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El envejecimiento intrínseco es la consecuencia directa del paso de los años de modo que, a menudo,
cuesta diferenciar claramente sus consecuencias de las de los efectos externos, sobre todo porque nor-
malmente nos preocupa la superficie cutánea que "se ve", especialmente la cara y el cuello, el escote y
el dorso de las manos. Por esta razón, para estudiar el envejecimiento intrínseco, los investigadores se
han basado en los cambios observados en zonas no expuestas o en personas que, por su tipo de vida,
no están expuestas a los habituales factores externos que más afectan a la calidad y al estado de la piel
(exposición solar, tabaco, dietas poco saludables, etc.).
Las células de la piel envejecida naturalmente muestran una menor capacidad de multiplicación y
actividad metabólica, tanto los queratinocitos como los fibroblastos e incluso los melanocitos, a pesar
de su escasa capacidad de duplicación, con un acortamiento de los telómeros del ADN (Allsopp y Harley,
1995; Aubert y Lansdorp, 2008) que ha abierto la posibilidad de revertir este proceso, aun con la incógni-
ta que genera saber que en algunos tipos de cánceres, como el melanoma, los telómeros de las células
neoplásicas son más largos que en células normales (Ribero y cols., 2016), con el consiguiente riesgo que
puede suponer provocar un alargamiento telomérico.
Someramente, las consecuencias de esta disminución de la capacidad multiplicativa son una menor
capacidad de recambio epidérmico, lo cual se traduce, por ejemplo, en procesos de cicatrización más
lentos y de menor calidad, epidermis más delgada y, por lo tanto, una menor capacidad protectora tanto
frente a las agresiones químicas y físicas, como a la capacidad de defensa inmunológica.
Por otro lado, se produce una degeneración de la capacidad inmunológica de la piel, lo cual ocasio-
na la aparición o reactivación de infecciones precedentes con la posibilidad de complicaciones serias
(Stankus y cols., 2000).
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El tipo celular más importante del sistema inmunitario innato lo constituyen las células dendríticas, ya
que son las que inducen la respuesta primaria inmunitaria mediante la presentación de los antígenos a
los linfocitos, lo cual constituye el primer y crucial paso para la iniciación de la respuesta inmunológica
adaptativa. En la piel, concretamente en la epidermis, la versión local de estas células dendríticas son las
células de Langerhans.
Al envejecer las células dendríticas, y las de Langerhans epidérmicas, reducen su capacidad funcional
de estimular la respuesta inmune. Histológicamente, al envejecer naturalmente, y más en el caso del
fotoenvejecimiento, las células de Langerhans disminuyen en número (Gilchrest y cols., 1982), muestran
una morfología atrófica con menos dendritas y menor número de sus característicos gránulos de Birbeck,
lo cual está asociado con la pérdida de sus funciones e, incluso, con el desarrollo del cáncer de piel aso-
ciado a la edad (Grewe , 2001), al ser incapaces de detectar los neoantígenos tumorales.
Además, ya en 1990 (Cerimele y cols., 1990) se describió una menor producción del factor epidérmico
de estimulación de los timocitos, que estimula la respuesta de los linfocitos T, lo cual interviene decisi-
vamente en la disminución de la respuesta inmunológica al envejecer. Paralelamente, también desciende
el número de mastocitos presentes en la dermis.
12,0
Núm. cels. 0,09 mm3 de piel humana
10,0
8,0
6,0
4,0
2,0
0,0
22-26 62-86
Edad
La disminución del número y del tamaño de los adipocitos, y en este caso nos referimos específica-
mente a los faciales, puesto que hay evidentes diferencias regionales, se traducirá en un menor volumen
cutáneo. Además, al envejecer se reduce la recientemente descrita capacidad de transformación de los
adipocitos blancos en los, ahora llamados, adipocitos beige (Berry y cols., 2017) (un fenotipo intermedio
entre los blancos y los pardos) que se caracterizan por un mayor potencial termogénico local como
respuesta a situaciones de estrés frente a bajas temperaturas o como consecuencia de la acción de
beta-agonistas adrenérgicos (Harms y Seale, 2013).
