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Derecho Constitucional II Tema I.

-La Corona

Tema I.-LA CORONA

1.-La monarquía parlamentaria.

El artículo 1 de la CE, tras proclamar en su apartado primero que España se


constituye en un “Estado social y democrático de Derecho” y consagrar en su párrafo
segundo que “la soberanía nacional, reside en el pueblo español, del que emanan todos los
poderes del Estado”, establece en su apartado tercero que “la forma política del Estado
Español es la monarquía parlamentaria”.

Este precepto constitucional ha de ponerse en conexión con el Título II de nuestra


norma fundamental que, bajo el epígrafe genérico de “De la Corona”, se abre con un artículo
56.1 cuyo primer inciso afirma que “El Rey es el Jefe del Estado”. Como se sabe, tanto el
artículo 1.3 CE, por encontrarse comprendido en el Título Preliminar de la Constitución,
como todo el Título II de nuestra norma fundamental, están sujetos al procedimiento
agravado de reforma constitucional previsto en el artículo 168 CE.

Una de las primeras cuestiones que llama la atención al analizar el artículo 1.3 CE es
su dicción, pues al referirse a la monarquía parlamentaria como la “forma política del Estado
español”, utiliza un término que no es ni el de forma de Estado ni el de forma de gobierno.
En la Teoría política el concepto forma política es un concepto que engloba a ambos, sin
embargo, la monarquía parlamentaria no puede ser considerada forma política del Estado,
fundamentalmente definida en el artículo 1.1 CE, sino que es una forma de gobierno

¿Cuál es por lo tanto la conclusión que debemos extraer de la lectura conjunta de los
tres párrafos del artículo 1 CE?:

• que la forma de Estado está definida en el artículo 1.1: en sentido jurídico el


Estado español es un Estado democrático.

• que, nuevamente en sentido jurídico, la forma de Gobierno que adopta el


Estado español es la Monarquía parlamentaria.

En definitiva, lo que se desprende del artículo 1 CE es que el Estado español, que es


un Estado democrático, es un reino, es decir, que la Jefatura del Estado es monárquica y que
el tipo de monarquía establecido por la Constitución es la Monarquía parlamentaria.

¿Qué significado tiene el término monarquía parlamentaria?


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La forma de Gobierno monarquía parlamentaria surge como consecuencia de un


lento proceso evolutivo que arranca de la Edad Media en el Reino Unido y de las revoluciones
liberales en el continente europeo. Un proceso a cuyo través la institución monárquica se
adapta, primero, a los principios propios del Estado liberal y, posteriormente, a los
requerimientos que derivan del principio democrático. En este sentido, se han distinguido
diversas formas históricas de monarquía:

• la monarquía absoluta, donde pese a la existencia de algunos límites (Iglesia,


señoríos, gremios, fueros…) todo el poder se concentra en el monarca de
forma que, en cierta medida, el monarca o soberano se identifica con el
Estado. Esta forma histórica sí admitiría la consideración de forma de Estado
pues implica que la soberanía reside en el monarca.

• la monarquía limitada, con origen en el modelo británico y en el que el


monarca se va desprendiendo de atribuciones y poderes que son asumidos
por otros órganos aunque conserva todos aquellos que no sean expresamente
atribuidos a otras instituciones.

• la monarquía constitucional, en la que el monarca, al igual que el resto de


órganos posee los poderes y atribuciones que establece la Constitución.

• la monarquía parlamentaria, donde como consecuencia del principio


democrático el rey ya no conserva ningún poder de decisión pues la dirección
política del Estado corresponde a Parlamento y Gobierno.

En definitiva, la monarquía parlamentaria es un producto histórico y tanto en el


Reino Unido como en el continente europeo el resultado es el mismo: el Rey
progresivamente es despojado de todos sus poderes hasta quedar total y absolutamente al
margen de la dirección política del Estado; en otras palabras, hasta quedar privado de todo
poder jurídico propio de decisión o de toda posibilidad de participar en la dirección política
del Estado. La peculiaridad de esta evolución, por supuesto en el Reino Unido que carece de
Constitución escrita, pero especialmente en las monarquías continentales europeas, es que se
produjo como consecuencia de los usos y costumbres constitucionales sin reformar la
Constitución escrita, al menos hasta mediados del S. XX. Así, nos encontramos tanto con
textos constitucionales ya parcialmente reformados como Suecia o Dinamarca, como con
Constituciones como la belga o la holandesa., cuya letra escrita se corresponde con las

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características propias de la monarquía del siglo XIX, pero cuyo funcionamiento real es el de
una monarquía parlamentaria del XXI1.

En otros casos, como España, la monarquía parlamentaria se ha constitucionalizado


ex novo: es fruto de la Constitución y no de la costumbre. Por lo tanto, una de las
peculiaridades de la Constitución española de 1978 es que el concepto de monarquía
parlamentaria se convierte en un concepto jurídico positivo incorporado al texto
constitucional en el artículo 1.3 CE y desarrollado a lo largo del mismo, especialmente en el
Título II. En otras palabras, la monarquía parlamentaria no es en España el punto de llegada
de un proceso de evolución histórica sino un resultado directamente dimanante del texto
constitucional. Ello es así, entre otras razones porque:

• en España la monarquía nunca llegó a parlamentarizarse.

• la forma monárquica desaparece en nuestra historia constitucional


definitivamente con la II República a la que sucede, como todos sabéis, la
dictadura del General Franco.

Evidentemente, la duda que inmediatamente se plantea es cómo acomodar una


Jefatura del Estado monárquica en una Constitución definida por su carácter democrático.
La posición del monarca como Jefe del Estado en una Constitución democrática sólo es
comprensible gracias al hecho de que:

• el monarca es titular de un órgano constitucional creado y sometido a la


Constitución, la Corona.

• como Jefe del Estado el Rey carece de poderes jurídicos propios de ejercicio
discrecional o libre. Todo lo contrario, en términos generales y como Jefe del
Estado, su función se limita a formalizar decisiones ajenas como actos del
Estado español (piénsese, por ejemplo, en la sanción y promulgación de las
leyes aprobadas por las Cortes Generales). En un sistema democrático la

1 Por ejemplo, el artículo 36 de la Constitución belga establece que el Poder Legislativo Federal
corresponde conjuntamente al Rey y al Parlamento y el artículo 37 que el Poder Ejecutivo pertenece al Rey, a
quien corresponde conforme al artículo 96.1 de la Constitución el nombramiento y destitución de “sus” (del
Rey) Ministros.

