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Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una

cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las
cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de
la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su
vida con íntimo sentido religioso. Las religiones a tomar contacto con el progreso de la
cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con
un lenguaje más elaborado. Así, en el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino
y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes
esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición
mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien
buscando refugio en Dios con amor y confianza. En el Budismo, según sus varias formas,
se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el
que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta
liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio
superior. Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo, es esfuerzan
por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo
caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y


verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y
doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas
veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y
tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la
Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en
quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo
y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana,
reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los
valores socio-culturales que en ellos existen.

La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y
subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a
los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se
sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús
como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a
veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a
Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.

Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre


cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado,
procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para
todos los hombres.
(https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html
La fuente del misticismo islámico y su particular ascesis se localiza
tradicionalmente en los retiros periódicos del Profeta, algo antes
de cumplir los 50 años, en una cueva cercana a La Meca en el
monte Hira. Sin embargo, como sucedió en el terreno del arte, la
ciencia o la filosofía musulmana, esa tendencia, tan esotérica
como cotidiana de esta religión, nació de una forma compleja y
motivada por un gran sincretismo: neoplatonismo, cristianismo
ascético y zoroastrismo, junto a las danzas animistas ancestrales,
y posteriormente la religiosidad hinduista y budista. Todos ellos,
agregados que se articularon en los primeros siglos del islam,
forman parte de las raíces literarias, conceptuales y prácticas de
esta mística, que tras vivir su etapa dorada se hundió lentamente
en la repetición y el comentario más y más depauperado.

Es compatible el concepto de "hombre perfecto" (insan al


kamil), desarrollado en esta vía, y que ya estaba presente en la
gnosis helenista. Aquéllos dan por dogma inamovible que su
religión está dirigida a la comunidad de creyentes, para que las
leyes (sunna) sean respetadas, con la vista puesta en el hombre
como pasivo "esclavo de Dios", y no en que pueda seguir un
camino interior. Dos de los más conocidos místicos musulmanes
tanto Shihab ad Din Suhrawardi al maqtul (el asesinado) -muerto
en Alepo (1191) bajo la acusación de sostener que Alá podía
mandar nuevos profetas a la tierra tras Mohamed- como Al
Hallay (muerto en 922) -quien en un arrebato místico gritó ¡yo
soy la Verdad!- fueron ajusticiados por separarse de los
dictámenes de los ulemas y sugerir los poderes de ese "hombre
perfecto". Tras las vertiginosas conquistas de un imperio guerrero
y cultural en ciernes, el sufismo supone para el islam una
revalorización del ser humano, de su poder transformador frente
al destino ciego, que devora épocas y pueblos, potenciando la
concepción de éste como representante jalifa de Dios en la tierra
(2,30). Nada de lo que le concierna puede escapar a la
consideración divina, como queda claro en el Corán (50,16):
"Estamos -Alá- más cerca de él que su vena yugular". El sufismo
encuentra su base fundamental en versículos coránicos, tales
como la aleya de la luz (24,35), según la cual, y mediante diversas
interpretaciones, el corazón del hombre es una lámpara de cristal
encerrada en una hornacina, que puede recibir el fulgor divino e
iluminarse. El "hombre perfecto" es quien en sí actualiza ese
fulgor "que aleja las tinieblas" y al tiempo obra como depositario
de los "nombres divinos", los 99 atributos de Alá. El sufismo
representa una de las señas de identidad más positivas que la
sociedad islámica posee, encarna su lado realmente progresivo y
creativo, y resulta por ello de un valor inestimable para su
supervivencia cultural, la que pasa por un necesario repristinar la
religión, liberándola de los intereses tribales, nacionalistas y
políticos que en la actualidad la atenazan.
Enlace:
https://elpais.com/diario/2004/11/20/babelia/1100911154_8502
15.html