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Como se ha mencionado, hay una menor capacidad defensiva frente a los procesos oxidativos inducidos
por los radicales libres, lo cual afecta no solo a las moléculas más fácilmente oxidables (como son los
lípidos de membrana y los que constituyen la función barrera, las proteínas estructurales o las enzimá-
ticas que pierden su actividad, los ácidos nucleicos...), sino también, y de un modo más significativo, al
colágeno y a la elastina dérmicos, limitando de este modo las propiedades elásticas de la piel.
Tropocolágeno
Errores en la constitución del tropocolágeno
Estructura primaria
Errores en la traducción y en la síntesis de la
estructura primaria o menor actividad biosintética.
Figura 3. Esquema de los distintos factores que intervienen en el envejecimiento del colágeno con el paso del tiempo.
En relación con la funcionalidad de la elastina, sus cualidades elásticas están influidas por sus caracte-
rísticas propias, específicas para cada individuo, pero, además, por el contenido acuoso dérmico y por la
capacidad de recambio debido a la actividad fibroblástica.
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Desde el punto de vista histológico, se produce un aplanamiento de las papilas dérmicas, con una
menor cohesión dermoepidérmica, un peor anclaje de la epidermis en la dermis, una mayor facilidad
para el desprendimiento epidérmico y la aparición de úlceras por rozamiento.
Una peor comunicación entre epidermis y dermis se traduce en que la epidermis transmite peor sus
necesidades a la dermis y esta, a su vez, responde deficientemente a ellas, lo cual, unido a una reduc-
ción de la irrigación sanguínea cutánea (Montagna y Carlisle, 1979), desemboca en un menor aporte
de nutrientes.
Del mismo modo, como consecuencia de la menor actividad fibroblástica, la piel envejecida presenta un
menor contenido en glicosaminoglicanos con el consecuente descenso del contenido acuoso dérmico,
ya que actúa como reservorio acuoso frente a la pérdida de agua transcutánea. Como, además, al dismi-
nuir la función barrera epidérmica retenedora de agua, se produce un aumento de la pérdida de agua
transcutánea, ambos efectos conducen a una piel más deshidratada y, como consecuencia de ello, a la
xerosis y al prurito (Farage y cols., 2009).
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¿Sabías que la xerosis y el prurito son las afecciones cutáneas más frecuentes debidas
exclusivamente al envejecimiento?
Desde el punto de vista morfológico, hay que destacar la aparición de laxitud, de finas arrugas, en el
seno de una piel más delgada (tanto en cuanto a la epidermis, como a la dermis), y de neoplasias habi-
tualmente benignas.
Se define envejecimiento extrínseco como aquel derivado de factores externos al paso de los años.
Otro factor externo que acelera y modifica cualitativamente el envejecimiento cutáneo es el tabaco. En
este caso hay que tener en cuenta que, mientras el consumo de tabaco en los hombres va disminuyendo
como consecuencia de las campañas de cesación tabáquica, se observa lo contrario en la mujer, cuyo
índice de adicción al tabaco ha aumentado hasta situarse casi al mismo nivel que el del hombre, por
encima del 30 %. Lo más paradójico de este dato es que la cosmética antienvejecimiento está dirigida
esencialmente a las mujeres, pues suelen estar más preocupadas por este problema que los hombres.
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2. 2 . 1. F OT O ENVEJECIMIENTO O DERMATOHELIOS IS
En relación con el fotoenvejecimiento, hay que recordar resumidamente que la radiación UV que alcanza
la superficie de la tierra es una combinación de radiación UVB (longitud de onda de 290-320 nm) y UVA
(320-400 nm).
