
consciente de su punto de vista, y, segundo, capaz de ver no solo el presente, sino el futuro
lejano para ver el pasado lejano. Lo que hoy en día nos interesa para el futuro, cambiará
como vemos al pasado.
Al final del capítulo el autor concluye diciendo que la historia sólo puede ser escrita
por quienes aceptan que hay una dirección en la historia; que venimos de un punto y vamos a
otro destino. Como vemos la historia refleja la manera de ver la sociedad en general. La
historia no es algo pasado que se escribe una vez y estará para siempre. Hay que reflexionar
sobre la interdependencia del pasado, presente y futuro y los cambios continuos. La historia
entonces es un proceso continuo y el historiador también está dentro de ese proceso..
El último capítulo de esta obra de Carr, que es una compilación de conferencias, se
titula “Un horizonte que se abre”. En esta conferencia el autor hace hincapié de una idea que
ha defendido a lo largo de las demás conferencias: la concepción de la historia como un
proceso en constante movimiento dentro del cual el historiador se mueve.
Recuerda, también, que la historia es la larga lucha del hombre para comprender su
entorno y actuar sobre ello, por medio del ejercicio de su razón. El hombre moderno tiene un
grado de conciencia sin precedentes, siendo así, defiende el autor, también tiene mayor grado
de conciencia histórica. Apoyado en Marx y Freud, Carr cree que el historiador no tiene
excusa para no asumir la responsabilidad por lo que hace, una vez que estamos en la era de la
autoconciencia.
Este hecho de la autoconciencia del historiador que le obliga a asumir responsabilidad
por lo que hace viene a que el siglo XX probablemente se enfrenta con un proceso de cambio
más profundo que cualquier otro momento de la historia, y la razón toma un papel central y
fundamental en este siglo y Carr defiende que debe ser entendido como el fenómeno más
revolucionario de nuestro tiempo.
Además del avance de la razón, hay un alargamiento del horizonte histórico, el centro
de gravedad de la historia deja el “viejo mundo”, la Europa occidental y se traslada a la
América del Norte, este movimiento cambia la concepción de la historia, pero Carr acusa los
intelectuales y pensadores del mundo inglés de negarse a ver este cambio y el sentido de
movimiento de la historia al cerrarse a definiciones que no abarcan el avance de la razón y
estas sociedades de los nuevos espacios geográficos.
Esta obra de Carr es interesante desde el punto de vista de que hace un buen recorrido
en la historia de la historiografía, sin embargo, no se trata de un trabajo que tiene como
objetivo exponer el estado de la cuestión, siendo así, comprende las posiciones del autor
frente a los debates y, claro, sus lecturas de los autores citados a partir de sus propias críticas
a ellos. Así, una recomendación que hace en su obra es bastante válida para interpretarla:
saber quien es el autor, su formación, el contexto histórico en el cual ha vivido, de dónde es y
etcétera.
Esta obra de Carr que acabamos de resumir y discutir fue publicada en 1961 y tuvo
mucho éxito. Como celebración de los 40 años de este legado teórico el Instituto de
Investigación Histórica de Cambridge realizó una serie de conferencias que buscaban
contestar la pregunta de Edward Carr, “¿Qué es la historia?”, pero ahora a la cara del siglo
XXI. Vamos a empezar por el prólogo de Richard Evans, ¿Qué es la historia ahora?.
Al hacer un análisis del trabajo de Carr, el historiador Richard Evans concluye que el
hecho de Carr nunca haber trabajado en una universidad, sino en el funcionalismo público y
como periodista, influenció su trabajo de manera a darle un carácter muy utilitarista. A la
generación del postguerra, Carr respondió con una historia excitante capaz de responder
cuestiones del presente y expectativas del futuro - es decir, defendía una historia que utilizaba
el pasado en función del presente y del futuro.
El contexto en que realizó su obra también benefició sus ideas en lo que atañe la
defensa del acercamiento de la historia a la ciencia y el alargamiento de la enseñanza de
historia más allá de la británica. La revolución tecnológica proporcionó al historiador una
serie de otras herramientas de análisis y una expansión en las instituciones de enseñanza. Se
puede decir que los reclamos de Carr fueron atendidos a finales de la década de 60 y 70.
