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La pintura manierista

Durante el segundo tercio del siglo XVI se extiende un malestar generalizado


derivado de las situaciones de decadencia económica y política. En 1527 se produce el
saqueo de la ciudad de Roma, momento culminante del enfrentamiento entre el papado
y el imperio. Esta inquietud provoca en determinados artistas una cierta necesidad de
evasión que pudo potenciar el desarrollo de este nuevo estilo. El término sugiere una
voluntad de seguir las pautas dadas por los grandes del Renacimiento, como Miguel
Ángel y Rafael, especialmente el primero, es decir, de pintar siguiendo su maniera, su
estilo. De hecho, estos autores ya habían comenzado a buscar un lenguaje más versátil
para adaptarse a cualquier exigencia expresiva al margen de las normas clásicas. A
partir de 1520, estas primeras reacciones individuales forman ya una corriente artística
innovadora, el manierismo, que al apostar por la libertad frente a la norma, abarcará
una gran diversidad de formas y tendencias, pero el rasgo común del anticlasicismo lo
convierte en el estilo europeo de casi todo el siglo XVI. Pese a ello, su valoración ha
tenido que esperar al segundo tercio del siglo XX.

Ante un mundo que pierde sus seguridades, la pintura se aparta de la realidad


objetiva: pérdida de la necesidad de representar el cuero humano según las
proporciones clásicas (armonía, equilibrio); colores arbitrarios, generalmente fríos, que
provocan un ambiente irreal en las escenas; insistencia en el dibujo; actitudes
rebuscadas y forzadas, desarrollándose con fuerza el uso de la línea serpentinata, las
líneas curvas que refuerzan la inestabilidad; composiciones confusas en las que
empiezan a predominar las diagonales; la indeterminación del espacio ya no sometido a
los principios claros de la perspectiva lineal; todo ello empleando con gran virtuosismo
técnico los elementos del arte renacentista: dominio del dibujo, de la anatomía y el
movimiento, de la expresión, de la tridimensionalidad (perspectiva, escorzo)... Se
imponen el capricho, y la tensión frente al equilibrio, que son recursos expresivos para
crear, no ya escenas reales, sino visiones trascendentes.

LA PINTURA ESPAÑOLA DEL RENACIMIENTO. EL GRECO


 
 
Al igual que en la escultura, la temática pictórica durante el siglo XVI es
predominantemente religiosa. Apenas se abordan temas de tipo profano, y la
mitología, que tanto interés despertó en Italia, en nuestro país pasa bastante
desapercibida. En  realidad España no posee una gran tradición en la representación de
temas mitológicos, lo que condujo a que los encargos de este tipo siempre los recibiesen
artistas extranjeros, como los pintores venecianos, de los que nuestros monarcas poseen
una amplia colección. En España hablaremos de dos influencias de procedencia muy

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diversa: por un lado la italiana, especialmente de Milán, Padua, Urbino y Venecia, más
que la florentina o la romana y, por otro lado, la flamenca. En la zona castellana es
más fácil hablar de influencia flamenca y centroeuropea, aunque a partir del reinado
de Carlos V se produce un cambio bastante importante que supone la llegada de ciertos
artistas manieristas italianos y de sus obras a esta área. En Levante, sin embargo, la
influencia italiana es más clara, allí llegan los influjos de Rafael, Miguel Ángel y
Leonardo.
Durante el segundo tercio del siglo XVI es cuando se produce una verdadera
eclosión de la pintura en España, de lo cual es responsable en cierta medida, Felipe II,
importante mecenas de las artes, aunque no haya pasado a la historia precisamente por
este aspecto de su personalidad.
Con la intención de provocar la devoción y la exaltación de los sentimientos
religiosos se recurre al realismo, en ocasiones excesivo, que roza con la teatralidad
que antecede al Barroco y, que se debe, sobre todo, a la importancia que en los países
católicos tuvo el Concilio de Trento.
Aunque son muchos los pintores de cierta importancia (Pedro Berruguete, Juan
de Juanes, Luis de Morales, Sánchez Coello), uno destaca por encima de todos, El
Greco.
 
