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1. LA MONARQUÍA PARLAMENTARIA
CAPÍTULO 2: EL REY
2.2. La Regencia
La muerte del Rey no produce un interregno, ya que su sucesor comienza
inmediatamente su reinado sin más requisitos que los previstos en art. 61 CE:
1. «El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará
juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer
guardar la Constitución y las Leyes y respetar los derechos de los
ciudadanos y de las Comunidades Autónomas.
2. El Príncipe heredero, al alcanzar la mayoría de edad, y el Regente o
Regentes al hacerse cargo de sus funciones, prestarán el mismo
juramento, así como el de fidelidad al Rey».
Sin embargo, la práctica registra casos en que el nuevo Rey es menor de edad.
La Regencia es la Institución a la que corresponde ejercer las funciones del Rey
durante la menor edad, la ausencia o la incapacidad del titular de la Corona.
La Regencia ejerce siempre sus funciones con el mismo contenido y alcance
que la CE prevé para cuando son desempeñados por el propio Rey, pero con
carácter meramente interino; consecuentemente, el Regente actúa mediante
actos refrendados.
La Regencia se ejerce por mandato constitucional y siempre en nombre del
Rey, y el regente actúa mediante actos refrendados.
La CE distingue dos supuestos distintos de Regencia:
a) Regencia por minoría de edad del Rey: La CE no establece una
mayoría de edad especial para el Rey, alcanzándose ésta a los 18 años.
En este caso, la Regencia se ejercerá por el padre o la madre del Rey. En
defecto de éstos, el pariente de mayor edad más próximo a suceder en la
Corona.
b) Regencia por la inhabilitación del Rey: Supuesto de incapacidad
física o mental sobrevenida en la persona del Rey, que requiere que la
inhabilitación sea reconocida por las Cortes Generales. Se distinguen dos
casos:
Si el Príncipe heredero fuera mayor de edad, entrará a ejercer
inmediatamente la regencia.
Si no lo fuere, ejercerá la Regencia el pariente de mayor edad más
próximo a suceder en la Corona.
En cualquier caso, si no hubiera ninguna persona a quien corresponda
ejercerla, ésta será nombrada por las Cortes Generales, y se compondrá de 1,
3 ó 5 personas.
2.3. El tutor
En el caso de que el Rey sea menor de edad, además de la Regencia, la CE
contempla la figura del tutor. No se definen las atribuciones del tutor, por lo
que debe entenderse que son las que confiere el Código civil. Hay tres
supuestos de tutoría, con arreglo al método seguido para la designación del
tutor:
a) La tutela testamentaria
Supuesto ordinario, pues será tutor del Rey menor la persona que en su
testamento hubiese nombrado el Rey difunto, siempre que sea mayor de edad
y español de nacimiento.
Se discute la necesidad del refrendo para este acto del Rey. Para el Prof.
Alzaga no es preciso el refrendo: la exigencia del refrendo se refiere a todos
los actos del Rey en el desempeño de sus funciones constitucionales, pero no a
sus actos privados; y el tutor del Rey desempeña sólo funciones de Derecho
privado, ninguna de Derecho público.
La tutela es una institución del Derecho de familia, y si la Constitución parte de
respetar el carácter privado de los actos del Rey ajenos a sus funciones
constitucionales, no tiene sentido exigir el refrendo a la hora de elegir un tutor
sin funciones jurídico-políticas.
Es fin de la tutela la guarda de la persona y los bienes del menor, y el Rey goza
de libertad para administrar su patrimonio personal. El documento elegido por
la Constitución es el testamento, que es el único que nuestro Código civil
admite para que un padre designe tutor, y este documento no parece indicado
para que concurra el refrendo.
b) La tutela legítima
En defecto del anterior, se confía la tutela a personas cuyo afecto al menor se
presupone. La Constitución sólo prevé la tutela legítima del padre o madre del
Rey menor, mientras permanezcan viudos.
c) La tutela dativa
En ausencia de las anteriores, el tutor será nombrado por las Cortes Generales,
reunidas en sesión conjunta de ambas Cámaras, pero no podrán acumularse
los cargos de Regente y tutor sino en el padre, madre o ascendientes directos
del Rey.
El ejercicio de la tutela es también incompatible con el de todo cargo o
representación política, asegurando que el tutor desempeñará su función al
margen de aspiraciones de poder o de la contienda política.
CAPÍTULO 3: LAS FUNCIONES DEL REY
2. EL REY Y EL GOBIERNO
La CE de 1978, como ha afirmado Sánchez Agesta: «deliberadamente parece
querer cortar toda identificación del Rey con el poder ejecutivo y con los
órganos de Gobierno que lo ejercen».
E) Otras funciones
a) Al Rey corresponde convocar a Referéndum en los casos previstos en la
Constitución, entre los que se encuentra:
El supuesto de referéndum potestativo acerca de «decisiones políticas de
especial trascendencia», mediante propuesta del Presidente del Gobierno
y convocado por el Rey previa autorización del Congreso de los
Diputados (art. 92 CE).
El supuesto de Reforma Constitucional, a que se refieren los arts. 167.3
y 168.3 CE.
b) Atribuye también la CE al Rey el Alto Patronazgo de las Reales Academias.
1. ORIGEN HISTÓRICO
1.1. De la terminología
El uso del sustantivo Cortes es un reflejo de una tradición que se remonta en
España a la época medieval. Se llamaba así a las asambleas deliberantes por el
sitio donde se celebraban, allí dónde estaba la Corte.
Cuando tenían un carácter extraordinario o solemne, en ocasiones, se
adjetivaban de generales. En nuestra patria nunca se abandonó la expresión
«Las Cortes» para denominar la Asamblea política de condición representativa.
Nuestro texto constitucional se refiere a Cortes Generales, aunque
tradicionalmente se ha usado la expresión Cortes. Los antecedentes de esto se
encuentran en el art. 2 del Estatuto Real de 1834, que llama Cortes Generales
al Parlamento. Los Constituyentes optaron por el empleo de esta expresión
para reservar al Parlamento de la Nación un título diferenciador del que
podrían utilizar alguna de las Asambleas legislativas de las futuras
Comunidades Autónomas.
1.2. De la institución
Nuestras Cortes, y buena parte de los Parlamentos europeos, hunden sus
raíces en las Asambleas medievales. Fue en el ámbito eclesiástico donde se
fraguó el principio representativo, tal y como fue entendido y desarrollado
durante la Edad Media.
Dos ejemplos de esa imprenta son: las primeras reuniones de Los Comunes en
Inglaterra, se llevaron a cabo en la Sala capitular (Chapter House) de la Abadía
de Westminster, hacia 1285; después de la revolución francesa, y con los
primeros Parlamentos basados en la concepción liberal del principio
representativo, algunos de los primitivos reglamentos parlamentarios se
inspiran en normas canónicas.
Las Cortes en los Reinos de la España Medieval, desde el siglo XIII, e incluso
en el primer período de nuestra Monarquía absoluta, fueron una Institución,
presidida por el propio Rey, que integraba a los representantes de los diversos
estamentos y asumía funciones de notable importancia.
La Monarquía absoluta se esforzó por controlar, e incluso anular, la actividad
parlamentaria. Nuestro primer parlamentarismo quiso apoyarse en el prestigio
que en los albores del siglo XIX conservaban nuestras Cortes históricas, pese a
que la Monarquía absoluta las sometió a sus dictados.
Las Constituciones liberales españolas olvidaron, en la práctica, a las Cortes
históricas y asentaron sus respectivas instituciones parlamentarias sobre las
aportaciones doctrinales de Montesquieu y sobre las ideas democráticas y
liberales que propagó la Revolución francesa.
También se recibió el influjo de las ideas de un pensador original del siglo
XVIII, Edmund Burke, quien acuñó tanto una particular visión de la
representación parlamentaria, como (desde su preocupación práctica por
reestructurar los Whigs) una nueva concepción de los partidos políticos.
3. NATURALEZA Y CARACTERES
4. EL BICAMERALISMO
B) Sufragio universal
La Constitución impide cualquier pretensión de restaurar el sufragio censitario,
y cierra las puertas a cualquier veleidad de excluir del voto a las mujeres. En el
apartado 5 del mismo art. 68 se preocupa por los emigrantes: «La ley
reconocerá y el Estado facilitará el ejercicio del derecho de sufragio a los
españoles que se encuentren fuera del territorio de España».
C) Sufragio libre
Esta precisión tiene su lógica desde la experiencia de los comicios y
referéndum celebrados durante el franquismo.
Así, autores prestigiosos como Mackenzie, habían hablado de elecciones libres
para contraponerlas a los cuatro supuestos de patología electoral que él
denomina como elecciones confusas, elecciones compradas, elecciones
preparadas y elecciones por aclamación.
D) Sufragio igual
Decía Pérez Serrano, al comentar este adjetivo, que con ello «se quieren
probablemente excluir los sistemas poco democráticos siempre, de voto plural,
a favor de un mismo elector, y de sufragio por clases, como el de la antigua
Prusia, en que el tercio de los puestos a elegir quedaba reservado al número,
ineludiblemente reducido, de los electores que pagasen mayor contribución».
Otros supuestos de sufragio no igual son los de representación corporativa,
que fueron derogados en Gran Bretaña en 1948.
E) Sufragio directo
El elector votará a los candidatos, adscritos a una lista, sin intermediario
alguno. Es decir, se impide elegir Diputados mediante sistemas de
representación indirecta.
F) Sufragio secreto
No está de más subrayar este aspecto, toda vez que en España, durante
muchas décadas, fue tradicional consagrar en la letra de la ley el secreto del
voto, pero en el terreno de los hechos, esta norma se había relegado a la
condición de solemne declaración, conculcada mediante innumerables tretas y
artimañas, que permitían conocer a los caciques el voto emitido por cada
elector.
C) Las poblaciones de Ceuta y Melilla eligen cada una de ellas dos senadores
4. LA LEGISLACIÓN ELECTORAL
El núcleo de la legislación electoral vigente lo configura, como hemos ido
apuntando, la LO 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. Ya
hemos visto conjuntamente el sistema electoral conforme al que se produce la
concreta configuración representativa del Congreso y del Senado. A tal
sistema electoral un sector de la doctrina gusta denominar la fórmula
electoral.
Ahora bien, el proceso electoral es mucho más amplio que la aplicación de los
votos a la asignación de escaños, y por ello nuestro Derecho electoral regula
otros aspectos del procedimiento electoral.
B) La campaña electoral
C) La votación
Hay dos modalidades:
a) La ordinaria o personal: En la correspondiente Mesa Electoral, de
nueve a veinte horas, por parte de los electores adscritos a la misma
debidamente identificados.
b) Votación por correspondencia: Utilizable por los electores que
prevean que en la fecha no se hallarán en la localidad donde les
corresponde ejercer su derecho de voto, o que no puedan personarse,
cumpliendo con los requisitos previstos al efecto.
