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-La Corona
Una de las primeras cuestiones que llama la atención al analizar el artículo 1.3 CE es
su dicción, pues al referirse a la monarquía parlamentaria como la “forma política del Estado
español”, utiliza un término que no es ni el de forma de Estado ni el de forma de gobierno.
En la Teoría política el concepto forma política es un concepto que engloba a ambos, sin
embargo, la monarquía parlamentaria no puede ser considerada forma política del Estado,
fundamentalmente definida en el artículo 1.1 CE, sino que es una forma de gobierno
¿Cuál es por lo tanto la conclusión que debemos extraer de la lectura conjunta de los
tres párrafos del artículo 1 CE?:
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características propias de la monarquía del siglo XIX, pero cuyo funcionamiento real es el de
una monarquía parlamentaria del XXI1.
• como Jefe del Estado el Rey carece de poderes jurídicos propios de ejercicio
discrecional o libre. Todo lo contrario, en términos generales y como Jefe del
Estado, su función se limita a formalizar decisiones ajenas como actos del
Estado español (piénsese, por ejemplo, en la sanción y promulgación de las
leyes aprobadas por las Cortes Generales). En un sistema democrático la
1 Por ejemplo, el artículo 36 de la Constitución belga establece que el Poder Legislativo Federal
corresponde conjuntamente al Rey y al Parlamento y el artículo 37 que el Poder Ejecutivo pertenece al Rey, a
quien corresponde conforme al artículo 96.1 de la Constitución el nombramiento y destitución de “sus” (del
Rey) Ministros.
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• Por una parte, la Constitución proclama en sus artículos 57.1 y 56.3 las dos
características que definen o identifican la institución monárquica como
forma de Jefatura del Estado:
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-el más alto representante del Estado español en las relaciones internacionales.
Y puede conducir al equívoco de considerar que el Rey, como Jefe del Estado,
desarrolla dos tipos de funciones: las que expresamente le atribuyen la Constitución y las
leyes y las que se derivan de su posición constitucional como árbitro y moderador del
funcionamiento regular de las instituciones. Ahora bien, la amplitud con que el precepto
constitucional concibe al monarca no debe conducirnos a engaño: conforme a los principios
de una monarquía parlamentaria, el significado que el artículo 56.1 CE otorga al monarca
como Jefe del Estado se concreta en las funciones que expresamente le atribuyen los artículos
62 y 63 CE. De hecho, es común agrupar las diversas funciones que constitucionalmente le
corresponden como Jefe del Estado con arreglo a estos criterios (por ejemplo, como más
alto representante del Estado español en las relaciones internacionales le corresponde
manifestar el consentimiento del Estado español para obligarse mediante un Tratado
internacional)
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Con relación a las leyes emanadas de las Asambleas legislativas de las CCAA, la
mayoría de los EEAA han dispuesto que la sanción corresponde a los propios parlamentos
autonómicos y que la promulgación corresponde al Presidente de la respectiva CA en
nombre del Rey 2. Por lo que respecta a las reformas constitucionales, este ha sido un tema
muy debatido doctrinalmente, si bien en las dos únicas reformas constitucionales habidas
hasta la fecha, se ha realizado la sanción real de la Ley de reforma constitucional.
Sanción, promulgación y orden de publicación son tres actos jurídicos distintos que
sin embargo en la práctica coinciden en el mismo momento. En su sentido originario, la
sanción de las leyes significaba el asentimiento del monarca al contenido y a la oportunidad
de la ley en cuya elaboración participaba junto con el Parlamento. Evidentemente, ese ya no
es hoy su significado, habiendo quedado reducido a un acto formal mediante el cual la ley se
perfecciona y se integra en el ordenamiento jurídico como acto del Estado español. Por su
2 EAAr, Artículo 45. “Promulgación y publicación de las leyes. Las leyes aragonesas serán
promulgadas, en nombre del Rey, por el Presidente, que ordenará su publicación en el ‘Boletín Oficial de
Aragón’ y en el ‘Boletín Oficial del Estado’, en un plazo no superior a quince días desde su aprobación. A
efectos de su vigencia, regirá la fecha de publicación en el ‘Boletín Oficial de Aragón’”.