Desafortunadamente, esta ola de desarrollo fue segada por el conservadurismo
resultante de la crisis del petróleo y los principios teóricos propuestos por Carr se
desmoronaron, la idea de una historia que seguía la dirección de un progreso se deshizo junto
a la Unión Soviética y otros problemas surgieron requiriendo nuevos instrumentos de
respuesta, como la cuestiones étnicas, religiosas y sexuales.
Evans hace un recorrido sobre la crisis por la cual pasó la historia a partir de este
momento y por consecuencias del legado de Carr. La fragmentación de los estudios
históricos, el alejamiento de una audiencia más amplia, incluso los que apostaron en el giro
lingüístico fracasaron. Todo eso ha dejado su rastro en la respuesta que dará el siglo XXI a la
pregunta de Carr, ¿Qué es la historia?.
La estructura social y económica es sustituída por la identidad, cultura y mentalidad.
Los de abajo empiezan a ganar espacio y la nueva generación de historiadores no piensa en la
utilidad de sus estudios para el desarrollo de políticas o en los grandes hombres. Sin embargo,
a pesar del giro cultural, muchas formas de hacer historia siguen existiendo.
Sin embargo, para Evans, hubo una importante permanencia desde Carr: la conciencia
de la historia, que según él “invade todo”, marcando la producción histórica, las políticas
públicas y las políticas de memoria. La historia da la vuelta y pasa a ocupar las novelas, el
cine y Evans pone este hecho como una posible consecuencia del “hueco” de los años 90, de
la crisis de la historiografía planteada por Carr.
Evans reconoce las importantes influencias del pensamiento de Carr en la producción
histórica del siglo XXI, entre fracasos y éxitos de sus planteamientos, sin duda Carr fue muy
importante para que hoy el historiador refleje sobre sus inclinaciones y prejuicios frente a sus
objetos de estudio y que puedan hacer máximo uso de los documentos que dispone.
Seguimos ahora con el epílogo del mismo título, ¿Qué es la historia ahora?, de Felipe
Fernández-Armesto. En su conferencia plantea que el postmodernismo tiene importante rol
en el alargamiento de la historia, diversificando el trabajo de los historiadores. El autor
también pone como un eje para este movimiento la revolución tecnológica de los datos, que
permiten un trabajo cada vez más estrecho y profundo sobre cada tema. Sin embargo, esta
mayor producción no acompaña la recuperación de rol de los historiadores en las políticas
públicas, y mismo sin defender que es deber del historiador involucrarse en este tema, hace
una crítica por la manutención de su ausencia en este medio.
Las modificaciones que propone en la respuesta de la pregunta “¿Qué es la historia?”
para que se encaje en la pregunta “¿Qué es la historia ahora?” se relacionan con la adición de
esta última palabra, que revela la inconstancia esencial del tema. Frente a la condenación de
Carr al trabajo contrafactual, moralizador, teológico y literario, Fernández-Armesto defiende
que la historia es todo.
El autor defiende que la historia abarca a todos porque incluye en sus estudios
distintas clases y civilizaciones, porque puede ser hecha por todos - como al ejemplo de Carr
que era un periodista -, y que se relaciona con todas las disciplinas. Eso no quiere decir que
sea menos rígido con la historia, de hecho, el autor hace hincapié en lo científico que es el
trabajo del historiador, aún más que lo planteado por Carr.
A lo que se refiere al objetivo de la historia, Carr plantea que la estudiamos para
entender el presente y moldear el futuro, para el autor estudiamos el pasado por su propia
causa, sin buscar explicaciones del presente. Así como en el prólogo, en este epílogo se
encuentra la idea de un estudio del pasado para la apreciación de otras civilizaciones y
culturas, ampliando la comprensión hacia el otro.
El autor critica también la obra de Carr y su teoría del proceso de interpretación de las
fuentes, acusándolo de ser inocente frente a este problema. Desde 1960 se ha avanzado en la
interpretación de los límites y posibilidades de la fuente y cómo trabajarlas. La objetividad
que es una búsqueda incesante en Carr, ahora se ve posible a partir de la multiplicidad de
perspectivas en torno a un mismo hecho. También critica la poca importancia que se le da a la
memoria hasta este momento.
