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LAS RAÍCES DE LA CULTURA PARAGUAYA

LA CULTURA GUARANÍTICA

LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS.

Muy desigual era el nivel cultural de los pueblos indígenas del Nuevo Mundo cuando comenzó la
Conquista. En tres zonas se habían desarrollado altas culturas, verdaderas civilizaciones en el
concepto moderno del vocablo: 1) en el territorio hoy ocupado por las Repúblicas del Perú, Ecuador
y Bolivia; 2) en el territorio central y meridional del actual México; 3) en el territorio que ocupan
los Estados de Yucatán, Campeche, Tabasco y Chiapas, también de México, y en el de las
Repúblicas de Guatemala, Honduras y El Salvador, y en Honduras británica. Cuando aparecieron
los españoles, sólo subsistían, y en todo su esplendor, la primera y la segunda de esas civilizaciones:
la incaica y la azteca, últimas etapas de culturas más antiguas (las de Teotihuacán, totonaca, la
zapoteca y la mixteca, antes de la primera; las de Tiahuanaco, chimú y nazca, antes de la segunda),
de que incas y aztecas no fueron sino conquistadores. La tercera civilización, de los mayas y los
quichés, estaba en plena decadencia si no en ruina completa, conservando sólo sus espléndidos
monumentos y rica literatura.

Aquellas dos civilizaciones estaban muy adelantadas cuando irrumpió la civilización europea cuyos
portadores fueron descubridores, conquistadores, religiosos, exploradores, colonizadores,
educadores, comerciantes y cuantos durante los siglos XV y XVI se establecieron transitoria o
permanentemente en los territorios descubiertos. Los conquistadores encontraron que aztecas e
incas estaban organizados políticamente en imperios, tenían magníficas ciudades con monumentales
edificios, ejércitos poderosos, agricultura, comercio e industria, religiones dominantes, arte, ciencia,
escritura, técnica, metalurgia, enseñanza, calendarios, estadísticas, carreteras, acueductos, literatura.
Pero esos imperios se derrumbaron al empuje de las huestes de Cortés y Pizarro. La superioridad de
las armas europeas basadas en la pólvora que desconocían aztecas e incas, el rápido transporte en
caballos y carruajes de rueda, que tampoco conocían, la fogosidad española se impuso sin mayores
dificultades y en pocos años de aquellos famosos imperios sólo restaron las huellas arquitectónicas
incrustadas en los edificios religiosos y palacios levantados sobre sus ciclópeos muros o ruinas de
ciudades perdidas muchos años en la selva o en las heladas cumbres. Pero quedaron los estratos
humanos. No fueron exterminadas sistemáticamente como ocurrió con la penetración inglesa en la
América del Norte, sino que, por acción deliberada de los españoles, fueron incorporados a la nueva
civilización, principalmente por el canal de la conversión religiosa y en menor grado por el
mestizaje. Étnicamente vastos sectores se conservaron puros, sin mezcla. Mantuvieron muchos de
sus rasgos culturales y aún los impusieron a los españoles y sus descendientes. En el Perú el ayllu,
modo de organización de las comunidades y de la propiedad, nunca pudo ser extirpado del todo.

Fuera del dominio o influencia de estos dos grandes imperios precolombinos, la América
actualmente latina estaba poblada en el momento de la Conquista por una multitud inmensa de
familias indígenas, de un nivel cultural muy distinto, tan diverso e inferior como lo eran las
naciones llamadas bárbaras con respecto del Imperio Romano. No reconocían vasallaje a incas o
aztecas; no estaban organizados en estados políticos; carecían de ciudades; sus artes eran
rudimentarias, salvo excepciones; hablaban una heterogénea y numerosa cantidad de lenguas y
dialectos; poseían gran dominio de la fauna y de la flora; eran sedentarios o nómadas; tenían
creencias míticas y religiones embrionarias en algunos casos y sumamente avanzadas en otros; su
cultura material y espiritual estaba fuertemente influirla por el ámbito geográfico.

Entre esas culturas estaba la guaranítica, de gran influencia en la formación histórica de nuestra
nacionalidad, no porque fuera la única existente en el actual territorio del Paraguay, sino porque, en
vez de hacer guerra viva a los conquistadores, aceptaron su alianza, y por el camino de un vasto y
sistemático cruzamiento de sangres, o por su voluntaria conversión a la fe católica y reunión en
pueblos y reducciones, organizados por autoridades y vecinos de Asunción y a cargo de religiosos
franciscanos, mercedarios y jesuitas, se plegaron al nuevo orden de cosas. De la convivencia de las
dos culturas resultó la cultura paraguaya.

 LOS GUARANÍES

Las tierras situadas al oriente del río Paraguay donde los españoles erigieron en 1537 la Casa Fuerte
de Nuestra Señora de la Asunción transformada en Ciudad en 1541, eran el centro de los indios
carios, una de las principales parcialidades de la gran nación guaraní. No eran los únicos
guaraníes que habitaban el actual territorio paraguayo: al sur del río Tebicuary moraban los
paranaenses, y al norte del Jejuí los itatines; los guayraes se hallaban en el Alto Paraná, en la zona
tipificada por el Gran Salto del Guayrá. Estas tres grandes familias guaraníes se plegaron
sucesivamente al dominio español, pero n+o así numerosas otras que se refugiaron en bosques del
centro alejados de los dos grandes ríos que genéricamente fueron conocidas con el nombre de
cainguáes, muchas de las cuales (por ejemplo los guayakíes y los mbyhás) hasta nuestros días se
mantienen al margen de nuestra cultura o están sólo someramente aculturadas. Igualmente
permanecieron mucho tiempo insumisos los chiriguanos que habitaban las montañas de los confines
del Chaco, donde también se encuentran hasta hoy los guarayos, últimos restos de los antiguos
itatines.

Los guaraníes se hallaban extendidos por casi toda la América del Sud, desde los 5 grados de latitud
norte hasta los 35 de latitud sur, y desde los 35 hasta los 75 de longitud oeste, pero no en una forma
continua, sino a lo largo de las costas del mar y de los grandes ríos y en los prolongados valles que
servían también de rutas de comunicación. Las zonas intermedias eran habitadas por ges o arawaks
de culturas mucho más primitivas. Cada una de sus parcialidades se conocía con distinto nombre,
pero generalmente se distinguían dos grandes ramas principales: los tupíes que habitaban el actual
Brasil, en el litoral marítimo, y los guaraníes, moradores del actual Paraguay, aunque parece ser que
en uno y otro caso, tales denominaciones les eran asignadas por sus enemigos o por los extraños.
Modernamente son denominados por los antropólogos con el nombre común de tupí-guaraníes,
pues cuanto más se ahonda el estudio de sus características más significativamente aparece la
identidad de sus rasgos culturales esenciales. Del mismo modo, entre las otras distintas ramas de esa
gran familia hay sólo diferenciaciones en el grado de la evolución cultural, más o menos
pronunciadas, y tienen siempre de común la lengua, inteligible siempre, para los tupí-guaraníes de
la costa o del centro del continente, a pesar de las variaciones locales. Puede afirmarse que se
trataba de un verdadero imperio lingüístico, de gran importancia en la conquista, según veremos.

 ORGANIZACIÓN POLÍTICA.

A pesar de sus fuertes afinidades, los tupí-guaraníes no formaron un solo cuerpo político y tampoco
dentro de cada una de las grandes parcialidades existió una organización política común.
Particularizando con los carios, se puede afirmar que estaban constituidos por cierto número de
tribus unidas por vínculos de parentesco, amistad o defensa común, pero sin dependencia de una
sola. La unidad era la tava, compuesta de 50 a 100 familias, con vida independiente, economía
particular y gobierno propio, a cuyo frente estaba un cacique, o ruvichá, elegido por el consejo de
ancianos. Esta asamblea también se reunía en todas las ocasiones importantes y sus decisiones
debían ser acatadas por el cacique cuya autoridad política era muy tenue salvo en casos de guerra.
La historia ha recogido el nombre de los principales caciques carios al iniciarse la conquista:
Cascará en el actual centro urbano; Abambaré en Lambaré; Moquirasé en el Tapuá; Cupiratí en
Itacumbú; Mairarú en Pinosá y Timbú-aí en Ñuguasú.

Ocasionalmente se confederaban las tribus, sobre todo para la guerra contra otras tribus. Se elegía
entonces un jefe común, cuyo mando duraba cuanto requerían las circunstancias. Para la
designación de los caciques se tenía en cuenta no sólo la valentía sino también la elocuencia. Los
payés, hechiceros, raras veces adquirían el mando político por no ser hombres de guerra, por lo
general. Cuando aquellas calidades se reunían en el hijo mayor de un cacique difunto, caso común
porque sus padres les adiestraban en ellas desde niños, el cargo se volvía hereditario, si bien
contrastes militares o la pérdida de las dotes oratorias acarreaban la destitución por el consejo de
ancianos.

 ORGANIZACIÓN SOCIAL.

La familia era la base de la organización social y era patrilineal. Los canos, por lo general, eran
monógamos, aunque era obligado que los caciques tuvieran varias mujeres, por constituir ellas el
signo de amistad o de alianza con las otras tribus; cuanto mayor fuera el número de mujeres
provenientes de otras tavas, mayor era la seguridad de la propia tribu. La posibilidad de mantener
varias mujeres ampliaba el círculo de los polígamos. Además, era muestra de aprecio, tanto de parte
de los forasteros, como para éstos, intercambiarse mujeres. La mujer desempeñaba un papel político
de primer orden. Las largas migraciones estaban jalonadas por mujeres que quedaban en los puntos
de escala unidas a los caciques lugareños, como un modo de asegurar las espaldas o el regreso. Esta
costumbre contribuyó grandemente a la extensión de la cultura guaranítica en el continente.

La vida familiar era muy cuidada. Los grados de parentescos estaban bien definidos y tenidos en
cuenta. Más que el esposo o ména, era considerado el cuñado o tovayá, que se interesaba por los
sobrinos tanto como los propios padres. Los matrimonios eran tratados entre los padres cuando los
hijos eran pequeños. El hombre sólo recibía autorización para el casamiento después de haber
tomado parte en una guerra, o hecho un prisionero. La ceremonia nupcial se efectuaba al llegar la
mujer a la pubertad. A1 producirse ésta, rapaban la cabeza de la joven, le tatuaban el pecho, los
costados del cuerpo y el vientre, y una vez crecido el pelo y curadas las cicatrices, la entregaban al
esposo.

Las indias no consideraban injuria que su marido tomase otras mujeres. El parentesco se transmitía
sólo en línea paterna. En consecuencia, el indio no podía casarse con la hija del hermano, pero
podía hacerlo con la hija de la hermana. Practicaban la couvade (Es una palabra francesa de difícil
traducción cuyo significado en español está expresado en la frase que sigue.) El marido tomaba el
puesto de la parturienta en la hamaca donde recibía regalos y felicitaciones mientras la mujer hacía
un ayuno ritual que terminaba con grandes fiestas.

 VIVIENDAS.

Según la importancia de la tribu, la tava ocupaba de uno a siete grandes casas u ógas, de base
rectangular, de medidas no siempre iguales, las más pequeñas de aproximadamente 50 mts. de largo
y 5 mts. de ancho, y las más grandes de 150 por 15 mts. Eran construidas sobre horcones y
caballetes de madera, y las palmas que se utilizaban en el techo descendían hasta el suelo, haciendo
también de paredes. Las aberturas estaban en ambos extremos de la larga construcción. En cada una
de esas viviendas vivían de 30 a 50 familias en relativa promiscuidad, dividiéndose las familias por
estacas desde las cuales colgaban las hamacas y utensilios. Las viviendas daban sobre una plaza
cuadrangular, centro del movimiento cívico y ritual. En ellas se colocaban las hamacas, colgadas de
estacas, desde donde los ancianos deliberaban en los asuntos de la comunidad. Las tavas estaban
protegidas exteriormente por empalizadas.

 VIDA ECONÓMICA.

Además de cazadores, recolectores y pescadores eran agricultores. Practicaban el cultivo por el


método del «rozado». Ponían cuidado en la elección del lugar y del suelo para sus plantaciones.
Buscaban lugares fértiles, sobre todo a los pies de las colinas. Las plantas cultivadas eran
numerosas. Tenían 24 variedades diferentes de mandioca y cinco de maíz, que juntamente con el
maní, los porotos y los zapallos en diversas variedades, constituían la base de su alimentación.
Aprovechaban muchas frutas silvestres y también cultivaban bananas y ananaes, algodón para el
tejido y el tabaco para fines rituales. El fruto del pindó (palmera) y del mbocayá (coco), aunque no
cultivados, servían también para preparar alimentos.

Por todo instrumento agrícola, utilizaban estacas puntiagudas endurecidas a fuego. Conservaban sus
cosechas de maíz en sobrados. La mandioca era enterrada. Los animales de la fauna tropical eran
cazados por medio de arcos y flechas, cerbatanas, hondas, trampas y otros recursos. Utilizaban en
gran escala la miel y llegaron a domesticar a las abejas. Hacían vino fermentando la mandioca, el
maíz, el algarrobo, la piña, la miel, pero no eran aficionados a la bebida.

 VESTIMENTA.