La actitud de la teología católica hacia el Islam y las cuestiones religiosas de fondo que suscita a la
reflexión cristiana ha sufrido una notable evolución a lo largo del siglo XX. El concilio Vaticano II
(1962-1965), y en particular la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas (octubre de 1965), marca un punto de inflexión. La postura de la Iglesia,
expresamente abierta al conocimiento de las religiones y al diálogo con ellas, ha inaugurado una
nueva época para la teología católica, que dentro de una relativa continuidad con el pasado en
puntos fundamentales, ha querido adoptar una visión y una praxis renovadoras en el
acercamiento hacia el Islam y los musulmanes. Asistimos en este momento a un proceso dentro de
la Iglesia marcado por el estudio sereno de las cuestiones en una disposición de diálogo. Que esas
actitudes sean correspondidas por la parte musulmana es un asunto que sólo el tiempo podrá
decidir. El sentido hondo de estas palabras recuerda unas observaciones de John H. Newman,
escritas en 1852. Dicen así: «Cristianismo e Islam son distintos uno de otro, y sin embargo
contienen en el papel muchos puntos en común, como la unidad de Dios, la providencia, el poder
de la oración, y el juicio futuro. Podemos llamar si queremos a estas doctrinas comunes religión
natural o religión común (general), y lo son en abstracto. Pero de hecho, a pesar de que son
doctrinas comunes por lo que se refiere a las palabras, no son lo mismo como hechos vivos que
respiran, porque las mismas palabras encierran un espíritu y una tendencia diferentes cuando
proceden de unos labios cristianos o de unos labios mahometanos. Son palabras injertadas en
ideas distintas» The Idea of a University, ed. I. Ker, Clarendon Press, Oxford 1976, pp. 429-430

Nuestro autor percibió ya en el año 1938 la capacidad del Islam para desarrollar una visión
fundamentalista y militante de la propia religión, pero confió en que los musulmanes dirigieran
esa capacidad para ser promotores de la justicia en sus propias sociedades, y tal vez luego en
todos los pueblos de la tierra. Abd-el-Jalil invitó a los cristianos a descubrir los gérmenes de
auténtica religiosidad escondidos detrás y debajo de las rigideces coránicas, y que hacen del Islam
una tradición religiosa digna de respeto (L’islam et nous, cit. en nota 8, pp. 55-56.)

La visión histórica-salvífica de Caspar trata de hacer en ella un sitio al Islam, que sea compatible
con los principios teológicos cristianos. Su pensamiento se articula en torno a cuatro
proposiciones: 1. El Islam participa del plan universal divino de salvación; 2. La Palabra de Dios
es Jesucristo; 3. Jesucristo ha resucitado para todos; 4. La Iglesia es el Sacramento de salvación.

Piensa, sin embargo que «cristianos y musulmanes adoran al mismo Dios, aunque su camino
hacia Él sea en parte diferente. El Concilio Vaticano II lo ha dicho claramente: (los musulmanes)
adoran con nosotros al único Dios (Lumen Gentium, n. 16)»22. En realidad, el Concilio no dice
claramente que musulmanes y cristianos adoren al mismo Dios, y cabe la interpretación de que
no lo dice en absoluto. Quien adora a Dios le adora según la idea que tiene en su conciencia y en
su mente religiosas. Y no es lo mismo adorar a la Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, o
adorar al Dios coránico, de cuyo carácter personal se puede dudar con bastante fundamento.
Para una visión cristiana del Islam, Sal Terrae, Santander 1995, p. 33.( Dialnet-
JuiciosTeologicosSobreElIslamEnAutoresCatolicosDel-1201482.pdf

