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Capítulo 5.

EFECTOS DE LA POSESIÓN.
SUMARIO: I. EFECTO LEGITIMADOR DE LA POSESIÓN. II. LA PROTECCIÓN POSESORIA. 1.
La tutela sumaria. 2. Contiendas sobre el hecho de la posesión. III. EFECTOS LIGADOS A
LA BUENA O MALA FE DEL POSEEDOR. 1. En la liquidación del estado posesorio. A)
Destino de los frutos. B) Gastos y mejoras. a) Gastos necesarios y útiles. b) Gastos de
puro lujo. C) Responsabilidad por deterioro o pérdida. 2. En la posesión de bienes
muebles. A). Las reglas del apartado 1º del art. 464 Cc. B) Reivindicación de bienes
muebles en supuestos especiales. C) Reivindicación de cosas adquiridas en Bolsa, feria,
mercados o a comerciantes. IV. EFECTO PARTICULAR DE LA POSESIÓN DE BIENES
INMUEBLES.

I. EFECTO LEGITIMADOR DE LA POSESIÓN.


El concepto posesorio es la actitud del poseedor en cuanto al objeto de la posesión,
manifestada externamente a través de su comportamiento o modo habitual del proceder.
Poseedor en concepto de dueño es aquél que adopta, en relación al bien, el comportamiento
correspondiente al propietario, ejercitando las facultades inherentes al derecho de propiedad.
En la expresión «poseedor en concepto de dueño», que emplea el art. 432, se considera incluido
también, al poseedor que lo es en concepto de titular de un derecho real distinto al de propiedad
(ej.: usufructo, superficie, etc).

Que el poseedor lo sea en concepto de dueño (o de titular) no significa que efectiva o


realmente le corresponda la titularidad del derecho real que manifiesta a través de su relación
con el bien. La adquisición de un derecho real exige, como presupuesto previo, un acto o hecho
idóneo a tal fin (v. art. 609. Cc); en definitiva, un título de adquisición (ej.: compraventa,
donación, etc).
Por muy intensa que sea la apariencia creada de cara al exterior y aunque el propio poseedor se
crea titular del derecho poseído, si la posesión no se funda en un título, podrá existir el ius
possessionis, pero no se podrá hablar de ius possidendi (titularidad de un derecho real que
legitima la posesión).

Si bien es cierto que posesión en concepto de dueño no equivale, de manera necesaria,


a titularidad jurídico real definitiva, tampoco se puede ignorar que la apariencia que crea dicha
posesión frecuentemente coincide con la realidad.
En esta circunstancia encuentra su justificación la norma del art. 448 y, con ella, el efecto
legitimador de la posesión: «El poseedor en concepto de dueño tiene a su favor la presunción
legal de que posee con justo título, y no se le puede obligar a exhibirlo».

«Justo título», en el marco del art. 448, equivale a acto o negocio jurídico idóneo, en sí
mismo, para transmitir y adquirir la titularidad de un derecho real (ej.: venta, donación,
permuta...). Presumir el justo título no significa otra cosa que presumir que ha existido un
negocio jurídico válido del que deriva el derecho a poseer.

Por virtud de esta presunción, el poseedor en concepto de dueño está legitimado para
ejercitar, frente a terceros, las facultades inherentes al derecho real que se le supone, sin tener
que demostrar, cada vez que lo haga, la titularidad de tal derecho («no se le puede obligar a
exhibirlo», art. 448). Y, de la misma manera, amparándose sólo en la presunción legal, podrá ese
poseedor defenderse frente a quien impugne su derecho. La presunción de justo título, por
tanto, posee una eficacia que se puede calificar como ofensiva y defensiva (DÍEZ-PICAZO). La
presunción cede ante la prueba en contrario; cuando se demuestre que el poseedor en concepto
de dueño no es titular del derecho que se le suponía.

La presunción del art. 448 tiene algunos límites.

Por una parte, sólo ampara al poseedor en concepto de dueño actual, no al que ya no lo
es, como afirma la doctrina dominante (ALBALADEJO, DÍEZ PICAZO, LACRUZ BERDEJO). No sirve
pues para demostrar el dominio a los efectos del ejercicio de una acción reivindicatoria; el
reivindicante no es poseedor actual.

Por otra parte, la presunción no opera en el ámbito de la usucapión. Señala el art. 1954
que «el justo título debe probarse; no se presume nunca».