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monarquía sólo puede ser parlamentaria. Es decir, una monarquía en la que


el monarca no conserva ningún poder de decisión propio pues, por un lado,
está subordinado a la Constitución de quien emana su legitimidad y, por otro,
carece de todo poder de decisión política, pues todas las funciones que tiene
encomendadas son actos obligados o debidos y nunca discrecionales. En
definitiva, el monarca se sitúa absolutamente al margen del proceso político
que, en una Constitución democrática, sólo puede estar en manos de las
instituciones representativas democráticamente legitimadas: Parlamento y
Gobierno.

Así se desprende con claridad de nuestra Constitución.

• Por una parte, la Constitución proclama en sus artículos 57.1 y 56.3 las dos
características que definen o identifican la institución monárquica como
forma de Jefatura del Estado:

o el principio de sucesión hereditaria.

o el principio de irresponsabilidad del monarca.

• Por otra parte, el Estado español es un Estado democrático cuya forma de


Gobierno es la monarquía parlamentaria, de modo que el pueblo es el titular
de la soberanía, de él emanan todos los poderes del Estado y los órganos que
ejercen dichos poderes son responsables en dicho ejercicio:

o la soberanía no reside en el monarca sino en el pueblo español de


quien emanan todos los poderes (artículo 1.2 CE).

o el monarca no participa en el Poder legislativo, que corresponde a las


Cortes Generales (artículo 66.1 CE) y a las Asambleas Legislativas de
las CCAA.

o el monarca no participa tampoco en el Poder ejecutivo, que


corresponde al Gobierno de la Nación (artículo 97 CE) y a los
Gobiernos de las CCAA.

o el Poder judicial también le es ajeno al monarca, pues su ejercicio


corresponde a los jueces y tribunales (artículo 117 CE).

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o como se desprende del artículo 56.3 CE al monarca, como titular del


órgano constitucional Corona, le corresponden las funciones
jurídicas que le atribuyen la Constitución y las leyes. Se trata de
funciones que se caracterizan por ser actos debidos, es decir, de
obligada realización por el monarca, en los que el Jefe del Estado
carece de todo poder para decidir su contenido. Es decir, la
compatibilización entre principio democrático y forma monárquica
de la Jefatura del Estado es posible porque al Rey no le corresponde
participación alguna en la dirección política del Estado.

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2.-Las funciones constitucionales del Jefe del Estado.

El análisis de las funciones que constitucionalmente tiene encomendadas el monarca


en tanto que Jefe del Estado, debe partir, necesariamente, de las consideraciones realizadas
anteriormente acerca del sentido y significado de la monarquía parlamentaria en una
Constitución democrática y normativa:

-el monarca sólo ejerce aquellas funciones que el ordenamiento jurídico le


atribuye a través de la Constitución y las leyes. Así, el artículo 56.1 CE in fine afirma
que el monarca “ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución
y las leyes”. Es decir, no existe ninguna clase de poder residual en manos del monarca.

-el monarca está privado de toda participación efectiva en la dirección política


del país que, conforme al principio democrático y parlamentario, recae en las Cortes
Generales y en el Gobierno. Ello significa que las funciones del monarca como Jefe
del Estado son:

-dependientes, en tanto no puede ejercerlas de forma independiente


sino que para que su actuación sea válida y eficaz siempre necesita el concurso
de otro órgano del Estado.

-son de ejercicio reglado o debido pues el Rey carece de facultades


jurídicas propiamente dichas que puedan ser ejercidas discrecionalmente.

En definitiva, el Rey carece de toda capacidad jurídica autónoma de decisión y de


acción; carece de todo poder político. Ahora bien, ello no supone ninguna contradicción con
el hecho de que al monarca corresponde la Jefatura del Estado; es decir, es el supremo órgano
del Estado. Por ello, su intervención es necesaria en los actos más relevantes de la vida estatal
y cuestión distinta es que dicha intervención no sea una facultad del monarca cuanto
actuaciones de obligada realización.

Por lo que respecta a las funciones jurídicas constitucionalmente encomendadas por


la Constitución al monarca atendida su condición de Jefe del Estado, el punto de partida lo
constituye el artículo 56.1 CE, cuya redacción plantea sin embargo algunos problemas en
relación con lo anteriormente comentado:

“El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y


modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta
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representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente


con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen
expresamente la Constitución y las leyes”. Son básicamente los artículos 62 y 63 CE
quienes concretan las funciones que corresponde desempeñar al monarca.

El artículo 56.1 CE contempla al monarca desde un triple punto de vista:

-símbolo de la unidad y permanencia del Estado.

-árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones del Estado.

-el más alto representante del Estado español en las relaciones internacionales.

Y puede conducir al equívoco de considerar que el Rey, como Jefe del Estado,
desarrolla dos tipos de funciones: las que expresamente le atribuyen la Constitución y las
leyes y las que se derivan de su posición constitucional como árbitro y moderador del
funcionamiento regular de las instituciones. Ahora bien, la amplitud con que el precepto
constitucional concibe al monarca no debe conducirnos a engaño: conforme a los principios
de una monarquía parlamentaria, el significado que el artículo 56.1 CE otorga al monarca
como Jefe del Estado se concreta en las funciones que expresamente le atribuyen los artículos
62 y 63 CE. De hecho, es común agrupar las diversas funciones que constitucionalmente le
corresponden como Jefe del Estado con arreglo a estos criterios (por ejemplo, como más
alto representante del Estado español en las relaciones internacionales le corresponde
manifestar el consentimiento del Estado español para obligarse mediante un Tratado
internacional)

Estas tienen en su inmensa mayoría un significado puramente declarativo. Es decir,


se trata en la mayoría de los casos de la emisión por parte del Jefe del Estado de una
declaración genérica y solemne para formalizar jurídicamente como actos del Estado español
decisiones emanadas de otros órganos constitucionales en el ejercicio de sus competencias.
Son actuaciones debidas u obligadas del monarca sin margen de discrecionalidad, a cuyo
través se perfeccionan jurídicamente las decisiones de otros órganos, estos sí investidos de
un poder jurídico autónomo de decisión, y que con la intervención del Rey como titular del
órgano constitucional Corona, es decir, como Jefe del Estado, se perfeccionan o formalizan
como actos del Estado Español.