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“A todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed: que las Cortes
Generales ha aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente Ley” (fórmula de la
sanción insertada en el encabezamiento del texto legal)
También es un acto debido sin margen alguno de discrecionalidad que se refiere, caso
de la convocatoria, sólo a la reunión de las Cortes Generales al comienzo de cada legislatura.
Con relación a la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones, se trata de actos
conexos pues el mismo Decreto de disolución de las Cámaras debe incorporar la fecha de
celebración de las elecciones (artículo 68.6 CE y 42 LOREG).
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Quizá sea esta la función más importante de cuantas tiene atribuidas el monarca y la
que puede presentar un mayor margen de discrecionalidad. La propuesta del candidato a
Presidente del Gobierno se encuentra regulada en al artículo 99 CE, conforme al cual:
-en principio el único límite jurídico con que cuenta el monarca es la consulta
obligada con los representantes designados por los grupos políticos con
representación parlamentaria.
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f) Conferir los empleos civiles, militares, honores y distinciones con arreglo a las
leyes (62.f. segundo inciso).
C.-Otras funciones:
d) El Rey nombra a los miembros del CGPJ (artículo 122.3 CE), al Presidente del TS
(artículo 123.2 CE), al Fiscal General del Estado (artículo 124.4 CE), al Presidente del
Consejo de Gobierno de las Comunidades Autónomas (artículo 152.1 CE), al Presidente y a
los miembros del Tribunal Constitucional (artículos 160 y 159.1 CE). Pero, evidentemente
de nuevo, se trata de actos reglados y debidos en cuyo contenido el Jefe del Estado no tiene
intervención alguna. Así, por ejemplo, el artículo 159.1 CE dispone, con relación a la
composición del Tribunal Constitucional que “El Tribunal Constitucional se compone de 12
miembros nombrados por el Rey; de ellos 4 a propuesta del Congreso por mayoría de tres
quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado con idéntica mayoría; dos a
propuesta del Gobierno y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial”.
A la hora de analizar las funciones del monarca como Jefe del Estado, no podemos
olvidar su condición de símbolo político y ello desde un doble punto de vista: la condición
simbólica que puede desarrollar la Jefatura del Estado cualquiera que sea su forma y las
peculiaridades y potencialidades que posee cuando se trata de una Jefatura del Estado
monárquica. A esta condición simbólica de la Jefatura del Estado se refiere la propia
Constitución en su artículo 56.1, que califica al Rey de “símbolo de la unidad y permanencia
del Estado”.
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del Estado. En este sentido, se señala que estas funciones simbólicas pueden verse
acentuadas en la monarquía por distintos motivos:
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Suele afirmarse que dos son los principios que caracterizan o que definen la forma
monárquica de Jefatura del Estado:
-el término inviolabilidad tiene un doble significado. Por una parte, hace
referencia al hecho de la irresponsabilidad jurídica del monarca por todos sus actos.
Por otra, significa que la persona del monarca, en tanto que titular de la Jefatura del
Estado, está dotado de una especial protección por parte del ordenamiento jurídico
(por ejemplo tipos delictivos agravados)
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Por ello algún autor, a la luz de principios constitucionales como los consagrados en los artículos
9.1, 14 y 24 CE, distingue entre:
-irresponsabilidad política y jurídica del Rey con relación a su actuación como Jefe del Estado.
-actuaciones del Rey de carácter personal, como ciudadano, de las que sí será responsable
jurídicamente como cualquier individuo. El problema que se plantea es que el ordenamiento jurídico, a
diferencia de otros supuestos, no ha previsto reglas especiales para juzgar al Jefe del Estado (por ejemplo que
el monarca haya de ser juzgado en el ámbito penal por la Sala penal del Tribunal Supremo).
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El refrendo puede ser definido como aquel instituto jurídico a través del cual se
autentifican los actos del monarca, se traslada la responsabilidad eventualmente derivada de
los mismos a la persona del refrendante, que responde así de la corrección constitucional de
la actuación del monarca, y sin el cual los actos del Rey carecen de validez.
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-La persona que refrenda el acto del Rey y asume con ello la responsabilidad
derivada del mismo. Con arreglo al artículo 64 CE la regla general es que los
encargados de refrendar los actos del monarca son el Presidente del Gobierno y, en
su caso, el Ministro competente por razón de la materia. Ahora bien, existen tres
supuestos en los que quien refrenda el acto del Rey es el Presidente del Congreso de
los Diputados: la propuesta de candidato a Presidente del Gobierno, el
nombramiento del Presidente del Gobierno y la disolución de las Cámaras previstas
en el art. 99.5 CE.