Para encerar su conferencia el autor se dedica a los cambios de la historiografía no
anticipados por Carr, como la demanda por la sociedad de investigaciones genealógicas, los
patrimonios como museos y monumentos, el descontrol por parte de los historiadores de la
producción histórica televisiva y lanza su pesimismo en torno a este tema.
El autor hace hincapié en los riesgos que la presencia de la historia en la televisión sin
una apuración más rígida. El historiador no tiene relevancia en este proceso de divulgación
histórica y ni control sobre las informaciones emitidas, que siguen la agenda de las
productoras al placer de la audiencia. Encierra con la previsión de una “responsabilidad
fallida” de los historiadores en la producción histórica, que van perdiendo espacio de
producción dentro del poder televisivo de hacer historia y acercarla al público.
Esta visión pesimista y alarmante de Fernández-Armesto se confirmó en muchos
aspectos en estos 20 años transcurridos de su conferencia. Además de la producción
televisiva, el internet pasó a ocupar un gran espacio donde cualquier uno puede hacer historia
con la misma validez de un historiador. Los valores y las balizas de la divulgación de la
historia recién buscan recuperarse y el movimiento de una producción de calidad apenas
empieza a ganar fuerza.
Las demás conferencias presentes en esta obra que hace un homenaje al legado de
Carr se dedican a discutir los distintos campos de investigación de la historia pasados 40 años
desde la publicación de “¿Qué es la historia?”, pasando por la historia política, social,
cultural, de género, intelectual e imperial.
En el texto de Susan Pedersen, “¿Qué es la historia política ahora?”, la historiadora
afirma que aunque la historia política es la única forma de hacer historia que no necesita
justificación, también ha pasado por su crisis, principalmente frente al giro social. Sin
embargo, la autora introduce un argumento contrario, a partir de una otra perspectiva se
puede ver a esta crisis como una redefinición, en la cual todos los historiadores - sociales,
culturales - son también historiadores político una vez que cuestiones como poder,
legitimidad y autoridad están imbricadas en todas las otras.
Siendo así, Pedersen se propone a analizar esta disputa de los que ven la historia
política bajo amenaza y los que ven ahora todos como historiadores políticos. Sostiene que la
historia política ha pasado por la crisis valiéndose de los avances historiográficos del período,
es decir, agregando los rasgos lingüísticos y de género en su trabajo. Sin embargo señala que
también un estudio de la “alta política” ha ganado fuerza, ni todos los historiadores han sido
llevados por el giro lingüístico.
De esa manera, la autora construye su argumento de que la historia política ahora es
pujante, dedicándose no solamente a la “alta política” o estudios de la política de partido, si
no también a los estudios de la política popular y cultural por medio de la agregación de los
rasgos lingüísticos y culturales. Para Pedersen, estas dos esferas de la historia políticas tienen
un terreno común que debería ser mejor aprovechado, que los historiadores deberían
aprovechar más del trabajo uno del otro.
Sin, entretanto, cerrar los ojos a posibles cambios en el campo de los estudios de la
historia política, llama la atención para posibles peligros de alejarse mucho de la idea de
clase. Partiendo de que la historia política debe ocuparse de los tres factores propuestos por
Weber: el liderazgo político, la estructura y poder del Estado, la naturaleza y el fundamento
de las demandas de legitimidad, Pedersen afirma que aunque pesen los avances en el primer y
tercer punto, el segundo puede ser que incluso esté en retraso.
Poco se ha dedicado esta nueva historia política al estudio del Estado y su estructura
de gobierno, su alcance y sus prácticas. El problema sería menos de dedicarse al tema que de
los métodos utilizados por los historiadores de la “alta política” y del “giro lingüístico”, que
no serían adecuadas al estudio del Estado.
A lo que atañe el estudio del Estado la autora defiende la abstracción, la sincronía y la
comparación, métodos estos que no son parte de la tradición intelectual británica.
