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imaginería

Posiblemente, la escultura sea la manifestación artística que posee la mayor unidad en


cuanto a material, temática y finalidad de todo el Barroco hispano. Esa unidad,
además, la aleja de la producción de otros países, y en concreto a la que se desarrolló
en Italia con Bernini. En el transcurso del siglo XVII, si exceptuamos algunos retratos
reales realizados en bronce, como los de Felipe III y Felipe IV, del italiano Pietro Tacca,
el conjunto de la escultura española se atiene a unos preceptos comunes.

Características

Realismo

El elemento principal que define la escultura española es el realismo de las


escenas representadas. Se configura la escultura, mucho más que la arquitectura por
ejemplo, como un arte nacional desarrollado por rtistas españoles que no viajaron en
general a Italia. Se continúa así una tendencia ya iniciada en el Renacimiento de un
realismo extremo mezclado con un fuerte expresionismo manifestado en el dramatismo
de los gestos o la serenidad mística. Este exagerado naturalismo tiene como función
conmover al pueblo para atraerlo a la fe. Es el seguimiento de los presupuestos del
Concilio de Trento que hablaban  de que la vida de Jesús y los santos, su martirio y sus
milagros parecieran reales y, a la vez, invitaran a la piedad y a la fe. Son, en definitiva,
las imágenes de la fe

Se renuncia por ello cada vez más a la técnica del estofado y a los usos del oro,
para buscar colores enteros en las vestiduras, llegando al empleo de telas verdaderas
(incluso uñas y cabellos) en las imágenes, que sólo llegan a tener de talla la cabeza, las
manos y los pies. La sangre, las heridas, las gotas de sudor,… cualquier recurso es
bueno para mostrar que aquello fue verdad. 

 Temática

Durante el siglo XVIII en España se cultiva la escultura de carácter


exclusivamente religioso siguiendo el espíritu de la Contrarreforma: acercar la
religión al pueblo. Los clientes son la Iglesia y los fieles agrupados en Cofradías.

La temática, pues, casi de forma exclusiva, será pues religiosa, bien en las sillerías
de coro, retablos o imágenes sueltas, con iconografías repetidas: Cristos crucificados,
Vírgenes Inmaculadas, Apóstoles o Santos, que aparecen normalmente en retablos, se
decoran con imágenes de bulto redondo, para que puedan ser sacadas en procesión,  y
pasos procesionales

Los escultores españoles aún trabajan en el marco gremial, donde el maestro da


las directrices y los oficiales ejecutan la mayor parte del encargo, en numerosas
ocasiones, el cliente exige el toque final de los maestros; debido al carácter artesanal del
trabajo, las escuelas son fácilmente definibles. La iconografía crea modelos repetidos
por la casi totalidad de los autores: la Inmaculada Concepción, representación de santos
como Santa teresa, San Ignacio, etc.

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Un carácter muy particular tendrá la creación de los pasos procesionales,
compuestos de figuras individuales o dispuestas en grupo y con un carácter narrativo,
pensadas para llevarse por las calles; la palabra paso proviene del latín passus
(sufrimiento), algo totalmente unido al ritual de Semana Santa, donde aquéllas se
porteaban en compañía de las cofradías penitenciales, que desfilaban flagelándose con
cilicios. Era la forma ideal de acercar al pueblo lo divino. Ello se explica en el marco
del espíritu piadoso de la Contrarreforma, que da gran auge a las procesiones de santos
y a las de Semana Santa, utilizadas por la Iglesia para acercar la realidad de los hechos
religiosos al creyente. Por tanto, la imaginería española se concibe para ser exhibida,
para acentuar el contacto con los fieles y hacer vibrar su sensibilidad religiosa, con
una evidencia de dramatismo en las figuras, preocupación por lo anecdótico y
sentimental, la figura representada tiende al realismo, así, en el estudio anatómico del
cuerpo humano, incluso, se utilizan paños reales para cubrir a las imágenes. El material
empleado es, generalmente, madera, pino o nogal, decorada con estofado.

También se exaltan los temas relacionados con los sacramentos negados o


desvalorizados. Se mantiene la importancia de los retablos.

