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EFECTOS DE LA POSESIÓN.
SUMARIO: I. EFECTO LEGITIMADOR DE LA POSESIÓN. II. LA PROTECCIÓN POSESORIA. 1.
La tutela sumaria. 2. Contiendas sobre el hecho de la posesión. III. EFECTOS LIGADOS A
LA BUENA O MALA FE DEL POSEEDOR. 1. En la liquidación del estado posesorio. A)
Destino de los frutos. B) Gastos y mejoras. a) Gastos necesarios y útiles. b) Gastos de
puro lujo. C) Responsabilidad por deterioro o pérdida. 2. En la posesión de bienes
muebles. A). Las reglas del apartado 1º del art. 464 Cc. B) Reivindicación de bienes
muebles en supuestos especiales. C) Reivindicación de cosas adquiridas en Bolsa, feria,
mercados o a comerciantes. IV. EFECTO PARTICULAR DE LA POSESIÓN DE BIENES
INMUEBLES.
«Justo título», en el marco del art. 448, equivale a acto o negocio jurídico idóneo, en sí
mismo, para transmitir y adquirir la titularidad de un derecho real (ej.: venta, donación,
permuta...). Presumir el justo título no significa otra cosa que presumir que ha existido un
negocio jurídico válido del que deriva el derecho a poseer.
Por virtud de esta presunción, el poseedor en concepto de dueño está legitimado para
ejercitar, frente a terceros, las facultades inherentes al derecho real que se le supone, sin tener
que demostrar, cada vez que lo haga, la titularidad de tal derecho («no se le puede obligar a
exhibirlo», art. 448). Y, de la misma manera, amparándose sólo en la presunción legal, podrá ese
poseedor defenderse frente a quien impugne su derecho. La presunción de justo título, por
tanto, posee una eficacia que se puede calificar como ofensiva y defensiva (DÍEZ-PICAZO). La
presunción cede ante la prueba en contrario; cuando se demuestre que el poseedor en concepto
de dueño no es titular del derecho que se le suponía.
Por una parte, sólo ampara al poseedor en concepto de dueño actual, no al que ya no lo
es, como afirma la doctrina dominante (ALBALADEJO, DÍEZ PICAZO, LACRUZ BERDEJO). No sirve
pues para demostrar el dominio a los efectos del ejercicio de una acción reivindicatoria; el
reivindicante no es poseedor actual.
Por otra parte, la presunción no opera en el ámbito de la usucapión. Señala el art. 1954
que «el justo título debe probarse; no se presume nunca».
Estos medios a que alude el art. 446 son los juicios posesorios, en particular los que
tradicionalmente se venían llamando «interdictos» (de retener y de recobrar), caracterizados
por ser procesos especiales y sumarios. La LEC actualmente vigente ha prescindido de la
denominación de interdictos y canaliza la tutela de la posesión por los cauces del juicio verbal.
Se decidirán en juicio verbal —señala el art. 250.4º LEC— las demandas que pretendan «la tutela
sumaria de la tenencia o de la posesión de una cosa o derecho por quien haya sido despojado
de ellas o perturbado en su disfrute». La finalidad es restablecer la situación posesoria al estado
anterior a la perturbación o despojo. Su objeto se limita a la posesión, sin entrar a debatir el
derecho que puedan tener las partes sobre la propiedad o sobre la posesión definitiva; el
derecho a poseer es cuestión que queda reservada para el juicio ordinario correspondiente.
A la vista del citado art. 250, la tutela sumaria procede para defender la posesión frente
a actos de perturbación ajena y frente a actos de despojo. La perturbación equivale a realización
de un acto lesivo, de ordinario intermitente o no duradero, que no causa de modo inmediato un
daño patrimonial y que ataca a la posesión pero sin arrebatarla al poseedor, aunque sí
molestándola o dificultándola (ej.: el paso con carro repetidas veces por la finca del
interdictante) (DE CASTRO FERNÁNDEZ). El despojo equivale a privación de la posesión que se
tenía.
Legitimado activamente está «todo poseedor» (v. art. 446 Cc) o, como indica el art. 250
LEC, quien se hallare en la tenencia o la posesión de una cosa o derecho, y resulta perturbado o
despojado de ella. Nada importa que tenga derecho a poseer o no, extremo éste que no ha de
acreditar el demandante. En consecuencia, existiendo despojo o perturbación, hay que
reconocer legitimación activa a cualquier poseedor perjudicado por tales actos, sea propietario
o titular de un derecho real o personal o no lo sea.