Hay que reseñar que en el acto jurídico del refrendo existe una clara desvinculación
entre la persona que refrenda el acto del monarca y el órgano constitucional concreto que es
responsable del contenido del acto. Es decir, existen ocasiones en las que quien refrenda el
acto del monarca es además el responsable, el autor, del contenido del acto regio (por ejemplo
en la expedición de un Decreto del Consejo de Ministros o en la disolución de las Cámaras
decretada por el Presidente del Gobierno en uso de la facultad que le atribuye el artículo 115
CE) y otras ocasiones en las que quien refrenda no es autor o responsable del contenido del
acto del Rey (el ejemplo más evidente es la sanción y promulgación de las leyes: es un acto
del monarca sometido a refrendo del Presidente del Gobierno, pero la Ley ha sido elaborada
por las Cortes Generales). Por ello, y como ha afirmado el Tribunal Constitucional (SSTC
16/1984 y 5 y 8/1987), el refrendo es un instituto autónomo en el proceso de formación de
los actos jurídicos y por ello no es un elemento esencial del refrendo que la persona que
refrende sea la autora material del acto regio refrendado. Así, hay casos en los que
efectivamente la persona que refrenda es la autora del contenido material del acto regio pero
en otros no es así, limitándose entonces la persona que refrenda a sumir la responsabilidad
de la corrección del acto del monarca.
-Su ausencia determina la invalidez del acto del Rey. La única excepción
expresa a esta regla la constituyen el nombramiento y relevo de los miembros civiles
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y militares de la Casa del Rey, que el Rey realiza libremente 4; excepción a la que se
añade el supuesto del artículo 65.1 CE, que establece que el Rey distribuye
“libremente” la cantidad que recibe de los Presupuestos Generales del Estado para
el sostenimiento de su Casa y familia.
4 Decreto 2942/1975 por el que se crea la Casa de S. M. el rey y RD 434/1988, sobre reestructuración
de la misma, modificado en diferentes ocasiones, la última en el mes de agosto de este mismo año.
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El Título II de la Constitución que reza “De la Corona”, supone una novedad con
relación a nuestro constitucionalismo histórico tanto por su denominación como por su
ubicación sistemática. Si el constitucionalismo monárquico español había seguido sin
excepción el mismo orden en la regulación constitucional de los órganos del Estado, que
consistía en contemplar primero a las Cortes y después al Rey, como titular del Poder
Ejecutivo, bajo el epígrafe más subjetivo de “Del Rey”, la CE de 1978 antepone el régimen
de la Jefatura del Estado al resto de órganos constitucionales y además bajo un epígrafe que
destaca el aspecto objetivo de la institución: “De la Corona”.
De acuerdo con las peculiaridades del principio monárquico, la titularidad del órgano
constitucional Corona se adquiere como consecuencia de la sucesión hereditaria (artículo 57
CE) y se pierde como consecuencia del fallecimiento o de la abdicación del Rey. Distinta de
la titularidad es, sin embargo, el ejercicio de las funciones propias de la Jefatura del Estado,
que se adquieren, además, con la mayoría de edad y que pueden perderse como consecuencia
de la inhabilitación por la imposibilidad física o psíquica de ejercicio del cargo (artículo 59.2
CE). El Rey es proclamado ante, no por, las Cortes Generales y ha de prestar juramento “de
desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y
respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”, artículo 61.1
CE.
El supuesto ordinario de sucesión está regulado en el artículo 57.1 CE, que dispone
que “La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de
Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden
regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las
posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el
varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”.
-primogenitura y representación.
Este orden sucesorio implica que, en principio, el trono recae en el hijo primogénito
y en sus descendientes. Es decir, en la línea descendiente (padre-hijo-nieto) con preferencia
sobre los hermanos del monarca y sus hijos. Este principio unido al de representación
significa que, en caso de fallecimiento del padre, los nietos tienen preferencia sobre los
hermanos del fallecido. En la misma línea se prefiere el grado más próximo al más remoto,
en igualdad de grado se prefiere al varón sobre la mujer y, en igualdad de grado y de sexo, se
prefiere a la persona de más edad sobre la de menos.
