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Introducción
Nos ponemos a leer un cuento y, en tanto los ojos recorren las letras, se aparecen en
nuestra mente imágenes en movimiento. Lo que ahora vemos con ojos, no físicos sino
fantasiosos, es una serie de acontecimientos. ¿Quién transformó esos acontecimientos
en escritura? Sin duda un escritor que los vivió en carne propia, se enteró de esos por
casualidad o los puso de pe a pa. Cualquiera que sea el caso, el escritor ha presentado
las acciones de un cuento o como funciones de personajes. El narrador también es un
personaje creado por el escritor. Aunque el escritor haya creado al narrador a su
imagen y semejanza, dándole su propia figura y apellido, ya no es en el cuento un
hombre real, sino un agente ficticio cuya función es fingida. Finge a otros personajes
que, a su vez son agentes: las acciones del cuento son funciones de esos personajes.
He aquí los términos del problema: un narrador, un cuento, un lector. Las mentes del
narrador y del lector -a veces separadas por océanos y centurias- vienen a
encontrarse en el texto del cuento. Con un estratégico arreglo de símbolos el narrador
regula las reacciones del lector. Es el proceso de toda comunicación lingüística: una
primera persona se dirige a una segunda persona para contarle algo; algo, por
ejemplo, sobre una tercera persona. Mi propósito es analizar en el cuento los puntos
de vista posibles en ese entendimiento entre narrador y lector. Repasaré, pues la
gramática de los pronombres personales.
En la gramática de la lengua castellana los pronombres “lo”, “tú” (usted), “él”, “ella”,
“ello”, “nosotros”, “nosotras”, “vosotros” (ustedes), “vosotras”, “ellas”, “ellos”, (más
palabras en oficio de pronombres como de pronombres como “uno”, “éste”),
establecen las situaciones fundamentales de la comunicación lingüística. (Una
peculiaridad de nuestra lengua es que a veces los pronombres son suprimibles, por
redundantes, como cuando la conjugación del verbo se encarga de denotar el sujeto de
la oración: tengo, tienes, tiene, etc.) Simplificando sus accidentes de género, número y
uso, los pronombres se reducen a un triángulo que es el modelo básico del conversar y
el contar. “Yo”, “Tú” son seres personificados. La tercera persona gramatical –aquella
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de quien se habla: él, ella; ellos ellas; ello- puede ser sustituida por cualquier
sustantivo. En suma, que los pronombres de primera y segunda persona sostienen un
diálogo humano, mientras que el de tercera persona puede aplicarse a un ilimitado
campo de acción, de hombres y cosas: se refiere al objeto de un discurso o mensaje del
que están excluidos el hablante y el oyente.
En cada oración no hay siempre un “yo” que se dirige a alguien (“tú”) para decirle algo
(de “él”, de “ello”). Son personas gramaticales, no personas reales. El " yo" puede
hablar de sí, sea que hable solo o con otra persona (" hice tal cosa"; " te digo que hice
tal cosa"); y puede hablar de una tercera persona o mensaje ("él hizo tal cosa"; ello se
hizo necesario"). Los pronombres admiten también usos hipotéticos, metafóricos o
ceremoniales. Pongamos por caso el uso del "tú". Puedo decir " tú vas a divertirte y te
fastidian" en una situación hipotética que alude a la situación real de que "uno va a
divertirse y se fastidia", "fui a divertirme y me fastidiaron", “fuimos a divertirnos y nos
fastidiaron" o “fue a divertirse y lo fastidiaron". Otro uso metafórico es el de "él" como
si fuera " yo". Le digo a mi hijo: " ¿qué opina de esto el inteligente de la familia? en el
sentido de que "qué opinás", y me contesta: " pues opina que eso no vale la pena" en
vez de "opino que eso no vale la pena".
Al designar a personas y cosas la función de los pronombres, por amplia que sea,
queda siempre localizada en el modelo triangular de la comunicación: primera,
segunda, tercera personas gramaticales, en singular y en plural. Los "ángulos de
visión" en un cuento están lingüísticamente determinados por ese triángulo: un "yo"
que se dirige a un "tú" para hablarle sobre un "él". A fin de aplicar las situaciones
gramaticales al arte de contar calcamos sobre el código de la lengua un código de
convenciones literarias. Con una diferencia. En una conversación real el oyente puede
pasar a ser hablante; el hablante oyente; y la persona de quien se hablaba puede
entrar en la conversación como hablante o como oyente. Un cuento, en cambio, es una
entidad fija, aunque permita que, dentro de su texto, ocurran los desplazamientos y
usos hipotéticos, metafóricos y ceremoniales que hemos notado en el hablar corriente.
En una conversación real el hablante, el oyente y la persona aludida alternan. En un
cuento el narrador, el lector y el personaje tienen que mantener sus posiciones.
