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TEMA 7.

LA RESTAURACION BORBONICA: IMPLANTACION Y


AFIANZAMIENTO DE UN NUEVO SISTEMA POLITICO (1874-1902)
ÍNDICE.

1. Liquidación del sexenio revolucionario y Restauración borbónica.

2. La Constitución de 1876.

3. El sistema de la Restauración. Los fundamentos políticos de la Restauración

(Monarquía y oligarquía):

a. Bipartidismo.

b. Turnismo.

c. Caciquismo.

4. Teoría y realidad del sistema canovista.

5. La solución temporal del problema de Cuba. La pérdida de las últimas colonias y la

crisis del 98; la guerra de Cuba y con Estados Unidos; el Tratado de París.

6. Consecuencias del Desastre: Regeneracionismo: “España sin pulso” y el nacionalismo

periférico.

7. Conclusión.

Introducción.

La Restauración abarca desde finales de 1874 hasta 1923. Se inició con el pronunciamiento del

general MARTÍNEZ CAMPO en Sagunto (PRONUNCIAMIENTO DE SAGUNTO), y terminó con la

DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA en 1930. Etimológicamente, restauración quiere decir

restablecimiento de un sistema vigente anteriormente, pero lo que en España se restaura es:

1º La Monarquía en la familia de los Borbones después de los acontecimientos del Sexenio, y,

en 2º lugar, el poder de los Moderados, vigente prácticamente desde 1845 hasta el Sexenio,

con excepción del período conocido como “Bienio Progresista” (1854-1856), aunque el sistema

político de la Restauración va a tener sus propias características. Por otra parte, suelen

distinguirse dos etapas dentro de la Restauración. El Reinado de Alfonso XII (1874-1885),

primero, y, a continuación, la Regencia de Dª María Cristina de Habsburgo (1885-1902),

cuando comienza el reinado de Alfonso XIII que arranca en 1902 y llega hasta 1931, con el

paréntesis de la Dictadura de Primo de Rivera (1932-30) y la Dictablanda (1930-31).

1. Liquidación del sexenio revolucionario y Restauración borbónica.

La liquidación de las Cortes republicanas por el general Pavía en los primeros días de 1874
traduce, manu militari, el rechazo de las clases dominantes hacia la I República. Tras el golpe

de Pavía, se inicia entonces la regencia del general Serrano hasta que el general Martínez

Campo proclama en Sagunto la monarquía a finales de diciembre de 1874. Para entonces, el

futuro Alfonso XII, tras la abdicación de Isabel II en 1870, se dirige a los españoles, asegurando

que está al servicio de su pueblo y que gobernará de forma liberal y con el apoyo de las Corte

(Manifiesto de Sandhurst, Academia Militar, Inglaterra. Cánovas, principal apoyo del rey,

ocupa el ministerio-regencia, hasta que Alfonso XII llega a la península, a principios de 1875.

La actuación del gobierno dirigido por Cánovas del Castillo se demuestra autoritaria tras

suspender todos los derechos políticos, amordazar a la prensa, la libertad de expresión,

eliminar el matrimonio civil, hasta 1887 los trabajadores tuvieron prohibido asociarse y

organizarse, se restaura el Concordato de 1851 y la confesionalidad del Estado... Para entender

la importancia que lo religioso seguía teniendo en la sociedad y la mentalidad española del

Antiguo Régimen y el siglo XIX, es preciso recordar que la limpieza de sangre, esto es el

mecanismo por el que cual se excluía socialmente a los conversos, ya fueran de origen judío o

musulmán, se suprimió por una ley de 1865 por la que ya no era necesario demostrar la

limpieza de sangre cristiana católica para ingresar en determinadas carreras del Estado y para

contraer matrimonio.

Pero fue, sobre todo la suspensión de la libertad de cátedra (segundo conflicto universitario) lo

que dio lugar a “la segunda cuestión universitaria” con la negativa a aceptar el Decreto de la

supresión de libertad de cátedra, por parte de una gran parte del profesorado (Giner de los

Ríos, Salmerón, Azcarate, Montero Ríos, Figuerola, Moret…) la crisis de mayor consecuencia. A

este respecto, Castelar dijo: “Mientras no tenga ésta libertad, plena, entera, no volveré a

sentarme en una Cátedra…”. Así nació en Madrid, el 29 de octubre de 1876, la Institución

Libre de Enseñanza (ILE), gracias a la iniciativas de los principales krausista si bien no

restringida a ellos, centrada en la misión educativa a escala nacional, con el objetivo preciso,

de formar los equipos, las élites, dirigentes del país. Preparar los hombres de dirección –y

también los expertos- para realizar la transformación de la sociedad española, que suponía,

en la coyuntura de fines del XIX y comienzos del XX, el acceso a los puestos decisorios del

Poder de una burguesía que aspiraba al poder por méritos propios. El triunfo de la

meritocracia frente a la corrupción y el enchufismo como principal mecanismo de ascenso

social. Dicho esto, los miembros de la ILE, los “institucionistas” son reformistas, pero no
revolucionarios.

