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EL DESARROLLO PERSONAL MEDIANTE LA PSICOTERAPIA

KAREN LICETH RIVERA HERNANDEZ

COD:20181169498

UNIVERSIDAD SURCOLOMBIANA

PSICOLOGIA

LA PLATA HUILA

2022
EL DESARROLLO PERSONAL MEDIANTE LA PSICOTERAPIA

Desarrollar una relación terapéutica requiere "humanidad" en el sentido de que estamos en


condiciones humanas, donde podemos ser tan sensible y vulnerable como cualquier otro
ser, pero también debemos existir y entender esto primero sobre nosotros mismo y luego
sobre los demás. Se necesita humanidad, atención, paciencia e intuición. Estos últimos se
entienden como momentos de claridad y conexión que llegan a la mente del terapeuta y le
permiten recrear sentimientos, percepciones, acciones (palabras, acciones, técnicas) que
pueden cambiar el entorno y la conexión entre el terapeuta y el cliente.

Durante mucho tiempo creíamos que el éxito de la terapia tenía ver con un profesional que
conociera tan bien la teoría que pudiera aplicarla casi que a la perfección y aunque esto es
un componente importante, se podría decir que no es lo único ni lo más valioso dentro de
un proceso terapéutico, sino que necesitamos la sensibilidad de reconocer nuestra
existencia, y salir al encuentro con el otro. La importancia del vínculo terapéutico, en
donde, en palabras de Viktor Frankl, la moral no debe ontologizarse sino existencializarse,
No podemos enseñar valores, debemos vivir valores, no podemos dar sentido a la vida de
los demás, lo que podemos brindarles en su camino por la vida es, más bien y únicamente
un ejemplo: el ejemplo de lo que somos, pues la respuesta al problema del sentido final, del
sufrimiento humano, de la vida humana no puede ser intelectual, sino existencial: no
contestamos con palabras, sino que toda nuestra existencia es nuestra respuesta. (Frankl,
V.E. 2002)

Aunque no siempre se está con todos los sentidos para el otro, el ser sensibles al tiempo que
invierten ambas partes, presencia, vulnerabilidad, voluntad y reconocimiento del otro como
humano es indispensable para en caso de dispersarse volver a conectar, poder apagar o
silenciar los propios ruidos, es una de las tareas más duras, y sin embargo se puede lograr,
cuando no se lucha contra esto, sino que se aparta, tratando de ubicar en la mente la
situación del otro, no sin antes haberse entrenado en la escucha, de modo que, si nos
obligamos a apagar nuestras propias voces, no hay escucha para sí y difícilmente para los
otros, el punto está en atender esta “distracción” o desconexión.
Para crear una relación terapéutica adecuada, el paciente y terapeuta deben mantener una
relación horizontal y caminar juntos hasta encontrar una verdadera comprensión de lo que
está sucediendo. Sin embargo, para que el terapeuta forme una alianza con su cliente según
los datos revelados, este tipo de relación debe ser conocida y practicada de manera
auténtica; junto al reconocimiento del valor humano.

Estos primero momentos de la entrevista inicial cuando se conoce por primera vez a los
pacientes, los describe el terapeuta como los momentos fundamentales para poder
identificar si en realidad se puede trabajar con ese paciente, es un momento crucial pues le
exigen, le moviliza, y hasta en algunos casos le hace huir al terapeuta que pueda sentirse
incapaz de involucrarse en la historia de vida de ese otro; y por parte del paciente puede
que pase lo mismo, tal vez percibe todas las inseguridades del terapeuta y se vuelve esa la
única cita para ambos, podría sentir que fue un encuentro que no dio frutos, por ello es
necesario formarnos y empoderarnos de los nuestros talentos y saberes.