Con relación a la anteposición del sexo a la edad, se trata de una cuestión que ha sido
doctrinalmente muy debatida y que en su momento fue abordada por el Consejo de Estado
en 2005 en la petición de informe que el Gobierno le remitió con relación a la reforma
constitucional en materia de sucesión a la Corona. En su Dictamen, el Consejo de Estado
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puso de manifiesto que en todo caso deberían salvaguardarse los derechos sucesorios del
actual Príncipe de Asturias adquiridos a tenor del artículo 57.2 CE, al igual que había sucedido
en otras monarquías europeas que afrontaron en su momento reformas similares 5.
Pero al margen del 57.1 CE, la Constitución prevé una serie de supuestos especiales
con relación a la sucesión que implican la intervención de las Cortes Generales:
5 La redacción propuesta del artículo 57.1 CE fue la siguiente: “La Corona de España es hereditaria
en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión
en el trono corresponde a su hijo, el Príncipe heredero Don Felipe de Borbón, y después a los sucesores de
éste según el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las
posteriores; en la misma línea el grado más próximo al más remoto; y en el mismo grado la persona de más
edad a la de menos”.
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este precepto admitía además dos interpretaciones: que la Constitución lo que establece es
que cada abdicación, para ser efectiva, requiere de la aprobación por las Cortes de una LO
“ad hoc” y que sería posible que lo que aprobaran las Cortes fuera una LO que regulara con
carácter general las abdicaciones y renuncias estableciendo así su régimen jurídico en materia
de forma, procedimiento, etc. En el único caso que se ha planteado se optó por la primera
interpretación, que dio lugar a la Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, por la que se hace efectiva
la abdicación de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón. Aunque puede entenderse que
esta es la opción que mejor encaja con la tradición monárquica constitucional, no deja de
plantear problemas tales como que, en el fondo, no se trata en puridad de una Ley o qué
sucedería en el caso de que las Cortes no la hubieran aprobado.
-por otra parte, también corresponde a las Cortes Generales proveer a la sucesión a
la Corona en la forma más conveniente para “los intereses de España” en el supuesto de que
se extinguieran todas las líneas llamadas en Derecho a suceder al trono. Hay que llamar la
atención, amén de lo improbable del supuesto, acerca del hecho de que en este caso la
Constitución no hace mención a que la decisión de las Cortes haya de revestir la forma de
Ley Orgánica, ni siquiera de Ley. En nuestra historia constitucional sólo en una ocasión
hubieron de proveer las Cortes un sucesor a la Corona, fue en 1870 con la elección de
Amadeo I de Saboya.
b) La Regencia.
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Con relación a la minoría de edad del monarca, la Constitución, frente a otros textos
constitucionales, no ha establecido una mayoría de edad regia distinta a la general que rige
para el resto de los ciudadanos y recogida en el artículo 12 CE. En este supuesto, la Regencia
será desempeñada por el padre o la madre del monarca 6 y, en su defecto, por el pariente
mayor de edad más próximo en el orden de sucesión.
Por lo que respecta al segundo supuesto, la inhabilitación del Rey, hay que entender
que quedan comprendidos, en principio, todos aquellos supuestos que impidan al monarca
el desempeño de sus funciones (por ejemplo incapacidad física o psíquica) Ello normalmente
6 Obviamente la CE está pensando en el supuesto más normal que sería el de fallecimiento del
monarca y minoría de edad del heredero, si bien y dado que la redacción del precepto es disyuntiva se plantea
la siguiente duda: qué sucede cuando el acceso al trono del heredero menor de edad se produce como
consecuencia de una abdicación de modo que tanto su padre como su madre están vivos. En este supuesto,
parece razonable entender que quien abdica no puede ejercer como regente, volviendo a ocupar si quiera sea
de manera provisional la Jefatura del Estado a la que renunció con la abdicación.
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-parlamentaria o dativa, en defecto de las dos anteriores el tutor será nombrado por
las Cortes generales entre cualquier español de nacimiento mayor de edad.
Respecto a las incompatibilidades relativas al cargo de tutor del rey menor de edad,
la CE establece que es incompatible el desempeño de la función de tutor con cualquier cargo
de representación política y, salvo en el caso del padre, la madre y los ascendientes directos
del Rey, no se puede ostentar la doble condición de tutor y regente.
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