Desarrollando tres ejemplos, tiene la intención de enseñar la importancia del enfoque
comparativo y el entramado de relaciones económicas y políticas globales en que las
naciones están inmersas y que, por lo tanto, se vuelven fundamentales para la comprensión de
las instituciones y sus prácticas políticas. Concluye afirmando que urge el estudio de las
estructuras y prácticas de las instituciones para que la Historia Política no tome direcciones
inesperadas y no pretendidas.
Paul Cartledge fue el encargado de la conferencia sobre la historia social, exponiendo
las distintas maneras con las cuales la historia social es conocida - la historia de sociedades
enteras, la microhistoria de los fenómenos sociales o un modo de hacer cualquier otro tipo de
historia -, el autor parte de tres ejemplo prácticos para debatir el tema de qué es la historia
social ahora.
El primero de ellos es el Treatise on Social Theory de W.G. Runciman, sobre el cual
el autor hace una crítica a las categorías utilizadas por Runciman, como por ejemplo la de
“reportaje” y “descripción” o la objeción al uso de la categoría “clase”. El segundo ejemplo
es la obra de Manus Midlarsky - The Evolution of Inequality: War, State Survival and
Democracy in Comparative Perspective, que se propone a iluminar la génesis de la
democracia. Para el autor Midlarsky se equivoca al no considerar la naturaleza del ejército y
la naturaleza de la guerra como fundamentales para el estudio de la política.
Por fin, el último ejemplo trata del debate sobre la causalidad y la motivación del
Holocaustos de Christopher Browning y Daniel Goldhagen. Ambos historiadores parten del
estudio de los alemanes que componían el Batallón de Policía de Reserva 101 en Polonia en
1942, entendiéndolos como “serviciales”, sin embargo, a lo que atañe en el “por qué”
actuaron así, sus opiniones divergen. Para Cartledge, esta divergencia ilustra una disputa de la
historiografía social moderna, una vez que revela metodologías ejemplares de las distintas
metodologías propuestas para la “historia social” hoy.
El autor concluye con algunas respuestas globales a la pregunta “¿Qué es la historia
social ahora?”. Se debe resistir a una historia social sin definición, vacía, también debemos
resistir a la historiografía pan-social-realista, es necesario una conceptualización reflexiva y
explícita de la historia social. Hasta ahora, para él, la conceptualización de Runciman y una
conceptualización de carácter clasista, de la historia social como la historia de la opresión, de
la explotación, de la pobreza son el mejor camino.
Aunque haya seguido un camino complejo por la historia antigua, la reflexión que
hace Cartledge sobre la historia social me parece muy interesante, sin considerar todo como
historia social, reivindica lo político como social, señalando la importancia de entender la
naturaleza de las estructuras para entender sus implicaciones sociales.
El siguiente debate se da en torno a la historia cultural, bajo la conferencia de Miri
Rubin. La autora pone en cuestión el giro cultural que, aunque haya afectado a todos los tipos
de historia, no ha afectado a todos los períodos de manera uniforme. Este giro se centra en los
periodos de la baja Edad Media y la temprana Edad Moderna, en estas épocas, en las que la
cultura se desarrollaba dentro de los espacios religiosos y en las dicotomías mundo religioso
y mundo laico, cristianos y otra religiones, había razones para analizar los distintos productos
y procesos culturales.
Por tratar fundamentalmente de la interacción humana y las formas de comunicación,
el giro cultural busca referencias en las demás ciencias sociales como la antropología y la
sociología. Nace un nuevo tipo de historiografía, el oficio del historiador no solo se construye
en medio del “polvo” de los archivos, sino también con una subjetividad bien informada.
La diversificación de las fuentes como visuales, textuales, musicales, trae, según la
autora, un enfoque más fresco a la investigación, así, afirma que el historiador debe acercarse
a fuentes escritas, memorizadas, cantadas, esculpidas y rezadas. El estudio de estas fuentes
produce el movimiento dicho anteriormente del acercamiento a otras ciencias sociales como
la antropología, que proporciona la herramienta para la interpretación de ciertas fuentes como
rituales, por ejemplo, que revelan una importante comprensión de los acontecimientos
públicos y las experiencias colectivas a lo que atañe lo simbólico.
Para la autora, el giro cultural es un híbrido de modos de comunicación en el que es
crucial la acción del individuo. Tratar con la cultura es tratar con una mezcla de categorías.
