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Prélude à l'Après midi d'un Faune,

Claude Debussy
Encuentro en Claude Debussy una conmoción muy grande. Ha de tocar fibras muy
profundas de mis sentidos. Desde su obra Arabesque no.1 y no.2 (Deux Arabesques, 1891),
que fueron mi primer acercamiento a su música, hasta el Preludio a la siesta de un Fauno
(Prélude à l'Après midi d'un Faune, 1894), obra que destaco como imprescindible a la hora
de querer hacer una escucha atenta mediante los sentidos y la percepción.

Puedo destacar 3 momentos en esta tan sensible y precisa obra orquestal que trascienden,
en lo personal, las estructuras de lo audible, de la percepción, del oído moderadamente
entrenado que busca la relación entre una información y otra para lograr adivinar si se
quiere el futuro movimiento.
A continuación expondré de manera explicativa cada uno de los sucesos que han llamado
mi atención y que, más arriba, defino como “trascendentales”.
Uno es aquel que comienza a desarrollarse llegado al compás número 20 con el
protagonismo del clarinete exponiendo unos tresillos que se silenciarán pronto para
dar lugar a la flauta para exponer el tema principal acompañada por arpegios de
arpa y cuerdas graves con diseños de corcheas. Llegará el veintitresavo compás
que nos introducirá en un primer climax que parecerá culminar pocos compases
después (c. 23) pero tomará forma total adentrado el compás número 27 con la
presencia de dos flautas alternadas realizando el mismo discurso ligado para luego
de manera simultánea exponer la misma frase (c. 28). Culmina (c. 30) con la
sensación reconfortante que nos deja la flauta tocando en p la nota si extendiéndose
todo el compás.
Otro momento de tensión más prolongada, de sensación de interminable y dudoso
bienestar, es aquél que, luego de varias conversaciones (c. 32 en adelante) entre
clarinete, flauta y oboe, y una fuerte presencia de las cuerdas, se desarrolla casi sin
advertir con total presencia de vientos madera y cuerdas. Es el oboe (c. 38) quien da
inicio a un nuevo discurso que más adelante (c. 40) potenciarán los instrumentos
antes nombrados en un armonioso y poderoso climax. En esta etapa puede sentirse
el movimiento del sonido en el cuerpo cuando la orquesta en un muy preciso control
de los reguladores de intensidad crea un balanceo (entre c. 43 y c. 44) el cual
permito asimilar a un oleaje brusco.
Un último momento que expondré aquí, el más movilizante en cuánto a sentidos,
emociones, pensamientos, es sin dudas la mayor expresión de lo sensible, en dónde
deja de existir el todo y la nada se extiende en dimensiones incontenibles, se
rompen las barreras del cosmos, se resquebrajan los cuerpos, se limita el alma a
sentir. Ya con el oído acostumbrado a lo divino deja de ser sospecha cualquier
advenimiento. Sucede a partir del cincuentaiunavo compás un nuevo protagonismo
del clarinete en un sentido p exponiendo grupos de semicorcheas y corcheas ligadas
con un acompañamiento muy expresivo de los violines. Se desarrolla una idea
arropadora que llegará al compás número 59 y mediante un extenso crescendo al
pasar de los compases sabrá tomar lugar una poderosa exposición de cada
instrumento realizando una homofonía con la obvia variación de timbres.
Una vez más desacostumbrando al oído y desestabilizando la percepción, Debussy
decide extender este segmento y retomarlo unos compases más adelante luego de
un engañoso y perecedero reposo que es la repetición de frase (c. 63). Es en esta
instancia en donde se produce el mayor climax de la obra, destaca por su
emotividad, el poder de interpretación, los irreprimibles crescendos, la polifonía de
voces verticales. Culmina con un solo de violín (c. 74 hasta c. 78) acompañado por
la alternancia del clarinete y el oboe repitiendo frase en pp.

Para resumir, volcada a extender mi opinión, he potenciado mi escucha, la he revalorizado.

Paloma Ciancio
Apreciación Musical
Adolfo Soechting
4/07/2022

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