2. La Constitución de 1876.

La Constitución de 1876 es la consecuencia de unas Cortes constituyentes con mayoría

absoluta de los conservadores de Cánovas del Castillo. La razón era que los republicanos

estaban en el exilio y la mitad del electorado se abstuvo. Se entiende así que en enero de 1876

los canovistas alcanzaran el 95% de los escaños:

- Soberanía compartida, la potestad de hacer leyes reside “en las Cortes con el

Rey”. El rey participa en la función legislativa a través de la sanción y promulgación

de las leyes (art. 51), con el poder de nombrar y separar libremente a los ministros

(art. 54). El rey elige al Jefe del Gobierno y puede disolver las Cortes. La persona

del rey es inviolable.

- La Declaración de Derechos y Deberes es amplia. Sin embargo, los derechos más

importantes podían ser suspendidos por una decisión del gobierno. Entre 1876 y

1917 hubo diecinueve suspensiones dando lugar a un estado de excepción

permanente quedando las garantías constitucionales de una manera habitual.

- Cortes bicamerales.

- Sufragio censitario, hasta 1890.

3. El sistema de la Restauración.

Como prueba de que por entonces liberalismo y democracia no eran sinónimos, basta recordar

que se declaran ilegales todos los partidos que no acepten expresamente la monarquía hasta

1881. Y, asimismo, aunque se diga que era un régimen liberal, el de la Restauración fue, en

realidad, un régimen autoritario basado en la oligarquía y el caciquismo, y el turno en el

gobierno de los dos principales partidos o bipartidismo. El bipartidismo consiste en el turno

pacífico del Partido conservador y del Partido liberal en el poder. Cederán el poder cuando

pierda la confianza regia o parlamentaria. Tras la muerte de Alfonso XII (1885), la fórmula se

renovó con la firma del Pacto del Pardo (1885) por el que los dos principales partidos (liberal y

conservador) se comprometían a apoyar a la Regente Mª Cristina de Habsburgo y aceptar el

relevo en el gobierno cuando este perdiera prestigio y apoyos en la opinión pública.

Por otra parte, el caciquismo es un fenómeno socio-político que se da en España durante la

Restauración, que, en la práctica, supone un fraude en el sistema electoral y constitucional. Un

sistema que, según J. COSTA, se sostiene sobre tres patas:


1. Los oligarcas, o plana mayor de cada bando o grupo político que reside en Madrid.

2. Los caciques (terratenientes, medianos y grandes propietarios, notarios, alcaldes,

médicos, etc.) diseminados por todo el territorio.

3. El gobernador civil, que hace las veces de órgano de comunicación de las

directrices que los oligarcas quieren hacer llegar a los caciques.

Dicho esto, decir caciquismo sin decir oligarquía es falsear el problema, son dos caras de una

misma moneda, llamada autoritarismo. En tanto en cuanto, la oligarquía (gobierno de unos

pocos) es la negación de la democracia (gobierno del pueblo o mayoría).

4. Teoría y realidad del sistema canovista.

En teoría, el mecanismo de elección y del cambio de gobierno, según la Constitución de 1876,

se hace mediante la convocatoria a elecciones a Cortes y los electores eligen diputados entre

los diferentes partidos. En la práctica, los resultados electorales los “fabricaban” la élite

política de Madrid, de acuerdo con el gobernador civil de cada provincia. Hacían la lista de los

candidatos gubernamentales, los llamados “encasillados” o diputado “cunero”, y la red de

caciques distribuidos por todo el país aseguraba su victoria electoral.