Según Schmidel las mujeres y los hombres andaban completamente desnudos «como Dios el
Todopoderoso los ha creado». Sin embargo, algunas tribus usaban el chiripá o la baticola para
cubrir las partes sexuales. El typoi de las mujeres, una pieza rectangular, con abertura en el medio
por donde se introducía la cabeza, y que cubría el cuerpo de la mujer hasta las caderas, servía más
bien para facilitar el transporte de las criaturas. Los ornamentos de pluma tenían utilización ritual.
Usaban mantos, bonetes, brazaletes, collares y ligas, hechos de plumas de distintos colores. En
algunas tribus se untaban el cuerpo de resina y de miel para pegarse a él un fino y multicolor
plumaje.

La ornamentación era usada sobre todo para la guerra. «Era cosa muy de ver-recuerdan los
«Comentarios» de Alvar Núñez -la orden que llevaban y el aderezo de guerra, de muchas flechas,
muy emplumados con plumas de papagayos, y sus arcos pintados de muchas maneras, y con
instrumentos de guerra, que usan entre ellos, de atabales y trompetas y cornetas, y de otras formas».

 TÉCNICA.

La alfarería era un arte femenino. Fabricaban vasijas para las bebidas fermentadas y como urnas
funerarias. Había tres tipos de cerámica: a) pulida, desprovista de ornamentos; b) con decoración
unguicular; c) pintada. También el hilado era incumbencia femenina. Se tejía el algodón o las fibras
del caraguatá y güembé para la fabricación de hamacas, redes, typoi, fajas, etc. La cestería era más
importante, pues casi todas las vasijas para la conservación de alimentos y utensilios, se hacían con
lianas ysypó u hojas de caranday trenzadas. Era una técnica por lo general masculina.

 LA LENGUA.
Su principal patrimonio cultural era, sin disputa, la lengua. En 1839 escribió D'Orbigny: «Si los
hechos no probaran que la nación que la habla jamás ha estado reunida en cuerpo aunque ocupe
superficie inmensa, se creería que esta lengua ha sido el producto de las maduras reflexiones de una
civilización adelantada y de un espíritu de análisis verdaderamente extraordinario». Pero antes los
jesuitas habían hecho pública su admiración hacia el guaraní. Así, Ruiz de Montoya en 1639:
«Lengua tan copiosa y elegante que con razón puede competir con las de fama». Lozano en 1754:
«Esta lengua es sin controversia de las más copiosas y elegantes que reconoce el orbe». Chomé en
1736: «Nunca hubiera pensado que entre bárbaros existiese una lengua que en manera alguna es
inferior, a mi juicio, en armonía y nobleza a las que aprendí en otro tiempo en Europa». Peramás en
1793: «El guaraní nada tiene que envidiar al griego o al latín en artificio y elegancia».
Verdaderamente admirable es la estructura del idioma guaraní. Sirve para expresar cosas,
sentimientos e ideas, aún aquellos desconocidos en la cultura guaraní, y lo hace con claridad, lógica
y precisión. Sus vocablos son, por lo general, polisintéticos, y muestran una maravillosa
concatenación de conceptos, basada en una justa e invariable combinación de sonidos primordiales,
enteramente naturales y lógicos en su significado. Lengua aglutinante, las palabras se hallan
formadas de una raíz, que expresa la idea esencial, y en cuyo derredor se aglutinan los prefijos y
sufijos, que expresan las ideas accesorias. «Cada palabra es una definición exacta que explica la
naturaleza de la cosa que se quiere expresar y que da en ella una idea clara y distinta» (P. Chomé).
Para traducir literalmente una palabra se necesita una frase en los idiomas cultos. Es que cada
palabra es una metáfora comprimida al extremo; es una densa condensación de vocablos, lograda a
través de síncopas, aféresis y apócopes. Yvytú, viento, es aliento de la tierra; porá, hermosa, es
«semejante a la flor»; tesa y'i, pupila, es semilla de los ojos. También abundaban los vocablos
onomatopéyicos, que imitaban los sonidos de la naturaleza: sununú, trueno; chororó, cascada;
opepé, aleteo del ave; syryry, deslizamiento del arroyo; pororó, explosión; pirirí, chisporroteo, etc.

Las grandes recopilaciones lexicográficas, entre las cuales ocupan primer lugar las del Padre
Antonio Ruiz de Montoya, publicadas en 1639 y 1640, registran lo que era culturalmente la nación
guaraní en el momento de la Conquista. «Allí está, dice Domínguez, cuanto el hombre de la selva
amó y expresó en esta vida y en la otra, el mundo de sus conceptos, su ideación, etc.». Los
guaraníes no sólo estudiaban mucho su lengua materna, sino que celaban por su pureza, de manera
que se convirtieron en cierto modo en maestros de los jesuitas, y éstos de buen grado en sus dóciles
discípulos.

ELOCUENCIA.

Orgullosos de su lengua, la elocuencia era la cualidad que más valoraban los guaraníes, después de
la valentía. «Muchos se ennoblecen con la elocuencia dice el Padre Ruiz de Montoya- en el hablar
(tanto estiman su lengua, y con razón, porque es digna de alabanza y de celebrarse entre las de
fama); con ella agregan gente y vasallos, con que quedan ennoblecidos ellos y sus descendientes»
(«Conq. Esp.», cap. X). Sus asambleas políticas eran torneos de oratoria, en que se imponían
quienes mejor hablaban. Lo hacían paseándose de un extremo al otro de la plaza mientras los
ancianos escuchaban desde sus hamacas. El Padre Roque González de Santa Cruz transcribió el
discurso con que le recibió uno de los caciques cuya evangelización procuraba. El libro del Padre
Techo está lleno de piezas oratorias. Las dotes oratorias se aguzaban ante la proximidad de los
peligros y de la muerte. Pronunciaban discursos al entrar en batalla y si caían prisioneros lo hacían
antes de ser consumidos por los vencedores. Montaigne reproduce uno de ellos en sus «Ensayos»

 POESÍA.
«La majestad y fuerza de expresión de la lengua, sus elegancias de dicción sobre todo cuando
expresaba vehementes afectos del alma, ya sea en sus momentos de gozo y alegría, ya en los de
tristeza y dolor, como en la pública celebración de una victoria o en las solemnes honras funerarias»
(Padre Chomé), no sólo dieron un admirable instrumento para el cultivo de la elocuencia sino que
alimentaron la índole, naturalmente poética, de los guaraníes. El poeta, rapsoda, alcanzó una
categoría excepcional, comparable a la del guerrero y del payé. Cuenta Gabriel Soares que los
poetas gozaban de tal estima que se introducían entre sus enemigos, sin sufrir la menor ofensa. No
sólo había poetas, sino también poetisas y ambos cultivaban con esmero el arte de la improvisación.
Montaigne recogió dos muestras de la poesía guaraní. Una de ellas es el poema del prisionero que
antes de ser consumido por sus vencedores les apostrofa con jactancia:

Que atrevidamente vengan para arrancarme la vida;

Que se reúnan y les sirva de mi ágil cuerpo de comida.

Devorarán, no mi carne, no a mí, sino ciento y ciento

De sus ancestros que fueron mi bocado y alimento.

Estos músculos vibrantes, estas carnes y estas venas

Son los vuestros, pobres locos que causáis risa y penas.

No advertís que de vuestros muertos padres la sustancia

Aún a mis miembros presta una varonil prestancia?

Probad mis cálidos restos; saboreadlos sin susto

Y conoceréis, al fin, de vuestra carne el gusto (1).

(1) Es la traducción de Natalicio González Ideología guaraní», México, 1958, p. 20, de la chanson
faicte par un prisonnier: Qu'ils viennent hardiment trestouts, et s'assemblent por disner de luy; car
ils mangeront quant et quant leurs peces et leurs ayeulx qui ont servy d' al iment et de nourriture á
son torpe: ses muscles, dict il, cette chair et ces veines, ce son les vostres, pauvres fols que vous
etes; vous ne recognoissez pas que la sustance des membres de vos ancestres s' y tient encores;
savourez le bien, vous y trouverez le goust de vostre propre chair  ales

Además de esta canción guerrera, Montaigne tuvo noticia de otra amorosa, de la cual nos legó sólo
la primera copla o estribillo:

Detente culebra, culebra detente

A fin de que mi hermana copie

De tus hermosos colores el modelo


De un rico cordón que yo pueda

Ofrecer a mi amada.

Y que tu belleza sea siempre preferida

A la de todas las demás serpientes.

 Y Montaigne comenta: «Creo haber mantenido suficiente comercio con la poesía para juzgar que
ésta no sólo nada tiene de bárbara por su imaginación, sino que ella es completamente
anacreóntica». («Les Essais, L. I, Chap. XXX). Según el autor de «Los Ensayos» el idioma guaraní
es dulce y de sonido agradable y las palabras terminaban de un modo semejante a las de la lengua
griega.

De otra índole son los grandes poemas religiosos, que refieren los mitos de la creación del universo,
el diluvio, y el juicio foral. Algunos de ellos fueron recogidos por el sabio Curt Nimuendaju, entre
los apapokuva descendientes de una ola migratoria de los antiguos guaraní. El génesis comienza así:

El Abuelo viene envuelto en tinieblas para no ser conocido.

Los murciélagos primitivos se apiñan en las tinieblas.

Un Sol lleva el Abuelo sobre el pecho.

Trae la primigenia madera en cruz;

La coloca hacia el naciente;

 La pisa y comienza la tierra.

Los poemas mitológicos eran generalmente de creación espontánea de los rapsodas, que
improvisaban variaciones sobre los elementos esenciales de la cosmogonía guaraní. En nuestros
días, el antropólogo León Cadogan ha descubierto que si bien en gran parte eran creados por el
poeta a medida que los recitaba, no ocurría lo mismo con lo que los iniciados expresaban en el
lenguaje esotérico, con vocabulario que ni siquiera pudo ser recogido por Ruiz de Montoya.

MÚSICA Y DANZA.

La poesía estaba muy unida a la música y la danza. Se preciaban de grandes músicos. Cantaban
coplas, como la que Montaigne reprodujo, con sus correspondientes estribillos. El guía decía la
canción, y los demás respondían con el estribillo, cantando y bailando simultáneamente en ruedo.
Las mujeres bailaban juntamente con los hombres, haciendo con los brazos y cuerpos grandes
mímicas y gestos, principalmente cuando bailaban solas. Guardaban entre sí diferencias de voces, y
de ordinario las mujeres llevaban las de tiples, contraltos y tenores. Acompañaban sus cantos con
diversos instrumentos. Usaban trompetas de madera agujereada, o de cuernos. Sus flautas eran de
bambú, o de hueso, por lo general tibias y húmeros de los enemigos consumidos en la antropofagia
ritual. También usaban bocinas, cornetas, atabales, tambores y cascabeles. Las maracas
desempeñaban papel importante en las danzas rituales. Los movimientos eran dirigidos par el
bastón de ritmo. Dice Lery (1556) que el canto de los guaraníes «tiene una tal melodía, que si se
piensa que ellos no conocen el arte (europeo) de la música, los que no los hayan oído, jamás podrán
creer que se acordasen tan bien. Si al comienzo tuve cierto miedo, después sentí tanto gozo, no sólo
oyendo los acordes bien medidos de la multitud, sino sobre todo por la cadencia del estribillo de la
balada, cuando a cada copla todos prolongan sus voces. Quedé tan embargado, y todas las veces que
recuerdo de aquel canto, se me estremece el corazón, y me parece como si lo tuviese aún en mis
oídos». Las danzas tenían una importancia primordial en los ritos relacionados con la guerra y con
las marchas hacia la Tierra Sin Mal Generalmente cercaban el recinto donde bailaban (el tokay).

ARTES.

Poco es lo que se conoce de su arte material por lo perecedero de las materias que usaban: madera,
plumas y arcilla. Daban nombres a los distintos metales pero los conocían sólo a través de sus
contactos con las naciones metalúrgicas, como los incas, y no los sabían trabajar. En enterratorios
guaraníes del Paraná fueron descubiertos ornamentos auriculares, placas, hachas, patenas,
prendedores de oro y plata, incuestionablemente de origen andino. El mismo origen tenían,
probablemente, las planchas de cobre con que se cubrían el pecho para ir a la guerra según la
relación de Alvar Núñez. La alfarería era decorada mediante incisiones de la uña, presiones de las
yemas de los dedos o con espátulas de madera, siguiendo líneas simples. Algunas vasijas llevaban
dibujos geométricos, con pinturas negras o rojas sobre fondo blanco, donde se nota la influencia
incaica. En el teñido del plumaje, de los arcos y de las flechas, se manifestaba un rico sentimiento
pictórico. Extraían los tintes de vegetales y animales y con ellos también se pintaban el cuerpo para
las ceremonias rituales y para la guerra. Por razones religiosas no esculpían la piedra aunque no
ignoraron ese arte como lo demuestran los numerosos petroglifos que subsisten en los cerros de
Villarrica, en Ypir, en arroyo Tagatipá (Concepción), etc. Como después habrían de descubrir los
misioneros tenían gran aptitud para la imitación. Aunque no creaban arte propio fueron eximios
copiadores de pinturas, esculturas, escrituras, así como de implementos mecánicos o artesanales.

 CIENCIAS.

