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Trabajo Práctico

Materia: Introducción al Estudio de la Cultura y la


Sociedad

Unidad: Derechos Económicos Sociales y Culturales

Profesora: Inés Blanco

Alumno: Nehuen Chalian

Año y División: 3ro 1ra

CENS Nro 9
CRIMINALIZACIÓN
Y
ESTIGMATIZACIÓN DE LA
POBREZA

NEHUEN CHALIAN
Cuando un área ha sido muy estigmatizada,
las personas no se identifican con ella, no se
sienten ligadas a otras; quieren evitar el
estigma y se lo pasan unos a otros. Éste
fenómeno crea distancia social entre los
residentes, crea desconfianza social y socava
la posibilidad de la solidaridad, así como la
posibilidad de acción colectiva e incluso la
capacidad de protestar políticamente.

Loïc Wacquant
1

Prefacio
En el presente ensayo se indagará sobre cómo ciertas prácti-
cas sociales, generadas a través de dispositivos de poder, van mol-
deando formatos de pensamiento. Es decir, construyen cómo se
piensa la realidad; concepto muchas veces entendido como: sentido
común.
El sentido común le otorga sentido in-mediato a la realidad, a
las cosas, al pensar; sentido que debe ser común para todos, por
ejemplo: cuando nos sentimos mal, el sentido común nos dice que
debemos tomar cierto medicamento; pero, también nos dice cómo se
vive, cómo se gobierna, cómo se conforma una familia, una pareja,
cómo se ama, cómo se desea, cómo uno se relaciona con el otro. En
síntesis, nos permite diferenciar dónde hay sentido y dónde no, dis-
tinguir qué es bueno o malo, discernir entre qué es lo normal y qué
no lo es. De esta manera, el sentido común pareciera ser un correlato
de la realidad. Sin embargo, la capacidad de otorgar significado o de
formar el modo en que se piensa la realidad no puede provenir de un
ente inerte, no pensante; es decir, tiene que responde a una concien-
cia – o conciencias – que otorga sentido.
Ahora bien, ¿Qué es esta conciencia generadora de sentido?
¿Quién fabrica el sentido común? ¿Es realmente común o responde a
ciertos intereses? Este saber se va conformando a lo largo de nuestra
vida a través de medios masivos, instituciones primarias o en el
intercambio con un otro. Estas ideas, que llamamos sentido común,
no son más consensos direccionados desde ciertos estratos de poder,
construcciones históricas e ideológicas, para establecer que determi-
nadas ideas se establezcan como si fuesen verdaderas, que áreas y
conceptos de nuestra vida se nos presenten como obvios, y nos ins-
tala categorías y criterios como si no pudieran ser de otra manera.
Este saber viene a solapar la contingencia del mundo, viene a mostrar
que las proposiciones que conforman nuestra cotidianeidad son taxa-
tivas, no admiten la posibilidad de ser pensadas de otra manera. En
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este saber-poder se juega la normalidad. Tomando un concepto de


Foucault, podemos decir que el poder normaliza. Foucault se corre
de una concepción represiva del poder, y nos dice que, no hay mayor
lugar en donde se ejerza el poder que en el saber. Para él, el poder no
viene a disponer lo prohibido y lo permitido, por el contrario, éste
plantea la norma, la dispone, configura el dispositivo de la normali-
zación, la naturalización. Y, la sociedad misma, contaminada por
estos consensos intencionados, es la que juzgará y solicitará el accio-
nar represivo del poder, con el objetivo de castigar a los infractores,
es decir, a quienes no se aúnan a la normalidad. El sentido común
nos propone como sujetos sujetados al poder.
“En este mundo, o sos cliente o sos delincuente”, así decía el
Subcomandante Marcos; qué nos quiere decir con esto: o sos normal
o no. Y, ¿qué nos arroja el sentido común frente a lo anómalo? Nos
dice que, debemos dominar la potencial peligrosidad, mediante prác-
ticas de encierro, vigilancia y exclusión; bajo el propósito de realizar
un examen, con el único fin de determinar la normalidad de los suje-
tos, comparando las conductas humanas con el orden social estable-
cido por las clases dominantes; herederas de quienes en el siglo
XVIII crearon una policía, la cual se consolidó desde el temor a la
peligrosidad del otro. Hoy en día este modelo se encuentra aún
vigente; hay que constatar los actos de los sujetos con la finalidad de
proteger el porvenir. La pregunta es, ¿el porvenir de quiénes?
Desde esta perspectiva, en las siguientes páginas pretendo,
en lo posible, trabajar en torno a la criminalización de la pobreza
desde un abordaje filosófico. Ver cómo actúan estos formatos de pen-
samiento en distintos estratos sociales y cómo afectan a los sectores
estigmatizados, considerando que, debido a estas prácticas normali-
zantes se justifica la represión, exclusiones y encierros poblacionales,
rechazo en el mundo laboral, el escaso acceso a condiciones de
higiene y salud, puertas entornadas en las instituciones educativas y
abiertas en las instituciones penitenciarias. Mientras que por otro
lado, existe un discurso que invisibiliza estas prácticas y otorga pro-
tagonismo a la meritocracia y la romantiza la pobreza. Prácticas que
en su conjunto avasallan los derechos de las clases sociales desfavo-
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recidas, debido a que el orden social establecido no los reconoce


como sujetos, sino como enemigos.
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1. Una construcción histórica.