Existe un pormenorizado ritual que incluye el que los representantes de las
candidaturas puedan designar dos interventores por cada Mesa Electoral, así
como un ilimitado número de apoderados, el contar con una cabina, el que las
papeletas hayan de corresponder al modelo oficial, el que estas se tengan que
depositar en la urna dentro de un sobre electoral, también confeccionado
según modelo oficial y de carácter opaco. Los notarios habrán de encontrarse a
disposición de los partidos políticos, el acta de la sesión reflejará el escrutinio
así como, en su caso, los incidentes y copia de la misma se facilitará gratuita e
inmediatamente a los apoderados e interventores.
A) La cuestión en la doctrina
Una parte significativa de la doctrina se ha esforzado por legitimar la realidad
actual, en la que los parlamentarios son reducidos cada vez más a la condición
de meros voceros de las posiciones que defiende la dirección de su partido. A
estos efectos, unas veces se sostiene y otras se da a entender:
a) Que los representantes en las Cámaras se deben a su partido.
b) Que los electores no pueden votar otras ofertas que las que los partidos
les presentan y no votan a unos candidatos per se, sino porque están
incluidos en las listas del partido al que desean otorgar su confianza.
c) Que los partidos son los que hacen un esfuerzo colectivo organizativo y
financiero que permite a los candidatos llegar a ocupar un escaño.
d) Que las relaciones actuales entre electores y elegidos es una relación de
mercado, en el que los partidos son colectivos de políticos agrupados
para ofrecer un servicio, de gobernación, a cambio de un poder que los
electores les proporcionan al votarlos.
e) Que la funcionarización de los parlamentarios y su consiguiente sujeción
a la disciplina de partido es un hecho inevitable.
f) Que en los parlamentos hace ya tiempo que sus miembros no discuten
para convencer ni para convencerse.
g) Que consecuentemente hay que revisar y relativizar la teoría de la
representación política en las democracias contemporáneas y admitir que
el mandato imperativo de los partidos sobre los parlamentarios es una
realidad, y que su prohibición es retórica, constitucional, hueca y
anacrónica.
El autor piensa que el contenido dispositivo del art. 67.2 CE es políticamente
lógico en un sistema democrático que admite los partidos, pero les exige que
su estructura interna y su funcionamiento sean democráticos (art. 6 CE), y
jurídicamente dotado de fuerza de obligar incluso a las poderosas cúpulas de
los partidos.
Desconocer la prohibición constitucional del mandato imperativo es grave y
degenera, entre otras, en las siguientes consecuencias:
a) No se admite que el parlamentario pueda plantear objeción alguna de
conciencia.
b) Para que el cargo electo sea un mero eco de la dirección del partido, su
única cualidad humana útil es la de la lealtad incondicional; el
parlamentario ideal podría acabar por ser un perro de buena raza.
c) Encabezar las listas con personas populares y de prestigio no pasaría de
ser un fraude, ya que el criterio de dichas personas en la práctica debe
siempre quedar anulado por el de sus mandos políticos.
d) La superposición sistemática en la toma de decisiones del interés
electoral del partido (conquistar o conservar el poder) sobre la búsqueda
del interés general es difícil que sea un planteamiento asumible por la
población dotada de cultura cívica y aun por la generalidad de la
sociedad, aunque convenza a los ciudadanos más politizados en términos
de forofos de los respectivos partidos.
e) No es posible compatibilizar la tolerancia hacia el mandato imperativo
que los partidos gustan establecer sobre sus parlamentarios con el
principio democrático y con su importante plasmación en el
reconocimiento que nuestra Constitución formula.
f) En suma, la vuelta al mandato imperativo de los partidos sobre los
parlamentarios es incompatible con elementales exigencias éticas en la
vida pública y con la aspiración de que se incorporen a las Cámaras
parlamentarias algunas personas de criterio y formación sólidos.
B) La Revolución francesa
Destaquemos, en el proceso revolucionario francés, cinco hitos:
a) El Decreto de la Asamblea Nacional, configurada por los representantes
del «Tercer Estado», se garantizase a sus miembros una inviolabilidad
que les pusiese a salvo de ataques que les parecían fáciles de intuir.
b) El Decreto de la propia Asamblea busca completar la inviolabilidad
consagrada en el referido Decreto dictado un año antes, con lo que será
la primera plasmación, por parte del nuevo pensamiento revolucionario,
de la noción de la inmunidad.
c) La Ley 13-17 de junio de 1791, perfila con mayor rigor técnico las
garantías aprobadas en los dos aludidos decretos.
d) La Constitución de 1791, en su art. 7, proclamaba solemnemente que
«Los representantes de la nación son inviolables; no podrán ser
buscados, acusados, ni juzgados por lo que hayan dicho, escrito o
hecho en el ejercicio de sus funciones de representantes». Y su
artículo siguiente exigía el requisito de la previa autorización del Cuerpo
legislativo para proceder en ciertos casos contra tales representantes.
e) La Constitución de 1793 asume el principio de la inviolabilidad de los
representantes de la Asamblea Nacional, en términos análogos a como
los había consagrado la Constitución de 1791.
Importa recordar que bajo la vigencia de la Constitución de 1793 se vivió el
llamado período del terror, del que no salieron indemnes algunos diputados.
A nadie puede extrañar que en la fase más dramática de la revolución francesa
la inmunidad fuese cuestionada, para permitir someter a juicio penal a ciertos
desdichados diputados. Aquél fue un debate tan plagado de doctrinarismo,
como calado de realidad política, puesto que la guillotina permanecía instalada
no muy lejos de donde se reunía la Asamblea.
A) El Presidente
Es un órgano unipersonal de Gobierno de su Cámara. Aunque el Presidente es
un miembro, ciertamente el más destacado, de su Mesa, la Constitución lo
menciona en el art. 72.3: «Los Presidentes de las Cámaras ejercen en
nombre de las mismas todos los poderes administrativos y facultades
de policía en el interior de sus respectivas sedes».
Es notoria la voluntad de nuestros constituyentes por fortalecer la figura de los
Presidentes de las Cámaras, que se plasma bien a las claras en la redacción del
citado artículo.
La relevancia constitucional del Presidente del Congreso de los Diputados está
al margen de toda duda, al referirse la Constitución, en sus art. 64 y 99, con
motivo de la propuesta de candidatos a la Presidencia del Gobierno y del
nombramiento del candidato que logra la confianza del Congreso y, también, a
propósito de la disolución del Congreso y del Senado.
Igualmente, la Constitución vuelve a referirse a los Presidentes de ambas
Cámaras en su art. 78.2, respecto a que presidirán las Cámaras respectivas;
art. 90.1, en el que cuando se apruebe un proyecto de ley ordinaria u
orgánica, el Presidente del Congreso dará inmediata cuanta al Presidente del
Senado; y en el art. 109, que indica que Las Cámaras y sus comisiones
pondrán recabar información, a través de los Presidentes de aquellas.
Además de las funciones que le confieren a sus Presidentes la Constitución y
algunas leyes, los Reglamentos de las Cámaras les reconocen, entre otras, las
siguientes funciones:
a) Presidir, dirigir y coordinar la acción de la Mesa.
b) Ostentar la representación de la Cámara.
c) Asegurar la buena marcha de los trabajos, dirigir los debates y mantener
el orden de los mismos.
d) Interpretar y hacer cumplir el Reglamento de la Cámara.
e) Suplir lagunas reglamentarias, mediante resoluciones de carácter
general, de acuerdo con el parecer de la Mesa.
La elección de los Presidentes del Congreso y del Senado se lleva a cabo por el
sistema electoral mayoritario puro o, en su caso, a dos vueltas.
B) Las Mesas
Órgano colegiado de carácter institucional, que aún reflejando la composición
partidaria de la Cámara, debiera regir los quehaceres de la Asamblea velando
por su independencia. Su composición es la siguiente:
a) Mesa del Congreso: el Presidente, cuatro Vicepresidentes, cuatro
Secretarios y el Letrado Secretario general.
b) Mesa del Senado: el Presidente, dos Vicepresidentes y el Letrado
Mayor.
La elección de sus miembros corresponde a la propia Cámara, y se realiza
conforme a un sistema mayoritario corregido.
Las Funciones propias de las Mesas son:
a) Organizar el trabajo y el régimen y gobierno interiores de la Cámara.
b) Elaborar el proyecto de Presupuesto y, una vez aprobado por el Pleno de
la Cámara, controlar su ejecución.
c) Ordenar los gastos de la Cámara (mientras que corresponde al
Presidente ordenar los pagos).
d) Calificar, con arreglo al Reglamento, los escritos y documentos de índole
parlamentaria, declarar su admisibilidad y decidir su tramitación.
e) Programar las líneas generales de actuación de la Cámara, fijar el
calendario de actividades del Pleno y de las Comisiones para cada
período de sesiones, oída previamente la Junta de Portavoces.
A) El Pleno
Es el órgano formado por la totalidad de sus miembros. Aparece a los
ojos de los ciudadanos como el órgano de mayor legitimidad por ser el más
representativo y más solemne y cuya actividad tiene mayor publicidad. El art.
80 CE indica que: «Las sesiones plenarias de las Cámaras serán
públicas».
El Pleno es el conjunto de los miembros de la Cámara, pero constituidos
formalmente como tal. Se trata de un órgano de trabajo que precisa ser
convocado debidamente y gozar del preceptivo quórum para poderse
considerar debidamente constituido. Según el art. 67.3 CE: «Las reuniones
de parlamentarios que se celebren sin convocatoria reglamentaria no
vincularán a las Cámaras y no podrán ejercer sus funciones ni ostentar
sus privilegios».
Luego es lógica la previsión del art. 75.1 CE, conforme a la cual las Cámaras
funcionarán en Pleno y en Comisiones. Se trata de órganos de trabajo que
precisan de ser convocados debidamente y gozar del preceptivo quórum para
poderse considerar debidamente constituidos.
B) Las Comisiones
Las Comisiones parlamentarias son expresión del principio de división
del trabajo. Consisten en reuniones formales y restringidas de un
determinado número de diputados o senadores, a fin de llevar a cabo una
labor de instrucción o preparación de las decisiones a adoptar por los Plenos.
Asumen capacidad decisoria en ciertos casos, entre los que destacan aquellos
en que proceden a la discusión y aprobación directa de proyectos legislativos,
sin la ulterior intervención del Pleno.
Hay dos tipos de comisiones:
a) Las Comisiones permanentes (de vida estable, con independencia de
los temas que en cada momento aborden):
Legislativas (las más relevantes).
Otras de diversa naturaleza.
b) Las Comisiones especiales (formadas en función del estudio o
discusión de un asunto concreto, de modo que se extinguen al cumplir su
fin), presididas por lo que puede llamarse «el principio de ocasionalidad»
(por ejemplo: Comisiones de investigación).
La designación de los miembros de las Comisiones se lleva a cabo libremente
por los Grupos Parlamentarios que configuran la Cámara, sin intervención de
los órganos de gobierno de la misma.
El número de comisionados se establece (en función al criterio de la
proporcionalidad, es decir, según la importancia numérica de cada uno
de ellos) por la Mesa de la Cámara, oída la Junta de Portavoces.
La dirección de los trabajos de la Comisión se asume por su Mesa, que, a su
vez, encabeza un Presidente. Las comisiones tienen una menor publicidad. El
número varía en función de ciertas circunstancias pero, por lo general, se sitúa
entre veinticinco y cuarenta, encontrándose habitualmente más cerca de ese
último, para permitir que todos los Grupos Parlamentarios gocen al menos de
un miembro por Comisión.