No hay prácticamente escultura civil y decae la funeraria. La decadencia de


la monarquía y el escaso poder económico de las clases dirigentes, vincula la
producción escultórica a ambientes populares sin que por ello disminuya la calidad
artística. Por tanto, en el marco civil, se realiza escultura funeraria, retratos (sobre
todo del monarca, destacando las estatuas ecuestres de Felipe II y Felipe IV) y,
excepcionalmente, algún tema alegórico o mitológico, destinado a jardines o parques.
En este estilo, también, será la clientela quien imponga sus gustos y como queda dicho,
la realeza y la nobleza española de esta época no disfrutarán de una buena situación
económica por lo que la mayoría de los encargos son realizados por los monasterios,
cofradías y parroquias, en ocasiones, obteniendo los fondos a suscripciones populares. 

La escultura barroca española refleja a la perfección algunas de las características principales


de este estilo artístico, pero está también vinculada estrechamente a la realidad social e
ideológica del siglo XVII español. Es un arte profundamente religioso y a través de él se
difundirán las ideas del Concilio de Trento con el objetivo de incrementar el fervor y la
devoción del pueblo. Los principales comitentes serán los monasterios, las parroquias y las
cofradías.

Es una escultura de extraordinario realismo e intenso contenido emocional. En ella


encontramos espléndidas imágenes devocionales de Cristos, Vírgenes y Santos, lo que
conocemos como imaginería, que responden a la importancia que la Contrarreforma otorgará
al culto a las imágenes, frente a su rechazo entre los protestantes.

También se van a realizar magníficos pasos procesionales, puesto que en esta época surge la
costumbre de sacar en procesión las imágenes de los santos. Se trata de figuras individuales o
de grupo, encargadas por las cofradías y pensadas para ser vistas por las calles con motivo de
la conmemoración de la Pasión de Cristo en la Semana Santa. Son conjuntos narrativos de gran

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teatralidad en los que se utilizan variados recursos expresivos para lograr un fuerte impacto
emocional sobre los fieles.

Otra tipología que alcanza gran desarrollo en este periodo es el retablo que básicamente se
ajusta a una disposición establecida ya desde el Renacimiento, aunque con una mayor
exuberancia decorativa. En su realización intervienen varios artífices: el que da las trazas
arquitectónicas, el tallista que las realiza, el escultor de las imágenes, el ensamblador que une
las diferentes partes del retablo, el dorador que cubre de pan de oro las piezas y el pintor. En
los retablos se representan escenas religiosas complejas dotadas de gran expresividad,
intensamente emotivas y dramáticas.

El material utilizado en la escultura barroca española será la madera policromada, que permite
dar a las obras una gran apariencia de realidad, utilizándose incluso cabellos reales, uñas y
dientes de asta, ojos y lágrimas de cristal…Una modalidad serán las llamadas imágenes de
vestir, con ropas auténticas. El uso de la madera se debió a su menor coste, a la necesidad de
un material más ligero para facilitar el trasporte a hombros de los pasos y, sobre todo, a las
posibilidades que permitía, una vez policromada, de enriquecer su aspecto y acentuar el
realismo de carnaciones y ropajes.

En la primera mitad del siglo XVII destacan en la producción escultórica dos escuelas: la
escuela castellana cuya figura más representativa es Gregorio Fernández y la escuela andaluza,
con un foco en Sevilla, donde trabaja Martínez Montañés, y otro en Granada con Alonso Cano,
al que seguirá Pedro de Mena. Ya en el siglo XVII hay que señalar la importancia de Murcia con
Francisco Salzillo.

ESCUELA CASTELLANA:

Durante la primera mitad del siglo XVII es Valladolid el centro escultórico más significativo de
la escuela castellana, posición que ya tenía desde el siglo XVI y que se verá reforzada con la
efímera presencia de la corte (1601-1606) y con la aparición de un maestro de indiscutible
talento: Gregorio Fernández.

Gregorio Fernández (1576-1636). De origen gallego, se trasladó a Valladolid atraído por la


estancia de la corte en la ciudad. Pudo así relacionarse con una clientela prestigiosa que le
distinguió a lo largo de su vida con importantes encargos. Su obra se difundió a amplias zonas
de la geografía peninsular. El gran número de encargos explican la importancia de su taller.