A lo largo de la historia, las clases dominantes han generado


un “enemigo común”, con el único fin de justificar sus acciones a
través de este. Este enemigo es instalado en el imaginario colectivo
como el “mal social”, el sector que no permite o dificulta el avance y
el enriquecimiento de la sociedad en su conjunto. Obviando, por
supuesto, que este “enemigo” también forma parte de esa sociedad
que pretende avanzar o enriquecerse. Giorgio Agamben, pensador
italiano, presenta a esta figura como el homo sacer.
Según el derecho romano arcaico, el homo sacer o hombre
sagrado, es el individuo juzgado por el pueblo como autor de un
delito, la figura del delincuente. Se trataba de un sujeto, que al ser
marcado por la comunidad como infractor, ya no era poseedor de sus
derechos. Ejecutar a un homo sacer en la Antigua Roma no era consi-
derado un homicidio, sino que era lícito asesinar a quien era juzgado
por sus semejantes. Esta persona, era expulsada del orden de lo
humano, por lo tanto era jurídicamente matable , y socialmente des-
cartable. La violencia ejercida sobre los individuos juzgados como
sacer estaba legitimada por la sociedad en su conjunto. Una violencia
que es efecto de una causa: no avenirse a la normalidad de la época.
Se convierten en vidas que deben prescindir de las connotaciones
jurídicas y políticas.
Este rasgo de la cultura romana antigua, como muchos ras-
gos del Imperio romano, presenta su vestigio en la actualidad, o
mejor dicho, su nueva re-articulación; esto, sumado a el surgimiento
del biopoder1 en los albores de la modernidad, generan las condicio-
nes de posibilidad para la vigilancia y el control generalizado de los
sujetos.

1 Cf. Foucault, Michel (1977), La voluntad del saber, México, Siglo Veintiuno.
6

El nacimiento del biopoder surge con el comienzo del capita-


lismo; la clase social dominante ya no podía destacarse del resto de
la sociedad bajo un linaje aristocrático o un título de nobleza, como
sí lo hacía el antiguo régimen; por el contrario, sus antepasados eran
mercaderes o artesanos, es decir, pequeños comerciantes, gente del
pueblo sin prestigio. Su poder entonces residió en la sangre, pero no
en la sangre azul, sino en la sangre sana que ellos mismos se atri-
buían. El blasón del burgués era su vitalidad y su orgullo. De esta
forma, comenzó a moldearse un minucioso control sobre los cuerpos,
se presento un modelo hegemónico de vitalidad y sexualidad;
modelo que, rápidamente se extendió al resto de la población para el
control y surgimiento de una mano de obra domesticada bajo el “dis-
positivo de la sexualidad”. Esto es, un capitalismo que se formo
desde una moral pura respecto de los cuerpos y sus placeres. Esta
moral aséptica influyó y colaboró en fortalecer la situación econó-
mica de quienes se presentaban ante la sociedad como los afortuna-
dos de una “nobleza biológica”.
Esta idea de pertenecer a un sector privilegiado de la especie
es una de las condiciones de posibilidad para los racismos tardomo-
dernos y posmodernos. Dado que, una vez instalada la burguesía en
el gobierno, y siendo poseedora de los aparatos de poder, instru-
mentó el biopoder como elemento indispensable para el desarrollo
del capitalismo, el cual busca invadir la vida de los sujetos entera-
mente, controlando así, cuerpos funcionales al aparato de producción
y ajustando los fenómenos poblacionales a los procesos económicos.
Posteriormente, con el auge del positivismo científico, el
control de los cuerpos dejó de ceñirse solo bajo la esfera de lo econó-
mico y se incentivó la construcción de un conocimiento biológico.
La aparición de la teoría evolutiva produjo un mayor interés y preo-
cupación por la vida. El saber dominante comenzó a operar sobre el
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funcionamiento de los organismos, saber que era acompañado por un


relato científico:

“Existe en las sociedades civilizadas un obstáculo impor-


tante para el incremento numérico de los hombres de cualidades
superiores, sobre cuya gravedad insisten Grey y Galton, a saber:
que los pobres y holgazanes, degradados también a veces por los
vicios se casan de ordinario a edad temprana, mientras que los jóve-
nes prudentes y económicos, adornados casi siempre de otras virtu-
des, lo hacen tarde a fin de reunir recursos con que sostenerse y sos-
tener a sus hijos. [...] Resulta así que los holgazanes, los degradados
y, con frecuencia, viciosos tienden a multiplicarse en una proporción
más rápida que los próvidos y en general virtuosos [...] En la lucha
perpetua por la existencia habría prevalecido la raza inferior, y
menos favorecida sobre la superior, y no en virtud de sus buenas
cualidades, sino de sus graves defectos.” 2

Como contrapartida de esto, comenzó a gestarse la antropo-


logía como ciencia. La teoría de la evolución biológica, trasladada al
campo de las ciencias humanas, produjo el evolucionismo o darwi-
nismo social. Y, así como las especies evolucionaban de formas sim-
ples a otras más complejas, se creyó que las sociedades y las culturas
lo hacían de igual forma; se estableció cierta jerarquía entre los suje-
tos, tomando como arquetipo de superioridad al hombre, blanco,
heterosexual, europeo e ilustrado; y, por supuesto, la cultura que a
este le era propia, el resto eran “primitivas”, no habían “evolucio-
nado”. Y lo mismo sucedía, como vimos en la cita de Darwin, dentro
de las estructuras de los países centrales.
El desafío de los gobernantes, la comunidad científica y la
sociedad en su conjunto, fue apostar a la vida de la raza superior.

2 Cf. Darwin, Charles (1871), El origen del hombre, p. 186


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Disciplinas como la eugenesia o el higienismo procuraban que las


personas fueran más sanas e inteligentes, así se justificaría en la
sociedad la idea de tener que ahorrar recursos que anteriormente se
destinaban a “mantener la vida de seres defectuosos” física o moral-
mente. Estos saberes acompañaban el propósito de inmunizarse,
objetivo que perseguirán hasta el día de hoy la política, cultura y
ciencias modernas. Esta búsqueda de la inmunización, llevada al
paroxismo, produce la formación de comunidades, la formación de
barrios cerrados; algunos en su opulencia, otros en su carencia.
Estos supuestos, conformados a lo largo de la historia, con-
fluyen en la actualidad como justificación teórico-ética de colonialis-
mos, imperialismos, racismos, xenofobias, homofobias y misoginias.
En simples palabras: puedo avasallar a los inferiores, puedo sacar
provecho de ellos, porque los grupos fuertes sobreviven y los débiles
terminan desapareciendo. Por ejemplo, puede verse someramente
cómo estas justificaciones actuaron en nuestra región a lo largo de la
historia; en la Argentina naciente, la figura del mal social, el homo
sacer, le fue impresa al aborigen. Julio Argentino Roca utilizó la
licencia para matar no solo a guerreros, sino también a ancianos,
mujeres y niños; las personas masacradas por las tropas no eran más
que vidas “indignas de ser vividas”. De forma similar ocurrió con la
cultura gaucha, la frase “¡Haga patria, mate un gaucho!” circulaba
por la sociedad, ya que había una necesidad imperiosa de realizar una
“limpieza étnica”. Ningún sector mayoritario de la población en
ambos momentos protestó ante estos exterminios, debido a que,
desde los dispositivos de poder se propagandizaba la necesidad de
afianzar la nación. Ya que, como vimos, la muerte de unos refuerza la
vida de otros.
Al respecto de esto, Marx nos dice:
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“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes


de cada época. La clase que ejerce el poder material dominante en
la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante 3 […]
Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales
dominantes concebidas como ideas.”

Y agrega:

“Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que


dominó antes que ella, se ve obligada, para poder sacar adelante los
fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés
común de todos los miembros de la sociedad […] a imprimir a sus
ideas la forma de lo general, a presentar estas ideas como las únicas
racionales y dotadas de vigencia absoluta.” 4

Estos nuevos dispositivos epistémicos no son solamente pro-


ducto de su tiempo, también son producto de las circunstancias exis-
tenciales de la subjetividad que lo sostiene. Cada época y cada lugar
moldea a sus parias; y en nuestro país, en el presente, es el “pibe cho-
rro”.

3 Aquí material quiere decir las relaciones sociales de producción. Espíritu adopta el
significado que le ha dado la filosofía idealista, la cual afirma que el fundamento último
de la realidad es la Idea, aunque para Marx la situación aquí cambia, ya que para el
materialismo histórico el fundamento último no es solo ideal, meramente cognoscitivo,
sino que la realidad esta formada por una totalidad, una suma de relaciones de producción
y reproducción materiales e ideológicas.
4 Cf. Marx, Engels (1968), La ideología alemana, Montevideo, Pueblos Unidos.
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2. Esfuerzo y riqueza. Pobreza y culpabilidad.

Si aceptamos el paradigma propuesto, el modelo arquetípico


bajo el cual se piensa la realidad estaría escondiendo su historia de
constitución, su propia construcción, la cual responde a los intereses
propios de la clase dominante. En este sentido, cabe la necesidad de
preguntarnos, ¿por qué existe la pobreza? ¿Por qué aún existe, e
incluso nace gente en la pobreza, siendo objetivamente evitable?
Pero, dentro de este marco la respuesta sería más que obvia: la
pobreza es necesaria y validada para provecho de la clase que ejerce
el poder. Entonces, ¿cuál es la función de la pobreza dentro del orden
social en que vivimos? ¿Qué relación hay entre la pobreza y el
delito? ¿Por qué se construye un “pibe chorro” bajo características y
criterios determinados, a la vez que se nos arroja y pasivamente asu-
mimos la idea de dominar su peligrosidad?
Sin embargo, antes de analizar estos interrogantes, resulta
imprescindible meditar sobre dos actores sociales, ver qué es lo que
la cotidianeidad nos presenta como obvio, y por otro lado, qué es lo
implícito, lo que se esconde o hay detrás del velo. Estas figuras, que
erróneamente suelen pensarse intrínsecas, necesitan ser repensadas,
con la intención de poder abordar la problemática desde una actitud
más crítica. Estos actores sociales son: el pobre y el delincuente.
Derrida dijo “Nada hay fuera del texto” 5; con esto Derrida
pone al lenguaje como centro ordenador del sentido de las cosas. El
lenguaje pasa a cumplir un rol central, es decir, que la lengua nos
constituye como seres humanos. Él nos dice que es incomprensible la
realidad por fuera del lenguaje, esto es, el lenguaje como formador
de la realidad en la que el sujeto piensa, habla, se relaciona. Si yo
quisiera explicar el significado de la palabra pobreza, no podría
hacerlo, sino con otras y más palabras. No hay manera de salirse del

5 Cf. Derrida, Jacques (1978), De la gramatología, México, Siglo Veintiuno.


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lenguaje, porque el modo en que el sujeto se relaciona con la realidad