La Ponencia es un subcomité de estructura plural pero más reducida (en la
práctica, del orden de unos siete miembros), cuyos integrantes no pueden
pertenecer a un solo Grupo. Las sesiones de las ponencias son secretas.
La mayor parte de los trabajos parlamentarios y, desde luego, los de índole
legislativa se desenvuelven en tres escalones: Ponencia, Comisión y Pleno,
niveles éstos que a su vez volverán a recorrerse de nuevo si la materia debe
ser conocida también por la otra Cámara.
B) Antecedentes históricos
Acostumbra a citarse como primer precedente de nuestras actuales
Diputaciones Permanentes el órgano que crearon las Cortes Catalanas de fines
del s. XIII; extendiéndose tal práctica, en los siglos XIV y XV, a Aragón,
Valencia y Navarra.
Sin embargo, los antecedentes que más nos interesan son los que se producen
en el seno del constitucionalismo de nuestra historia parlamentaria de
raigambre liberal.
Sólo dos Constituciones españolas recogen la figura de la Diputación
Permanente. La Constitución de 1812, que atribuye a la Diputación
Permanente como primera facultad el «velar sobre la observación de la
Constitución y de las leyes para dar cuenta a las próximas Cortes de las
infracciones que haya notado», y el entregar ordenadamente el testigo de unas
Cortes ordinarias a las siguientes.
El auténtico precedente de la Diputación Permanente se encuentra en el art. 62
de la Constitución de 1931, que encomendaba a esta institución el desempeño
de cuatro facultades muy precisas, y que fue específicamente contemplado por
los constituyentes de 1977/78.
C) Regulación constitucional
Rasgos característicos de la Diputación Permanente:
a) Su origen constitucional.
b) Su procedencia parlamentaria.
c) Su limitación temporal.
d) El disfrute de sustantividad competencial.
Su composición viene regulada en el art. 78.1 CE (compuesta por un mínimo
de veintiún miembros, que representarán a los grupos parlamentarios en
proporción a su importancia numérica).
Respecto de las funciones propias de las Diputaciones Permanentes (art. 78.2)
son:
a) Adoptar la iniciativa de reunir a las Cámaras en sesión extraordinaria,
según establece el art. 73.2 CE, y velar por los poderes de la Cámara
respectiva, cuando ésta no se encuentre reunida.
b) La Diputación Permanente del Congreso, ha de asumir, en su caso, la
facultad que corresponde al Pleno de la Cámara, respecto de los
Decretos-leyes (art. 96 CE).
c) Si disuelto el Congreso o expirado su mandato, se produjeran alguna de
las situaciones que dan lugar a los estados de alarma, de excepción y de
sitio, las competencias del Congreso serán asumidas por su Diputación
Permanente.
d) Velar por los poderes de la Cámara respectiva, cuando ésta no se
encuentre reunida. Esta función puede superponerse con la convocatoria
extraordinaria de la Cámara, pero se extiende a la posible intervención
de la Diputación Permanente en los asuntos que exigen la presencia de
las Cámaras.
Respecto de la continuidad de la Diputación Permanente, el art. 78.3 CE
dispone que, expirado el mandato de las Cámaras, o en su caso, de disolución
de las mismas, las Diputaciones permanentes seguirán ejerciendo sus
funciones hasta la constitución de las nuevas Cortes Generales.
Sobre el status de sus miembros, éstos conservaban su condición de diputado
o senador, con todas las prerrogativas (incluida la retribución) que le son
inherentes, aún después de expirado el mandato o de disuelta la Cámara.
La Diputación Permanente tiene obligación de informar y rendir cuentas de sus
actuaciones, por lo que, ante la Cámara correspondiente debidamente reunida,
dará cuenta de los asuntos tratados y de sus decisiones.
1. CONSIDERACIONES GENERALES
En anteriores capítulos se han analizado los caracteres de las Cortes Generales
y se ha mencionado la condición esencialmente representativa de las
mismas.
Al margen de cualquier opinión, los constituyentes, a la hora de redactar el art.
66.1 CE, «las Cortes representan al pueblo español», más que describir
una función, aportan un dato sobre su naturaleza, el ser representativas del
Pueblo o Nación Española, reconocidos en el Preámbulo como titular de la
soberanía.
Como se expondrá a continuación, esta descripción ha de ser matizada. Según
los autores, la esencia de la representación política no consiste exclusivamente
en actuar en nombre de otro, sino en «dar presencia a un ser no
operante», es decir, «en convertir en presente y operativa a esa
persona moral y cuasi mítica, que es la Nación».
La función política de la representación democrática conlleva otra serie de
subfunciones, entre las que cabe citar las siguientes:
a) Contribuir a la integración política de una sociedad pluralista.
b) Institucionalizar el fenómeno natural del poder político en toda sociedad.
c) Dotar de una importante fuente de legitimación al poder político, sin
perjuicio de la concurrencia de otras fuentes de legitimación.
d) Dar entrada y procesar las demandas de los diversos colectivos sociales
para desestimar unas y atender otras.
Estas funciones podrían calificarse como inherentes, siendo en la realidad las
definidas en el apartado 2 del art. 66 CE, conforme al cual: «Las Cortes
Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus
Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás
competencias que les atribuya la Constitución». De forma expresa, la
redacción de este artículo atribuye cuatro competencias, siendo la última de
«carácter abierto», es decir, dejando tal competencia sin desarrollar, en
previsión de futuras competencias.
C) Iniciativa legislativa
Se entiende por iniciativa legislativa al momento o fase de puesta en
marcha del procedimiento legislativo.
La idea de reconocer la iniciativa legislativa a los gobiernos tropezó con los
esquemas iniciales de la división de poderes; se inició en el campo del Derecho
Constitucional, a inicios del S.XIX. La CE dedica a la iniciativa legislativa su art.
87, conforme al cual hay un primer supuesto ordinario otorgando la potestad al
Gobierno, al Congreso y al Senado. Además, la CE acepta el ejercicio de tal
iniciativa a las Asambleas de CC.AA., y a la iniciativa popular:
3.3. Bis. Los Presupuestos Generales del Estado (2.3. Cap. XXIII)
A) Concepto
El art. 134.2 CE define los Presupuestos Generales del Estado, indicando que
tendrán carácter anual, que incluirán la totalidad de los gastos e
ingresos del sector público estatal, y que en ellos se consignará el
importe de los beneficios fiscales que afecten a los tributos del Estado.
B) Anualidad
El art. 134.1 CE, deja sentado el carácter anual. Es necesaria además su
aprobación antes del primer día del ejercicio económico
correspondiente, de lo contrario se considerarán prorrogados de forma
automática los Presupuestos del anterior ejercicio hasta la aprobación
de unos nuevos. El TC, ha declarado que el principio de anualidad, por
analogía, es aplicable a los Presupuestos de las Entidades Locales (STC
4/1981).
C) Su elaboración y aprobación
Le corresponde al Gobierno, según el art. 134.1 CE, la elaboración de los
Presupuestos Generales, y a las Cortes su «examen, enmienda y
aprobación». Respecto al plazo de presentación del texto, el art. 134.3 CE
establece que el Gobierno contará con un plazo de al menos 3 meses,
antes de la expiración de los del año anterior, para presentar la
previsión al Congreso. La CE distingue así, por un lado, la elaboración, y por
otro lado, la aprobación:
a) Elaboración, exclusivamente atribuida al Gobierno.
b) Examen, enmienda y aprobación por las Cortes, como órgano de
control de los actos del Gobierno.
D) Límites al contenido
La Ley de Presupuestos debe limitarse a su contenido propio, es decir, deber
ser la expresión cifrada de ingresos y gastos del sector público estatal
y los criterios de política económica general en que se sustentan.
E) Iniciativas financieras del Gobierno tras la aprobación de los Presupuestos
El art. 134.5 CE, establece que tras la aprobación de los Presupuestos, el
Gobierno podrá presentar proyectos de ley que implique un aumento
del gasto público o disminución de los ingresos correspondientes al
mismo ejercicio presupuestario. Este aspecto viene dado cuando concurran
nuevas circunstancias que hagan necesario variar dicho plan de acción (por
ejemplo: catástrofes sobrevenidas, crisis financieras y sociales, etc…).
B) Nombramientos
Las razones por las que la Constitución confía a las Cámaras parlamentarias
ciertos nombramientos de particular relieve no son entendibles en el marco de
la función de control.
Se trata de una función política de las Cortes Generales con la que se busca
que ciertos altos dignatarios no sean nombrados por el Gobierno o por mera
cooptación [nombramiento de un miembro de una asamblea u organismo por
los que ya forman parte de él] en el seno de las respectivas instituciones. Dada
la particular representatividad de las Cámaras y la mayoría cualificada que se
suele exigir a estos efectos, se busca respaldar tan significados nombramientos
con la especial legitimidad democrática que emana de las Cortes y, a la par, se
espera que esta clase de nombramientos recaiga en personalidades de
prestigio, que pueden ser objeto de un consenso para confiarles especiales
responsabilidades. Desafortunadamente, estos buenos propósitos se ven, con
más frecuencia de la deseada, desvirtuados por la mecánica de los cupos, a
que son tan adictos los partidos para nombrar personas incondicionales con
independencia de que estén o no huérfanas de prestigio profesional.
Citaremos los siguientes casos:
De conformidad con el art. 54 CE, el Defensor del Pueblo ha de ser
designado por las Cortes Generales en la forma que establezca la
correspondiente Ley Orgánica, que dispone que la Comisión mixta
Congreso-Senado ad hoc propondrá a los Plenos de las Cámaras
candidato o candidatos por mayoría simple.
Según dispone el art. 122.3 CE, el Consejo General del Poder Judicial
estará compuesto entre otros miembros, por veinte miembros, ocho de
los cuales lo serán a propuesta del Congreso y del Senado (cuatro por
cada Cámara con mayoría de tres quintos de sus miembros). La LOPJ
finalmente terminó por determinar que los veinte serán elegidos por
ambas Cámaras distinguiendo únicamente el procedimiento para elegir
doce de ellos (art. 112) y los restantes ocho (art. 113). Como es bien
sabido, el polémico art. 113 de la LOPJ, dispone sobre este segundo
bloque que: «Los restantes ocho miembros que igualmente han de
integrar el Consejo, elegidos por el Congreso de los Diputados y por el
Senado, serán propuestos para su nombramiento por el Rey entre
abogados y otros juristas de reconocida competencia, con más de quince
años de ejercicio en su profesión, que no sean miembros del Consejo
saliente ni presten servicios en los órganos técnicos del mismo».
Conforme al art. 159.1 CE, debemos sumar a esta cuenta los cuatro
miembros del Tribunal Constitucional que designa el Congreso y los que
en igual número de cuatro designa el Senado; en ambos casos por
mayoría de tres quintos de los miembros de la Cámara respectiva.
Según lo dispuesto en el art. 11 de la Ley 17/2006, de 5 de junio, de la
radio y la televisión de titularidad estatal, los miembros del Consejo de
Administración serán elegidos por las Cortes Generales: cinco por el
Congreso y cuatro por el Senado.