 
Doménikos Theotokópulos: El Greco (1541-1614)
 
 
Pintor manierista español considerado el primer gran genio de la pintura
española.  Productivo durante la segunda mitad del siglo XVI, toda su obra estuvo
influida por la ciudad donde vivió, Toledo, el ambiente cultural y religioso del momento
marcado por la Contrarreforma y la necesidad de construir un arte al servicio de la
Iglesia, y el estilo manierista desarrollado en Italia desde unos años antes.
 

El Greco (que quiere decir ‘el griego’) nació en Creta, que por aquel entonces


pertenecía a la república de Venecia. Su nombre era el de Doménikos Theotokópoulos.
Poco se sabe de los detalles de su infancia y aprendizaje pero posiblemente estudió
pintura en el pueblo en que nació. A pesar de que sus primeras obras no han llegado
hasta nosotros, probablemente pintó en un estilo bizantino tardío, como era habitual en
Creta en aquella época.

Alrededor del año 1566, El Greco se trasladó a Venecia, donde permaneció hasta


1570. Recibió una gran influencia de Tiziano y Tintoretto, dos de los grandes
maestros del renacimiento. Obras de este periodo veneciano, como La curación del
ciego (c. 1566-c. 1567) demuestran que había asimilado el colorido de Tiziano, además
de la composición de las figuras y la utilización de espacios amplios y de gran
profundidad, características de Tintoretto. Durante los años de estancia en Roma, de
1570 a 1576, continuó inspirándose en los italianos. La influencia de la calidad
escultural de la obra de Michelangelo Buonarroti es evidente en su Pietà (c. 1570-
c. 1572, Museo de Filadelfia). El estudio de la arquitectura romana reforzó el equilibrio
de sus composiciones, que con frecuencia incluyen vistas de edificios renacentistas.

En Roma conoció a varios españoles relacionados con la catedral de Toledo y


quizá fueron ellos los que le persuadieron para que viajara a España. En 1576 dejó Italia

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y, tras una breve estancia en Malta, llegó a Toledo en la primavera de 1577. Pronto
recibió el primer encargo de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y se puso a trabajar
en La Trinidad (c. 1577-1579, Museo del Prado, Madrid) La labor de El Greco como
retratista de la aristocracia toledana a partir de estos momentos fue muy significativa.
Uno de los máximos exponentes de esa labor es el famoso cuadro El caballero de la
mano en el pecho (c. 1577-1584, Museo del Prado).

El Greco deseaba fervientemente realizar los frescos para el nuevo monasterio


que se construía en San Lorenzo de El Escorial, pueblo cercano a Madrid, y cuyas obras
acabaron en 1582. Para conseguirlo envió diversas pinturas al rey Felipe II, pero no
logró que le encargaran esa obra. Finalmente no fue del agrado de Felipe II y sólo
realizó el cuadro San Mauricio y la legión tebana, (Escorial).

A partir de aquí su círculo se redujo al ámbito toledano en el que realizó sus


últimas grandes obras maestras. Un ejemplo es su obra para la catedral de Toledo: El
expolio (c. 1577-c. 1579), obra hecha para la sacristía, presenta una espléndida imagen
de Cristo con una túnica de un rojo intenso, rodeado por los que le han prendido.
En 1586 pintó tal vez su lienzo más importante, El entierro del conde de Orgaz, para la
iglesia de Santo Tomé de Toledo. Esta obra, que aún se conserva en su lugar de origen,
muestra el momento en que san Esteban y san Agustín introducen en su tumba
(actualmente justo debajo del cuadro) a ese noble toledano del siglo XIV. En la parte
superior el alma del conde asciende al paraíso poblado de ángeles, santos y personajes
de la política de la época. En El entierro se evidencian el alargamiento de figuras y el
horror vacui (pavor a los espacios vacíos), rasgos típicos de El Greco, que habrán de
acentuarse en años posteriores. Tales características pueden asociarse con el manierismo
que se sigue manteniendo en la pintura del Greco aún después de desaparecer en el arte
europeo. Su visión intensamente personal se asentaba en su profunda espiritualidad, de
hecho, sus lienzos evidencian una atmósfera mística similar a la que evocan las obras
literarias de los místicos españoles contemporáneos, como santa Teresa de Ávila y san
Juan de la Cruz.