II. LA PROTECCIÓN POSESORIA


1. La tutela sumaria.
En nuestro Ordenamiento jurídico la posesión se protege en sí misma frente a todo acto
de perturbación o despojo, quienquiera que sea su causante. Dispone, en tal sentido, el art. 446
que «todo poseedor tiene derecho a ser respetado en su posesión; y, si fuere inquietado en ella,
deberá ser amparado o restituido en dicha posesión por los medios que las leyes de
procedimientos establecen».

Estos medios a que alude el art. 446 son los juicios posesorios, en particular los que
tradicionalmente se venían llamando «interdictos» (de retener y de recobrar), caracterizados
por ser procesos especiales y sumarios. La LEC actualmente vigente ha prescindido de la
denominación de interdictos y canaliza la tutela de la posesión por los cauces del juicio verbal.
Se decidirán en juicio verbal —señala el art. 250.4º LEC— las demandas que pretendan «la tutela
sumaria de la tenencia o de la posesión de una cosa o derecho por quien haya sido despojado
de ellas o perturbado en su disfrute». La finalidad es restablecer la situación posesoria al estado
anterior a la perturbación o despojo. Su objeto se limita a la posesión, sin entrar a debatir el
derecho que puedan tener las partes sobre la propiedad o sobre la posesión definitiva; el
derecho a poseer es cuestión que queda reservada para el juicio ordinario correspondiente.

A la vista del citado art. 250, la tutela sumaria procede para defender la posesión frente
a actos de perturbación ajena y frente a actos de despojo. La perturbación equivale a realización
de un acto lesivo, de ordinario intermitente o no duradero, que no causa de modo inmediato un
daño patrimonial y que ataca a la posesión pero sin arrebatarla al poseedor, aunque sí
molestándola o dificultándola (ej.: el paso con carro repetidas veces por la finca del
interdictante) (DE CASTRO FERNÁNDEZ). El despojo equivale a privación de la posesión que se
tenía.

Legitimado activamente está «todo poseedor» (v. art. 446 Cc) o, como indica el art. 250
LEC, quien se hallare en la tenencia o la posesión de una cosa o derecho, y resulta perturbado o
despojado de ella. Nada importa que tenga derecho a poseer o no, extremo éste que no ha de
acreditar el demandante. En consecuencia, existiendo despojo o perturbación, hay que
reconocer legitimación activa a cualquier poseedor perjudicado por tales actos, sea propietario
o titular de un derecho real o personal o no lo sea.

Legitimado pasivamente lo está el autor material de la perturbación o del despojo, o la


persona por orden de la cual se hayan ejecutados tales actos. De esta legitimación no queda
excluido el despojado que en lugar de solicitar el auxilio de la autoridad judicial (v. art. 441 Cc)
acude a las vías de hecho para recuperar la posesión, despojando a su vez a quien a él le privó
del bien.

También alcanza la legitimación pasiva al heredero del autor del despojo, siempre que
al fallecimiento del causante —momento en el cual aquél sucede en la posesión de éste— no
haya transcurrido el plazo que la LEC marca para el ejercicio de la acción posesoria. La cuestión
se torna más problemática en los casos de cesión (inter vivos) de la posesión adquirida mediante
despojo. La doctrina, con fundamento en los precedentes históricos y en la equidad, pues no
hay precepto directamente aplicable, admite que la acción se dirija contra el cesionario del
despojante cuando éste es de mala fe (PÉREZ GONZÁLEZ y ALGUER, MARTÍN PÉREZ, DE LOS
MOZOS, DÍEZ-PICAZO). Las opiniones se distancian ante un cesionario de buena fe que ignora la
procedencia del bien cuya posesión adquiere. Seguramente la posición más acertada sea la que
mantiene ALBALADEJO, conectando la posibilidad de recuperación con el art. 464 Cc y el
significado de la expresión «privación ilegal» que en él se utiliza (v. epígrafe III,2, de este mismo
capítulo).

La demanda que pretenda la tutela sumaria de la posesión, en cualquier caso, ha de


interponerse dentro del plazo de un año a contar desde el acto de la perturbación o el despojo;
en otro caso, no se admitirá (art. 439 LEC), sin perjuicio de las acciones de otra naturaleza que
se puedan ejercitar.

