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Entre los 12 y 14 años, algunas funciones ejecutivas como el control inhibitorio alcanzan su techo en el
desarrollo, pero otras como la flexibilidad cognitiva, la resolución de problemas y la memoria de
trabajo continúan evolucionando. Son capaces de ejercer un control cognitivo sobre su conducta y
aunque esto les permite la posibilidad de razonar y considerar las consecuencias de sus decisiones, aún
continúan tomando decisiones arriesgadas sin anticipar las consecuencias.
4. ETAPA DE 15 A 19 AÑOS
Durante esta etapa se consolidan las funciones de planificación y la resolución de problemas así como
la autorregulación, lográndose un mayor autocontrol de impulsos.
Entre los 14 y 18 años, se pone de manifiesto un mayor nivel de control afectivo por lo que los
adolescentes muestran ya la capacidad de evaluar las consecuencias de las decisiones. Durante esta etapa
aumentan las demandas de autonomía y autorregulación. Sin embargo, este período se caracterizará
por la alta prevalencia de conductas de riesgo, lo que podría relacionarse con el incompleto desarrollo
de las funciones ejecutivas, principalmente de aquellos factores que están relacionados con ciertos
aspectos del control emocional, la conducta moral y el desarrollo del juicio.
Algo que caracteriza a este período es la discrepancia entre la comprensión teórica que tienen de las
consecuencias potencialmente negativas de una conducta y, las opciones que los adolescentes
realizan en la vida real bajo situaciones emocionales como cuando, por ejemplo toman ciertas
decisiones contrarias a sus propios valores o deseos bajo la presión de sus iguales. Esto podría explicarse
por el hecho de que las estructuras relacionadas con las funciones ejecutivas puramente cognitivas, se
desarrollan de forma más temprana que las que están asociadas con la conducta reflexiva. De forma tal
que, la capacidad para ejercer el control cognitivo en un contexto emocional alto, puede quedar
obstaculizado por la información motivacional destacada, de manera que no valoren los riesgos y
consecuencias de una conducta si se les presenta una perspectiva de recompensa inmediata y alta.
Las consecuencias de un desorden o déficit de las funciones ejecutivas, también
denominado síndrome disejecutivo, son determinantes a cualquier edad y en cualquier ámbito de la
vida en el que sea necesaria la adecuación de conductas adaptadas. Los programas de intervención
centrados en el entrenamiento de estas funciones han demostrado ser eficientes para mejorar y
optimizar el éxito escolar y las destrezas socio-emocionales, además pueden conducir a cambios en
los circuitos cerebrales. Por lo tanto, la temprana detección de estos déficits y su consecuente
estimulación y promoción a través de programas de intervención y entrenamiento, puede ser un modo
de favorecer tanto el aprendizaje escolar reduciendo su fracaso, como de optimizar las relaciones
sociales mejoradas, entre otros factores, por el incremento de conductas reflexivas.