Tipología de estas funciones:

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A.-Relacionadas con las Cortes Generales

a) Sanción, promulgación y orden de publicación de las Leyes aprobadas por las


Cortes Generales (artículo 62.a) CE en relación con los artículos 91 y 151.4 CE).

Sanción, promulgación y orden de publicación no significan la participación del


monarca en el ejercicio de la potestad legislativa que, como representantes del pueblo
español, sólo corresponde a las Cortes Generales (artículos 66 y 67 CE). Las leyes son
elaboradas por las Cortes Generales y, desde el punto de vista de su contenido, son ya
perfectas. Sin embargo, todavía no son eficaces jurídicamente: es a través de su sanción,
promulgación y publicación como se perfeccionan e integran en el ordenamiento jurídico del
Estado y comienzan a desplegar su eficacia.

No existe la posibilidad de no sancionar o promulgar, es decir, no se trata de un acto


libre o discrecional del monarca sino de un acto debido. Así, el artículo 91 CE señala que el
Rey “sancionará” en un plazo de quince días las leyes aprobadas por las Cortes Generales.

Con relación a las leyes emanadas de las Asambleas legislativas de las CCAA, la
mayoría de los EEAA han dispuesto que la sanción corresponde a los propios parlamentos
autonómicos y que la promulgación corresponde al Presidente de la respectiva CA en
nombre del Rey 2. Por lo que respecta a las reformas constitucionales, este ha sido un tema
muy debatido doctrinalmente, si bien en las dos únicas reformas constitucionales habidas
hasta la fecha, se ha realizado la sanción real de la Ley de reforma constitucional.

Sanción, promulgación y orden de publicación son tres actos jurídicos distintos que
sin embargo en la práctica coinciden en el mismo momento. En su sentido originario, la
sanción de las leyes significaba el asentimiento del monarca al contenido y a la oportunidad
de la ley en cuya elaboración participaba junto con el Parlamento. Evidentemente, ese ya no
es hoy su significado, habiendo quedado reducido a un acto formal mediante el cual la ley se
perfecciona y se integra en el ordenamiento jurídico como acto del Estado español. Por su

2 EAAr, Artículo 45. “Promulgación y publicación de las leyes. Las leyes aragonesas serán
promulgadas, en nombre del Rey, por el Presidente, que ordenará su publicación en el ‘Boletín Oficial de
Aragón’ y en el ‘Boletín Oficial del Estado’, en un plazo no superior a quince días desde su aprobación. A
efectos de su vigencia, regirá la fecha de publicación en el ‘Boletín Oficial de Aragón’”.

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parte, la promulgación es el mandato de cumplimiento de esa ley que, al haber sido


sancionada por el Jefe del Estado, ya es una Ley del Estado español.

La fórmula ritual que se utiliza en nuestro derecho cuando se publica la Ley en el


Boletín Oficial del Estado es la siguiente:

“A todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed: que las Cortes
Generales ha aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente Ley” (fórmula de la
sanción insertada en el encabezamiento del texto legal)

“Por tanto, Mando a todos los españoles, particulares y autoridades que


guarden y hagan guardar esta Ley” (fórmula de la promulgación insertada al final
del texto de la ley)

b) Convocatoria y disolución de las Cortes Generales y convocatoria de elecciones


en los términos previstos en la CE (artículo 62 b) en relación con los artículos 99.5 y 115.1
CE).

También es un acto debido sin margen alguno de discrecionalidad que se refiere, caso
de la convocatoria, sólo a la reunión de las Cortes Generales al comienzo de cada legislatura.
Con relación a la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones, se trata de actos
conexos pues el mismo Decreto de disolución de las Cámaras debe incorporar la fecha de
celebración de las elecciones (artículo 68.6 CE y 42 LOREG).

La convocatoria se refiere a las elecciones al Congreso y al Senado, a las elecciones


municipales y a las Europeas, no así a las autonómicas que, conforme a su normativa propia,
son convocadas por el Presidente de la respectiva Comunidad Autónoma. Finalmente, y con
relación al poder de disolución anticipada atribuido al presidente del Gobierno por el artículo
115 CE, se ha discutido si el Rey podría negarse a la firma del Decreto de disolución caso
de que el Presidente del Gobierno incumpliera algunos aspectos de la regulación
constitucional (por ejemplo, que no hubiera existido deliberación del Consejo de Ministros,
que estuviera tramitándose una moción de censura o no haber transcurrido un año desde la
anterior disolución). No parece sin embargo que el Rey pudiera negarse ni siquiera en estos
casos, al margen de señalar al Presidente del Gobierno tal situación.

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B.-Relacionadas con el Gobierno

a) Proponer al candidato a Presidente del Gobierno en los términos previstos por


la Constitución (artículo 62 d) en relación con el artículo 99 CE).

Quizá sea esta la función más importante de cuantas tiene atribuidas el monarca y la
que puede presentar un mayor margen de discrecionalidad. La propuesta del candidato a
Presidente del Gobierno se encuentra regulada en al artículo 99 CE, conforme al cual:

-el refrendo lo realiza el Presidente del Congreso de los Diputados.

-en principio el único límite jurídico con que cuenta el monarca es la consulta
obligada con los representantes designados por los grupos políticos con
representación parlamentaria.

Aunque en principio se trata de una función en la que el monarca goza de cierto


margen de discrecionalidad, lo cierto es que el mismo es virtualmente inexistente dado que
el monarca ha de sujetarse a las exigencias derivadas del sistema de partidos y las
convenciones constitucionales que rigen su actuación (por ejemplo la consulta con el
Presidente del Congreso). En definitiva, es el propio sistema parlamentario, los
representantes de los grupos políticos, quienes suministran al monarca el nombre del
candidato.

b) Nombramiento y cese del Presidente del Gobierno en los términos previstos


en la Constitución (artículo 62 d) en relación con los artículos 99, 101 y 114.2 CE).

Se trata, obviamente, de actos debidos, pues en todo sistema parlamentario y como


veremos más adelante, el Presidente del Gobierno recibe la confianza del Congreso de los
Diputados. Así, el monarca se limita a nombrar al candidato elegido por el Congreso de los
Diputados (artículos 99.3 y 114.2 CE) y pone fin a sus funciones necesaria y únicamente en
los supuestos de celebración de elecciones generales, dimisión, fallecimiento, inhabilitación
o pérdida de la confianza parlamentaria (artículos 101, 102 y 114 CE).

c) Nombrar y separar a los miembros del Gobierno a propuesta de su Presidente


(artículo 62 e) en relación con el artículo 100 CE).

