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Relatoría del texto La justicia y la política de la diferencia

María Paula Díaz Guevara


Seminario de Filosofía Política y Social

En la presente relatoría, intento condensar los principales argumentos expuestos por la


teórica política Iris Marion Young en su texto La justicia y la política de la diferencia,
dando lugar a su concepción de justicia, sus principales críticas a las teorías de la justicia ya
existentes y a sus intervenciones frente a las sociedades occidentales contemporáneas.

Lo que la autora pretende es expresar de manera reflexiva algunas afirmaciones alrededor


de las ideas de justicia e injusticia subyacentes a la política de los movimientos
reivindicatorios en Estados Unidos; por ejemplo, el movimiento gay, el socialista
democrático, del medio ambiente, de la gente negra, de los inmigrantes, y el feminista,
entre otros; y explorar de esta manera, sus significados e implicaciones. Esto en contraste
con las nociones teóricas de justicia en la filosofía política occidental moderna (Young,
2000). Este análisis se extrapola a la las instituciones y principios presentes en la sociedad
contemporánea norteamericana y forja las bases para proponer unos alternativos.

Young define la política como el conjunto de todos los aspectos de la organización


institucional, la acción pública, las prácticas y los hábitos sociales, y los significados
culturales, como factores sujetos a la evaluación y la toma de decisiones colectivas. De esta
manera, presupone que la justicia es el tema principal de la filosofía política. Producto de
esto, es que los movimientos sociales, considerados de índole política, apelan
indudablemente a concepciones de justicia social en su búsqueda de encaran y modificar
ciertos aspectos de la realidad en la que existen.

El texto de Young se inclina hacia dos direcciones: en primer lugar, busca dar lugar a los
conceptos de dominación y opresión dentro de la teoría de la justicia, pues son claves al
momento de orientarse a cuestiones como la toma de decisiones y la cultura. En segundo
lugar, pretende desbordar estas teorías modernas, enfocadas principalmente a la
distribución de bienes, y atender aspectos que considera más relevantes para la justicia,
como lo son las condiciones institucionales y el análisis profundo de las instancias
normativas que rigen la sociedad norteamericana.
Para tal empresa, la autora se posiciona desde la teoría crítica, la cuál entiende como:

[…] una reflexión normativa que está histórica y socialmente contextualizada. […]
rechaza por ilusorio el esfuerzo por construir un sistema normativo universal aislado
de toda sociedad en particular. […] [La teoría crítica] niega que la teoría social deba
aceptar sin más lo que viene dado. La descripción y la explicación de lo social
deben ser críticas, esto es, deben apuntar a evaluar en términos normativos aquello
que está dado. Sin una postura crítica de este tipo muchas preguntas sobre qué
ocurre en una sociedad y por qué, quién se beneficia y a quién daña, no se formulan,
y la teoría social tiene tendencia a reafirmar y cosificar la realidad social dada
(Young, 2000, p.15).

Las normas solo pueden darse a partir de la experiencia propia dentro de un tipo de
sociedad, pues las ideas de lo bueno y de lo justo surgen de un deseo de luchar contra la
instancia de lo dado o, por el contrario, reafirmarlo. Por su parte, la teoría crítica es un
discurso que pretende exponer una normatividad latente, pero no dada en una sociedad;
busca sobreponer las necesidades de quienes desean que una realidad social particular, sea
de otro modo.

Las teorías contemporáneas de la justicia se sostienen en un paradigma distributivo


orientado a las posesiones materiales y al posicionamiento social, cayendo en un
reduccionismo que deja de lado ciertas cuestiones institucionales, tomándolas como dadas.
No todas las teorías distributivas de la justicia se limitan a cuestiones materiales, también
intentan abarcar cuestiones morales, de poder y de oportunidades. Sin embargo, plantea la
autora, esto resulta contradictorio conceptualmente, pues siguiendo esta lógica, estos
aspectos son tratados como cosas identificables y separables, obedeciendo de igual forma a
un “modelo estático” (Young, 2000, p.20), dejando de lado fenómenos como la dominación
y la opresión.

El paradigma distributivo resulta problemático en dos sentidos: en primer lugar, se centra


en la asignación de bienes materiales y posiciones sociales, sin tener en cuenta la estructura
social y el contexto institucional, los cuales actúan como medios determinantes de los
modelos de distribución. En segundo lugar, es que cuando este paradigma se extrapola a
factores como el poder, la toma de decisiones y la autoestima, tiende a moldearlos como
cosas estáticas, y no como producto de los procesos y las relaciones sociales. La autora
propone desbordar esas cuestiones distributivas y atender problemáticas sociales como lo
son la acción, las decisiones sobre la acción y la provisión de medios para desarrollar las
capacidades (Young, 2000). Para concebir la justicia social es primordial plantear primero
los conceptos de opresión y dominación.