Las sentencias que pongan fin a los juicios verbales sobre tutela sumaria de la posesión
no producirán efectos de cosa juzgada (art. 447 LEC).

2. Contiendas sobre el hecho de la posesión.


La posesión como hecho, señala el art. 445 Cc, «no puede reconocerse en dos
personalidades distintas fuera de los casos de indivisión». Está admitida pues la coposesión en
la que, como se vió, varias personas mantienen en común la posesión de una cosa (o derecho)
sin pretensiones de exclusividad.
Es posible, igualmente, la concurrencia de varias posesiones de diversa naturaleza, aunque se
proyecten sobre el mismo objeto (así, la posesión mediata e inmediata). Lo que no parece
admisible, a la vista del art. 445, es la concurrencia de varias posesiones iguales, simultáneas y
proyectándose con carácter de exclusividad sobre el mismo bien. La posesión de cosas, animales
o derechos puede tenerse por una sola persona o por varias en común; nunca por varias
solidariamente, es decir, cada uno por el todo, lo cual es un imposible metafísico (LACRUZ
BERDEJO).
Aunque es difícil imaginar en la práctica hipótesis en las que varias personas posean un
mismo objeto con pretensión de excluirse unas a otras, el art. 445 aporta criterios para
solucionar tales contiendas.
Los criterios que establece el art. 445 para resolver las que denomina contiendas sobre
el hecho de la posesión son los siguientes: – Preferencia del poseedor actual; lo que supone que,
de los varios que pugnan por la posesión, hay uno sólo en realidad que la posee materialmente.

– Si resultaren dos poseedores, será preferido el más antiguo.

– Si las fechas de las posesiones fueran las mismas, la contienda se resolverá en favor
del que presente título (documento).

– Y si todas las condiciones anteriores fuesen iguales, se constituirá en depósito o guarda


judicial la cosa, mientras se decide sobre su posesión o propiedad por los trámites
correspondientes.

III. EFECTOS LIGADOS A LA BUENA O MALA FE DEL POSEEDOR


1. En la liquidación del estado posesorio.
Cuando la posesión está respaldada por la titularidad de un derecho (real o personal)
que la legitima, las posibilidades de actuación del poseedor en orden al bien que retiene en su
poder, las facultades, obligaciones y los límites que le afectan, vienen determinados, sin
perjuicio del posible juego de la autonomía de la voluntad, por la regulación que el Cc ofrezca al
derecho concreto de que se trate (propiedad, usufructo, arrendamiento...). Si ese derecho es de
carácter limitado, y de los que facultan para disfrutar de un bien ajeno, a su terminación
procederá la devolución a su legítimo dueño, rigiéndose tal obligación, y la posible
responsabilidad por deterioro o pérdida, así como todo lo relativo a los frutos pendientes, gastos
y mejoras, por las normas del Cc específicamente dispuestas a tal fin.

Es igualmente posible que la posesión se mantenga sin el respaldo de la titularidad de


un derecho de naturaleza real o personal por parte del poseedor. Cuando finaliza una situación
como la descrita y se obliga al poseedor a restituir la posesión al verdadero dueño, o al legítimo
titular del derecho a poseer, será necesario, como en la hipótesis anterior, proceder a la
liquidación del estado posesorio y determinar el destino último de los frutos (percibidos y
pendientes), el régimen de los gastos y mejoras efectuados por el poseedor y, en su caso, la
responsabilidad por menoscabo o pérdida del bien.

El Cc, en los arts. 451 a 458, contiene una serie de normas orientadas, precisamente, a
la liquidación del estado posesorio. Estas normas resultan aplicables siempre que el poseedor
actual resulta vencido y obligado a devolver la posesión a quien ostenta el derecho a poseer
(poseedor legítimo). La circunstancia determinante de los efectos que proceden, puesto que se
parte de una posesión indebida, es la buena o mala fe del poseedor vencido.

A) Destino de los frutos.


Establece el art. 451-1º que «el poseedor de buena fe hace suyos los frutos percibidos
mientras no sea interrumpida legalmente la posesión». Obviamente, además de buena fe, es
necesario que se trate de una posesión mantenida en concepto de dueño o como titular de un
derecho de goce de los que facultan para la percepción de los frutos.
Que el poseedor de buena fe haga suyos los frutos a los que se refiere el art. 451,
significa que deviene propietario definitivo de los mismos; no los ha de entregar al poseedor
legítimo, aunque no los haya consumido, ni le tiene que pagar nada por ellos. La posesión de
buena fe es título bastante para la adquisición de los frutos (DÍEZ-PICAZO).