Nuevamente se trata de actos debidos pues es el Presidente del Gobierno quien


nombra y cesa a los miembros de su Gobierno.

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d) Ser informado de los asuntos de Estado y presidir a estos efectos el Consejo de


Ministros cuando lo estime oportuno a petición del Presidente del Gobierno (artículo 62.g.).

En la práctica la información acerca de los asuntos de Estado la recibe el monarca a


través de sus frecuentes contactos con el Presidente del Gobierno, los ministros e, incluso,
los presidentes de los demás órganos constitucionales o de las CCAA o de líderes políticos.
Con relación a su participación en los Consejos de Ministros, sólo puede ser a petición del
Presidente del Gobierno y si el Rey lo estima oportuno y, por supuesto, no puede ni adoptar
ni participar en la adopción de ninguna decisión.

e) Expedir los Decretos aprobados en el Consejo de Ministros (62 f) primer


inciso).

f) Conferir los empleos civiles, militares, honores y distinciones con arreglo a las
leyes (62.f. segundo inciso).

g) Al monarca le corresponde en tanto que Jefe del Estado el mando supremo de


las Fuerzas Armadas (artículo 62.h.).

Se trata de una atribución meramente honorífica y simbólica que carece de todo


contenido efectivo. No podemos olvidar que es al Gobierno a quien corresponde, de acuerdo
con el artículo 97 CE, la dirección de la Administración militar y la defensa del Estado,
estando consecuentemente las FAS bajo la dependencia del Gobierno tal y como
expresamente afirma el artículo 104 CE. Más concretamente, y a la luz del artículo 6 de la
Ley Orgánica 5/2005 de Defensa Nacional, bajo la dependencia del Presidente del Gobierno.
Ahora bien, existe algún sector doctrinal que, especialmente a raíz de los acontecimientos
acaecidos el 23 de febrero de 1981, reconoce al Jefe del Estado un cierto poder efectivo de
mando con relación a las FAS.

h) Con relación a las funciones constitucionalmente encomendadas al monarca en


las Relaciones Internacionales del Estado a la luz de los artículos 56.1 y 63 CE, nuevamente
hemos de afirmar que se trata de actos debidos sin margen de discrecionalidad alguno: a la
luz del artículo 97 CE es al Gobierno a quien corresponde dirigir la política exterior. Así, el
monarca acredita a los embajadores y otros representantes diplomáticos, declara la guerra y
hace la paz previa autorización de las Cortes Generales y manifiesta el consentimiento del
Estado para obligarse internacionalmente por medio de Tratados de conformidad con lo
establecido en la Constitución y en las Leyes (recuérdese lo dispuesto en el artículo 94 CE
con relación a la ratificación por parte del Estado español de los Tratados internacionales)
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C.-Otras funciones:

a) Ejerce el derecho de gracia, que nunca podrá implicar la concesión de indultos


generales (artículo 62.i.). Nuevamente se trata de un acto debido pues el derecho de gracia
no surge de ninguna iniciativa del Rey sino que es competencia del Consejo de Ministros con
arreglo a la Ley 1/1988, sobre el ejercicio del derecho de gracia.

b) Ejerce el alto patronazgo de las Reales Academias, función de ámbito cultural y


carácter honorífico y simbólico (artículo 62.j.).

c) El Rey convoca a referéndum en los casos previstos en la Constitución (artículo


62.c.). Nuevamente nos encontramos ante un acto puramente debido.

d) El Rey nombra a los miembros del CGPJ (artículo 122.3 CE), al Presidente del TS
(artículo 123.2 CE), al Fiscal General del Estado (artículo 124.4 CE), al Presidente del
Consejo de Gobierno de las Comunidades Autónomas (artículo 152.1 CE), al Presidente y a
los miembros del Tribunal Constitucional (artículos 160 y 159.1 CE). Pero, evidentemente
de nuevo, se trata de actos reglados y debidos en cuyo contenido el Jefe del Estado no tiene
intervención alguna. Así, por ejemplo, el artículo 159.1 CE dispone, con relación a la
composición del Tribunal Constitucional que “El Tribunal Constitucional se compone de 12
miembros nombrados por el Rey; de ellos 4 a propuesta del Congreso por mayoría de tres
quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado con idéntica mayoría; dos a
propuesta del Gobierno y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial”.

A la hora de analizar las funciones del monarca como Jefe del Estado, no podemos
olvidar su condición de símbolo político y ello desde un doble punto de vista: la condición
simbólica que puede desarrollar la Jefatura del Estado cualquiera que sea su forma y las
peculiaridades y potencialidades que posee cuando se trata de una Jefatura del Estado
monárquica. A esta condición simbólica de la Jefatura del Estado se refiere la propia
Constitución en su artículo 56.1, que califica al Rey de “símbolo de la unidad y permanencia
del Estado”.

La Jefatura del Estado es capaz de desarrollar funciones de integración, de


permanencia de la comunidad como consecuencia de las relaciones afectivas, de aceptación
que por un lado sea capaz de despertar su titular pero, por otro, las que el propio órgano en
sí genera en tanto que Jefatura del Estado, en tanto que representación suprema de la unidad

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del Estado. En este sentido, se señala que estas funciones simbólicas pueden verse
acentuadas en la monarquía por distintos motivos:

-en primer lugar porque como consecuencia del principio de sucesión


hereditaria, la Corona como institución histórica posee más capacidad para
representar la permanencia del Estado y sirve de engarce entre el pasado y el futuro.

-su carácter neutral, ajeno a la contienda política propio de una monarquía


parlamentaria.

En suma, de su condición de símbolo político se señala su carácter potencialmente


integrador, su especial aptitud para ser un referente de autoidentificación de la comunidad
política, de los ciudadanos.

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3.-Inviolabilidad e irresponsabilidad del monarca. El instituto del refrendo.

Suele afirmarse que dos son los principios que caracterizan o que definen la forma
monárquica de Jefatura del Estado:

-el principio de sucesión hereditaria, consagrado en el artículo 57 CE.

-el principio de irresponsabilidad del monarca, proclamado en el artículo 56.3


CE.

El principio de irresponsabilidad del monarca aparece recogido constitucionalmente


en el artículo 56.3 CE, que dispone que “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo
64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”. Dicho
artículo, el 65.2 CE, establece que el Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles
y militares de su Casa.