Carecían de numerales propios para más allá del cuatro y con la ayuda de la mano sabían contar
grandes cantidades. Sus conocimientos astronómicos eran rudimentarios; se servían de las Cabrillas
para regular las sementeras. Sobresalieron en botánica y zoología. Grandes clasificadores, sabían
dar nombres y distinguir las distintas especies de plantas y animales. Sacaban gran provecho de los
vegetales medicinales. Extraordinarios observadores, llegaron a utilizar el moho de las rocas de los
arroyos para curar infecciones (Anticipo del penicilium). No está demostrado que tuvieran algún
tipo de escritura o de trasmisión gráfica del pensamiento.

 GUERRA.

Su nombre les viene de su calidad guerrera. Ponían la hazaña bélica entre los más altos valores
humanos. Los canos mantenían guerra casi perpetua con los guaycurúes del Chaco. Además en sus
largas migraciones peleaban hasta exterminar a las tribus hostiles que encontraban al paso y que no
aceptaban su amistad. Llegaron a amenazar al imperio incaico que debió acordonar sus fronteras
para impedir nuevas invasiones guaraníes. Los últimos invasores se aposentaron en los
contrafuertes andinos y allí se conservaron indómitos e insumisos durante toda la época colonial.
Fueron los famosos chiriguanos. No fueron menos bravos los canos que encontraron los primeros
españoles. En su tosco lenguaje Schmidl dijo que «son un pueblo así que cuantos ven o encuentran
frente a ellos en la guerra deben morir todos; no tienen compasión con ningún ser humano».
Quienes caían prisioneros, hombres o mujeres, no salvaban su vida. Bien cuidados y mejor
alimentados, se los llenaba de agasajos, para luego descuartizarlos y consumir sus restos en medio
de grandes fiestas y danzas en que participaba toda la tribu, incluso los niños. La antropofagia era
ritual. Tenía por objeto la adquisición de las cualidades heroicas del vencido, el cual tenía a honra
mantener el ánimo hasta el último momento, lanzando tremendas imprecaciones y ufanándose de
sus glorias guerreras, así como también de haber consumido antes los restos de los parientes de sus
victimarios.

 LA SALUTACIÓN LACRIMOSA.

Así como la antropofagia ritual, la salutación lacrimosa constituía uno de los rasgos característicos
de la cultura tupí-guaraní en toda la América. La llegada de los forasteros y ausentes era recibida
con grandes llantos, recordándose mutuamente los fallecidos en los últimos tiempos y expresando
con lágrimas la alegría que les producía el encuentro.

 LA HOSPITALIDAD.

Otra característica de los guaraníes era la hospitalidad con los forasteros que venían en paz.
Después de la salutación lacrimosa se desvivían por atender al recién llegado, proporcionándole
vivienda, hamaca, comida y bebida abundante. Según el Padre Lozano entre las muestras más finas
de la hospitalidad estaba el ofrecimiento de una de las hijas para el lecho del viajero. Rehusarlo era
grosera descortesía.

 RELIGIÓN.

Solamente en nuestros días se ha penetrado en el fondo religioso de los antiguos guaraníes. Éstos lo
ocultaron celosamente a conquistadores, colonizadores y en menor escala a misioneros. Los
franciscanos y jesuitas aprovecharon algunos de los elementos que descubrieron para su labor
evangélica, pero en sus escritos no reconstruyeron la vida religiosa de los guaraníes, donde sólo
vieron supersticiones. Indudablemente que vivían los primitivos guaraníes en un mundo mágico, en
que resaltaba a cada momento lo sobrenatural o la presencia de maleficios o sortilegios. Los
hechiceros o «payés» desempeñaban una importante misión para acentuar el ambiente mágico, sin
lograr, con todo, monopolizar el conocimiento religioso. El animismo y el «shamanismo» no fueron
sino aspectos de la religiosidad de la nación guaraní. Los numerosos mitos también lo eran pero no
constituían la religión. La verdad es que tenían profundas nociones de orden religioso, sumamente
espiritualizadas. «En la superficie de la tierra-dice el antropólogo Egon Schadenno hay por cierto,
pueblo o tribu a que mejor se aplique que al Guaraní la palabra evangélica: «Mi reino no es de este
mundo». Toda la vida mental del Guaraní converge para el más Allá. Deseos de prosperidad
económica, ambiciones políticas o cualesquiera otras aspiraciones terrenas poco significan para él y
no le preocupan. Su ideal de cultura es de otro orden: es la vivencia mística de la divinidad, que no
depende de las cualidades éticas del individuo, sino de las disposiciones espirituales para oír la voz
de la revelación». Tenían noción de un ser supremo, sin comienzo ni fin, creador del cielo, la tierra
los pájaros y los animales, pero no era el Tupán adoptado por los misioneros para significar el Dios
cristiano y que sólo representaba al trueno y al rayo. Aquel ser supremo era creador de todo lo
existente, no tenía lugar, forma ni tampoco nombre. Los guaraníes, en consecuencia, no adoraban
ídolos, ni tenían templos. Tampoco había casta sacerdotal. La vivencia de la divinidad era personal
y no obedecía a formas dogmáticas.

 LA COSMOGONÍA Y LA MITOLOGÍA.

Aunque estrechamente unidas a la religión, la cosmogonía o interpretación del universo y la


Mitología o interpretación de la Naturaleza y la Humanidad, eran independientes de ella en la
mentalidad religiosa del guaraní. Sus creencias sobre el origen y fin del universo, sobre la aparición
del hombre, la creación del fuego y del lenguaje, la implantación de la agricultura, se traducían en
ricas mitologías y cosmogonías en que la ciencia europea ha visto dioses grandes y pequeños, que
en realidad no eran sino genios o espíritus que explicaban o manejaban cada uno de los misterios y
fuerzas de la naturaleza y la humanidad. Dada la gran imaginación del guaraní, sobre un fondo
mítico común hubo una gran diversidad de concepciones, que variaban de nación en nación y de
tiempo en tiempo. Esa cosmogonía y esa mitología tenía un doble fondo: uno reservado a los
iniciados, misterioso, oculto, y que se transmitía con vocabulario ininteligible para el vulgo; otro de
espontánea creación de los rapsodas o payés, que era público y variable, así como era inalterable el
primero. El antropólogo León Cadogan hizo en nuestros días importantes descubrimientos entre los
mbyás, sobrevivientes lineales de los antiguos guaraníes del territorio guaraní, captando los
capítulos secretos del gran drama de la creación, el Ñeeng Porä Tenondé: la aparición del Ser
Supremo, el Mainó i Reky Ypy Kué; la creación de la primera tierra, el Yvy Tenondé; la creación
del lenguaje, el Ayvú Rapytá; y el diluvia, el Yvy Ru'ú. No se puede asegurar que esta Cosmogonía
fuera exactamente igual a la que imperaba en el siglo XVI. El sabio alemán Curt Nimuendajú
también descubrió entre los apapocuvas leyendas sobre la creación del mundo y el diluvio, con
importantes variantes, si bien con algunos elementos comunes, y tampoco puede decirse que
reflejan fiélmente lo que era la religión y la cosmogonía entre los carios en el momento histórico de
la Conquista. Como los cronistas laicos y religiosos no dejaron ninguna descripción del fondo
religioso de los carios y teniendo en cuenta la identidad cultural del mundo guaraní, sirven para
reconstruir su cosmogonía y mitología las descripciones que viajeros y misioneros: Thevet, Cardim,
d'Yves d'Evreux, d'Abbeville, Vaas de Caminha y Nieuhofs hicieron durante el siglo XVI de los
tupinambas de las costas del Brasil, y las Cartas Anuas de los guarayos o itatines en la misma
época. Haremos una breve mención de los principales personajes mitológicos.

 CREADORES Y CIVILIZADORES.

Había una profusa serie de dioses creadores y civilizadores; esa diversidad era aparente. En el fondo
eran una sola divinidad, que bajo diferentes formas y genealogías crearon y transformaron todo lo
existente. El primero de todos era Moñán (moña engendrar, criar, crear), ser sin fin ni comienzo,
que después de crear el cielo, la tierra; los pájaros y los animales, creó al hombre, y que también fue
el destructor de la primera humanidad en expiación de sus faltas, después del cual nacieron los
mares por las llamas y un diluvio universal. Moña salvó a Yry-magé de la destrucción universal, y
de él desciende Maire-Moñá, el transformador y civilizador que enseñó a los hombres a distinguir
las plantas buenas de las venenosas, la organización y el arte de gobierno, y que también podía
cambiarlos en bestias o en objetos. Los hombres olvidando sus beneficios no le perdonaron estas
metamorfosis y decidieron darle muerte, arrojándole a una hoguera. Inmediatamente ascendió al
cielo, convertido en una estrella. Puede volver a destruir' el universo como lo creó Moñán. Todas
estas divinidades mayores tenían un nombre común: Tamoi, o el gran abuelo común.

MAIRE-ATÁ, también de la familia de Moñán, es el gran caminador. Mairé Pochy, personifica al


sol. Pero el auténtico civilizador, de características muy peculiares, es Sumé o Paí Sumé, hombre
blanco y barbado, venido del otro lado del mar, que enseñó el cultivo y uso de la mandioca y que
prometió su regreso con otros compañeros: De Paí Sumé adquirieron la costumbre de la tonsura y
conservaban rastros de sus huellas sobre la piedra;-como en el cerro de Santo Tomé de Paraguarí.
Paí Sumé fue de gran utilidad para los misioneros religiosos - que vieron en él la presencia de Santo
Tomás en América, leyenda muy generalizada en todo el continente. Mayor importancia tuvo la otra
forma de - Moñán, la de Tupán, el dios del trueno y del rayo, con que se manifestaba en toda su
grandeza y esplendor el poder de la divinidad, y que fácil les fue a los misioneros transformar en el
Dios cristiano.

Madre de Tupán y muy allegado a ella es Ñandecy. En busca de ella, que vivía en el este, Tupán se
desplazaba rápidamente desde el Oeste. Cada uno dé sus rápidos viajes provocaba la tormenta, los
truenos y los rayos.

En la genealogía de los dioses creadores y civilizadores, ocupan un lugar importante los gemelos
Aricouté y Tamandaré, los únicos que se salvaron del diluvio universal, con la misión de continuar
la obra de aquellos y ayudar a la nueva humanidad. Los gemelos luchan contra los Aña; o espíritus
del mal.

LOS ESPÍRITUS: Los guaraníes se sentían rodeados por una multitud de espíritus a los cuales
temían. Erraban, principalmente durante la noche por el bosque, en los lugares obscuros y casi
siempre tenían una fisonomía siniestra.

Los espíritus de los muertos habitaban de preferencia la vecindad de las tumbas. Su actividad era
frecuentemente hostil al hombre: causaban enfermedades, impedían las lluvias, provocaban las
derrotas en la guerra y hasta se apoderaban directamente de los individuos. Aparecían a veces bajo
las apariencias de pájaros, pero casi todos eran inmateriales. Eran los angas.

 LOS GENIOS DEL BOSQUE.

Aparte de los espíritus propiamente dichos, de carácter impersonal y muy numeroso, los guaraníes
creían poblado el bosque de genios o demonios con formas propias y a los cuales también temían.
El más temible de todos era el Yuruparí o Añá, que bajo la apariencia de bestias feroces, atacaba a
los vivientes y devoraba los cadáveres en las tumbas si no se le colocaban las ofrendas de víveres.
Estaba luego Kurupí, enano feo y peludo de fuerza hercúlea, con un enorme falo enroscado a la
cintura que usaba como lazo para atrapar a las doncellas, protector del bosque y genio de la
fecundidad. Figura Jacy Yateré, niño rubio que vagaba en el bosque durante la siesta y atrayendo
con su silbido se apoderaba de sus víctimas, especialmente niños, con su bastón mágico de oro, para
enloquecerlos. Pombero, no menos siniestro, era generalmente negro, obeso, de manos peludas,
nocturno, mujeriego, espantaba a los animales, se introducía en las casas abandonadas. Los Poras
eran lo que existe en las cosas y tomaban las formas de la naturaleza; el kaapora, habitaba en el
bosque; el ypora, en las aguas; el yvypora, en la tierra, etc. Eran los menos corporizados de los
genios, pero los más generales; se manifestaban mediante ruidos, sombras, luces, gemidos, aullidos,
etc. El indio vivía bajo el constante temor de ser atrapado por la acción de estos demonios. Huía de
ellos y procuraba neutralizar sus hechizos mediante la ayuda del payé, pero éste también podía
conjurarlos, aliarse con ellos y utilizarlos contra los hombres. De aquí que este pueblo tan valiente
para la guerra vivía obsesionado por dos temores enormes: el de los demonios y el del payé.

 EL PAYÉ.