No todos los frutos percibidos por el poseedor de buena fe le corresponden, sin


excepción. Como matiza el art. 451-1º, hace suyos los percibidos «mientras no sea interrumpida
legalmente la posesión»; de manera que los que obtenga después de producirse esa
interrupción legal, no le pertenecerán y tendrá que entregarlos —o su valor— al poseedor
legítimo.

El mismo alcance que atribuye el art. 451-1º a la interrupción legal de la posesión, hay
que reconocer al cese en la buena fe del poseedor por ser ello una consecuencia natural de la
conexión que el precepto entabla entre ésta y el derecho a los frutos. Si el poseedor,
inicialmente de buena fe, llega a conocer, en un momento posterior, el vicio o defecto que afecta
al título por virtud del cual posee, a partir de ese instante, aunque no se haya producido
interrupción legal de la posesión, los frutos que perciba no podrá hacerlos suyos.

De la determinación del momento de la percepción de los frutos se encarga el mismo


art. 451, en los apartados siguientes, atendiendo a la clase de éstos.
Los frutos naturales e industriales se entienden percibidos «desde que se alzan o separan» de la
cosa madre (ej.: cuando nacen las crías). Los frutos civiles, «se consideran producidos por días y
pertenecen al poseedor de buena fe en esa proporción».

El art. 452 se ocupa de los frutos naturales e industriales que están pendientes al tiempo
de cesar la buena fe, aunque la misma solución se ha de aplicar respecto de los pendientes
cuando se interrumpe legalmente la posesión (ALBALADEJO). De acuerdo con el precepto
mencionado, el poseedor de buena fe tiene derecho a los gastos que hubiese hecho para la
producción de los frutos y, además, a la parte del producto líquido de la cosecha proporcional
al tiempo de su posesión, prorrateándose, del mismo modo, las cargas que existan (ej.: las
contribuciones). No obstante, el poseedor legítimo puede optar, si así lo quiere, por conceder al
poseedor de buena fe la facultad de concluir el cultivo y la recolección de los frutos pendientes,
como indemnización de la parte de gastos de cultivo y del producto líquido que le pertenece. Si
el poseedor legítimo opta por esta posibilidad y, por el motivo que sea, no quiere aceptarla el
poseedor de buena fe, perderá éste el derecho a ser indemnizado de otro modo.
No se pronuncia el art. 452 acerca de los frutos civiles, por la sencilla razón de que al entenderse
producidos por días no puede haber frutos civiles pendientes (v. art. 451).

Muy distinta es la posición del poseedor de mala fe. Al faltar la buena fe no hay título
que justifique la adquisición de los frutos. Y no sólo esto; el art. 455 sanciona especialmente la
mala fe extendiendo el deber de restitución más allá de los frutos percibidos: «El poseedor de
mala fe abonará los frutos percibidos y los que el poseedor legítimo hubiera podido percibir».

El poseedor de mala fe ha de restituir los frutos percibidos in natura, si todavía existen,


o su valor. En cuanto a los frutos que el poseedor legítimo hubiera podido percibir de haber
estado la cosa que los produce en su poder, el cálculo de la cantidad a abonar, en tal concepto,
por el poseedor de mala fe, implica una apreciación hipotética sobre lo que la cosa poseída
habría rentado al vencedor en la posesión (DELGADO ECHEVARRÍA); frecuentemente, el cálculo
habrá de hacerse, a falta de otros datos, tomando como base los frutos que la cosa habría
producido presumiblemente en poder de una persona media y en circunstancias normales
(ALBALADEJO).

En todo caso el poseedor de mala fe tiene derecho a ser reintegrado de los gastos
realizados para la producción de los frutos (v. art. 356 Cc; SSTS 2821968, 4-4-1968, 22-1-1980).

B) Gastos y mejoras.
El Cc, además de considerar en este ámbito concreto la buena o mala fe del poseedor,
establece el régimen de los gastos distinguiéndolos en atención a la finalidad concreta a que se
orienten: necesarios, útiles y de puro lujo o mero recreo.