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¿Sabías que la radiación UVC (100-290 nm), muy cancerígena, está normalmente retenida
por la capa de ozono atmosférica? Salvo en las zonas afectadas por el famoso agujero de
la capa de ozono, no nos afecta.
■■ Aunque la radiación UVB tiene algunos efectos beneficiosos, como el de estimular la sínte-
sis de algunos péptidos antimicrobianos y de la previtamina D, es más energética que la radiación
UVA y produce alteraciones epidérmicas, como mutaciones en el ADN de los queratinocitos, la
inmunosupresión fotoinducida o la quemadura solar. A largo plazo son los máximos responsa-
bles de la fotocarcinogénesis. Sin embargo, no alcanza la dermis.
■■ En cambio, la radiación UVA (menos energética que la UVB salvo que se reciban artificial-
mente altas dosis de la misma) penetra hasta las capas más profundas de la dermis y es la cau-
sante del incremento de producción de los radicales libres de oxígeno y, en menor medida que los
UVB, de alteraciones en el ADN. Pero, como consecuencia de alcanzar hasta la dermis profunda,
la radiación UVA induce alteraciones dérmicas, de modo que, a largo plazo, es la máxima respon-
sable del fotoenvejecimiento cutáneo (Lim y cols., 2000; Krutmann , 2000).
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Las manifestaciones celulares más destacables del fotoenvejecimiento se observan en cultivos celulares
obtenidos de zonas irradiadas, tanto de fibroblastos como de queratinocitos, con vidas más cortas que los
de las células obtenidas de zonas no irradiadas, lo cual se relaciona con una mayor formación de díme-
ros de timina en su ADN y un descenso de la capacidad de reparación de los mismos (Sbano y cols., 1978).
La irradiación con luz UV en cultivos de fibroblastos produce una disminución del número de células en
relación directa con el tiempo de irradiación (Carreras y cols., 2000). En cambio, estas células envejecidas
responden más y mejor al ácido retinoico como consecuencia de una sobreexpresión de la isoforma
beta 2 del receptor RAR para este ácido (Si y cols., 1995), lo cual representa, desde un punto de vista
positivo, una ventaja en cuanto a la eficacia del tratamiento del fotoenvejecimiento con este fármaco.
60
50
% células vivas
40
30
20
10
0
0 2 4 6 8 10 12
Tiempo de irradiación (seg)
En la epidermis, hay que destacar la alteración de la función barrera asociada a una disminución de la
filagrina del estrato córneo (Matsui y cols., 2016), lo que se traduce en una menor cohesión de las fibras
de queratina y en una alteración del factor natural hidratante.
Se agudiza también la disminución y la distribución irregular de los melanocitos (Gilchrest y cols., 1979),
lo cual conduce, en las zonas más frecuentemente expuestas (cara, escote, dorso de las manos, parte
inferior de las piernas en el caso de las mujeres...), a la aparición de zonas hiperpigmentadas (lentigos
seniles) junto a zonas hipopigmentadas.
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¿Sabías que, en el citado trabajo de Gilchrest y cols. (1982), se demuestra que las células
de Langerhans obtenidas de piel joven son más resistentes a 3 DEM que las obtenidas de
piel naturalmente envejecida?
Figura 7. Efecto de la radiación UVB sobre las células de Langerhans. Células de Langerhans de epidermis de rata
hairless. A: control; B: irradiado con 1,56 DEM. Revelado mediante tinción con ATPasa.
Fuente: Mallol y cols. (2003).
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Es preciso insistir en que los efectos sobre la dermis (elastosis solar, fotoenvejecimien-
to) son más consecuencia de la acción de la radiación UVA que la de UVB. La radiación
IR afecta sobre todo a la red vascular, por lo que se la relaciona directamente con las
alteraciones vasculares que se producen como consecuencia del fotoenvejecimiento.
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Por tanto, la piel bronceada, símbolo actual de salud y belleza, provoca también efectos
no esperados en forma de fotoenvejecimiento y, mucho más grave, con la aparición de
neoplasias benignas, premalignas o malignas, como el cáncer de piel no-melanoma o el
mismo melanoma (Glogau, 1997).