Este paradigma también cae en la situación de asumir que los individuos, en su totalidad,
están ubicados de manera diferenciada en punto de la sociedad a partir de la cantidad de
bienes sociales que se les asignen. Los sujetos se relacionan de manera externa con los
bienes y la relación que construyen con otros sujetos se basa en la comparación de estas
posesiones.

A pesar de ser un tema con primacía en cualquier teoría de la justicia, las demandas de
injusticia no se reducen a la distribución de bienes, pues esto orientaría cualquier
concepción a los pilares superficiales de la sociedad, mientras que el ámbito de la justicia,
insiste la autora, debe someter a evaluación las estructuras sociales y los contextos
institucionales, sin reducir estos aspectos a un solo tipo de economía política o dinámica
social.

El contexto institucional debería ser entendido en un sentido más amplio que el de


«modo de producción». Tal contexto incluye todas las estructuras y prácticas, las
reglas y normas que las guían, y el lenguaje y símbolos que median las interacciones
sociales dentro de dichas estructuras y prácticas, en instituciones tales como el
Estado, la familia y la sociedad civil, así como en el trabajo. Todos estos factores
son relevantes al momento de realizar evaluaciones sobre la justicia, en la medida en
que condicionan la aptitud de la gente para participar en la determinación de sus
acciones y su aptitud para desarrollar y ejercer sus capacidades (Young, 2000, p.42).

Por otra parte, las teorías distributivas de la justicia, cuando asumen elementos como el
poder, la toma de decisiones o la cultura, lo que hacen es adecuar estos preceptos a su
misma lógica de distribución entre individuos diferenciados y son tratados como resultado
de una repartición política de bienes, que incluso sin ser materiales per ser, son concebidos
como objetos.
Cualquier valor social puede ser tratado como una cosa o un agregado de cosas que
algunos agentes específicos poseen en ciertas cantidades, para luego comparar esta
situación con modelos alternativos cuyo fin sea la distribución de ese bien entre
dichos agentes (Young, 2000, p.46).

La autora sigue una concepción general de justicia derivada de una concepción de la ética
comunicativa, es decir que se enfoca en cuestiones procedimentales para la toma de
decisiones. Esto quiere decir que cualquier partícipe de una norma o institución, debe tener
un lugar activo en la evaluación y el establecimiento de la misma, esto disminuye el espacio
social (en unos puntos privilegiados, y en otros insatisfechos) existente entre un tipo de
necesidades y otras.

El concepto de la justicia abarca todo el sentido de lo político, expuesto anteriormente, en


tanto comprende, no solo las formas de ser de un gobierno particular, sino las prácticas y
bases normativas inscritas en cualquier contexto social. La justicia social se refiere a las
condiciones institucionales más que a las preferencias de algunos individuos o grupos, pues
estas (últimas) están ligadas a concepciones de lo bueno y presuponen una naturaleza
inherente a la vida humana. Concretizar un asunto como estos, inevitablemente produciría
una acción opresora sobre otras formas de ser en el mundo social, por lo que debe apelarse
a valores lo suficientemente abstractos para no excluir ninguna cultura o forma de vida.

Al enfocarse en las condiciones institucionales, la autora no pretende que se establezca una


forma de vida buena, en sentido platónico, para cada individuo en un espacio común, sino
que se expandan las oportunidades para que todo individuo pueda desarrollarla en su forma
particular, prescribiendo sus acciones a dos valores fundamentales: 1) desarrollar y ejercer
las capacidades y expresar nuestra experiencia, y 2) participar en la determinación de la
acción y de las condiciones de la acción. A estos dos valores, entendidos desde su sentido
universal, corresponden dos condiciones sociales que producen la injusticia: La opresión,
que consiste en procesos sistemáticos que impiden la realización expansiva del sujeto en
medios socialmente reconocidos o en procesos de orden institucional que restringen la
expresión individual de sentimientos y perspectivas en contextos donde se pueda ser
escuchado. También está la dominación, que es la presencia de condiciones institucionales,
que impiden a las personas participar en la determinación de sus acciones y las condiciones
para que ésta se de (Young, 2000, p.68).