ANDREA TORNIELLI
Hay un hilo rojo que une tres importantes intervenciones del Papa
Francisco en relación con el diálogo interreligioso y en particular con el
Islam. Es un magisterio que indica un itinerario con tres puntos de
referencia fundamentales: el papel de la religión en nuestras
sociedades, el criterio de la auténtica religiosidad y el camino concreto
para caminar como hermanos y construir la paz. Los encontramos en los
discursos que el Obispo de Roma pronunció en Azerbaiyán en 2016, en
Egipto en 2017 y ahora durante su histórico viaje a Iraq, en la
inolvidable cita en Ur de los Caldeos, la ciudad de Abraham.
El primer discurso tuvo como interlocutores a los chiítas azerbaiyanos
pero también a las demás comunidades religiosas del país, el segundo
se dirigió principalmente a los musulmanes sunitas egipcios y,
finalmente, el tercero se dirigió a un público interreligioso más amplio
aunque de mayoría musulmana, incluyendo además de los cristianos a
los representantes de las antiguas religiones mesopotámicas. Lo que
Francisco propone y pone en práctica no es un enfoque que olvide las
diferencias y las identidades para aplanar todo. Por el contrario, es una
llamada a ser fiel a la propia identidad religiosa para rechazar cualquier
instrumentalización de la religión para fomentar el odio, la división, el
terrorismo, la discriminación, y al mismo tiempo para dar testimonio en
las sociedades cada vez más secularizadas de que necesitamos a Dios.
En Bakú, ante el jeque de los musulmanes del Cáucaso y representantes
de otras comunidades religiosas del país, Francisco recordó la "gran
tarea" de las religiones, la de "acompañar a los hombres en la búsqueda
del sentido de la vida, ayudándoles a comprender que las capacidades
limitadas del ser humano y los bienes de este mundo no deben
convertirse nunca en absolutos". En El Cairo, al intervenir en la
Conferencia Internacional por la Paz promovida por el Gran Imán de Al
Azhar Al Tayyeb, Francisco había dicho que el monte Sinaí "nos recuerda
ante todo que una auténtica alianza en la tierra no puede prescindir del
Cielo, que la humanidad no puede proponerse encontrarse en paz
excluyendo a Dios del horizonte, ni puede subir a la montaña para
tomar posesión de Dios". Un mensaje muy oportuno ante lo que el Papa
calificó de "peligrosa paradoja", es decir, por un lado la tendencia a
relegar la religión sólo a la esfera privada, "sin reconocerla como
dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad"; y por otro la
inadecuada confusión entre las esferas religiosa y política.
En Ur, el sábado 6 de marzo, Francisco recordó que si el hombre
"excluye a Dios, acaba adorando las cosas terrenales", invitando a
levantar "la mirada al Cielo" y definiendo como "verdadera religiosidad"
la que adora a Dios y ama al prójimo. En El Cairo, el Papa explicó que
los líderes religiosos están llamados "a desenmascarar la violencia que
se disfraza de presunta sacralidad, apelando a la absolutización del
egoísmo en lugar de la auténtica apertura al Absoluto" y a "denunciar
las violaciones de la dignidad humana y de los derechos humanos, a
sacar a la luz los intentos de justificar toda forma de odio en nombre de
la religión y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios".
En Bakú, el Papa había destacado como tarea de las religiones la de
ayudar "a discernir el bien y a ponerlo en práctica con las obras, con la
oración y con el esfuerzo del trabajo interior, están llamadas a construir
la cultura del encuentro y de la paz, hecha de paciencia, de
comprensión, de pasos humildes y concretos". En un tiempo de
conflicto, las religiones -dijo el Sucesor de Pedro en Azerbaiyán- "deben
ser auroras de paz, semillas de renacimiento en medio de la devastación
de la muerte, ecos de diálogo que resuenan incansablemente, caminos
de encuentro y reconciliación para llegar incluso allí donde los intentos
de mediación oficial parecen no tener efecto". En Egipto había explicado
que "ninguna incitación violenta garantizará la paz" y que "para prevenir
los conflictos y construir la paz es fundamental trabajar para eliminar las
situaciones de pobreza y explotación, donde el extremismo arraiga más
fácilmente". Estas palabras también tuvieron eco en el discurso de Ur:
"No habrá paz sin compartir y aceptar, sin una justicia que garantice la
equidad y la promoción de todos, empezando por los más débiles. No
habrá paz si los pueblos no tienden la mano a otros pueblos".
Los tres discursos papales indican así el papel de la religiosidad hoy en
día en un mundo en el que prevalece el consumismo y el rechazo de lo
sagrado, y en el que se tiende a relegar la fe a la esfera privada. Pero es
necesaria, explica Francisco, una religiosidad auténtica, que nunca
separe la adoración a Dios del amor a los hermanos. Por último, el Papa
indica un camino para que las religiones contribuyan al bien de nuestras
sociedades, recordando la necesidad de un compromiso con la causa de
la paz y de responder a los problemas y necesidades concretas de los
últimos, los pobres, los indefensos. Es la propuesta de caminar codo con
codo, "todos hermanos", para ser artesanos concretos de la paz y la
justicia, más allá de las diferencias y con respeto a las respectivas
identidades. Un ejemplo de este camino fue citado por Francisco al
recordar la ayuda de los jóvenes musulmanes a sus hermanos cristianos
en la defensa de las iglesias de Bagdad. Otro ejemplo lo ofreció el
testimonio en Ur de Rafah Hussein Baher, una mujer iraquí de religión
sabeo-mandeana, que en su testimonio quiso recordar el sacrificio de
Najay, un hombre de religión sabeo-mandeana de Basora, que perdió su
vida para salvar la de su vecino musulmán.
https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2021-03/el-papa-francisco-y-el-islam-tres-pilares-
de-un-magisterio.html