El payé no era el intérprete de la religión sino el poseedor de poderes sobre los espíritus capaces de
ser ejercidos sobre los miembros de la tribu o sobre el curso de las cosas. Generalmente eran
ancianos y algunas veces mujeres. Carecían de poder político pero ejercían una verdadera tiranía. Se
los temía, se los respetaba y aún se les tenía pánico. Se los consultaba antes de las guerras y se
solicitaba su intervención cuando sobrevenían calamidades. Curaban las enfermedades y los
maleficios, interpretaban los «agüeros», procuraban sortilegios, adivinaban el porvenir. Se les creía
capaces de obrar sobre los fenómenos naturales, de hacer caer la lluvia, de provocar enfermedades,
de enviar la muerte, de crear alimentos y aún de resucitar a los muertos. Sus poderes venían de su
trato con los espíritus. Su instrumento era la maraca, calabaza pintada, ensartada con una flecha y
adornada con plumas, que contenía semillas de ygá, cuyo sonido al ser agitada la maraca era la voz
de los espíritus que sólo los payés sabían interpretar. Para entrar en trance se aislaban en una choza
redonda, donde permanecían varios días, hasta que hablaban los espíritus. Los enfermos eran
impregnados de fuerza mágica mediante el humo del petyn aspirado por el payés en largos canutos.
De igual modo transmitían sus poderes a sus discípulos soplándoles el mismo humo. Los payés
recibían las confesiones de los pecados de las mujeres, que eran públicas. También procedían a
purificaciones colectivas por aspersión o abluciones con agua. Cuando un payé se volvía famoso, se
le veneraba póstumamente. Sus restos eran guardados en tumbas o cabañas especiales, en lugares
aislados, dentro de suntuosas hamacas adornadas de plumas, hasta donde iban peregrinantes a
consultarle con presentes de frutos de la tierra. Algunos payés afirmaban que eran dioses
omnipotentes, creadores del cielo y de la tierra, que hacían caer la lluvia o provocaban las sequías y
volvían estéril la tierra. Aseguraban que el universo estaba sometido a su poder que podían
destruirlo y crearlo de nuevo. Tal el famoso Guyrá-Verá del Guayrá, recordado por Montoya.

 LA TIERRA SIN MAL

En ocasiones los payés provocaban grandes movimientos colectivos, de traslación en masa hacia
tierras distantes. Cuando se producían fenómenos naturales insólitos, como un eclipse total del sol,
un tornado, una inundación, o cuando una peste asolaba a la región, los payés persuadían a los
indios que el fin del mundo se aproximaba y les exhortaban a buscar refugio en el Yvy Maráe y, o
Tierra Sin Mal, donde estarían al abrigo de todo cataclismo. Allí la muerte era desconocida, no
había necesidad de cultivar la tierra, porque había frutas abundantes y todo se producía sin
necesidad de siembras, la caza abundaba, las mujeres rejuvenecían, los hombres recobraban su
vigor. Durante meses los indios se entregaban a danzas rituales hasta que el payé decía que su
maraca le había señalado el rumbo. Se iniciaba entonces la marcha bajo la dirección de los payés,
que se esforzaban en ganar a su causa a los habitantes de las aldeas que cruzaban. La agitación
religiosa se extendía a vastas regiones y en las etapas de la marcha la multitud entraba como en
éxtasis, alimentada por los payés, mediante la constante repetición de las danzas rituales y hechos
milagrosos. Cuando su prestigio era grande, los payés eran transportados en andas, y durante el
trayecto ayunaban o decían que se alimentaban de viandas celestes. La Tierra Sin Mal era también
llamada Mbaé Verá Guazú, o Cosa Resplandeciente, que algunos confundían con el mar cuando las
migraciones se efectuaban hacia el oriente, o con alguna ciudad de muros de oro, cuando
marchaban hacia el occidente, reminiscencia del Cuzco, la ciudad de los incas. Este afán mesiánico
de los guaraníes fue uno de los motivos principales de la gran expansión de su área cultural en el
continente sudamericano.

 
LA AMALGAMA HISPANO-GUARANÍ

LA POLÍTICA DE LA CORONA ANTE LOS INDÍGENAS.

Cuando comenzó la Conquista del Paraguay, se hallaba en su apogeo una controversia sobre los
procedimientos que España debía seguir para la cristianización de la América a que la Corona se
había obligado por las bulas papales de Alejandro VI y Julio II.

La opinión se dividió acerca de la naturaleza de los indios, especialmente su capacidad para vivir
como los españoles y recibir la fe cristiana. De un lado, el padre Bartolomé de las Casas
consideraba a los indios sin maldades ni dobleces, sumisos, pacientes, pacíficos y virtuosos.
Solamente necesitaban conocer al verdadero Dios para convertirse en los hombres más felices del
mundo. No por las armas, ni por tipo alguno de coerción, sino por la palabra y el ejemplo, los indios
debían ser atraídos a la religión y a la civilización.

La opinión contraria, representada en primer lugar por el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo;
juzgaba a los indios, vagos y viciosos, embusteros y holgazanes, idólatras y sensuales. Se
preguntaba: «¿Qué puede esperarse de una gente cuyos cráneos son tan grosos y duros que los
españoles tienen que tener cuidado en la lucha de golpearlos en la cabeza para que sus espadas no se
emboten?» Si no bestias carentes de alma y sin posibilidades de redención, eran pueblos inferiores
naturalmente destinados por Dios a ser esclavos de los pueblos superiores, según la doctrina de
Aristóteles.

Como una transacción entre ambas tendencias extremas, surgió la institución de las encomiendas
que regularizó la relación entre conquistadores e indios y al mismo tiempo reflejó el deseo de
cumplir la obligación de la Corona de convertir a éstas últimos. Se «encomendaba» indios a los
españoles con el derecho de exigir tributo o trabajo personal. En compensación, los encomenderos
estaban obligados a proporcionar instrucción religiosa a los indios que estaban a su servicio.

Cuando Colón dio las primeras encomiendas en 1499, la Reina Isabel hizo su famosa pregunta:
«¿Con qué autoridad dispone el almirante de mis vasallos?» Pero al dictarse en 1512 las Leyes de
Burgos, el primer código de legislación indiana, quedó consagrada la institución de la encomienda
en la forma estatuida por los conquistadores, aunque con estrictas obligaciones para los
encomenderos, no sólo sobre la instrucción religiosa, sino también para la elevación del nivel de
vida de los indios, y su amparo contra cualquier clase de explotación.

Las Leyes de Burgos no acallaron la polémica, pues continuaron los abusos de los encomenderos.
El dominico Matías de Paz, catedrático de Salamanca, a pedido de la Corona escribió un tratado
impugnando el modo despótico con que eran tratados los indios y probando que debían ser
gobernados «como personas y gentes libres». Llegó a discutirse el derecho que España tenía para la
conquista de América y a afirmarse que sólo era justo ese título si los indios se negaban a abrazar la
fe católica. Surgió entonces el extraordinario documento conocido con el nombre de
«Requerimiento», que debía ser leído ante los indios antes de emprender cualquier empresa de
sojuzgamiento. Si los indios no aceptaban la invitación para someterse pacíficamente a la religión
debían ser atacados a sangre y fuego, y esclavizados los sobrevivientes.

Fray Bartolomé de las Casas se convirtió en el apóstol de los indios. Clamó contra la institución de
las encomiendas, que, a su juicio, invalidaba el justo título del rey de España a las Indias, y lo
estigmatizaba como tirano en vez de convertirlo en un verdadero señor, pues el señorío verdadero
requiere que los indios se sometan espontáneamente al dominio de España, y que el rey emplee la
jurisdicción que sobre ellos le confirió el Papa, con el exclusivo objeto de beneficiarlos.

Carlos V escuchó la opinión de las Casas y en 1542 promulgó las Leyes Nuevas que revocaron o
limitaron los derechos de los españoles a obtener servicio y tributo de los indios, a quienes se puso
bajo amparo de la Corona, representada por funcionarios reales a sueldo, en compañía de otros
indígenas, conocidos como «los indios de la Corona». Esta medida radical que equivalía a la
supresión de las encomiendas produjo graves alteraciones en México y el Perú. Las Leyes Nuevas
tuvieron vigencia por escaso tiempo. Las encomiendas quedaron restablecidas, si bien fueron
subrayadas las obligaciones de los encomenderos de instruir a los indios en la Religión Católica y
de convertirlos a la vida civilizada.

Las Casas no cejó en su empeño en que fue acompañado por las más altas cabezas del pensamiento
español, todos ellos hombres de Iglesia como el famoso fray Francisco de Vitoria que escribió
diversos tratados encaminados a demostrar la igualdad entre españoles e indios, el ningún derecho
de esclavizar a éstos últimos, y su aptitud para la vida civilizada.

Las circunstancias en que se desarrollaron la conquista y la colonización en el Paraguay hicieron


que todas estas controversias no tuvieran razón de ser, pues desde los primeros años primaron
conceptos favorables a la total igualdad de españoles con indígenas.

CONQUISTADORES E INDÍGENAS EN EL PARAGUAY.

Cuando los españoles aparecieron en el Paraguay advirtieron que no era necesaria la imposición de
la encomienda para regular sus relaciones con los guaraníes. Aunque éstos los recibieron, en un
principio, con viva guerra, luego sellaron la paz, primero con Ayolas y luego con bala,
entregándoles sus hijas doncellas en señal de alianza, conforme a su antigua costumbre.

Pronto Asunción, fundada en 1537, se convirtió en un nuevo «Paraíso de Mahoma», según la


denominaron los propios conquistadores. El Padre González Paniagua en su carta al Rey de 1545
informó que en el Paraguay habían sido superadas las costumbres del Islam. «Mahoma y su Corán -
decía- no permitían más de siete mujeres, y acá tienen algunos hasta setenta. El cristiano que está
contento con cuatro indias es porque no puede haber diez y seis».

Los guaraníes se enorgullecían de su parentesco con los españoles, que les confería superioridad
sobre sus enemigos del Chaco, y venían a servir a sus «tovayás» (cuñados) en las chacras y en todos
los menesteres sin necesidad de ser encomendados. Cuando llegó Alvar Núñez Cabeza de Vaca
trayendo consigo las Leyes Nuevas de 1542 no tuvo cómo aplicarlas pues no existían encomiendas,
pero persiguió por todos los medios la costumbre de la poligamia, lo cual fue uno de los motivos
principales de su violenta deposición en 1544.

No fue sino en las postrimerías de su gobierno que bala, mal de su grado y por la presión de nuevos
conquistadores, implantó el sistema de las encomiendas, pero mucho se cuidó de incluir en los
repartos a los antiguos aliados canos. Estos conservaron su igualdad y cada día se allegaron más
estrechamente a la obra de la Conquista, participando como soldados en las expediciones en busca
de la Sierra de la Plata.

Los caciques principales eran tenidos en cuenta para todos los actos. Su opinión fue requerida hasta
para la fundación de la ciudad de Asunción. Muchos de ellos adoptaron nombres de conquistadores
y fueron, mientras vivieron, colaboradores leales de los españoles. Por su parte, los españoles no
ocultaban su parentesco con los bravos guaraníes. Escandalizado escribía el Padre Gonzalez
Paniagua que no los llamaban «hermanos o padres de mis criadas o mozas, sino «hermanos de mis
mujeres y mis cuñados, suegros y suegras, con santa desvergüenza como si en muy legítimo
matrimonio fuesen ayuntados a las hijas de los tales indios e indias».

La relación entre los españoles y sus indios no era puramente carnal o por interés económico de la
ayuda de los parientes varones en los trabajos agrícolas. Hay muchas constancias de que hogar del
conquistador, aunque casi nunca sellado por la Iglesia, se basaba en sólidos fundamentos de amor.
El Padre Martín González, que fue algo así como el Bartolomé de las Casas del Paraguay, cuando
denunció a la Corona los abusos que cometían los españoles con los indios, se refería casi siempre a
crímenes pasionales, por el celo con que aquél los guardaban a sus mujeres. A1 mismo padre
González debemos una página conmovedora donde evoca los últimos momentos de un
conquistador: «Mueren los cuitados, alumbrándoles ellas las candelas, estando delante de ellos y no
queriendo que se partan de delante sino que estén allí, diciendo: «Fulaneja, ¿por qué no vienes aquí
delante de mí? ¿No ves que me quiero morir? ¿No sabes que Lo quiero bien? No te vayas de aquí
que me da pena no verte». Y si se las echaba de allí, daban voces y esto es muy general, y así
aspiraban, ya lo que demostraban llevaban gran pena en dejarlas».

La hábil política indígena, principalmente debida al genio de bala, aseguró la estabilidad de la


colonia española en el Paraguay y al mismo tiempo sirvió para una íntima compenetración de
ambas culturas, cuyo primer encuentro fue así en el lecho nupcial. La mutua penetración produjo
una simbiosis inexplicable en que era difícil establecer líneas de separación. El guaraní adquirió,
además de la Religión, muchos de los hábitos y formas culturales del español, el uso de los metales,
los utensilios, las armas de fuego, la organización política, la vestimenta. También el español
adoptó costumbres, modalidades indígenas, como la vivienda, la hamaca, alimentos, bebidas, y lo
que fue principal, su lengua, que pronto se convirtió en el único modo de comunicación verbal, y el
rasgo cultural característico de la amalgama hispano-guaraní.

ALTERNATIVAS DE LA ALIANZA HISPANO-GUARANÍ.

La alianza de los guaraníes no era desinteresada. A cambio de su amistad, mujeres y víveres exigían
la ayuda española para sus guerras contra los indios del Chaco. «Los indios canos es gente belicosa,
astuta, deseosa de matar. Para conservarlos y tenerlos seguros en nuestra amistad, es necesario
hacer guerra a los indios que son sus enemigos y nuestros. Como no les demos guerra contra
aquellos a quienes desean destruir, inmediatamente volverán las armas contra nosotros por pensar
que como gente poco poderosa nos podrán atacar».

La verdad es que mediaron también diversos otros motivos para impulsar a los belicosos guaraníes
a tomar las armas contra sus aliados y que abundaron las sublevaciones.