Las cosas siempre parecen las mismas, pero se convierten en cosas distintas según los
contextos de uso. Analizar esos contextos quizá a veces se ha obviado, pero es crucial en la
comprensión de áreas como el trabajo, la economía o la política.
Kessler-Harris se dedica a hablar de la historia de género, la autora parte de la
fraseología tradicional del poder y la política, sin utilizar abstracciones del lenguaje. La
autora defiende que el trabajo del género es dar sentido a los hechos de la historia de la mujer
que están siendo recuperados.
Hay que incluir el género en el cálculo de causas y explicaciones de cualquier
momento histórico, como la industrialización, la urbanización, las huelgas, porque el género
invade las esferas de la historia política, social y económica. Kessler también defiende que el
género ha ayudado en la definición del poder y cita cuatro ejemplos.
Lo importante de lo que plantea es la idea de género como un proceso que cambia en
el tiempo y en relación a la circunstancia histórica, es decir, tiene un carácter fluido, además
es formador de ideas y normativo tanto en el ámbito individual como colectivo. La autora, al
hablar de género, aunque empieza señalando la importancia del estudio de las mujeres y el
uso del género para dar significado a su historia, se refiere a las mujeres y los hombres, no
solo el efecto del rasgo de género como una interpretación de los hechos a partir de la
participación femenino sino también de la masculinidad en la formación de ideas y
comportamientos.
La autora hace menos una reflexión teórica sobre la idea de género que una defensa
de la importancia de este rasgo para el avance de la historiografía, principalmente a lo que
atañe las relaciones de poder - la constitución del Estado, la colonización, la formación de
ideologías. Concluyendo así, que la historia del género ahora es la expansión de nuestra
visión hacia el pasado.
La conferencia sobre la historia intelectual estuvo a cargo de Annabel Brett. La
historiadora busca responder no solo a la cuestión “¿Qué es la historia intelectual ahora?”
como también “¿Qué es la historia intelectual?”. Acusando el término “intelectual” de
confundirse muchas veces con algo elevado, de algo de arcano acceso, y, por tanto, investido
de un valor y prestigio especiales, afirma preferir muchas veces el término “historia cultural”.
Después de hacer un recorrido histórico sobre la historia intelectual, la autora señala
dos corrientes principales: el estudio de la lengua o el discurso y su relación con la acción
humana y el estudio de los modos de representación y autorrepresentación del individuo, que
son originados a partir de historiografías distintas, pero convergen en muchas de sus
conclusiones.
Comenzando por la cuestión del lenguaje, cita a la Escuela de Cambridge y a Quentin
Skinner; especialmente a John Austin en How to Do Things with Words. En un documento
ampliado por John Searle, sostiene que las palabras tienen tres dimensiones: la locucionaria
(lo que quieren decir), la “ilocucionaria” (es el efecto que genera el hablante al usar una
palabra en específico) y la dimensión “perlocucionaria” (lo que un hablante hace a través de o
por medio de palabras específicas). Una de las suposiciones fundamentales de la historia
intelectual en este sentido es que un ámbito del lenguaje ya no se ve como la expresión del
pensamiento. El lenguaje es constitutivo del pensamiento: utilizar palabras de un modo
particular dentro de un horizonte lingüístico es pensar.
Por tanto, un elemento necesario en la historia intelectual sería recuperar los “modos
de hablar” de distintas sociedades del pasado. Cuando un historiador intelectual habla del
lenguaje, más que referirse a las lenguas naturales, se suele estar refiriendo a los distintos
modos de hablar o modos del discurso, lo que entendemos por “retórica”.Concebidos de este
modo, las lenguas o discursos no se limitan a producciones de élite de unos pocos grandes
textos. Más bien al contrario: los grandes textos no inventaron las lenguas, sino que se
inventaron en ellas, y, por tanto, para comprenderlas no podemos basarnos sólo en estos
grandes textos clásicos. Reconstruir su contexto implica conocimientos del entorno histórico,
político, social, etc.
