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La enunciación como construcción

Hernán M. Díaz

Imaginemos por un momento que un escritor, Juan Pérez, recibe un homenaje por
parte de una institución oficial, digamos un ministerio. Están presentes sus familiares, sus
amigos, las autoridades responsables del organismo estatal, lectores, público en general. El
homenaje se realiza en algún salón cerrado, con capacidad para unas cien personas, y la
capacidad del lugar está colmada. El escritor, en algún momento del acto, debe decir unas
palabras. Imaginemos que improvisa su discurso y las primeras frases adoptan la siguiente
forma:
“Estoy muy emocionado hoy, porque yo no me imaginaba que podía ser objeto de
un homenaje. Realmente no sé si voy a poder decir muchas cosas, porque la idea de que me
homenajearan a mí me ha conmovido.”
En este texto vemos que el escritor, por improvisación o por ser sincero, comenzó
expresando un sentimiento, referido exclusivamente a sí mismo. En ese sentido,
enunciativamente, se destaca el uso del “yo”, no sólo por el primer verbo (“estoy”), sino
porque luego aparece el yo bajo diversas formas (“yo”, “imaginaba”, “me”, “sé”, “voy”,
“me”, “mí”, “me”). La expresión de una fuerte subjetividad también remite a una
valorización personal, en general afectiva, que realiza este escritor en el comienzo de su
alocución: “emocionado”, “homenaje”, “conmovido”. Otras marcas enunciativas, como las
modalizaciones (“realmente”, “no sé”, no me imaginaba”), remiten a una fuerte presencia
del yo en este discurso.

Pero imaginemos ahora otro comienzo. El escritor no está tan emocionado, y


prefiere iniciar su discurso con frases más protocolares:
“Señor ministro, señores de la Academia, colegas, amigos, público en general:
quiero agradecer este homenaje que se me hace, porque considero que los escritores somos
servidores públicos y por ello...”
En esta segunda forma de iniciación, el escritor destaca la presencia de una serie de
personas, y las enumera en una gradación jerárquica. Aquí el “yo”, que antes prácticamente
acaparaba totalmente la atención de los oyentes, desaparece en el encabezamiento y aparece
recién después de los saludos. Juan Pérez aparece como “yo” en “quiero agradecer”, pero
inmediatamente da paso a un “nosotros” y “se oculta”, por decir así, tras un colectivo que
engloba a todos los escritores. Así, no se él quien recibe el homenaje sino que lo hace en
nombre de los literatos en general. En el primer comienzo, el escritor sólo podía hablar de
sí mismo y de sus sentimientos porque éstos lo habían invadido. En este segundo comienzo,
el “yo” está entonces mediatizado por un inicio donde se destaca la presencia de otras
personas y luego es enlgobado en una categoría diferente, el “nosotros”.

Pero también podemos imaginar un tercer comienzo. El escritor, homenajeado por


sus dotes artísticas, decide comenzar directamente con un pensamiento referido a su obra,
sin preámbulos:
“La literatura puede ser reducida a una palabra: imaginación. La imaginación, que
todos poseen y todos utilizan diariamente, el escritor la usa como herramienta de trabajo, y
ésa es su única diferencia con el público lector.”
En este tercer comienzo las personas que antes estaban (yo, el ministro, los colegas,
etc.) “desaparecieron”. No se ve ni al “yo” del primer discurso ni al público del segundo.
Aquí las palabras del escritor se refieren a un fenómeno que parece suspendido en el aire,
por encima tanto del que habla como de los que escuchan, ajeno a todos ellos. Las dos
frases están escritas en tercera persona del singular o del plural (“puede”, “poseen”,
“utilizan”, “utiliza”, “es”), lo cual le da un tono de impersonalidad generalizada. Las
personas que aparecen en el discurso tienen poca determinación: “todos”, “el escritor” (y no
se refiere a sí mismo, sino a cualquiera), “el público”.