De conformidad con el art. 30 de la LO 2/1982, de 12 de mayo,
reguladora del Tribunal de Cuentas, de sus doce consejeros, la mitad son
nombrados por el Congreso y la otra mitad por el Senado, siempre
mediante mayoría de tres quintos.
Conforme a lo dispuesto en la LO 6/2001, de Universidades (art. 29),
siete miembros del llamado Consejo de Coordinación Universitaria eran
elegidos por el Congresos y otros siete por el Senado.
A) Introducción
Los ingleses han sustituido las revoluciones y golpes de Estado continentales
mediante el juego parlamentario, que permite a los miembros de los Comunes
hacer votaciones de censura contra el Gobierno.
1. EL NOMBRAMIENTO ORDINARIO
A) Supuestos
Consideramos como supuestos de nombramientos ordinarios de un nuevo
Gobierno los que se producen con motivo de la celebración de una renovación;
mediante las elecciones legislativas del Congreso de los Diputados (art. 99.1
CE); o de la dimisión o fallecimiento de su Presidente (art. 101.1 CE). De estos
tres supuestos, el único dotado de voluntariedad es la dimisión.
Brilla por su ausencia la previsión constitucional de la posible incapacidad
sobrevenida del Presidente del Gobierno.
B) Procedimiento del nombramiento
En los tres puntos que hemos mencionado, la formación de Gobierno pasa por
el procedimiento de obtención de la confianza del Congreso de los Diputados.
El procedimiento de nombramiento consta de cinco fases, que pasamos a
detallar:
a) Primera fase: Presentación por el Rey al Congreso de un candidato a la
Presidencia del Gobierno. En esta fase cabe distinguir dos momentos: en
primer término el dedicado a consultas regias; y el segundo centrado en
la propuesta del candidato.
b) Segunda fase: La defensa por el candidato a Presidente de su programa
y el debate subsiguiente. Una vez recibida por el Presidente del Congreso
de los Diputados la propuesta de candidato a la Presidencia del Gobierno
que formula el Rey, es publicada en el Boletín Oficial de las Cortes
Generales. Acto seguido se convoca al Pleno de la Cámara para la
llamada «sesión de investidura», la cual se abre con la lectura de la
propuesta regia. En esta fase debemos tener en cuenta dos factores:
Subjetivo: la personalidad del candidato y su liderazgo.
Objetivo: el programa político del Gobierno que pretende formar.
c) Tercera fase: La votación de investidura, que se realiza públicamente y
por llamamiento. En este caso se pueden obtener dos clases de mayoría
en el Congreso para que el candidato obtenga la investidura:
Mayoría absoluta: el Rey le nombrará presidente (art. 99.3 CE).
Mayoría relativa: de no alcanzarse la mayoría absoluta, se someterá
la misma propuesta a nueva votación cuarenta y ocho horas después
de la anterior, y la confianza se entenderá otorgada si obtuviere la
mayoría simple.
d) Cuarta fase: La denegación de la confianza. En caso de no otorgarse la
confianza para la investidura, se tramitarán sucesivas propuestas. Nada
impide en la letra, ni en el espíritu de la Constitución, que le sea sugerido
al Rey que proponga nuevamente al Congreso como candidato al que
anteriormente no logró la investidura. Ahora bien, las nuevas propuestas
contendrán nuevos nombres en la búsqueda de alguna combinación que
pueda obtener la confianza, al menos por mayoría relativa al Congreso.
e) Quinta fase: el nombramiento del Presidente del Gobierno o la
disolución de las Cortes Generales: de resultar investido el candidato, el
Presidente del Congreso lo comunicará al Rey, para que el Monarca
proceda a su nombramiento como Presidente del Gobierno. Si
transcurrido el plazo de dos meses, a partir de la primera votación de
investidura, ningún candidato hubiere obtenido la confianza del
Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas
elecciones con el refrendo del Presidente del Congreso (art. 99 CE).
A) El nombramiento
El Rey nombra pero no elige, la designación corresponde al Presidente del
Gobierno, sin más condicionamientos de que provengan de su propio partido
político o de aquellos otros con los que, en su caso, haya tenido que alcanzar
acuerdos para lograr su investidura.
La formación del gobierno se completa en dos fases:
a) La investidura del Presidente del Gobierno.
b) La del nombramiento de los Vicepresidentes y Ministros (y otros posibles
miembros del Gobierno) a propuesta del Presidente del Gobierno. El
Presidente no necesita ni consultar ni recabar la conformidad del
Congreso para la elección.
El art. 98 CE dispone: «Los miembros del Gobierno no podrán ejercer
otras funciones representativas que las propias del mandato
parlamentario, ni cualquier otra función pública que no derive de su
cargo, ni actividad profesional o mercantil alguna».
La ley regulará el estatuto de incompatibilidades de los miembros del
Gobierno. Los miembros del Gobierno solo pueden compatibilizar su actividad
con la de Diputado o Senador; no puede acumularse por tanto con el mandato
de una asamblea legislativa autonómica u otro mandato representativo.
4.1. Supuestos
a) Hay un caso excepcional, la votación afirmativa de una moción de
censura constructiva, en este caso la sustitución es automática y el
Gobierno cesante solo debiera estar en funciones unas horas, todo lo
más algún día, a la espera de que se publique el Decreto con su cese en
el BOE y el que nombra al nuevo presidente ya investido.
b) Si el motivo del cese del Gobierno es otro distinto al de la aprobación de
una moción de censura (celebración de elecciones generales, por perder
una cuestión de confianza, o por dimisión o fallecimiento del Presidente
del Gobierno), el Gobierno cesante puede continuar en funciones un
máximo de 2 meses.
Si agotado el plazo, ningún candidato propuesto por el Rey hubiese obtenido la
confianza del Congreso, se habrá de convocar nuevas elecciones generales, por
lo que los miembros del Gobierno en funciones seguirán en sus puestos por un
periodo que no tiene límite máximo establecido por nuestra Lex Superior.
4.2. Competencias
El art. 21.2 de la LG declara que: «el Gobierno cesante continúa en funciones
hasta la toma de posesión del nuevo Gobierno, con las limitaciones
establecidas en la Ley». Y añade que el Gobierno cesante y en funciones
«facilitará el normal desarrollo del proceso de formación del nuevo Gobierno y
el traspaso de poderes al mismo y limitará su gestión al despacho ordinario de
los asuntos públicos».
El Gobierno en funciones no debe adoptar «cualesquiera otras medidas»
nombradas arriba, sin perjuicio de excepciones, «casos de urgencia
debidamente justificadas o por razones de interés general cuya acreditación
expresa así lo justifique».
La Ley del Gobierno prohíbe al Presidente cesante:
a) Proponer al Rey la disolución de alguna de las Cámaras o de las Cortes
Generales.
b) Plantear la cuestión de confianza.
c) Proponer al Rey la convocatoria de un referéndum consultivo.
Otras limitaciones del Gobierno en funciones son:
a) Aprobar el Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado.
b) Presentar proyectos de ley al Congreso de los Diputados o, en su caso, al
Senado.
c) Las delegaciones legislativas otorgadas por las Cortes Generales
quedarán en suspenso, durante todo el tiempo en que el Gobierno esté
en funciones como consecuencia de la celebración de elecciones
generales.
En el catalogo de limitaciones no entra que el Gobierno en funciones pueda
dictar un Decreto-Ley, parece coherente la urgencia que debe presidir en este
tipo de fuentes del Derecho.
1. EL ARTÍCULO 97 DE LA CONSTITUCION
1.1. Análisis
A) El art. 97 CE abre el Título IV del texto constitucional, «Del Gobierno y de la
Administración», del siguiente modo: «El Gobierno dirige la política interior y
exterior, a Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la
función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y
las Leyes».
El precepto distingue entre:
Dirección.
Función ejecutiva.
Potestad reglamentaria.
La dirección, a su vez, resulta diferenciada en diversos ámbitos y aspectos:
dirección primero de la política, tanto interior como exterior; después de la
Administración, sea civil, sea militar; y, finalmente, de la defensa del Estado.
Estas diferencias producen la impresión de que las funciones que la
Constitución atribuye al Gobierno son muy heterogéneas. Y esa impresión se
refuerza al considerar la proliferación de disposiciones que, en la propia
Constitución, asignan al Gobierno competencias singulares: desde la iniciativa
legislativa (art. 87 CE) y presupuestaria (art. 134 CE), o la potestad de dictar
Decretos-Leyes (art. 86 CE), hasta la propuesta de nombramiento de dos
Magistrados del Tribunal Constitucional, o la adopción de las medidas
necesarias para forzar a una Comunidad Autónoma al cumplimiento de sus
obligaciones (art. 155 CE), por poner solo algunos ejemplos.
Cabría preguntarse si es posible reducir todas estas diversas atribuciones
constitucionales de funciones y competencias en un solo concepto unitario, o al
menos articularlas en un sistema. Pues bien, como modo de acercamos a una
cierta sistematización de las funciones del Gobierno, podemos fijamos en que
el artículo 97 CE parece yuxtaponer dos perspectivas distintas.
La primera perspectiva sería la propia de la teoría jurídica clásica de las
funciones del Estado, que distingue entre legislación, ejecución y jurisdicción.
En ella encuentra acomodo la función ejecutiva. La potestad reglamentaria, por
su parte, es una de las que permiten a los órganos del Estado cumplir la
función normativa (o legislativa) que le corresponde. Ambas éstas, sujetas al
correspondiente control jurisdiccional. Algunas normas constitucionales perfilan
el contenido de la función ejecutiva o atribuyen al Gobierno nuevas potestades
normativas, como la de aprobar Decretos-Leyes.
La segunda perspectiva procede de la Ciencia Política, en la que desempeña un
papel central la cuestión de la dirección política del Estado. Esta doctrina
entiende que la Constitución incorpora tal enfoque al atribuir al Gobierno la
dirección de la actividad política, enfrentada al control parlamentario, en una
tensión que se supera mediante la exigencia de la responsabilidad política. Esta
función de gobierno dota de sentido unitario a muchas de las competencias
diversas que la propia Constitución atribuye al Gobierno al margen del artículo
97.
En resumen, la Constitución contempla separadamente el principio clásico de la
división de poderes y, de otro, una nueva formulación adecuada a los análisis
de la Ciencia política. Con arreglo al primero se distinguen legislación,
ejecución y jurisdicción. Respecto al segundo, dirección control y
responsabilidad. Cabe añadir que el primero de esos criterios, la tradicional
división de poderes, es un mero residuo histórico determinado por una
concepción del Estado de Derecho que descansaba en una comprensión de las
relaciones entre Estado y Sociedad ya superada por obra del doble vínculo que
suponen el Estados Social y la democracia de partidos.
2. LA DIRECCIÓN DE LA POLÍTICA
2.2. Aspectos
Sin descender al análisis de cuantas competencias atribuyen al Gobierno la
Constitución y las leyes para atender a esta responsabilidad, sí cabe esbozar
una elemental sistematización a partir del propio enunciado del art. 97 CE, que
distingue entre la dirección de la política interior y la de la política exterior,
añadiendo luego la defensa del Estado, que no es sino una de las orientaciones
que comprometen a ambas.