Inviolabilidad e irresponsabilidad son conceptos jurídicos distintos:

-el término inviolabilidad tiene un doble significado. Por una parte, hace
referencia al hecho de la irresponsabilidad jurídica del monarca por todos sus actos.
Por otra, significa que la persona del monarca, en tanto que titular de la Jefatura del
Estado, está dotado de una especial protección por parte del ordenamiento jurídico
(por ejemplo tipos delictivos agravados)

-la irresponsabilidad, por su parte, se refiere sobre todo al ejercicio de sus


funciones como Jefe del Estado y significa que, en su ejercicio, el monarca es
irresponsable jurídica y políticamente: “The King can do no wrong” y “The King
Can not act alone”

El origen de estos principios arranca en la Edad Media y se consolida definitivamente


en los albores de la Edad Moderna y con la monarquía absoluta. En este contexto, la
irresponsabilidad del monarca era correlato lógico de su condición soberana y de la
legitimación religiosa de su poder: si la soberanía reside en el monarca, de modo que de él
dimanan todos los poderes del Estado, el Rey se sitúa al margen y por encima del derecho,
hecho que determina su más absoluta irresponsabilidad sobre todo si lo unimos a la
fundamentación divina de su poder. En definitiva, la irresponsabilidad regia es un atributo
más del monarca que deriva de su condición soberana.

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

Evidentemente, esta fundamentación se transforma sustancialmente cuando


analizamos la figura del monarca en el seno de una Constitución democrática como la
española de 1978. Actualmente, el principio de irresponsabilidad regia no debe comprenderse
como un privilegio residual del pasado, sino como una consecuencia de diversos hechos:

-por una parte, la inexistencia de facultades jurídicas propias y discrecionales


atribuidas por el ordenamiento al monarca. Es decir, las facultades que
constitucionalmente corresponden al Rey como Jefe del Estado son todas ellas de
ejercicio debido y sin que tenga ninguna posibilidad de participar en la determinación
del contenido de las decisiones que constituyen su objeto; por lo tanto, si sus
funciones son actos debidos y no participa, salvo excepciones, en la determinación
de su contenido, difícilmente se le puede hacer responsable de las mismas. El
monarca carece de todo poder político de decisión y en un Estado democrático todo
poder político conlleva la responsabilidad de quien lo ejerce.

-por otra, otro tipo de consideraciones relativas a que el carácter indefinido o


vitalicio del cargo de Jefe del Estado que ostenta el monarca, aconseja sustraerlo de
todo cuestionamiento jurídico y político.

Ahora bien, si la irresponsabilidad del monarca en el ejercicio de sus funciones


constitucionales parece no plantear excesivos problemas, no sucede lo mismo con su
inviolabilidad tal y como la interpreta la mayoría de la doctrina: es decir, como la
irresponsabilidad jurídica absoluta del monarca por cualquiera de sus actos 3.

En cualquier caso, la inviolabilidad desaparece en cuanto la persona que ocupaba la


Jefatura del Estado deja de ostentarla, no previendo en su momento el ordenamiento jurídico
ninguna especialidad procesal para quien fue Rey, pero dejó de serlo. Como consecuencia de

3
Por ello algún autor, a la luz de principios constitucionales como los consagrados en los artículos
9.1, 14 y 24 CE, distingue entre:

-irresponsabilidad política y jurídica del Rey con relación a su actuación como Jefe del Estado.

-actuaciones del Rey de carácter personal, como ciudadano, de las que sí será responsable
jurídicamente como cualquier individuo. El problema que se plantea es que el ordenamiento jurídico, a
diferencia de otros supuestos, no ha previsto reglas especiales para juzgar al Jefe del Estado (por ejemplo que
el monarca haya de ser juzgado en el ámbito penal por la Sala penal del Tribunal Supremo).

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la abdicación en el mes de junio de 2014 de Juan Carlos I, se aprobó la LO 4/2014 que


modificó la LOPJ en diversos aspectos. Uno de ellos fue la introducción de un artículo 55
bis aforando al consorte del Rey o de la Reina, al heredero a la Corona y su consorte y al Rey
o Reina que hubiera abdicado y su consorte.

“Además de las competencias atribuidas a las Salas de lo Civil y de lo Penal


del Tribunal Supremo en los artículos 56 y 57, dichas Salas conocerán de la
tramitación y enjuiciamiento de las acciones civiles y penales, respectivamente,
dirigidas contra la Reina consorte o el consorte de la Reina, la Princesa o Príncipe de
Asturias y su consorte, así como contra el Rey o Reina que hubiere abdicado y su
consorte”.

Por lo que respecta a la irresponsabilidad del monarca, a la misma está vinculado el


instituto del refrendo, tal y como por otra parte se desprende del artículo 56.3 CE: tras
afirmar que la persona del rey es inviolable e irresponsable, la Constitución establece que los
actos del Rey “estarán siempre refrendados en la forma prevista en el artículo 64, careciendo
de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”.

El refrendo puede ser definido como aquel instituto jurídico a través del cual se
autentifican los actos del monarca, se traslada la responsabilidad eventualmente derivada de
los mismos a la persona del refrendante, que responde así de la corrección constitucional de
la actuación del monarca, y sin el cual los actos del Rey carecen de validez.

En su sentido originario, el refrendo tenía un significado registral o notarial, pues el


sello o la contrafirma de la persona que refrendaba el acto regio cumplía la función de dar
autenticidad y fehaciencia al documento firmado por el monarca; es decir, daba fe de que
efectivamente se trataba de un acto del Rey. Actualmente, el refrendo es, sobre todo, el
instituto jurídico a cuyo través se identifica a una persona como responsable de los actos
realizados por el monarca en el ejercicio de sus funciones constitucionales, el acto regio
adquiere validez y se autentifica que el acto ha sido realizado por el Jefe del Estado en
cumplimiento de dichas funciones.

En nuestra Constitución el régimen jurídico del refrendo se encuentra en los artículos


56.3 y 64 CE, con arreglo a los cuales:

a) Los sujetos que intervienen en el refrendo son:

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

-El monarca a quien la Constitución encomienda una determinada función


(por ejemplo la sanción de las leyes aprobadas por las Cortes Generales).