También alcanza la legitimación pasiva al heredero del autor del despojo, siempre que
al fallecimiento del causante —momento en el cual aquél sucede en la posesión de éste— no
haya transcurrido el plazo que la LEC marca para el ejercicio de la acción posesoria. La cuestión
se torna más problemática en los casos de cesión (inter vivos) de la posesión adquirida mediante
despojo. La doctrina, con fundamento en los precedentes históricos y en la equidad, pues no
hay precepto directamente aplicable, admite que la acción se dirija contra el cesionario del
despojante cuando éste es de mala fe (PÉREZ GONZÁLEZ y ALGUER, MARTÍN PÉREZ, DE LOS
MOZOS, DÍEZ-PICAZO). Las opiniones se distancian ante un cesionario de buena fe que ignora la
procedencia del bien cuya posesión adquiere. Seguramente la posición más acertada sea la que
mantiene ALBALADEJO, conectando la posibilidad de recuperación con el art. 464 Cc y el
significado de la expresión «privación ilegal» que en él se utiliza (v. epígrafe III,2, de este mismo
capítulo).
Las sentencias que pongan fin a los juicios verbales sobre tutela sumaria de la posesión
no producirán efectos de cosa juzgada (art. 447 LEC).
– Si las fechas de las posesiones fueran las mismas, la contienda se resolverá en favor
del que presente título (documento).
El Cc, en los arts. 451 a 458, contiene una serie de normas orientadas, precisamente, a
la liquidación del estado posesorio. Estas normas resultan aplicables siempre que el poseedor
actual resulta vencido y obligado a devolver la posesión a quien ostenta el derecho a poseer
(poseedor legítimo). La circunstancia determinante de los efectos que proceden, puesto que se
parte de una posesión indebida, es la buena o mala fe del poseedor vencido.
El mismo alcance que atribuye el art. 451-1º a la interrupción legal de la posesión, hay
que reconocer al cese en la buena fe del poseedor por ser ello una consecuencia natural de la
conexión que el precepto entabla entre ésta y el derecho a los frutos. Si el poseedor,
inicialmente de buena fe, llega a conocer, en un momento posterior, el vicio o defecto que afecta
al título por virtud del cual posee, a partir de ese instante, aunque no se haya producido
interrupción legal de la posesión, los frutos que perciba no podrá hacerlos suyos.
El art. 452 se ocupa de los frutos naturales e industriales que están pendientes al tiempo
de cesar la buena fe, aunque la misma solución se ha de aplicar respecto de los pendientes
cuando se interrumpe legalmente la posesión (ALBALADEJO). De acuerdo con el precepto
mencionado, el poseedor de buena fe tiene derecho a los gastos que hubiese hecho para la
producción de los frutos y, además, a la parte del producto líquido de la cosecha proporcional
al tiempo de su posesión, prorrateándose, del mismo modo, las cargas que existan (ej.: las
contribuciones). No obstante, el poseedor legítimo puede optar, si así lo quiere, por conceder al
poseedor de buena fe la facultad de concluir el cultivo y la recolección de los frutos pendientes,
como indemnización de la parte de gastos de cultivo y del producto líquido que le pertenece. Si
el poseedor legítimo opta por esta posibilidad y, por el motivo que sea, no quiere aceptarla el
poseedor de buena fe, perderá éste el derecho a ser indemnizado de otro modo.
No se pronuncia el art. 452 acerca de los frutos civiles, por la sencilla razón de que al entenderse
producidos por días no puede haber frutos civiles pendientes (v. art. 451).
Muy distinta es la posición del poseedor de mala fe. Al faltar la buena fe no hay título
que justifique la adquisición de los frutos. Y no sólo esto; el art. 455 sanciona especialmente la
mala fe extendiendo el deber de restitución más allá de los frutos percibidos: «El poseedor de
mala fe abonará los frutos percibidos y los que el poseedor legítimo hubiera podido percibir».
En todo caso el poseedor de mala fe tiene derecho a ser reintegrado de los gastos
realizados para la producción de los frutos (v. art. 356 Cc; SSTS 2821968, 4-4-1968, 22-1-1980).
B) Gastos y mejoras.
El Cc, además de considerar en este ámbito concreto la buena o mala fe del poseedor,
establece el régimen de los gastos distinguiéndolos en atención a la finalidad concreta a que se
orienten: necesarios, útiles y de puro lujo o mero recreo.
Las mejoras constituyen un resultado —aumento del valor del bien— que puede tener
su origen en una actividad humana (y un gasto) específicamente dirigida a provocarla o bien en
la acción del tiempo o de la naturaleza. Estas últimas mejoras, como señala el art. 456, «ceden
siempre en beneficio del que haya vencido en la posesión». Ningún derecho a resarcimiento se
puede pretender, ni siquiera por el poseedor de buena fe, pues nada se gastó para conseguirlas.
Los gastos útiles son los que aumentan el valor del bien al que se aplican, incrementando
su productividad o capacidad de rendimiento (ej.: nuevas plantaciones). Se corresponden con el
concepto de mejoras (útiles).