Para evitar problemas de la relación entre lo discursivo y lo no discursivo se ha
extendido el dominio de la textualidad más allá de lo tradicionalmente comprendido como
“texto”. Esto ha desembocado en una segunda trayectoria de la historia intelectual que se
ocupa de las prácticas y las representaciones. Citando a Geertz, explica que deberíamos leer
las prácticas culturales como textos, ya que son estructuras simbólicas mantenidas mediante
la colectividad que tienen un significado concreto dentro de un sistema público de
significación.
Concluye criticando al giro lingüístico por omitir la posibilidad de acceder a un
dominio extratextual, y cita a Geertz que alerta del peligro de “convertir el análisis cultural en
una especie de esteticismo sociológico.”. Respondiendo a la segunda pregunta, ¿Qué es la
historia intelectual? se fija en responder ¿Qué es lo que la distingue de la historia cultural y
de las demás? Es el interés más allá de las formas en las que las personas hablaban y se
relacionaban, y en su contexto social, cultural y político. Está mayormente interesada en esos
modos de hablar como los modos en los que la gente comprendía a su mundo, la coherencia y
la lógica interna de sus estructuras de referencia mental y su reflejo en el lenguaje. Este tipo
de historia puede desenterrar modos de hablar y de entender el mundo.
La última conferencia, impartida por Linda Colley, trata sobre la historia imperial. La
historiadora empieza hablando de cómo veía a la historia imperial en sus tiempos de
estudiante: completamente dividida en compartimientos, parecía una empresa
comprensivamente masculina, lo que hizo con que la historia imperial fuera aprehendida por
ella como anticuada.
Sin embargo luego constata la insensatez de esa visión, proponiendo otra pregunta
que no “¿Qué es la historia imperial?” sino “¿Qué no es historia imperial?”. Hace hincapié en
la diversidad que este estudio ganó a lo largo de los años, pero que no fue acompañada de una
clarificación de lo que es el “imperial” con exactitud. Se equivocan aquellos que entienden
este ramo de estudios como la historia del Imperio británico.
La historia imperial va mucho más allá de este Imperio, incluso más allá de los
imperios occidentales. La autora sostiene que la historia Imperial entiende el Imperio y las
Monarquías como formas de gobierno y poder persistentes en el pasado y presente, por lo que
el historiador debe emprender una visión comparativa de larga duración; la historia imperial
trata de la conexidad, luego el historiador debe dedicarse a la complejidad de las relaciones
entre distintos territorios y civilizaciones y sus distintas formas de poder y, por fin, su
carácter discutible y desafiante lo transforma en un estudio difícil a lo que atañe el rigor, pero
es imprescindible para una comprensión adecuada del mundo en general.
Linda Colley concluye su conferencia reafirmando la importancia de la historia
comparativa de larga duración en conjunto de una sensibilidad a las múltiples conexiones
entre los imperios y las civilizaciones del mundo. Si se dirige adecuadamente la historia
imperial, afirma la autora, es muy exigente. En cima, las dificultades de este estudio van más
allá de la capacidad del historiador, los cortes presupuestarios que impiden las bibliotecas de
alargar el número de obras y periódicos en otras lenguas, el poco invertimiento en que los
estudiantes aprendan otros idiomas, la presión por la productividad de los académicos entre
otras razones.
Se nota que para la autora la historia imperial es una historia global, de conexiones
entre las distintas partes del mundo y cómo se influencian mutuamente, siendo indispensable
para el estudio de los imperios el estudio de los territorios colonizados a partir de sus fuentes,
de la producción académica desde estos territorios.
Los dos últimos textos trabajados en la asignatura no hacen parte de esta obra que
reúne las conferencias impartidas por el Instituto de Investigación Histórica de Cambridge.
Sin embargo, ambas tratarán el tema de la postmodernidad. Empezamos por el texto de
Rafael Vidal Jimenez, “La historia y la postmodernidad”.