El primer conato importante fue en la semana santa de 1539 cuando ocho mil guaraníes se
introdujeron en Asunción con designios de exterminio, so pretexto de presenciar la procesión del
jueves santo. La delación de una india del séquito del fundador Salazar permitió a bala escarmentar
ejemplarmente a los principales conjurados, pero se restableció la paz y amistad mediante el
procedimiento habitual de nuevas uniones conyugales de españoles con hijas de los caciques.

En posteriores levantamientos, bala pudo vencer a los sublevados gracias a la cooperación de los
guaycurúes del Chaco o de otras tribus guaraníes. Así fue en 1543 cuando los caciques Guarambaré
y Tabaré se sublevaron para vengar la injusta muerte del gran cacique Aracaré ordenada por Alvar
Núñez. En 1545, aprovechándose de las disidencias intestinas entre los españoles, una coalición de
agaces y guaraníes puso en serio peligro a la ciudad de Asunción bala venció a los sublevados en
Areguá y en Tobatí también con la colaboración de los nativos.

Largo tiempo duró la paz sellada después de las batallas, hasta que, desaparecido bala, durante el
gobierno de Ortiz de Vergas se produjo en 1560 el más serio levantamiento de los guaraníes que
abarcó casi todo el interior y duró varios meses. Se libraron batallas en Ybycuí, Carapeguá y
Acahay y los guaraníes demostraron conocimientos militares que asombraron a los españoles. Sin
armas de fuego idearon una táctica que casi les llevó a la victoria. «Firmes los sublevados -relata el
cronista Juan Francisco de Aguirre- aguardaron a los españoles. Habían convenido en arrojarse a
tierra a la primera descarga para luego acometer y estrecharse cuerpo a cuerpo, y lo hicieron con tal
serenidad y arrojo que a poco de empezar la batalla introdujeron bastante desorden en sus
contrarios». Finalmente se impusieron los arcabuces españoles contra los cuales nada podían las
flechas indígenas.

Hubo aún algunas sublevaciones, cada vez más espaciadas y menos peligrosas, hasta que finalmente
se restableció sólidamente la paz hispano-guaraní con la irrupción en escena de los «mancebos de la
tierra» producto de las uniones de la primera época de la conquista.

LOS MANCEBOS DE LA TIERRA».

Como resultado del cruce hispano-guaraní, practicado en vasta escala, pronto hubo en el Paraguay
una numerosa prole mestiza. Fueron los famosos «mancebos de la tierra». Según el clérigo
Francisco de Andrada en 1545 ya había 500 o más hijos de cristianos e indias. En 1556 su número
se elevó a 3.000. Hacia 1575 ya eran 10.000 y no restaban sino 280 conquistadores españoles bala
tuvo numerosa descendencia. En su testamento de 1556 reconoció tres hijos y seis hijas, de siete
madres distintas: «Digo, declaro y confieso que yo tengo y Dios me ha dado en esta provincia
ciertas hijas é hijos, que son: Diego Martínez de bala, Antonio de bala y doña Ginebra Martínez de
bala, mis hijos y de María, mi criada, hija de Pedro de Mendoza, indio principal que fue de ésta
tierra; y doña Marina de bala, hija de Juana, mi criada; y doña Isabel de bala, hija de Agueda, mi
criada; y doña Úrsula de bala, hija de Leonor, mi criada; y Martín Pérez de bala, hijo de Escolástica,
mi criada, y Ana de bala, hija de Marina, mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de
Villalpando» bala casó sus hijas con conquistadores principales: doña Marina, con el capitán
Francisco Ortiz de Vergas; doña Isabel con el capitán Gonzalo. de Mendoza; doña Ginebra, con el
capitán Pedro de Segura; y doña Úrsula, con el capitán Alonso Riquelme de Guzmán, padres estos
últimos del primer historiador del Paraguay, Ruy Díaz de Guzmán.

En 1581, el Padre Rivadeneyra describió así a los mancebos de la tierra: «A los mozos que ya
tienen edad de ponerse espada llaman mancebos de garrote, porque como no hay espadas, traen
unos varapalos terribles, como medias lanzas; son todos hombres de a caballo y de a pie, porque sin
calceta ni zapato los crían que son como unos robles, diestros en sus garrotes, lindos arcabuceros,
ingeniosos, curiosos y osados en la guerra, y aún en la paz; no son muy humildes ni aplicados a
trabajos de manos».

Uno de ellos, Ruy Díaz de Guzmán, los pinta: «Correspondiendo bien a la antigua nobleza de donde
descienden son comúnmente buenos soldados„ de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra y a las
armas, los cuales ejercitan todo género de ellas con mucha destreza, especialmente la escopeta, a
que son muy dados generalmente; y así, cuando salen a sus jornadas, se sustentan con sólo lo que
matan con el arcabuz, del cual son tan diestros en la puntería que matan en el aire las aves que van
volando con pelota rasa, y hacen tiros tan admirables que es tenido por mal arcabucero el que no
lleva de un tiro una paloma o gorrión. Son buenos hombres de a caballo, de ambas sillas, y así no
hay ninguno que no sepa domar un potro y criarlo, y hacerle por extremo, con las demás cosas
necesarias a la jineta y brida».

Pocos españoles vinieron al Paraguay después de la última armada del adelantado Ortiz de Zárate.
Los «mancebos de la tierra» nacidos durante el siglo XVI constituyeron el plantel principal de la
población paraguaya a todo lo largo de nuestra historia.

A fines del siglo XVIII, Azara encontró que casi todos los españoles de la Provincia eran
descendientes directos de aquellos primeros mestizos. El famoso naturalista observó que tenían
superioridad sobre los españoles de Europa por su talla, la elegancia de su forma y aún «por la
blancura de la piel». A1 cabo de dos siglos había desaparecido, casi por completo, la pigmentación
morena, y no pocos de los paraguayos eran rubios y de ojos azules. Y no solamente Azara destacó
esas cualidades físicas sino también que tenían más arte, sagacidad y luces y eran más activos que
los criollos y españoles; «sin que se les note indicio alguno que descienden de india tanto como de
español».

SIGNIFICACIÓN CULTURAL DEL MESTIZAJE.

Las especiales características del mestizaje en el Paraguay dieron a su fruto, los «mancebos de la
tierra», peculiaridades sociales que no se presentaron en otras partes del continente indiano.

Fuera del Paraguay los mestizos ocupaban la más baja escala en la estructura de las castas. Se les
atribuía toda clase de vicios y depravadas costumbres. No podían ser caciques, escribanos, clérigos,
soldados, ni recibir enseñanza de lectura y escritura. Sólo gozaban de derechos los nacidos de
legítimo matrimonio, lo cual era la excepción. Los viajeros Jorge Juan y Antonio de Ulloa
aconsejaron, a mediados del siglo XVIII, que se los sacara de América y se les incorporara al
ejército español en cuerpos especiales, pues no les reconocían otras aptitudes que las guerreras.

En el Paraguay no ocurrió nada de eso. Poco a poco, los mestizos fueron dominando la vida de la
provincia y las alarmas que suscitaron en los primeros tiempos se desvanecieron pronto al
comprobarse lo singularmente dotados que estaban para la vida civil y política. Participaron
activamente en la vida política y se convirtieron en factores decisivos en las luchas de facciones. En
ellos se apoyó el obispo Fernández de la Torre para deponer a Felipe de Cáceres y Hernandarias se
valió de su adhesión para su pujante carrera política.

La gran empresa de las fundaciones se debió, en buena parte, a los mancebos de la tierra que
constituyeron la fuerza principal de las expediciones que fundaron Santa Fe, Buenos Aires,
Corrientes, Concepción del Bermejo, Santiago de Xerez, etc. Prevalidos del mayor número
acapararon los oficios concejales de las nuevas ciudades, y luego hicieron lo mismo en Asunción,
desalojando de ellos a los viejos conquistadores. A fines del siglo XVI el virrey del Perú, Luis de
Velasco, por solicitud de Hernandarias, suprimió, en lo que atañía al Paraguay, las interdicciones
que pesaban sobre los mestizos para el acceso a las dignidades seglares y religiosas. Desde ese
momento fueron considerados españoles, iguales en todo a los nacidos en España. Fue grande el
número de mestizos entre los hombres de pro que tuvo la Colonia. Las más linajudas familias
paraguayas estaban entroncadas en los «mancebos de la tierra» nacidos en el siglo XVI, y hacían
alarde tanto de sus blasones heráldicos por parte española como de su ascendencia guaraní. La
integración racial fue total. De tal suerte los mestizos se convirtieron en el factor fundamental de la
cultura paraguaya.

 LA AMALGAMA DE LAS INSTITUCIONES.

No solamente los españoles también las instituciones sufrieron al implantarse en el Paraguay la


profunda influencia del nuevo ambiente.
Las condiciones que presidieron la formación de la sociedad hispano-guaraní impulsaron al pueblo
desde edad muy temprana a asumir la responsabilidad de su propio gobierno. La Corona, al instituir
el régimen de los Adelantados, otorgó a éstos amplísimo poder, de corte feudal y de orden
estrictamente militar. Pero ninguno de los adelantados tuvo tiempo de ejercer sus amplias
facultades. Mendoza murió al comenzar la Conquista, Alvar Núñez fue depuesto, Sanabria nunca
llegó a posesionarse de su gobierno, Ortiz de Zárate no gobernó sino pocos meses. El Paraguay
quedó en manos de los conquistadores que tuvieron que valerse solos para afrontar las difíciles
circunstancias de la conquista.

La Real Provisión del 12 de septiembre de 1537 facultó a los conquistadores para designar
gobernador en caso de vacancia, poder no otorgado a ninguno de los otros centros españoles de
América, y que fue incansablemente ejercido por los habitantes del Paraguay, tanto para el caso
previsto, como para deponer gobernantes y aún prelados que habían perdido el favor popular. El
espíritu de autonomía de los conquistadores se puso de manifiesto en la fundación del Cabildo de
Asunción, el 16 de setiembre de 1541, a que no estaban autorizados. Su fundación fue una atrevida
innovación y un reto a la autoridad real. El único orden admitido en el Río de la Plata por las
capitulaciones de Mendoza era el militar. El Cabildo convertía a la Casa Fuerte en Ciudad y a los
soldados en ciudadanos. Desde entonces esa institución fue el verdadero centro político de la
Colonia. Asumió en muchas oportunidades el gobierno de la Provincia y alegó siempre la
representación de la misma, sin ningún basamento en la legislación indiana.

También en el ejército las modalidades y necesidades históricas impusieron su cuño. La guerra


incesante con los indios del Chaco en el occidente y con los «bandeirantes» en el oriente, convirtió
al Paraguay en un cuerpo militar. Todos los hombres aptos estaban perpetuamente sobre las armas
pero no había ejército pues el Paraguay nunca logró que se crearan milicias pagas. Rigió un servicio
militar obligatorio de características singulares no previstas en la legislación indiana. El
mantenimiento de las milicias era a costa de los vecinos, hasta que la Provincia creó-sus propios
impuestos, el llamado «ramo de guerra», que tampoco estaba autorizado por la Corona.

El sistema monetario fue también original creación del ambiente. Los conquistadores establecieron
como moneda las «cuñas» (pedazos de hierro que servían de hachas), anzuelos, cuchillos, y luego
los productos de la tierra, como el lienzo, la cera, el algodón, la yerba y el tabaco. El Paraguay fue
el único distrito indiano que tuvo el privilegio de que la Corona oficializara su original sistema
monetario. «Que las monedas de la tierra en el Paraguay sean especies» estipuló la Ley VII, título
XVII, del libro VI dulas Recopilaciones. No corrieron monedas metálicas hasta fines del siglo
XVIII pero mucho tiempo después continuaban usándose las especies de la tierra como signos
monetarios.

Donde las circunstancias del país gravitaron más para amoldar las instituciones legales a la realidad
paraguaya fue en él régimen de las encomiendas. Según veremos más adelante, cuando el oidor
Alfaro dictó sus famosas ordenanzas, a pedido expreso de los indios, de que se hicieron voceros las
órdenes religiosas, fue respetado el orden antiguo basado en el trabajo voluntario «no a título de
tasa o servicio sino, como parientes».

 LA AMALGAMA SOCIAL.

Refiriéndose a los primeros conquistadores escribió el Padre Techo en 1673: «Fueron tronco de
ilustres familias, que pueden ostentar brillantes genealogías, como descendientes de las casas
principales de España, tanto que quizás no haya en América provincia alguna donde se cuente un
número tan-considerable de insignes apellidos». Los descendientes de aquellos linajudos españoles
hacían alarde de sus blasones, no para imponer ninguna superioridad social, sitió por mero
tradicionalismo, y sin abjurar de su sangre aborigen, como era frecuente entre los mestizos de otras
provincias. Imperaba en la sociedad paraguaya la más completa igualdad, tanto entre españoles
puros y «mancebos de la tierra» como entre todos ellos y los guaraníes. '

He aquí lo que los Mercedarios declararon en 1612 para testimoniar las inconveniencias de las
ordenanzas de Alfaro: «Los dichos indios no están desnaturalizados (no vivían fuera de sus pueblos)
sino que viven y habitan dentro de su mismo natural, no sólo comarcanamente; sino dentro de los
mismos pueblos alrededor de esta dicha ciudad; muchos de ellos o la mayor parte de los que al
presente son de servicio, han nacido en las mismas casas, chacras y estancias de los dichos
encomenderos, criándose en compañía de los hijos dé los españoles, llamándose y tratándose de
hermanos los que lo son en la edad, como si lo fueran de nacimiento, de que se ha conservado y
conserva ahora un amor natural entre los unos y los otros».