es a través de las palabras. En este sentido, Derrida viene a romper
con una concepción metafísica de que el lenguaje tiene la capacidad
de reflejar la realidad tal como es, por el contrario, nos dice que
detrás de la palabra hay un significado previo, una historia, y esa gra-
mática nos condiciona. El lenguaje se plantea como institución, un
conjunto de normas, y por lo tanto, la gramática condiciona la reali-
dad.
De esta forma, lo que busco es mostrar que, si intento anali-
zar al pobre o al delincuente no puedo hacerlo si no es con lenguaje.
Esto podría parecer una obviedad, pero si nos detenemos en la pala-
bra podemos ver que hay algo más, algo oculto, la historia de la pala-
bra. Trasladándonos a un campo etimológico, la palabra “pobre”,
proviene del latín pauper, que significa “el que produce poco; que es
infértil”. En las sociedades agrícolas arcaicas, fértil era sinónimo de
riqueza. Por otro lado, pauper es una palabra compuesta por paucus,
cuya raíz indoeuropea es pou, que quiere decir poco, pequeño. Y,
como el latín es una lengua flexiva que cambia por medio de desi-
nencias, el que produce poco tiene poco, y en una sociedad produc-
tiva se traduce en alguien socialmente prescindible. A su vez, paucus,
poseé un sinónimo, que es egenus, el cual nos propone una aproxi-
mación al concepto que pretendemos deconstruir, ya que su signifi-
cado es pobre (pauper), pero connota necessitas (necesidad). Conti-
nuando con esta lógica, necesse está compuesta por el prefijo ne, el
cual significa no, y cessum que quiere decir marcharse o alejarse de
algo valorado; es decir, ne-cesse es no alejarse de lo valorado. En
este sentido, egenus es, la necesidad que el pobre tiene, pero que no
puede elegir “no alejarse” porque ya se alejó. Dicho de otra manera,
el sujeto desposeído de aquello que es valorado; el sujeto manifes-
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tando una carencia6, una falta. Tal es así, que de egenus proviene la
palabra indigente7.
De igual forma, podríamos hacer lo mismo con la palabra
delincuente, sin embargo, no pretendo hacer un análisis exhaustivo
del termino, ya que lo que aquí me interesa no es sumergirme en la
esfera del delito ni disertar sobre las teorías punitivas respecto del
delincuente, sino rescatar un aspecto del termino que considero fun-
damental. Delincuente proviene del latín delinquere, el cual significa
“no haber, faltar”. Lo curioso es que, en un principio delinquere se
utilizaba para “falta” en términos físicos, por ejemplo: si faltaba
aceite, se decía “delinquit óleum”. Ciertas prácticas sociales genera-
ron que la falta física devenga en falta moral, una moral siempre
sujeta a la normalidad de la época; esto encierra una paradoja de
capital importancia: el delincuente es considerado un sujeto que
comente una falta, pero la palabra nos dice que delincuente también
manifiesta una falta, no obstante, esto último parece estar soslayado,
y frente a la delincuencia la única propuesta que parece tener priori-
dad es el castigo. Si bien no pretendo cuestionar la teoría de la pena,
supónese que esta parte de una idea de ley y justicia igual para todos,
nadie estaría exento de esto, a pesar de ello, la delincuencia y la pena
son selectivas en la práctica, y su martillo tiene mayor o menor
fuerza dependiendo del sector social del que se trate.
Si buscamos la definición de pobreza podremos ver que no
obtenemos un resultado unívoco, esto de debe a que a lo largo de la
historia su significado no ha sido uniforme, y este ha estado sujeto a
variables económicas, sociales, políticas, militares, religiosas y
morales. Es decir, ha ido tomando diversas connotaciones, de allí la
vastedad y la dificultad para categorizar el concepto; aunque hay un

6 Del lat. carentia, que significa “cualidad del que no tiene algo”. Compuesta por carere, el
cual significa “estar privado de” o “estar apartado de”.
7 Del lat. idigens, que significa “carecer, tener falta de algo”. Formado por el verbo egere
(estar privado de algo).
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punto en donde todos estos significados confluyen, la carencia de lo


básico para vivir. En sociedades militares ser pobre era estar falto de
armas.
Si hoy preguntara qué es ser pobre, el resultado inmediato
seguramente estaría vinculado a una carencia en términos econó-
mico-materiales, debido a la particularidad de que, el pensamiento
cotidiano está subsumido bajo un raigambre economicista. Pero,
hemos dicho que esto no siempre fue así, el significado de pobreza
irá cambiando según el pensamiento colectivo vigente en cada
período histórico, mas esto se sumará a una nueva dificultad, ya que
también habría que determinar qué es una “necesidad básica para
vivir”, quién y con qué criterios la determinará. En nuestro país, el
organismo encargado de realizar los informes de estadísticas y cen-
sos (INDEC) nos dice:

“La medición de la pobreza […] parte de utilizar una


Canasta Básica de Alimentos y ampliarla con la inclusión de bienes
y servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educación,
salud, etcétera) con el fin de obtener la Canasta Básica Total. Para
determinar la incidencia de la pobreza, se analiza la proporción de
hogares cuyo ingreso no supera el valor de la Canasta Básica
Total.”

Aquí se hace presente un problema, este organismo no puede


establecer con claridad cuáles serían los servicios no alimentarios
esenciales. Y parecería que la pobreza siempre gira en torno a ese
“etcétera” – presente en el párrafo anteriormente citado–, que no
hace más que ofuscar cuál es el límite, la puerta al umbral de la
pobreza, dejando a esta en un principio de indeterminación; el cual
genera las condiciones que posibilitan su relatividad, ya que como he
señalado anteriormente, la pobreza no es separable de la cultura
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donde se inscribe, ni de la estructura social en la que se aplica. Esta


linea de indeterminación genera que “todos seamos el pobre de
alguien”. Y nos propone una relación binaria entre esfuerzo y riqueza
o pobreza y culpabilidad, habilitando la aplicación de un termino que
refuerza la idea del pobre como culpable de su pobreza: la meritocra-
cia.
Meritocracia es una palabra compuesta, poseé ese krátos, el
cual significa poder; esto es, el poder del merito. Concepto muy pre-
sente en el sentido común, que nos propone que con el esfuerzo con-
seguimos lo que nos merecemos. El problema del planteo meritocrá-
tico es que, este sugiere una idea en la que los individuos partimos de
la misma igualdad de condiciones; ahora, la meritocracia colapsa
contra ella misma en el momento en que no puede justificar que los
sujetos partimos de facticidades desiguales. La meritocracia pare-
ciera que viene a solapar el impacto que tienen ciertos condiciona-
mientos sociales, culturales, políticos, económicos, de genero. Esta
viene a invisibilizar que en cualquier situación de desarrollo social
las estructuras son condicionantes. No es lo mismo nacer en una
situación de desventaja, que de una situación de cierto ventajismo
social; el cual posibilita partir de una mejor educación, cobertura de
salud o de ciertos consumos culturales distintos. La meritocracia
pareciera sostenerse dentro de un mito en el cual, con el esfuerzo
individual todo se puede. Mito que estaría solapando lo que, en
efecto, debería ser una política de estado para garantizar que todos
los individuos nazcan en igualdad de condiciones, derechos y oportu-
nidades. La meritocracia viene a justificar y legitimar la vulneración
de derechos hacia las clases más desfavorecidas. De hecho, la meri-
tocracia ha tomado mucha fuerza bajo argumentos teológicos, los
cuales justificaron largos periodos de pobreza y hambruna, en los
cuales si el sujeto seguía por la senda de la moral y la ética, en “el
más allá” le llegaba su recompensa.
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En las sociedades actuales la meritocracia nos dice que, el


