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El documento analiza cómo la sociedad de mercado y las instituciones como la iglesia y la educación promueven una visión de la normalidad que termina por generar desigualdad social y limitar el potencial de las personas. Al definir el éxito en términos materiales y relegar roles tradicionales como el de ama de casa, se fomenta una búsqueda insaciable de satisfacción que reproduce la pedagogía del oprimido de Freire, con unos pocos en posiciones de poder y la mayoría subordinados. No obstante, el documento
El documento analiza cómo la sociedad de mercado y las instituciones como la iglesia y la educación promueven una visión de la normalidad que termina por generar desigualdad social y limitar el potencial de las personas. Al definir el éxito en términos materiales y relegar roles tradicionales como el de ama de casa, se fomenta una búsqueda insaciable de satisfacción que reproduce la pedagogía del oprimido de Freire, con unos pocos en posiciones de poder y la mayoría subordinados. No obstante, el documento
El documento analiza cómo la sociedad de mercado y las instituciones como la iglesia y la educación promueven una visión de la normalidad que termina por generar desigualdad social y limitar el potencial de las personas. Al definir el éxito en términos materiales y relegar roles tradicionales como el de ama de casa, se fomenta una búsqueda insaciable de satisfacción que reproduce la pedagogía del oprimido de Freire, con unos pocos en posiciones de poder y la mayoría subordinados. No obstante, el documento
La pobreza, una normalidad propia de una sociedad mediáticamente inconsciente
Por: Nicol Arias
Angel Bernal Cuando nos detenemos por un momento a pensar en el porqué de determinados comportamientos que emprendemos, nos damos cuenta de que estamos inmersos en una carrera por “ser mejores” en el marco de una sociedad de mercado que categoriza a su población por medio de las instituciones del estado y de las emociones de sus ciudadanos, estimulándolos mediante determinadas maneras de comunicarse que diseminan ideas y preceptos que a largo plazo terminan integrándose a la normalidad de la sociedad. Es en ese momento pues, cuando la teoría de Rousseau cobra sentido al darnos cuenta de que la economía política, resultado de una sociedad de mercado en donde es el dinero quién actúa como vínculo social, termina por determinar una organización social desigual que los participantes conciben como natural; pues no es gratuito el pensar implantado de nosotros los colombianos que creemos que, entre más nos rompamos la espalda, más “merecemos” la papita que nos comemos y que nos ganamos con humildad. Sin embargo, no se debe tergiversar tampoco, nuestra visión sobre el bienestar propio que como nos advierte Nussbaum a partir de la emoción primitiva del miedo, propia del ser humano y por medio de la que somos proclives a ser manipulados “podríamos manejar una concepción defectuosa de nuestro bienestar que nos haga temer algo que nada tiene de malo” siendo a partir de aquí que se genera una delgada línea en la que podemos pasar de ser justos y equitativos a egoístas y mezquinos. No obstante, nuestra sociedad misma, nos empuja a dichos sentimientos negativos que parten desde el enfoque de nuestras propias instituciones, considerando por ejemplo la iglesia católica que para el año 2020 según el estudio “Diversidad religiosa, valores y participación política en Colombia.” Desarrollado por la universidad nacional, Act Iglesia Sueca, World Vision, y la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz cuenta con un 57% de la población que profesa alguna religión, seguida por el cristianismo y los protestantes con un 21,5% de la muestra aleatoria de 11.034 colombianos mayores de 18 años. Lo que brinda una aproximación de la población simpatizante con las ideas que estas promueven y que, aunque en mayor o menor medida, en la actualidad reproducen una visión subordinada de la mujer, donde se le reduce a ser ama de casa; labor que no pretendemos desvalorar pero que sí termina por delimitar el potencial de nuestras mujeres colombianas. Otra de las instituciones que promueven este ideal que se asemeja a la modernidad líquida de la que nos habla Bauman en donde se busca llenar lo que Nussbaum llama el desvalimiento (que se produce en las etapas posteriores en la que el individuo se desvincula de la madre y termina por darse cuenta de que carece de ciertas habilidades que le permitan sentirse bien consigo mismos) y que termina por encarrilarnos en una búsqueda interminable de satisfacción en lo material, esta institución es la educación, que en consonancia con un sistema que basa sus relaciones sociales en el potencial servicio que puede prestar un individuo a otro a partir del intercambio de dinero (con el que se busca lograr un estatus aceptable y “normal”), reproduce lo que Freire llamaría la pedagogía del oprimido, en donde se diferencian dos roles, en primer lugar, un opresor que buscara explotar a un en segundo lugar oprimido cuyo papel desempeña curiosamente la gran mayoría de la población. Si nos ponemos a buscar, cuál es el factor común dentro de esta visión muchas veces inconsciente del mundo que damos por sentado es así naturalmente, podríamos remitirnos a van Dijk quién afirma “No es la situación social «objetiva» la que influye en el discurso, ni es que el discurso influya directamente en la situación social: es la definición subjetiva realizada por los participantes de la situación comunicativa la que controla esta influencia mutua.” Lo que nos permite develar el hecho de que somos nosotros mismos como individuos quienes determinamos la validez de dichas maneras de pensar y actuar que, aunque se apoya en una realidad que es nuestro contexto social, cobra sentido por el significado que nosotros le atribuimos a partir de nuestra emocionalidad moral. Es decir, a partir de nuestras creencias y valores inculcados los cuales configuran nuestra percepción de la realidad y de aquello que es correcto, damos forma a nuestra sociedad que utiliza nuestras emociones (que respaldan nuestras creencias) en favor de determinados intereses ideológicos. Y es entonces que cabe preguntarnos ¿será que estoy actuando por voluntad propia? O ¿simplemente estoy atendiendo a una serie de estigmas que genera la sociedad, haciéndome sentir vergüenza por no cumplir con sus estándares y en el afán de sanar esa horrible sensación termino por discriminar a aquellas poblaciones menos favorecidas que yo; perpetuando así el ciclo de opresores y oprimidos que es avalado por nuestra sociedad que premia únicamente el éxito material por sobre el desarrollo humano?