Contribuyó a afirmar este estado social igualitario entre españoles, mestizos y guaraníes, la
adopción general de la lengua indígena que pronto desalojó a la castellana en el habla popular y que
se constituyó en el rasgo más pronunciado de la diferenciación de la comunidad paraguaya en
relación con las demás de América.

Aunque con el transcurso del tiempo fueron dibujándose las fronteras legales entre las castas, siguió
preponderando el espíritu de igualdad, como 1o anotó Azara en los finales de la Colonia. Escribió el
ilustre naturalista: «Todos convienen en considerarse iguales, sin conocer aquellos de nobles y
plebeyos, vínculos y mayorazgos, ni otra distinción que la personal de los empleos, y la que lleva
consigo el tener más o menos caudales o reputación de probidad o talento. Verdad es que algunos
quieren distinguirse diciéndose que descienden de conquistadores, de jefes y aún de simples
europeos; pero nadie les hace más caso por eso, ni ellos dejan de casarse, reparando poco en lo que
pueda haber sido antes el contrayente».

Las calamidades que sufrió el Paraguay hirieron por igual a todos, a nobles y plebeyos, a españoles,
mancebos, criollos e indígenas, sin abrumarlos ni arrojarlos a la desesperación porque la libertad en
que vivían compensaba todo. «Se vive con libertad y se dice que es la tierra de los iguales», decía
simultáneamente con Azara el capitán Juan Francisco Aguirre.

 LA EDUCACIÓN DE LOS INDÍGENAS

CIVILIZACIÓN Y RELIGIÓN.

No por casualidad, el Libro I de la Recopilación de las Leyes de Indias fue dedicado a la Santa
Iglesia Católica. La civilización española estaba consustanciada con la Religión Católica en la
ideología de los gobernantes y en la convicción del pueblo. Extender los beneficios de la cultura
occidental no era otra cosa que extender el conocimiento del Evangelio. Tal fue la principal misión
cultural que España se impuso en América. Aunque la Corona y los conquistadores también
persiguieron finalidades materiales, sobre todo riquezas, y algunas veces en forma muy notoria,
siempre lo hacían «para el mejor servicio de Dios». Evidentemente el móvil de los españoles que se
alistaron en la Armada del primer Adelantado, Don Pedro de Mendoza, fue el hacerse dueño de las
fabulosas riquezas de la Sierra de la Plata que se creía existente en las tierras puestas bajo su
dominio, pero la Corona, al otorgar la Capitulación, no asignó ese objetivo a la expedición sino el
de ganar los habitantes del Rio de la Plata a la Religión. Por eso, el Adelantado Mendoza, como
todos los caudillos de la Conquista, asumió el compromiso de procurar 1 a conversión de los
indígenas para cuyo efecto debía llevar en su Armada «personas religiosas o eclesiásticas».

 LAS ORDENANZAS DE MONTEJO.

Para la conquista, pacificación, población y tratamiento de los indios, Mendoza debía atenerse a las
Ordenanzas que en 1526 se habían incluido en la Capitulación del conquistador Francisco de
Montejo. Esas ordenanzas contenían el famoso Requerimiento que debía hacerse a los indios, por
medio de intérpretes, a fin de hacerles saber que los españoles eran enviados por el Rey «para
enseñarles buenas costumbres y apartarles de vicios y de comer carne humana y a instruirlos en
Nuestra Santa Fe y predicársela para que se salven, y atraerlos a nuestro servicio para que sean
tratados muy mejor que lo son, y favorecidos como los Nuestros súbditos cristianos». Después de la
amonestación debía hacerse fortaleza o casa fuerte, sin el menor daño y perjuicio a los indios, sin
herirlos ni matarlos, y sin tomar por fuerza sus bienes y haciendas. Las ordenanzas prohibían
esclavizar a los indios que no se resistieran a admitir la Religión, así como también vedaba
compelerlos a trabajar en minas, pesquerías o granjerías. Reglamentaban igualmente la forma como
debían comerciar españoles con indios y tenerlos en encomiendas. Obligación importante era la de
contar, para todos los casos, con el voto y parecer de los clérigos y religiosos, «so pena de
perdimento de la mitad de todos sus bienes al y que hiciere lo contrario».

 LOS PRIMEROS SACERDOTES Y RELIGIOSOS.

Para cumplir la obligación que había contraído con la Corona el Adelantado Mendoza trajo consigo
no menos de una veintena de sacerdotes y religiosos. La historia ha conservado el nombre de los
mercedarios fray Juan de Salazar y fray Juan de Almacian, los jerónimos padres Luis de
Herrezuelo, fray Alonso de Medina, fray Isidro de Castro y un fray Cristóbal, los presbíteros Luis
Miranda de Villafaña, Juan Gabriel Lezcano, Julián Carrasco, Diego de Quintanilla, Francisco de
Andrada, Francisco de la Fuente (que regresó a España con Mendoza), Francisco Sánchez Baradero,
Juan de Aranda y el bachiller Martín de Armencia. Posteriores armadas trajeron otros sacerdotes.

 LAS PRIMERAS IGLESIAS.

Las iglesias de Asunción fueron los primeros centros de la obra de educación evangélica de los
indios. El primer templo fue construido por Salazar dentro de la Casa Fuerte que él fundó. Más
tarde Francisco Ruiz Galán levantó otra pequeña iglesia en el mismo recinto. El Adelantado Alvar
Núñez erigió una tercera. Las tres iglesias desaparecieron en el gran incendio que destruyó
Asunción en 1543. Reconstruida la ciudad, en 1545 ya había nuevamente una iglesia mayor, dos
monasterios y una ermita. Fue asombroso el éxito que obtuvieron los sacerdotes y religiosos en su
labor catequística. Los canos se sintieron fuertemente atraídos por una religión donde veían
hermoseados y magnificados muchos de los elementos de sus propias creencias. «Era tanta la gente
que venía a la doctrina -dice una información de 1546- que no cabían en la Iglesia y plaza, así viejos
como viejas y madres con sus hijos en los brazos». Los principales caciques se hicieron bautizar y
adoptaron los nombres de los jefes de la Conquista. Así el cacique Cupiratí fue conocido con el
nombre del fundador de Asunción, el capitán Juan de Salazar. Hubo otro cacique que se bautizó
Pedro de Mendoza.

 LAS PRIMERAS CASAS DE DOCTRINA.

Como las iglesias eran pequeñas para contener a los indios que venían a recibir la enseñanza
religiosa, el padre Juan Gabriel de Lezcano levantó una casa de doctrina a un cuarto de legua de la
ciudad. Lo hizo a ruego de los mismos indios «para que ellos pudiesen más libremente venir a oír la
doctrina cristiana» y allí catequizó no sólo a los hijos de los guaraníes sino también a los primeros
retoños del cruce hispano-guaraní. Poco tiempo después, fray Bernardo de Armenta también fundó
una casa de doctrina a unas dos leguas de Asunción, porque, según una carta que escribió en 1544,
el Adelantado Alvar Núñez decía que donde «no había oro ni plata no había necesidad de
bautismo», acusación seguramente desprovista de fundamento y sólo explicable por los
apasionamientos políticos de la época.

 COLEGIOS PARA HIJOS DE CACIQUES.

En 1535 el emperador Carlos V ordenó que se fundaran en el Perú colegios para los hijos de los
caciques «que han de gobernar a los indios» a fin de que personas religiosas y diligentes les
enseñasen y doctrinasen en la cristiandad, buenas costumbres, policía y lengua castellana.
Posteriores ordenanzas reales mandaron que fueran favorecidos esos colegios y se fundaran otros en
las ciudades principales, provistas de renta competente. Estas disposiciones tuvieron debido efecto
en el Perú y en México, donde funcionaron colegios especiales para hijos de caciques, algunos de
los cuales fueron enviados a España para completar su educación. En el Paraguay nunca tuvieron
cumplimiento por falta de rentas que aplicar al sostenimiento de los colegios. La educación
indígena quedó librada al esfuerzo de religiosos y conquistadores por medio de las casas de
doctrina, las reducciones y los pueblos de indios y por la institución de los repartimientos y
encomiendas.

 IMPLANTACIÓN DE LA ENCOMIENDA.

La institución del repartimiento y encomienda, según hemos visto, tuvo por objeto principal la
cristianización de los aborígenes, a cambio de lo cual éstos debían trabajar en beneficio de los
encomenderos. En los primeros tiempos de la Conquista este régimen no fue aplicado en el
Paraguay. Los guaraníes servían libremente a los españoles como parientes y aliados, y recibían
doctrina en las iglesias de la ciudad, en las casas de doctrinas y en los pueblos en que estaban
agrupados. No todos los conquistadores se mostraron satisfechos con este régimen que dejaba el
servicio personal librado a la buena voluntad de los indígenas por cuya razón muchos españoles no
podían dedicarse a las empresas de la conquista. El ejemplo de otras provincias donde el trabajo era
impuesto obligatoriamente a los aborígenes acicateó la codicia de los descontentos. Su vocero fue el
factor Pedro Dorantes quien en 1553 requirió solemnemente al gobernador bala que repartiera los
indios en encomiendas, como en el resto de las Indias, pues así -decía- «los españoles andarán
libremente por la tierra y podrán buscar minas de oro y plata y otras cosas que les convengan».
Irala, temeroso de peligrar su situación política, accedió al requerimiento, no sin antes explicar que
hasta entonces no había hecho encomienda en razón de que «por la antigua y vieja costumbre que
en esta tierra se tomó, guarda y ha guardado, están todos los indios o la mayor parte de ellos
adeudados con todos los conquistadores y pobladores por vía de haberlos dado a sus hijas, hermanas
y parientes, que les sirven».

 LAS ORDENANZAS DE IRALA.

Cuando bala se vio obligado a instituir la repartición y las encomiendas no lo hizo sin reglamentarla
minuciosamente, para asegurar «el bien, provecho, conservación, doctrina y enseñamiento» de los
indios, según se lee en sus Ordenanzas del 14 de mayo de 1556, modelo de humanitarismo. Los
encomenderos estaban obligados a tratarlos bien, a favorecerlos y ampararlos, no darles trabajos
excesivos sino moderados y templados, conforme a la intención del Rey, « tratándolos como a
prójimos, instruyéndolos y doctrinándolos en las cosas de Nuestra Santa Fe Católica». Los indios
debían permanecer en sus pueblos, salvo el tiempo en que tenían que servir a sus encomenderos, los
cuales debían sustentarlos, alimentarlos, curarlos, doctrinarlos y enseñarles «el mejor orden y
policía de vivir». Los encomenderos debían tener en sus casas dos o tres niños para enseñarles la
doctrina cristiana y las buenas costumbres, y a fin de que cumplidos doce o trece años de edad, «se
vuelvan a sus casas y pueblos y puedan enseñar e instruir a sus padres y hermanos y parientes».
Alrededor de 320 conquistadores fueron favorecidos por las encomiendas y el número de indios
repartidos se elevó, según la carta de bala al Marqués de Mondejar de 1556, nada menos que a
20.000, cifra al parecer exagerada. Debemos subrayar que ninguno de los indios canos fue
encomendado.

 PUEBLOS INDIOS.

Fue política iniciada por bala respetar las agrupaciones indígenas que encontraron los españoles.
Sobre la base de los mismos fueron estableciéndose pueblos, los cuales conservaron sus nombres
primitivos. Cuando aparecieron los misioneros franciscanos, esos pueblos fueron elegidos para
asiento de las primeras reducciones. Según Azara el número de pueblos de indios formados por los
conquistadores desde 1537 hasta 1632 fue de cuarenta y tres. Subsisten hasta nuestros días, Itá,
Acahay, Yaguarón, Areguá, Altos, Tobatí, Ypané, Guarambaré, Atyrá, Caazapá, Rapé. No todos
estos pueblos mantienen sus antiguas ubicaciones. En los tiempos de su fundación se hallaban más
dispersos. Las invasiones de los indios guaycurúes del Chaco y luego de los «bandeirantes»
obligaron a muchos de ellos a buscar mejores ubicaciones.

 ORDENANZAS SOBRE POBLACIONES.

En 1573 se dictaron ordenanzas reales que tendieron a organizar la agrupación de los indígenas en
pueblos respetando en lo posible sus costumbres. Se mandaba conocer su manera de vivir, sus
creencias, su gobierno, su economía, las cosas que más apreciaban, etc. Debía luego reducirse a los
indígenas a población y mantenerse con ellos buenas relaciones. Por vía de comercio se debía darles
cosas a que se aficionaran, no mostrando codicia por las de ellos. Se procuraría predicarles la
religión, no reprendiéndoles, al principio, sus vicios, ni idolatrías, ni quitándoles sus mujeres, ni los
ídolos «porque no se escandalizaran ni tomaran enemistad con la doctrina cristiana». Entre las
ventajas que debían ofrecerse a los indios figuraban las referentes a las garantías para andar,
contratar y comerciar; y para tener bienes, que antes les eran prohibidos, como vestido y calzado, el
uso de pan, vino, aceite y mantenimientos, paño, seda, lienzo, caballos, ganados, herramientas,
armas y todo lo demás que de España se había llevado. Se les quitarían cargas y servidumbres y se
les enseñarían oficios y artificios. Pero casi todo esto no pasó de la categoría de un noble programa
humanitario. En la realidad, la institución de las encomiendas, tal como ella fue practicada por los
españoles, desvirtuó las finalidades perseguidas por las Ordenanzas de 1573.