En este trabajo el autor se propone a discutir la labor del historiador que se enfrenta a
la crisis del fin de los paradigmas como el progreso como argumento fundamental de la
historia humana. Para el autor, esta problemática está localizada en la comprensión del
tiempo, siendo su aprehensión cultural de la vivencia individual y colectiva el eje
fundamental para la comprensión del problema de la historia, una vez que “la cultura es
gestión simbólica social de la presencia fenomenológica de la duración y el cambio. En ese
sentido, convierte la experiencia total del tiempo en el núcleo en torno al cual se entretejen en
tensión continua los elementos de configuración de la representación mental intersubjetiva de
lo que una sociedad percibe de sí misma con pleno sentido: sistemas de relación-dominación,
conflictos, deseos y perspectivas.”
A continuación hace un recorrido en los cambios en el trabajo del historiador en los
días de hoy. Señala la centralidad del relato y la contribución de pensar en términos como
tradición, sin embargo, nota que estos cambios reflejan una ruptura entre una forma de hacer
historia hasta las décadas de setenta y ochenta y modelos historiográficos contemporáneos,
que corresponden a los modelos impuestos por la postmodernidad. Para el autor eso no nos
lleva a una historia posmodernista, sino a un modelo que disuelve gradualmente el
pensamiento histórico clásico.
Eso debido al hecho de que pesen los cambios en los conceptos de progreso - plenitud
de los ideales políticos en Hegel y luego crecimiento económico ilimitado con innovación
tecnológica - y tiempo, que llevan a la transformación de la labor del historiador, no hay en
este momento un cambio de paradigma en el estudio de la historia.
Sin embargo, todo cambia a partir de las fuerzas centrípetas globalizadoras y las
reacciones centrífugas situadas a nivel local a finales del siglo XX. Ahí viene el giro
lingüístico frente a la crisis de representacionismo y la influencia de Foucault. Para el autor,
las metodologías empleadas en este fin de siglo que despegan el discurso de sus bases
materiales es ahistórica, entre otras cosas por suponer que lo histórico es una forma de
pensamiento exclusivamente moderna que va dejando de existir en nuestra sociedad
postmoderna.
Siendo así, la historia a partir de la concepción clara no puede existir dentro de los
parámetros postmodernistas, por lo que se genera una manera ahistórica de pensar las
sociedades. El autor concluye que la historia necesita salir del terreno movedizo del lenguaje,
volviéndose otra vez a la acción, propone una vuelta a la obra de Marx desde una otra mirada
para que se encuentre ahí un compromiso con la emancipación humana.
El último texto a ser trabajado en este ensayo se titula “El debate postmoderno sobre
el conocimiento histórico y su repercusión en España” de Miguel Ángel Cabrera. Este texto
nos aporta, como dice el título, la repercusión del debate postmoderno en España y nos
centraremos en esto.
El autor se propone, entonces, a examinar cómo han interpretado los historiadores
españoles los postulados críticos postmodernos con el fin de hacer un primer balance de la
contribución española en este debate. La primera percepción del postmodernismo se dio
como un síntoma de la crisis de la historia como ciencia, y lo que parecían críticas pasajeras
se volvieron el estándar y la historia ahora parecía tener como única función conservar el
recuerdo del pasado.
Los historiadores españoles frente a este escenario rechazaron e hicieron oposición a
los postulados del postmodernismo porque lo veían como una amenaza a la supervivencia de
la historia. A sus ojos, el enfrentamiento se da en términos de: defensores de la historia como
ciencia en contra de la destitución completa del carácter científico.
Esta destitución del carácter científico se da por el giro lingüístico que pone que la
realidad por estar constituida por y en el lenguaje, no puede ser pensada como una referencia
objetiva exterior al discurso, por lo que desaparece el objeto de la historia, afirma Elena
Hernández Sadoica.
Junto a ella, otros historiadores españoles afirman que el giro lingüístico postmoderno
borra las distinciones entre historia y ficción, siendo imposible que la historia aporte un
conocimiento verdadero sobre la realidad. Como consecuencia, la historia pasa a tener un
papel de entretener y no más producir conocimiento. Por fin, los historiadores españoles
también relacionan el postmodernismo con la vuelta de la historia narrativa, entendiendo esta
segunda como parte del esfuerzo por destituir de la historia su carácter científico.
Frente a este escenario, defienden una historia que asegura su carácter científico, es
decir, una historia proposicional y argumentativa con bases teóricas. Para ellos la historia
dispone de herramientas metodológicas capaces de asegurar su correspondencia con la
realidad objetiva, como por ejemplo el método científico.
