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Para seguir reflexionando y proponiendo en relación a la tarea de construir la paz como Iglesia
vamos a iniciar una reflexión acerca del PERDÓN.
Para construir la paz tenemos que pasar por una reflexión profunda acerca de una situación
muy humana, dolorosa, trabajosa pero que conduce al grandioso fruto de la paz. Nos referimos
al perdón y a la reconciliación.
Cuando hacemos daño o nos hacen daño, incluso cuando nos hacemos daño a nosotros mismos
vivimos una dinámica que puede llevarnos a crecer o bien a la destrucción de la persona, de la
familia y de una comunidad.
Cuanto dolor hay cuando una persona no perdona, no se perdona o no quiere aceptar el
perdón. Cuanto sufrimiento en comunidades enteras cuando no se consigue el diálogo y el
acuerdo reconciliador. Cuantas parejas y familias destrozadas por mal entendidos y ofensas que
bien podían solucionarse con un proceso de reconciliación. Cuanto sufrimiento en el interior de
una persona cuando no da el paso a pedir perdón encerrándose en el orgullo y el odio. Cuanto
dolor en aquel que no acepta perdonar a quien lo dañó para salir del rencor y la venganza.
Y sabemos que como cristianos el perdón es un valor y una labor que se aprender al reconocer
que nuestro Dios es un Padre que se distingue por ser misericordioso. Sabemos que camino
hacia la reconciliación no vamos solos. Que es Jesús con su Espíritu Santo el que nos asiste y
ayuda para llegar al perdón, si se lo sabemos pedir. La búsqueda del perdón nos debe exigir a
los creyentes a luchar siempre para mantenernos en el amor y la paz que vienen de Dios.
LA DINÁMICA DE LA OFENSA
Cuando alguien nos hace daño la reacción inmediata es ir contra quien nos lo hizo –“ si me la
hizo me la paga”, decimos- ; pero esta reacción lógica y natural tiene sus problemas.
Reaccionamos para lograr que el daño se termine. Pero si el daño es profundo y deja una herida
puede durar mucho tiempo.