Desde la psicoterapia existencial, De castro citando a romero presenta otras actitudes y


saberes que deben surgir en la relación terapéutica, los cuales son: Saber acoger que es la
invitación del terapeuta al cliente a ser él mismo; Saber escuchar es permitir que el cliente
fluya sin ser interrumpido, y que pueda expresarse mientras el terapeuta adopta una actitud
de receptividad; saber empatizar implica captar y comprender el movimiento afectivo del
paciente con el fin de comprender su lado más emocional y su propia perspectiva de sus
experiencias vitales; saber observar y estar atento envuelve la capacidad de estar a la mira
de todas las posibles formas expresivas del paciente; su comunicación verbal, actitudes,
formas de expresarse. En palabras de Romero, “tenemos que estar atentos a lo visible y a lo
invisible, a lo que se muestra disfrazándose y a lo que se disfraza para poder mostrarse”
(p.60).

Saber indagar se lleva al paciente a esclarecer y profundizar mucho más sobre las
experiencias que comparte en la terapia y así mismo, se convierte en una forma de
estimular mucho más la comunicación y cuestionar; saber orientar y estimular mostrar
nuevas perspectivas y opciones que permitan al paciente situarse mejor en su realidad y
experiencias vitales y saber ser objetivo es poner entre paréntesis la propia subjetividad
para lograr ver al paciente en su totalidad, con una actitud neutra, atenta y sin prejuicios.
“la relación terapéutica busca generar una base segura para los procesos de cambio a través
de las vivencias que se manifiestan en medio de los vínculos interpersonales” (Martínez &
colaboradores, 2015, p. 204). Antes de la primera consulta, los pacientes superan una gran
barrera de desconfianza y miedo, dejando la esperanza en el terapeuta de retener,
comprender y ayudar. Esta entrega es un privilegio único ya que la participación en la vida
de los pacientes enriquece la propia vida del terapeuta y nos llega a permitir la inclusión de
nuevas historias sobre uno mismo el propio paciente y otros pacientes que recursivamente
se benefician del aprendizaje a través de la práctica.

Sobre el trabajo del terapeuta, Stolorow y Atwood (2004) hacen hincapié en que no existe
el terapeuta neutral, sino aquel que interviene desde sus propios prejuicios y convicciones,
interactuando con los del paciente permanentemente. El terapeuta está entrenado para
investigar esta interacción. Si el paciente no concuerda con las acotaciones que hace el
profesional o no se considera entendido, entonces será objeto de un nuevo esfuerzo
empático por parte del terapeuta y no se definirá como fuerzas de resistencia del paciente.

Es importante saber que como terapeuta uno no puede dejar de pensar en la subjetividad,
sino que debe hacerlo al servicio de la comprensión de la subjetividad del paciente. Por
ello, es importante señalar que siempre hay material personal que no ha sido resuelto, el
terapeuta debe prestar especial atención a cómo organiza su mundo interior, su historia y su
contexto, para que estas dificultades se conviertan en recursos al servicio del proceso
terapéutico, y no de intervenciones iatrogénicas.

Es importante que el paciente se sienta libre de hablar de lo que le duele a su terapeuta, ya


sean actitudes, comentarios o gestos y nosotros como terapeutas debemos ser capaces de
ponernos en el lugar del paciente para crear una comprensión que dé sentido a las
percepciones del paciente y simpatice con su dolor, ara que el terapeuta brinde a su paciente
un espacio de transición óptimo en el que pueda desarrollarse una relación que permita el
juego, el crecimiento y la recuperación, también debe contar con el espacio necesario de
inclusión y apoyo para considerar sus debilidades, puntos ciegos y fracasos para llegar a
conocer unos a otros. El crecimiento personal y el desarrollo de la autoconciencia del
terapeuta son los principales pilares de su desarrollo profesional, que constituyen variables
relevantes para la formación de alianzas adecuadas.