Su obra se caracteriza por un extraordinario realismo, con rostros de poderosa individualidad y


expresiones de gran viveza y hondura. El tratamiento dado a los ropajes, con pliegues duros y
angulosos que crean poderosos efectos de claroscuro, refleja el influjo de la pintura flamenca.
Concedió gran importancia a la policromía, que, sin embargo, nunca llevó a cabo
personalmente.

En su producción destaca la realización de numerosos retrasos y pasos procesionales


concebidos como escenas narrativas con varias figuras de tamaño natural que revelan grandes
dotes para la composición espacial y el manejo de los recursos escenográficos. De entre sus
pasos procesionales es magistral el de La Piedad, en el que se refleja el profundo dramatismo
del dolor y una honda comprensión del sufrimiento humano, y el Descendimiento. Sin

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embargo, la aportación más interesante de su arte son las imágenes de devoción, creando
tipos escenográficos de gran influencia posterior como el Cristo yacente, la Piedad con el Cristo
muerto, el Cristo atado a la columna, Cristo crucificado, la Inmaculada…También habrá que
destacar sus imágenes de santos como Santa Teresa, San Bruno, San Ignacio de Loyola…

El Cristo yacente de Gregorio Fernández se encuentra en el Museo de Escultura de Valladolid.


Estamos ante una religiosidad sentimental y emocional que busca al espectador-creyente que
sintoniza con la obra a través de la emoción. La palabra del sacerdote acompaña a la imagen
que junto a la oración compartida constituye la trilogía necesaria del ritual. El trabajo se realiza
en madera policromada al que hay que sumar los añadidos, en este caso los ojos de cristal y
los dientes de marfil. Contrasta la rigidez del lecho con la movilidad del cuerpo y de las
sábanas. Pero, pese a todo, destaca el estudio anatómico perfecto que se deja notar en las
rodillas desolladas, la mano con la llaga sangrienta y la cabeza expresiva de un agotador
sufrimiento, el que vivió para la redención de los pecados del creyente que se siente así
comprometido.

La influencia posterior de Gregorio Fernández fue duradera, pero se limitó a la repetición sin
novedades de los modelos iconográficos creados por él.

ESCUELA ANDALUZA:

También destaca en estos momentos la escuela andaluza con dos focos principales: Sevilla con
la figura de Martínez Montañés y Granada con Alonso Cano y el que sería su principal discípulo
y colaborador Pedro de Mena.

Alonso Cano (1601-1667) es sin duda una de las personalidades más singulares de su tiempo.
Fue un artista polifacético (arquitecto, escultor y pintor) al igual que los grandes artistas del
Renacimiento. Nace en Granada, hijo de un conocido ensamblador de retablos, pero muy
pronto se estableció con su familia en Sevilla, donde se formó como pintor de Pacheco y como

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escultor con Montañés, con quien mantuvo relaciones amistosas, comenzando su actividad en
ambas artes.

Marcha a Madrid en 1638, donde se dedicó principalmente a la pintura, aunque también


realizó algún trabajo importante como escultor. Algunos hechos dramáticos (e asesinato de su
mujer) ensombrecieron su vida en los años 1644-1650, forzándole incluso a huir a Valencia un
cierto tiempo, aunque luego volvió a Granada donde se instaló a partir de 1652 y realizó su
actividad escultórica más importante.

Su obra destaca por su extraordinaria delicadeza y un concepto de la belleza llena de serenidad


y cierta idealización. Hombre lento en el trabajo, prefería sin duda las obras pequeñas donde
su amor a lo menudo y cuidadoso podía desarrollarse mejor.