C) Dirigir la defensa del Estado implica, por último, coordinar con esa finalidad
precisa aspectos de política interior y exterior, y también la dirección de la
Administración no solo militar, sino también civil.
3. LA DIRECCIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN
A) La Administración ejerce poder público y éste, en un régimen democrático,
siempre ha de remontarse, de modo más o menos directo, a la voluntad
popular. Por eso, la Constitución atribuye al Gobierno (legitimado por la
confianza del Congreso de los Diputados y responsable ante él) la dirección de
la Administración, como concreción particular del principio democrático. El
mismo principio democrático hace que la dirección gubernamental de la
Administración se interprete expansivamente frente a quienes, por ejemplo,
pretenden deducir del mando supremo de las Fuerzas Armadas que
corresponde al Rey el concurso de éste en la dirección efectiva de la
Administración militar.
La Administración, en cualquier caso, no es una mera organización auxiliar al
servicio del Gobierno, simplemente dedicada a proporcionarle información y
apoyo técnico y llevar a cabo sus designios. De acuerdo con la Constitución,
sirve los intereses generales con objetividad y con sometimiento pleno a la ley
y al Derecho. En garantía de la objetividad de la acción administrativa, la
Constitución dispone el establecimiento por ley de un estatuto de la función
pública en el que, por ejemplo, el acceso al funcionariado se rija por los
principios de mérito y capacidad y con el cual se asegura la imparcialidad de
los administradores en el ejercicio de sus funciones. También se garantiza la
objetividad mediante la regulación legal de los procedimientos administrativos,
en particular en cuanto están informados por el principio de publicidad.
La Constitución prevé, pues, un delicado equilibrio entre las garantías de la
objetividad y neutralidad administrativas de un lado y la orientación de su
actividad a partir del proceso democrático del otro. A veces, y especialmente
en un contexto de crítica generalizada hacia la actividad política, se tiende a
reforzar el primer elemento, dotando a ciertos ámbitos de gestión
administrativa de mayor independencia frente al Gobierno. Así han surgido, en
áreas particularmente delicadas, que seguramente precisan garantías
especiales (desde la seguridad nuclear a la política monetaria), las llamadas
Administraciones independientes. Con ello, sin embargo, se corre el riesgo de
reforzar poderes tecnocráticos, burocráticos o corporativos que tampoco
resultan inocuos.
4. LA FUNCIÓN EJECUTIVA
La función ejecutiva que corresponde al Gobierno comprende al desarrollo de
tareas públicas determinadas por la ley a través de las potestades singulares y
de los medios materiales que ésta predispone.
A) Las tareas públicas están parcialmente predeterminadas por la
Constitución, por ejemplo, cuando afirma que «compete a los poderes públicos
organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las
prestaciones y servicios necesarios». Ahora bien, las leyes deben precisar el
alcance de las competencias que corresponden al Gobierno y a las
Administraciones para el desarrollo de estos fines y de cualesquiera otros. De
la genérica referencia constitucional a una tarea no deriva una inmediata
habilitación para cualquier actuación administrativa tendente a cubrirla.
La atribución constitucional de la función ejecutiva al Gobierno no permite
eludir tal mediación de la ley. No existe una ejecución general del
ordenamiento jurídico al margen de la ley en la que puedan ampararse
singulares actuaciones gubernamentales carentes de apoyo legal específico.
Esto significa que la conexión entre fines y tareas atribuidos por la Constitución
a los poderes públicos, y la función ejecutiva asignada al Gobierno, no permite
deducir la consecuencia de que éste puede actuar, en virtud de la Constitución,
al margen de las leyes.
En primer lugar, porque la propia Constitución prevé la distribución de las
correspondientes tareas de competencias, asignadas respectivamente, por
ejemplo, a los órganos centrales del Estado y a las Comunidades Autónomas;
postula directamente, pues, un desarrollo normativo que precise el orden de
competencias.
En segundo término, porque corresponde a la ley el establecimiento de los
derechos y deberes articulados a la actividad gubernamental y administrativa.
En fin, porque las modalidades y los medios de actuación necesitan concreta
configuración legal.
Así pues, de la asignación constitucional de fines y tareas a inespecíficos
poderes públicos, no se puede deducir inmediatamente la atribución implícita a
órganos concretos de las potestades y competencias que éstos consideren
imprescindibles para desarrollarlas. La función ejecutiva se ejerce siempre «de
acuerdo con la Constitución y las leyes», simultáneamente. El llamado
«principio de juridicidad» implica que la validez de la actuación
administrativa depende de la previa habilitación legal de una específica
potestad en términos tales que hagan posible un control jurisdiccional de la
regularidad de su ejercicio; el reconocimiento constitucional de este principio
se ha buscado en los arts. 93, que reconoce el «principio de legalidad», y el
103.1. CE (la Administración pública actúa con sometimiento pleno a la ley y al
Derecho).
2. CONFIGURACION CONSTITUCIONAL
El diseño que la Constitución hace del Poder Judicial responde al modelo que
ha caracterizado a los Estados constitucionales europeos continentales, y cuya
configuración responde a los principios de sumisión a la ley, unidad
jurisdiccional y exclusividad, e independencia e imparcialidad.
B) Pero no se trata solo de que los jueces y magistrados integrantes del Poder
Judicial sean los únicos que pueden ejercer la función jurisdiccional, sino de
que únicamente ejerzan esta función. Así establece el art. 117.4 CE que: «Los
Juzgados y Tribunales no ejercerán más funciones que las señaladas en el
apartado anterior y las que expresamente les sean atribuidas par Ley en
garantía de cualquier derecho».
Esta disposición tiene por objeto evitar extralimitaciones judiciales, de modo
que el Poder Judicial debe limitarse solo al ejercicio de la función jurisdiccional,
sin realizar ninguna otra tarea, salvo que una ley disponga otra cosa
encomendándole funciones no jurisdiccionales para garantizar los derechos de
los ciudadanos (autorización para interceptar comunicaciones, para la entrada
en domicilios…).
B) La independencia orgánica
Se refiere al conjunto de garantías organizativas establecidas para asegurar la
posición independiente del juez, cuyo fin último es asegurar la independencia
funcional a la que nos hemos referido en el apartado anterior. La
independencia orgánica no tiene sentido por sí misma, sino en función de la
tarea que el juez tiene constitucionalmente encomendada. Su sentido es hacer
posible que el juez pueda ejercer la función jurisdiccional de forma imparcial:
aplicando la ley y sin sujeción a ninguna otra voluntad o interés.
En realidad, todo el régimen jurídico del Poder Judicial se diseña con objeto de
garantizar la independencia de los jueces y tribunales. Sin embargo,
tradicionalmente se ha distinguido un conjunto de garantías específicas
tendentes a evitar posibles interferencias en la libre actuación del Poder
Judicial, tanto interferencias externas como internas; por eso se habla de dos
tipos de garantías:
A) Naturaleza jurídica
La Constitución define al CGPJ como «el órgano de gobierno del Poder
Judicial», y establece que «la ley establecerá sus funciones, especialmente en
materia de nombramientos, ascensos, inspección y régimen disciplinario».
Estas disposiciones definen al Consejo como un poder público, como un órgano
investido de potestades públicas al servicio del Poder Judicial, aunque, para
aclarar cuál es su naturaleza, es preciso hacer las siguientes precisiones.
En primer lugar, hay que recordar que el CGPJ no es un órgano jurisdiccional,
es decir, no forma parte del Poder Judicial en sentido estricto. Es el órgano de
gobierno de este Poder, pero no es Poder Judicial. Por esta razón, el Consejo no
puede interferir en la actividad jurisdiccional (no puede dar órdenes a los
órganos del Poder Judicial), ni tampoco se puede entender que represente al
Poder Judicial, como ha reconocido el Tribunal Constitucional, porque, como
hemos dicho, no forma parte del mismo.
En línea con lo anterior, el CGPJ tampoco es un órgano de autogobierno de los
jueces, como ha afirmado el Tribunal Constitucional. Es el órgano de gobierno
del Poder Judicial, pero no está compuesto en su totalidad por jueces, ni los
jueces que lo componen ejercen en dicho órgano la función jurisdiccional.
Por otro lado, al no formar parte del Poder Judicial, no puede ser el órgano de
autogobierno de los miembros de ese Poder Judicial. Por todo esto, no puede
entenderse que el Consejo represente a la carrera judicial, ni puede verse en él
la institucionalización del autogobierno de la judicatura. El Consejo no
representa los intereses profesionales de jueces y magistrados; no tiene
naturaleza corporativa. Para la defensa de esos intereses existen las
asociaciones profesionales de jueces.
En segundo lugar, en la medida en que está definido por la Constitución, la
mayoría de la doctrina le considera un órgano constitucional: «está establecido
y configurado directamente por la Constitución, de la que recibe todos sus
atributos fundamentales, y es expresión orgánica de la idea del Estado
proyectada por la Constitución». Sin embargo, también hay quien considera
que el CGPJ no tiene la relevancia teórica ni práctica que permita calificarlo de
«órgano constitucional», por lo que prefieren considerarlo un «órgano de
relevancia constitucional».
En un caso o en otro, lo importante, en relación con la naturaleza de este
órgano, es que no forma parte de ninguno de los tres poderes tradicionales y
que goza de una posición de autonomía para desempeñar sus funciones. Esa
posición autónoma se concreta en la autonomía presupuestaria, para elaborar
sus presupuestos; autonomía organizativa, para dictar las normas internas de
organización y procedimiento; y autonomía normativa en el ámbito que haya
determinado la ley.
B) Composición
Forman parte del Consejo:
El Presidente (que será el Presidente del Tribunal Supremo).
Veinte vocales, que pueden dividirse en dos grupos:
◦ Ocho vocales elegidos por las Cortes Generales, cuatro por cada
Cámara (Congreso y Senado), por mayoría de tres quintos, entre
abogados y otros juristas de reconocida competencia con más de
quince años de ejercicio profesional.
◦ Otros doce vocales, elegidos entre jueces y magistrados de todas las
categorías judiciales, en los términos que señale la ley orgánica.
El sistema de elección de estos doce vocales, que se remite a la ley orgánica,
queda en manos del legislador, que ha establecido ya tres sistemas distintos
sin que parezca posible encontrar uno que satisfaga a partidos políticos, y
jueces y magistrados.
a) El primer sistema
Lo estableció la primera LO reguladora del CGPJ (la LO 1/1980), que creó un
sistema mediante el cual esos doce vocales eran elegidos entre los propios
jueces y magistrados pertenecientes a todas las categorías judiciales; para ella
se estableció un sistema electoral a través del cual se elegía a tres magistrados
del Tribunal Supremo, seis magistrados y tres jueces, que, una vez elegidos,
pasaban a formar parte del CGPJ como los doce vocales de procedencia
judicial.
b) El segundo sistema
Se estableció en la LOPJ, aprobada en 1985, por unas Cortes Generales en las
que tenía una amplia mayoría el PSOE. Hay que señalar que el CGPJ había sido
muy hostil con el Gobierno de este partido político y que la aprobación de esta
ley resolvió esa situación atribuyendo a las Cortes Generales la elección de los
doce vocales de procedencia judicial: seis por cada Cámara, por mayoría de
tres quintos, es decir, la misma que la Constitución establece para los vocales
no judiciales, aunque los doce citados debían ser elegidos entre jueces o
magistrados en servicio activo.