■■ Cambios en el color de la piel, que se vuelve amarillenta perdiendo el color rosado de una
piel sana, con pigmentación irregular (aparición de discromías y lentigos).
■■ Alteraciones de la textura de la piel, que se vuelve áspera, más rugosa y pierde tono y firmeza
con la aparición de profundas arrugas.
De este modo, se ha llegado a decir que la exposición a la radiación UV parece ser responsable de más
del 80 % de los signos visibles del envejecimiento cutáneo facial (Flament y cols., 2013), e incluso otros
autores cifran esta proporción en hasta un 90 % (Südel y cols., 2005).
Una de las imágenes más clarificadoras para demostrar la diferencia entre las conse-
cuencias del envejecimiento natural y el envejecimiento actínico nos la muestra la imagen
publicada por Gordon y Brieva (2012), en la que se puede observar la cara de un varón
de 69 años que ha trabajado 28 como conductor de camión y que presenta un fotoen-
vejecimiento manifiesto en la parte izquierda de la cara en comparación con la parte
derecha, no expuesta habitualmente a la radiación solar al conducir.
En 1856, Solly publicó el primer artículo en que se hacía referencia al efecto del tabaquismo sobre el
envejecimiento cutáneo prematuro, describiendo que los fumadores presentaban una piel cetrina, con
un mayor número de arrugas y aspecto "demacrado".
Más de un siglo después, Ippen e Ippen (1965) mostraron los mismos efectos en mujeres fumadoras
alemanas y, poco después, Daniell (1969) describía que los fumadores aparentaban ser mayores que
los no fumadores de la misma edad y que las arrugas y patas de gallo eran frecuentes en los fumadores
(Daniell, 1971).
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Entre las más de 3.800 substancias que se han descrito como presentes en el tabaco,
muchas de ellas son oxidantes o responsables de un incremento de la producción de
radicales libres de oxígeno, lo cual, como se ha comentado es uno, sino el más impor-
tante, de los mecanismos por los que la radiación UV induce el fotoenvejecimiento y el
cáncer cutáneo.
En definitiva, la cesación tabáquica no es solo recomendable para la salud general del organismo y para
evitar las reconocidas consecuencias oncológicas a las que está asociado el tabaquismo, sino que tam-
bién constituye un argumento definitivo para evitar el envejecimiento cutáneo acelerado en relación con
el proceso de envejecimiento fisiológico.
2. 2 . 3 . EN V EJECIMIENTO H O RMO NA L
El envejecimiento hormonal no deja de ser una faceta del envejecimiento intrínseco, puesto que no
podemos considerar como "extrínsecas" las consecuencias cutáneas de los cambios hormonales que se
producen a causa del paso de los años, aunque no sean propiamente manifestaciones del envejecimien-
to cutáneo intrínseco de la piel.
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■■ Un adelgazamiento de la piel.
■■ Un aumento del número de lentigos seniles en comparación con la piel de mujeres aún
fértiles.
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El grado de deterioración cutánea, vista globalmente la estructura general de la piel, se correlaciona más
con la deficiencia estrogénica que con la edad cronológica. De hecho, durante la fase inicial de la meno-
pausia (los 5 primeros años) se produce una disminución del 30 % de las proteínas básicas de la estruc-
tura dérmica, colágeno tipos I y III. En la fase más avanzada de la menopausia, la disminución de las
fibras proteicas dérmicas es paralela a la de los niveles estrogénicos de modo que la presencia global de
colágeno dérmico disminuye progresivamente, con una mayor aparición de arrugas; y el deterioro de la
elastina dérmica, consecuentemente, con la pérdida de elasticidad cutánea (Wilkinson y Hardman, 2017).