-La persona que refrenda el acto del Rey y asume con ello la responsabilidad
derivada del mismo. Con arreglo al artículo 64 CE la regla general es que los
encargados de refrendar los actos del monarca son el Presidente del Gobierno y, en
su caso, el Ministro competente por razón de la materia. Ahora bien, existen tres
supuestos en los que quien refrenda el acto del Rey es el Presidente del Congreso de
los Diputados: la propuesta de candidato a Presidente del Gobierno, el
nombramiento del Presidente del Gobierno y la disolución de las Cámaras previstas
en el art. 99.5 CE.

Hay que reseñar que en el acto jurídico del refrendo existe una clara desvinculación
entre la persona que refrenda el acto del monarca y el órgano constitucional concreto que es
responsable del contenido del acto. Es decir, existen ocasiones en las que quien refrenda el
acto del monarca es además el responsable, el autor, del contenido del acto regio (por ejemplo
en la expedición de un Decreto del Consejo de Ministros o en la disolución de las Cámaras
decretada por el Presidente del Gobierno en uso de la facultad que le atribuye el artículo 115
CE) y otras ocasiones en las que quien refrenda no es autor o responsable del contenido del
acto del Rey (el ejemplo más evidente es la sanción y promulgación de las leyes: es un acto
del monarca sometido a refrendo del Presidente del Gobierno, pero la Ley ha sido elaborada
por las Cortes Generales). Por ello, y como ha afirmado el Tribunal Constitucional (SSTC
16/1984 y 5 y 8/1987), el refrendo es un instituto autónomo en el proceso de formación de
los actos jurídicos y por ello no es un elemento esencial del refrendo que la persona que
refrende sea la autora material del acto regio refrendado. Así, hay casos en los que
efectivamente la persona que refrenda es la autora del contenido material del acto regio pero
en otros no es así, limitándose entonces la persona que refrenda a sumir la responsabilidad
de la corrección del acto del monarca.

b) Efectos del refrendo:

-Asunción de la responsabilidad de la corrección constitucional del acto del


monarca por el sujeto refrendante, independientemente de que además asuma la
responsabilidad del contenido del acto si es el autor material del mismo.

-Su ausencia determina la invalidez del acto del Rey. La única excepción
expresa a esta regla la constituyen el nombramiento y relevo de los miembros civiles
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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

y militares de la Casa del Rey, que el Rey realiza libremente 4; excepción a la que se
añade el supuesto del artículo 65.1 CE, que establece que el Rey distribuye
“libremente” la cantidad que recibe de los Presupuestos Generales del Estado para
el sostenimiento de su Casa y familia.

c) Forma del refrendo:

Normalmente, el refrendo se realiza de forma expresa y por escrito y consiste en la


firma del sujeto refrendante junto a la firma del monarca. En otras ocasiones, y atendida la
peculiaridad de ciertas actuaciones del Jefe del Estado, el refrendo también es expreso pero
consiste en la presencia física del sujeto que refrenda el acto del Rey (por ejemplo, en un acto
público al que asiste el Rey como Jefe del Estado español) Incluso la doctrina habla de la
posibilidad de un refrendo tácito o presunto, es decir, un refrendo que se presume a menos
que el sujeto a quien correspondería el refrendo del acto del Rey exteriorice una voluntad
contraria.

4 Decreto 2942/1975 por el que se crea la Casa de S. M. el rey y RD 434/1988, sobre reestructuración
de la misma, modificado en diferentes ocasiones, la última en el mes de agosto de este mismo año.

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

4.-Régimen jurídico constitucional de la Corona.

El Título II de la Constitución que reza “De la Corona”, supone una novedad con
relación a nuestro constitucionalismo histórico tanto por su denominación como por su
ubicación sistemática. Si el constitucionalismo monárquico español había seguido sin
excepción el mismo orden en la regulación constitucional de los órganos del Estado, que
consistía en contemplar primero a las Cortes y después al Rey, como titular del Poder
Ejecutivo, bajo el epígrafe más subjetivo de “Del Rey”, la CE de 1978 antepone el régimen
de la Jefatura del Estado al resto de órganos constitucionales y además bajo un epígrafe que
destaca el aspecto objetivo de la institución: “De la Corona”.

En nuestra Constitución de 1978 el órgano constitucional Jefatura del Estado se


denomina Corona, a la que la Constitución atribuye una serie de funciones. Al titular del
órgano constitucional Corona se le denomina, conforme al artículo 56.2 CE “Rey de
España”.

De acuerdo con las peculiaridades del principio monárquico, la titularidad del órgano
constitucional Corona se adquiere como consecuencia de la sucesión hereditaria (artículo 57
CE) y se pierde como consecuencia del fallecimiento o de la abdicación del Rey. Distinta de
la titularidad es, sin embargo, el ejercicio de las funciones propias de la Jefatura del Estado,
que se adquieren, además, con la mayoría de edad y que pueden perderse como consecuencia
de la inhabilitación por la imposibilidad física o psíquica de ejercicio del cargo (artículo 59.2
CE). El Rey es proclamado ante, no por, las Cortes Generales y ha de prestar juramento “de
desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y
respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”, artículo 61.1
CE.

A) El principio de sucesión hereditaria.

El principio de sucesión hereditaria constituye hoy en día en Europa un principio


consustancial a la institución monárquica y supone la naturaleza no representativa de la
institución de la Corona. Este carácter no representativo sólo es compatible con el principio
democrático en la medida en que el Jefe del Estado ya no está dotado de auténticas facultades
propias. Además, no puede perderse de vista que desde un estricto punto de vista jurídico-
constitucionalmente entre el rey fallecido y el rey que accede a la Corona no media relación
alguna: el nuevo rey es titular por derecho propio del órgano constitucional Corona porque
se ha producido el supuesto constitucionalmente previsto para ello. En otras palabras, la
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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

sucesión ha de ser analizada, sencillamente, como el procedimiento constitucionalmente


establecido para determinar a quién corresponde la titularidad del órgano constitucional
Corona.

A la hora de analizar el principio de sucesión en nuestro vigente texto constitucional,


hemos de distinguir dos supuestos: el supuesto ordinario de sucesión y una serie de
situaciones especiales que requieren de la intervención de las Cortes Generales.

El supuesto ordinario de sucesión está regulado en el artículo 57.1 CE, que dispone
que “La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de
Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden
regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las
posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el
varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”.