que no tiene lo que se merece es porque no se esforzó, es decir, el
pobre es culpable de su pobreza. Y el que es pobre y delincuente
merece un doble castigo. El trasfondo de esto es que, el Estado visi-
biliza al pobre cuando ya ha cometido el acto delictivo. Con esto me
gustaría remitirme al caso de María Ovando, una mujer que fue apre-
sada por la muerte de su hija. Carolina había muerto por desnutri-
ción, y María fue acusada de “dejar morir a su hija”. El Estado se
hizo presente con patrulleros, para llevar detenida a María por aban-
dono de persona; ella en una entrevista cuenta que, cuando los patru-
lleros se presentaron en su domicilio la llevaron a la comisaría. En la
entrevista ella dice: “me amenazaron, me dijeron que yo me merecía
morir, por dejar morir a mi hija”. Otra vez el merecimiento; para las
fuerzas de seguridad, María merecía morir por no haber hecho los
esfuerzos suficientes para alimentar a uno de sus doce hijos. María
siempre trabajó, de chica fue empleada doméstica, cosechó yerba
mate, y pico piedras en una cantera, aun estando embarazada de su
última hija. María no sabe leer ni escribir, la mayoría de sus hijos no
tienen documento, no conocen la fecha de su cumpleaños, y según
registros del municipio, ella no cobraba ningún plan de ayuda econó-
mica.
María cuenta que, la tarde en la que se descompuso Carolina,
ella estaba sola con sus hijos más chicos. La nena comenzó a que-
jarse del dolor de panza, hacía días que la familia no comía lo sufi-
ciente; no tenía plata para ir al médico, tampoco sabía con quién
dejar a su beba más chica. Fortuitamente apareció su cuñado, él le
ofreció quedarse con la beba, y le prestó diez pesos para que pudiera
acercarse al hospital. María salió con su hija de tres años en brazos,
llegó a la ruta e hizo dedo, nadie paró. María comenzó a caminar en
dirección al hospital, la nena dejo de quejarse, “su cuerpito estaba
frío y duro” dijo María tiempo después, ya en la cárcel. La autopsia
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constató que la muerte fue por un paro cardiorespiratorio, Carolina


había muerto de hambre. María vivía en Misiones, en una localidad
cabecera del departamento Iguazú, la localidad se llama Puerto Espe-
ranza; pero para María y su familia la esperanza nunca llegó.
El municipio contaba con un plan titulado “Hambre Cero”,
su función era proporcionar visitas periódicas de promotores de
salud, como también la distribución de alimentos. La casa de María
había recibido las visitas, se había constatado el estado de los niños:
“todos mal alimentados, con el cuero cabelludo dañado por los pio-
jos, descalzos”. Su casa no contaba con baño, no llegaba agua pota-
ble. La situación fue notificada, María recibió, solo una vez, la visita
del médico8. La solución a su problemática fue: dos frascos de fumi-
guisidas, productos para los piojos y ocasionalmente cuatro kilogra-
mos de leche en polvo. El Estado acusó a María de haber abando-
nado a su hija, sin embargo, años de pobreza estructural no pueden
solucionarse con 4 kilogramos de leche y escasos suministros. María
fue apresada 20 meses por haber “abandonado a su hija”, cuando la
realidad es que el Estado ya conocía su situación 9 y decidió excluirla
de su condición de humana; un Estado que no brindó las herramien-
tas necesarias para documentar a sus hijos, la educación que María y
su familia necesitaba, un trabajo digno, el acceso a una salud de cali-
dad.
El Estado abandonó a María, hasta que consideró que había
cometido un delito, allí se hizo presente con todo su aparato repre-
sivo. María no tuvo acceso a una ambulancia ni a un hospital, pero sí
tuvo acceso al transporte penitenciario y a la cárcel. María fue juz-
gada por ser pobre y por ser mujer, ya que el padre de Carolina fue
considerado inocente, según el juez, debido a que él no se encontraba
en su casa cuando murió Carolina. María fue presa, por culpa de un
Estado ausente que la ignoró, e incluso estando presa su situación
8 Cf. Expte. Nº 1837-D-2011 SENTENCIA Nº 1.669 / 2012
9 Ibíd.
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social siguió siendo vulnerada. El padre de Carolina, pareja de


María, vendió la casa y se fugó, abandonado al resto de sus hijos. La
justicia no hizo nada al respecto; hoy María está en libertad como
una “mala madre”, y el aparto estatal volvió a dejarla nuevamente a
ella y su familia en la miseria.
De igual forma la provincia de Misiones tiene otro prece-
dente similar, el caso de Librada Figueredo, apresada durante dos
años, debido a que sus dos hijos murieron de desnutrición. El caso
Ovando no es particular, tampoco el caso de Librada, no poseén nada
que los destaque en su singularidad. Estas situaciones son dos de las
miles que suceden a lo largo y ancho del país; María es una “delin-
cuente” famosa porque los medios de comunicación la eligieron. Y
sin embargo, luego de la primicia nadie hizo mella para que el
Estado repare la vida de María.
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3. La pobreza como negocio.

“Ciento veinte millones de niños en el centro de la tor-


menta.” Así se titula la introducción a “Las venas abiertas de Amé-
rica Látina”, libro escrito por el periodista Eduardo Galeano. Y Caro-
lina, como tantos otros niños, jóvenes y adultos, se encontró en eso
que el autor decide llamar tormenta, pero no es más que capitalismo.
Este modelo económico ha pasado por múltiples facetas: mercanti-
lismo, fisiocracia, economía social de mercado, economía mixta,
estado de bienestar, estado neoliberal, etc. Pero ninguna de estas arti-
culaciones del sistema capitalista ha logrado erradicar la pobreza; y
su explicación está en que el capitalismo es un sistema que nace y se
sostiene gracias a la pobreza. El capitalismo no puede solucionar la
pobreza estructural, porque eso sería destruirse a sí mismo. Sin
embargo, la culpa de la pobreza no la tiene el capitalismo en sí, aun-
que esta sí es inherente a él. El surgimiento de la pobreza se remonta
milenios atrás, al surgimiento de la propiedad privada, no como hoy
la conocemos, sino que refiero a los procesos de burocratización y
apropiación de los medios necesarios para la subsistencia, los cuales
comienzan a aparecer con las primeras sociedades asiáticas consoli-
dadas a través de el Estado. Este monta sus instituciones, especializa-
das en la administración, control y conducción de la vida social. Sur-
gen grupos que monopolizan las tareas, y en lineas generales, estos
grupos han sido siempre los mismos a lo largo de la historia: una
burocracia para administrar la fe, otra para la enseñanza, otra para las
armas; y de igual manera con la justicia, la salud, el trabajo, etc.
Estas burocracias vienen con su aparato institucional, ya sean los tri-
bunales de justicia, las fuerzas armadas, universidades y escuelas,
hospitales, etc; y por supuesto, para el sosten de todo esto, el cobro
de impuestos. Lo que antes administraban las tribus en su conjunto lo
monopoliza el Estado, concentrando el ejercicio del poder y las
20