Este cambio se justificó argumentando que el Consejo era el órgano de
gobierno del Poder Judicial, y no un órgano corporativo, ni representativo de
intereses profesionales (como podía terminar siendo, dado el sistema de
elección anterior), y que lo coherente en un ordenamiento democrático, en el
que todos los poderes emanan del pueblo, era que fuesen las Cortes, las
representantes de ese pueblo soberano, quienes designaran a todos los
miembros del CGPJ.
Para ello, eso sí, se exigía una mayoría cualificada, en orden a garantizar que
la composición del Consejo no respondiera a una mayoría parlamentaria
concreta. Sin embargo, un amplio sector de la judicatura entendió que esta
reforma les privaba del derecho a participar en la elección de los miembros de
su órgano de gobierno, derecho que ellos consideraban implícito en la
composición establecida por la Constitución.
La oposición interpuso recurso de inconstitucionalidad contra el nuevo sistema.
El Tribunal Constitucional desestimó el recurso y en su sentencia afirmo la
conformidad con la Constitución de los sistemas que hasta entonces se habían
establecido, aunque advirtió que el nuevo sistema podía frustrar la finalidad
señalada en la Constitución (que el Consejo reflejara el pluralismo existente en
la sociedad y, especialmente, en el seno del Poder Judicial), en el caso de que
las Cámaras, a la hora de efectuar sus propuestas, atendieran solo a la división
de fuerzas existentes en su propio seno, y distribuyeran los puestos a cubrir
entre los distintos partidos, en proporción a la fuerza mayoritaria de estos.
Lamentablemente, eso es lo que sucedió.
c) El tercer sistema
Actualmente vigente, se estableció en 2001, y es el fruto del llamado Pacto de
Estado para la Reforma de la Justicia al que llegaron el PP, con una mayoría
holgada en el parlamento, y el PSOE, entonces en la oposición.
De acuerdo con este nuevo sistema, que es una solución intermedia entre los
dos anteriores, los doce vocales de procedencia judicial siguen siendo
designados por las Cortes Generales, seis por cada cámara, pero a partir de
una lista de treinta y seis candidatos que elaboran, de acuerdo con un criterio
de proporcionalidad, las asociaciones profesionales de jueces y magistrados, y
un 2 % de los miembros de la carrera judicial que no pertenezcan a ninguna de
las asociaciones existentes. De los treinta y seis candidatos, elegirá primero
seis el Congreso y luego, de los veinticuatro restantes, seis el Senado.
Este sistema parecía haber satisfecho a los dos partidos mayoritarios y a los
miembros del Poder Judicial. Sin embargo, el actual Gobierno del PP, que tiene
el apoyo de la mayoría absoluta del parlamento, ha hecho público ya su interés
por volver a modificar el régimen del CGPJ.
Con un sistema u otro, lo cierto es que, en la práctica, cuando el CGPJ tiene
que pronunciarse sobre una cuestión conflictiva, se produce un alineamiento
evidente de los miembros del Consejo y de sus posturas que, a estos efectos,
quedan divididos en «conservadores» y «progresistas».
a) El pleno
Formado por todos los miembros, desempeña en principio todas las funciones
atribuidas al CGPJ.
b) Las comisiones
Las comisiones preparan los asuntos que se debatirán en el pleno o le
descargan de ciertas tareas. La LOPJ ha creado cuatro comisiones: la
Permanente, la Comisión Disciplinaria, la Comisión de Calificación y la Comisión
de Igualdad, a las que se han sumado otras comisiones creadas por el propio
Consejo. Entre todas ellas destaca la Comisión Permanente, porque es la
encargada de atender los asuntos urgentes, sin perjuicio de la resolución
definitiva que adopte el pleno, de resolver todos los asuntos que éste le
delegue, y de ejecutar los acuerdos del mismo.
F) Funciones
De acuerdo con la Constitución, al CGPJ le corresponde:
a) En cuanto órgano de gobierno del Poder Judicial, el Consejo tiene la
competencia exclusiva de tomar todas las decisiones relativas a la
selección y formación de los jueces y magistrados, a sus ascensos, a la
inspección y al régimen disciplinario (potestad sancionadora).
b) Participa en la integración de otros órganos constitucionales: elige a dos
magistrados del Tribunal Constitucional y debe ser oído en el
nombramiento del Fiscal General del Estado.
La LOPJ y otras leyes han desarrollado las funciones asignadas al Consejo en la
Constitución y definido sus competencias, entre las que cabe mencionar:
a) La potestad reglamentaria. El CGPJ aprueba reglamentos en las materias
que le ha reservado la LOPJ: en primer lugar, sobre su organización y
funcionamiento interno; y, en segundo lugar, sobre la ejecución de
algunos aspectos de la LOPJ. Otras leyes también han reservado al CGPJ
la ejecución, mediante reglamento, de determinadas materias reguladas
en las mismas.
b) Competencias consultivas. En primer lugar, el CGPJ informa
preceptivamente de los anteproyectos de ley en materia de organización
judicial, derecho procesal y régimen penitenciario. En segundo lugar,
eleva a las Cortes Generales una memoria anual sobre el estado y
funcionamiento de la justicia. En ambos casos, el CGPJ ha desarrollado
un papel muy activo y ha interpretado de forma amplia el
pronunciamiento que debía hacer en ejercicio de estas competencias.
A pesarde la polémica sobre el sistema de elección de sus miembros y sobre el
grado de su independencia, el CGPJ ha experimentado un claro proceso de
fortalecimiento de sus funciones y competencias. En esta línea, hay que
señalar que el CGPJ y las asociaciones de jueces han reclamado siempre
mayores competencias para el Consejo, entendiendo que el art. 122.2 CE
establece un mínimo (decisiones sobre la situación profesional-funcionarial y la
carrera de los jueces que puedan afectar a la independencia de los mismos) a
partir del cual se le pueden atribuir otras funciones y competencias. En
realidad, lo que estos reclaman es transformar al CGPJ en el órgano encargado
de la dirección y gestión de todos los asuntos relacionados con la
Administración de Justicia, de tal modo que el Consejo vendría a sustituir al
Ministerio de Justicia. Frente a esta postura encontramos la posición de
quienes defienden el diseño originario de acuerdo con el cual el CGJP se crea
únicamente para sustraer del Poder Ejecutivo las decisiones sobre los jueces
que pudieran afectar a su independencia.
A) La solución simple
Escribió Marcel Prélot, que un Estado unitario simple es aquél en que hay un
solo centro de impulso político y un conjunto único de instrucciones de
gobierno; es decir, todas las personas sujetas a su soberanía viven bajo el
mismo régimen constitucional, un mismo ordenamiento jurídico, y han de
prestar obediencia a un mismo poder político; la organización política en todo
el territorio estatal es idéntica, sin diferencias entre los distintos entes
territoriales
Junto a una única estructura de poder político, tiene también instaurada una
estructura administrativa única, de modo que las iniciativas y órdenes
descienden desde el vértice hasta la base de la pirámide administrativa
(municipios y restantes entes locales), siendo todo poder meramente
delegado.
Resulta difícilmente imaginable el Estado unitario simple en su estado puro,
salvo en Estados minúsculos, como el Principado de Mónaco. En el terreno de
la realidad política, los Estados democráticos unitarios que encontremos serán
siempre complejos, porque albergaran en su seno algún tipo de
descentralización administrativa.
B) Descentralización
La centralización total en un Estado unitario conlleva que todos sus órganos se
conciban con competencia sobre todos los súbditos. Los Estados unitarios han
avanzado, desde hace mucho tiempo, hacia la admisión de determinada
descentralización administrativa.
El centralismo sufre siempre la secuela de su desbordamiento por asuntos
excesivos en número, tanto de escaso interés para el poder central, como otros
alejados de la capital y difíciles de abordar. Llegados a ese punto, la propia
centralización genera movimientos descentralizadores.
Si ciertos asuntos se confían a la competencia de las personas especializadas,
pero integrantes de la propia estructura de la Administración central del
Estado, no puede hablarse de auténtica descentralización, solo hay
desconcentración administrativa.
Pero si se le reconoce competencia para el desempeño de ciertas funciones
administrativas a instituciones locales o corporativas, que no gozan de plena
autonomía financiera, pero sí de personalidad jurídica y peso específico propio,
estaremos en presencia de un Estado unitario descentralizado. Las
competencias que puede desempeñar son de índole administrativa y no política
y esta es la diferencia sustancial, respecto de otros tipos de Estado.
A) El titular de la autonomía
La Constitución reconoce la titularidad del derecho a la autonomía, en el art.
143:
a) A las provincias limítrofes con características históricas, culturales y
económicas comunes.
b) A los territorios insulares.
c) A las provincias con entidad regional histórica.
d) Territorios aludidos en el art. 144.a) CE, cuyo ámbito no supere al de una
provincia y que no cumplan los requisitos del apartado anterior (entidad
regional histórica).
e) Territorios mencionados en el art. 144.b) CE, que no estén integrados en
la organización provincial.
B) Autonomía normativa
La autonomía normativa alude a la capacidad de las CC.AA. de dictar normas
propias, todo un subordenamiento jurídico que pende de sus respectivos
Estatutos y, en última instancia, de la Constitución.
C) Organización interna con respecto al principio de homogeneidad
La autonomía es, ante todo, capacidad de autogobierno. Ahora bien, la facultad
de autoorganización está limitada por el principio de homogeneidad, que no
permite que la estructura de las CC.AA. sea disímil de la del Estado central,
cuyos principios organizativos, de esta forma, se irradian sobre los entes
territoriales autónomos, cuya organización no ha de ser idéntica a la del Estado
central, pero sí homogénea.
D) Autonomía financiera
El principio de autonomía tiene una importante vertiente económica, ya que,
aunque tenga un carácter instrumental, la amplitud de los medios determina la
posibilidad real de alcanzar los fines. El soporte material de la autonomía son
sus ingresos financieros y el principio de la suficiencia de los recursos.
4.3. El gobierno
Los EEAA incluirán también «un Consejo de Gobierno con funciones ejecutivas
y administrativas; y un Presidente, elegido por la Asamblea, de entre sus
miembros, y nombrado por el Rey, al que corresponde la dirección del Consejo
de Gobierno, la suprema representación de la respectiva Comunidad, y la
ordinaria del Estado, en aquella. El Presidente y los miembros del Consejo de
Gobierno serán políticamente responsables ante la Asamblea».
Así tenemos que, los órganos ejecutivos autonómicos son dos:
El Presidente.
El Consejo de Gobierno.
El Presidente, es aludido en el art. 152.1 CE, a los afectos de asegurar:
a) Que necesariamente haya de ser elegido de entre los miembros de la
Asamblea Legislativa, por la misma (origen parlamentario). Se excluye
tanto la posibilidad de un Presidente surgido de propuestas de municipios
o comarcas, como la de un Presidente que previamente no haya pasado
por las urnas en las últimas elecciones autonómicas.
b) Que su nombramiento formal lo efectúa el Rey.
c) Que preside y dirige la acción del Consejo de Gobierno y, en
consecuencia, tanto el Presidente como los miembros del Consejo de
Gobierno responden políticamente ante la asamblea.
d) Que asume la suprema representación de la respectiva CC.AA. y la
ordinaria del Estado en aquella.
