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La pobreza, una normalidad propia de una sociedad mediáticamente inconsciente

Por: Nicol Arias


Angel Bernal
Cuando nos detenemos por un momento a pensar en el porqué de determinados
comportamientos que emprendemos, nos damos cuenta de que estamos inmersos en
una carrera por “ser mejores” en el marco de una sociedad de mercado que categoriza
a su población por medio de las instituciones del estado y de las emociones de sus
ciudadanos, estimulándolos mediante determinadas maneras de comunicarse que
diseminan ideas y preceptos que a largo plazo terminan integrándose a la normalidad
de la sociedad.
Es en ese momento pues, cuando la teoría de Rousseau cobra sentido al darnos
cuenta de que la economía política, resultado de una sociedad de mercado en donde es
el dinero quién actúa como vínculo social, termina por determinar una organización
social desigual que los participantes conciben como natural; pues no es gratuito el
pensar implantado de nosotros los colombianos que creemos que, entre más nos
rompamos la espalda, más “merecemos” la papita que nos comemos y que nos
ganamos con humildad. Sin embargo, no se debe tergiversar tampoco, nuestra visión
sobre el bienestar propio que como nos advierte Nussbaum a partir de la emoción
primitiva del miedo, propia del ser humano y por medio de la que somos proclives a ser
manipulados “podríamos manejar una concepción defectuosa de nuestro bienestar que
nos haga temer algo que nada tiene de malo” siendo a partir de aquí que se genera una
delgada línea en la que podemos pasar de ser justos y equitativos a egoístas y
mezquinos.
No obstante, nuestra sociedad misma, nos empuja a dichos sentimientos negativos que
parten desde el enfoque de nuestras propias instituciones, considerando por ejemplo la
iglesia católica que para el año 2020 según el estudio “Diversidad religiosa, valores y
participación política en Colombia.” Desarrollado por la universidad nacional, Act
Iglesia Sueca, World Vision, y la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz cuenta con un
57% de la población que profesa alguna religión, seguida por el cristianismo y los
protestantes con un 21,5% de la muestra aleatoria de 11.034 colombianos mayores de
18 años. Lo que brinda una aproximación de la población simpatizante con las ideas
que estas promueven y que, aunque en mayor o menor medida, en la actualidad
reproducen una visión subordinada de la mujer, donde se le reduce a ser ama de casa;
labor que no pretendemos desvalorar pero que sí termina por delimitar el potencial de
nuestras mujeres colombianas.
Otra de las instituciones que promueven este ideal que se asemeja a la modernidad
líquida de la que nos habla Bauman en donde se busca llenar lo que Nussbaum llama
el desvalimiento (que se produce en las etapas posteriores en la que el individuo se
desvincula de la madre y termina por darse cuenta de que carece de ciertas habilidades
que le permitan sentirse bien consigo mismos) y que termina por encarrilarnos en una
búsqueda interminable de satisfacción en lo material, esta institución es la educación,
que en consonancia con un sistema que basa sus relaciones sociales en el potencial
servicio que puede prestar un individuo a otro a partir del intercambio de dinero (con el
que se busca lograr un estatus aceptable y “normal”), reproduce lo que Freire llamaría
la pedagogía del oprimido, en donde se diferencian dos roles, en primer lugar, un
opresor que buscara explotar a un en segundo lugar oprimido cuyo papel desempeña
curiosamente la gran mayoría de la población.
Si nos ponemos a buscar, cuál es el factor común dentro de esta visión muchas veces
inconsciente del mundo que damos por sentado es así naturalmente, podríamos
remitirnos a van Dijk quién afirma “No es la situación social «objetiva» la que influye en
el discurso, ni es que el discurso influya directamente en la situación social: es la
definición subjetiva realizada por los participantes de la situación comunicativa la que
controla esta influencia mutua.” Lo que nos permite develar el hecho de que somos
nosotros mismos como individuos quienes determinamos la validez de dichas maneras
de pensar y actuar que, aunque se apoya en una realidad que es nuestro contexto
social, cobra sentido por el significado que nosotros le atribuimos a partir de nuestra
emocionalidad moral. Es decir, a partir de nuestras creencias y valores inculcados los
cuales configuran nuestra percepción de la realidad y de aquello que es correcto,
damos forma a nuestra sociedad que utiliza nuestras emociones (que respaldan
nuestras creencias) en favor de determinados intereses ideológicos.
Y es entonces que cabe preguntarnos ¿será que estoy actuando por voluntad propia?
O ¿simplemente estoy atendiendo a una serie de estigmas que genera la sociedad,
haciéndome sentir vergüenza por no cumplir con sus estándares y en el afán de sanar
esa horrible sensación termino por discriminar a aquellas poblaciones menos
favorecidas que yo; perpetuando así el ciclo de opresores y oprimidos que es avalado
por nuestra sociedad que premia únicamente el éxito material por sobre el desarrollo
humano?

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