armas. Y tal como lo define Marx, el Estado es el instrumento para


que la clase explotadora imponga su dictadura sobre las clases explo-
tadas. De esta forma, hablar de un estado asiático arcaico, esclavista,
feudal, o burgués; no hace más que obnubilar el asunto. Cualquiera
sea la forma que tome, parte de una historia de explotación de una
clase social hacia otra. Una historia en la que un sector social decide
apropiarse de los recursos, y distribuirlos bajo su gerencia y criterios
propios, no generando pobres, sino una política de empobrecimiento
de algunos para el enriquecimiento de otros.
Sin embargo, resulta paradójico que a la hora de abordar la
problemática desde lo contemporáneo, la simpleza de este esquema
propuesto por Marx, nos resulte complejo. En rigor, las relaciones
humanas a lo largo de la historia se han ido complejizando, y sobre
todo en un capitalismo atravesado por dos guerras mundiales, la
Revolución Rusa como disparador de las revoluciones del siglo XX,
y ambos procesos posteriormente articulados dentro de la Guerra
Fría; la cual desencadenó en el triunfo de las relaciones de libre mer-
cado sobre los procesos revolucionarios, los cuales nunca se realiza-
ron cabalmente, debido a que nunca se estableció su modelo econó-
mico dentro de el marco de una economía mundial, estos procesos
terminaron estancados gracias a dirigentes burócratas que pretendie-
ron perpetuarse en el poder. Gracias a esto, en la actualidad convivi-
mos bajo un capitalismo que rechaza las luchas sociales y las des-
deña, promulgando la idea de que este es el único modelo económico
que garantiza libertades individuales, las cuales desembocarán en
garantías sociales, culturales y económicas; y que, cualquier otro
modelo propuesto que atente contra el capitalismo y las libertades de
mercado, terminará en regímenes totalitarios. El capitalismo toma a
la historia en tanto ciencia, y la transforma en la propiedad privada
de las clases dominantes, para ejercer un relato acorde a sus intere-
ses.
21

De esta forma, al pensar sobre un problema históricosocial


en la contemporaneidad, nos vemos contaminados por las ideas que
esta dictamina. Giorgio Agamben, en unos de sus textos titulado
“¿Qué es lo contemporáneo?”10 nos dice que, al meditar sobre el pre-
sente nos encontramos cegados por las luces de nuestro tiempo, y
nos propone mirar hacia otro lado: no a lo que las luces nos muestran
como obvio, sino a la oscuridad, a lo que queda soslayado. Y esta es
la gran dificultad que tenemos a la hora de hacer filosofía en nuestro
tiempo, porque, tal como dijo Hegel, la filosofía llega siempre tarde.
Sin embargo, la problemática de el enemigo común no es nada
nuevo, tal vez sí lo sea su rearticulación, pero siempre gira en torno
al mismo fenómeno: la inseguridad.
Seguramente, al leer la palabra inseguridad, instintivamente
se relacione al delito, y esto es lo que en el párrafo anterior quiero
decir parafraseando a Agamben. La inseguridad, en la Argentina
actual no solo corresponde a lo delictivo, los sujetos nos vemos
rodeados de inseguridad laboral, habitacional, educativa, jubilatoria,
económica y bancaria. Sin embargo, se las piensa en esferas separa-
das, cuando son interdependientes una de las otras. El ser humano
históricamente ha estado rodeado por la inseguridad que genera el
simple hecho de vivir; por ejemplo, un tema recurrente para la filoso-
fía, dentro de un campo “existencial”, es la muerte; y, ¿cómo se solu-
ciona? A priori, con la fe. Saber que hay algo más después de este
mundo nos calma, nos tranquiliza. De esta forma, lo mismo sucede
con la inseguridad en un marco social, que haya un culpable nos
serena, porque esta supone tener solución. El problema es que para
enfrentar la inseguridad la sociedad ataca los efectos en lugar de las
causas. No se ve al Estado con su política administradora como el

10 Este texto, inédito en español, fue leído en el curso de Filosofía Teorética que se llevó a
cabo en la Facultad de Artes y Diseño de Venecia entre 2006 y 2007. Traducción:
Verónica Nájera
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culpable, sino que todo se reduce a la delincuencia. Así se ejerce una