Las mejoras constituyen un resultado —aumento del valor del bien— que puede tener
su origen en una actividad humana (y un gasto) específicamente dirigida a provocarla o bien en
la acción del tiempo o de la naturaleza. Estas últimas mejoras, como señala el art. 456, «ceden
siempre en beneficio del que haya vencido en la posesión». Ningún derecho a resarcimiento se
puede pretender, ni siquiera por el poseedor de buena fe, pues nada se gastó para conseguirlas.

a) Gastos necesarios y útiles.

Gastos necesarios son aquellos imprescindibles para mantener íntegra la cosa en su


normal función económica y cuya omisión supondría o la destrucción o el deterioro de la misma
o de su estado de utilización (STS 4-4-1968) (ej.: obras de reparación). Estos gastos se abonan a
todo poseedor, sea de buena o de mala fe (arts. 453-1º y 455). No obstante, una diferencia
marca entre ambos el art. 453-1º al conceder sólo al poseedor de buena fe el derecho de retener
la cosa en su poder hasta que se le satisfagan aquéllos.

Los gastos útiles son los que aumentan el valor del bien al que se aplican, incrementando
su productividad o capacidad de rendimiento (ej.: nuevas plantaciones). Se corresponden con el
concepto de mejoras (útiles).

Cuando quien los ha realizado es un poseedor de buena fe, puede éste reclamar que se
le abonen, con el mismo derecho de retención establecido respecto de los gastos necesarios. Al
poseedor legítimo se le reconoce la posibilidad de optar por satisfacer el importe de tales gastos
o por abonar el aumento de valor que por ellos haya adquirido la cosa (art. 453-2º). Es
imprescindible, en cualquier caso, que la mejora subsista en el momento de restituir la posesión:

«El que obtenga la posesión no está obligado a abonar mejoras que hayan dejado de
existir al adquirir la cosa» (art. 458).

Al poseedor de mala fe no le asiste derecho alguno en relación a los gastos útiles por él
realizados. No lo señala expresamente el Cc, pero se deduce de lo que dispone el art. 455: «sólo
tendrá derecho a ser reintegrado de los gastos necesarios hechos para la conservación de la
cosa».

b) Gastos de puro lujo.

Gastos de puro lujo o de mero recreo son aquellos cuya finalidad es embellecer, adornar
o proporcionar mayor comodidad (mejoras suntuarias).

Dado que no son gastos necesarios para la conservación de la cosa, ni redundan en una
mayor utilidad objetiva de la misma, los gastos de puro lujo no son abonables a ningún poseedor,
sea de buena o de mala fe.
El Cc reconoce al poseedor vencido, no obstante, el derecho de retirar las mejoras (ius
tollendi). El poseedor de buena fe —señala el art. 454— «podrá llevarse los adornos con que
hubiese embellecido la cosa principal si no sufriere deterioro y si el sucesor en la posesión no
prefiere abonar el importe gastado». El poseedor de mala fe, de acuerdo con el art. 455, «podrá
llevarse los objetos en que esos gastos se hayan invertido, siempre que la cosa no sufra
deterioro, y el poseedor legítimo no prefiera quedarse con ellos abonando el valor que tengan
en el momento de entrar en la posesión». Es imprescindible pues, en ambos casos, que la mejora
sea separable del bien.

C) Responsabilidad por deterioro o pérdida.


Como en materia de frutos y gastos, la responsabilidad por deterioro o pérdida del bien,
ocurridos durante la posesión, depende de la buena o mala fe del poseedor.

El poseedor de mala fe «responde del deterioro o pérdida en todo caso, y aun de los
ocasionados por fuerza mayor cuando maliciosamente haya retrasado la entrega de la cosa a su
poseedor legítimo» (art. 457). La agravación de la responsabilidad que resulta del precepto para
el caso de retraso malicioso en la entrega y el hecho de que ya el poseedor de mala fe que no
incurre en retraso responda «en todo caso», son circunstancias que llevan a entender la fuerza
mayor, aludida en el precepto, como caso fortuito especialmente grave.