A Alonso Cano se debe la Inmaculada Concepción de la catedral de Granada, labrada en 1665 y


pensada desde el principio para el coro. Su pequeño tamaño muestra el gusto de su autor por
lo delicado y menudo. La descripción de la pieza nos pone sobre la pista de su perfección:
exenta, de bulto redondo, se realiza en madera policromada sin oros. Gira la cabeza hacia un
lado mientras las manos en oración las sitúa en la dirección contraria para destacar el ritmo.
Los contrastes de color entre los vestidos y las encarnaciones se acompañan de un fuerte
contraste también de luces y sombras así como de texturas en los abundantes plegados. La
composición se caracteriza por el perfil de estípite (pilastra con base inferior abajo más
pequeña), al igual que muchas otras imágenes de
esta etapa avanzada del barroco andaluz.
Iconográficamente representa a la
Virgen niña, ensimismada en su pensamiento
respecto a su destino de ser Madre de Cristo. El
papel de la Virgen, a la que el protestantismo niega
en su veneración, es resaltado por el
pensamiento contrarreformista que
incrementa los cultos marianos.

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Pedro de Mena (1628-1688) fue el más estrecho colaborador de Alonso Cano y el verdadero
sucesor de su estilo, aunque su obra es mucho más realista y menos contenida que la de su
maestro, con un patetismo algo teatral.

Entre sus obras destaca por su complejidad el encargo que recibe en 1658 para completar la
sillería del coro de la catedral de Málaga, para la que realizó cuarenta tableros con figuras de
santos, trabajo considerable que le obligó a instalarse en Málaga.

Creación suya son los bustos, con frecuencia emparejados, de la Dolorosa y el Ecce Homo. A
veces la Virgen muestra una actitud emotiva, silenciosa y contenida y en otras ocasiones roza
lo teatral. También destacan sus imágenes de ascetas, tratadas con una estricta fidelidad al
natural, en las que logra efectos de gran intensidad. Así el San Francisco de Asís de la Catedral
de Toledo y las diversas imágenes de San Pedro de Alcántara.

De gran calidad es la Magdalena penitente (1664), una hermosa talla de 1’5m. El tema es muy
singular y, aunque se conocen en Catilla versiones parecidas, no tuvo mucho eco en Andalucía.
Se convierte en un modelo para la penitencia de los propios pecados. Frente a la negación del
sacramento de la penitencia por parte de los protestantes, la visión del arrepentimiento, clave
en el espíritu católico del barroco. Una figura juvenil se consume a sí misma, llena de pena y
angustia. Con la mano izquierda sujeta con fuerza el crucifijo y con la derecha se oprime el
corazón como impidiendo que se desborde. Los mechones de cabello, largos y lacios, parecen
conducir hacia el suelo el llanto de la mujer y ocultan el cuerpo casi tanto como el tosco sayal
de hoja de palma entrecruzada que anula cualquier tentación de representación anatómica o
de sensualidad. Ricos tocados, hermosos vestidos y zapatos acusarían la sensualidad y la
feminidad del personaje: Magdalena quiere ser todo lo contrario y concentrar la fuerza visual
en su rostro y en la relación que establece con el austero crucifijo. La policromía de la pieza es
suave (sin las estridencias castellanas) y subraya con el color sólo lo necesario para que la
expresión de las formas tenga validez por sí misma: ocres, pardos, algunos marrones y pocos
oscuros huyen de los fuertes contrastes que arruinarían el contenido dramatismo que emana
de la obra. El estudio realista, sobre todo del rostro y de las manos, viene acompañado del
movimiento que supone la ruptura de la frontalidad y la simetría a través del leve
adelantamiento de una de las piernas, el contraste entre los brazos y la inclinación de la
cabeza.

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MURCIA:

En el siglo XVIII alcanza gran importancia la zona murciana con la figura indiscutible de
Francisco Salzillo (1707-1783) que gozó siempre de amplio prestigio y gran popularidad. Su
arte tiene profundas raíces en el mundo napolitano. Francisco Salzillo posee un innato sentido
de la elegancia y un excelente conocimiento anatómico. Son innumerables sus esculturas
devocionales, siempre de madera y con frecuencia de vestir, pero lo más significativo son, sin
duda, los pasos procesionales de la Cofradía de Jesús, como El Prendimiento, La Oración en el
huerto…que presentan casi toda la narración evangélica de la Pasión a través de
composiciones de intenso realismo. También fue notable su actividad como belenista (de
belenes).

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