violencia desproporcionada sobre todo el dispositivo social.
El sector dominante posiciona al pobre como culpable y
actor del delito. Y la sociedad exige tolerancia cero, tanto policíaca
como judicial. Para la población es más confortante aceptar a un cul-
pable y exigir su represión, que indagar sobre las causas de la insegu-
ridad. La única violencia que cuenta es la del pobre, y se invisibiliza
la violencia ejercida por los mercados financieros, los organismos
multilaterales de crédito, las políticas y planes económicos propues-
tos por los países centrales, la destrucción de las fuentes productivas,
la desregulación del mercado de trabajo, la reducción del gasto
público. En síntesis, en lugar de responsabilizar a quienes se enrique-
cieron a costa del empobrecimiento y deterioro de un sector mayori-
tario de la población, nos serena culpar al pobre; ya que, su delito es
no consumir lo que el mercado exige que consuma, no contribuir al
mecanismo de la prosperidad, su error es ser anómalo. Y tal como
dice Nacho Levy, comunicador de La Poderosa: “en nuestras villas
no se ha declarado aún una emergencia habitacional, socioambiental,
educativa. No obstante, se declara emergencia de seguridad. La cual
le habilitó 600 millones de pesos a la misma policía que nuestra
organización denuncia por violencia institucional, casos de gatillo
fácil y desapariciones forzadas en los barrios donde desde La Pode-
rosa articulamos nuestras asambleas barriales”; y continua contando
una anécdota en la que el Ministerio de Seguridad invita a su organi-
zación a discutir sobre la seguridad en sus barrios, meses antes que
se apruebe el Cinturón Sur durante el gobierno kirchnerista; él dice:
“seguridad habría que discutir en el Ministerio de Desarrollo, para
ver porque en nuestros barrios existe un consumo problemático de
drogas, y tal vez luego de eso se termine discutiendo seguridad en el
Ministerio de Economía” 11
11 Intervención de Nacho Levy en la Carpa Villera (2014) – Panel “los medios de
comunicación y la criminalización de la pobreza”
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La violencia ejercida por el individualismo y llevada al paro-


xismo bajo políticas neoliberales, se traduce en empobrecimiento,
condiciones de vida precarias, delincuencia, trabajo no registrado y
mal pago, adicciones, explotación, etc. Según un informe realizado
por Iadepp y el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad
Católica Argentina, en el 2012 existían 168.000 chicos de 0 a 17 años
sin DNI en todo el país. No existen como ciudadanos; queda margi-
nado su futuro, ya que sin políticas que reviertan este tipo de situa-
ciones no participarán del sistema educativo, laboral o político. Los
sectores privilegiados se regocijan en la indiferencia de quienes no
pueden cubrir las necesidades básicas, puesto que estos son culpa-
bles de su pobreza. Asimismo, el capitalismo contemporáneo lleva
añadido un componente pernicioso a la ecuación, los sectores privile-
giados no son los únicos que reclaman seguridad y mano dura, sino
que un sector de la sociedad denominado clase media, avala y exige
este accionar. Esta clase surge en siglo XVIII, y se va desarrollando
hasta llegar a lo que se denomina clase media moderna, la cual tiene
su auge en el siglo XX. El desarrollo del modelo de producción for-
dista comienza a otorgarle a un sector de la población un nuevo esta-
tus económico, político y social; una nueva condición de prestigio.
Esta clase comienza a adquirir bienes que antes eran exclusivos de la
burguesía, en consecuencia, la adquisición de bienes dentro de un
sistema que se constituye con la propiedad privada como un pilar
fundamental, otorga a su vez, aunque de manera ambigua, la acepta-
ción de los ideales de las clases dominantes. La clase media busca
parecerse a la clase alta, de esta forma hoy en día la pobreza se torna
en un símbolo, el cual se pretende tener lejos.
Quienes tienen algo que perder se sienten acechados por el
riesgo, sin tener en cuenta que el peligro se exacerba con la desigual-
dad y la segregación, que estos aceptan con indiferencia. El estigma
y los “peligros” que giran en torno a la pobreza provocan las condi-
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ciones que posibilitan la mercantilización de los derechos, los cuales


devinieron en privilegios; ya Marx había hablando del “ejercito
industrial de reserva”, hoy llamados “vagos, desocupados”; los traba-
jadores ante el miedo de pasar a formar parte de esta condición se
resignan ante salarios miserables.
La clase media se ha ido estratificando aun más que esta
somera aproximación, sin embargo todos los estratos de esta clase
aceptan pasivamente los derechos convertidos en mercancías. El
mejor ejemplo de esto yace en la privatización de los servicios, y el
fenómeno se va exacerbando peldaño por peldaño. La inclusión en el
mundo laboral es selectiva, algunos tendrán el privilegio de estar
registrados, lo cual les proporcionará una obra social, e incluso el
que puede adquirirá una prepaga, nadie quiere caer en las garras del
sistema de salud público, eso queda para los rezagados. Los que pue-
dan pagarán la educación privada de sus hijos, porque no quieren que
sean amigos de “cualquiera”, cuando “cualquiera” puede ser algún
inmigrante limítrofe o un villero “que lo lleve por el mal camino”,
que le “contagie sus valores”. Los más pudientes recurrirán a los clu-
bes, porque en las plazas hay “negros”, porque en las colonias del
Estado “van las gordas pobres a dejar a sus hijos”. Evitarán el trans-
porte público, y los más ostentosos gozarán de un barrio cerrado sin
policía, con su seguridad privada, con sus escuelas dentro, sus cen-
tros de salud, y cierta impunidad que los caracteriza, pues el sistema
judicial tiene un escaso acceso a los countrys.
Como contracara existe otro tipo de barrio cerrado, con pare-
des sin revocar y fuerzas armadas controlando la entrada y la salida
de los vecinos; abuso del poder judicial para algunos y ejecuciones
para otros; el negocio de la trata y de la droga, regenteado por la
policía. La misma policía que persigue a los consumidores y negocia
con los comerciantes; un Estado que monta su aparato militar y no
centros que combatan el consumo problemático. Un Estado que uti-
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liza a estos sectores para el clientelismo político, mientras se regoci-


jan en discursos demagógicos que hablan de inclusión o pobreza
cero, enarbolan sus derechos en la oratoria, pero sostienen su segre-
gación. En lugar de generar políticas educativas, gestionan redes
delictivas conducidas por mafias policíacas, hechos que terminan
propagandizando una sensación de inseguridad para la población,
con un estereotipo dado: el delincuente es morocho, joven y utiliza
ropa deportiva. El pibe chorro es villero.
Todo un aparato marginal, funcional para sostener un régi-
men establecido. Grandes grupos económicos lucran con el miedo de
la población; se incrementan negocios inmobiliarios cerrados, proli-
feran las agencias de seguridad privada, aumentan las ventas de las
alarmas antirrobo, se destina más presupuesto a las fuerzas armadas
en lugar de destinarlo al Ministerio de Desarrollo o de Educación.
Giramos en torno a la ideología del miedo, que no hace más que pro-
fundizar la justificación de una desigualdad económica.
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27