El Consejo de Gobierno es el órgano colegiado ejecutivo de las CC.AA., cuyos
miembros, de conformidad con la preeminencia de su Presidente, una vez
elegido, son nombrados libremente por éste.
1. INTRODUCCIÓN
B) En el Continente Europeo
Tenemos algunos antecedentes históricos de lo más variado (Europa posterior
a la Rev. Francesa, Constitución Suiza de 1874, Constitución Alemana de
Weimar de 1919, etc…), pero hasta que el Profesor Kelsen hace la construcción
que establece que:
a) El ordenamiento jurídico, en función del principio de jerarquía, constituye
una pirámide.
b) En la cúspide de esa pirámide se encuentra la Constitución, como Lex
superior.
c) La supremacía de la Constitución exige un mecanismo específico para su
tutela.
d) De tan necesarias garantías sobresale la necesidad de establecer un
control de la constitucionalidad de las leyes ordinarias, que por su
complejidad precisa de un órgano «ad hoc», el Tribunal Constitucional.
Este modelo Austriaco fue la inspiración para crear el Tribunal de Garantías
Constitucionales en la CE de 1931, lo siguieron la Constitución Alemana e
Italiana tras la II GM, y lo seguimos nosotros con la CE de 1978, en la que se
dedica su Titulo IX a la composición, competencias y funcionamiento de
nuestro TC.
A) Es un órgano jurisdiccional
El estatuto de sus miembros (independientes e inamovibles), su procedimiento
(público y entre partes), y el valor y la naturaleza de sus decisiones (que
tienen forma de providencias, autos o sentencias), son los propios de un
órgano jurisdiccional.
El articulo 80 LOTC (ley orgánica 2/1979) establece el carácter supletorio de la
LO del Poder Judicial y la LEC (ley 1/2000) para: comparecer en juicio,
publicidad y forma de los actos, comunicaciones y actos del auxilio
jurisdiccional, días y horas hábiles, plazos, caducidad, renuncia y desistimiento,
lengua oficial y policía de estrados.
4. LA ORGANIZACIÓN
A) El Pleno
Está compuesto por 12 Magistrados y encabezado por su Presidente,
conociendo una amplia relación de cuestiones:
a) De la constitucionalidad o inconstitucionalidad de los Tratados
Internacionales.
b) De los recursos de inconstitucionalidad contra las leyes y demás
disposiciones con valor de ley (menos las de mera aplicación de
doctrina). El Pleno deberá señalar la doctrina de aplicación.
c) De las cuestiones de constitucionalidad que se reserve para sí.
d) De los conflictos constitucionales de competencia entre Estado y CCAA, y
viceversa.
e) De las impugnaciones previstas 161.2 CE.
f) De los conflictos de defensa de la autonomía local.
g) De los conflictos de los órganos constitucionales del estado.
h) De las anulaciones en defensa de la jurisdicción del tribunal previstas en
el artículo 4.3.
i) De la verificación del cumplimiento de los requisitos exigidos para el
nombramiento del Magistrado del TC.
j) Del nombramiento de los Magistrados que han de integrar cada una de
las salas.
k) De la recusación de los Magistrados del TC.
l) Del cese de los Magistrados previstos en el artículo 23.
m)De la aprobación y modificación de los reglamentos del Tribunal.
n) De cualquier otro asunto que sea competencia del TC pero recabe para sí
el Pleno, así como de los otros asuntos que le sean atribuidos
expresamente por Ley Orgánica.
B) Las Salas
Consta de 2 Salas (la 1ª la preside el Presidente, y la 2ª por el Vicepresidente)
y está compuesta de 6 Magistrados cada una.
Conocen de: Los Recursos de Amparo por la violación de Derechos y Libertades
referidos 53.2 CE, asuntos que no sean competencia del Pleno y las cuestiones
que se ha atribuido a las Secciones pero que debido a la importancia debe de
resolver la propia Sala.
Deberán someterse a la decisión del Pleno aquellos casos que en cualquiera de
las 2 salas entendiera necesario apartarse de la doctrina constitucional
precedente sentada por el Alto Tribunal.
C) Las Secciones
En cada Sala hay 2 Secciones, cada una de ellas formada por 3 Magistrados, y
conocen: del despacho ordinario y la admisibilidad o inadmisibilidad de los
recursos; así como conocer y resolver asuntos de amparo (art. 48 LOTC) que
la Sala le haya podido diferir; en aquellos casos en que para su resolución sea
aplicable doctrina consolidada del TC. (art. 52.2 LOTC).
A) La legitimación activa
Hablaremos de los órganos legitimados para interponer directamente un
recurso de inconstitucionalidad, y cómo los órganos de la jurisdicción ordinaria
pueden suscitar por vía indirecta (la llamada cuestión de inconstitucionalidad)
la revisión de una norma con rango de ley ante el TC (esto lo veremos en otro
epígrafe).
Lejos de la pauta de amplio espectro de la Constitución de 1931, nuestra
Constitución vuelve a los conceptos restrictivos de la italiana de 1947 o la
alemana de 1949. El TC ha remarcado que los sujetos legitimados se
encuentran «investidos por la Constitución (art. 162.1.a) y por la Ley (arts. 32
y 82.1 LOTC) … en virtud de la alta cualificación política que se infiere de su
respectivo cometido constitucional».
Según el art. 162.1 CE, estarán legitimados para interponer recurso de
inconstitucionalidad:
El Presidente del Gobierno.
El Defensor del Pueblo.
50 Diputados o 50 Senadores.
Los órganos colegiados ejecutivos de las Comunidades Autónomas, y en
su caso, las Asambleas legislativas de las mismas.
En desarrollo de tal precepto constitucional, el art. 32 LOTC dispone que la
legitimación, cuando se trate de Estatutos de Autonomía y demás Leyes del
Estado, o en cualesquiera de sus formas, y disposiciones normativas y actos
del Estado o de las Comunidades Autónomas con fuerza de Ley, tratados
internacionales y Reglamentos de las Cámaras y de las Cortes Generales,
corresponde a:
El Presidente del Gobierno.
El Defensor del Pueblo.
50 Diputados o 50 Senadores.
Los órganos colegiados ejecutivos de las Comunidades Autónomas, y en
su caso, las Asambleas legislativas de las mismas contra las Leyes,
disposiciones o actos con fuerza de Ley del Estado que puedan afectar a
su propio ámbito de autonomía.
Los órganos o el conjunto de Diputados o Senadores legitimados actuaran
representados por el miembro o miembros que designen o por un comisionado
nombrado al efecto, los órganos ejecutivos, del Estado y de las Comunidades
Autónomas, serán representados y defendidos por sus Abogados (por los
órganos ejecutivos del Estado actuará el Abogado del Estado).
B) El «iter» procesal
Los arts. 33 y 34 LOTC, regulan el procedimiento que debe seguir un recurso
de inconstitucionalidad.
b) El contenido de la demanda
La acción se ejerce mediante la oportuna demanda ante el TC. Ésta debe de
cumplir los siguientes tres elementos:
1. Las circunstancias de identidad de las personas u órganos que
ejercitan la acción y en su caso, de los comisionados.
2. La concreción de la ley, disposición normativa o acto en todo o
parte impugnado. Es un elemento esencial, puesto que supone la
definición del objeto o pretensión del recurso de inconstitucionalidad. No
caben demandas genéricas y debe haber congruencia entre la pretensión
y el contenido de la ley impugnada.
3. Precisar el precepto constitucional que se entiende infringido. No
obstante, el TC podrá fundar la inconstitucionalidad en cualquier
precepto constitucional haya o no sido invocado en el curso del proceso
(art. 39.2 LOTC).
c) Admisión a trámite de la demanda
La LOTC no lo regula explícitamente. La práctica ha generado que en ocasiones
se dicte un auto de inadmisión o incluso, en ocasiones, una sentencia de
inadmisión.
C) La sentencia
El TC dictará sentencia en diez días, salvo que, mediante resolución motivada,
el TC estime necesario un plazo más amplio que en ningún caso podrá exceder
de treinta días. Sin embargo, el Tribunal dicta sus sentencias al margen de
todo plazo, cuando buenamente su agenda y el cielo se lo permiten (recordar
SSTC 80/2012 y 110/2012 que resuelven recursos presentados catorce y trece
años atrás, cuando estaba en el Gobierno José María Aznar).
Los efectos de las sentencias dictadas en los recursos de inconstitucionalidad
se definen en el art. 164 CE y en los arts. 38 a 40 LOTC. Hay algunas
puntualizaciones:
a) La admisión del recurso no suspende la vigencia ni la aplicación de la ley,
salvo que el Gobierno se ampare en el art. 161.2 CE («El Gobierno podrá
impugnar ante el Tribunal Constitucional las disposiciones y resoluciones
adoptadas por los órganos de las Comunidades Autónomas. La
impugnación producirá la suspensión de la disposición o resolución
recurrida, pero el Tribunal, en su caso, deberá ratificarla o levantarla en
un plazo no superior a cinco meses»).
b) Las sentencias tienen valor de cosa juzgada (no cabe la interposición de
ningún recurso contra la sentencia) a partir del día siguiente al de su
publicación en el BOE y con efectos frente a todos (erga omnes). En
ocasiones, el TC restringe los efectos temporales de la declaración de
inconstitucionalidad.
c) Las sentencias que declaren la inconstitucionalidad declararán
igualmente la nulidad de los preceptos impugnados, así como, en su
caso, la de aquellos otros de la misma Ley, disposición o acto con fuerza
de Ley a los que deba extenderse por conexión o consecuencia.
d) La declaración de inconstitucionalidad expulsa la norma afectada del
ordenamiento jurídico. El TC actúa en este caso como legislador negativo
y de sus sentencias puede decirse que tienen efectos ex nunc [desde
ahora (hacia el futuro)].
A) La legitimación activa
El art. 162.1.b) CE dispone que están legitimados «para interponer el recurso
de amparo, toda persona natural o jurídica que invoque un interés legítimo, así
como el Defensor del Pueblo y el Ministerio Fiscal».
En desarrollo de tal previsión, el art. 46.1 LOTC distingue dos supuestos
diferentes, al establecer que están legitimados para interponer el recurso de
amparo constitucional:
a) En los casos del art. 42 (cuando el recurso se dirige contra las
decisiones o actos, sin valor de Ley, emanados de las Cortes o de las
Asambleas legislativas de las CC.AA.), «la persona directamente
afectada, el Defensor del Pueblo y el Ministerio Fiscal».
b) En los casos de los arts. 43 (violaciones de los derechos y libertades
originados por disposiciones, actos jurídicos o simple vía de hecho del
Gobierno o de sus autoridades o funcionarios, o de los órganos
ejecutivos colegiados de las CCAA, o de sus autoridades, funcionarios o
agentes) y 44 (las que tuvieran origen inmediato y directo en un acto u
omisión de un órgano judicial), «quienes hayan sido parte en el proceso
judicial correspondiente, el Defensor del Pueblo y el Ministerio Fiscal».
