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El texto de Young se inclina hacia dos direcciones: en primer lugar, busca dar lugar a los
conceptos de dominación y opresión dentro de la teoría de la justicia, pues son claves al
momento de orientarse a cuestiones como la toma de decisiones y la cultura. En segundo
lugar, pretende desbordar estas teorías modernas, enfocadas principalmente a la
distribución de bienes, y atender aspectos que considera más relevantes para la justicia,
como lo son las condiciones institucionales y el análisis profundo de las instancias
normativas que rigen la sociedad norteamericana.
Para tal empresa, la autora se posiciona desde la teoría crítica, la cuál entiende como:
[…] una reflexión normativa que está histórica y socialmente contextualizada. […]
rechaza por ilusorio el esfuerzo por construir un sistema normativo universal aislado
de toda sociedad en particular. […] [La teoría crítica] niega que la teoría social deba
aceptar sin más lo que viene dado. La descripción y la explicación de lo social
deben ser críticas, esto es, deben apuntar a evaluar en términos normativos aquello
que está dado. Sin una postura crítica de este tipo muchas preguntas sobre qué
ocurre en una sociedad y por qué, quién se beneficia y a quién daña, no se formulan,
y la teoría social tiene tendencia a reafirmar y cosificar la realidad social dada
(Young, 2000, p.15).
Las normas solo pueden darse a partir de la experiencia propia dentro de un tipo de
sociedad, pues las ideas de lo bueno y de lo justo surgen de un deseo de luchar contra la
instancia de lo dado o, por el contrario, reafirmarlo. Por su parte, la teoría crítica es un
discurso que pretende exponer una normatividad latente, pero no dada en una sociedad;
busca sobreponer las necesidades de quienes desean que una realidad social particular, sea
de otro modo.
Este paradigma también cae en la situación de asumir que los individuos, en su totalidad,
están ubicados de manera diferenciada en punto de la sociedad a partir de la cantidad de
bienes sociales que se les asignen. Los sujetos se relacionan de manera externa con los
bienes y la relación que construyen con otros sujetos se basa en la comparación de estas
posesiones.
A pesar de ser un tema con primacía en cualquier teoría de la justicia, las demandas de
injusticia no se reducen a la distribución de bienes, pues esto orientaría cualquier
concepción a los pilares superficiales de la sociedad, mientras que el ámbito de la justicia,
insiste la autora, debe someter a evaluación las estructuras sociales y los contextos
institucionales, sin reducir estos aspectos a un solo tipo de economía política o dinámica
social.
Por otra parte, las teorías distributivas de la justicia, cuando asumen elementos como el
poder, la toma de decisiones o la cultura, lo que hacen es adecuar estos preceptos a su
misma lógica de distribución entre individuos diferenciados y son tratados como resultado
de una repartición política de bienes, que incluso sin ser materiales per ser, son concebidos
como objetos.
Cualquier valor social puede ser tratado como una cosa o un agregado de cosas que
algunos agentes específicos poseen en ciertas cantidades, para luego comparar esta
situación con modelos alternativos cuyo fin sea la distribución de ese bien entre
dichos agentes (Young, 2000, p.46).
La autora sigue una concepción general de justicia derivada de una concepción de la ética
comunicativa, es decir que se enfoca en cuestiones procedimentales para la toma de
decisiones. Esto quiere decir que cualquier partícipe de una norma o institución, debe tener
un lugar activo en la evaluación y el establecimiento de la misma, esto disminuye el espacio
social (en unos puntos privilegiados, y en otros insatisfechos) existente entre un tipo de
necesidades y otras.
Para seguir el argumento de la autora, se debe exponer lo que ésta concibe como grupos
sociales, adheridos a una identidad y una perspectiva sobre los demás; en sus mismas
palabras:
Teniendo esto en cuenta, la autora plantea que la justicia social requiere de instituciones
que permitan la libre manifestación de la diferencia de grupos, pues el concepto de grupos
sociales no es opresor per se, ya que no todos los grupos son oprimidos, a no ser que
cumplan con una o más de las siguientes facetas:
Explotación: “La idea central expresada en el concepto de explotación es, por tanto, que la
opresión tiene lugar a través de un proceso sostenido de transferencia de los resultados del
trabajo de un grupo social en beneficio de otro” (Young, 2000, p.88), ésta, determina las
relaciones estructurales entre grupos sociales, las reglas que orientan las políticas del
trabajo y las condiciones de desigualdad, a través de un proceso sistemático en el cual los
menos favorecidos invierten su energía para mantener y aumentar el poder de los
poseedores de mayores bienes.
Carencia de poder: Las injusticias relacionadas con este aspecto son resumidas por la
autora como inhibición en el desarrollo de nuestras capacidades, falta de poder de toma de
decisiones en la vida laboral, y exposición a un trato no respetuoso a causa del estatus;
están principalmente ligadas a la distribución del trabajo (Young, 2000).
Es un hecho social reconocido que todos saben que sucede y que volverá a suceder.
Está siempre en el horizonte de la imaginación social, aun para aquellos que no la
llevan a cabo. De acuerdo con la lógica social imperante, algunas circunstancias
«piden» tal violencia más que otras (Young, 2000, p.108).
Teniendo en cuenta las caras de la opresión que expone Young, y en general la amplitud de
su argumento, me gustaría cerrar con algunas consideraciones finales. Considero relevante
la distancia que toma frente a las teorías distributivas de la justicia, ya que estas son las
bases sobre las cuales están construido los sistemas político, social y judicial en nuestro
país, pues la justicia se concibe como un acto de repartición de bienes que corresponden a
un posicionamiento dentro de la estructura social; sin embargo, estos bienes pierden el
valor cultural, social y estético al ser fácilmente comercializados, subestimados y
violentados.
La opresión hacia grupos sociales en particular se hace evidente en cualquier contexto de la
vida cotidiana y, me atrevería a decir, que los factores que legitiman estas prácticas son
principalmente, el anhelo a la modernización en todos los aspectos, y la adherencia a ciertos
valores morales tradicionales, que han sido tergiversados en función de los intereses de
ciertos grupos dominantes en materia cultural y económica.
Referencias bibliográficas