El Greco gozó de una excelente posición. Tenía en Toledo una gran casa en la


que recibía a miembros de la nobleza y de la elite intelectual, como los poetas Luís de
Góngora y fray Hortensio de Paravicino, cuyos retratos pintó. Realizó igualmente
algunas vistas de la ciudad de Toledo, como Vista de Toledo (c. 1600-c. 1610), aunque
el paisaje fuera un género poco tratado tradicionalmente por los artistas españoles.

En las obras que realizó desde la década de 1590 hasta su muerte puede


apreciarse una intensidad casi febril. El bautismo de Cristo (que firmó en griego, como
era su costumbre, en c.1596-c. 1600) y La adoración de los pastores (1612-1614),
ambos en el Museo del Prado, parecen vibrar en medio de una luz misteriosa generada
por las propias figuras sagradas. Los personajes de La adoración, aparecen envueltos
por una vaporosa niebla, que puede observarse en otras obras de su última época, y que
otorga mayor intensidad al misticismo de la escena. Esta obra la pintó para la capilla
donde descansan sus restos.

Los temas de la mitología clásica, como el Laoconte (c. 1610-c. 1614), y los del


Antiguo Testamento, como el de la obra inacabada que muestra la escena apocalíptica
de El quinto sello del Apocalipsis (c. 1608-c. 1614), atestiguan la erudición humanista
de El Greco y cuán brillante e innovador era el enfoque que daba a los temas

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tradicionales. Murió en Toledo el 7 de abril de 1614 y fue enterrado en la iglesia de
santo Domingo el Antiguo.

El Greco, es ante todo, un pintor manierista, que, de un modo plenamente


voluntario y consciente, estilizaba sus figuras, lo cual contribuía a acentuar la sensación
de espiritualidad que se desprende de sus personajes. Los paños que les envuelven
parecen flotar alrededor a sus cuerpos. Las luces están violentamente contrastadas. La
gama cromática es muy amplia y dentro de ella sobresalen los rojos y los amarillos, pero
también utiliza los verdes, azules y grises, deudores de la pintura de Tintoretto y
frecuentes en sus representaciones del mundo celestial. Maneja con elegancia el
lenguaje de las manos que ayuda, en ocasiones, a expresar tanto como los rostros; son
manos alargadas que refuerzan la sensación generalizada de espiritualidad  y elegancia
de sus cuadros. La pincelada es bastante suelta, rasgo que se acentúa a medida que su
obra va evolucionando. Sus composiciones suelen ser complicadas estableciendo claras
divisiones entre cielo y tierra, recurre frecuentemente a los atrevidos escorzos y crea
angostos espacios que producen sensación de agobio.

Los impresionistas y expresionistas a partir de finales del siglo XIX, que


apreciaban su fuerte capacidad expresiva, se interesan por él y fomentan de este modo la
revalorización de este pintor tras un largo período en que se le había ignorado,
convirtiéndole en uno de los pintores más injustamente tratados de la historia de la
pintura. La Ilustración rechazó su obra, pero los románticos la recuperan, lo mismo que
la Generación del 98 que le interpretó como la expresión plástica más concreta del
misticismo literario de san Juan de la Cruz o de santa Teresa de Jesús.

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Caballero de la mano en el pecho La Trinidad La Virgen con Niño y Santa Inés

5
Laocoonte y sus hijos

Entierro del Conde Orgaz

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