Estas tres formas de iniciar una alocución, aun teniendo en cuenta que son
imaginarias (pero posibles), nos permiten visualizar diversas cuestiones referidas a la
enunciación. En primer lugar, la persona que habla, el locutor, es “el mismo” antes o
después de iniciar su discurso. Lo mismo podemos decir de las personas presentes, del
salón e incluso del país. Sin embargo, cada uno de esos enunciados nos muestra una
realidad diferente, nos recrea (si fuéramos oyentes de ese discurso) una realidad diversa.
Esa realidad creada, construida, surge solamente gracias al enunciado que elige el escritor.
La “realidad” de este homenaje puede ser estudiada de diversas maneras: un crítico
literario puede hacer un comentario elogioso de la obra del escritor, un antropólogo lo
analiza como un hecho de cultura, un psicólogo puede analizar las emociones de quien
habla, un sociólogo puede medir diversos parámetros grupales. Pero desde la lingüística, y
más específicamente desde la teoría de la enunciación, lo que se analiza es cómo un
enunciado específico construye una realidad que no necesariamente coincide con la
realidad fáctica, estudiable a través de otras disciplinas diferentes de la lingüística.
Así, no nos interesará tanto lo que llamamos “sujeto empírico”, el sujeto real y
concreto: en este caso imaginario, el escritor. Nos interesaremos más bien por el sujeto que
surge y aparece solamente en su enunciado. Diremos así que, en el primer caso, el “yo” está
muy presente y es un sujeto pleno de emociones; en el segundo caso, el “yo” no está tan
presente pero sí lo están los participantes, y luego el yo se presenta como un nosotros; en el
tercer caso, el discurso nos hace olvidar de la situación presente y nos dirige la atención
hacia un fenómeno externo e impersonal.
Podemos entonces distinguir entre el sujeto empírico y el sujeto de la enunciación
(el yo que aparece, o no aparece, o aparece transformado, en el enunciado). Podemos
también distinguir entre el hecho histórico (la reunión de homenaje, la gente, etc.) y la
situación de enunciación: ésta será aquella situación que el enunciado creó, y solamente
eso.
Esto nos permite ver que el escritor tenía diversas opciones para empezar su
discurso. Las opciones estaban en cierta manera ya “inscriptas” en su idioma: no podemos
optar por rasgos formales que no pertenecen a nuestra lengua. El escritor se apropió de
diversos rasgos formales de la lengua castellana y gracias a éstos fue construyendo una
situación que ni era imaginaria ni era irreal: era una situación construida en el discurso.
Otra forma de decir esto mismo es afirmando que el escritor “gramaticalizó” la situación
real de partida: cada uno de los elementos de la situación (el yo que habla, el tú que
escucha, el espacio y el tiempo en donde están todos ellos) fueron incorporados al
enunciado de alguna u otra manera: con pronombres, adverbios, desinencias verbales,
modalizaciones, etc. Su presencia no era forzosa, pero entonces su ausencia será
significativa: lo hemos visto con la ausencia del “yo” en el tercer ejemplo.
En toda situación comunicativa nos enfrentamos con opciones o alternativas
diversas, aunque no seamos conscientes de ello. Desde el diálogo más cotidiano hasta la
obra escrita más elaborada, siempre elegimos apropiarnos de algunos rasgos formales de la
lengua para gramaticalizar ciertos aspectos, y desechamos otros rasgos formales y dejamos
de gramaticalizar otros aspectos. La teoría de la enunciación pretende que tomemos
consciencia de cada una de esas opciones, que desnaturalicemos la idea de un lenguaje que
dice lo que quiere decir, porque ésa era “la única opción posible”, y que veamos que cada
una de esas opciones producen un efecto de sentido diferente (en el oyente, en el lector)
cuyo análisis puede arrojar una nueva luz acerca del significado general del enunciado.
La teoría de la enunciación, entonces, no analizará los contenidos del discurso. Por
ejemplo, no analizaremos el significado que le otorga el escritor a la noción de
“imaginación”, eso será objeto de estudio de la crítica literaria o de la filosofía.
Analizaremos cuál es la forma que adoptó el discurso para expresar esa idea sobre la
imaginación, qué relación puede unir esa forma a ese contenido, qué aspectos nuevos puede
arrojar el análisis de esa forma específica. Ese estudio, que se desarrolla a través de una
serie de marcas específicas, permite visualizar cuál es la política que tiene el sujeto con
respecto a su propio discurso y a los objetos de los que habla. La política se refiere aquí,
por supuesto, a la orientación y al manejo que tiene el locutor sobre su discurso y sobre los
objetos que aparecen en ese discurso.
En el análisis, tendremos en cuenta tanto la situación real como el sujeto empírico,
pero siempre sabiendo que nuestro objeto de estudio específico es el discurso y, por lo
tanto, el sujeto de la enunciación. Por ejemplo, Juan Pérez puede agradecer su presencia a
las “miles de personas que han venido a este acto”. Pero si sabemos, por otras fuentes, que
en el salón no caben más de cien personas entonces tendremos que analizar este enunciado
de alguna forma: como hipérbole o exageración, como ilusión óptica, como desinterés en la
información correcta, etc. Siempre teniendo en cuenta que el objeto específico de análisis
es el enunciado y sólo él.