ANOTACIONES SOBRE LOS TEXTOS MENCIONADOS:

Si lo que se quiere es resaltar el diálogo interreligioso, me parece que se debe hacer énfasis en los
siguientes tres puntos:

1. La convergencia del Islam y el cristianismo como religiones que promueven la paz y la


armonía social.
Desde Occidente es claro y explícito el rol que el cristianismo ha tenido para la
construcción de instituciones y formas de vida que promuevan la paz, la opción
preferencial por los pobres y desahuciados, y en general la construcción de una
espiritualidad del amor a Dios a través del amor al prójimo. Sin embargo, también es
igualmente claro que los fundamentalismos de toda clase, sin importar si vienen en
banderas cristianas o musulmanas, manipulan la espiritualidad de la paz y el amor
universal para hacerlas funcionar a favor de intereses políticos y terrenales. Un punto de
encuentro para ambas religiones es la promoción de la paz y el combate espiritual contra
el terrorismo. La política social y la lucha por la desigualdad como mecanismos materiales
para la lucha contra los radicalismos o fundamentalismos religiosos.
2. Los puntos de encuentro entre la teología cristiana y la musulmana.
Todas las religiones tienen una variedad o una diversidad de expresiones teológicas,
inclusive dentro de cada religión particular. La Iglesia Católica se caracteriza por definirse
como la única iglesia fundada por Cristo, siendo por ello además Santa y Apostólica. La
diversidad interna de interpretaciones y escuelas teológicas, por tanto, no se expresa
dentro de la Iglesia en la forma de varias espiritualidades, pues sin importar la vida
particular que se escoja dentro de la Iglesia, el camino hacia la santidad es una vocación
universal y la Iglesia contiene dentro de sí todas las herramientas de gracia suficientes y
necesarias para la salvación. Si bien es cierto que el Islam reclama una herencia judeo-
cristiana (remontando sus raíces teológicas en Abraham, reconociendo la existencia de
Jesucristo, de su Madre y el trabajo de los apóstoles), también es cierto que, al igual que
las religiones cristianas protestantes, no parece tener una estructura única y fija que sirva
de guía fundamental para todas las formas diversas del credo musulmán. Eso sí, el
sufismo, una expresión teológica mística pero minoritaria del Islam, parece sugerir
caminos espirituales muy similares a los del cristianismo, especialmente cuando se trata
de la relación transformadora que la experiencia de Dios produce en la vida concreta del
creyente, orientándolo a una vida de entrega total hacia el otro.
3. Los importantes y fuertes puntos de diferencia entre ambas religiones.
A pesar de que se ha mencionado puntos de encuentro muy importantes, un verdadero
diálogo, es decir, un verdadero intercambio de ideas entre dos puntos de vista diferentes,
debe necesariamente recalcar y hacer claros los puntos de disenso. Resaltar las diferencias
tampoco tiene como fin último la fusión o el acuerdo mutuo o al menos no
necesariamente. Toda vez que ambas religiones han moldeado profundamente las
sociedades en las que han aparecido, es prudente reconocer, en las diferencias teológicas
(que no son pocas ni poco importantes, pues los musulmanes no consideran que Cristo
haya resucitado, no afirman la Santísima Trinidad ni la perpetua virginidad de la nuestra
Santísima Madre María, entre muchas otras diferencias importantes) fuertes diferencias
culturales y de identidad colectiva en general. Cualquier diálogo entre ambas tradiciones
debe empezar por reconocer, con el debido tacto y la debida sensibilidad político-religiosa,
que entre esas diferencias se juega ante todo la identidad de pueblos enteros.

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