El cacique, aprovechándose de su poder, cambia voto por favores. Por ejemplo, si un pueblo se

necesitaba una carretera, o un puente…, y, sobre todo, empleos, el cacique, gracias a sus

influencias en Madrid, era la persona encargada de conseguirlo. En pocas palabras, se trataba

de un mundo plagado de cartas de recomendación, influencias y favores. En este sentido, hubo

caciques con fama de buenos y no sólo opresores que abusaban de sus influencias. Pero, en

definitiva, si el sistema se mantenía sólo era posible gracias a una estructura social que

permite a los propietarios agrarios un dominio omnipotente sobre el campesinado,

mayoritariamente analfabeto (60 por 100 a final de siglo), y sometido a ellos para obtener un

trabajo y sobrevivir. En el caso de que el trato fallase siempre se podía recurrir tanto al

“pucherazo”, es decir, a técnicas de manipulación electoral consistente en sustituir los votos

de una urna tras meterle fuego, impedir por diferentes vías votar; como “a la porra”, es decir,

a la violencia física.

5. La solución temporal del problema de Cuba. La pérdida de las últimas colonias y la crisis

del 98; la guerra de Cuba y con Estados Unidos; el Tratado de París.

De la importancia histórica del Desastre del 98, nos dice el historiador Santos Juliá, que junto

con la Guerra Civil y la Transición a la Democracia, son los tres acontecimientos más decisivos
de la formación del Estado español y de nuestra cultura política.

En el año 1898, España perdió sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) y los

españoles “que tuvieron la posibilidad y los medios de expresar sus convicciones aprovecharon

la humillante derrota para verter en un sinfín de periódicos, revistas, etc.;… su “dolor por la

patria moribunda”. Sin embargo, hubo tiempo también para hablar de futuro, apareciendo así

en el lenguaje político la palabra: regeneración. Si la enfermedad culpable del desastre había

sido la degeneración de la nación, había que regenerarla.

5.1. Precedentes y causas. El conflicto cubano se remonta al reinado de Isabel II (1833-1868),

al año 1868, con el “grito de Yara” –Yara es un poblado-, lanzado por Manuel Céspedes,

“padre de la patria cubana”, con el propósito de establecer una república independiente. Fue

seguido por los otros líderes independentistas Máximo Gómez y Antonio Maceo. Diez años

duró esta guerra, llamada la “Guerra Larga”. En 1878, se firma la “Paz de Zanjón”. Más que de

una paz, debería hablarse de tregua, los problemas quedaron en suspenso hasta un nuevo

alzamiento. De hecho, lo que Madrid hizo fue reforzar la explotación de la colonia y su

españolización.

Causas:

- Intransigencia española al no cumplir lo dispuesto en la Paz de Zanjón.

- La maduración del movimiento independentista bajo el liderazgo de A. Maceo y J.

Martí.

- El respaldo norteamericano a los insurgentes. Los políticos norteamericanos son

firmes partidarios de la independencia cubana. El apoyo fue, primero diplomático, y

después militar.

5.2. El desarrollo de la guerra Hispano-cubana. En 1895 se inició una nueva revuelta en Cuba

(Grito de Bayre). La guerra contra los españoles fue, también, una especie de guerra civil entre

cubanos y entre españoles pues Cuba se consideraba antes una provincia que una colonia,

puesto que entre estos también existían diversidad de opiniones respecto a la relación que

querían seguir manteniendo con España. Los independentistas ganaron la partida a los

autonomistas. España, en cambio, no estaba ni siquiera por la idea de la autonomía.

El gobierno liberal de Sagasta intentó mediar, pero el nuevo gobierno de Cánovas –el

“monstruo” favorable al esclavismo y con negocios de trata de negros en la isla- envió en

marzo de 1896 a Weyler a La Habana. Mientras, por parte cubana, las cosas iban a complicarse
con la llegada de Maceo a la zona Occidental de la isla, más práctico –y más autoritario- que

Martí, el gran líder de la revolución que, no obstante, murió en 1895. Poeta que predijo la

sustitución del imperialismo norteamericano por el español: “viví en el monstruo y le conozco

las entrañas”.

Occidente: la tierra del tabaco por antonomasia y más proclive a la negociación, inclinó a los

conservadores de Cánovas a redoblar los esfuerzos militares, optando por una inmisericorde

represión con la política de “reconcentraciones de Weyler”, adoptada en 1896 consistía en

reconcentrar a la población campesina en determinadas regiones de las islas, a modo de

campos de concentración. La consecuencia fundamental fueron las muertes de hambres. Los

EE.UU. aprovecharon los hechos para desarrollar una campaña mediática de desprestigio

internacional contra España.

Se había extendido la idea de una guerra de liberación nacional, una guerra social dirigida

contra el dominio político español, pero también contraria a cualquier tipo de opresión.