La responsabilidad del poseedor de buena fe es mucho más limitada. Según dispone el


art. 457 «no responde del deterioro o pérdida de la cosa poseída, fuera de los casos en que se
justifique haber procedido con dolo». Es complicado precisar el significado de la norma que
contiene el art. 457, por ser muy difícil compatibilizar la idea de dolo con la figura del poseedor
de buena fe que, por hipótesis, cree que la cosa le pertenece o que es suyo el derecho a poseerla.
Algunos civilistas han entendido que dolo, en este ámbito concreto, no puede significar ánimo
de dañar a otro, sino voluntariedad de un hecho, en sí mismo, contrario a derecho o contrario
al Ordenamiento jurídico (RODRÍGUEZ ADRADOS) (ej.: dejar baldía la finca). Otros autores
mantienen que el precepto se refiere al poseedor de buena fe en concepto distinto de dueño
que causa daños dolosamente, en el bien que posee, para perjudicar al poseedor superior
(mediato) (GARCÍA VALDECASAS, DE LOS MOZOS); o a aquél poseedor que, tras serle reclamada
la posesión en forma privada (no judicial), destruye el bien por si eventualmente se interpone la
reclamación judicial y el Tribunal falla en su contra (ALBALADEJO). Seguramente la posición más
acertada sea la de aquellos autores para los que el precepto establece una norma sobre
distribución de la carga de la prueba: para reclamar responsabilidad al poseedor que, por lo
menos inicialmente, es de buena fe es preciso justificar —por el demandante— que procedió
con dolo en la destrucción o deterioro, pues así quedará demostrado que había perdido
entonces la buena fe, cualquiera que fuese la causa de esta pérdida (DÍEZ-PICAZO).

2. En la posesión de bienes muebles.


A) Las reglas del apartado 1º del art. 464 Cc.
El tráfico jurídico de los bienes muebles, en gran medida por las características que
presentan, está sometido a menores exigencias que las transmisiones inmobiliarias. Sólo para
éstas últimas, el art. 1280-1º Cc establece la obligación de hacerlas constar en documento
público y son, precisamente, los actos y contratos relativos al dominio y demás derechos reales
sobre bienes inmuebles los que constituyen el objeto del Registro de la Propiedad (v. art. 605 y
606 Cc y art. 1 LH). No es de extrañar pues que la transmisión de bienes por parte de quien no
es su legítimo dueño se produzca, con más frecuencia, en el marco de las cosas muebles. Ni
puede sorprender tampoco que las posibilidades de reivindicación de esta clase de bienes
resulten limitadas, para el propietario legítimo, cuando hayan pasado a poder de terceros que
los hayan adquirido de buena fe. La seguridad jurídica y la protección de la apariencia creada a
través de la posesión del transmitente (no dueño), en la que ha podido confiar legítimamente el
adquirente, justifican sobradamente aquella limitación.

Dispone el art. 464-1º que «la posesión de los bienes muebles, adquirida de buena de,
equivale a título. Sin embargo, el que hubiese perdido una cosa mueble o hubiese sido privado
de ella ilegalmente, podrá reivindicarla de quien la posea». Lo único indiscutible, e indiscutido,
del precepto es la presencia en él de dos reglas: la primera, de carácter general, se condensa en
la expresión «posesión equivale a título»; la segunda regla viene a limitar el alcance de la
anterior, indicando los supuestos en los que ésta no rige (pérdida de la cosa y privación ilegal).
En lo demás, las opiniones de la doctrina distan mucho de ser unánimes.

Se han formulado diversas interpretaciones a la hora de precisar el significado concreto


de las reglas del art. 464-1º, muy conectadas con el origen y los precedentes históricos de éste.
Entre ellas cabe destacar, aunque no son las únicas, las tesis romanista y germanista.

– La tesis romanista, defendida sobre todo en la doctrina más antigua y por los primeros
comentaristas del Cc (SCAEVOLA, DE BUEN), se mantiene aferrada a las reglas y principios
propios del Derecho romano (nemo dat quod non habet). Partiendo de estas bases, el art. 464-
1º —en opinión de los partidarios de esta tesis— viene a ser un complemento de las normas
reguladoras de la usucapión ordinaria de bienes muebles. La adquisición de la posesión de un
bien mueble de buena fe —ignorando que el transmitente no es el dueño o el titular del derecho
que transfiere— no convierte, sin más, al poseedor en titular del dominio (o del derecho real
transmitido) sobre el bien que se le entrega. Únicamente puede acceder a la titularidad real a
través de la usucapión (v. art. 609 Cc), manteniendo la posesión pública, pacífica e
ininterrumpidamente, durante el plazo de tres años que fija el art. 1955. Para lo que sí le sirve
la adquisición de buena fe —y es ésta la virtualidad del art. 464-1º— es para quedar dispensado
de uno de los requisitos que, con carácter general, exige el art. 1940 en la usucapión ordinaria:
el justo título. La regla «posesión equivale a título» no tiene pues otro alcance que eximir al
adquirente de buena fe del requisito del título a los efectos de la usucapión; lo confirma el art.
1955 que, al regular la usucapión ordinaria de bienes muebles, sólo hace mención expresa de la
buena fe. En consecuencia, en la buena fe está implícito el presupuesto del justo título y no se
exige éste como requisito independiente; pero la usucapión es necesaria en cualquier caso.