La fórmula reproducida recoge la de todas las Constituciones monárquicas españolas


desde la de 1837. Remontándose aún más atrás en el tiempo, el precepto enlaza con la línea
tradicionalmente seguida en nuestro Derecho histórico desde la Partida Segunda de Alfonso
X El Sabio, confirmada en las Leyes de Toro (1505) y en la Novísima Recopilación (1806).

Conforme a lo dispuesto en dicho precepto constitucional los principios que rigen la


sucesión a la Corona española son:

-primogenitura y representación.

-preferencia de línea, grado, sexo varón y edad.

Este orden sucesorio implica que, en principio, el trono recae en el hijo primogénito
y en sus descendientes. Es decir, en la línea descendiente (padre-hijo-nieto) con preferencia
sobre los hermanos del monarca y sus hijos. Este principio unido al de representación
significa que, en caso de fallecimiento del padre, los nietos tienen preferencia sobre los
hermanos del fallecido. En la misma línea se prefiere el grado más próximo al más remoto,
en igualdad de grado se prefiere al varón sobre la mujer y, en igualdad de grado y de sexo, se
prefiere a la persona de más edad sobre la de menos.

Con relación a la anteposición del sexo a la edad, se trata de una cuestión que ha sido
doctrinalmente muy debatida y que en su momento fue abordada por el Consejo de Estado
en 2005 en la petición de informe que el Gobierno le remitió con relación a la reforma
constitucional en materia de sucesión a la Corona. En su Dictamen, el Consejo de Estado
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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

puso de manifiesto que en todo caso deberían salvaguardarse los derechos sucesorios del
actual Príncipe de Asturias adquiridos a tenor del artículo 57.2 CE, al igual que había sucedido
en otras monarquías europeas que afrontaron en su momento reformas similares 5.

En definitiva, la unión de los principios de primogenitura y representación significa


que el primogénito constituirá siempre cabeza de la primera línea descendente; el segundo,
cabeza de la segunda, y así sucesivamente, de forma que ningún integrante de la segunda línea
podrá entrar a suceder mientras queden descendientes de la primera.

Pero al margen del 57.1 CE, la Constitución prevé una serie de supuestos especiales
con relación a la sucesión que implican la intervención de las Cortes Generales:

-conforme a lo establecido en el artículo 57.5 CE a las Cortes generales corresponde,


mediante Ley Orgánica, resolver las abdicaciones (el Rey hace dejación voluntaria de su oficio
regio) y renuncias (las personas con derecho a reinar hacen dejación de este derecho) así
como cualquier duda de hecho o de derecho que pueda surgir con relación al orden sucesorio
de la Corona española. Históricamente, las abdicaciones requerían autorización de las Cortes
mediante una ley especial, porque se partía de la concepción decimonónica de la existencia
de un pacto entre el Rey y su dinastía, por una parte, y la nación representada en las Cortes,
por otra. Y de ello pareció tener conciencia el constituyente, que estableció en nuestro Texto
fundamental la previsión de una ley orgánica para resolver cualesquiera dudas de hecho o de
derecho que pudieran plantearse en relación con esta figura. Ninguna previsión más contiene
la Constitución, con lo que en su momento se plantearon importantes cuestiones, no
totalmente despejadas tras la abdicación en junio de 2014 del entonces Jefe del Estado Juan
Carlos I. En dicho caso, el Jefe del Estado comunicó su voluntad mediante escrito al
Presidente del Gobierno, poniéndolo también en conocimiento de los Presidentes del
Congreso y del Senado. Fue el Gobierno el encargado de elaborar y presentar a las Cámaras
el Proyecto de Ley Orgánica mediante el que se hizo efectiva la abdicación. En principio,

5 La redacción propuesta del artículo 57.1 CE fue la siguiente: “La Corona de España es hereditaria
en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión
en el trono corresponde a su hijo, el Príncipe heredero Don Felipe de Borbón, y después a los sucesores de
éste según el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las
posteriores; en la misma línea el grado más próximo al más remoto; y en el mismo grado la persona de más
edad a la de menos”.

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

este precepto admitía además dos interpretaciones: que la Constitución lo que establece es
que cada abdicación, para ser efectiva, requiere de la aprobación por las Cortes de una LO
“ad hoc” y que sería posible que lo que aprobaran las Cortes fuera una LO que regulara con
carácter general las abdicaciones y renuncias estableciendo así su régimen jurídico en materia
de forma, procedimiento, etc. En el único caso que se ha planteado se optó por la primera
interpretación, que dio lugar a la Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, por la que se hace efectiva
la abdicación de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón. Aunque puede entenderse que
esta es la opción que mejor encaja con la tradición monárquica constitucional, no deja de
plantear problemas tales como que, en el fondo, no se trata en puridad de una Ley o qué
sucedería en el caso de que las Cortes no la hubieran aprobado.

-por otra parte, también corresponde a las Cortes Generales proveer a la sucesión a
la Corona en la forma más conveniente para “los intereses de España” en el supuesto de que
se extinguieran todas las líneas llamadas en Derecho a suceder al trono. Hay que llamar la
atención, amén de lo improbable del supuesto, acerca del hecho de que en este caso la
Constitución no hace mención a que la decisión de las Cortes haya de revestir la forma de
Ley Orgánica, ni siquiera de Ley. En nuestra historia constitucional sólo en una ocasión
hubieron de proveer las Cortes un sucesor a la Corona, fue en 1870 con la elección de
Amadeo I de Saboya.

-finalmente, el artículo 57.4 CE establece que perderán su derecho sucesorio quienes


contraigan matrimonio contra la prohibición expresa del Rey y de las Cortes generales. La
redacción del precepto constitucional significa, de un lado, que no es necesario para contraer
matrimonio pedir el beneplácito expreso del Monarca y de las Cortes generales, sino que sólo
se prevé la eventualidad de una prohibición expresa. De otro, es necesario el concurso de
dos voluntades, la del Rey y la de las Cortes, para prohibir el matrimonio. Los problemas que
plantea este precepto son, de un lado, si se trata de un acto del monarca sujeto a refrendo y,
de otro, cuál sería el procedimiento a seguir para que, efectivamente, las Cortes generales y
el Rey prohibieran a quien tenga derecho a la sucesión contraer matrimonio con una
determinada persona. Una hipótesis es que se trataría, dada su trascendencia, de un acto
sujeto a refrendo por el Presidente del Gobierno y que, en principio, cabe deducir que tanto
cabe una propuesta del monarca a las Cortes como de las propias Cortes al monarca para
prohibir el matrimonio.

b) La Regencia.