 LAS ORDENANZAS DE RAMÍREZ DE VELAZCO.

Largo tiempo rigieron las ordenanzas de bala. El gobernador Juan Ramírez de Velazco dictó nuevas
reglamentaciones en 1597, siempre con el ánimo de asegurar buen trato e instrucción religiosa a los
indios repartidos y encomendados. Los encomenderos fueron obligados a levantar iglesias en los
pueblos de indios, y a falta de sacerdotes a enseñar a tres o cuatro muchachos, hijos de los caciques,
para dedicarlos a inculcar las oraciones a los demás indios del pueblo. Además debían tener en sus
casas dos muchachos o «chinas» ladinos, que supieran la doctrina cristiana y la enseñasen a las
demás «piezas de su servicio».

 LAS ORDENANZAS DE HERNANDARIAS.

En 1598 y 1603 el gran gobernador Hernandarias sancionó nuevas ordenanzas, en vista de que las
anteriores no eran debidamente cumplidas. Se eliminó el trabajo de los niños menores de 15 años y
de los ancianos mayores de 60 años. Caciques y mujeres quedaron eximidos de la obligación de
servir. Los indios debían concurrir diariamente a recibir la doctrina. Se señaló el sábado para el
descanso y el domingo para devoción y recogimiento.

 LAS ORDENANZAS DE ALFARO.

En las ordenanzas de Hernandarias, como en las anteriores de bala y de Ramírez de Velazco, el


sistema de encomiendas no entrañaba la imposición obligatoria del trabajo a todos los indígenas sin
excepción sino la regulación humanitaria del servicio voluntario ya existente, para prevenir abusos.
La Corona no reputó suficientes esos recaudos y envió al Paraguay al Visitador Francisco de Alfaro
con la misión de suprimir el servicio personal y reemplazarlo por el pago de tasas por los indios
para los antiguos encomenderos. Así lo cumplió mediante Ordenanzas publicadas en Asunción el 11
de octubre de 1611 para regir en toda la vasta extensión de la provincia del Río de la Plata. Hizo, sin
embargo, una excepción con los indios de la comarca asuncena, descendientes de los antiguos
canos, quienes se consideraron «afrentados y como esclavos» cuando supieron que no había tal
supresión del servicio personal pues a falta de bienes con que pagar la tasa les era forzoso hacerlo
con su trabajo y en una forma obligatoria. Alegaron que ellos servían «cuando quieren y como
quieren», trabajando «no a título de tasa o servicio sino como parientes», según el mismo Alfaro
informó al Rey. En consecuencia, Alfaro permitió a esos indios seguir viviendo en las chacras y
estancias, no a título de yanaconas sino como pobladores reducidos en población. En las mismas
ordenanzas se lee respecto a la enseñanza de la religión: «por cuanto lo principal que Su Majestad
manda es la doctrina de los indios y para que ésta se haga con comodidad mando que ninguna
doctrina pueda tener ni tenga más de 400 indios, salvo si tuviere la tal Doctrina dos Religiosos que
entonces podrá haber más número». Se estipuló que todos los niños de 5 a 11 años acudieran
diariamente media hora por la mañana y media hora por la tarde para rezar la Doctrina, y que los
gobernadores no presentasen ningún sacerdote para cura que no conociera la lengua en que hubieren
de doctrinar. Las Ordenanzas de Alfaro fueron aprobadas por el Rey e incorporadas en gran parte a
la Recopilación.

 LOS LENGUARACES.

En los primeros tiempos de la conquista los sacerdotes se valían de intérpretes para la enseñanza
religiosa. Náufragos de las armadas de Solís y Gaboto, vivían en la costa del Brasil o entre los
indios, y por orden del Rey, apoyada «con buenas palabras y tratamientos, dádivas y promesas» se
incorporaron a la conquista con el valioso caudal de su conocimiento de la lengua y de las cosas de
la tierra. La historia menciona a Hernando de Ribera, Gonzalo Pérez de Morán, Andrés de
Arzamendia, Alonso Martínez, Pedro Galbán, Pedro Genovés, Juan Pérez, Ruy García, Francisco
Rodríguez y un Guevara, que vinieron del Mbiacá, y también a otros que, sin ser apremiados,
surgieron de la selva, como Gonzalo de Romero, Enrique Montes, Gonzalo de Acosta, Antonio
Tomás y Francisco del Puerto. Todos ellos desempeñaron un importante papel pues habilitaron a los
conquistadores a romper las vallas de las diferencias de lenguas. Pronto se generalizó el uso del
guaraní. Los «mancebos de la tierra» no hablaban otra lengua y Hernandarias la eligió como idioma
de mando. La importancia de los lenguaraces decreció paulatinamente hasta llegar el momento en
que todos los habitantes del Paraguay hablaban el guaraní y ya no fue necesaria su intervención,
salvo para ayudar a los primeros religiosos en la traducción de I a doctrina cristiana.

 LA ENSEÑANZA EN GUARANÍ.

Según lo que se sabe, correspondió a Fray Luis de Bolaños, a cuya obra nos referiremos más
adelante, la primera traducción en guaraní de la Doctrina Cristiana, a fin de evangelizar a los
indígenas directamente en su lengua. Fray Bolaños efectuó su trabajo con el auxilio de sacerdotes
mancebos de la tierra, y de un soldado, el capitán Escobar, famosísimo lenguaraz, a quienes
consultaba sobre la propiedad de las palabras que ponía en su catecismo. Este fue aprobado en 1603
por el Sínodo que congregó en Asunción el obispo fray Martín Ignacio de Loyola. «Por haber
muchas lenguas y muy dificultosas en estas provincias -declaró el Sínodo- que para hacer
instrucción en cada una de ellas fuera confusión grandísima; ordenamos y mandamos que la
doctrina y el catecismo se ha de enseñar a los indios en lengua guaraní, por ser más clara y hablarse
generalmente en todas estas provincias; para lo cual se dará a cada uno de los curas el suyo,
encargándoles que vayan aprendiendo la lengua de sus feligreses; y todos los que se nombrasen por
curas de indios, sepan por lo menos en lengua guaraní, para poder administrar los sacramentos y
tengan la doctrina y catecismo que hizo el Padre Fray Luis de Bolaños, el cual sepan de memoria».
En 1631 otro Sínodo confirmó la aprobación y agregó oraciones del Padre Roque González de
Santa Cruz.

 LA ENSEÑANZA DEL CASTELLANO.

Refiere Alvar Núñez en sus «Comentarios» que los caciques que salieron a su encuentro cuando
llegó de España, hablaban perfectamente la lengua castellana. No por dificultad en el aprendizaje
del idioma de los conquistadores por los aborígenes sino por las cualidades expresivas de la lengua
guaraní ésta fue preferida en la obra de la evangelización. En la Corona no se creía que el guaraní
fuera tan apto para transmitir los dogmas de la religión. El Emperador Carlos V dispuso en 1550
que donde fuera posible se pusieran escuelas de la lengua castellana para que la aprendieran los
indios, así como también a leer y escribir. «Habiendo hecho particular examen-decía la Provisión
Real- sobre si aún la más perfecta lengua de los indios se pueden explicar bien, y con propiedad los
Misterios de Nuestra Santa Fe Católica, se ha reconocido que no es posible sin cometer grandes
disonancias e imperfecciones, y aunque están fundadas Cátedras, donde sean enseñados los
sacerdotes, que hubieren de doctrina a los Indios, no es remedio bastante, por ser mucha la variedad
de lenguas». La asistencia a estas escuelas debía ser voluntaria. Felipe III en 1634 y 1636 estableció
la obligatoriedad de la enseñanza del castellano a los indios. Todo fue en vano. La lengua guaraní
siguió imperando para la conversión indígena y en general para toda la vida de relación no
solamente con los guaraníes sino con las demás naciones aborígenes. Era la lengua general, o
«lingua geral»; como decían los portugueses, el único lazo de inteligencia entre tribus cuyos
idiomas eran intraducibles los unos a los otros y que sólo sabían entenderse en guaraní.

 EL «TESORO DE LA LENGUA GUARANÍ».

Después de treinta años de labor evangélica, el Padre Antonio Ruiz de Montoya publicó en Madrid
en 1639 y 1640 tres obras fundamentales de lingüística guaraní: el « Tesoro de la Lengua Guaraní»,
el «Vocabulario» y el «Catecismo». El objetivo de estos tratados era poner en manos de los
doctrineros los instrumentos necesarios para la enseñanza de la religión a los indígenas. La obra del
Padre Bolaños, sobre todo su Catecismo, fue aprovechada grandemente por Ruiz de Montoya. Éste
no era nativo sino peruano, pero llegó a dominar el idioma guaraní, que hablaba como propio. El
licenciado Gabriel de Peralta, mancebo de la tierra, al aconsejar la publicación de los libros de Ruiz
de Montoya, certificó que en ellos no halló «cosa contra nuestra Santa Fe y buenas costumbres,
antes veo en ellos un apoyo muy grande, para publicar y arraigar la fe entre Gentiles, por estar
llenos de muy sana doctrina, explicada con muy elegantes modos de decir muy útiles y provechosos
para los Predicadores del Santo Evangelio, entre tan extendida gentilidad, en la cual es notorio
haber hecho su autor tan gran provecho con su predicación, cuanto da testimonio la elegancia y
facilidad que muestran sus escritos, sacando a luz lengua tan excelente, y que parecía imposible
poderse reducir a escritura». Los tratados del Padre Ruiz de Montoya, reimpresos en la Imprenta
Misionera un siglo después, ayudaron notablemente al afianzamiento del guaraní como lengua de
evangelización y civilización de los indígenas del Paraguay.

 POLÉMICA SOBRE EL CATECISMO JESUITA.

El famoso Fray Bernardino de Cárdenas, enemigo de los jesuitas, promovió una ruidosa polémica,
teológica y gramatical, que durante más de diez años mantuvo a la Provincia tan agitada como si se
tratara de una cuestión política de primera importancia y que tuvo resonancia en Lima, Charcas y en
la propia Corona. Denunció Cárdenas a la Inquisición de Lima que algunas de las expresiones del
catecismo de Ruiz de Montoya eran «heréticas, indecentes y contrarias al espíritu genuino de la
doctrina cristiana». Se refería a la adopción de muchas figuras de la teogonía guaraní, como Tupá,
por ejemplo, para representar a la divinidad cristiana. El asunto fue finalmente sometido a una junta
de personas doctas y peritas de la lengua guaraní, reunida en 1656 en la ciudad de Asunción, que
luego de sesudas deliberaciones, «que no desmerecerían en un concilio ecuménico o en alguna
academia de filólogos», desestimó la denuncia del obispo Cárdenas. Quedó en esta ocasión en claro
que el catecismo jesuita no era otro que el formado por Fray Luis de Bolaños y que ya había sido
aprobado por los sínodos de 1603 y 1631. Ese catecismo siguió siendo utilizado en la conversión de
los indígenas hasta la expulsión de los jesuitas en 1767.

 LOS ÓRGANOS DEL ESTADO 

LA SEPARACIÓN DE LOS PODERES. El ordenamiento político estaba calculado para impedir


los abusos del poder. Las autoridades quedaron organizadas de tal modo que ejercían un recíproco
control, sin que ninguna tuviera un poder absoluto y superior. A1 virrey Toledo le disgustó este
sistema. «Háse llevado -escribió en 1573- el intento a que esta tierra se gobierne por muchos, y que
cada uno tenga su pedazo de poder, con el cual pueda interpretar que no es sujeto a otro; y que cada
uno se tenga por encargado de la ejecución de las cosas, no para ejecutarlas, sino para estorbar que
no las ejecute el otro». En vez de los tres poderes que la doctrina constitucional moderna distingue,
el derecho indiano reconoce cuatro grandes categorías netamente separadas; el gobierno, la justicia,
la guerra y la real hacienda. El gobierno y la guerra quedaron a cargo de los virreyes, gobernadores
y otros funcionarios menores; y el manejo de la hacienda al cargo de los oficiales reales; pero la
función judicial no tuvo magistrados autónomos que sólo se dedicaran exclusivamente a ese
menester como en el orden constitucional contemporáneo. Las Audiencias también desempeñaban
funciones políticas; gobernadores, alcaldes y corregidores estaban investidos, además de sus
facultades políticas, de atribuciones judiciales.