Entonces sucedió el asesinato de Cánovas en agosto de 1897 en el balneario guipuzcoano de

Santa Águeda, cercano a San Sebastián, por un anarquista italiano que –según rumoresparecía
hallarse en connivencia con exiliados antillanos residentes en París. Lo cierto es que,

según el propio asesino, Miguel Angiolillo, lo hizo “en venganza por los tormentos aplicados a

los anarquistas presos en el castillo de Montjüich”. Y, en verdad, la represión gubernamental

hacia los anarquistas era por entonces brutal, verdadero terrorismo de Estado. Así, en 1891 se

promulgó la ley de represión de delitos anarquistas a raíz de los atentados, igualmente,

terroristas de los anarquistas en Barcelona cuyos dos casos más sonados fueron las bombas

del 7 de noviembre de 1893 en el Liceo, en venganza por la ejecución de Pallás; y la bomba del

7 de junio de 1896 durante una procesión por una calle de Barcelona.

Intervención de los Estados Unidos. EE.UU. no iba a desaprovechar la decadencia y el

aislamiento del Imperio español para tratar de apoderarse de sus últimas colonias en la región.

Con el relevo (turnista), tras la muerte de Cánovas, llegaron al Gobierno los liberales, que se

decidieron por un cambio de política, que esperaban habría de complacer a cubanos y

estadounidenses. Sagasta destituyó a Weyler por el general Ramón Blanco. Las pérdidas

humanas y económicas eran considerables. Por ello, el nuevo Gobierno, buscando el camino

de la paz, concedió la autonomía a Cuba y a Puerto Rico. Autonomía que los revolucionarios

cubanos rechazaron de inmediato. Cuando el 15 de febrero de 1898 estalló por azar – como
se deduce de la forma del boquete abierto hacia el exterior (implosión) de los restos

conservados del casco- el Maine (acorazado norteamericano anclado en la Bahía de La

Habana), la intervención armada yanqui estaba ya más que calculada. El 20 de abril el

Gobierno norteamericano envió su ultimátum al español, y, el 25, se declaró oficialmente la

guerra. El Senado norteamericano estaba a favor de la beligerancia y ejercer sobre Cuba una

tutela amplia: “América para los americanos” (Doctrina Monroe), que, en realidad, significa,

América para los norteamericanos. Se pensó con la intención de advertir a las potencias

europeas que EE.UU. no toleraría ninguna interferencia o intromisión de las potencias

europeas en América. Paralelamente, la respuesta de la opinión española estaba alentada por

un españolismo retórico, xenófobo y racista, que alimentó la guerra e impulsada por la prensa

y los políticos. Se ha dicho de la Guerra de Cuba que se trata de la primera guerra mediática de

la historia. Puede citarse, como ejemplo del tono encendido y pasional que entre la prensa

española cundió tras la explosión del Maine, lo que se decía en “El correo español”: “esta

nación de héroes y de mártires, de caballeros y de cristianos, es hoy como ayer la España de

las grandes conquistas y de las grandes revoluciones, la España de Lepanto y del Dos de Mayo.

En las mayores ciudades de la Península –lo mismo en Cuba o Puerto Rico- hubo motines y

protestas contra Estados Unidos, se quemaron banderas y dependencias públicas. Mientras

tanto, la ruptura entre España y Estados Unidos reactivó la sublevación de Filipinas.

Al mando de la flota española fondeaba en abril de 1898 en Cavite (Filipinas) estaba el

almirante Montojo, mientras que la flota americana del almirante George Dewey, similar en

número a la española, pero mucho más poderosa y moderna, recibió la orden de destruir los

barcos de Montojo. La escuadra española contaba con seis buques de madera, algunos de ellos

con las calderas averiadas y solamente uno blindado, que no pudieron hacer otra cosa que

permanecer inmóviles, frente a los siete barcos americanos con casco de acero que se les

enfrentaban. Al amanecer del primero de mayo, practicaron un verdadero tiro al blanco y

hundieron todos los barcos de Montojo. El desastre se completó con la rendición del arsenal y

la ciudad de Cavite.