El autor también menciona a otro grupo de historiadores españoles que tejieron
críticas distintas al postmodernismo. Este segundo grupo no sólo no rechaza al
postmodernismo como lo considera un aporte interesante para el desarrollo del debate
historiográfico, valorando las consideraciones hechas sobre el lenguaje por verlo como un
tema poco considerado en España. Se trataría de entender el giro lingüístico como fuente de
renovación de la noción de conocimiento histórico.
Sostienen que entender la historia como práctica interpretativa no lleva directamente
al todo vale o la ficción, sino que llevan a nuevas preguntas y líneas interpretativas al
cuestionar el discurso histórico. Como consecuencia, consideran que la crítica postmoderna
puede contribuir a la identificación y neutralización de la interferencia de la ideología
dominante en la investigación histórica.
A continuación el autor pone en discusión hasta qué punto los historiadores españoles
han interpretado adecuadamente los postulados postmodernos. Sostiene que ellos se han
equivocado en la relación entre el resurgimiento de la historia narrativa y la crítica
postmoderna, una vez que no hay contradicción epistemológica entre ellas, ambas son
referencialistas. Además, señala que el debate del postmodernismo en España no fue de
suficiente densidad, las críticas epistemológicas no tuvieron suficiente atención para que el
debate del postmodernismo fuera más fecundo.
Siendo así, el autor dedica las últimas páginas de su trabajo a añadir algunas
precisiones críticas al debate por él expuesto, con el objetivo de volver el debate más
calificado en término de renovación de la disciplina histórica.
Este ensayo se propuso a realizar un resúmen junto a algunos comentarios e
impresiones personales sobre los textos discutidos en la asignatura Nuevas Tendencias
Historiográficas, impartida por el profesor Isaac Martín Nieto. Es un hecho que la ausencia de
una lectura y debate compartidos con los demás compañeros de clase y el profesor interfieren
en mis percepciones y entendimientos en relación a los textos - desde entender la elección de
dichos trabajos hasta la aportación de otros puntos de vista. Sin embargo, comentaré de
manera bastante breve mis impresiones.
El trabajo de Carr es sin duda una importante contribución al debate sobre la
historiografía y el labor del historiador, el recorrido histórico del desarrollo de la historia y su
entendimiento como ciencia aclara una serie de cuestiones que aparecen en la cabeza de los
estudiantes de historia, he podido rescatar muchas reflexiones del comienzo de la carrera y
recordar ciertos conocimientos que hacen parte de los debates expuestos por Carr.
El segundo libro analizado aporta con una gran densidad de conocimientos debates
que no se dan de manera directa durante la carrera, el estudiante no sigue a lo largo de sus
estudios dedicándose a la discusión historiográfica, de hecho, este punto está presente en el
texto de Rafael Vidal Jimenez al decir que los estudiantes y académicos están produciendo
sus trabajos históricos sin reflexionar tanto sobre la historiografía. Sin embargo, la gran
densidad tiene su lado peligroso, por lo que muchas veces no refleja en una buena
compresión de todos los temas.
Los dos últimos textos que se proponen a hablar del postmodernismo aportan
muchísimo. El de Vidal Jimenez por proponer una vuelta a Marx, una valoración que no
estuvo muy presente en los otros trabajos que parecen haber quedado en la crisis del
marxismo sin considerar el aporte de su superación. El texto de Cabrera, principalmente en la
parte final, hace un refinamiento teórico muy interesante del postmodernismo, una vez que
los textos que abordan el tema lo hacen bajo críticas.

Bibliografía
Carr, E. H., ¿Qué es la historia? Conferencias "George Macaulay Trevelyan" dictadas en la
Universidad de Cambridge en enero-marzo de 1961, Barcelona, Ariel, 1991.
Vidal Jiménez, R., «La historia y la postmodernidad», Espacio, Tiempo y Forma. Serie V. H.ª
Contemporánea, 12 (1999), pp. 11-44.
Cabrera, M. A., «El debate postmoderno sobre el conocimiento histórico y su repercusión en
España», Historia Social, 50 (2004), pp. 141-164.

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