La expresión «persona directamente afectada» que usa la LOTC se entiende
sinónima a persona con «interés legítimo» que utiliza el art. 162.1.b) CE. Y la
mejor lectura del art. 46 LOTC, «quienes hayan sido parte», incluirá a
aquellos que lo hayan pretendido razonablemente sin conseguirlo.
Varias consideraciones:
El concepto de persona incluye a los nacionales y a los extranjeros.
Entre las personas se incluyen las personas jurídicas y, aunque ello se
refiere principalmente a las privadas, no deja de predicarse respecto a
las públicas en lo referente a algún derecho, como al de la tutela judicial
efectiva (art. 24.1 CE), lo que ha motivado un abuso en la interposición
de recursos de amparo por parte de determinados titulares de poder
público nacional o extranjero.
La legitimación del Ministerio Fiscal es corolario [proposición que no
necesita comprobarse, sino que se deduce fácilmente de lo demostrado
antes] de su concepción constitucional de la institución (art. 124.1 CE) al
servicio de su misión de «promover la acción de la justicia en defensa de
la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público
tutelado por la ley». La LOTC, según la Cátedra, no parece que se
propusiese, ni que pudiese restringir, ni haya restringido, la legitimación
que al respecto le reconoce la CE (art. 162.1.b).
B) Requisitos previos
El recurso de amparo se iniciará mediante demanda en la que se expondrá,
con claridad y concisión, los hechos que la fundamenten, se citarán los
preceptos constitucionales que se estimen infligidos y se fijará con precisión el
amparo que se solicita para preservar o restablecer el derecho o libertad que
se considere vulnerado.
En su caso, a la demanda se ha de acompañar la copia, traslado o certificación
de la resolución recaída en el procedimiento judicial o administrativo.
Habiéndose de haber agotado, como es natural, previamente la vía
administrativa o judicial (art. 44.1 LOTC).
Contra las resoluciones que pongan fin a los procedimientos judiciales
ordinarios cabe el recurso de amparo si el Juzgado o Tribunal ha infligido el
derecho a la tutela judicial efectiva consagrado en el art. 24 CE.
Si se recurre en amparo contra un acto o decisión, sin valor de Ley, de los
órganos legislativos, es preciso agotar los trámites internos, normalmente el
llamado «recurso de reconsideración» a presentar ante la Mesa, o en su caso,
el que prevea el Reglamento de la Cámara respectiva.
En materia de plazos se debe recurrir a los art. 42, 43.2 y 44.2 LOTC.
Artículo 42:
«Las decisiones o actos sin valor de Ley, emanados de las Cortes o de
cualquiera de sus órganos, o de las Asambleas Legislativas de las
Comunidades Autónomas, o de sus órganos, que violen los derechos y
libertades susceptibles de amparo constitucional, podrán ser recurridos dentro
del plazo de tres meses desde que, con arreglo a las normas internas de las
Cámaras y Asambleas, sean firmes».
Artículo 43:
«Uno. Las violaciones de los derechos y libertades antes referidos originadas
por disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho del
Gobierno o de sus autoridades o funcionarios, o de los órganos ejecutivos
colegiados de las comunidades autónomas o de sus autoridades o funcionarios
o agentes, podrán dar lugar al recurso de amparo una vez que se haya
agotado la vía judicial procedente.
Dos. El plazo para interponer el recurso de amparo constitucional será el de
los veinte días siguientes a la notificación de la resolución recaída en el previo
proceso judicial».
Artículo 44:
«Uno. Las violaciones de los derechos y libertades susceptibles de amparo
constitucional, que tuvieran su origen inmediato y directo en un acto u omisión
de un órgano judicial, podrán dar lugar a este recurso
Dos. El plazo para interponer el recurso de amparo será de 30 días, a partir de
la notificación de la resolución recaída en el proceso judicial».
C) El trámite de admisión
Recordar la especial trascendencia constitucional del recurso. El 90% de los
recursos que se presentan ante el TC acaban en el que de ordinario los
abogados dan en denominar «trámite de inadmisión». Conforme al art. 50
LOTC, la Sección, por unanimidad de sus miembros, acordará mediante
providencia su inadmisión, en todo o en parte, del recurso (por no cumplir los
requisitos antes descritos). La falta de la unanimidad en la Sección provocará
el traslado de la decisión sobre esta cuestión a la Sala respectiva.
1.1. Introducción
El art. 161.1.c) CE, dispone que el TC es competente para conocer: «De los
conflictos de competencia entre el Estado y las CCAA o de los de éstas entre
sí»; y el apartado d) añade que también lo será respecto de las demás
materias que tenga atribuidas por la CE o las leyes orgánicas. El art. 59 LOTC
establece:
1. «El TC entenderá de los conflictos que se susciten sobre las
competencias o atribuciones asignadas directamente por la CE, los EEAA
o las leyes orgánicas y ordinarias dictadas para delimitar los ámbitos
propios del Estado y las CCAA y que opongan:
a) Al Estado con una o más CCAA.
b) A dos o más CCAA entre sí.
c) Al Gobierno con el Congreso de los Diputados, el Senado o el CGPJ; o
cualquiera de estos órganos constitucionales entre sí.
2. El TC entenderá también de los conflictos en defensa de la autonomía
local que planteen los municipios y provincias frente al Estado o una
CCAA».
Sánchez Agesta, afirma que el TC es la pieza de equilibrio de una ordenación
compleja del poder, como un órgano que arbitra los conflictos entre los
diferentes órganos constitucionales. Se afirma la sumisión de todos los poderes
constitucionales al Derecho, subraya el carácter de poderes limitados de todos
los órganos cuyas competencias están definidas por la CE y las leyes. En
nuestro sistema constitucional, se concibe al TC como tribunal de conflictos en
una doble faceta:
a) El control de la división vertical del poder:
Los conflictos de competencia entre el Estado y las CCAA o de estas
entre sí.
Los conflictos en defensa de la autonomía local.
b) El control de la división horizontal de poder:
Los conflictos de atribuciones entre los altos órganos constitucionales
del Estado.
A) El conflicto positivo
Es el conflicto más importante, tanto por el número de los suscitados, como
por la relevancia de la doctrina jurisprudencial a la que ha dado lugar.
Puede formalizarse, bien cuando el Gobierno considere que una disposición o
resolución de una CCAA no respeta el orden de competencia establecido en la
CE, en los EEAA o en las leyes orgánicas correspondientes, bien si es el órgano
ejecutivo superior de una CCAA el que estima que una disposición, resolución o
acto de otra comunidad o del Estado no respeta dicho orden competencial, en
cuyo caso requerirá a aquélla o a éste para que sea derogada la disposición o
anulados la resolución o el acto en cuestión.
El conflicto prima facie se suscita para salvaguardar los intereses políticos del
Estado o de una CCAA, pero su ultima ratio es garantizar el respeto al bloque
de la constitucionalidad y, consiguientemente, el orden jurídicamente
establecido de competencias. Cuando el conflicto se produce entre normas con
fuerza de ley ha de someterse a la jurisdicción constitucional; si son normas
infralegales la jurisdicción competente será la contencioso-administrativa.
El art. 61.2 LOTC dispone: «Cuando de plantearse un conflicto… con motivo de
una disposición, resolución o acto cuya impugnación estuviese pendiente de
cualquier Tribunal, éste suspenderá el curso del proceso hasta la decisión del
conflicto constitucional». La doctrina ha dedicado atención hacia estas
situaciones híbridas, que en la práctica pueden conllevar gran complejidad.
Veamos ahora los datos e hitos procesales del conflicto:
c) Disposiciones impugnables
A instancia del Gobierno, pese a que el art. 62 LOTC establece que este
conflicto pueda formalizarse contra una disposición o resolución de una
CCAA, con lo que omite el término acto, consideramos que debe darse a
éste por incluido, de conformidad con el art. 61.1 del mismo cuerpo
legal.
A instancia de una CCAA, conforme al art. 63 LOTC cabe la interposición
contra una disposición, resolución o acto emanado de la autoridad de
otra comunidad o del Estado.
Por supuesto, un conflicto positivo no puede fundamentarse en una omisión.
i) La Sentencia
El art. 66 LOTC impone que la Sentencia que resuelve un conflicto positivo
engendra tres pronunciamientos:
Declarar la titularidad de la competencia controvertida.
Acordar, en su caso, la anulación de la disposición, resolución o actos
viciados de incompetencia.
Si es pertinente, disponer lo procedente respecto de las actuaciones de
hecho o de derecho creadas al amparo de la misma.
La Sentencia produce el efecto de vinculación para los restantes poderes
públicos que no hayan sido parte en el proceso (art. 61.3 LOTC), tiene efectos
generales o erga omnes, genera efectos de cosa juzgada formal, y es polémica
la apreciación de si surte efectos de cosa juzgada material.
B) El conflicto negativo
Los conflictos negativos son residuales y no responden a la misma lógica que
los conflictos positivos, como se desprende del relevante dato de que frente a
la actitud omisiva del Estado no se reconoce legitimación activa a las CCAA. La
legitimación es aquí un dato crucial para comprender la distancia que separa al
conflicto positivo del negativo y para entender la razón de ser de éste.
Cabe distinguir dos subtipos:
b) Legitimación
La ostentan los órganos citados anteriormente, que han de actuar mediante
acuerdo de sus respectivos Plenos.
Naturalmente, carece de legitimación el TC, ya que es inconcebible ser a la vez
juez y parte. Tampoco lo está el Rey, por ser un poder neutro, cuyos actos
han de ser refrendados.
c) Tramitación
El procedimiento que ha de seguirse es semejante al de los conflictos positivos.
Se inicia mediante requerimiento del pleno del órgano actor al otro órgano
cuya decisión suponga asunción indebida de atribuciones, solicitándole que la
revoque. Ha de actuarse en el plazo de un mes por escrito ante el TC,
especificando los preceptos que se consideren vulnerados y formulando las
alegaciones que se juzguen pertinentes. Si el órgano al que se dirige la
notificación afirmare que actúa en el ejercicio constitucional y legal de sus
atribuciones o dentro del plazo de un mes a partir de la recepción de aquella
no rectificare en el sentido que le hubiere sido solicitado, el órgano que estime
indebidamente asumidas sus atribuciones planteará el conflicto ante el TC. A
tal efecto, presentará escrito en el que se especificarán los preceptos que
considera vulnerados y formulará alegaciones.
Tras darse traslado a la otra parte, su comparecencia en el procedimiento y la
solicitud por el TC de cuantas informaciones, aclaraciones y precisiones precise
para decidir, dictará Sentencia.
d) Sentencia
Aunque es factible que el TC no entre en el fondo del caso, por entender que
carece de jurisdicción, el art. 75.2 LOTC se limita a disponer: «La sentencia del
Tribunal determinará a que órgano corresponden las atribuciones
constitucionales controvertidas y declarará nulos los actos ejecutados por
invasión de atribuciones y resolverá, en su caso, lo que procediere sobre las
situaciones jurídicas producidas al amparo de los mismos». Es decir, la nulidad
es la consecuencia de apreciar un vicio de incompetencia, aunque pueda darse
algún caso singular que constituya excepción.