Para seguir el argumento de la autora, se debe exponer lo que ésta concibe como grupos
sociales, adheridos a una identidad y una perspectiva sobre los demás; en sus mismas
palabras:

Un grupo social es un colectivo de personas que se diferencia de al menos otro


grupo a través de formas culturales, prácticas o modos de vida. Los miembros de un
grupo tienen afinidades específicas debido a sus experiencias o forma de vida
similares, lo cual los lleva a asociarse entre sí más que con aquellas otras personas
que no se identifican con el grupo o que lo hacen de otro modo. Los grupos son
expresiones de las relaciones sociales; un grupo existe solo en relación con al menos
otro grupo. Es decir, que la identificación de un grupo acontece cuando se produce
el encuentro e interacción entre colectividades sociales que experimentan
diferencias en su forma de vida y en su forma de asociación, aun si consideran que
pertenecen todas a la misma sociedad (Young, 2000, 78).

Teniendo esto en cuenta, la autora plantea que la justicia social requiere de instituciones
que permitan la libre manifestación de la diferencia de grupos, pues el concepto de grupos
sociales no es opresor per se, ya que no todos los grupos son oprimidos, a no ser que
cumplan con una o más de las siguientes facetas:

Explotación: “La idea central expresada en el concepto de explotación es, por tanto, que la
opresión tiene lugar a través de un proceso sostenido de transferencia de los resultados del
trabajo de un grupo social en beneficio de otro” (Young, 2000, p.88), ésta, determina las
relaciones estructurales entre grupos sociales, las reglas que orientan las políticas del
trabajo y las condiciones de desigualdad, a través de un proceso sistemático en el cual los
menos favorecidos invierten su energía para mantener y aumentar el poder de los
poseedores de mayores bienes.

Marginación: Se presenta cuando un grupo completo es expulsado de la intervención útil


en la sociedad, quedando vulnerable a privaciones materiales que resultan injustas. En esta
instancia se producen nuevas injusticias, en tanto los individuos son también privados de
derechos y libertades que otros poseen; y limitan la posibilidad de ejercer las capacidades
en medios reconocidos.

Carencia de poder: Las injusticias relacionadas con este aspecto son resumidas por la
autora como inhibición en el desarrollo de nuestras capacidades, falta de poder de toma de
decisiones en la vida laboral, y exposición a un trato no respetuoso a causa del estatus;
están principalmente ligadas a la distribución del trabajo (Young, 2000).

Imperialismo cultural: Este conlleva a la universalización de la experiencia de una cultura


dominante y se impone como norma, invisibilizando las perspectivas particulares del resto
de grupos y delimitándolos como lo otro. Los productos culturares ampliamente
diseminados en la sociedad son expresión de estos grupos dominantes. Se reduce la
representación de la humanidad a la interpretación de estos grupos respecto a la sociedad en
general, incluyendo a los otros grupos sociales.

Violencia: Muchos individuos, pertenecientes a grupos particulares, conviven con la idea


que ser víctimas de actos violentos hacia su propiedad o hacia ellos mismos, de manera
cotidiana. Esto se vuelvo una cara de la opresión debido al contexto social que los hace
posibles y aceptables, su trato sistemático ha convertido esta violencia en una práctica
social normalizada. La violencia se presenta, en muchas ocasiones, como legitimada en
tanto es tolerada (al menos, por un grupo mayoritario).

Es un hecho social reconocido que todos saben que sucede y que volverá a suceder.
Está siempre en el horizonte de la imaginación social, aun para aquellos que no la
llevan a cabo. De acuerdo con la lógica social imperante, algunas circunstancias
«piden» tal violencia más que otras (Young, 2000, p.108).

Teniendo en cuenta las caras de la opresión que expone Young, y en general la amplitud de
su argumento, me gustaría cerrar con algunas consideraciones finales. Considero relevante
la distancia que toma frente a las teorías distributivas de la justicia, ya que estas son las
bases sobre las cuales están construido los sistemas político, social y judicial en nuestro
país, pues la justicia se concibe como un acto de repartición de bienes que corresponden a
un posicionamiento dentro de la estructura social; sin embargo, estos bienes pierden el
valor cultural, social y estético al ser fácilmente comercializados, subestimados y
violentados.
La opresión hacia grupos sociales en particular se hace evidente en cualquier contexto de la
vida cotidiana y, me atrevería a decir, que los factores que legitiman estas prácticas son
principalmente, el anhelo a la modernización en todos los aspectos, y la adherencia a ciertos
valores morales tradicionales, que han sido tergiversados en función de los intereses de
ciertos grupos dominantes en materia cultural y económica.

Referencias bibliográficas

Young, I. M. (2000). La justicia y la política de la diferencia. Madrid, España: Ediciones


Cátedra.

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