Es preciso mencionar el trabajo, ya clásico, de Callens y cols. (1996) en el que, comparando dos grupos de
mujeres menopáusicas, unas tratadas con terapia hormonal sustitutiva (TSH) y otras no tratadas, se
observó un aumento del engrosamiento cutáneo (del 7 al 15 % en función de la localización anatómica) y
de la secreción sebácea (de un 35 %) en el grupo tratado frente al no tratado. Concluyendo que la atrofia
cutánea es consecuencia de los cambios hormonales producidos en la menopausia y que la THS puede
prevenirla.
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Ello no quiere decir que, cuando un ginecólogo prescribe una THS para tratar los efectos de la menopau-
sia, la mujer no se beneficie colateralmente de sus efectos sobre la piel.
Esto nos lleva a la reflexión sobre la utilización de extractos vegetales que contengan en mayor o
menor cantidad isoflavonas (como los de soja). Evidentemente los fabricantes nos negarán el efecto
estrogénico, pero, si son capaces de unirse al receptor estrogénico, en una mujer fértil actuarán como
inhibidores competitivos de los estrógenos naturales, pero, en una mujer menopáusica, se comportarán
como un agonista parcial en su interacción con el receptor y, en función de la cantidad aplicada o, mejor
dicho, de la que llegue a los receptores, tendrán un efecto estrogénico más o menos importante.
Además, cabe recordar el efecto del sistema endocrino asociado a la vitamina D sintetizada en la piel
o ingerida con la alimentación. En resumen, se puede decir que este sistema endocrino asociado a la
vitamina D afecta al envejecimiento cutáneo vía una amplia variedad de mecanismos, que incluyen:
Sin embargo, no está evaluada la eficacia de su aplicación tópica en individuos sin déficit de vitamina D,
por ejemplo, en mujeres todavía fértiles, para la prevención del envejecimiento cutáneo (Reichrath, 2012).
La polución ambiental está reconocida como una de las causas principales producidas por la industriali-
zación que afectan a la salud en general de los individuos que la respiran, especialmente en lo referente
a los pulmones y al sistema cardiovascular. Estos efectos están relacionados con multitud de contami-
nantes, como el humo del tabaco, compuestos orgánicos volátiles, formaldehído, tolueno, dióxido de
nitrógeno, micropartículas ambientales, especialmente las denominadas PM10 y PM2.5, etc., esencialmen-
te producidos por la emisión derivada de la combustión de hidrocarburos (gasolina, gasoil, gases licua-
dos del petróleo y gas natural), los focos industriales, las emisiones del sector doméstico, entre otros.
Una vez presentes en el aire, estos contaminantes pueden sufrir diversos efectos de transporte de unas
zonas a otras y de reacciones químicas con, por ejemplo, el oxígeno y el nitrógeno del aire provocando la
emisión de gases de efecto invernadero (CO2, CH4 y N2O), monóxido de carbono, compuestos orgánicos
volátiles, dióxido de azufre, etc.
Se ha evidenciado científicamente (Mancebo y Wang, 2015) que la contaminación del aire produce efec-
tos adversos sobre la salud de la piel:
Además, se han estudiado los mecanismos por los cuales las micropartículas ambientales pueden pene-
trar a través de la epidermis e inducir procesos oxidativos en los queratinocitos, mediante modifica-
ciones genéticas y la generación de interleucinas proinflamatorias como la IL-1α (Romani y cols., 2017).
Por ello, las personas más frecuentemente expuestas a elevados niveles de contaminación ambiental
(que habiten o trabajen en grandes ciudades, empleados/as en polígonos industriales con grandes emi-
siones contaminantes, como pueden ser petroquímicas, etc.) deberán tomar mayores precauciones para
prevenir no solo los efectos sobre su piel sino también sobre su estado de salud en general. Por ejemplo,
el análisis de su estado de oxidación puede facilitar al médico la prescripción de los elementos antioxi-
dantes y/o antiinflamatorios que sean necesarios en cada caso particular.