Cuando quien los ha realizado es un poseedor de buena fe, puede éste reclamar que se
le abonen, con el mismo derecho de retención establecido respecto de los gastos necesarios. Al
poseedor legítimo se le reconoce la posibilidad de optar por satisfacer el importe de tales gastos
o por abonar el aumento de valor que por ellos haya adquirido la cosa (art. 453-2º). Es
imprescindible, en cualquier caso, que la mejora subsista en el momento de restituir la posesión:
«El que obtenga la posesión no está obligado a abonar mejoras que hayan dejado de
existir al adquirir la cosa» (art. 458).
Al poseedor de mala fe no le asiste derecho alguno en relación a los gastos útiles por él
realizados. No lo señala expresamente el Cc, pero se deduce de lo que dispone el art. 455: «sólo
tendrá derecho a ser reintegrado de los gastos necesarios hechos para la conservación de la
cosa».
Gastos de puro lujo o de mero recreo son aquellos cuya finalidad es embellecer, adornar
o proporcionar mayor comodidad (mejoras suntuarias).
Dado que no son gastos necesarios para la conservación de la cosa, ni redundan en una
mayor utilidad objetiva de la misma, los gastos de puro lujo no son abonables a ningún poseedor,
sea de buena o de mala fe.
El Cc reconoce al poseedor vencido, no obstante, el derecho de retirar las mejoras (ius
tollendi). El poseedor de buena fe —señala el art. 454— «podrá llevarse los adornos con que
hubiese embellecido la cosa principal si no sufriere deterioro y si el sucesor en la posesión no
prefiere abonar el importe gastado». El poseedor de mala fe, de acuerdo con el art. 455, «podrá
llevarse los objetos en que esos gastos se hayan invertido, siempre que la cosa no sufra
deterioro, y el poseedor legítimo no prefiera quedarse con ellos abonando el valor que tengan
en el momento de entrar en la posesión». Es imprescindible pues, en ambos casos, que la mejora
sea separable del bien.
El poseedor de mala fe «responde del deterioro o pérdida en todo caso, y aun de los
ocasionados por fuerza mayor cuando maliciosamente haya retrasado la entrega de la cosa a su
poseedor legítimo» (art. 457). La agravación de la responsabilidad que resulta del precepto para
el caso de retraso malicioso en la entrega y el hecho de que ya el poseedor de mala fe que no
incurre en retraso responda «en todo caso», son circunstancias que llevan a entender la fuerza
mayor, aludida en el precepto, como caso fortuito especialmente grave.
Dispone el art. 464-1º que «la posesión de los bienes muebles, adquirida de buena de,
equivale a título. Sin embargo, el que hubiese perdido una cosa mueble o hubiese sido privado
de ella ilegalmente, podrá reivindicarla de quien la posea». Lo único indiscutible, e indiscutido,
del precepto es la presencia en él de dos reglas: la primera, de carácter general, se condensa en
la expresión «posesión equivale a título»; la segunda regla viene a limitar el alcance de la
anterior, indicando los supuestos en los que ésta no rige (pérdida de la cosa y privación ilegal).
En lo demás, las opiniones de la doctrina distan mucho de ser unánimes.
– La tesis romanista, defendida sobre todo en la doctrina más antigua y por los primeros
comentaristas del Cc (SCAEVOLA, DE BUEN), se mantiene aferrada a las reglas y principios
propios del Derecho romano (nemo dat quod non habet). Partiendo de estas bases, el art. 464-
1º —en opinión de los partidarios de esta tesis— viene a ser un complemento de las normas
reguladoras de la usucapión ordinaria de bienes muebles. La adquisición de la posesión de un
bien mueble de buena fe —ignorando que el transmitente no es el dueño o el titular del derecho
que transfiere— no convierte, sin más, al poseedor en titular del dominio (o del derecho real
transmitido) sobre el bien que se le entrega. Únicamente puede acceder a la titularidad real a
través de la usucapión (v. art. 609 Cc), manteniendo la posesión pública, pacífica e
ininterrumpidamente, durante el plazo de tres años que fija el art. 1955. Para lo que sí le sirve
la adquisición de buena fe —y es ésta la virtualidad del art. 464-1º— es para quedar dispensado
de uno de los requisitos que, con carácter general, exige el art. 1940 en la usucapión ordinaria:
el justo título. La regla «posesión equivale a título» no tiene pues otro alcance que eximir al
adquirente de buena fe del requisito del título a los efectos de la usucapión; lo confirma el art.
1955 que, al regular la usucapión ordinaria de bienes muebles, sólo hace mención expresa de la
buena fe. En consecuencia, en la buena fe está implícito el presupuesto del justo título y no se
exige éste como requisito independiente; pero la usucapión es necesaria en cualquier caso.
La presunción no parece que deba servir para extender, a los bienes muebles y objetos
incluidos en el inmueble, el mismo concepto posesorio en el que se tenga este último (ej.: el
arrendatario de la finca posee ésta en concepto distinto de dueño, pero puede poseer los
muebles y demás objetos de aquélla en concepto de dueño de los mismos).