5.3. En Santiago se salva el honor. Esto fue lo que hubo de pensar Cervera, que se enteró del

terrible final de la flota de Filipinas mientras navegaba hacia el Caribe. De hecho, pudo

alcanzar Santiago de Cuba –capital de la provincia de Oriente, donde más fuerte eran los

independentistas- sin tropezarse con los norteamericanos, que patrullaban el Atlántico. Sin
embargo, el 22 de junio los norteamericanos desembarcaron a 18.000 hombres en Daiquiri,

mientras las partidas cubanas hostilizaban a los españoles. El 3 de julio de 1898, Cervera,

obedeciendo, órdenes de Madrid, mandó a los buques españoles salir a mar abierto, en la

bahía de Santiago y, cuatro horas más tarde, estaban todos destruidos.

5.4. Fin de la guerra. Por el Tratado de París de 10 de diciembre 1898, terminó la Guerra

hispano-estadounidense. España renunciaba definitivamente a la soberanía sobre Cuba, y

cedía a EE.UU., las Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam en el Pacífico a cambio de 20

millones de dólares. La derrota supuso el fin del imperio español y marcó el principio del

poderío colonial de Estados Unidos.

6. Consecuencias del Desastre: Regeneracionismo: “España sin pulso” y el nacionalismo

periférico.

En realidad, las consecuencias del Desastre fueron varias. En primer lugar, la demográfica.

Entre 1895 y 1898, se contabilizan 120.000 muertes, la mayoría por enfermedades

contagiosas. En la mayoría de los casos se trató de familias pobres que no podían pagar las

2.000 pesetas que les excluían de las quintas, creándose un enorme malestar social.

Sin duda, la pérdida de las colonias supuso el final de unas relaciones mercantiles basadas en

la explotación de los privilegios que la metrópolis mantenía con las colonias, de forma que a

partir de ahora materias primas como el azúcar y el café deberían comprarse a precios

internacionales. Sin embargo, muchos son los autores que han matizado el carácter de las

consecuencias económicas de las pérdidas de las colonias. Estos afirman que si bien el gasto

de guerra fue elevado, el desastre colonial no lo fue en términos económicos ni a corto ni a

medio plazo. En tanto en cuanto, el mercado colonial no era una pieza imprescindible de la

estructura económica española. Es más conllevó la apertura y modernización de sus

instituciones y sistema financiero, gracias, entre otras causas, al retorno de capitales de las

colonias a la metrópoli, crece en consecuencia el sector asalariado de la industria.

Asimismo, se puso de manifiesto la incapacidad de los sucesivos gobiernos para solucionar el

conflicto. El Desastre del 98, afectó a los partidos turnistas, tanto al Partido Conservador,

como al Partido Liberal que tuvo que afrontar la derrota final. En ambos partidos se

sustituyeron sus grandes líderes, Canóvas es asesinado en 1897, Sagasta muere en 1902,

apareciendo otros nuevos, SILVELA y MAURA en el Partido Conservador, y MORET Y

CANALEJAS en el Partido Liberal.


Se produce, además:

a) el distanciamiento de las “clases medias” del sistema monárquico;

b) el auge de los movimientos sociales obreros (socialistas y anarquistas);

c) las alternativas de tipo nacionalista (PNV y Lliga Regionalista catalana);

d) el desprestigio del Ejército.

Pero, sobre todo, se produjo una crisis de percepción, simbólica-cultural: En primer lugar, tras

el Tratado de París, el sol de España sale cada mañana por las costas levantinas y se pone cada

tarde por los encinares de Extremadura y las rías gallegas. Se acabó el Imperio donde no se

ponía el sol, ni más ni menos. En segundo lugar, se planteó el problema de España como

nación: ¿qué es España? Son muchos los autores que señalan que la reflexión de España como

proyecto nacional es la consecuencia de mayor trascendencia del desastre colonial. Entre los

principales pensadores preocupados por esta cuestión se encuentran los llamados

Regeneracionistas con Costa “Oligarquía y caciquismo” y Silvela “España sin pulso” a la cabeza

y la llamada “Generación del 98”: Unamuno, Baroja, Maetzu… Autores, tanto unos como

otros, que plantean la necesidad de repensar España y regenerar sus problemas: su atraso

político y social, económico y cultural respecto a Europa, por medio de la limpieza electoral, la

reforma del sistema educativo, el desarrollo de obras públicas…

5. Conclusión. En relación al sistema político armado por Cánovas, podemos concluir que, en

verdad, era un sistema corrupto y autoritario. Por más que hoy haya políticos que lo

reivindiquen, nada más lejos de la democracia que el sistema canovista. A pesar de lo cual se le

debe el final de la intromisión militar por la vía del pronunciamiento como forma de cambiar el

gobierno de turno.

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