La preparación y disposición para responder a los supuestos que se encuentran ocultos en


este trabajo no parecen ser suficientes frente al paciente, este se integra en la relación con el
terapeuta a partir del diálogo traído desde fuera de la sesión, y el terapeuta se encuentra con
la sesión a partir de sus propios diálogos previos. La asimetría entre paciente y terapeuta
radica principalmente aquí, el paciente es libre de ocupar el espacio con cualquier
contenido, y el terapeuta debe contactar inmediatamente con su historia y anexos, o la
sesión acabará en un círculo del que será difícil deshacerse más tarde.

Cuando los pacientes nos relatan experiencias de vida que les han hecho perder la fe en que
haya alguien que pueda contenerlos y ayudarlos genuinamente, el proceso de vinculación
con el terapeuta radica en cultivar la esperanza y en que el paciente exponga sus
sentimientos de abandono, que se reactivan en la relación con el terapeuta (Safren &
Muran, 2005).

Cuando estos sentimientos de falta de fe son muy intensos, es altamente probable que el
terapeuta también sienta desesperación y, entonces, una de nuestras tareas es verbalizarla,
de modo que el paciente también pueda reconocer, aceptar y compartir la propia. El
reconocer la participación valida la percepción del paciente respecto de sus afectos le
devuelve la confianza en sí mismo, desmitifica al terapeuta y, por lo tanto, reduce su
necesidad de auto protegerse, facilitando la exploración del aporte que hace en la
interacción con el terapeuta, "Así inicia el camino de vuelta del exilio para volver a ser
miembro de la comunidad humana, la respuesta compasiva y comprensiva del terapeuta
frente a la desesperación del paciente permite a este disponer de una experiencia en la que
es atendido y cuidado y, en su dolor, está vinculado a otra persona..." (Safrán & Muran,
2005, p. 115).

El paciente es un agente activo en la conformación de su momento presente y por ende de


sus síntomas e impulsos (De Castro Correa y García Chacón, 2011). Dicha intencionalidad
consta de tres dimensiones que varía según la experiencia de cada paciente. Estas
dimensiones son el deseo, la voluntad y la decisión y la responsabilidad, en cuanto a la
dimensión del deseo, incluye todos los deseos desde la infancia, como la protección, hasta
los más agresivos, como los celos, y esto no significa sólo prestarles atención, sino también
desearlos, experimentarlos como deseos propios. La voluntad es un complemento del deseo
porque está conscientemente integrada en él y una persona puede llevarla a la acción
autodirigida. Finalmente, la dimensión de decisión y responsabilidad explicada en principio
se refiere a que las personas deben tomar decisiones y responsabilizarse de sus elecciones
de vida (De Castro Correa y García Chacón, 2011). Este análisis de la experiencia del
terapeuta refleja cómo, a pesar de la experiencia, se siguen cometiendo errores habituales
relacionados con la personalidad del terapeuta, comprometerse con los cambios diarios y
buscar consejo terapéutico en los momentos que lo ameriten para el bienestar propio y de
los pacientes.

La idea de ubicar al paciente en un polo de autonomía absoluta respecto de su terapeuta,


como modo ideal de término del proceso, no sólo es poco realista sino también resulta poco
deseable. El terapeuta debe ser capaz de tolerar la dependencia del paciente sobre todo al
principio del tratamiento. Esta sería la única manera de fomentar la autonomía (Cirillo,
2010).

El equilibrio permanente entre autonomía y dependencia hace de las relaciones íntimas


espacios más fructíferos y duraderos. Lo que lleva a recordar que al terapeuta también le
cuesta separarse de sus pacientes; que también atraviesa por un duelo cada vez que esto
ocurre, por lo tanto, este vínculo residual podría constituir una forma de objeto transicional
para ambos.

REFERENCIAS

Gómez Salas, R. (2013). Relación psicoterapéutica. La comprensión de los afectos y su


importancia en el proceso psicoterapéutico. Autor: Emilio Romero.

De Castro, A., García, G., y Eljagh, S. (2012). Proceso experiencial: comprendiendo al ser
humano en primera persona. Psicología desde el Caribe, 29(2), 385-420. Recuperado de:
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=21324851007

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