Habitualmente vemos el lenguaje como transparente. Cuando oímos o leemos un
enunciado cualquiera estamos pensando en aquello que nos quiere transmitir, el contenido
del mensaje. Sólo en algunas pocas situaciones (puede ser frente a un texto literario, un
discurso político, la publicidad), y dependiendo generalmente de algún tipo de
entrenamiento previo, además del contenido del mensaje tratamos de observar aspectos
formales que pueden distorsionar o profundizar nuestra percepción del hecho discursivo. La
teoría de la enunciación justamente insiste en la no transparencia del lenguaje. El lenguaje
modela el contenido, lo transforma, le da una segunda presencia y, de hecho, forma parte
de ese contenido. Roland Barthes decía que la semiología no estudiaba la ideología de los
contenidos (eso se hace en Occidente desde hace veinte siglos) sino la ideología de las
formas. Para hacer esto hay que considerar que la forma de un mensaje también transmite
ideología, entendida ésta en un sentido amplio. Si decimos que el lenguaje no es
transparente no queremos decir con ello que es opaco (para continuar con la metáfora). Si el
lenguaje fuera opaco no podríamos transmitir significados: el lenguaje es una práctica
comunicativa cuya mismo mecanismo de constitución produce una distancia con el
contenido que transmite, distancia que no necesariamente es una contradicción con el
contenido, pero puede serlo (por ejemplo, en la ironía).
Esto es lo que quiere decir Benveniste cuando afirma que el lenguaje no es una
herramienta, como una pala o un destornillador, porque el lenguaje es parte misma del ser
humano. No es un objeto externo al que se recurre y cubre exactamente el propósito para el
que había sido construido. El lenguaje es una práctica del hombre donde se pone en juego
la subjetividad del individuo, el ámbito específico donde esa subjetividad es expresada
(sólo podemos decir “yo” gracias al lenguaje). Lo que importa en el análisis del lenguaje,
según la teoría de la enunciación, es cómo la subjetividad se expresa a través de la elección
de rasgos específicos, que construyen una enunciación diferente a otras enunciaciones
posibles.
Una última observación. El hecho de afirmar que hay que desnaturalizar el
enunciado, o sea que el enunciado no exhibe “naturalmente” lo que había en la situación
previa al discurso, no quiere significar, automáticamente, que en un enunciado “se dice
cualquier cosa”. La realidad externa al discurso le impone a éste ciertas obligaciones y
ciertos límites que, si son violados, no dejan de tener consecuencias en el discurso. La
realidad entonces determina, hasta cierto punto, lo que es posible decir en un discurso, pero
a la vez deja librado al sujeto una gran cantidad de posibilidades, que hacen de ese
enunciado una construcción única.
Ciertas corrientes lingüísticas pueden pensar que el enunciado está completamente
determinado por la realidad y que el lenguaje sólo expresa lo que ya estaba en la situación
previa. En nuestro primer ejemplo, si Juan Pérez dice “estoy muy emocionado” es porque
realmente está muy emocionado, y su discurso no podía expresar otra cosa que esa
emoción. Se hablará de la emoción, pero no de las diversas maneras de manifestarla, o de
esa forma específica que eligió Juan Pérez. Para ese tipo de análisis será muy difícil captar
un desdoblamiento entre forma y contenido del discurso, y hará prevalecer siempre el
segundo sobre el primero.
Al contrario, otras corrientes lingüísticas podrán pensar que no existe ninguna
determinación en el discurso, y que en rigor el enunciado es una pura construcción sin
límites. A este tipo de visión se le podrá objetar que nadie dice cualquier cosa. Ningún
diario argentino, por ejemplo, “construyó” la idea, en 1982, de que la Argentina había
ganado la guerra de Malvinas. Los sucesos reales, que conocemos a través de discursos de
muy diverso tipo, impiden elaborar ese tipo de “construcción”.
Con ello queremos decir que, si bien la enunciación es una construcción del sujeto,
no es arbitraria de manera absoluta y caprichosa, sino que se mueve dentro de ciertos
límites que la realidad le impone y que implican una especie de frontera informe dentro de
la cual tiene cabida la libertad del sujeto hablante. Ese límite puede ser transgredido, pero
eso, insistimos, no deja de tener consecuencias en el efecto de sentido que produce en el
oyente o lector. Como ejemplo de esto último, recordaremos una publicidad televisiva de
hace algunos años sobre un evento. En la misma, diversas personalidades reconocidas se
presentaban con su nombre y apellido y luego hacían la propaganda del evento. En uno de
los casos, aparecía la cara en primer plano de Joaquín Sabina (barba y bigote) y decía con
total seriedad: “Hola, soy Chabuca Granda...”, para seguir luego con su mensaje. Aquí las
determinaciones de la realidad sobre el discurso habían sido transgredidas, pero el efecto de
sentido que se generaba (efecto buscado) era de sorpresa, de parodia, de comicidad. Otros
efectos de transgresión de límites pueden implicar mentira, locura, poesía, ficcionalización,
error, inadecuación de la forma con el contenido, inadecuación del discurso con el género,
etc. Pero esos efectos se logran gracias a la superación del límite que la realidad impone, lo
cual demuestra que ese límite existe.

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