ÓRGANOS SUPERIORES DE GOBIERNO. El más antiguo órgano de gobierno radicado en la


metrópoli era la Casa de la Contratación con sede en Sevilla. Creada en 1503, primitivamente rigió
el comercio peninsular con las Indias y en forma paulatina le fueron conferidas otras atribuciones en
el orden fiscal y en la administración de la justicia. Pronto le superó en importancia al Consejo Real
y Supremo de Indias fundado en 1524. Entre sus atribuciones figuraban el conocimiento en última
instancia de los asuntos judiciales de las Indias; el nombramiento de funcionarios; la presentación
de obispos; las expediciones; la Real Hacienda y el trato a los indios. Con la Casa de los Borbones
estas dos grandes instituciones entraron en decadencia y fueron, en la práctica, sustituidas por la
Secretaría del Despacho Universal de Indias instituida por Felipe V en 1717, que centralizó en el
monarca el gobierno directo de los territorios americanos. En América, y en lo que respecta al
Paraguay, los órganos superiores de gobierno eran los Virreyes, primero el del Perú creado en 1544
y luego el de Buenos Aires creado en 1777, que le sustituyó en el mando superior del territorio.
Debe mencionarse también a la Audiencia de Charcas que ocasionalmente asumía funciones de
gobierno, aunque no siempre conforme a las disposiciones legales. Los Virreyes eran como un alter
ego del Monarca con amplísimas atribuciones en un principio que luego paulatinamente fueron
reglamentándose o restringiendo para hacerlas compartir con otros organismos.

LOS ADELANTADOS. El primer régimen de gobierno instituido en el Paraguay fue el de los


Adelantados. Este fue el título otorgado por Capitulación a Don Pedro de Mendoza (1534), Alvar
Núñez Cabeza de Vaca (1540), Juan de Sanabria (1547) y Juan Ortiz de Zárate (1573). La
institución del Adelantazgo en España ya estaba desapareciendo, terminada la guerra contra los
moros en que tuvo mucha importancia. Sus atribuciones abarcaban todas las gamas del gobierno,
guerra y justicia.

La única limitación impuesta a los adelantados era la de consultar para las decisiones fundamentales
a los sacerdotes y oficiales reales. Su autoridad era de corte netamente militar. Los Adelantados se
comprometían a llevar las armadas a su costa y se entendían directamente con el Rey. La actuación
de los cuatro designados fue efímera. Mendoza y Ortiz de Zárate gobernaron casi siempre por
manos de sus lugartenientes. Sanabria no llegó a posesionarse del cargo.

LOS GOBERNADORES Y CAPITANES GENERALES. La Real Cédula del 12 de septiembre de


1537 facultó a los vecinos del Paraguay a elegir, en caso de vacancia, como Gobernador y Capitán
General «a la persona que según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho
cargo». En su virtud fue designado, en tal carácter, Domingo Martínez de bala a la deposición de
Cabeza de Vaca (1544) y luego, durante el resto del siglo XVI, Francisco Ortiz de Vergas (1558),
Martín Suárez de Toledo (1572) y Hernandarias (1592 y 1597). La primera designación real de
Gobernador y Capitán General recayó en Domingo Martínez de bala, en 1555. El título de bala no
entrañó ninguna subordinación a otra autoridad de América. Esta fue la situación de sus inmediatos
sucesores en el mando hasta que el Paraguay fue puesto bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú.
Creado éste en 1544 no fue sino con el definitivo fenecimiento del régimen del Adelantado, con la
destitución de Juan Torres de Vera y Aragón que pretendía la herencia de Ortiz de Zárate, que el
virrey de Lima comenzó a ejercer jurisdicción sobre el Paraguay nombrando en 1593 gobernador a
Fernando de Zárate. Esta situación duró hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, en
1777, en que el gobernador del Paraguay pasó a depender del virrey con asiento en la ciudad de
Buenos Aires, aunque conservando su título y carácter de Capitán General, al cual acostumbraba
agregar el de Justicia Mayor.

ÓRGANOS DE JUSTICIA. Lo característico de la organización judicial fue la inexistencia de


organismos exclusivamente dedicados a esa función. Coincidiendo con el espíritu de la legislación
indiana, no se creyó necesario separar la tarea judicial de las otras tareas gubernativas, y antes bien
se procuró que éstas se ejercieran con el espíritu que debía inspirar aquéllas. Además no se quiso
que imperara en la dilucidación de los asuntos contenciosos el profesionalismo y el tecnicismo
jurídico. Hubo prohibición a los abogados de alistarse en las primeras armadas. Se consideró más
importante la rectitud de conciencia que el saber jurídico. En su carácter de Justicia Mayor los
Adelantados y Gobernadores eran la máxima autoridad judicial en la Provincia hasta que en 1566 el
Río de la Plata fue incorporado al distrito de la Audiencia de Charcas, que fue su tribunal supremo
hasta la creación de la Audiencia de Buenos Aires que funcionó entre 1663 y 1672 y fue
definitivamente restablecida en 1785. Los alcaldes de primero y segundo voto entendían por turno y
en primera instancia en todas las causas civiles y criminales que se suscitaran en la jurisdicción de
la ciudad, siempre que no correspondiera a alguno de los fueros especiales. Los oficiales reales
también tuvieron atribuciones judiciales en las causas que interesaban a la Real Hacienda. La
Iglesia también tenía sus tribunales especiales: jueces ordinarios y conservadores, el tribunal de la
Santa Cruzada y el tribunal de la Santa Inquisición.

EL CABILDO. El Cabildo fue en el Paraguay una creación espontánea de los conquistadores sobre
el modelo de los municipios castellanos. Aunque muchos fueron designados en España regidores de
las nenas que debía conquistar el Adelantado Don Pedro de Mendoza, a éste no se le autorizó a
fundar Cabildos, seguramente por el temor de que éstos quisieran renovar en el Río de la Plata las
luchas de las comunidades terminadas en Villalar. Las Ordenanzas de Montejo, incluidas en las
capitulaciones, sólo autorizaban a fundar fortalezas o casafuertes, y a esto se limitó el adelantado
Mendoza. Pero el 16 de setiembre de 1541 bala, en consorcio con los oficiales reales fundaron el
Cabildo de Asunción, integrado por cinco regidores, «para que entiendan en todas las cosas
concernientes a la buena gobernación de esta ciudad». Bien pronto el Cabildo se convirtió en
órgano importante de gobierno. No sólo cumplía las obligaciones municipales y de justicia que le
eran propias, sino que ejerció variadas funciones políticas. En ocasiones llegó a asumir el gobierno
total de la Provincia como lo hizo en 1676 a raíz de la destitución del gobernador Rexe de Corvalán.
Durante la Revolución de los Comuneros fue protagonista principal de los acontecimientos y
baluarte de la causa popular.

EL EJÉRCITO. Adelantados y Gobernadores, en su carácter de Capitanes Generales, fueron los


supremos comandantes de las milicias y tropas regladas. Decidían en las causas militares, sin
intervención de los alcaldes y de las Audiencias. Contra la sentencia del capitán general cabía la
apelación al Virrey y a la Real Junta de Guerra de Indias, creada en 1600 para entender en todo lo
referente a la guerra terrestre y marítima. En el Paraguay no había tropas asalariadas, sino milicias
integradas por todos los vecinos en condición de tomar armas. Estos prestaban servicio
obligatoriamente ya sea en los fuertes, en períodos determinados, o en las expediciones contra los
indios del Chaco o contra los bandeirantes, debiendo hacerlo a su «costa y minsión», en cargos
puramente honoríficos como el de Maestre de Campo, Comandantes de Armas y Comandantes
Generales. No fue sino a fines del siglo XVIII que se establecieron cuatro regimientos de dragones
con sedes en el interior más un batallón de Infantería en Asunción con sus respectivos Sargentos
Mayores. Luego aquéllos fueron agrupados en dos regimientos de caballería, el 1º de Costa Abajo y
e12° de Costa Arriba.

LA REAL HACIENDA. Las funciones de hacienda correspondían a los Oficiales Reales, que eran
cuatro: el Tesorero, el Contador, el Factor y el Veedor. En el Paraguay tuvieron enorme gravitación
política durante el siglo XVI por la obligación de Adelantados y Gobernadores de consultarles para
las resoluciones fundamentales. Alear Núñez quiso pasar por encima de este requisito y ello fue una
de las causas de su destitución: Traía nunca tomó determinación importante sin el voto de los
oficiales reales que, de esta suerte, coparticiparon en el gobierno. Algunos de estos funcionarios
cobraron relieve principal en la historia de la conquista como Alonso de Cabrera, Felipe de Cáceres,
Pedro Dorantes, Garcí Venegas, Hernando de Montalvo; Gerónimo Ochoa de Eyzaguirre, Adame
de ( Olaberriaga, Francisco Ortiz de Vergas, Juan de Salazar, etc. Una de sus obligaciones era
informar minuciosamente a la Corona sobre los hechos ocurridos en el distrito de su jurisdicción.
Por tal razón, la «Correspondencia de los Oficiales Reales de Hacienda», publicada en volumen en
1915, constituye una de las I fuentes más valiosas para la historiografía de esa época.

LA IGLESIA. El Papa Pablo III instituyó el 1º de julio de 1547 la Iglesia Catedral del Río de la
Plata, con asiento en Asunción y a cargo de un Obispo que debía denominarse también del Río de la
Plata. Señaló la bula papal como obligación primordial del Obispo del Río de la Plata «predicar la
palabra de Dios y convertir a sus habitantes infieles al culto de la fe cristiana». El obispo designado,
Fray Juan de Barrios, fundó canónicamente desde España, el 10 de enero de 1548, la Sede
Episcopal del Paraguay, señalándole por Titular y Patrona a la Virgen de la Asunción. Dotó al
Obispado de cinco dignidades, diez canónigos, seis racioneros, seis semiracioneros y otros
subalternos, pero como no tenía rentas suficientes la Iglesia, las prebendas se redujeron a cuatro
dignidades -Deán, Arcediano, Chantre y Tesorero- dos canónigos y un racionero, que debían
constituir el Cabildo Eclesiástico. El obispo Barrios nunca negó a posesionarse de su Obispado. El
primero en hacerlo, Fray Pedro Fernández de la Torre, integró el Cabildo Eclesiástico. Producida en
1617 la división de las Provincias, le fue segregado del Obispado del Paraguay el de Buenos Aires
entonces instituido. Eran prolongadas las vacancias del Obispado, que entonces era regido por
Provisores, por lo general nacidos en la tierra, o por el Cabildo Eclesiástico Gobernador.

LA INQUISICIÓN. Para velar por la pureza de la fe, en 1570 fue instalado en Lima el Tribunal del
Santo Oficio de la Inquisición con autoridad sobre el obispado del Paraguay. Esta jurisdicción no
pudo ser ejercida durante el siglo XVI. «En los negocios de Inquisición-informaron los jueces de
Lima-que se ofreciesen en el Paraguay y Río de la Plata, que son de este distrito, no podemos
entender en ninguna manera, porque demás que la distancia es de más de ochocientas leguas de esta
ciudad, hay en medio muchos despoblados y tierras de indios de guerra, y sería menos dificultoso
tratarse los dichos negocios desde Sevilla». Así también la entendió el obispo de Asunción, Fray
Fernández de la Torre, quien en 1572 abatió el poderío del gobernador Felipe de Cáceres
acusándole públicamente de «luterano», y logró su deposición y su envío a España para entregarlo
al Santo Oficio de Sevilla sin pensar recurrir a Lima. El obispo se presentó en plena Catedral y al
grito de «Viva la Fe de Jesucristo» apresó a Cáceres cuyos partidarios no osaron oponer resistencia.
«En oyendo esta techa ninguno de nosotros se atrevió a menear cosa alguna», escribieron los
oficiales reales. Nada se sabe acerca de los fundamentos de la acusación pues no se conoce el
proceso que el obispo instruyó con este motivo al destituido gobernador.

LAS INSTITUCIONES CULTURALES. Las Recopilaciones reglamentaron minuciosamente la


actuación de las Universidades. «Para servir a Dios nuestro señor y bien público de nuestros Reynos
-rezaba la Ley I, del título XXII, del Libro I conviene que nuestros vasallos, súbditos y naturales
tengan en ellos Universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas las
ciencias y facultades». Las dos primeras universidades fundadas en América fueron en 1551 las de
Lima y de México, con igual categoría que la de Salamanca. Muchas otras se erigieron
posteriormente y en el Río de la Plata solamente la de Córdoba en 1614. Las universidades eran
reguladas por estatutos propios y gozaban de autonomía. Incluso a la Inquisición le estaba vedado
interferir su enseñanza. También fue muy explícita la Recopilación sobre la obligación que tenían
arzobispos y obispos, conforme a los cánones del Concilio de Trento, de fundar colegios seminarios
para la formación de sacerdotes.

LA LEGISLACIÓN ESCOLAR. En cambio la legislación indiana acusó un gran vacío con respecto
de la instrucción primaria. Ésta quedó librada a la iniciativa particular, sobreentendido que debía
encuadrarse dentro del respeto de los dogmas religiosos y el acatamiento a las autoridades reales. La
enseñanza de las primeras letras no era entonces en España ni en el resto de Europa un problema de
gobierno. Correspondía al hogar o a la iglesia. De aquí el silencio de las Recopilaciones, lo cual
hizo que la enseñanza escolar se desarrollara dentro de la más amplia libertad. Poco apoco fue
formándose un derecho consuetudinario o de la costumbre que, según las mismas Recopilaciones,
tenía fuerza de ley a falta de disposición escrita. De esta suerte los Cabildos se constituyeron en la
máxima autoridad en materia escolar. Otorgaban el título o autorizaban el ejercicio del magisterio a
quienes lo solicitaban; fijaban el estipendio que los maestros cobraban a los padres; concedían
locales para las escuelas; subvencionaban, a veces de sus «propios» algún maestro. El Cabildo
delegaba generalmente la vigilancia del buen desempeño de los preceptores en uno o dos diputados
de su seno.

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