Cuando el lector se arroga el papel de co-narrador o el personaje se rebela contra el
narrador es porque el cuento, por voluntad deliberada del cuentista, permite esa
anarquía. Una cosa es el desorden de la vida y otra el simulacro de desorden en la
literatura. En un cuento siempre narra un "yo". Es obvio que si en un cuento aparece
un "tú" o un "él” es porque un "yo” los ha pronunciado. Este "yo”, explícito, o implícito,
es siempre ficticio. Explícito: el narrador, usando el pronombre en primera persona, y
desde dentro del cuento, puede hablar de sí mismo, sea porque es el protagonista de la
acción contada o porque es testigo de lo que le pasa a un vecino. Implícito: el narrador
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puede, con el pronombre de la tercera persona, y desde fuera del cuento hablar sobre
un personaje, sea principal o secundario. En ambos casos ese narrador es una
convención literaria: no existe como persona real, sino como personaje de ficción.
Según Käte Hamburger – The logic of literature, 1973; original alemán revisado, 1968-
sólo la narración en tercera persona es "épica": no la transmite un narrador personal
sino que su fuente es el acto mimético de una "función narrativa impersonal". Por el
contrario, la narración en primera persona tiene la estructura característica, no de la
ficción, sino de un informe sobre una realidad fingida: sólo en relatos en primera
persona encontramos a un narrador personalizado. Varios lingüistas -Charles C. O
Fries, Joseph M. Backus et al.- Han estudiado la primera frase de un cuento la
estructura lingüística del pronombre. Repárese en la diferencia entre dos cuentos
según que comiencen con una oración en tercera o en primera persona: "El vio que
una mujer se le acercaba"; "Yo vi que una mujer se me acercaba". En estos ejemplos
del pronombre "yo" nos está transmitiendo el cuento y por lo tanto se refiere al
narrador; en cambio el pronombre "él" no tiene referente (Joseph M. Backus, “He
came into her line of visión walking backward: Nonsequential Sequence-Signals in
Short Story Openings”, Language: a journal of Applied Linguistics, núm. 15, 1965).
Ahora sí vamos a estudiar los cuatro puntos de vista efectivos; o sea, cómo el escritor
ha delegado su punto de vista real a un narrador con puntos de vista ficticios. (…)
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Con el punto de vista del "yo" se resuelve el problema de qué es lo que el narrador ha
de seleccionar para narrárnoslo. La selección es lógica: todo aquello que no haya
entrado en la conciencia de ese "yo" tampoco debe entrar en su narración. Narrar con
la primera persona tiene ventajas y desventajas. Se dice que una ventaja del "yo" es
que convence al lector de la verosimilitud del relato: en la vida práctica, ¿no nos
inclinamos a creer más en los informes directos que en los rumores indirectos? Quizá,
pero en un cuento la vida no es práctica. Hay narraciones en primera persona que, sin
embargo, son increíbles: las fantásticas, las satíricas, las referidas por mentirosos ("El
caos" de Juan Rodolfo Wilcock). El "yo", por sí solo, no tiene la virtud de convencernos:
sólo nos indica que la intención del escritor ha sido la de que el narrador hable como
si hubiera sido protagonista o testigo de la acción que cuenta.
Palabras como "yo", "mí", "me", "mío" sugieren inmediatamente una intimidad. El
cuento escrito con el punto de vista de la primera persona es radicalmente subjetivo.
Se supone que el escritor, al ceder al narrador la autoridad, no le hace narrar algo que
no está en su conciencia. Todos los demás personajes del cuento son, desde el punto
de vista del narrador en primera persona, objetos dentro de su conciencia. Sólo con
suposiciones e inferencias, o recurriendo a informaciones que le son accesibles, el
narrador puede exceder los límites de la propia observación. Su autoridad queda
siempre limitada a lo que sabe. Cuando el narrador es parte de la acción que describe
y la parte que desempeña es la de un protagonista, lo que nos dice tiene valor
psicológico, pero no podemos esperar de él juicios objetivos sobre los demás
personajes. Sí, por lo contrario, pronuncia juicios al margen de la acción, nos
preguntamos cómo y por qué estaba presente en tal o cual episodio. Además, es
frecuente que el narrador adulto evoque una escena de su niñez y comprenda lo que
cuando niño no comprendió, en cuyo caso es como si, a diferentes alturas de la vida,
un "yo" hablara de otro "yo" aunque se trate de la misma persona: así en mi cuento
"Ojos (los míos espiando desde el sótano)" (K). En suma: este narrador, desde dentro
de la acción que cuenta, habla de sí, y entonces él es el protagonista y los demás
personajes son menores; o su "yo" es el de un personaje menor, testigo de las
aventuras más importantes del protagonista.