Un inconveniente presenta, principalmente, la tesis romanista y es que deja sin valor la


segunda regla del art. 464-1º, pues si la reivindicación es siempre posible mientras no se
consuma la usucapión, no tiene sentido mencionarla expresamente en los supuestos de pérdida
y de privación ilegal.

– Para la tesis germanista, más difundida en la doctrina actual (HERNÁNDEZ GIL,


ALBALADEJO, MARTÍN PÉREZ), la regla «posesión equivale a título», contenida en la primera
parte del art. 464-1º, significa que quien adquiere la posesión de un bien mueble de buena fe,
aunque el transmitente no ostente la titularidad del derecho que le transfiere, se convierte en
dueño o en titular del derecho real en cuyo concepto le sea entregada la posesión (ej.: la
propiedad, si se le entrega como dueño; el usufructo, si se le entrega como usufructuario...).

La regla «posesión equivale a título» encierra así un supuesto de adquisición a non


domino. Consiguientemente, el art. 464.1º, en la línea marcada por el Derecho germánico, viene
a consagrar una regla general de irreivindicabilidad —por parte del legítimo dueño o titular—
de los bienes muebles cuya posesión ha sido adquirida de buena fe por un tercero. Tal regla
general no tiene más excepciones que las mencionadas en el mismo art. 464-1º: pérdida y
privación ilegal. Solamente en estos casos queda excluida la adquisición a non domino, siendo
necesaria entonces la usucapión para que el poseedor de buena fe pueda acceder a la titularidad
real. Y sólo en esos casos, será posible la reivindicación por parte del legítimo dueño o titular del
bien.
Varios argumentos se utilizan en apoyo de la tesis germanista. Por una parte, el tenor
literal del art. 464-1º; la conjunción «sin embargo», que emplea el legislador para unir las dos
reglas que establece, sólo puede significar que la segunda regla es una excepción a la primera; si
la excepción es la reivindicabilidad en casos de extravío y privación ilegal, la regla general
únicamente puede ser la irreivindicabilidad (adquisición a non domino). Se han apuntado
también argumentos de interpretación sistemática y de analogía; entre los primeros, la sintonía
con el art. 1473 Cc (venta múltiple); entre los segundos, el art. 34 LH que reconoce la adquisición
a non domino fundada en una apariencia registral (MARTÍN PÉREZ).

El concepto de pérdida o extravío —una de las excepciones a la regla general de


irreivindicabilidad— no presenta problemas. No ocurre los mismo con la expresión «privación
ilegal» de la que no aporta dato alguno el art. 464-1º.
La cuestión no está exenta de interés, toda vez que del significado que se dé a la expresión legal
dependerá, en definitiva, el alcance de la excepción y de la misma regla general.

Dos interpretaciones se han defendido al respecto. La primera dispensa a la expresión


legal una significado amplio, de manera que «privación ilegal» comprendería todos los
supuestos en que un bien sale de la esfera de poder de su dueño sin o contra la voluntad de éste
(así, no solo los casos de robo o hurto, sino también cuando, por ejemplo, el dueño entrega el
bien en depósito y el depositario, abusando de la confianza y del poder concedido, lo vende).
Por esta vía la excepción —siendo tan amplia— llegaría a anular la regla general.
Por ello, y porque a la misma conclusión conducen el apartado 2º del art. 464 (que habla de cosa
«perdida o sustraída») y el art. 1962 (que alude a «hurto o robo»), la doctrina,
mayoritariamente, acoge una interpretación restrictiva de la expresión «privación ilegal»,
identificándola con hurto o robo.