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

Con arreglo a lo previsto en el artículo 59 CE, la Regencia es la institución prevista


para suplir al monarca en aquellas situaciones excepcionales en las que bien el monarca es
menor de edad, bien el monarca, tal y como reza el texto constitucional, “se inhabilita” para
el ejercicio de su autoridad y dicha imposibilidad es reconocida por las Cortes Generales.

Por lo tanto, la Regencia es el ejercicio de las funciones constitucionales regias por


quien no es titular de la Corona, mientras el Rey es menor de edad o esté imposibilitado para
el ejercicio de sus funciones y mientras perdure dicha situación. La Regencia posee, así, la
misma posición constitucional que el Rey, actúa como auténtico Jefe del Estado y presta el
juramento previsto en el artículo 61 CE, si bien sus funciones se ejercen por mandato
constitucional en nombre del Rey (artículo 59.5 CE).

La Constitución ha previsto en su artículo 59 dos supuestos de regencia:

-durante la minoría de edad del monarca.

-por inhabilitación del Rey reconocida por las Cortes Generales.

-supuestos a los que, quizá, no parecería desacertado añadir la situación de Corona


vacante como consecuencia de la extinción de todas las líneas llamadas en derecho a la
sucesión y mientras se solventa.

Con relación a la minoría de edad del monarca, la Constitución, frente a otros textos
constitucionales, no ha establecido una mayoría de edad regia distinta a la general que rige
para el resto de los ciudadanos y recogida en el artículo 12 CE. En este supuesto, la Regencia
será desempeñada por el padre o la madre del monarca 6 y, en su defecto, por el pariente
mayor de edad más próximo en el orden de sucesión.

Por lo que respecta al segundo supuesto, la inhabilitación del Rey, hay que entender
que quedan comprendidos, en principio, todos aquellos supuestos que impidan al monarca
el desempeño de sus funciones (por ejemplo incapacidad física o psíquica) Ello normalmente

6 Obviamente la CE está pensando en el supuesto más normal que sería el de fallecimiento del
monarca y minoría de edad del heredero, si bien y dado que la redacción del precepto es disyuntiva se plantea
la siguiente duda: qué sucede cuando el acceso al trono del heredero menor de edad se produce como
consecuencia de una abdicación de modo que tanto su padre como su madre están vivos. En este supuesto,
parece razonable entender que quien abdica no puede ejercer como regente, volviendo a ocupar si quiera sea
de manera provisional la Jefatura del Estado a la que renunció con la abdicación.

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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

se producirá cuando el monarca esté incapacitado(carencia de las mínimas capacidades físicas


o psíquicas para actuar por sí mismo, tal y como se recoge en la artículo 200 del CC) pero
también, por ejemplo y como apuntan algunos autores, por ausencia prolongada del territorio
nacional o por enfermedad que aunque no le incapacite le obligue a estar alejado de sus
funciones durante un tiempo. Sin embargo, la doctrina no considera jurídicamente aplicable
el artículo 59.2 CE a los denominados supuestos de “inhabilitación política” (es decir, caso
de que el monarca se negara a cumplir con sus funciones constitucionales como por ejemplo
la sanción de una ley tal y como ocurrió en 1990 en Bélgica) Ahora bien, aunque se afirme
que jurídicamente sería incorrecto solventar dichas situaciones a través de este
procedimiento, no se niega que, ya en términos de estricto y puro realismo, quizá sería la
alternativa menos gravosa. Un razonamiento similar puede aplicarse a supuestos más graves
como por ejemplo la comisión de un delito por el monarca. En este supuesto de
inhabilitación, la Regencia será desempeñada por el Príncipe Heredero caso de que sea mayor
de edad y, si no, se procede conforme a lo establecido para el supuesto de minoría de edad
del monarca hasta que el Príncipe alcance la mayoría de edad.

En cualquier caso, la Constitución ha previsto la eventualidad de que no exista


ninguna de las personas llamadas constitucionalmente a desempeñar la Regencia, supuesto
en el que ésta será nombrada por las Cortes Generales pudiendo estar integrada por una, tres
o cinco personas.

El único requisito que impone la Constitución para poder ejercer la Regencia es el de


ser español mayor de edad y sin que parezca que quepa la posibilidad de distinguir entre
nacionales de origen y nacionalizados. Obviamente, y aunque la CE no diga nada al respecto,
ha de entenderse que la persona del regente ha de gozar de capacidad.

c) Tutela del Rey menor.

En el supuesto de que el Rey sea menor de edad, la Constitución no sólo prevé el


instituto de la Regencia para el desempeño de las funciones de la Jefatura del Estado en tanto
persista esa situación de minoría de edad, sino también la figura de la tutela del Rey menor
regulada en el artículo 60 CE.

La tutela es la institución jurídica a cuyo través se confía a una persona la guarda de


otra que es incapaz. En este caso, la Constitución se refiere a la tutela de la persona del
monarca cuando el mismo no ha alcanzado aún los 18 años.

De acuerdo a lo dispuesto en el artículo 60 CE existen tres tipos distintos de tutela:


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Derecho Constitucional II Tema I.-La Corona

-la tutela testamentaria, que es aquella en la que el nombramiento del tutor es


realizado por el propio monarca en su testamento. La Constitución exige en este supuesto
que el tutor sea español de nacimiento y mayor de edad. Se plantea en este caso nuevamente
el problema de si estamos ante un acto regio que ha de estar sujeto a refrendo o no, aspecto
en el que la doctrina está dividida. En principio, otorgar testamento es un acto privado del
monarca como cualquier otro ciudadano, hecho que induce a pensar que la designación de
tutor no estaría sujeta a refrendo. Sin embargo, la indudable trascendencia del acto de
designación de tutor del Rey menor de edad sería un argumento a favor de exigir el refrendo.

-legítima, que se produce en defecto de nombramiento de tutor en testamento y que


recae sobre la madre o el padre del Rey mientras permanezcan viudos.

-parlamentaria o dativa, en defecto de las dos anteriores el tutor será nombrado por
las Cortes generales entre cualquier español de nacimiento mayor de edad.

Respecto a las incompatibilidades relativas al cargo de tutor del rey menor de edad,
la CE establece que es incompatible el desempeño de la función de tutor con cualquier cargo
de representación política y, salvo en el caso del padre, la madre y los ascendientes directos
del Rey, no se puede ostentar la doble condición de tutor y regente.

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