(…)
Narrador protagonista
El escritor narra con un "yo": el "yo" del narrador. Y este narrador habla en primera
persona de lo que le ha ocurrido a él. O sea, que el escritor se ha servido de su
principal personaje para establecer el punto de vista de un "yo". El protagonista
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cuenta en sus propias palabras lo que siente, piensa, hace; nos cuenta qué es lo que
observa o a quién observa. Es un personaje central o cuyos sentimientos,
pensamientos y observaciones de lo que ocurre a su alrededor, incluyendo las
acciones de los personajes menores, constituyen todas las pruebas en que se basa la
verosimilitud de la historia. Esta clase de narración puede ser objetiva, externa y
dramática si el protagonista se limita contar sus acciones y observaciones. Puede,
además, ser subjetiva, interna y analítica si el protagonista también deja traslucir sus
pensamientos y sentimientos, fantasías y preferencias. La acción del cuento es la
actividad del narrador-protagonista. A veces el cuento es tan artero que parecería que
el protagonista cuenta sin comprender lo que está contando y que, al contrario, el
lector comprende más que él. El protagonista puede estar ciego para ciertas
situaciones y el lector, por tanto, goza de un privilegio secreto: él, lector ve y
comprende, mientras que el protagonista ni ve ni comprende. Muchos de estos
cuentos consisten en que el protagonista, al final reconoce su propia ceguera.
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Narrador testigo
Este narrador también está dentro del cuento, también narra en primera persona. En
mayor o menor grado participa de la acción pero el papel que desempeña es marginal,
no central. Es el papel de un testigo. Un viejo amigo, un pariente, un vecino, un
transeúnte usa el "yo" para contar lo que le pasa a otro. El Dr. Watson, por ejemplo,
nos cuenta las aventuras de Sherlock Holmes, en las que está mezclado. Está mezclado
en los acontecimientos, sí, pero lo que nos cuenta son las aventuras de un personaje
más importante que él. Aún en el caso de que en la sociedad real el narrador testigo
ocupe una posición más prominente que el personaje del que habla, dentro del cuento
su importancia es menor. Un rey es más importante que su vasallo pero si el rey, en
actitud de testigo, contará lo que hace su vasallo, aunque a los ojos del vasallo siga
siendo el soberano, a los ojos del lector el protagonista sería el vasallo, no el rey. El
narrador testigo es, pues, un personaje menor que observa las acciones externas del
protagonista. También puede observar las acciones externas de otros personajes
menores con quién el protagonista está relacionado. Es un personaje como cualquier
otro, pero su acceso a los estados de ánimo de las otras vidas es muy limitado. Sabe
apenas lo que un hombre normal podría saber en situación normal. No ocupando el
centro de los acontecimientos, se entera de ellos porque estaba allí justamente cuando
ocurrieron o porque es un confidente del protagonista o porque conversa con
personas bien enteradas y así recibe testimonios que le permiten completar sus
noticias hasta comprender la historia total. En "El Dios" de H. A. Murena el narrador
testigo dice "me contaron un historia que puede no se real; sin embargo, resulta
verosímil… Quien me narra la historia recuerda que quien se la narró recordaba ver a
krauss camino a su casa…". Lo que hace el narrador testigo es inferir. Infiere leyendo
cartas, diarios íntimos, papeles; infiere observando gestos o siguiendo las huellas de la
acción. Aunque el narrador testigo exprese sus propios pensamientos, lo que más
importa, que son los pensamientos del protagonista, se le escapa. Puede ser muy
subjetivo y también muy objetivo. Puesto que es un personaje secundario que está en
la periferia de la acción contada, puede alejarse aún más y mirar la acción en su
conjunto, interpretando su significado; o puede acercarse pegando los ojos a los
episodios y detalles más significativos. O nos da un resumen de lo que aprendió, en
una versión rápida o, al revés nos la presenta en forma espectacular. En cualquier caso
es un testigo de acciones ajenas.
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Los puntos de vista protagonista y testigo supone que el narrador es un personaje del
cuento, quien por lo General cuenta con los pronombres de la primera persona
gramatical. Ahora clasificaremos los puntos de vista de un narrador que cuenta desde
dentro con los pronombres de la tercera persona.
Sin duda este narrador es un " yo", y si leemos en el cuento pronombres de tercera
persona "él, ella, etc.) es porque ese "yo" los está pronunciando. Hay grados relativos e
inestables en la presencia de este "yo": un "yo" que permanece anónimo y oculto; un
"yo" que interviene discreto y sutilmente en la acción narrada; un "yo" con patentes
intrusiones… Cuando el "yo" se dirige al lector ("tú, lector…") y habla de los
personajes con los pronombres de tercera persona, su aparente familiaridad con el
lector no quita que su conocimiento de los personajes sea el de un Dios. Es un Dios
capaz de dialogar con el lector sin perder por eso su atributo de omnisciencia.
Narrador omnisciente
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Claro que el narrador es quien elige lo que debe verse y oírse, y él sabrá por qué elige
la posición de conciencia reprimida. En verdad podría ser omnisciente pero ha optado
por la casi omnisciencia. El lector, no él, es quien interpreta las emociones de los
personajes gracias a la información de primera mano que el narrador cuasi
omnisciente le suministra.
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