El TS, que en un primer momento se mantuvo en la línea de la tesis romanista, en la


actualidad admite los postulados de la tesis germanista.
La STS de 25-2-1992 (Fundamento séptimo) se manifiesta en los siguientes
términos:...«la mas reciente jurisprudencia de esta Sala interpreta que la equivalencia significa
titularidad dominical (STS 26-6-1984); que se sienta la regla de irreivindicabilidad de la cosa
muebles cuya posesión se haya adquirido de buena fe, por lo que el inciso primero del art. 464
del Código Civil se refiere a título de dominio (STS 3-3-1980); que atendiendo a la interpretación
germanista que, aunque no en un línea pacífica y uniforme, predomina en la jurisprudencia, la
equivalencia entre posesión y título es igual a título de dominio, que hace a las cosas
irreivindicables (STS 15-2-1990)... Además el verbo «sustraer» del párrafo segundo del art. 464
del Código civil, que concreta la expresión «privación ilegal» del párrafo precedente, ha de
dársele un sentido restrictivo en consonancia con la regla general de irreivindicabilidad que
contiene...».
B) Reivindicación de bienes muebles en supuestos especiales.
El apartado 2º del art. 464 establece que «si el poseedor de la cosa mueble perdida o
sustraída la hubiese adquirido de buena fe en venta pública, no podrá el propietario obtener la
restitución sin reembolsar el precio dado por ella». Cabe por tanto la reivindicación, aunque la
adquisición se haya producido en venta pública, pero con una obligación previa y añadida a
cargo del reivindicante: el abono de precio. Por «venta pública» se entiende la realizada en
virtud de subasta pública, sea judicial, notarial o administrativa (MANRESA, SCAEVOLA, VALLET
DE GOYTISOLO). Las características de publicidad que rodean estas ventas son las que justifican
la especialidad de la norma.

Para el supuesto de cosas empeñadas en los Montes de Piedad establecidos con


autorización del Gobierno, señala el art. 464-3º que «no podrá el dueño obtener la restitución,
cualquiera que sea la persona que las hubiese empeñado, sin reintegrar antes al Establecimiento
la cantidad del empeño y los intereses vencidos». Este apartado complementa lo dispuesto en
el párrafo 1º; por consiguiente, ha de tratarse de cosas reivindicables a tenor de aquél; es decir,
cosas perdidas o sustraídas (RUBIO TORRANO).

C) Reivindicación de cosas adquiridas en Bolsa, feria, mercados o a comerciantes.


De acuerdo con el art. 464.4, en cuanto a las cosas «adquiridas en Bolsa, feria o mercado,
o de un comerciante legalmente establecido y dedicado habitualmente al tráfico de objetos
análogos, se estará a lo que dispone el Código de Comercio». Por su parte, el art. 85 C de c
establece que «la compra de mercaderías en almacenes o tiendas abiertas al público causará
prescripción de derecho a favor del comprador respecto de mercaderías adquiridas, quedando
a salvo, en su caso, los derechos del propietario de los objetos vendidos para ejercitar las
acciones civiles o criminales que puedan corresponderle contra el que los vendiere
indebidamente». La expresión «causará prescripción de derecho» equivale a prescripción
instantánea: el comprador, de buena fe, está a salvo de cualquier reclamación reteniendo, en
definitiva, la propiedad del objeto (LACRUZ BERDEJO).

IV. EFECTO PARTICULAR DE LA POSESIÓN DE BIENES INMUEBLES.


Consagra el art. 449 una presunción de posesión de bienes muebles a partir de la
posesión de un bien inmueble: «La posesión de una cosa raíz supone la de los muebles y objetos
que se hallen dentro de ella, mientras no conste o se acredite que deben ser excluidos». Es una
presunción claramente iuris tantum.

La posesión del inmueble a la que se refiere el precepto, y que es la que otorga la


posesión de los muebles y objetos en él contenidos, es la que se exterioriza por el contacto
material con el bien; es decir, una posesión inmediata (MORALES MORENO) (ej.: el dueño que
cede en arrendamiento una finca no gozará de la presunción del art. 449 en relación a los
muebles contenidos en la misma).

La presunción no parece que deba servir para extender, a los bienes muebles y objetos
incluidos en el inmueble, el mismo concepto posesorio en el que se tenga este último (ej.: el
arrendatario de la finca posee ésta en concepto distinto de dueño, pero puede poseer los
muebles y demás objetos de aquélla en concepto de dueño de los mismos).

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