4. Epílogo

Todo lector debe saber que tiene un grado de corresponsabi-


lidad ante estos fenómenos. Como sociedad no podemos aceptar
pasivamente la segregación y la exclusión, pretendiendo luego des-
entendernos de sus consecuencias; naturalizando así las violaciones a
los derechos del otro, ya que uno se constituye siempre desde un
otro. Debería ser preocupante para nosotros, que como sociedad nos
esmeremos más por construir muros divisorios en lugar de puentes
vinculantes.
Es necesario comenzar a cavilar el por qué nos paralizamos
en la apatía, por qué educamos desde el odio, la razzia, la discrimina-
ción. Por qué fabricamos resentimiento y segmentación, en lugar de
inclusión. Por qué avalamos la desigualdad, en lugar de perseguir la
equidad; por qué no entendemos que al nacer las estructuras son con-
dicionantes, que no todos tenemos las mismas posibilidades, que
debemos sentir empatía y comprender las realidades ajenas.
Es de carácter urgente que como sociedad comencemos a
adoptar una postura crítica ante lo que se dibuja como obvio, ya que
lo obvio forma parte de una construcción, para beneficio de unos
pocos y detrimento de muchos; entender que la tolerancia cero es una
falacia, que no es más que un conjunto de acciones discriminatorias
contra determinados grupos sociales, marginados simbólica y econó-
micamente. Debemos preguntarnos por qué no se aplica la mano
dura contra la corrupción política, la especulación financiera, el
fraude comercial, las estafas en la obra pública, la contaminación
ambiental, el atropello del aparato judicial y policial. Por qué el
monopolio de la violencia se ha convertido en un instrumento de
intolerancia selectiva hacia un sector considerado descartable; por
qué algunos merecen seguridad y garantías, y otros represión y con-
trol. Por qué el proyecto político es la tolerancia cero en lugar de uno
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que se involucre en la diversidad de los sectores sociales. ¿Por qué


no vemos todo esto? Porque no queremos. Porque si así lo hiciéra-
mos, veríamos que el único criminal y segregador es el Estado, que
lucra con el padecer del otro, en complicidad con nosotros mismos.
Y elegimos no verlo, aunque lo sepamos, porque si así fuera, habría
que hacer algo.
Es necesario retomar la vieja definición de política, prove-
niente del griego, de polis, es decir, lo que construye la ciudadanía;
retomar la idea originaria de democracia, el poder del pueblo, saber
que en el pueblo está el otro. Y tal como dijo Levinas, “el bien está
en el otro”. Y si la política no es para el otro, entonces no es política,
es negocio.
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Prosa de Juan Solá12

Mirá la negra de mierda.

Mirá la negra de mierda, mirá cómo lleva los nenes en la


motito. Tres gurisitos sin casco, cagándose de frío, y la negra con ese
culo enorme que ocupa todo el asiento. Qué hija de puta. Mirá, mirá
cómo lleva a la pendejita, medio dormida, casi cayéndosele de esas
piernas gordas de tanta cerveza y torta frita. Y mirá el otro, ahí atrás,
agarradito como puede, tiritando, pobrecito. ¡Y mirá cómo lleva el
bebé, negra hija de mil putas, metido adentro de la campera! Incons-
ciente de mierda, ojalá le saquen los hijos, ojalá se muera esta negra
de mierda.
La camioneta arrancó, rabiosa, y se perdió calle abajo,
zambullendo a la negra y sus crías en una nube de humo pegajoso. El
que iba atrás tosió un poco y la motito se paró. El señor del golcito
gris bocinó con furia a sus espaldas y le ordenó que se moviera,
pelotuda, y la puta que la parió.
La nena en la falda abrió los ojos despacito y preguntó si
faltaba mucho. La madre le apoyó la mano temblorosa sobre la frente
sudada, comprobó que la fiebre seguía allí y murmuró un no mi
amor, así, triste y suavecito, como los quejidos del Nazareno, que
llora acurrucado contra sus tetas tibias, o como el cinco por seis
treinta, cinco por siete treinta y cinco, que el Ismael recita con los
brazos envolviéndole la panza llena de pan y mate cocido, porque al
otro día tiene prueba y la Brenda tiene fiebre, y el Nazareno llora de
hambre, y a esa hora el colectivo ya no entra hasta el barrio, y el
Mario que no aparece desde la semana pasada, y la motito que se
para cada cinco cuadras, y el hospital que todavía está lejos, y doña

12 Juan Solá es un autor chaqueño , activista por los derechos humanos, escribe contra la
discriminación y la violencia.
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Esther que le dijo que para qué iba a tener otro hijo a los veintidós,
que mejor abortara, y el Ismael que cada tanto dice que tiene frío, y
la Brenda que se va quedando dormida, y la negra de mierda que le
pide al Ismael que diga las tablas más fuerte, para que escuche la
Brenda, para que no se duerma la Brenda, mientras que a ella le
arden los ojos de tanto aguantarse las ganas de llorar de miedo.
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Bibliografía:
AGAMBEN, Giorgio (2006), Homo sacer. El poder soberano y la
nuda vida, Valencia, Pre-Textos.

CHECA, Francisco (1995), Reflexiones antropológicas para entender


la pobreza y las desigualdades humanas, Gazeta de Antropología, 11,
artículo 10.

DE VAAN, Michiel (2008), Etymological Dictionary of Latin and


the Other Italic Languages, Boston, Brill.

DÍAZ, Esther (2010), Las grietas del control, Buenos Aires, Biblos.
-(2017), Problemas filosóficos, Buenos Aires, Biblos.

FOUCAULT, Michel (2015), Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo


Veintiuno.

MARX, ENGELS (1968), La ideología alemana, Montevideo, Pue-


blos Unidos.

MORENO, Nahuel (1986), Las revoluciones del siglo XX, Buenos


Aires, Antidoto.
32

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